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Pensadores vivos: Antonio Damasio

 

 

Hace un mes tuve la ocasión de charlar con un neurocirujano español, joven, inteligente. Me dijo que después de mucho operar cerebros no había visto el alma. Se me ocurrió sugerirle que tampoco habría visto materia. La materia no se ve. La materia es una palabra que pretende designar algo que nadie sabe lo que es. Y, además, eso que los físicos entienden hoy por “materia” supera con mucho lo que muchos teístas entienden por “Dios”. La materia sería hoy más poderosa, mágica, profunda, incomprensible, desconcertante y fascinante de lo muchos grandes pensadores fueron nunca capaces de pensar cuando creían estar pensado en Dios. [Véase aquí mi bailarina lógica “Materia”].

Cerebro. Materia. Dios.

Antonio Damasio (Lisboa, 1944) es un médico. Hemos de suponer (desde Paracelso) que se trata de un ser humano al que le mueve un especial amor hacia el ser humano, que lucha por la felicidad de este animal tan singular, que combate su dolor. Obtuvo Antonio Damasio su doctorado, junto con su mujer Hanna, en la universidad de Lisboa. En 1974 recibió la pareja el encargo de crear un departamento de investigación en la Nueva Universidad de Lisboa, pero no pudieron seguir adelante con este proyecto por falta de financiación. Recordemos a Marcuse [Véase] señalando que el capitalismo (indestructible) debe ponerse al servicio de proyectos culturales, elevadores. El dinero puede ser magia. El caso es que Antonio Damasio y su mujer Hanna emigraron a los EE.UU. En concreto a la universidad de Iowa (1976-2005). Y desde 2005 es Antonio Damasio profesor de neurología y psicología en la University of Southern California. Allí dirige el Brain and Creativity Institute.

¿Puede una porción de la materia ser creativa? ¿Cómo es eso posible? ¿Puede saltarse esa ley unificada que parece tenerlo todo tomado y crear, libremente, algo no previsto por esa ley radical?

La obra de Antonio Damasio que intentaré analizar en este artículo lleva por título El error de Descartes. He utilizado la edición de bolsillo de Crítica (Barcelona, 2003; traducción de Juandomènec Ros). Las citas se referirán siempre a esta edición.

El título de esta obra lo justifica Antonio Damasio porque considera que Descartes creó un error cuyas consecuencias todavía se están padeciendo, incluso entre los modernos investigadores del cerebro. Descartes, según Damasio, proclamó un dualismo que no corresponde con la realidad: el dualismo cuerpo-mente. El cuerpo sería pura materia (lugar sin vida, sin alma, esquematizable matemáticamente). Y la mente (o alma, o esencia eterna, inespacial e intemporal del ser humano) sería el lugar del pensamiento, de la razón.

Yo tengo la sensación (acrecentada a partir de mi re-lectura de Damasio) de que eso que ahora los científicos llaman “materia” supera en magia, sacralidad y “espiritualidad” eso que Descartes llamaba “mente”.

Y desde Damasio, desde su Poesía científica, brota una deliciosa sacralización del ser humano como finito, delicadísimo, casi delicuescente prodigio en el todo matemáticamente ordenado -pero también puntualmente emocionado- que es para él el universo (el cosmos):

“Sin embargo, la mente completamente integrada en el cuerpo que yo concibo no renuncia a sus niveles de operación más refinados, los que constituyen su alma y su espíritu. Desde mi perspectiva, es sólo que alma y espíritu, con toda su dignidad y escala humanas, son ahora estados complejos y únicos de un organismo. Quizás la cosa más indispensable que podemos hacer como seres humanos, cada día de nuestra vida, es recordarnos a nosotros mismos y a los demás como seres complejos, frágiles, finitos y únicos. Y esta es, desde luego, la tarea difícil: desplazar el espíritu de su pedestal en ninguna parte hasta un lugar concreto, al tiempo que se conserva su dignidad y su importancia: reconocer su humilde origen y su vulnerabilidad, pero seguir dirigiendo una llamada a su gobierno” (pp. 231-232).

Hemos brotado por tanto de “la humilde materia”. ¿Por qué humilde? ¿No es eso un eco del dualismo (al menos jerárquico- que se quiere erradicar? Veo ecos del Samkya indio: Prakriti y Purusa. El Purusa sería nuestro verdadero ser, lo grande, lo puro, caído misteriosamente en la Prakriti: el mundo material, engañoso, corruptible, no puro. Quizás podemos pensar que esas “materias” o “mundos” en los que nos perdemos no son sino las narraciones-mundos que en las que nos cobijamos para no desintegrarnos en la belleza extrema de lo que en realidad hay.

“Humilde materia”. Cerebro. Sugiero la lectura de  esta bailarina lógica desde [Aquí].

