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Las bailarinas lógicas: “Tao”.

 

 

“Tao”. Camino, vida, orden, sentido, hembra abisal que lo mueve ¿y lo es? todo…

Tao es una bailarina de origen chino que lleva muchos años hechizando mentes occidentales (si es que hay alguien que sepa de verdad qué es exactamente eso de ‘occidental’).

Cuando me ocupo de la palabra “Humanidad” [Véase] quiero compartir mi fascinación por el hecho de que los seres humanos se saluden en los caminos, en los caminos poco transitados, como los de los bosques y las montañas, o como el que aparece en la fotografía de Richard Long que agranda estos párrafos.

¿Es esto del ‘vivir’ una especie de caminar por una senda marcada (soñada, amada) metafísicamente? ¿Es sabio el que sabe detectar su camino (su Tao) y adaptarse a él? ¿Hay un camino, un sentido, un orden, para todos los seres humanos, en su conjunto y, a la vez, para toda esa ‘naturaleza’ de la que son parte?

Tao… En este texto reproduciré algunas frases del Tao Te Ching (tal como fue traducido este misterioso manual por el jesuita Carmelo Elorduy). Y la cuestión fundamental, a mi juicio, es ésta:

¿Hay posibilidad de creación dentro de esa hembra física y metafísica que parece serlo todo y, a la vez, regirlo todo? En realidad volvemos a la más crucial de todas las disyuntivas: ¿Estamos o no estamos en un océano metafísico libre?

Lo curioso es que el Tao Te Ching propicia, al menos en algunos capítulos, una especie de anarquismo -en lo social- a la vez que un esclavista sometimiento a un imperio invisible -el Tao- con el que, al parecer, más vale armonizarse si no se quiere uno pudrir en la ignorancia/infelicidad.

El taoísmo, como ‘filosofía’ o ‘religión’ o lo que sea, me ofreció hace años una preciosa leyenda, deliciosamente adaptada por Marguerite Yourcenar en sus Cuentos orientales. En esa leyenda se narra la historia de un pintor chino (Wang Fô) cuyos ojos solo veían sublime belleza… y cuya capacidad artística le permitió crear un mundo (otro mundo) desde dentro del que estaba a punto de matarle.

Arte. Creatividad. Creatividad radical. Fuerza capaz de construir universos. En mi novela El bosque de albaricoques intenté dar más vida, más todavía, a aquel mago chino y a sus pinceles.

¿Cabe crear modelos alternativos de Tao? ¿Cabe legislar? ¿Cabe ser ingenieros de caminos metafísicos (y físicos por tanto)? ¿Cabe construir un camino como el que fotografió Richard Long y caminar por él como el que caminara por el interior de su propio cuadro?

¿Qué somos en realidad? ¿Cuánto poder y cuánta libertad tenemos?

¿Somos magos? ¿Qué significa eso? ¿Cuál sería el mago más poderoso? [Véase Magia].

Esta es la bibliografía que yo he manejado  sobre el taoísmo:

– Mircea Eliade/Ioan P. Couliano: Diccionario de las religiones, Paidos, Barcelona 1992.

– Russell Kirkland: Taoism: the enduring tradition, Routledge, Londres 2004.

– Chantal Maillard: La sabiduría como estética (China: confucianismo, taoísmo y budismo), Akal, Madrid 2000.

– Henry Maspero: El taoísmo y las religiones chinas, Trotta, Madrid 2000.

– Iñaki Preciado: Los cuatro libros del emperador amarillo, Trotta, Madrid 2010.

¿Qué es el taoísmo? ¿Cuál es el hábitat, el cosmos de palabras, que sirve de ‘casa del ser’ para ese ser conocido como “Tao”?

Ofrezco algunos apuntes personales.

Los dos libros más conocidos del taoísmo son el Tao Te Ching y el Chuang Tse. Otro menos conocido es el Lieh Tse. Pero el taosímo es muchísimo más que lo que hay en estos libros: son milenios de tradiciones muy complejas, en las que han participado hombres y mujeres, donde hay muchas sectas, donde se practica la magia, la medicina, la alquimia (exterior e interior).

Todo esto se construye a partir de una mitología: el Emperador Amarillo, hacia el 2600 a.C. iniciaría la China histórica (la que recoge por escrito el pasar del tiempo, del tiempo lineal). El caso es que ese emperador pasa a esa historia como gobernante sabio y justo; pero es también chamán: en estado cataléptico visita el mundo de los seres incombustibles… los inmortales que mantienen una especial relación con el mundo de las hadas, de las alegres hadas.

La esperanza suprema del adepto –toda religión ofrece algo, contiene una esperanza- se centra en reunirse un día con los inmortales de la Montaña K´Lun, región de la alegre reina Hsi Wang Mu, que cabalga sobre las ocas y los dragones.

El territorio fantástico del adepto taoísta son “La Montaña” y “Las Grutas Celestes” iluminadas por su luz interior. Al entrar en “La Montaña”, el taoísta se adentra en sí mismo y descubre esa ligereza del Ser que lo hace inaccesible a la palabra, al pensamiento.

El adepto medita que es una mariposa… una mariposa que le sueña a él.

El mundo es un edificio irreal constituido por sueños en los cuales los seres soñados engendran al soñador. Mircea Eliade utiliza el dibujo de Escher: las manos que se dibujan mutuamente para poder dibujar, y dice que esta ligereza del ser que no está delimitado por sus pesados deberes para con el Estado no gustaba a los confucianistas.

Monasterios mixtos. Magia sexual rechazada por el puritanismo confuciano. No aceptaban donativos.

