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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Max Horkheimer

 

 

Max Horkheimer (1895-1973) fue una de las más interesantes inteligencias que brotaron del hechizo poético de Marx. Y uno de los más interesantes corazones.

Aunque, en realidad, Marx, a su vez, fue un poeta-hechicero hechizado por otros: Platón, Newton, Hegel, Feuerbach…

La sobrecogedora tormenta poética que sacude el infinito del Ser.

El baile de Vak (esa diosa védica que parece haber convertido mi diccionario filosófico en una teología).

Sugiero leer mi concepción de la palabra “Poesía” [Aquí].

El marxismo, como apasionada religión, se desgarra entre dos amores: uno tiene como imán eso que sea el “ser humano”. El otro tiene como imán la sociedad en su conjunto, el pueblo, la colectividad.

Yo en Horkeheimer -que dijo haber sido marxista solo para enfrentarse al nazismo- veo a un apasionado amante del ser humano. Y todo su esfuerzo intelectual lo desplegó al servicio de ese rincón mágico-sagrado del Ser. Horkheimer quiso estudiar bien lo que para él era un infierno: la sociedad tecnológica moderna (sobre todo la burguesa, pero también la comunista, que sería un capitalismo de Estado). Estudiar el infierno (el paraíso soñado por Francis Bacon habría resultado ser un verdadero valle lágrimas), evidenciar sus lugares de tortura y sus humillantes cárceles: cárceles invisibles, aparentemente amables e inocuas, que estarían arruinando una posibilidad fabulosa: la libertad del ser humano, el pleno despliegue de su dignidad, de su creatividad, de su ¿sacralidad?

¿Por qué es sagrado el ser humano? ¿En qué nos basamos para semejante afirmación? ¿Para qué tantas atenciones sociales, físicas y metafísicas?

Ya los austromarxistas (Max Adler, etc.) se vieron en la necesidad de fundamentar ese amor que late en el fondo del logos marxista. ¿En qué fundamentamos nuestro rechazo a que los seres humanos sean explotados, sin piedad, en una fábrica del Manchester decimonónico (por ejemplo)? ¿Qué más da? ¿No son los seres humanos, al fin y al cabo, materia organizada, átomos… nada… organizada, administrada, ciegamente obediente sin opción de no serlo?

Los austromarxistas se vieron obligados a acudir a Kant y a una de sus formulaciones del imperativo categórico: algo así como que el ser humano no puede ser nunca un medio para nada, sino un fin en sí mismo. Pero: ¿qué fin es ese? ¿Qué plenitud cabe imaginar para el ser humano?

Hay un marxismo radicalmente humanista. El de Horkheimer lo es, creo. Pero, como cualquier soteriología, la de Horkheimer insiste demasiado en los males del momento. Muchos malos, mucha amenaza, un Matrix hostil y carcelero del que hay que escapar, una vez “conocido” (más bien teorizado, esquematizado) en profundidad. No se puede huir de lo que no se conoce (de lo que no se vive como real). En esa sistemática demonización del “mundo real” comparte Horkheimer los latidos del corazón filosófico de Schopenhauer.

En mi opinión el discurso de Horkheimer, como el del marxismo en general (y el del cristianismo, y el de buena parte del budismo), quiere liberar desde un previo encarcelamiento de la conciencia que lo recibe: primero debo modelar tu mente para que te sientas, por ejemplo, “proletario”, y luego te salvo de esa misma cárcel mental que yo te he construido.

Nadie es “proletario”. Esa palabra la inoculó Marx en el sueño colectivo que nos agrupa gracias a sus estudios de Derecho Romano. Los proletarii eran ciudadanos romanos sin recursos económicos que, según afirman algunas narraciones, solo servían para generar prole (hijos) y nutrir así los ejércitos imperiales.

La fabricación poética (artificial) de la conciencia proletaria fue una de las labores más arduas a las que se enfrentaron Marx, Engels y Lenin (entre otros). Creo que la inclusión de una conciencia humana en una caja lógica, tan pequeña y humillante, ha sido uno de los mayores atentados a la condición humana que hayan hecho jamás los poetas. Pequeña y humillante porque así fue cualificada por esos mismos poetas. No porque, en sí, sea humillante, “inferior”, trabajar en una fábrica o no ser propietario de nada. De hecho a esa no-posesión de bienes apunta toda la soteriología marxista.