Pero volvamos al pensamiento de Damasio. Ofrezco a continuación algunos otros momentos de su obra El error de Descartes:

1.- Los sentimientos como resultado de la actividad de sistemas cerebrales. Suena frío, hiper-materialista. Pero Damasio sublima esa presunta frialdad así: “Descubrir que un determinado sentimiento depende de la actividad de varios sistemas cerebrales específicos que interactúan con varios órganos del cuerpo no disminuye la condición de dicho sentimiento en tanto que fenómeno humano. Ni la angustia ni la exaltación que el amor o el arte pueden proporcionar resultan devaluadas al conocer algunos de los innumerables procesos biológicos que los hacen tal como son. Precisamente, debería ser al revés: nuestra capacidad de maravillarnos debería aumentar ante los intrincados mecanismos que hacen que tal magia sea posible. Los sentimientos forman la base de lo que los seres humanos han descrito durante milenios como el alma o el espíritu humanos” (p.13). Sí, Antonio Damasio: nos maravillamos ante lo que la palabra puede llegar a decir. No sabemos qué son lo sentimientos, ni el alma, ni eso de los “mecanismos”. Pero es igual: estamos maravillados. Y ese es el sentido de la existencia.

2.- Mente/cerebro. “[…] el cuerpo, tal como está representado en el cerebro, puede constituir el marco de referencia indispensable para los procesos neurales que experimentamos como mente; que nuestro mismo organismo, y no alguna realidad externa absoluta, es utilizado como referencia de base para las interpretaciones que hacemos del mundo que nos rodea y para la interpretación del sentido de subjetividad siempre presente que es parte esencial de nuestras experiencias; que nuestros pensamientos más refinados y nuestras mejores acciones, nuestras mayores alegrías y nuestras más profundas penas utilizar el cuerpo como vara de medir” (p. 13). El problema, en mi opinión, reside en que ese “cuerpo” (que hemos de suponer plenamente material desde la narrativa desde la que Damasio esquematiza el infinito) está, por así decirlo, abierto por dentro hacia un “exterior” que puede ser una realidad “absoluta”, más abisal, que el propio Dios: los abismos de la materia.

3.- “¿Cuál fue, pues, el error de Descartes? O, mejor todavía, ¿qué error de Descartes quiero destacar, de manera poco amable y desagradecida? Se podría empezar con una queja, y reprocharle el haber convencido a los biólogos para que adoptaran, hasta el día de hoy, mecanismos de relojería como modelo para los procesos biológicos. Pero esto quizá no sería muy honesto, de modo que podríamos continuar con “Pienso luego existo”. La afirmación, quizás la más famosa de la historia de la filosofía. […] Tomada en sentido literal, la afirmación ilustra precisamente lo contrario de lo que creo que es cierto acerca de los orígenes de la mente y acerca de la relación entre mente y cuerpo. Sugiere que pensar, y la consciencia de pensar, son los sustratos reales del ser. Y puesto que sabemos que Descartes imaginó que el pensar es una actividad muy separada del cuerpo, celebra la separación de la mente, la “cosa pensante” (res cogitans), del cuerpo no pensante, el que tiene extensión y partes mecánicas (res extensa). Pero mucho antes del alba de la humanidad, los seres eran seres. En algún punto de la evolución, comenzó una consciencia elemental. Con esta consciencia elemental vino una mente simple; con una mayor complejidad de a mente vino la posibilidad de pensar y, aun más tarde, de utilizar el lenguaje para comunicar y organizar mejor el pensamiento. Así, pues, para nosotros en el principio fue el ser, y sólo mas tarde fue el pensar. […] Somos, y después pensamos y sólo pensamos en la medida que somos, puesto que el pensamiento está en realidad causado por las estructuras y las operaciones del ser” (p.229).

Es crucial que analicemos con sosiego filosófico estas últimas frases de Antonio Damasio. Y es que ha hablado de “ser”, de lo que en realidad “es”. Y ese ser parece hacerlo equivalente a la narrativa cientista de la que él dispone, una narrativa muy bella, muy eficaz, pero que nunca debe ser confundida con la “realidad en sí”: algo capaz, parece, de sacar de sí mismo modelos sobre sí mismo. Pero podría ser que surgiera un modelo, una teoría, una narrativa sobre eso que ahora llamamos “cuerpo” que fuera absolutamente diferente de la que considera Antonio Damasio.

Si aceptamos esta posibilidad, nos vemos obligados a afirmar que lo que Antonio Damasio entiende por “ser” es el fruto de un pensamiento, no la causa del mismo: el fruto de un pensamiento movido desde no sabemos dónde, por no sabemos qué.

La Filosofía debe contemplar esos misteriosos “seres” que son los modelos científicos: porque ocurren, porque son, porque brotan de no se sabe bien dónde.

Se dice que los cerebros humanos son el lugar de donde brotan los modelos de universo, o de cuerpo, o de árbol. Y se dice también que esos cerebros son materia sometida a las leyes de la Física (quizás a una sola). Sería fabuloso que alguien se atreviera a integrar la aparición de una teoría sobre el universo en un cerebro humano (por tanto en un lugar de la materia) como hecho de esa misma teoría, como suceso previsto por la misma.

La Filosofía se empeña en abrir ventanas en cualquier habitación, por muy confortable y bella que sea; y por muy inquietante (o inexistente) que parezca el exterior. Porque lo que entra desde ahí fuera tiene un olor sublime y un efecto vivificador.

Ese abrir ventanas no impide, creo yo, el estupor maravillado ante las fugaces -y utilísimas- maravillas que va viendo y creando la Ciencia.

David López

 

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