Predicaban la nada, pero ofrecían la inmortalidad.

Practican meditación antes de la entrada del budismo en China, y también una sexualidad iniciática.

Clave: mantener el soplo vital: apnea prolongada; y retención del semen.

Invocación de los espíritus de las estrellas.

Localización de templos en el cuerpo y ubicación de dioses allí para visitarlos, hablar con ellos, honrarlos…

 

El libro: el Tao Te Ching.

Yo utilizo la traducción del jesuita Carmelo Elorduy. Las citas que ofrezco en este artículo están sacadas de esa traducción.

¿De dónde salió, quién lo escribió?

El mito habla de un tal Lao Tse, viejo maestro, que lo escribiría hacia el siglo VI a.C. y al que habría visitado el mismo Confucio. Hoy ‘se sabe’ que es un texto datado en torno al 300 a.C.

Russell Kirkland, sostiene que es un empaquetado de ideas provenientes de alguna comunidad rural. Un empaquetado realizado por algún hábil intelectual que quiso ofrecer a los compradores de ‘sabiduría’ de la época ideas diferentes de las de los confucianos o los legalistas.

Kirkland dice que se trataría de sabiduría casera de los viejos… Laoista… ‘Viejista’.

“Tao Te Ching” significa “Libro sagrado del camino y de la virtud”.

La idea fundamental en la que se apoya este libro es la del “Tao”, palabra que significa “camino”, o “razón”, pero también  “alma del mundo”, lo más abismático de la realidad. Y ese Tao sería inalcanzable con la mente, y por supuesto con el lenguaje, porque sería precisamente el origen, y el hábitat, de todo esto que llamamos mundo, sería la matriz, ‘la Madre’, de todas las cosas.

La mente y el lenguaje serían de hecho obstáculos para ver –y para dejar hueco- al Tao.

El Tao Te Ching compara al Tao con una hembra misteriosa: el húmedo y fértil e insondable fondo del mundo. El Tao sería un megadios, sin forma humana por supuesto, sin ninguna forma en realidad: un megadios que es vacío y totalidad a la vez.

Un no ser ni no-no ser del que emerge todo.

No puede ser nombrado porque no tiene otra cosa de la que distinguirse.

El latido del mundo.

Lo que de verdad está ahí ahora mismo.

¿Podemos oírlo?

Y el desafío sería ser oquedad para el Tao. Bailar su ritmo. Sin ofrecer resistencia. “Wu-Wey”: no actuar como persona individual y por tanto, ciega, y ser en Dios… Ser en el Tao.

Es algo así como un dios-naturaleza: un panteísmo y un misticismo a la vez: el Todo y la Nada siendo lo mismo. De hecho el Tao Te Ching ama la Naturaleza desaforadamente. Más que al hombre incluso, al que ama sólo en cuanto que es Naturaleza. De hecho, condena cualquier acto de intervención del hombre en los flujos naturales de las cosas. A diferencia de Confucio, o los racionalistas como Descartes o Marx, o Francis Bacon, que entienden que la Naturaleza debe servir para los fines de la sociedad, y que la naturaleza humana debe ser ‘domesticada’ por los ritos y la moral, Lao Tse le pide al ser humano que no actúe (Wu-Wei), que no fuerce nada, que deje que ese Alma del mundo (que se manifiesta en todo, incluso en el hombre) siga su inteligentísimo curso (¿Obedecer al ‘granjero’?).

El Tao Te Ching parece decir que el hombre sabio debe relajarse totalmente (olvidar las expectativas y los recuerdos), vaciarse de moralidad artificial e, incluso, de inteligencia, que es en definitiva una forma de codicia y de estupidez, y abrazarse al Tao, a esa ‘hembra universal’ que todo lo mueve, y dejarse llevar, dejar que Ella marque los movimientos del baile.

Tao es también ‘vida’.

El Tao Te Ching, a diferencia de Confucio, que venera a los sabios emperadores del pasado, acusa a esos mismos sabios de haber falseado, con virtudes artificiales, la primitiva sencillez natural. No propone una liberación ‘del mundo’ (esto no es hinduismo… estamos en China… que es mundana…, sacralizado de lo inmanente), sino de la civilización. El Tao Te Ching está incluso en contra de la educación:

“Suprimid los estudios y no habrá pesares.”

Hay una parte del Tao Te Ching dedicada a los gobiernos. Es realmente interesante porque coquetea con la anarquía. A ese libro no le gustan la ciudades, ni las multitudes, y mucho menos los gobiernos. Según Russel Kirkland esa parte de libro es un pegote puesto por los empaquetadores. Y dice también que los monasterios budistas no preocupaban a los gobiernos porque aceptaban donativos. Los taoístas, al parecer, no los aceptaban: eran realmente libres, muy provocadores, algo así como los cínicos de Grecia o los jivanmuktas de la India.

El Tao Te Ching propone vaciarse interiormente, crear un desapego o desinterés por las cosas –tener como si no se tuviera, diría San Pablo-… y como decía Buda.  Es estar en el mundo pero sin estar en él del todo, manteniendo cierta distancia, cierto desinterés, para no sucumbir a las locuras del deseo, no sucumbir a nuestras pasiones egocéntricas. Ese vacío entonces se llenaría con el flujo espontáneo del Tao, de la inteligencia universal, y eso llevaría a la acción correcta.

“Déjate llevar”, nos decimos muchas veces unos a otros cuando no sabemos qué consejo darnos unos a los otros en el tortuoso camino de la vida.

