Archivo de la etiqueta: Marcuse

Pensadores vivos: Antonio Damasio

 

 

Hace un mes tuve la ocasión de charlar con un neurocirujano español, joven, inteligente. Me dijo que después de mucho operar cerebros no había visto el alma. Se me ocurrió sugerirle que tampoco habría visto materia. La materia no se ve. La materia es una palabra que pretende designar algo que nadie sabe lo que es. Y, además, eso que los físicos entienden hoy por “materia” supera con mucho lo que muchos teístas entienden por “Dios”. La materia sería hoy más poderosa, mágica, profunda, incomprensible, desconcertante y fascinante de lo muchos grandes pensadores fueron nunca capaces de pensar cuando creían estar pensado en Dios. [Véase aquí mi bailarina lógica “Materia”].

Cerebro. Materia. Dios.

Antonio Damasio (Lisboa, 1944) es un médico. Hemos de suponer (desde Paracelso) que se trata de un ser humano al que le mueve un especial amor hacia el ser humano, que lucha por la felicidad de este animal tan singular, que combate su dolor. Obtuvo Antonio Damasio su doctorado, junto con su mujer Hanna, en la universidad de Lisboa. En 1974 recibió la pareja el encargo de crear un departamento de investigación en la Nueva Universidad de Lisboa, pero no pudieron seguir adelante con este proyecto por falta de financiación. Recordemos a Marcuse [Véase] señalando que el capitalismo (indestructible) debe ponerse al servicio de proyectos culturales, elevadores. El dinero puede ser magia. El caso es que Antonio Damasio y su mujer Hanna emigraron a los EE.UU. En concreto a la universidad de Iowa (1976-2005). Y desde 2005 es Antonio Damasio profesor de neurología y psicología en la University of Southern California. Allí dirige el Brain and Creativity Institute.

¿Puede una porción de la materia ser creativa? ¿Cómo es eso posible? ¿Puede saltarse esa ley unificada que parece tenerlo todo tomado y crear, libremente, algo no previsto por esa ley radical?

La obra de Antonio Damasio que intentaré analizar en este artículo lleva por título El error de Descartes. He utilizado la edición de bolsillo de Crítica (Barcelona, 2003; traducción de Juandomènec Ros). Las citas se referirán siempre a esta edición.

El título de esta obra lo justifica Antonio Damasio porque considera que Descartes creó un error cuyas consecuencias todavía se están padeciendo, incluso entre los modernos investigadores del cerebro. Descartes, según Damasio, proclamó un dualismo que no corresponde con la realidad: el dualismo cuerpo-mente. El cuerpo sería pura materia (lugar sin vida, sin alma, esquematizable matemáticamente). Y la mente (o alma, o esencia eterna, inespacial e intemporal del ser humano) sería el lugar del pensamiento, de la razón.

Yo tengo la sensación (acrecentada a partir de mi re-lectura de Damasio) de que eso que ahora los científicos llaman “materia” supera en magia, sacralidad y “espiritualidad” eso que Descartes llamaba “mente”.

Y desde Damasio, desde su Poesía científica, brota una deliciosa sacralización del ser humano como finito, delicadísimo, casi delicuescente prodigio en el todo matemáticamente ordenado -pero también puntualmente emocionado- que es para él el universo (el cosmos):

“Sin embargo, la mente completamente integrada en el cuerpo que yo concibo no renuncia a sus niveles de operación más refinados, los que constituyen su alma y su espíritu. Desde mi perspectiva, es sólo que alma y espíritu, con toda su dignidad y escala humanas, son ahora estados complejos y únicos de un organismo. Quizás la cosa más indispensable que podemos hacer como seres humanos, cada día de nuestra vida, es recordarnos a nosotros mismos y a los demás como seres complejos, frágiles, finitos y únicos. Y esta es, desde luego, la tarea difícil: desplazar el espíritu de su pedestal en ninguna parte hasta un lugar concreto, al tiempo que se conserva su dignidad y su importancia: reconocer su humilde origen y su vulnerabilidad, pero seguir dirigiendo una llamada a su gobierno” (pp. 231-232).