Horkheimer fue un pensador profundo. No lo he leído tanto como hubiese querido, pero yo diría que su denuncia básica apunta a un terrible poder explotador (no personalista): la razón ilustrada, instrumentista, que, según él, empezó a activarse desde la Grecia antigua: desde Jenófanes en concreto. Esa razón habría reducido la naturaleza a materia; y la inteligencia a mera herramienta destinada a someter la materia; y a explotar al hombre, que no sería más que materia organizada con algo más de complejidad que el resto.

En cualquier caso eso de “materia” es, en mi opinión, otra fantasía [Véase].

Horkheimer, creo, sugiere una nueva razón, un nuevo logos, donde habitar: un logos que propicie el despliegue, la plenitud, de algo que, desde el poetizar del propio Horkheimer, lleva por nombre “ser humano”. Y que se lo merece todo. Todo el esfuerzo intelectual posible, toda la poesía posible. Todo el amor posible.

Todo por él. Por el ser humano.

Algo sobre su vida

1895 (Stuttgart)-1973 (Nürberg).

Familia judía. Max trabajó en la fábrica de su acaudalado padre; y llegó incluso a tener en ella un puesto directivo.

1922. Se doctora promovido por Hans Cornelius (un profundo investigador de Kant).

1925. Habilitado como Privatdozent en Frankfurt.

1926. Se casa con la que en su día fue secretaria de su padre.

1930. Es nombrado profesor de filosofía social en la Johann Wolfgang Goethe-Universität en Frankfurt. Para Horkheimer la clave de la salvación humana estaría en el estudio de la sociedad. ¿Qué es una sociedad? Yo no lo sé. Luego me ocuparé de este abismo.

1930. Es nombrado director del Institut für Sozialforschung (Instituto para la investigación social), el cual había sido fundado gracias a la aportación económica del judío/marxista Félix José Weil.  Horkheimer desempeño ese cargo hasta la llegada de los nazis.

1932-1939. Se habla del “Círculo-Horkheimer”. Más tarde será la “Escuela de Frankfurt”. Es un grupo de críticos sociales basados en el marxismo y en las teorías freudianas que escriben en el Zeitschrift für Sozialforschung [Revista de investigación social].

Tras la llegada de Hitler, Max Horkheimer emigra a Nueva York junto con otros miembros de la Escuela de Frankfurt: Adorno, Marcuse, Erich Fromm… En la Columbia University retoma la dirección del Instituto para la investigación social.

1941. Se traslada a Los Ángeles (Pacific Palisades). Le sigue su amigo y colaborador Theodor Adorno. Es vecino de Thomas Mann.

1947. Publica Eclipse of Reason. Publica también, con Adorno, Dialektik der Aufklärung [Dialéctica de la razón].

1949. Vuelve a la universidad de Frankfurt.

1950. Reabre el Instituto para la investigación social. De esta segunda etapa surgirán pensadores como Jürgen Habermas [Véase].

1951-1953. Rector de la Johann Wolfgang Goethe-Universität Frankfurt.

1954-1959. Es profesor en Frankfurt y en Chicago.

1973. Fallece y es enterado en el cementerio judío de Berna.

Algunas de sus ideas

– Escuela de Frankfurt. Su objetivo fue analizar (y demonizar) la sociedad tecnológica moderna (básicamente la burguesa): evidenciar sus contradicciones políticas y económicas. Siguiendo a Hegel (y en contra de, por ejemplo, Popper) se insistió en que la sociedad debía ser estudiada como conjunto. La polis… Ese misterio metafísico. Sugiero la lectura de la crítica que hice de una interesante obra de José María Ruiz Soroa. [Véase aquí].