El Tao Te Ching recomienda eliminar la codicia y los deseos, no gastar la energía de la vida con cavilaciones abstrusas, no hablar mucho, máxima humildad, y conservar el semen…

Se dice que el taoísmo posterior al Tao Te Ching se convirtió en una religión rellena de magia, y se desarrollaron sofisticadísimas técnicas para controlar la eyaculación, y la respiración: se trataba de no perder energía vital para alcanzar así la inmortalidad. Chantal Maillard ve aquí una pérdida de altura, una caída en la  ‘superstición’. La inmortalidad, dice ella, no es de ‘alguien’: se alcanza precisamente cuando se deja de ser ese alguien que desea, entre otras cosas, ser inmortal.

Volvamos a la humildad. Es un concepto decisivo en el taoismo. Se trata de una humildad muy diferente a la del cristianismo. Esta última se basa en una conciencia de insignificancia ante la grandeza de Dios, en un sentimiento de culpa derivado de un pecado original. La humildad taoísta es una convicción de que no hay que singularizarse, de que la grandeza que puede sentir el ser humano le vendrá de ser consciente de que está en el Todo, en el Tao.

La potenciación, la veneración del yo, sería un empequeñecimiento, una ridiculización de lo grandioso: una mutilación del verdadero yo.

Sería, pienso, como agrandar hasta el infinito el foco de la linterna en el que incluimos el yo, lo que no es ‘lo otro’.

Vaciarse… de pequeñez.

Más citas del Tao Te Ching (según la traducción de Carmelo Elorduy):

“No estimar el magisterio, no amar los dineros ajenos, aparecer ignorante siendo sabio, es la más alta maravilla.”

“Al hombre bueno le basta el fruto que espontáneamente le ofrecen las cosas. No osa violentar nada por coger más; coge el fruto sin urgir más, sin empeñarse más, sin tercos caprichos, sin querer obtener demasiado, coge el fruto sin forzar.”

“El que pretende dar pasos demasiado largos, no puede andar”

“La ley del Cielo [el Tao] es vencer sin combatir, hacerse responder sin haber hablado, hacer venir sin llamar…”

“En el mundo, las cosas difíciles se hacen siempre comenzando por lo más fácil, y la cosas grandes, comenzando por lo más pequeño.”

“El que hace ostentación, no luce.”

“El que se estima, no brilla.”

“Ser sabio y no saberlo es perfección.”

“El hombre bueno [sabio] no ama discutir, y el discutidor no es bueno.”

“No hay desdicha mayor que la de no saberse saciar, ni vicio mayor que la codicia.”

“Sabio es el que conoce a los demás. Iluminado es el que se conoce a sí mismo. El que vence a los otros tiene fuerza, pero el que se vence a sí mismo es el fuerte. Rico es el que sabe contentarse.”

“El sabio cambia todo el día, sin ceder en su serena gravedad. Y si tiene magníficos palacios, sereno los habita, y de igual modo los abandona.”

“Conocer que no se conoce es lo más elevado.”

“Expeler el aire es fuerza.”

Pienso: vaciarse, incluso del concepto “aire”, para llenarnos enteramente del Tao, de la hembra (hiperfecundidad) absoluta. Sin erudición, sin sistemas de ideas, porque eso limitaría, mutilaría , el infinito… y se trata de reproducirlo dentro: sentirlo en el estómago.

Los taoístas buscan inmortalidad en “La Montaña” esa donde se hermanan con las hadas.

No se trataría de humildad por estética social, por ser ‘más queridos’ por el grupo, por caer mejor; sino humildad para ser más, para no agotarnos en lo pasajero, en lo cambiante. Conciencia total. Identidad infinita. Humildad como vía iniciática, expansiva, no como virtud ciudadana para serenar al poder y a otros conciudadanos. Humildad hasta en la soledad más atroz.

En resumen: hablar poco, actuar poco, no forzar el ritmo natural de las cosas, respirar (más bien exhalar) bien, no eyacular y seguir la Naturaleza: amarla…. confiar en ella… sin esa “suspicacia del labriego” a que se refería Ortega…

Buscar el reino sagrado que hay en el pecho. No fuera.

Sigamos sacando oro del Tao Te Ching:

“Donde acamparon los ejércitos, nacen las zarzas.”

“Las buenas armas son instrumentos nefastos, cosas aborrecibles. El hombre que tiene Tao no se vale de ellas.”

“Actuar queriendo conquistar el imperio [el mundo] es, a mi parecer, ir al fracaso. El imperio es un aparato muy espiritual. No se puede manipular con él. Manipular con él es estropearlo. Cogerlo es ya perderlo.”

“El hombre vivo es blando, y muerto es duro y rígido.”

“Las plantas vivas son flexibles y tiernas, y muertas son duras y secas.”

“La dureza y la rigidez son cualidades de la muerte. La flexibilidad y la blandura son cualidades de la vida.”

“Lo blando puede a lo duro.”

“De ahí que las armas, que son duras, no pueden vencer.”

“La desdicha se apoya en la dicha y la dicha se agazapa detrás de la desdicha. ¿Quién conoce la línea divisoria? No hay regla. La rectitud se vuelve extravagancia y lo bueno monstruosidad. Esto ha traído al hombre confuso mucho tiempo. Por eso, el sabio es cuadrado (recto), pero sin aristas cortantes; anguloso, pero sin ángulos punzantes; recto, pero no áspero en su forma de hablar a los demás; luz, pero no resplandor.”

“Pocos en el mundo llegan a comprender la utilidad de enseñar sin palabras y del no hacer nada.”