Hemos brotado por tanto de “la humilde materia”. ¿Por qué humilde? ¿No es eso un eco del dualismo (al menos jerárquico- que se quiere erradicar? Veo ecos del Samkya indio: Prakriti y Purusa. El Purusa sería nuestro verdadero ser, lo grande, lo puro, caído misteriosamente en la Prakriti: el mundo material, engañoso, corruptible, no puro. Quizás podemos pensar que esas “materias” o “mundos” en los que nos perdemos no son sino las narraciones-mundos que en las que nos cobijamos para no desintegrarnos en la belleza extrema de lo que en realidad hay.

“Humilde materia”. Cerebro. Sugiero la lectura de  esta bailarina lógica desde [Aquí].

Pero volvamos al pensamiento de Damasio. Ofrezco a continuación algunos otros momentos de su obra El error de Descartes:

1.- Los sentimientos como resultado de la actividad de sistemas cerebrales. Suena frío, hiper-materialista. Pero Damasio sublima esa presunta frialdad así: “Descubrir que un determinado sentimiento depende de la actividad de varios sistemas cerebrales específicos que interactúan con varios órganos del cuerpo no disminuye la condición de dicho sentimiento en tanto que fenómeno humano. Ni la angustia ni la exaltación que el amor o el arte pueden proporcionar resultan devaluadas al conocer algunos de los innumerables procesos biológicos que los hacen tal como son. Precisamente, debería ser al revés: nuestra capacidad de maravillarnos debería aumentar ante los intrincados mecanismos que hacen que tal magia sea posible. Los sentimientos forman la base de lo que los seres humanos han descrito durante milenios como el alma o el espíritu humanos” (p.13). Sí, Antonio Damasio: nos maravillamos ante lo que la palabra puede llegar a decir. No sabemos qué son lo sentimientos, ni el alma, ni eso de los “mecanismos”. Pero es igual: estamos maravillados. Y ese es el sentido de la existencia.

2.- Mente/cerebro. “[…] el cuerpo, tal como está representado en el cerebro, puede constituir el marco de referencia indispensable para los procesos neurales que experimentamos como mente; que nuestro mismo organismo, y no alguna realidad externa absoluta, es utilizado como referencia de base para las interpretaciones que hacemos del mundo que nos rodea y para la interpretación del sentido de subjetividad siempre presente que es parte esencial de nuestras experiencias; que nuestros pensamientos más refinados y nuestras mejores acciones, nuestras mayores alegrías y nuestras más profundas penas utilizar el cuerpo como vara de medir” (p. 13). El problema, en mi opinión, reside en que ese “cuerpo” (que hemos de suponer plenamente material desde la narrativa desde la que Damasio esquematiza el infinito) está, por así decirlo, abierto por dentro hacia un “exterior” que puede ser una realidad “absoluta”, más abisal, que el propio Dios: los abismos de la materia.

3.- “¿Cuál fue, pues, el error de Descartes? O, mejor todavía, ¿qué error de Descartes quiero destacar, de manera poco amable y desagradecida? Se podría empezar con una queja, y reprocharle el haber convencido a los biólogos para que adoptaran, hasta el día de hoy, mecanismos de relojería como modelo para los procesos biológicos. Pero esto quizá no sería muy honesto, de modo que podríamos continuar con “Pienso luego existo”. La afirmación, quizás la más famosa de la historia de la filosofía. […] Tomada en sentido literal, la afirmación ilustra precisamente lo contrario de lo que creo que es cierto acerca de los orígenes de la mente y acerca de la relación entre mente y cuerpo. Sugiere que pensar, y la consciencia de pensar, son los sustratos reales del ser. Y puesto que sabemos que Descartes imaginó que el pensar es una actividad muy separada del cuerpo, celebra la separación de la mente, la “cosa pensante” (res cogitans), del cuerpo no pensante, el que tiene extensión y partes mecánicas (res extensa). Pero mucho antes del alba de la humanidad, los seres eran seres. En algún punto de la evolución, comenzó una consciencia elemental. Con esta consciencia elemental vino una mente simple; con una mayor complejidad de a mente vino la posibilidad de pensar y, aun más tarde, de utilizar el lenguaje para comunicar y organizar mejor el pensamiento. Así, pues, para nosotros en el principio fue el ser, y sólo mas tarde fue el pensar. […] Somos, y después pensamos y sólo pensamos en la medida que somos, puesto que el pensamiento está en realidad causado por las estructuras y las operaciones del ser” (p.229).

