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Las bailarinas lógicas: “Sueño”.

 

Dicken´s Dream. Robert William Buss

Soñamos.

Es prodigioso el mero hecho de que algo así llegue a ocurrir, a ser siquiera posible.

Filósofo es aquel que no se acostumbra a lo prodigioso: aquel que no se acostumbra a lo que hay. Porque, finalmente, es incapaz de abarcar lo que hay en palabra alguna, en sistema alguno. 

En las notas que siguen expondré algunas reflexiones que, según creo ahora, se encaminan hacia una desactivación de los universales “Sueño” y “Vida” [Véase “Universalia“], y, quizás, a su sustitución por un neologismo que sería algo así como “Omni-vida”, entendiendo que no existe diferencia ontológica entre los distintos ‘lugares’ o ‘mundos’ en los que entramos y salimos a lo largo del tiempo infinito — y dentro del espacio, infinito también — de nuestra mente.

La experiencia total. ¿Cuáles son los límites de la vida? ¿Cuánto se vive en una vida; si incluimos todo lo que se sueña en ella? ¿Cuántos cómputos de tiempo? ¿Cuántas tramas? ¿Cuántas personas se es en el gran teatro de nuestra mente (o de nuestro “cerebro”, si se quiere soñar en red con los neurofisiólogos)? [Véase “Cerebro”].

La vida es sueño. Sí. Pero, ¿qué es eso de “la vida”? ¿Cómo jerarquizar los distintos mundos en los que entramos y de los que salimos? ¿Desde dónde estoy exponiendo estas preguntas? ¿Desde un sueño? 

Creo que sería más apropiado decir que el sueño es vida. Y eliminar eso de “solo fue un sueño”. Creo que un sueño es algo grande.

¿Podemos — como aseguran, entre otros, los budistas — despertar alguna vez, pero del todo? ¿Morir es despertar a otro sueño más ‘real’, más ‘de verdad’, que este en el que ahora escribo, y en el que tú, querido lector, me lees?

Algunos taoístas aseguran que somos — los seres humanos y sus mundos — el sueño de una mariposa: el sueño de algo que goza de una ligereza infinita. El sueño de una Nada… [Véase “Nada”].

Con ocasión de la bailarina lógica “Materia” [Véase], narro un sueño personal en el que, una vez alcanzada la consciencia de que estaba soñando, me deleité contemplando la materia onírica de unos árboles de mi infancia; e incluso sintiendo en mi piel una brisa ‘imaginaria’ que provocó en mí un estallido de belleza extrema. La noche 24 de mayo de 2011 tuve un sueño similar. También lúcido. Así lo recuerdo ahora:

Estoy en una casa que se supone que es la mía. Hay bastante gente dentro y también en el jardín. Entre esa gente están mis familiares más directos. De pronto, me doy cuenta, algo asustado y aturdido, de que esa no es exactamente mi casa. Empiezo a sospechar que estoy soñando. Se lo digo a mi hermano. Él no me cree. Intento convencerle a él y a más gente que ahora no recuerdo. Dudo de si estoy o no soñando. Me decido a hacer la prueba que siempre me funciona: levanto los brazos para echar a volar. Y vuelo. Me consuela saber que he acertado y que estoy en un sueño, lo cual, inmediatamente, me hace tomar consciencia de que tengo un enorme poder de configuración de esa realidad: que puedo hacer con ella casi lo que quiera. Pero recuerdo también, mientras voy volando, que debo mantener la calma y la concentración para no perder el poder. Paso volando junto a las ramas de unos árboles gigantescos. Me detengo, casi en meditación, para contemplar en detalle el prodigio de esa materia onírico-vegetal. Ante ese espectáculo, siento una emoción estético-metafísica realmente gloriosa: estoy contemplando la materia de los sueños.

Sigo mi vuelo y llego a una especie de chalet de montaña, aparentemente deshabitado, muy bello, iluminado con una luz entre verdosa y gris: la luz que nace y muere justo antes de los amaneceres. Veo un cartel con un teléfono. Me pregunto qué pasaría si yo marcara ese número. No lo hago. Me es igual. No me quiero distraer. Lo que me interesa es la contemplación pura de la materia que me envuelve. Sigo volando hacia no sé dónde.