“Sin salir de la puerta se conoce el mundo. Sin mirar por la ventana se ven los caminos del Cielo. Cuanto más lejos se sale, menos se aprende.”

“El estudio es acumular de día en día. El Tao es disminuir de día en día y, disminuyendo más y más, se llega a la inacción. Inacción que nada deja de hacer. Siempre se ha conquistado el mundo sin hacer nada para ello…”

 

Algunas precisiones académicas. Las aportaciones de Russell Kirkland

Hoy día el taoísmo es uno de los temas que, como el yoga, rellena muchos estantes en librerías no especializadas. Es una religión, una soteriología, una ‘espiritualidad” que genera fascinación, digamos ilusión de transformación espiritual entre los buscadores occidentales, los que intuyen que su vida tiene un sentido ‘espiritual’, de ‘subida de escaleras’ para el acceso a otro nivel de conciencia. Y es también una galaxia de palabras que se ha prestado a sorprendentes manipulaciones. Inconscientes en su mayoría.

A este respecto son especialmente alumbradoras dos conferencias que el profesor Russell Kirkland pronunció en los años 1994 y 1997. La conferencia de 1997 (que tuvo lugar en la universidad de Tenessee) fue presentada bajo el título “El taoísmo de la imaginación occidental y el taoísmo de China: descolonización de las exóticas enseñanzas del Este”. En esta conferencia Kirkland trató temas que son, a mi parecer, de enorme interés para elevar nuestra potencia filosófica. La tesis fundamental de este investigador fue que  los estudiosos occidentales del taoísmo no aceptaban lo que los taoístas de China tradicionalmente pensaban de su ‘religión’. Habría una gran diferencia entre el taoísmo de las publicaciones académicas y el taoísmo de la imaginación del colonialismo cultural norteamericano, el cual no ‘escucharía’, sino que solo buscaría elementos capaces de fortalecer sus creencias: su esquema-mundo: “Miles de occidentales literalmente han sido engañados acerca del taoísmo”.

Kirkland analiza los valores culturales que subyacen en la distinción entre taoísmo filosófico y taoísmo religioso. Dicha distinción se habría hecho en la China moderna: los intelectuales chinos modernos habrían tenido miedo a ser rechazados por los intelectuales occidentales secularizados; miedo a ser considerados miembros de una cultura supersticiosa (anti-ilustrada). Kirkland habla de verdaderas distorsiones de la realidad creadas por estudiosos victorianos (como Legge y sus informantes confucianos), todos ellos hostiles al taoísmo; y afirma que la intelectualidad moderna emite juicios desde un culto, desde un dogma: nuestras creencias son axiomáticamente verdad; cualquiera que siga otras creencias no es digno de nuestro respeto; quien desafía nuestras creencias es un necio peligroso que debe ser atacado y desacreditado. Los intelectuales modernos, según Kirkland, participarían de un culto especialmente pernicioso: creerían que no forman parte de ningún culto.

Parte de estas ideas, aplicadas al estudio occidental del taoísmo, Kirkland afirmó haberlas sacado de un artículo de Steve Bradbury, de la Universidad de Hawai. Bradbury hablaba de una narrativa ilustrada (racionalista) de la religión.

Finalmente Kirkland afirma que es posible volverse un taoísta, seguir el Tao, pero no con un libro,  sino yendo, por ejemplo, a la Abadía de los Nubes Blancas de Beijing.

Una frase final: “Si el taoísmo tiene algo que ofrecer al mundo moderno, no se encontrará en las estupideces lucrativas de las librerías americanas.”

 

Y ahora Schopenhauer

Volvamos a la ‘Filosofía pura’, mi diosa más irresistible. Y, desde esa diosa, me es inevitable acudir una y otra vez a la inmensidad del sistema filosófico de Schopenhauer. En el siguiente párrafo veo un tejido sacro de caminos (de ‘Taos’) individuales:

“[…] en el simple sueño la relación es unilateral, y es que solo un yo verdaderamente quiere y siente, mientras que los demás no lo hacen, pues son fantasmas; por el contrario, en el gran sueño de la vida tiene lugar una relación multilateral, toda vez que no solo uno aparece en el sueño del otro, sino que éste también aparece en el de aquel, de forma que, por medio de una verdadera harmonia praestabilita, cada uno sueña solo aquello que para él es adecuado según su propia guía metafísica, y todos los sueños-vida están entretejidos con una perfección tal, que cada uno experimenta solo lo que le es beneficioso y hace lo que es necesario para los demás […]” (Parerga y Paralipomena, pp. 232-233, según la edición de Arthur Hübscher de 1988).

 

Ahora una confesión personal

En la noche del 16 al 17 de octubre de 2008 soñé que explicaba el Zen a mi  hermano. Mi padre escuchaba. Tranquilo. Lúcido. Libre ya de esta vida. Y dijo: “Que ningún discurso te bloquee el futuro”.

Creo que ese consejo es clave para entender el vaciado del que habla el Tao Te Ching. Se trataría de liberarse de cualquier “natura naturata“, cualquier “orden” no querido, no sentido como propio. No sentido como sagrado. Y, desde ahí, afrontar la parte del camino todavía invisible: lo que no aparece en la fotografía de Richard Long.

¿Cuántos paisajes pisarán todavía nuestros pies?

Lo fabuloso de la vida (este camino que ahora piso) es su plasticidad. No dejo de sospechar que, como el pintor Wang Fô, soy yo -cada uno de nosotros- quien lo dibuja sobre el lienzo infinito de nuestra conciencia.