Es crucial que analicemos con sosiego filosófico estas últimas frases de Antonio Damasio. Y es que ha hablado de “ser”, de lo que en realidad “es”. Y ese ser parece hacerlo equivalente a la narrativa cientista de la que él dispone, una narrativa muy bella, muy eficaz, pero que nunca debe ser confundida con la “realidad en sí”: algo capaz, parece, de sacar de sí mismo modelos sobre sí mismo. Pero podría ser que surgiera un modelo, una teoría, una narrativa sobre eso que ahora llamamos “cuerpo” que fuera absolutamente diferente de la que considera Antonio Damasio.

Si aceptamos esta posibilidad, nos vemos obligados a afirmar que lo que Antonio Damasio entiende por “ser” es el fruto de un pensamiento, no la causa del mismo: el fruto de un pensamiento movido desde no sabemos dónde, por no sabemos qué.

La Filosofía debe contemplar esos misteriosos “seres” que son los modelos científicos: porque ocurren, porque son, porque brotan de no se sabe bien dónde.

Se dice que los cerebros humanos son el lugar de donde brotan los modelos de universo, o de cuerpo, o de árbol. Y se dice también que esos cerebros son materia sometida a las leyes de la Física (quizás a una sola). Sería fabuloso que alguien se atreviera a integrar la aparición de una teoría sobre el universo en un cerebro humano (por tanto en un lugar de la materia) como hecho de esa misma teoría, como suceso previsto por la misma.

La Filosofía se empeña en abrir ventanas en cualquier habitación, por muy confortable y bella que sea; y por muy inquietante (o inexistente) que parezca el exterior. Porque lo que entra desde ahí fuera tiene un olor sublime y un efecto vivificador.

Ese abrir ventanas no impide, creo yo, el estupor maravillado ante las fugaces -y utilísimas- maravillas que va viendo y creando la Ciencia.

David López

 

[Echa un vistazo a mis cursos]

 

Filósofos míticos del mítico siglo XX: Marcuse

 

 

Marcuse (1898-1979).

Creo que su obra Eros y civilización (1953) puede ser relacionada con las metafísicas de Platón y de Schopenhauer. Marcuse, desde los modelos de Marx y de Freud, propuso la creación de una cultura, de una civilización, capaz de sublimar, no reprimir, el Eros: esa pulsión fundamental del “ello” que, según Freud, estaría reprimida por el “super-yo” (la civilización represiva que el individuo humano tiene instalada dentro de su psique gracias a la fuerza de la educación, del terror, etc). Así, cabría afirmar que Marcuse propuso una titánica labor, digamos informática, de programación, de ingeniería psico-social: crear, desde la sociedad, un “super-yo” que permitiera la sublimación del “ello” humano. O, al menos, eliminar todo obstáculo a esa sublimación.

A Marcuse, al menos en Eros y civilización, parece estar convencido de que las sociedades “desarrolladas” sufren un “desorden general”, el cual sería reflejo del desorden individual propiciado por la -social- represión de la pulsión erótica. Y parece asimismo convencido de que la salvación estaría en liberar el Eros, hasta el punto de dejarle traspasar su objeto inmediato (digamos la genitalidad, la sexualidad más “animal”, fría, inconsciente, limitada) hasta llegar a todos los vínculos humanos, a todas las actividades e instituciones humanas.

¿Qué es el Eros?  Deseo, vínculo, arrastre hacia lo deseado… Búsqueda del placer. Busqueda del cielo. Vuelo hacia el cielo. ¿Cabe encontrar más placer en el deseo que en su satisfacción? Creo que sí. De ahí el éxito de los mercados, capaces de venderlo todo, incluida la posibilidad de su propia aniquilación.