Llego a una casa grande en cuyo tejado hay grandes cristaleras. Veo niños durmiendo. Ellos me descubren. No sé qué decir. Les digo finalmente que soy un ángel, que no se preocupen, que estoy para cuidarles, para que tengan una vida preciosa. Uno de ellos me dice que ya sabe quién soy porque me ha visto en una película. Al resto les doy igual. Entonces se me ocurre animarles a jugar conmigo. Pierdo algo de concentración y de control porque empiezo a sentir apego por esos niños. Me doy cuenta de que tengo que salir de ahí, urgentemente, pero no volando, porque ya he perdido el poder de volar. Salgo corriendo por una escalera grande, como de edificio de lujo en Berlín. Siento angustia. Quiero despertar. Quiero despertar urgentemente.

Pero despierto en otro sueño, y quiero tomar notas en él para aprovechar esas experiencias y poderlas traer a este diccionario filosófico. Hay muchos niños haciendo ruido y soy incapaz de concentrarme. Suena mi móvil. Es un mensaje de voz. Recuerdo de pronto haber soñado un tercer sueño en el que acababa de iniciar una apasionada relación sentimental con una mujer. Una mujer de ojos verdes, muy guapa y muy fea a la vez, que había conocido mientras dejaba una bolsa en el colegio de mi hijo. En el mensaje ella se lamenta de que yo no devolviera sus llamadas. Su voz es angustiosa. Yo sé — en el sueño — que esa mujer formaba parte de otro sueño distinto: un hechizo puntual destinado a diluirse en la nada como un arcoíris moribundo.

Desperté a este sueño desde el que ahora escribo.  Ya dentro de este mundo concreto sentí una mezcla de fascinación metafísica — y física — y también angustia ante la volatilidad de los mundos. Pero, sobre todo, sentí mucha tristeza por aquella mujer de nada que me amaba desde la nada ofreciéndomelo todo.

Los sueños. La vida. El amor…

Antes de exponer mis ideas, creo oportuno mencionar a los siguientes pensadores:

1.- Buda. El despierto. Pero… ¿Para qué despertar? ¿Para no sufrir? Sugiero seguir en la vida sabiendo que se trata de un sueño, de un sueño sagrado. Y ponerse a su servicio: aumentar sus hechizos (Nietzsche).

2.- Kant. Confesó que había despertado del “sueño dogmático” gracias a Hume. ¿Qué es un sueño dogmático? Las bailarinas lógicas (“Causalidad”, “Tiempo”, “Espacio”… y muchas más) hunden en ese sueño. Pero no se puede vivir sin ellas. Porque vivir es soñar. Porque vivir es estar hechizado.

3.- Schopenhauer. Leamos lo que escribió sobre el sueño este poderoso pensador en la primera parte de su obra Parerga y paralipomena (P I, 232-233, según la edición clásica de Arthur Hübscher, revisada por su mujer Angelika, y publicada en Mannheim en 1988):

“[…] en el simple sueño la relación es unilateral, y es que solo un yo verdaderamente quiere y siente, mientras que los demás no lo hacen, pues son fantasmas; por el contrario, en el gran sueño de la vida tiene lugar una relación multilateral, toda vez que no solo uno aparece en el sueño del otro, sino que éste también aparece en el de aquel, de forma que, por medio de una verdadera harmonia praestabilita, cada uno sueña solo aquello que para él es adecuado según su propia guía metafísica, y todos los sueños-vida están entretejidos con una perfección tal, que cada uno experimenta solo lo que le es beneficioso y hace lo que es necesario para los demás […].”

(La traducción es mía. Ofrezco a continuación el texto original en alemán para su cotejo):

“[…] im bloßen Traume das Verhältniß einseitig ist, nämlich nur ein Ich wirklich will und empfindet, während die Uebrigen nichts, als Phantome sind; im großen Traume des Lebens hingegen ein wechselseitiges Verhältniß Statt findet, indem nicht nur der Eine im Traume des Andern, gerade so wie es daselbst nötig ist, figuriert, sondern auch dieser wieder in dem seinigen; so daß, vermöge einer wirklichen harmonia praestabilita, jeder doch nur Das träumt, was ihm, seiner eigenen metaphysischem Lenkung gemäß, angemessen ist, und alle Lebensträume so künstlich in einander geflochten sind, daß Jeder erfährt, was ihm gedeihlich ist und zugleich leistet, was Andern nöthig […]”.