Y cada día me parece más lúcida la idea de Paracelso de que el hombre fabrica su propio cielo y que, una vez fabricado, ese cielo le alimenta. Creo que la clave está en la Fe [Véase]. Y en la capacidad de asumir el peso descomunal de la libertad absoluta (como se atrevió a decir Sartre en esa conferencia de 1945 que se publicó con el título “El existencialismo es un humanismo”).

Fe en esa cosa inefable, descomunal, omnipotente, que llevamos dentro (ese Tao sin forma que es capaz de automodelarse en infinitos mundos). Esa cosa capaz poetizarse de cualquier forma: de ser cualquier Logos. Véase [Logos] y [Poesía].

Fe en que todo es posible para esa cosa de lo ‘real’.

El camino en el que ahora apoyamos los pies de nuestra conciencia puede mostrar prodigios jamás acontecidos.

Por eso no hay que poner límites discursivos a nuestro futuro. Eso me aconsejó mi padre en sueños.

Yo creo que tampoco hay que poner límites discursivos a nuestro presente: entonces veremos que el camino, el Tao, huele como la piel de las hadas taoístas.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Simone Weil

 

 

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Simone Weil. Una preciosa mujer, una hipertrofia de la inteligencia y del amor: una hipertrofia de la humana capacidad de sacralizar al otro ser humano.

Un labios bellísimos, muy sensuales, dibujados con un pincel prodigioso. Unos labios que, al parecer, nadie besó.

El filósofo (a diferencia del “sabio”) ama lo que no sabe, sacraliza lo otro de lo ya conocido, ama el deseo en sí… el deseo de Verdad. El filósofo ama la Verdad. Quisiera tener una reproducción exacta del Ser en su mente. Por eso estudia tanto. Por eso pregunta y escucha tanto. Por eso no le vale cualquier cosa: todo modelo le parece pequeño en comparación con lo que intuye que de verdad está pasando. Con lo que de verdad hay.

El místico del amor (Simone Weil por ejemplo) incendia ese amor intelectual con el respeto a los demás seres humanos. El respeto…

Para Simone Weil el sufrimiento ajeno es muchísimo más doloroso que el propio. El propio es asumible, es incluso recibido como un regalo, como una sacra energía. El problema es aceptar el sufrimiento del otro, que es el que duele de forma atroz, que es el que parece negar el sentido de cualquier teología y, sobre todo, de cualquier teodicea.

Simone Weil me ayudó hace años a engranar la Mística con la Magia (dos temas fundamentales de mi Filosofía). La clave está en la dualidad Gravedad-Gracia, dualidad decisiva en mi concepción de lo que aquí está ocurriendo y en mi análisis metafísico de la Magia a través de las obras de Schopenhauer.

Escuchemos a Simone Weil, dejemos que caiga su nevada de flores de silencio en nuestro huerto, que es infinito (una flor de silencio es, para mí, una palabra, cualquier palabra, porque toda palabra lleva dentro un silencio abisal):

“El hombre que tiene contacto con lo sobrenatural es por esencia un rey, porque es la presencia dentro de la sociedad, bajo una forma infinitamente pequeña, de un orden que trasciende lo social”.

“El sufrimiento es un koan. Dios es el maestro que lo aloja en el alma como algo irreductible, y obliga a pensarlo.”

“Yo soy todo. Pero ese mismo yo es Dios. Y no es un yo”.

“Percibir al ser amado en toda su superficie sensible, como un nadador el mar. Vivir dentro de un universo que es él”.

“Tengo una especie de certeza interior creciente de que hay en mí un depósito de oro puro por transmitir. Solo que la experiencia y la observación de mis contemporáneos me persuaden cada vez más de que no hay nadie para recibirlo”.

“La creencia productora de realidad es lo que se llama fe”.

“No hay equilibrio entre el hombre y las fuerzas de la naturaleza circundantes, que lo superan infinitamente en la inacción, sino únicamente en la acción por la cual el hombre recrea su propia vida: el trabajo”.

“La violencia del tiempo desgarra el alma; por el desgarramiento entra la eternidad”.

“Por su completa obediencia, la materia debe ser amada por quienes aman a su Señor, como un amante mira con ternura la aguja que ha sido manipulada por una mujer amada y muerta”.

“De manera general nada tiene valor cuando la vida humana no lo tiene”.

“El amor sobrenatural constituye una aprehensión de la realidad más plena que la inteligencia”.

“Tratar al prójimo desgraciado con amor es como bautizarlo”.

“La religión es un alimento”.

“La belleza del mundo es la sonrisa de ternura de Cristo hacia nosotros a través de la materia”.

“Experimento un desgarro que se agrava sin cesar, a la vez en la inteligencia y en el centro del corazón, por la incapacidad en que me encuentro de pensar al mismo tiempo, dentro de la verdad, la desgracia de los hombres, la perfección de Dios y el vínculo entre ambos”.

“Esclarecer nociones, desacreditar las palabras congénitamente vacías, definir el uso de otras mediante análisis precisos; he aquí, por extraño que pueda parecer, un trabajo que podría salvar vidas humanas”.

“Se pueden tomar casi todos los términos, todas las expresiones de nuestro vocabulario político, y abrirlos; en el centro se encontrará el vacío”.

 

Algo sobre su persona y sobre su vida

La vida de Simone Weil fue una parte esencial de su mensaje. Estamos ante una vida de “santa”: una vida “sobrenatural” cabría decir desde la propia concepción weiliana.

Albert Camus siempre tenía una foto de Simone en el escritorio. Él publicó la mayoría de sus obras. Creía imposible imaginar un renacimiento para Europa que no tuviera en cuenta las exigencias que Simone Weil definió en L´enracinement [El arraigo].

