Archivo de la etiqueta: The revolution in Philosophy

Filósofos míticos del mítico siglo XX: W.V. Quine

 

Quine. Un filósofo elegante, conservador, que al parecer no estuvo dispuesto a que eso de “lo que hay” -el mundo, la totalidad ordenada de lo existente- no fuera también elegante, limpio, “conservador”. Pero me temo que la elegancia, que a mí me fascina en todos los ámbitos, puede ser confinatoria, limitativa en exceso.

Creo que por amor al orden, por puro estéticismo ontológico, rechazó Quine lo que él llamó “universos superpoblados”, esto es, mundos donde cualquier cosa pudiera existir por el mero hecho de poder ser pensada o imaginada. Lo que hay es lo que hay. Sí: ¿pero qué hay? ¿Qué hay… ahí? ¿Ahí dónde? ¿En nuestra mente? No. Para Quine solo existe la materia, los objetos materiales, y otros objetos: los entes matemáticos. Todos objetivos, externos, independientes del ser humano (cuyos pensamientos y sentimientos son cosas que le ocurren a la materia).

Materialismo radical, sí. Pero: ¿qué es eso de la Materia? Sugiero la lectura de mi artículo sobre esa palabra mágica, más mágica de lo que parece [Aquí].

Creo que Quine debe ser contemplado dentro de esa estela de pensamiento y de sentimiento que Ryle denominó “The revolution in Philosophy“: un modelo de mente -o de corazón, o de materia cerebral… que surgiría en Inglaterra a principios del siglo XX como reacción al neohegelianismo de, por ejemplo, Bradley. En realidad the revolution in philosophy fue un freno a los excesos del idealismo: forma de pensar que sostendría, desde Kant, y desde Berkeley también, que no hay nada fuera de nuestra mente, o de nuestro espíritu: que “el mundo” es interior, siempre: digamos una obra de arte que tiene lugar en nuestra propia conciencia. No hago ahora mención de las concepciones físicas y metafísicas de la India antigua.

Uno de los primeros representantes de la revolución anglosajona contra el idealismo fue Moore [Véase]. Este filósofo no negó la espiritualidad el mundo que afirmaban, según él, los idealistas, pero se enfrentó a las tesis que sostenían que no hay un mundo objetivo ahí fuera. Su propuesta fue regresar al “sentido común”, al mundo que ha quedado nombrado con el uso normal de nuestro lenguaje. Fue consciente de que la realidad de ese mundo no se podía probar, pero alegó que tampoco se podía refutar, y su pragmatismo anglosajón le empujó a considerar que era mejor atenerse a ese mundo, darlo por real. Hay que ser prácticos, anglosajones.

“El mundo”. Una fabulosa palabra de la que todavía no me he ocupado en mi diccionario filosófico (Las bailarinas lógicas). Unamuno lo consideró una tradición social. El primer Wittgenstein, después de establecer cómo había que hablar de él, de ese artefacto gigantesco, terminó por decir que el mundo era irrelevante. Wittgenstein transcendió la ontología porque al final no creyó en ella. No creyó en que se pueda decir lo que hay. No se dice nada cuando se dice algo, aunque en el decir ya está presente lo indecible. Digamos el Prodigio que es lo que es.

Quine sí creyó en la ontología. Sí creyó, como Moore, que existe algo concreto fuera del observador que está ordenado lógicamente, y que se puede describir con un lenguaje, con un sistema de símbolos.

En este texto ofrezco solo algunos esbozos de lo que me hace pensar y sentir Quine. Adelanto ya lo esencial. Veo el mundo, cualquier mundo, mi mundo en concreto, como un prodigio extraordinariamente artificial: un hábitat de cosas que, si son miradas con atención, si se enfocan con la linterna de la Filosofía, se diluyen dentro de sus propios abismos ontológicos, se diluyen en la Nada Mágica de la que han nacido y a la que pueden volver en cualquier momento. Como sueños. Como Maya, la bailarina prodigiosa que se retira cuando ha sido descubierta la nada de su existencia. Pero lo cierto es que, una vez visto esto desde las cimas de la Filosofía radical, cabe algo así como un “regreso sacralizador ” al  interior de ese mundo artificial: ese conjunto de conceptos, ideas, universales, que sin duda podrían ser otros, que podrían diluirse en modelos de realidad plenamente legítimos, veraces.