4.- Freud. 1900. Die Traumdeutung. La interpretación de los sueños. El sueño es una necesidad psíquica, una especie de prótesis metafísica, y su interpretación permite sanar… eso que sea “el alma”. Freud, que es un pensador excepcional, está no obstante hechizado  — acunado — por bailarinas como “Ciencia”. Es un ilustrado decimonónico: habla de “los antiguos”, que, en su supuesta ignorancia pre-científica, creyeron que los sueños podrían ser un lugar intervenido por divinidades exteriores, y que en los sueños había mensajes, y que anunciaban el porvenir… Freud escribió su libro sintiendo que no había habido avance desde Artemidoro de Daldis (s. II d. C.). Y considera que la materia de los sueños es la memoria, la cual almacenaría absolutamente todas las experiencias vividas por un ser humano desde su infancia (hasta las más nimias). Objetivo de la interpretación de los sueños: sanar. Utilizar el sueño (su recuerdo) para sacar a “la luz de la razón” (esa diosa exorcista) todo lo reprimido. Así se acabaría, según Freud, con el sufrimiento: volviendo consciente lo inconsciente. Su método consistía en sugerir que fuera el paciente-soñador quien interpretara su propio sueño, dejando que las imágenes salieran sin censura a la purificadora luz “de la razón”. Contra la ciencia de su época, Freud sí creyó que los sueños tenían sentido, pero rechazó el uso de claves interpretativas fijas porque las consideró simple superstición. Finalmente, Freud, en su obra La interpretación de los sueños, confirmó el sentido popular que, según él, siempre consideró los sueños como un espacio para la realización de deseos frustrados en la vida real. Y los “sueños de angustia” serían un fallo del sistema: lo deseado por el inconsciente sería insoportable; y se produciría, sin más, el despertar.

Y estas son mis ideas sobre la palabra “Sueño”:

1.- El sueño/la vida son contenidos de conciencia  — no tengo otras palabras más adecuadas para decirlo. Creo que esos contenidos forman una fabulosa obra de arte que está siendo contemplada por ‘nosotros’ desde un lugar innombrable desde aquí. Esa gran Creación, esa descomunal sinfonía de mundos interconectados, incluye todo lo ‘vivido’ y ‘soñado’ por nosotros.

2.- No morimos porque no vivimos. “Vivir” es una palabra demasiado simple. “Soñar” y “morir” también lo son. Como he adelantado al comienzo de este texto, creo que sería más apropiado decir que “omni-vivimos”: entramos y salimos en y de realidades que nosotros mismos fabricamos desde donde somos Nada (desde donde somos Dios, si se quiere utilizar esta palabra).

3.- Creo que en nuestros sueños  — vida incluida — irrumpen mensajes y seres exteriores. O, mejor dicho quizás:  mensajes que nos mandamos a nosotros mismos desde otros lugares de nuestra conciencia infinita.

4.- Considero que no hay que descartar la posibilidad de que ‘alguien’ nos esté contemplando en este momento, con ternura, como cuando contemplamos a nuestros hijos dormidos. No es tampoco descartable que nos estén amando y cuidando desde donde quizás despertemos al morir.

5.- El sueño dogmático. Este diccionario filosófico muestra el poder narcotizante de las bailarinas lógicas (las palabras/los conceptos/ los universales/las ideas). Creo que todo kosmos noetos, en sentido platónico, es narcótico: todo cosmos es un sueño ordenado. Todo logos, si tiene la fuerza suficiente, sumerge en un profundo sueño dogmático. Kant, gracias a Hume, despertó de un sueño dogmático, pero entró en (y fabricó) muchos otros, todos preparados para causar hechizos en sus fabulosas obras filosóficas.

6.- La interpretación de los sueños. ¿Qué es “interpretar”? ¿Para qué “interpretar”? Unos mundos nutriendo a otros. Pero, ¿desde qué lógica? ¿No es la lógica, también, una alucinación de la mente? Quizás sí. Pero hay que vivir este sueño, este, y merece la pena buscar nutrientes, ideas, hitos, mensajes — lo que sea — en otros mundos. Creo, con Freud, que los sueños están al servicio de nuestra salud, entendiendo “salud” en un sentido ilimitado.

7.- Despertar. Dios se aprieta pero no se ahoga. Todos sabemos en el fondo, que, cuando un sueño (o un vivir en general) se pone demasiado duro, podemos salir de él: podemos diluirlo en la nada del sueño olvidado y reducido a simple materia onírica, a pura irrealidad.