– “Teoría crítica”. Su formulación es una de las aportaciones fundamentales de Horkheimer y puede decirse que constituye el pathos intelectual de la primera fase de la escuela de Frankfurt. En realidad, se trata de una re-interpretación del marxismo (si es que el marxismo no es, simplemente, una soteriología más, un camino más hacia eso que sea “la salvación”). Podemos leer la influyente formulación que Horkhiemer hizo de la “teoría crítica” en Tradionelle und kritische Theorie [Teoría tradicional y teoría crítica], ensayo publicado en el Zeitschrift für Sozialforschung VI, 2, (1937). Este ensayo aparece de nuevo en Kritische Theorie (1968). Según Horkheimer, la “teoría tradicional” ha brotado en una sociedad dominada por las técnicas de producción industrial, que llegarían hasta la cosificación del ser humano (su conversión en materia explotable). Y el teórico crítico sería aquel “cuya única preocupación se concentra en un desarrollo que lleve a una sociedad sin explotación”. Las teorías tradicionales, por tanto, parecerían ser, dentro de la -neomarxista- visión de Horkheimer, frutos de una forma de sociedad (de una forma de producir), que incluso llegaría a convertir los órganos humanos en prolongación de los instrumentos de que se sirve la tecnología para explotar la naturaleza (y al hombre como parte de ella). No es fácil ubicar esta “teoría crítica” en una metafísica (o al menos en una gnoseología). Lo cierto es que Horkheimer le otorga a su constructo filosófico una labor negativa, casi destructiva, respecto de un estado de cosas (social) que se visualiza como radicalmente rechazable (como inhumano); pero, a la vez, parece apostar por una nueva forma social, una nueva razón, un futuro donde ya sí se podría desplegar la plenitud humana. La sociedad industrializada estaría dentro de una lógica cruel. Logos. Poesía. ¿Se trata de crear un Logos no-cruel, humanísimo, y ofrecérselo a los seres humanos como hábitat poético? Horkheimer habla de un cambio histórico, de una revolución, no de un cambio en el contenido de las teorías (porque lo que fallaría, lo que nos estaría explotando, sería el impulso mismo del teorizar instrumentalista). Cabe quizás mirar a “teoría crítica” de Horkheimer como una especie de Shiva poético: destructor de un logos, de un cosmos, a partir de sus propios símbolos… palabras nuevas que destruyan las estructuras (sociales, económicas, etc.) de las que surgió ese logos inhumano, tecnológico, explotador de la naturaleza y del hombre. Un Shiva poético que estaría trabajando para un nuevo Brahma (el creador de los mundos).

– Una lectura que recomiendo: Adorno, Theodor y Horkheimer, Max. Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos.Trotta. Madrid, 1998.

– Contra el comunismo. El comunismo sería un capitalismo de Estado. Digamos que sería, paradójicamente, un capitalismo hipertrofiado.

– La Humanidad no se habría emancipado gracias a la Ilustración. Todo lo contrario. Asistiríamos, en el siglo XX, a una nueva barbarie. Lo que fallaría es el tipo de razón: la razón ilustrada cuyo objetivo habría sido dominar la naturaleza. Resultado: temor, desencanto. Nunca habría habido menos esperanzas. La naturaleza -incluida la humana- se habría degradado a materia. Creo que cabe recordar que la materia de la que hablan los marxistas es la corpuscular-newtoniana: muerte organizada, administrada, por implacables leyes (omnipotentes y despiadados capataces matemáticos).

– Más resultados: vacío espantoso. Ese vacío, según Horkheimer, se estaría queriendo llenar con cosas como la “astrología, el yoga o el budismo”. En mi opinión, sería justamente lo contrario: el vacío es siempre sacro, siempre que se trate de un vacío-silencio radical. El problema es que hay mundos-poesía que terminan por necrosearse: sus bailarinas lógicas [Véase] se presentarían ya como quasicadáveres que convertirían la mente humana en una lúgubre pista de baile. La nada mágica (que es nuestro verdadero ser) se auto-fabrica y se auto-hechiza en infiernos. Eso sí: infiernos cuyo fuego es siempre seminal, vivificador: los mundos de estreno, las prodigiosas Creaciones, brotan ahí. Horkheimer mismo parece estar soñando con una razón, nueva, futura, nacida de otra, cruel: una nueva razón que sirva de hábitat paradisíaco para el ser humano.

– Sobre el Yoga. Horkheimer parece haberlo mirado de forma despectiva. Pero el segundo yogasutra de Patañjali dice algo así como que “el Yoga es el control de la mente para que no adopte formas (writtis)”. No cabe una libertad mayor: se apunta a una conciencia que no está finitizada en ninguna estructura. Que se sabe el infinito. Que se sabe soñadora-creadora de todos los mundos posibles. E imposibles.