George Bataille: “Era tan tranquila como un sacerdote en confesión y se le podían contar enormidades”. La llamaba con desdén “la cristiana”. “Judía delgada… de carne amarillenta… sus cabellos cortos, lacios y despeinados le formaban unas alas de cuervo a cada lado del rostro.”

Alain (su profesor decisivo; que profesaba por su alumna una admiración casi entusiasta): “La marciana”, la “muchacha sorprendente”. Era dos años menor que sus compañeras en el colegio, pero se decía que “exaltaba la clase”.

Siempre con los pies desnudos, en invierno, con sandalias, siempre con la cabeza descubierta (y rellena de terribles jaquecas: salvo en el éxtasis estético que vivió en Italia –como María Zambrano- y cuando fue abrazada por Cristo, físicamente tomada, en la abadía de Soresmes…)

Jean Tortel habló de ella como una mujer “de mirada extraordinaria detrás de los inmensos anteojos, con la boca muy marcada, sinuosa, húmeda. Miraba a través de su boca. El conjunto ojos-boca contenía una exhortación, una petición y, al mismo tiempo, una ironía insoportable frente a las estupideces y las cosas indiferentes, mediocres… Ella llevaba todo hasta el fondo.”

Murió con 34 años. Nació en París 1909. Familia judía culta y muy moderna. Padre ateo confeso, madre rusa de familia rica y cultivada. Son naturistas: gimnasia todos juntos, muchos paseos, montaña…

Un hermano genial e insuperable: a los diez años aprende griego. Y crean un lenguaje entre los dos hermanos, solo para ellos. Algo parecido a la genial e hipersofisicada familia de Wittgenstein. En el liceo es brillantísima: exalta a la clase. Ella es dos años menor que el resto de los alumnos.

1925.  Tiene la suerte de tener como profesor al filósofo Émile Chartier (Alain).

Desde niña arde en ella un sentimiento de solidaridad extraordinario con “los desfavorecidos”. Trabaja en el campo. Consigue que la acepten unos pescadores de navío. El capitán decía que ella estaba obsesionada con que él pudiera convertirse en un explotador.

1931. Profesora de Filosofía. Quiere entrar en alguna organización sindical, luchar por la revolución obrera-marxista… (Las cosas están muy mal… hay que trabajar mucho y rápido para salvar la humanidad); promoción de la cultura: universidad obrera. Participa en manifestaciones, hace comunicados, artículos… por la revolución.

1932. Visita Berlin. Siente, proféticamente, la que se avecina: instauración de la fuerza irreflexiva que seduce a los débiles; sobre todo, a los débiles. Vuelve a Francia y rompe a llorar. Se enfrenta a los comunistas oficiales. Apoya a las minorías. Es hereje dentro de esa nueva religión. Aboga por reaccionar ante el burocratismo y el totalitarismo rusos. Hay quien la considera “el único cerebro del movimiento obrero desde hace años…” Se enfrenta a Troski. Quiso ser un soldado en esa revolución. Simone era hiperactiva, combatiente. ¿Contra el Mal?

1934. Se deja “crucificar” en “la Fabrica”. Es una experiencia desgarradora. Pide permiso en su escuela para investigar las condiciones de la opresión. Primero cargadora en Alshthom y luego obrera en Renault: “Gané la capacidad de bastarme moralmente a mí misma, de vivir en ese estado de humillación constante sin sentirme humillada a mí misma.”

1936. Participa en la guerra de España. Se enrola en la columna internacional de Buenaventura Durruti. Única mujer entre 22 hombres. Se horroriza ante la barbarie grupal: la ejecución de un niño falangista de 15 años que llevaba un colgante de la virgen. Las colectividades no piensan.

1938. Italia: contacto con la Belleza. Ese gigantesco misterio la salva del dolor de cabeza: “Allí, estando sola en la pequeña capilla de Santa María de los Ángeles […] algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a ponerme de rodillas”.

Sus dolores de cabeza la obligan a dejar la docencia. Se obsesiona con la política internacional. Pasa hambre, físicamente. Se opone a la declaración de la guerra al hostil gobierno alemán.

Decisivo: 17 de abril de 1938, en la abadía de Saint Pierre a Solesmes es tomada físicamente por Cristo. Habla de “una presencia más personal, más cierta, más real que la de un ser humano.” Empieza a estudiar Historia de las religiones, el Libro Egipcio de los Muertos, el libro de Job, el Cantar de los cantares. Entra en contacto con el Zen de la mano de Suzuki. Se fascina con los cátaros albiguenses.

Alemania acosa a Europa y al concepto de humanismo. Se deroga explícitamente, eufóricamente, el “No matarás”. Simone Weil no está de acuerdo con el pacifismo. Hay que luchar contra la Alemania nazi.

Aprende sánscrito. Lee el Bhagavad Gita. Aprende el Pater en griego y escribe, respecto de esa plegaria:

“La virtud de esa práctica es extraordinaria y me sorprende siempre, porque aunque la experimente cada día, siempre supera mis expectativas… el espacio se abre. La infinitud del espacio ordinario de la percepción es reemplazada por un infinitud a la segunda o a veces a la tercera potencia. Al mismo tiempo, esa infinitud de infinitud se colma de punta a punta con silencio, un silencio que no es ausencia de sonido[…]”

1942. Nueva York. No puede evitar ir a Harlem con los negros. Se vuelve a Londres y deja a sus padres para siempre. Se compromete dando opiniones para la nueva constitución de esa Francia aturdida por lo ocurrido con los nazis. Se limita a comer el mínimo de racionamiento en Francia. Está muy débil. El gobierno francés en el exilio le encarga un texto con el que reconstruir ese país tras la guerra. Simone Weil escribe sin parar. A la desesperada. Con urgencia. Está en juego la salvación de Europa, de Francia, de todos los seres humanos, del espíritu confundido en la materia. Lucha por un proyecto de enfermeras en el frente. No consigue nada inmediatamente.