Platón. Siempre sorprende la lectura, y la relectura, del discurso de Diotima que aparece en Banquete. El impulso erótico, el ser atraído por lo bello, si es seguido, y si se es capaz de no concentrarlo en un solo ser (como por ejemplo la persona a la que en este momento deseamos) nos elevaría, según Diotima-Platón, hasta la belleza en sí. De alguna forma el erotismo sería un camino de salvación, de elevación, si es seguido (gozado/sufrido) hasta sus últimas consecuencias. Rilke no tendría entonces razón cuando afirmó que la belleza era el comienzo de la tragedia. Desde el Platón de Diotima se podría decir que la belleza, y su erótico poder de arrastre, nos elevarían hasta la condición de dioses (entendidos como los que ya tienen la posesión de la belleza, los que no tienen que buscarla, los que ya disfrutan de la absoluta felicidad, de la plenitud). Diotima-Platón, no obstante, apuntan a una búsqueda de la belleza que transcendería -sin rechazarla, sin ignorarla- la bella forma de los cuerpos, de la carne,  y se adentraría eróticamente en la belleza del alma virtuosa hasta llegar a lo bello en sí. La idea de la Belleza.

¿No será que, en esa ascensión, se llegaría a ver que la belleza en sí es, precisamente, lo que se presenta ubícuamente, si se mira desde la belleza?

Schopenhauer, que leyó con intensidad y lucidez a Platón, ofreció una Física y una Metafísica donde el erotismo es radical. Todo se habría creado, y se estaría moviendo, por puro deseo (“El mundo es mi voluntad” leemos en los primeros párrafos de su obra capital). El erotismo genital en ese mundo schopenhaueriano sería una manifestación (y casi una “epifanía”) del descomunal erotismo metafísico que estaría en el fondo de toda realidad visible. Incluso el pensar, el intelecto, sería para Schopenhauer fruto, marioneta mejor dicho, del impulso erótico. Él llamo a ese impulso “voluntad” (Wille).

Marcuse fue un teórico, un analista, de eso que se ha llamado post-capitalismo. Desde su credo marxista (y desde su judaísmo) presupuso que estamos en una sociedad esclavizante, represiva, capitalista, sí, pero ya carente de proletariado. El proletariado… Esa masa humana inventada por Marx en su juventud, pensada como sufriente en virtud de la explotación y la pobreza, habría alcanzado un bienestar jamás soñado por Marx y, por lo tanto, habría perdido toda capacidad de generar energía revolucionaria. Marcuse pensó que la solución del capitalismo -alienante, represivo- estaría en ponerlo al servicio de fines que transcendieran las necesidades materiales: aumentos de la producción, crecimiento económico, etc., sí, pero dirigidos a sublimar el impuso erótico. En definitiva, creo yo: a aumentar la belleza, la sensación de belleza (no otra cosa es la belleza que un estado de conciencia).

O, quizás, sueña Marcuse con una sociedad que permitiera a los individuos crear belleza, soñarla, compartirla, tocarla con los dedos, sentirla en la piel, del cuerpo y del alma…

Algo sobre su vida

1898 (Berlín)-1979 (Stramberg).

Judío. Fue soldado en la primera guerra mundial. Estudió en Friburgo con Heidegger. Más tarde reconoció que este filósofo filonazi le había enseñado a leer textos.

1933. La victoria electoral y social de los nazis le obliga a huir de Alemania. Se refugia en Suiza y después en USA. En 1940 obtiene la ciudadanía americana. Trabaja para la US Office of Strategic Services (el embrión de la CIA). Realiza trabajos de análisis sobre la situación alemana.

Miembro destacado de la exiliada Escuela de Frankfurt. Amigo y admirador de Horkheimer.

Profesa en las universidades de Columbia, Harvard, Brandeis y California.

En los años sesenta -con setenta años- se convierte algo así como en el padre espiritual de las revueltas sociales (mayo 68). Marcuse nunca creyó que aquello fuera una revolución, pues, según él, no existía ningún sujeto de dicha presunta revolución.

Muere en Berlin, al parecer atendido por Habermas.