– “Nostalgia de lo completamente otro”. Lo otro de lo que hay. Sí, Horkheimer, pero… ¿”Lo que hay” estás seguro que coincide con lo que esquematiza tu teoría social? ¿No podría ser “lo que hay” un absolutamente otro de tu teoría social… y de cualquier teoría? En mi opinión, cuando alguien presenta una actitud anti-sistema, acepta previamente un dogmatismo gnoseológico: sé cómo son las cosas -he visto “el sistema”- y lo rechazo. ¿Pero de verdad alguien puede afirmar que ha visto “el sistema”? ¿En qué “sistema” estamos?

– Solidaridad más allá de la clase. Aquí Horkhiemer es grande. El marxismo, en mi opinión, tiene el peligro de ser excepcionalmente clasista. Y, en ocasiones, despiadado con las clases por él demonizadas (una vez instauradas por su propio poetizar). Horkheimer habla de una solidaridad que surge del hecho de que todos los seres humanos deben sufrir y deben morir. Deben…

– Sueño de Horkheimer: un mundo en el que la vida humana sea más hermosa, más libre de dolor… ¿Sería hermosa una vida sin dolor? ¿Daría posibilidades de creación? ¿No era la creatividad algo que sublimaría la libertad humana? [Véase “Tapas”].

– Esperanza. Parece que Horkheimer la tuvo. Dijo que ese mundo en el que él sentía vivir no podía ser la última palabra… “La última palabra…”. Nietzsche exclamó alguna vez: “¡Cuántos dioses son todavía posibles!” Creo que cabría exclamar también: ¡Cuántas palabras -cuántas Poesías- están todavía pendientes de ser creadas… y habitadas!

– Pero creo que Horkheimer me diría que esas nuevas poesías deberían brotar del interior de cada ser humano: nunca venir impuestas por la sociedad. Cabe no obstante algo intermedio: recolectar poesías del huerto lógico de la sociedad. Y plantar ahí poesías nuestras. Para que las consideren otros. Y hacerlo en libertad.

El logos marxista es un modelo de mente. Un mundo entero con sus definiciones del Maligno (el inefable “Capital”). Un cielo platónico donde vivir hechizado.

Un concepto clave del marxismo es el de “explotación”. “Explotación por el poder”. ¿Qué poder? ¿Alguien de verdad sabe dónde está el poder dentro de eso que sean “las sociedades”?

La mayor explotación que yo he conocido es la que ejerce la diosa Vak (la diosa védica de la palabra). No sé quien/qué la gobierna a ella. Pero sí se que puede ser desactivada esa diosa -entera- con la meditación: el silencio radical: el acceso a un nivel de conciencia en el que “sabemos” que somos el infinito. Y que somos lo sacro.

La mayor liberación que puede ofrecerse a la “clase proletaria” es puramente lingüística: ningún ser humano es “proletario”. El verbo ser es una cosa muy seria.

En la escolástica se acuñó una frase decisiva para el que quiera pensar la libertad  en serio: Operari sequitur esse [el actuar es consecuencia del ser, del cómo se es]. Si se define y se programa un “ser” [soy proletario], el actuar queda igualmente definido y programado. Las posibilidades del ser humano quedan arruinadas. La esclavitud se ejerce desde las profundidades metafísicas de nuestra auto-definición (de  nuestra auto-creación).

Aunque cabe considerar la posibilidad de que nos fabriquemos infiernos -lingüísticos incluso- para, desde ahí, sublimar la belleza de los cielos.

¿Quién no ha experimentado el sedoso zarpazo de la belleza extrema, súbitamente, en un momento de extremo dolor, de extrema desesperación existencial?

Recuerdo ahora uno de esos zarpazos. Era de noche. El cielo estaba casi blanco de estrellas y mi pecho casi negro. Mi dolor de alma era muy intenso. Hacía viento. Y vi de pronto que las ramas blancas de un abedul se mezclaban con las estrellas blancas. El dolor se sublimó en algo que no sé si denominar “lo sagrado”. Y pensé que por un momento así merecía la pena la existencia del infierno (que era desde donde yo contemplaba aquel cielo).

