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Las bailarinas lógicas : “Logos”.

 

 

Ayer, justo antes de dormirme, miré hacia los árboles, las algas lógicas y las estrellas que rodeaban mi casa.

El viento sacudía con fuerza las formas de las cosas, como si quisiera liberarlas de sus nombres.

Acababa de dar un paseo –otro más- por las frases que Guthrie dedicó a Heráclito en su majestuosa Historia de la filosofía griega[1]. Poco antes había paseado por un libro, sólido y luminoso, de Alberto Bernabé: De Tales a Demócrito (Fragmentos presocráticos)[2]. Y también allí había repensado lo pensado por Heráclito.

Heráclito el oscuro: el profeta del fuego lógico.

Este “filósofo” griego afirmó que se había investigado a sí mismo. Y que este “orden del mundo, el mismo para todos, no lo hizo Dios ni hombre alguno, sino que fue siempre, es y será; fuego siempre vivo, prendido según medidas y apagado según medidas”.

Fuego finitizado, ordenado… ordenador.

A ese orden, a ese fuego lógico, a ese Dios que “no quiere y quiere verse llamado con el nombre Zeus”, se le ha llamado también Logos.

Logos: palabra, razón de ser de todo lo que se presenta, lo dicho, lo pensado en el pensar y el pensar mismo, el hijo de Dios y Dios al mismo tiempo…

El sistema lingüístico… Matrix.

En este texto voy a tratar de asomarme a esta palabra –Logos- desde la propia palabra. Desde dentro. ¿Cómo asomarse desde dentro a un cosmos?

Está claro que voy a fracasar. Pero quizás sea capaz de compartir mi reverencia, mi sobrecogimiento, ante las bailarinas de fuego.

¿O es una sola que las agrupa todas? ¿Es una bailarina que integra en un cuerpo monstruoso el cuerpo de todas las bailarinas lógicas que podamos imaginar? Dijo Orígenes que el Logos es la idea de todas las ideas.

A continuación ofrezco algo de orden sobre lo que soy capaz de pensar y sentir con ocasión de ese Gran Fuego ordenador que sería el Logos:

1.- El Logos, pensado como totalidad lógica (como sistema), como fuego único (razón única) del mundo, otorga forma –realidad- a un cosmos y regula sus posibilidades de cambio. Un logos es una forma entre las infinitas posibles de encadenar conceptos (formas de mente): es un baile en definitiva: o una sucesión de modelos de conexión neuronal.

2.- El logos sería algo así como la música de fondo (eterna e inmutable según Heráclito y muchos otros) que establece las coreografías posibles (los movimientos posibles) en un determinado cosmos: en una determinada finitud. Esas coreografías posibles, no obstante, generan un infinito dentro de la finitud (me remito a la presentación de mi conferencia sobre el infinito). La música del Logos, ese dictado permanente, suena en el infinito: le permite finitizarse, ser algo en la nada mágica (por arte de magia).

3.- El logos –la Palabra/El Verbo- es Dios en cuanto que es creadora, conservadora y destructora de mundos (recordemos la trinidad hindú). Pero no es omnipotente porque puede ser desactivado por la magia del silencio.

4.- Ya he afirmado en otros textos que, en mi opinión, somos Magos. Desde este análisis del concepto “Logos”, siento que somos Magos lógicos, en el sentido de que podemos entrar con las manos de nuestras frases en la maquinaria configuradora de mundos que hay en las mentes de los que nos escuchan. Por eso considero que el acto de hablar es sagrado. Cada frase que emitimos debe considerarse algo sagrado.

5.- El silencio desintegra los mundos, los devuelve al pecho lógico de eso que es el fondo de todo: nuestro verdadero yo; que no es un yo, ni es Dios: es una Nada donde “sentimos” que estamos en nuestro verdadero ser: libre, omnipotente, eterno: creador de infinitos Logos… de infinitos modelos de fuego lógico.

Esta noche el viento no ha parado de rugir bajo las estrellas y sobre la fría tierra de Segovia. No ha parado de poner a prueba la solidez lógica del mundo (de mi mundo). De hecho, aturdido por el ruido, he tenido sueños viscosos, absurdos, dolorosos, donde yo no recordaba la solidez cósmica que había abandonado al entrar en mi cama: nadaba en un océano donde era imposible hacer pie.

Al despertar –al hacer pie, o al creerme que lo hacía- he comprobado que todo seguía ahí: los árboles, el invierno, los libros, los vínculos anímicos con mis seres queridos.

Vak –la Palabra, la diosa del orden- me ha sonreído. Y yo a ella. Gracias querida amiga.

El amor a mi mundo me impide perdirle al Logos, por el momento, que se retire: que deje mi conciencia abierta al Silencio radical de Dios (del Dios metalógico): que se aparte para que yo pueda arder, ya, en lo que San Juan de la Cruz denominó “Llama de amor viva”.

Por el momento prefiero arder –dionisíaca pero cosmizadamente- en esa llama de lógica viva a que se refería Heráclito.

Prefiero arder, todavía, en la Palabra.

En el Logos: ese fuego legaliforme: letal y cordial a la vez.

David López

[1] W.K.C. Guthrie: Historia de la filosofía griega (seis volúmenes), Gredos, Madrid, 1984.

[2] Alberto Bernabé: De Tales a Demócrito (Fragmentos presocráticos), Alianza editorial,  Madrid, 1988.

[3] Wendy Doniger: The Rig Veda, Penguin Books, London, 1981.

 

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