Tuberculosis. Muere tranquila en un hospital inglés, en una habitación  con vistas al campo: con vistas a la destrucción de su yo, al no-tiempo… La eternidad, la luz. Dios.

Acuden seis personas al entierro. El cura se equivoca de tren y no llega. Ella dijo no haber querido el bautismo para solidarizarse con los desgraciados que no creen.

Sugiero ahora algunas claves  para leer a Simone Weil. Para pensar y para sentir con ella:

 

1.- Compasión. Política. Respeto.

Simone Weil está obsesionada, torturada, con el sufrimiento humano. Su solidaridad es extrema. También está obsesionada por estudiar lo que pasa de verdad, erradicar la imaginación, y actuar para modificar… Tiene un proyecto político (ciudad, arraigo humano fundamental). Cree que puede salvar Europa. Se la toma en serio… Camus. Para ella la ciudad es importante. Es comunista, siente la revolución obrera, siente la opresión, pero enseguida su sensibilidad y su inteligencia la empujan a salirse de las derivas totalitarias y crueles de esa religión. Es curioso que se obsesione con el sufrimiento humano ajeno, que quiera combatirlo (es una autentica voluntaria sin cuartel), pero a la vez que vea en el sufrimiento una ubicuidad, una cosa que mete Dios en el pecho del hombre, incluso una vía de salvación… Marx y Engels no querían mejorar las condiciones de los trabajadores para no aburguesarlos. Se trataba de aprovechar la desesperación proletaria como energía transformadora: una especie de colectivizado tapas creativo. [Véase “Tapas”].

Su propuesta de sociedad: libertad de pensamiento, de opinión. Y el respeto. Entiendo que estamos ante un tema esencial que ella ha sabido ver. A aquel niño falangista no se le respetó. El sistema se cae entero si no se diviniza al ser humano. El humor hostil: los programas del corazón en los que se tritura la dignidad humana (con o sin el consentimiento de la víctima) creo que tienen olor a metal y a sangre. A barbarie en el sentido weiliano. Es más relevante de lo que parece. Son sacrilegios. Así me tengo que expresar, apoyándome en la sensibilidad de Weil, que comparto plenamente. Son muy peligrosos esos programas. Y muy tristes. Humor triste. Humor sin amor.

2.- Fuerza.

Rechazo de la presunta grandeza de figuras como Alejandro, Cesar, Napoleón… Rechazo que comparto plenamente. Simone Weil quiere subvertir valores, mirar la historia de otra forma. El universo se impone con fuerza descomunal sobre el hombre. Pero hay un misterio: el de la santidad: lo sobrenatural.

3.- Palabras.

Simone Weil es neologista. Tiene que desmontar un mundo (un sistema de conceptos) para montar otro. Pero sigue siendo una creyente en La Verdad unificada. Es muy platónica. Muy pitagórica. Muy cartesiana (dualista). Cree que hay que estar atento, estudiar con detenimiento la “realidad”, absolutamente diferente al sueño, y revisar la semántica: hay palabras que dicen algo, que tienen referente objetivo, y otra que no. Cree que así se salvarán vidas. Estudia mucho: textos y realidades. Siente que está en juego la salvación del hombre y de la sociedad entera. Quizás hay una segunda Simone después de que la tomara Cristo: la Gracia. Eso desactiva los significantes: suspende la gravedad. Deja silencio e inmensidad metamoral y metaintelectual.

4.- La gravedad y la gracia.

A Simone Weil le impresiona una frase del profeta Isaías: “Aquellos que aman a Dios nunca están cansados”. Ella dirá que el santo es una especie de fenómeno sobrenatural en el tejido mecánico que es el universo. Tejido mecánico que, no obstante, ella dirá que es su segundo cuerpo. Y su belleza la considerará una sonrisa de Cristo. Estamos oprimidos por el universo hasta un nivel inimaginable: ciegas máquinas en manos de leyes ciegas. Una enorme fábrica que nos usa y nos tritura. Enrome fuerza inhumana. Eso es la gravedad, según Simone Weil. La gracia sería la irrupción de algo exterior (al mundo) que rescata, que asiste, que permite que ocurra lo imposible, tanto en el alma humana y como en el mundo material:

“Todos lo movimientos naturales del alma se rigen por leyes análogas a las de la gravedad material. Solo la gracia es una excepción.”

“Siempre hay que esperar que las cosas ocurran conforme a la gravedad, salvo intervención de lo sobrenatural.”

5.- Arraigo.

El arraigo. Preludio a una declaración de deberes hacia el ser humano, es una obra que escribió Simone Weil en Londres (1943), poco antes de morir. Lo hizo en plena segunda guerra mundial, enferma, por encargo del gobierno francés en el exilio. Camus vio en esa obra una relevancia civilizacional, sobre todo para la Europa que habría de surgir en caso de que el gobierno nazi perdiera la guerra. El arraigo fue publicada en 1949 por Gallimard gracias a Camus, otro gran enamorado del ser humano, por encima de todo, y muy a pesar de Sartre.