Ocurre que en nuestros mundos (transmitidos socialmente, confeccionados por mitos, sostenidos por nuestra mirada ciega que no ve más que lo que una determinada estructura de ideas permite ver, es igual…); en nuestros mundos, decía, o al menos en el mío, ocurre que hay “cosas” y “personas” a las que amo intensamente. Y no estoy dispuesto a acceder a un nivel de lucidez metafísica que pudiera tener como consecuencia la disolución de esos seres en la Nada Mágica, o en Dios, es igual.

Insisto en la idea de “regreso sacralizador” al artificio del mundo. Esto implicaría ser conscientes de que nuestro mundo no es lo que hay “de verdad”, que está repleto de trampas ontológicas, pero que de todas formas es sagrado. Un mundo con nieve y estrellas y abedules, con gente, con caminos de montañas, con niños, con parejas de enamorados, con libros y bosques y amaneceres y lluvia, con ilusiones… Todo palabras, todo mitos hechizantes que pueden ser desactivados con la extrema lucidez filosófica, sí, pero por eso mismo “realidades” prodigiosas, por su vulnerabilidad, por su delicuescencia potencial.

Se ha dicho que Dios creó el mundo por amor. ¿Por amor a qué? Yo creo que lo creó para que pudiera haber amor. El amor presupone algo existente que pueda ser identificado y amado. Se ama dentro de los mundos, dentro de sistemas de universales. Se aman cosas, personas… Quine, como Moore, quisieron dejar con vida el mundo del sentido común, el construido colectivamente (se podría hablar hoy incluso de un “wiki-mundo”). Quisieron quizás seguir amando lo que de niños amaron, lo que les contaron sus padres, sus profesores, otros niños, o buena parte de ello. Yo también quiero. Ahora más que nunca, porque ahora más que nunca veo la infinita delicadeza, el infinito temblor ontológico, de cualquier realidad que se quiera sostener como mundo.

En cualquier caso el amor apuntala opciones hermenéuticas que se hayan tomado y aceptado frente al infinito texto que se nos presenta. La existencia de un hijo, tal cual, como ente individual, es una de esas opciones. Y ahí el amor se dispara, se dispara en el misterio, e impide renunciar a una ontología que podría ser desmontada en cualquier momento. Nuestro hijo puede ser también una nada material, una matemática forma de vibración de partículas subatómicas, un producto de un sueño de verano del que podemos despertar estupefactos. Puede ser cualquier cosa nuestro hijo. Sí. Pero también cabe sujetarlo en un mundo de unversales acceptados desde un sentido de lo sagrado-artificial.

Nuestros hijos existen. Aquí y en cualquier universo posible, en cualquier metafísica posible.

Eso es conservadurismo. Culto a Vishnú, el dios hindú que conserva los mundos. ¿Quién no quiere ser conservador cuando se trata de amor? Quine fue conservador en Política. Todo platonista lo es, como conservador fue Marx (conservador de un modelo de mirada fijo sobre la Historia y sobre las sociedades humanas). ¿Quién se atreve a abrir su mundo a la creatividad infinita, a que todo exista y sea posible? Cabría hablar de la “elegancia metafísica”. La elegancia implica siempre renuncia a los excesos, o quizás mejor aún: una cierta tendencia a no exhibir todo lo que se podría en función de unas determinadas capacidades.

¿Estamos dispuestos a que nuestros horizontes se expandan tanto, acojan tanto? Creo que no, por mucho que Gadamer, el gran hermenéuta, nos anime a ello. La belleza nos protege. Daremos paso a mundos que nos eleven en una sensación de belleza ya conocida. La Filosofía es un vuelo por el infinito, pero movido por el amor a la belleza, por la búsqueda de la belleza. Y lo curioso es que la Filosofía embellece todo lo que toca, convierte en sagrado cualquier texto (cualquier realidad). Sería en ese sentido una Hermenéutica, entendida en su sentido original: interpretación de textos sagrados. La Filosofía lo lee y lo interpreta todo como si todo fuera un texto sagrado.

Quine, su persona, su vida, su pensamiento y sus textos son también parte de ese texto sagrado. Intentaré leerlo con atención.

Algunos apuntes provisionales sobre sus ideas

1.- Afirma Quine que las teorías, o los lenguajes sobre la realidad, presuponen modelos ontológicos previos: modelos de lo que no se cuestiona que existe; y que nos obligan a aceptar que algo existe. Digamos que se presupone un sistema de universales antes de estar en condiciones de  afirmar que algo existe o que no existe (ese algo tiene que estar, por así decirlo, preconfigurado). Lo curioso es que Quine pertenece a la “revolution in Philosophy” anglosajona, la cual quiso desterrar para siempre la Metafísica y sus “falsos problemas”, pero terminó por enfrentarse a uno de los más fascinates problemas metafísicos: los universales [Véase].