8.- El silencio en el sueño. Los sueños, en general, son ruidosos, desasosegados, como caricaturas de este sueño/vida desde el que ahora escribo. En los sueños, generalmente, se siente muy poco sosiego, y muy poca libertad… ¿Cabe meditar dentro de un sueño?  Yo lo hice, después de saberme soñando en una especie de asamblea de dignatarios religiosos que tenía lugar dentro de lo que parecía una catedral. Fue una experiencia incomunicable ahora. En otra ocasión soñé con un pueblo rodeado por la luz y el silencio.  Todo era demasiado calmado. Demasiado maravilloso. Sentí que no estaba en un sueño ordinario; y me asusté muchísimo porque supe que aquello era la muerte. O algo relacionado con la muerte. Y yo no quería morir. Tenía una preciosa hijita de cuatro años. Elegí entonces  — por amor, por amor puro y duro — regresar a esta vida/sueño (a esta “Omni-vida”), renunciando a las delicias de aquel paraíso rural. Y letal.

9.- Creo que cabría diferenciar entre el sueño pasivo y el sueño activo. El Dios de los monoteísmos, el Dios Creador, antes de crear,  tuvo que soñar activamente (‘imaginar’) su Creación (o ‘ensoñar’ si se prefiere). No cabe pensar una Creación instantánea, no soñada activamente, esto es: no deseada una vez imaginada activamente. No se puede desear algo que no se ve previamente en la imaginación. El sueño pasivo, por su parte, sería una entrada en el fruto de la propia imaginación, con la conciencia autolimitada para percibir lo creado (la ‘realidad’) como algo ajeno objetivo, ‘ahí’. Ese podría ser el sentido mismo de la Creación. Y del mundo. De todos los mundos posibles. 

10.- El paraíso. No descarto su existencia; como sueño perfecto experimentable desde un nivel de conciencia todavía auto-hechizado. El paraíso como materialización de todo lo deseado ‘en vida’: como vivencia total de todo lo soñado (ensoñado) activamente: como último regalo del cerebro para sí mismo (si no se quiere salir del modelo fisicista-cerebralista).

11.- El sueño amado. Recuerdo haber sido arrastrado por cataratas de sueños sucesivos en los que una y otra vez creí que había despertado, por fin, a la verdadera realidad. Pero ninguno de ellos era el sueño amado. Y yo lo sabía. Hasta que regresé a este.

Este.

Mi sueño amado es este: este desde el que escribo, porque en él están seres maravillosos por los que vale la pena asumir los dolores del ignorante (en sentido budista): de ese ‘estúpido’ que -por puro amor- no se desapega de su sueño amado.

Quisiera terminar este texto trayendo de nuevo las palabras de Schopenhauer sobre el sueño. Y es que tienen una fuerza y una belleza descomunales:

“[…] en el simple sueño la relación es unilateral, y es que solo un yo verdaderamente quiere y siente, mientras que los demás no lo hacen, pues son fantasmas; por el contrario, en el gran sueño de la vida tiene lugar una relación multilateral, toda vez que no solo uno aparece en el sueño del otro, sino que éste también aparece en el de aquel, de forma que, por medio de una verdadera harmonia praestabilita, cada uno sueña solo aquello que para él es adecuado según su propia guía metafísica, y todos los sueños-vida están entretejidos con una perfección tal, que cada uno experimenta solo lo que le es beneficioso y hace lo que es necesario para los demás […].”

David López

 

 

 

 

 

 

 

[:]

Las bailarinas lógicas: “Felicidad”.

 

 

 

“Felicidad”. Otra bailarina lógica. Un símbolo que quiere que creamos que existe algo nombrado por él: que existe aunque dicho símbolo no existiera.

¿Qué es la felicidad? La Real Academia define el ámbito de esta palabra así: “Estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien”. ¿De qué bien? ¿Calma? ¿Placer? ¿Es lo mismo la felicidad que el placer? ¿Hay algo que esté por encima de la felicidad? ¿Es buena la felicidad? ¿Es malo el sufrimiento?

Ayer por la mañana llovía en Sotosalbos. Y había poca luz. Pero aun así, la “Materia” parecía preñada de posibilidad, como siempre. Le había prometido a mi hijo Nicolás que íbamos a poner bolas de Navidad en su abedul. Y en el de su hermana Lucía. Todas de color oro. Como el sol que ocultaban las nubes.