Algunos lugares de su pensamiento

1.- Erotización del yo y de la sociedad entera. En Eros y civilización (1955) Marcuse presupone un desequilibrio social vinculado con el desequilibrio de los individuos: “Por tanto, los problemas psicológicos se convierten en problemas políticos: el desorden privado refleja más directamente que antes el desorden de la totalidad, y la curación del desorden general depende más directamente que antes del desorden individual” (P. 19, Ariel, 2010).  Y la única posibilidad de crear orden estaría, según Marcuse, en la liberación del Eros: “Propongo en este libro la noción de una “”sublimación no represiva””: los impulsos sexuales, sin perder su energía erótica, transcienden su objeto inmediato y erotizan las relaciones normalmente no eróticas y antieróticas entre los individuos y entre ellos y su medio ambiente. En un sentido opuesto, uno puede hablar de una “”desublimación represiva””: liberación de la sexualidad en modos y formas que reducen y debilitan la energía erótica” (P. 17). En esta liberación, en esta hipererotización de lo humano, Marcuse incluye el “placer del pensamiento” (Ibíd.) En la introducción a este post he vinculado el Eros marcusiano con el de Platón y el de Schopenhauer. Quisiera ahora señalar que el concepto de “desublimación represiva” del Eros podría estar teniendo lugar en los estereotipados mercados de la pornografía virtual. El individuo liberaría el Eros genital sin que de ese proceso se derivaba una elevación para él y para su sociedad. De alguna forma el proceso erótico presupone sacralización de lo deseado. Y elevación hacia ello. También implicaría desde Platón y desde Marcuse un camino de salvación, de acceso a la libertad, de superación de lo fáctico. Quizás Marcuse esté proponiendo, simplemente, que todo lo hagamos por enamoramiento, por pasión. Que no otra cosa nos mueva como individuos y como sociedad.

2.- Razón y revolución. Hegel y el surgimiento de la teoría social (1941). Se trata de una obra en la que Marcuse evidencia su amor a Hegel. El epílogo, escrito en 1954 (poco antes de la publicación de Eros y civilización), me parece de un interés excepcional. En la primera página de ese epílogo Marcuse afirma que, a pesar de la derrota del fascismo y del nacionalsocialismo, la “libertad está en retirada, tanto en el dominio del pensamiento como en el de la sociedad”. Habría vuelto la esclavitud, una nueva esclavitud, esta vez, paradójicamente, provocada por la productividad, por el éxito del sistema capitalista. Hegel, por su parte, habría sido capaz de ver en “el poder de la negatividad” (en dar un no a cualquier estructura de la realidad social) el elemento fundamental de la vida del Espíritu: rechazo de lo que hay, pues todo estado de cosas sería una “barrera para el progreso llevado a cabo con libertad”. “La Razón es, por esencia, contradicción, oposición, negación, en tanto que la libertad no se haya hecho real”. Marcuse cree que en ese Occidente de la segunda mitad del siglo XX la negatividad se ha perdido. No habría ya clase revolucionaria porque los trabajadores habrían alcanzado un enorme bienestar material que les habría paralizado como sujeto revolucionario: “la mayoría de las clases trabajadoras quedaron convertidas en parte positiva de la sociedad establecida”. ¿Quién es el malo, quién es el opresor, a quién señalar?, le preguntamos a Marcuse. La respuesta podría estar en este enigmático párrafo (que no recuerda a algunos planteamientos de Horkheimer): “Pero, entonces, el desarrollo de la productividad capitalista detuvo el desarrollo de la conciencia revolucionaria. El progreso técnico multiplicó las necesidades y las satisfacciones, en tanto que su utilización convirtió tanto a las necesidades como a las satisfacciones en represivas: ellas mantienen por sí mismas el sometimiento y la dominación”. Estamos por tanto ante seres meta-humanos que nos estarían esclavizando. La última página del epílogo al que estoy haciendo mención especial contiene una frase que me parece de especial transcendencia: “El precondicionamiento de los individuos, su configuración como objetos de administración, parece ser un fenómeno universal. La idea de una forma diferente de Razón y de libertad, contemplada tanto por el idealismo como por el materialismo dialéctico, se presenta de nuevo como utopía. Pero el triunfo de las fuerzas regresivas y retardatarias no invalida la verdad de esta utopía”. He utilizado la traducción de Francisco Rubio Llorente (Alianza Editorial).