2.- Quine, en el tema de los universales, es nominalista: cree que solo existe lo concreto, el árbol concreto, la flor concreta, y no la idea de árbol o de flor. En mi antes citado artículo sobre los universales expongo mi sensación de que el nominalismo es realismo radical. La flor concreta solo puede ser vista si se ha interiorizado un universal, una idea. La flor es siempre una idea. Lo que se presenta ahí es Nada (nada mágica y sagrada, pero Nada). Toda flor es una abstracción, como lo es toda persona que amemos. Abstraer es “sacar de”. Es una extracción. Pero el amor requiere el artificio de la abstracción… salvo que entremos quizás en un nivel de conciencia advaita y el amor se revierta sobre sí mismo.

3.- Oposición al dualismo que sostiene una clara diferencia entre enunciados analíticos y enunciados sintéticos. Un enunciado es algo que se dice de algo. Analíticos serían aquellos en los que lo que se dice de algo -el predicado- está ya presupuesto en el sujeto: “Sócrates es un ser humano”. Los enunciados sintéticos afirman algo que no está dentro del sujeto y que, para ser verificado, hay que acudir a la experiencia (hay que “ir a verlo”): “Sócrates tiene diamantes en los bolsillos”. Quine cree que los lenguajes científicos, o cualquier lenguaje sobre la realidad, es un todo, una especie de organismo, que, al ser confrontado con la realidad, experimenta modificaciones, como un todo, un todo que tendría un nucleo formado por mitos y ficciones.

4.- Quine en cualquier caso, como Popper, o como Feyerabend, creen en un mundo exterior y objetivo que es como es y que puede ser representado con un lenguaje, como conjunto de teorías que permitan predecir experiencias futuras a partir de las pasadas. Quine es un matemático, un creyente en el orden, en el Logos, en eso de la “Lógica”. Lo que hay es algo muy difícil de entender, de decir, pero ordenado, legaliforme, infinitamente regulado, como lo son los entes y los sistemas matemáticos.

5.- ¿Y la Filosofía? Parece que Quine la entendió como filosofía de la ciencia: “Philosophy of Science is philosophy enought”. El problema de este planteamiento, a mi juicio, es que presupone un modelo de totalidad previo, una fuerte metafísica no problematizada: el dualismo, la pasividad cognoscitiva del científico frente a lo que hay, la estructura lógica de lo que hay (esto es: que puede incorporarse a lenguajes, los cuales, a su vez, presuponen homogeneidad entre las mentes de los que participan en eso que se denomina “Ciencia”). ¿Y el individuo capaz de pensar y sentir cosas inaccesibles al resto? ¿Cómo puede ofrecer “Ciencia”?

Me parece que puede ser de interés hacer referencia ahora a la brillante entrevista que Bryan Magge realizó a Quine en 1987 (BBC-TV). Está disponible en YouTube. Ofrezco a continuación algunas de las ideas que surgen de esa entrevista:

1.- Según Quine la labor fundamental de la Filosofía tendría que ver con el conocimiento del mundo como sistema (y hace especial mención al “Sistema del mundo” que quiso dibujar Newton). Sería por tanto parte de la Ciencia, o continuación de la Ciencia. Me parece una labor preciosa la que ve Quine, pero en realidad está llamando Filosofía a lo que Novalis llamó “logología”: conocimiento de palabras. No sería conocimiento de “lo que hay”, sino de lo que hay en un constructo poético determinado, que parece estar “probado”, que parece ser el Ser: confusión entre el mapa y el territorio (y el territorio al que nos enfrentamos es, en mi opinión, demasiado inmenso, libre y fabuloso).

2.- Diferencia Ciencia/Filosofía. Esta última se ocuparía de cuestiones abstractas (no observables), como la noción de causa, por ejemplo. Y de cuestiones generales, como la explicación del todo de lo que existe como conjunto ordenado. La Ciencia se ocuparía de relaciones entre tipos de eventos observables. Creo que, en esta línea de diferenciación, cabría decir también que la Filosofía no aspira a dar respuesta a los “porqués”, sino que trata de visualizar el modelo de totalidad que está aceptando quien está dispuesto a responder a una pregunta. Y también es capaz de ver la metafísica en la que, inconsciente, duerme la Ciencia.