Salimos a la calle, lloviendo, casi nevando. Me subí a una escalera y, con las manos embrutecidas por el frío, fui colocando bolas de oro falso en las ramas blancas de los abedules. Nicolás me asistía desde abajo. Con la mirada encendida. Vestido como un explorador del Ártico. Y, de pronto, se encendieron a la vez el sol y todas las bolas de oro que habíamos colocado en los abedules. Y también se encendió algo en mi interior. Una felicidad extrema. Casi insoportable.

Dijo en cierta ocasión Goethe algo así como que el ser humano no soporta una sucesión demasiado larga de días felices. Pero el que ha sufrido y sufre cada día no tiene problemas con la felicidad. La recibe como un regalo de los dioses. La celebra. La observa y la atesora como si fuera un precioso bebé nacido de un parto muy doloroso. Mi visión sobre el sufrimiento creativo (el Tapas hindú) se puede leer [aquí].

La felicidad existe. Y es un fenómeno misterioso y desconcertante. A los pesimistas, por miedo, por debilidad, les gusta minimizar su presencia en “lo real”. El sufrimiento también existe. Creo que no es necesario que, como hizo Schopenhauer, escriba miles de frases para convencer a los dudosos. Pero ambos fenómenos tienen fronteras muy gelatinosas y su hábitat son los sueños. Maya. Nuestra mente. El mundo. Es todo lo mismo.

La historia de las ideas y de las sensaciones está repleta de consejos para ser feliz. Para ser un “sabio feliz”. Al ocuparme de “Apara-Vidya” reivindiqué este tipo de sabiduría, digamos, “para soñadores”, para los que sabemos que estamos soñando pero que no nos importa. Supongo que muchas personas leerán con cierto interés el texto que estoy ahora redactando por si en él apareciese algún nuevo truco para conseguir, por fin, la felicidad… o, al menos, algo menos de sufrimiento.

Desde un punto de vista metafísico la pregunta crucial es si somos o no libres para escuchar consejos sobre la felicidad y para aplicarlos a nuestras “vidas”. Recomiendo leer “Libertad”. Si, como afirman gran parte de los físicos [Véase “Física”], todo está determinado por leyes matemáticas implacables, lo que ocurrirá a continuación es que yo voy a escribir exactamente lo que permitan esas leyes, las cuales tendrían tomada la estructura y el funcionamiento de mi cerebro. Y no solo eso, sino que el lector leerá y hará exactamente lo que permitan -lo que tengan “previsto”- esas mismas leyes. Así, finalmente, tanto los consejos para ser más felices -más sabios si se quiere- como las posibilidades de aplicación de esos consejos estarán ocurriendo mecánicamente. Se será o no feliz mecánicamente, algorítmicamente. En cualquier caso, habría que sentirse maravillado por lo que esas leyes son capaces de hacer con eso de la “materia”, pues gracias a su fuerza, a su autoridad, gracias al baile que consiguen que se produzca en el Ser -en “lo que hay”-, ocurren cosas como la sonrisa que alumbra estas frases.

Yo sostendré que sí somos libres para configurar un paraíso en el cosmos en el que estamos soñando. Y que somos algo así como magos capaces de reconfigurar, en cualquier momento, la textura de nuestro sueño (de nuestra vida). Y desde esa libertad -absurda lógicamente- me atreveré a compartir mis trucos para la felicidad, uno de los cuales es considerar el sufrimiento como una prodigiosa factoría de paraísos. Yo lo compruebo cada día.

Antes de exponer mis propias ideas sobre esa bailarina lógica llamada “Felicidad”, creo oportuno hacer un recorrido, aunque sea casi telegráfico, por los siguientes temas (no debemos olvidar que esto es un diccionario filosófico, por muy expresionista que se muestre en ocasiones):

1.- Buda: la vida es sufrimiento. Y el sufrimiento es malo. Hay que erradicarlo erradicando el deseo. Yo discrepo con la primera premisa del budismo. La vida es mucho más compleja y desbordante que lo que esa palabra -“sufrimiento”- puede llegar a abarcar nunca. En cualquier caso, creo que huir de sufrimiento afea la vida. Y la muerte.