3.- Es muy sugerente la visión del arte que ofrece Marcuse. En esa actividad humana, que implica al creador y al contemplador de la creación, el impulso erótico estaría liberado de la represión social sin que por ello la sociedad estuviera amenazada de destrucción. Podría decirse quizás que, según Marcuse, el Arte permitiría compatibilizar la plenitud del hombre y la subsistencia de las sociedades humanas. Arte libre, tendría que ser. Esto es: vuelos imaginativos, hiper-eróticos, hacia los horizontes infinitos de la Belleza. La Filosofía, a mi juicio, presupone ese erotismo no reprimido ni represivo. Es amor, Eros. Prefiere desear la verdad que poseerla. Prefiere el vuelo que la llegada. Por eso es Filo-Sofía y no Sofía. La Filosofía ama. La Sofía (la sabiduría) es amada. Podría decirse que la sabiduría carece de corazón, de carencia.La satisfacción del Eros tiene algo de mortal, como lo tiene un orgasmo: el cielo y la tierra (lo real y lo deseado) se aniquilan entre sí, mueren de placer, abrazados. “Acaba ya si quieres”, le dijo San Juan de la Cruz a Dios en el poema Llama de amor viva.

4.- El hombre unidimensional (1964). Marcuse en esta obra desarrolla la idea de que las “sociedades industriales avanzadas” estarían ejerciendo un sutil totalitarismo, una represión de la libertad humana, mediante la creación de falsas necesidades y la integración del individuo en el sistema de producción y de consumo. Y ese individuo, según Marcuse, tendría un “universo unidimensional”, sería un “hombre unidimensional” con “encefalograma plano”. Dura acusación, duro desprecio, me parece, muy en la línea del ¡pecadores! que ha caracterizado la tradición sacerdotal. Cree Marcuse, además, que ese conformismo ha impedido la crítica social, ineludible, al parecer, según la metafísica hegeliana-marxista, para que ocurra el advenimiento de “la Libertad” (?)

¿Qué contenido tendría la libertad a la que apunta Marcuse? ¿Poder pensar fuera de los límites de lo permitido, de lo útil, de lo que un sistema opresor necesita que sea pensado para su propia perpetuación? El enemigo se ha vuelto muy complejo. Marcuse cree que el capitalismo triunfa oprimiendo, negando la libertad. La libertad… ese sería el punto final de esa odisea del Espíritu de la que parece hablar Marcuse desde Hegel. ¿Quién/qué se libera? ¿Dios mismo?

¿Cómo sería ese hombre libre en tanto que momento final de la dialéctica del Espíritu? ¿Un dios encarnado en su propia obra? Sartre presupuso ya esa libertad infinita en el hombre: presupuso que estamos condenados a la libertad. Que somos libres, lo cual no es insoportable. Marcuse, por el contrario, está inmerso en una narrativa de la esclavitud. Quizás sea durísimo aceptar que no somos esclavos, sino que nos gusta y nos conviene (por pura economía cerebral) creer que lo somos. Quizás sea más económico proyectar siempre fuera de nosotros, de nuestro reino, las causas de nuestras frustraciones. Y de nuestras posibles plenitudes. Véase la “auto-ayuda”, que, paradójicamente, consiste en hacer lo que otro, en un libro a la venta, nos dice que hagamos.

Marcuse ha hablado también de los individuos convertidos en “objetos de administración”. Privados de libertad. Yo hablaría incluso de una auto-privación de la dignidad, de la divinidad para alcanzar la comodidad, la pequeñez. Sobre esta auto-privación reflexiono en un texto de mi tribuna política que puede leerse [Aquí].

En unos meses publicaré un texto sobre el capitalismo, y lo incorporaré a mis bailarinas lógicas. Por el momento, y con ocasión de las ideas de Marcuse, puedo adelantar que ese sistema (?), si es que no se trata de una fantasía teorética, tiene éxito precisamente porque canaliza productivamente el erotismo: el deseo de tener, de poseer, de tocar, lo que no se tiene. Lo otro. Ahí lo decisivo es el dinero: una sustancia mágica (genésica, letal también)  donde lo cuantitativo equivale a lo cualitativo: una sustancia que es nada pero que ofrece posibilidades dentro de sistema que lo ofrece. Las sociedades siempre han sido capitalistas. Todas ellas han estado integradas por focos emisores de cielos accesibles a cambio de dinero, u otra cosa: cielos materiales, o espirituales. Toda sociedad ha excitado el deseo de lo innecesario, aunque quizás lo más necesario para un ser humano sea desear lo innecesario: la ilusión.