3.- Habría que excluir de la Filosofía preguntas que no admiten respuesta: ¿por qué empezó el mundo?, por ejemplo. Yo pienso lo contrario. Hay que tensionar el modelo que resulta de lo respondible con preguntas que no soporta.

4.- Quine se declara materialista. No existe más que objetos materiales y un tipo de objetos abstractos: los entes matemáticos. Los fenómenos mentales (mental events) son fenómenos materiales, alteraciones que tienen lugar en la materia que constituye el cerebro y la persona entera. Todos los pensamientos y sentimientos del hombre son cosas que le ocurren a la materia. Tema abstracción. Creo que debo insistir en que para mí todo “objeto físico” es una abstracción: algo extraído artificialmente del mágico magma infinito que nos envuelve y nos constituye.

5.- Rechazo del dualismo cuerpo-mente. Quine ve una continuación del “animismo primitivo”, rastreable según él en Tales de Mileto (“Todo está lleno de dioses”)… idea ésta de Tales que yo comparto por completo. Quine ve trazas de animismo incluso en los científicos conceptos de “causa” o de “fuerza”. Esto me parece muy interesante. Sobre la complejidad y la impensabilidad del concepto de causa quien mejor escribió fue Schopenhauer, en mi opinión. Y tengo la sensación creciente de que el anti-animismo de Quine es en realidad un animismo radical: sus “entes matemáticos” son fuerzas todopoderosas, invisibles, que sujetan el mundo, que lo mueven, y que podemos conocer, con mucho esfuerzo, en una suerte de teología. Para los creyentes en la realidad exterior de los entes matemáticos esos entes tienen atributos divinos. Intentaré desarrollar esta idea en posteriores escritos.

6.- Según Quine la voluntad humana no es libre. Lo que quiere lo quiere como consecuencia de una cadena causal materialista (y matematicista, podríamos añadir desde su cosmovisión). No existe la libertad. Cabría preguntarse desde esta negación de la libertad: ¿cómo es posible entonces que haya organizaciones de materia -los seres humanos- que se equivoquen y se crean que sí existe esa libertad? ¿Cómo puede equivocarse una porción del universo sobre sí mismo?

Finalmente quisiera insistir en la idea del “regreso sacralizador” al mundo artificial en el que vivimos: un “lugar” donde cabe amar individualidades que desaparacen, que se diluyen, si se desmonta un sistema de conceptos, de ideas (de universales): entes que Platón ubicó en el cielo. Se podría decir que el amor siempre requiere un cielo moldeado artificialmente.

¿Quién hace los cielos? ¿Podemos fabricar nuestro propio cielo? Paracelso, el mago, creyó que sí, con la magia de nuestra imaginación.

David López

 

[Echa un vistazo a mis cursos]

 

 

Filósofos míticos del mítico siglo XX: G. E. Moore


 

Podría decirse que el filósofo, y sus miradas, y sus frases, son en muchas ocasiones realidades extremas, fascinantes, muy atractivas, pero también insufribles. Las tribus necesitan filósofos, incluso locos, para poder respirar, para no asfixiarse dentro de los refugios de lo aparentemente obvio, para arar sus huertos mentales y fertilizarlos con lo inimaginable, para vislumbrar nuevos sueños colectivos en los que poder vivir; pero en realidad, a los filósofos, las tribus no los soportan mucho rato (salvo que se trate de filósofos comprometidos con algún discurso ya normalizado, colectivizado… salvo que se trate de jefes de mantenimiento de esos mismos refugios). No es raro que los filósofos vivan y piensen y sientan solos, apartados en cabañas que a veces son invisibles, sintiendo su pecho cotidianamente atravesado -fértilmente atravesado- por la barra de hierro de la soledad. Pero también ha habido filósofos -pocos- a los que los dioses han regalado el prodigo del amor de pareja.