2.- Heráclito: “Que a los hombres les suceda cuanto quieren no es lo mejor”. Ha habido muchas afirmaciones similares a lo largo de la historia del pensamiento. Cabría sospechar que hubiera una mano que guía nuestra vida mejor que lo que lo harían nuestras rabietas. Y que la guía hacia algo que no podemos ni imaginar (¿por lo maravilloso que va a ser?). Escuchemos de nuevo a Heráclito “el oscuro”: “A los hombres, tras la muerte, les esperan cosas que ni esperan ni imaginan”. Yo creo que eso está ya ahora. Que estamos ya en algo inimaginable. Sigo recomendando la edición comentada de Alberto Bernabé de los siempre sorprendentes “Fragmentos presocráticos” (Alianza Editorial, Madrid, 1988).

3.- Platón. Creo que merece acercarse a las ideas de este gran poeta desde una obra de Beatriz Bossi: Saber gozar (Trotta, Madrid, 2008). La idea clave que se expone en este libro sería que, según Platón (Sócrates) el sabio es un hedonista, un experto en placeres y que, como tal, sabe cómo conseguir una perfecta armonía entre placeres para que ninguno de ellos se convierta, paradójicamente, en una fábrica de sufrimiento. Mi crítica sobre esta interesante obra se puede encontrar en “Críticas literarias” [Véase aquí].

4.- Epicuro. Creo que para acercarse al pensamiento de este filósofo del placer puede ser de gran utilidad -y puede proporcionar gran placer- esta obra de Anthony A. Long: La filosofía helenística (Alianza universidad, Madrid, 1977). También me parece recomendable Epicuro, de Carlos García Gual (Alianza, Madrid, 2002). Y, por supuesto, Defensa de Epicuro contra la común opinión, de Francisco de Quevedo (Tecnos, Madrid, 2001). Epicuro (341-271 a. C.) quiso crear nuevas palabras, nuevas ideas, para evitar el sufrimiento humano. Así, creyó necesario decir -que se dijera, que se pensara- que los dioses no influyen ni en la Naturaleza ni en los asuntos humanos (así se acabaría con el sufrimiento derivado del miedo a los caprichos de esos seres). También creyó necesario que se dijera -que se pensase- que no hay nada experimentable por eso que sea el ser humano más allá de la muerte de su cuerpo físico. De esta forma creyó Epicuro que se acabaría la angustia por un juicio final que determinara si se ingresa o no en el infierno: que se alcanzaría el más preciado de todos los bienes: la paz mental.  Se podría decir, desde Maturana quizás, que Epicuro, como cualquier otra fuente de “palabras” -de Logos- sería un órgano al servicio del sistema viviente que nutre nuestros cerebros -las cajas de nuestros mundos_. [Véase “Cerebro”]. Epicuro generó las ideas que él creyó más útiles para alcanzar la felicidad, para evitar el miedo. Quizás cabría encontrar aquí la razón de que muchos físicos rechacen con tanta contundencia -e irracionalidad- la posibilidad de más experiencias tras la muerte del cuerpo físico y, sobre todo, que existan seres poderosos -dioses- detrás del baile de lo fenoménico.

5.- Schopenhauer. El mundo, la vida humana, y la de todos los seres de la naturaleza, es sufrimiento. Hay que dejar de querer para que este mundo se diluya. Lo curioso en Schopenhauer es que dedicara tantas páginas de su obra capital (El mundo como voluntad y representación) a dejar claro que este mundo es un horror, por mucho que queramos afirmar que hay niños en él que sonríen. Parecería, por lo tanto, que la cosa no está tan clara. Es el problema de los pesimistas, y de los optimistas también: no soportan la complejidad infinita que nos envuelve y que nos nutre. Y que nos mata. La complejidad infinita que, en realidad, constituye nuestro verdadero ser.

6.- Nietzsche. “Nos aspiro a la felicidad. Aspiro a mi obra”. Quizás esta frase podría provenir del Artista Primordial. Dios si se quiere. Un ser que, disponiendo ya de la felicidad infinita, decide, sorprendentemente, crear un mundo y meterse en él. Y crucificarse en él. Nietzsche quizás sea de los filósofos que más han sacralizado el sufrimiento: que más han sabido ver sus posibilidades alquímicas.

7.- Freud. No debería renunciarse al placer de leer este libro: La interpretación de los sueños (Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1983). Los sueños tienen una función terapéutica. Cabría decir que la vida sería el sumatorio de “realidades” que se armonizan en eso que sea nuestra conciencia. Cabría decir también que la felicidad está garantizada en el producto onírico final. ¿Qué sentirá quien esté soñando y viviendo todo a la vez?