Los miradores del infierno…

Espero incorporar muy pronto a mi diccionario filosófico las palabras “cielo” e “infierno”.

David López

 

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Nueva crítica literaria

 

 

 

José María Ruiz Soroa ante el misterio de la Democracia

 

No existen unos entes reales que se correspondan con lo que llamamos “pueblo”, “soberanía” o demos. Lo dice José María Ruiz Soroa en un libro que lleva por título El esencialismo democrático (Trotta-Fundación Alfonso Martín Escudero, Madrid, 2010).

¿Qué es entonces eso de la “democracia”? ¿No es precisamente la soberanía del pueblo el principio fundamental de la democracia? José María Ruiz Soroa afirma que no: que la democracia es algo mucho más complejo.

En la introducción de esta obra encontramos una extensa presentación de las tesis que se desarrollan en sus siete capítulos, algunos de los cuales ya han sido publicados por el autor de forma independiente. Quizás la tesis fundamental esté expresada en estas frases (p. 21):

La búsqueda y el encuentro de la verdad o la regla última del sistema reduce la complejidad de la sociedad de una manera inadmisible, que desconoce tanto su pluralismo como los efectos de la contingencia y la historia sobre esa sociedad.

Y la inadmisible simplicidad contra la que parece luchar esta obra estaría representada por una corriente de pensamiento que se habría desarrollado en los últimos veinte años. Esta corriente es la que habría quedado designada con la expresión “esencialismo democrático”. ¿En qué creería esa corriente?

Democracia es, para esta corriente de pensamiento, ante todo y sobre todo, el gobierno de los ciudadanos sobre los ciudadanos, o del pueblo sobre el pueblo en términos más clásicos.

Pero ya hemos visto que, según José María Ruiz Soroa, el pueblo no existe. ¿Quién tiene entonces el poder en una democracia? (Si es que llegamos a saber qué es en realidad eso de “democracia”). Esta obra dedica muchas y lúcidas páginas al misterio del poder, de la “soberanía”. ¿A quién corresponde la soberanía? ¿Al pueblo? ¡Pero si el pueblo no existe!

[…] sería necesario que la misma limpieza de ideas metafísicas que efectuó el filósofo prusiano [Kant] con las ideas de razón en su momento, la llevara hoy alguien a cabo, de nuevo, con conceptos como “soberanía”, “pueblo democracia” y similares. Porque, como sucedía con las ideas de razón kantianas, si bien tienen algún buen uso como prudentes y cautelosas “ideas reguladoras”, son ficciones plenamente inútiles si intentamos darles un uso trascendente, si creemos que representan una verdad objetiva, o si nos enredamos en sus derivaciones lógicas.

¿Y qué hay de verdad? ¿Qué no es una simple idea de razón? Este libro, en su base, parece responder que lo que hay es gente. Personas. Y ahí estaría todo lo divino. Una divinidad, por cierto, muy vulnerable, pero que merece la pena cuidar, más que a nada.

Hay un capítulo en esta obra de José María Ruiz Soroa que se ocupa específicamente del misterio –y del peligro- del poder político. Es el sexto. En él leemos lo siguiente:

Cuando la reclamación soberanista se ha convertido en un mantra y un tótem políticos, y así ha sucedido ciertamente en España, se hace necesario revisitar este añejo y perenne concepto. ¿De qué estamos hablando? ¿Por qué cosa estamos peleando? Porque bien podría suceder, y ésta es la conclusión que aquí se defenderá, que se esté haciendo objeto de pasión política un concepto vacío, que se esté dando nueva vida algo que, en puridad, estaba ya fenecido (p. 137).

Soberanía. El tema es crucial, pues se trata de legitimar el poder. ¿Quién debe tenerlo? ¿Un monarca que lo recibe de Dios? ¿El Estado? ¿El Pueblo? ¿Los ciudadanos? Pero los ciudadanos son muchos y necesitan representantes. ¿Cabe hablar de una voluntad de los ciudadanos –como organismo- expresada en las urnas?