No digo que Moore fuera simplemente un jefe de mantenimiento. Probablemente este filósofo dedicó su inteligencia, y su corazón, a eliminar esos extremos, esos vértigos, a aquietar el mundo dentro del sentido común (lo cual implicaría, en mi opinión, una especie de democratismo radical, genésico). Se ha dicho que Moore fue el gran defensor de la filosofía del sentido común y, por lo tanto, del llamado “realismo del sentido común”. Es cierto: Moore quiso domar la salvaje mirada de los filósofos (sobre todo la de los idealistas neohegelianos ingleses)  y devolverla a un universo aparentemente muy concreto: el que muestra el lenguaje común, no el de los filósofos (que quizás ni ellos mismos sabrían lo que dicen cuando dicen lo que dicen). Y se considera a Moore también como el propugnador, influido quizás por el neohegeliano Bradley, de un esfuerzo intelectual encaminado a analizar, y a clarificar, el lenguaje ordinario (el que usa la gente normal, no el de los filósofos, que estarían fuera de esa normalidad… salvífica al parecer).

Veo en Moore una lucha, una preciosa lucha, por salvar hechizos: sus propios hechizos, y los de su gente (hechizos construidos en buena parte por esos mismos filósofos que no se quiere que digan nada más). Veo también amor hacia unos universales (por ejemplo las “manos”, las “manos humanas”), cuya existencia ahí, ahí delante, objetiva, no debe ser problematizada. Y en su apasionado examen del lenguaje ordinario veo a un teólogo contemplando, apasionadamente, soteriológicamente, un prodigioso espejo. Un espejo que, si fuera debidamente pulido, reflejaría el mundo de verdad, en tanto que conexión entre conceptos (que serían “seres” existentes por sí solos, eternos, haya o no una mente humana que los piense). Y de eso se trataría: de conocer la verdad del mundo: “dar una descripción general del universo entero”… según está reflejado en el espejo del lenguaje común, no en el de los filósofos tradicionales.

Veo a Moore como un devoto sacerdote de un hechizo democratizado (legitimado cuantitativamente), limpio de excentricidades aisladas, muy consensuado podríamos decir. Y su esfuerzo por salvar la existencia real de sus manos es un acto desesperado, pero precioso en mi opinión. El que salva sus manos de la duda de si el mundo exterior existe de verdad (y de si el universal “mano” tiene o no realidad fuera del lenguaje) está también salvando las manos de sus hijos; y los ojos y la boca y el recuerdo de la mujer a la que ama. El idealismo -ese monstruo metafísico contra el que luchó Moore- disolvería quizás esas manos y esa boca y esos ojos y esos recuerdos en un líquido demasiado subjetivo, demasiado interior, demasiado poco “real”.

Algo de su vida

1873-1958. Estudió en el Dulwich College y en el Trinity College de Cambridge. Fue también “Fellow” en esta institución académica y, más tarde, obtuvo la cátedra de filosofía de la mente y lógica de la Universidad de Cambridge. Amigo de Russell y de Wittgenstein [Véase]. Es famosa la visita que, en 1914, hizo Moore a Wittgenstein en la cabaña que este último se construyó en Noruega (Skojolden). De ahí surgieron la conocidas “Notes dictated to Moore”. Moore, al parecer, fue miembro de una “sociedad secreta” denominada “Los apóstoles de Cambridge”.

Sus ideas fundamentales

– A favor del “sentido común”. Moore afirmó que no pueden probarse ni refutarse las proposiciones del sentido común. Pero que es mejor atenerse a ellas. Y creyó además que esas proposiciones tienen una significación clara (a diferencia de las proposiciones de los filósofos).

– Contra el idealismo; sobre todo contra el idealismo neohegeliano inglés, cuyos representantes fundamentales serían Bradley y MacTaggart. Este último filósofo, por cierto, creo que merece atención especial. Propuso un modelo de totalidad compuesto exclusivamente por almas humanas que estarían vinculadas por amor (sin la existencia de ningún Dios). Y lo hizo en una obra cuyo nombres es: The nature of existence.

– En su obra The refutation of the idealism encontramos una muy interesante argumentación en contra de los argumentos que, según Moore, son tradicionalmente utilizados por los idealistas para legitimar su afirmación fundamental. Y la afirmación fundamental de este tipo de pensadores sería que el mundo es “espiritual”; afirmación que Moore, curiosamente, va a compartir, con devoción incluso. Lo que no va a admitir son los argumentos utilizados por la metafísica idealista para afirmar que, efectivamente, el mundo es espiritual. The refutation of the idealism es una obra sorprendente; no obvia. Merece muchas lecturas.