Procedo ahora a exponer algunas ideas. Las voy a transcribir directamente, tal y como están en un cuaderno que me ha acompañado estos días de prodigio (un fin de semana con mis hijos, con el fuego encendido, rodeado de nieblas, fresnos y abedules con soles de plástico):

1.- No sé muy bien qué es exactamente eso de la “felicidad”. Yo puedo dar cuenta de momentos en los que se produce una especie de chasquido estructural: un sonido que parece provenir de las profundidades del Ser, un “Sí” que tiene fuerza suficiente como para embellecer todo lo vivido hasta ese momento. Sugiero la lectura de “Aufhebung”. Creo que hay momentos que tienen una textura arquitectónica prodigiosa. Y que hay que celebrarlos. Religiosamente. También creo que hay que celebrar los momentos en los que se está en el andamio, sufriendo, fabricando esos momentos prodigiosos: el “chasquido”.

2.- Creo -a pesar de la insostenibilidad lógica de la libertad en el mundo donde gobierna la lógica- que somos magos: ingenieros de nuestro propio sueño: los creadores de nuestro propio Maya. Y que podemos hacer cosas sorprendentes. No sólo cabe ser feliz aquí dentro, sino que cabe “felicitar” a los demas; esto es: insuflar no sé qué en la textura de los instantes en los que vamos entrando para que las demás personas reciban ese no sé qué y sientan una dulzura inesperada en la textura de sus respectivos sueños. Cabe embellecer mucho el sueño ajeno. Cabe amar.

3.- La vida es una experiencia impresionante. Una obra de arte que deja sin palabras a los artistas que viven entre sus óleos. La vida es una tempestad de armonías, un abrazo apasionado entre luces y sombras, dolor y placer, sabiduría y estupidez. No querer sufrir es no querer vivir. El que tiene fe -el que confía en lo real, en lo real en su totalidad, en su infinitud- no tiene miedo al sufrimiento, ni tiene miedo siquiera al miedo, ni al deseo: el que tiene fe se siente amado y asistido, en todo momento, por el infinito: Dios se aprieta, pero no se ahoga. Recordemos los momentos en los que, en un sueño, ya no resistimos más la hostilidad que nos rodea, y de pronto nos sabemos poseedores de un gran secreto: que cabe salirse del infierno, despertar… bueno, despertar no, sino cambiar de sueño. Seguir soñando, seguir disfrutando de la creatividad de Dios.

4.- Creo, no obstante lo afirmado antes, que cabe aplicar la inteligencia -la prudencia del sabio socrático, o del confuciano, o del que sea- a la vida. Creo que con algunos trucos la vida puede ser hermosa, que el sabio, efectivamente, sabe cómo ser feliz aquí dentro.

5.- El consejo para ser feliz que me parece más útil es el siguiente: autarquía: que tu felicidad no dependa de nadie: sé feliz amando, dando, sin pedir nada a cambio, sin sacar después la cuenta. El amor, aunque sea una palabra que produzca algo de agotamiento, y que empalague -a mí a veces mucho-, es decisivo para la felicidad. Quien no ama está como condenado en vida. La gente infeliz que me rodea tiene grandes problemas para dar amor. O lo da sintiendo que está siendo demasiado generoso. También veo que tienen muchos problemas con la felicidad los que se creen muy buenos y los que ya se sienten en alguna verdad absoluta: desde sus casitas de chocolate lógico ven el mundo lleno de pecadores, de ignorantes, de malos, etc… Un mundo muy feorro y amenazante, un mundo “impuro” del que ellos quieren salir: un mundo que ya no tiene el olor a eterna primavera que había en el paraíso, esa forma de mente en la que todavía no había “conceptos”. Chantal Maillard habló alguna vez de un charquito al que se asomó de pequeña, en Bélgica, y su anhelo de regresar a aquel paraíso pre-conceptual. Sugiero la lectura de la crítica que hice de su libro Adios a la India [Véase “Críticas literarias”].

Los soles que se encendieron ayer en el cielo, en los abedules y en los ojos de mi hijo  no pueden ser ignorados por la Filosofía. Son un misterio absoluto. Un exceso de belleza que parece forzar cualquier modelo lógico. La felicidad es un misterio absoluto. Pero yo no sentí sólo felicidad en aquel momento.

Había algo más.

Algo que espero tocar algún día con las manos de mis frases.

David López

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