Cabría ver toda sociedad (probablemente todas son y han sido “capitalistas”) como un conglomerado de flautistas de Hammelin, de forma que todos estarían hechizando y siendo hechizados con sus capitalistas/consumistas flautas mágicas. El más “manipulador” director de una multinacional del automóvil a su vez estaría hechizado, encendido de deseo, no solo por los publicistas de las empresas de relojes o de zapatos, sino también por la oferta de placer de un vendedor de realidades espirituales (estados alterados de conciencia, sabiduría milenaria, etc). Todo hechizo ubicuo, todo deseo. Eso es Maya. Eso es cualquier sociedad y cualquier mundo.

Cabría llevar la propuesta hiper-erótica de Marcuse a sus límites máximos y encender con ella la conciencia entera. Todo sería deseo, deseo sagrado: deseo de lo que no se tiene (un Ferrari, una sociedad perfecta, una libertad inefable, una mente en paz) y, al la vez, deseo de lo que se tiene (si es que alguien sabe lo que tiene). Más aún: cabría desear el deseo en sí: la ilusión, el sano inconformismo. Aquí el marxismo culto, el mejor marxismo, muestra su grandeza filosófica.

Hemos de suponer que Dios, cualquier Dios, creó el mundo por inconformismo. Por deseo de encarnar en la materia el mundo por Él soñado. El Arte, la Filo-Sofía, el deseo erótico-corporal, presuponen deseo, arrastre hacia la Belleza. Hacia una Belleza que previamente se ha contemplado, como desde el lado exterior de un escaparate.

Quizás la clave no esté en la demonización del deseo (consumismo, etc), sino en su sacralización, su sublimación, por la vía de la ética. No es malo desear y comprarse un bellísimo Ferrari FF, sino el método, el cómo de esa adquisición. Puede haber más nobleza, más grandeza, en la posesión de ese Ferrari que en la posesión de unas sandalias. Todo depende de cómo se hayan conseguido esos -innecesarios, pero deliciosos- objetos. Las sandalias son también innecesarias. Recordemos la reforma del Carmelo.

No hay vida humana sin ilusión, del tipo que sea. Todo rostro humano se embellece cuando, con mirada de niño,  arruga su nariz en el cristal del escaparate en el que se muestra su cielo soñado, su mundo soñado, carente aún de materia. Es cierto también que ese cristal es imaginario. Como todo. Pero así funcionan los mundos.

Así funciona, creo yo, la fascinante mente de Dios, que se autodifracta en las mentes de todos los hombres.

David López

 

[Echa un vistazo a mis cursos]

 

Filósofos míticos del mítico siglo XX

 

 

Este año me propongo incorporar nombres propios a mi diccionario filosófico. Quisiera visualizar a buena parte de los míticos filósofos del siglo XX como fabulosos –y siempre mutantes- constructos narrativos. Quisiera calibrar la fuerza hechizante de las redes lógicas que los mantienen vivos, como mitos, como nodos de energía filosófica que sostienen y vivifican nuestra civilización de palabras (nuestro lógico sueño compartido).

Desde el concepto del Maya hindú (y no solo desde ahí) se podría decir que ninguno de esos filósofos tuvo existencia individual; y que su pensamiento no fue suyo. ¿De quién fue entonces? ¿Qué fueron todos ellos? ¿En qué podrían llegar a convertirse si algún día se produce una mutación radical en eso que los cerebralistas denomina “cerebro humano”?

Desde la cosmovisión cerebralista, o fisicista, cabría visualizar el pensamiento filosófico del siglo XX como una forma determinada de interconectarse neuronas (materia legislada), en una serie de individuos, a lo largo de un vector de tiempo determinado.  [Véase “Cerebro“].

¿Y por qué el siglo XX? “Siglo XX” es otra bailarina lógica. Pero aun así, presenta, como narración al menos, como poesía comúmente aceptada, rasgos que me parecen excepcionales.

Creo que el siglo XX fue un siglo impresionante. Y que también lo fue la Filosofía que ocurrió en él. Como impresionante es, creo, la imagen que he elegido para el cielo de este texto. Ya la usé con ocasión de la palabra “Cultura” [Véase]. ¿Por qué esa imagen ahora, otra vez? Porque muestra un cuerpo humano trágicamente convertido en cultura pura y dura (un cuerpo transmutado ideológicamente). Michel Foucault dijo que el alma es la cárcel del cuerpo. Yo diría que tanto el “alma” como el“cuerpo” están en la misma cárcel: en la misma vivificante (y mortificante) matriz: el lenguaje: la diosa Vak; aunque es imposible, desde el lenguaje, decir qué sea eso del lenguaje [Véase “Lenguaje“].