The revolution in Philosophy. Así tituló Ryle una antología de conferencias de varios autores de habla inglesa que, a principios del s. XX, habrían reaccionado contra el idealismo y habrían colocado el lenguaje como tema fundamental de la Filosofía. Moore, uno de los propulsores de esta revolución, no solo legitimó el lenguaje común frente al “filosófico”, sino que sometió a ambos a un meticuloso análisis. Se trataría de una propedéutica (de una labor previa), cuyo objetivo sería finalmente practicar una Filosofía como ciencia de lo objetivo en general. Todo el pensamiento de Moore no se confinó en un análisis del lenguaje.

– Los conceptos. Moore cree que no son fenómenos mentales (o cerebrales si se quiere). Los conceptos, para este filósofo, tendrían existencia exterior al ser humano; y serían eternos además: objetividad pura. Esos conceptos inmutables mantendrían entre sí relaciones inmutables.

– La realidad. No sería el “absoluto” de los idealistas, sino que estaría compuesta de cosas individualizables, de las mismas cosas de las que daría cuenta el lenguaje común, no el de los filósofos. “Cada cosa es lo que es y no otra cosa”.

– La ética. Moore aplica su método analítico a la ética. Y al fijar su atención en el significado de “bueno”, afirma que estaríamos ante algo no analizable (no divisible en otras significaciones). “Bueno” sería una cualidad irreductible, indefinible por algo distinto a sí mismo. Y “bueno”, además, sería una propiedad no natural.

Su encuentro con las bailarinas lógicas de este diccionario

– “Upanayana” [Véase]: Moore, en su pensar, en su actividad intelectual, en su obra, está oficiando este mismo ritual védico, pero al servicio del cosmos que sostienen las palabras/mitos de su propia tribu (básicamente la Inglaterra de principios del S. XX). Su esfuerzo filosófico es la custodia de un mundo puramente lógico sentido como realidad. Según mi interpretación de los himnos del Upanayana, cabría afirmar que los filósofos védicos sí fueron conscientes de la vulnerabilidad lógica de su mundo (de su dependencia de las palabras). No sé si Moore también lo fue.

– “Poesía” [Véase]. Moore habitaría, poéticamente, en un mundo que ya no querría seguir siendo solo poesía, que querría librase de su propia creatividad intrínseca (Poesía es creación… de mundos). Moore quiso afianzar una Poesía colectivizada y elevarla al estatus de Logos (de estructura lógica de lo existente).

Moore quiso poner silicona en los abismos de “las cosas”, dejarlas sólidas, alicatadas ontológicamente. No quiso Moore, en mi opinión, exponer la conciencia al silencio, a ese silencio sagrado, pero también espeluznante, que convierte las cosas en bailarinas de piel transparente, bailarinas de nada que bailan en la nada (y cuando utilizo la palabra “nada” lo hago en sentido de “nada mágica”, que es la mejor construcción lingüística que se me ocurre para nombrar a eso que también se ha querido nombrar con la palabra “Dios”). Véanse [Nada] y  [Dios].

Lecturas que sugiero


G. E. Moore: Refutation of Idealism. (Se puede leer directamente aquí:http://www.ditext.com/moore/refute.html).

Ibíd.: Proof of an external World. (Se puede leer aquí: http://www.hist-analytic.org/MooreExternalWorld.pdf).

Ibíd.: Defensa del sentido común y otros ensayos (Orbis, Barcelona, 1983).

Sensación final.

Moore está sugiriendo que vivamos poéticamente, no filosóficamente: que nos entreguemos a las formas, que absoluticemos los universales, que nos dejemos in-formar por ellos.

Nos pide que bailemos, sin cuestionarlas, con las bailarinas lógicas que viven cotidianamente en la tribu. Cuerpo a cuerpo.

El de Moore es un giro hacia dentro del mundo. Creo que por amor. Quizás también por miedo. Quizás también por un sentido práctico recalcitrántemente anglosajón. ¿Práctico para qué? ¿Para que la Filosofía no sea un obstáculo a ese progreso que sí estaría facilitado por la ciencia moderna?

En cualquier caso yo haría -y hago- el mismo esfuerzo filosófico que hizo Moore por salvar la realidad objetiva de las manos, sobre todo de las manos de los seres a los que amo. Platón, por ejemplo, vería esas manos como sombras en una caverna. Yo las veo como luces sublimadas, como luz esencial sublimada por la magia, el amor de la caverna.

Quien haya besado una de esas sombras no puede, creo yo, quererlas pensar como irreales. Y el filósofo que ame una de esas sombras, después de haberlas besado, construirá el sistema filosófico que sea necesario para salvarlas de la intemperie metafísica.

David López

 

[Echa un vistazo a mis cursos]