Según José María Ruiz Soroa, el problema no es determinar cuál es el sujeto que debe detentar el poder, sino el hecho mismo de que se quiera otorgar ese poder de forma absoluta a un sujeto ficticio como, por ejemplo, el “pueblo”. Y afirma (pp. 147-148):

En el Estado moderno los gobiernos tienen infinitamente más poder que los antiguos príncipes, pero también los ciudadanos tienen más poder que los antiguos súbditos. El Gobierno central tiene más poder, pero también tiene más poder el regional, el municipal, el judicial, y así sucesivamente. Y ello se debe a que el poder no es una sustancia ni un depósito limitado de algo que se reparte, sino una pura relación.
[…] lo que ha pasado es que ha desaparecido la soberanía si la entendemos como poder absoluto. Si se quiere expresar descriptivamente, la soberanía se ha desagregado y lo único que existen en la realidad del sistema político son diferentes órganos y diferentes grupos que son soberanos para tomar ciertas y concretas decisiones: todos son soberanos, pero ninguno lo es ya en sentido clásico. Lo cual, enfocado desde otro punto de vista, nos lleva a descubrir que la única soberana es la Constitución misma, que no precisa entes fantasmagóricos exteriores a sí misma que la soporten.

¿Hemos llegado al poder máximo de las sociedades democráticas actuales? ¿Quién ha creado a esas diosas de palabras tan poderosísimas? ¿De dónde han salido? ¿No son también ellas un poco fantasmagóricas?

El entramado de normas en que vivimos no lo ha creado nadie, ni se soporta sobre la voluntad única de nadie. Eso son martingalas teológicas. Han surgido de un proceso sociohistórico largo y complejo, y se sostienen por su propio éxito y su aceptación social generalizada (pp. 148.149).

El poder. Un concepto crucial que siempre ha fascinado a los pensadores. Los cientistas creen que todo lo que ocurre en el mundo –todo, incluidos los cerebros de los parlamentarios y de los jueces- está regido por unas diosas ubicuas, invisibles, matemáticas que, según este credo, en realidad forman parte de una sola divinidad omnipotente: la teoría M: una divinidad que todavía no se ha revelado.

La metafísica implícita en esta obra de José María Ruiz Soroa estaría sosteniendo que una parte del universo –la humanidad- se habría autoproporcionado leyes -¿en libertad?- para… ¿para qué? ¿Cuál sería el beneficiario o el perjudicado por esas leyes? El ser humano. Esa porción insólita de materia. Parece que la existencia de este ser no es cuestionada por el autor de El esencialismo democrático. De hecho, en la página 144 se habla de la nación como “ente ficticio que es distinto del pueblo como conjunto de seres individuales reales”.

La lectura de esta obra nos abisma en el misterio de la democracia: algo que no podemos ver, una poderosísima existencia sin esencia (como algunos escolásticos definieron a Dios). La democracia –José María Ruiz Soroa utiliza también la palabra “sistema”-: una especie de matriz invisible que proporciona poder –o no- a los seres humanos individuales. ¿De dónde saca ese poder el sistema? ¿Poder para qué? ¿Poder para reconfigurar la estructura de lo que hay, para crear, para influir en el comportamiento de otros seres humanos? ¿Un poder ejercido con libertad? ¿Un poder para sublimar el sistema democrático? ¿Hasta dónde? ¿Hasta un paraíso social donde el ser humano pueda desarrollarse en plenitud?

¿El “sistema” nos puede proporcionar un paraíso tan fabuloso? No hay forma de huir de la Teología: la ciencia que estudia el poder. Pero en serio.

Esta obra de José María Ruiz Soroa es sin duda seria, está muy bien escrita y aporta ideas de enorme interés para entender las sociedades modernas (en especial la española con sus tensiones secesionistas). Pero de ahí no pasa. Es una buena obra sobre Política. Y no traspasa los límites de la polis. Por eso, cuando habla de poder, no puede profundizar demasiado. Ni debe quizás. Los teóricos de la Política proporcionan no solo descripciones de nuestras sociedades, sino sobre todo ideas: ideas que nos muevan como imanes hacia formas de vivir en colectividades fértiles.

El esencialismo democrático es un libro repleto de ideas que, en mi opinión, pueden aumentar la lucidez de nuestra conciencia política. Sea bienvenida.

 

David López

Sotosalbos, 15 de septiembre de 2011.