En cualquier caso, creo que esa fotografía de Sid Vicious muestra un siglo impresionante, muy soñador, muy “lógico”, muy desgarrado por poesías [Véase “Poesía“].

 

 

Ofrezco a continuación la lista provional de filósofos. Están ordenados alfabéticamente; y limitados a 40, que es el número de conferencias que este año impartiré en Ámbito Cultural de Madrid (sin incluir la introductoria y la de conclusiones del curso):

 

– Adorno, Theodor.

– Althusser, Luis.

– Apel, Karl-Otto.

– Bachelard, Gaston.

– Baudrillard.

– Bergson, Henry.

– Buber, Martin.

– Chomsky, Noam.

– Deleuze, Gilles.

– Derrida, Jacques.

– Feyerabend.

– Foucault, Michel.

– Gadamer.

– Habermas.

– Heidegger.

– Horkheimer.

– Husserl.

– James, William.

– Jaspers, Karl.

– Lacan.

– Lévinas.

– Levi-Strauss.

– Lukács.

– Lyotard.

– Marcuse.

– Merlau Ponty.

– Moore.

– Nishida Kitaro.

– Ortega y Gasset.

– Popper.

– Putnam, Hilary.

– Quine.

– Ricoeur, Paul.

– Russell.

– Sartre.

– Scheller.

– Unamuno.

– Weil, Simone.

– Wittgenstein.

– Zambrano, María.

 

Sugiero a continuación algunos recursos bibliográficos:

 

1.- Bibliografía general:

 

  • Ferrater Mora, José: Diccionario de Filosofía, Círculo de lectores, Barcelona, 1991.
  • Garrido, Manuel; Valdés, Luis.M., Arenas, Luis. (coords.): El legado filosófico y científico del siglo XX, Cátedra, Madrid, 2005.
  • Reale, Giovani; y Antiseri, Darío: Historia del pensamiento filosófico y científico (tres tomos), Tomo III, Herder, Barcelona, 2005.
  • Sáez Rueda, Luis: Movimientos filosóficos actuales, Trotta, Madrid, 2001.
  • Sanchez Meca, Diego: Historia de la filosofía moderna y contemporánea, Dykinson, Madrid, 2010.
  • Muguerza, Javier y Cerezo, Pedro: La filosofía hoy, Crítica, Madrid, 2000.

 

2.- Recursos de internet:

 

http://www.iep.utm.edu (Recurso gratuito de internet, en inglés, que fue fundado por James Fieser y actualmente codirigido por él mismo y por Bradkey Dowden).

– http://plato.stanford.edu/ (Stanford University).

– http://www.ucl.ac.uk/philosophy/LPSG/contents.htm (University College London).

– http://www.information-philosophie.de/ (Recurso en alemán).

– http://la-philosophie.com (Recurso en francés).

– http://asterion.revues.org/ (Ecole Normale Supérieure de Lyon, en francés también).

 

 

3.- Revistas de Filosofía:

 

  • Revista de Filosofía (Universidad Complutense de Madrid, dirigida por Rafael V. Órden Jiménez).
  • Claves de la razón práctica (Dirigida por Javier Pradera y Fernando Savater).
  • Filosofía hoy (Dirigida por Pepa Castro).

 

 

 

En realidad, este año quiero ver qué les pasa a esos mitos, a esos seres de palabras, y a sus propias secreciones de palabras, cuando entren a bailar con mis bailarinas lógicas. Muchos de ellos ya están dentro desde hace tiempo, pero de forma parcial, como simples referencias; no de cuerpo entero.

Estoy seguro de que las bailarinas lógicas de mi diccionario filosófico ganarán mucho -sentirán y harán sentir mucho- con el baile que está a punto de empezar. Y espero que los lectores de este blog -tras la entrada en él de cuarenta filósofos del siglo XX- aumenten sus posibilidades de experimentar ese estupor maravillado -ese sublime vertigo/placer- que es capaz de provocar la Filosofía… siempre dentro de ese misterio infinito -pero mágico también- que es nuestra esencia y nuestra existencia.

 

 

David López

Sotosalbos, 12 de septiembre de 2011.