La obra consta de tres partes (1.- Las necesidades del alma, 2.- El desarraigo,  y 3.- El arraigo) precedidas de una introducción cuyos momentos fundamentales creo que son los siguientes (la traducción es mía, y es muy mejorable):

– Las obligaciones del ser humano están por encima de sus derechos. “Un hombre que estuviera solo en el universo no tendría derechos, pero sí obligaciones”. Se trata de obligaciones hacia los seres humanos (hacia uno mismo incluso). Esta obligación responde al destino eterno del ser humano. Las colectividades humanas no tienen ese destino eterno. Se trata de una obligación incondicional.

– “El hecho de que un hombre posea un destino eterno supone una única obligación; el respeto. La obligación no se cumple hasta que el respeto es realmente expresado, de una manera real y no ficticia; y no puede serlo sino a través de las necesidades terrenas del hombre”.

– La primera obligación: “Es por tanto una obligación eterna hacia el ser humano no dejarle sufrir de hambre cuando se tiene la ocasión de socorrerle. Siendo esta obligación la más evidente, debe servir de modelo para extraer la lista de deberes eternos hacia el ser humano. Para que se establezca con todo rigor, esta lista debe proceder de este primer ejemplo por la vía de la analogía”.

– Hay necesidades físicas (hambre, protección contra la violencia, ropa, calefacción, higiene, cuidados en caso de enfermedad). Otras necesidades tienen que ver con la vida moral.

– “El grado de respeto que es debido a las colectividades humanas es muy elevado”. Toda colectividad es única. “La alimentación que una colectividad suministra al alma de aquellos que son sus miembros no tiene equivalencia en el universo entero”. “Pues, por su duración, la colectividad penetra ya en el porvenir. Ella contiene el alimento, no solo para las almas de los que viven, sino también para aquellos seres que todavía no han nacido y que vendrán al mundo en el curso de los siglos”.

– “La colectividad tiene sus raíces en el pasado. Constituye el único órgano de conservación de los tesoros espirituales del pasado, el único órgano de transmisión por medio del cual los muertos pueden hablar a los vivos. Y la única cosa terrestre que tiene un vínculo directo con el destino eterno del hombre es la influencia de aquellos que han sabido alcanzar una conciencia plena de este destino, transmitida de generación en generación”.

– “A causa de todo esto, puede ocurrir que la obligación con respecto a una colectividad en peligro llegue hasta el sacrificio total. Pero esto no significa que la colectividad esté por encima del ser humano”.

– “Algunas colectividades, en lugar de servir de alimento, muy por el contrario ingieren las almas. Hay en este caso una enfermedad social, y la primera obligación es aplicar un tratamiento; en ciertas circunstancias puede ser necesario inspirarse en métodos quirúrgicos”.

– “También hay colectividades que alimenta insuficientemente el alma. Hay que mejorarlas”.

– O que matan el alma. Esas hay que destruirlas, según Simone Weil.

– “El primer estudio a realizar es el de las necesidades que son para la vida del alma lo que para la vida del cuerpo las necesidades de alimentación, de sueño y de calor. Hay que intentar enumerarlas y definirlas”.

– “La ausencia de un estudio semejante fuerza a los gobiernos, cuando tienen buenas intenciones, a moverse al azar”.

– “He aquí algunas pautas”, termina Simone Weil diciendo en su introducción. Y nos ofrece un listado de necesidades del alma que reproduzco a continuación: Orden, libertad, obediencia, responsabilidad, igualdad, jerarquía, honor, castigo, libertad de opinión, seguridad, riesgo, propiedad privada, propiedad colectiva y verdad. En esta lista no coloca Simone Weil la que según ella sería “quizás la más importante necesidad del ser humano”: el arraigo. “Un ser humano tiene una raíz por su participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad que conserva ciertos tesoros del pasado y ciertas premoniciones del futuro”.

Procedo a continuación a reflexionar sobre algunas de las necesidades del alma que listó Simone Weil:

1.- Orden.

Sería la primera necesidad del alma. Simone Weil es aquí sorprendente. Habla de la necesidad de un tejido social en el que “nadie se vea obligado a violar alguna rigurosa obligación para ejecutar otra obligación”. En realidad se está refiriendo a la necesidad de vivir en una sociedad justa, donde la justicia y la virtud se desplieguen en todas las direcciones (no solo jerárquicamente de arriba hacia abajo).

2.- Libertad.

Simone Weil concreta este concepto abisal en la posibilidad de elegir. Pero afirma que dado que vivimos en comunidades, es inevitable que existan reglas que limiten esas posibilidades de elección. Esas reglas deben ser suficientemente razonables y simples para que cualquier persona dotada de discernimiento las desee y vea la necesidad de que sean impuestas. Esas normas, según Simone Weil, deben emanar de una autoridad que no sea extranjera ni enemiga, una autoridad que sea amada como perteneciente a aquellos que ella dirige. La verdadera libertad requiere una incorporación de las reglas al propio ser del hombre. Solo el niño cree que le están limitando la libertad cuando no le dejan comer todo lo que quiere comer. “Aquellos a los que le falta la buena voluntad o que siguen en la infancia no serán nunca libres en ningún estado de la sociedad”.

3.- Seguridad.

“El miedo o el terror, como estados duraderos del alma, son venenos casi mortales”. Se me ocurre sugerir que la timidez sería un estado de miedo que sufre el individuo dentro del sistema social. El ser humano tiene miedo al ser humano. Y con razón. Las sociedades quizás nacieron para protegerse contra los peligros de lo no-humano, pero enseguida pudieron convertirse en lugares muy hostiles. El alma humana, en cualquier caso, según Simone Weil, necesitaría seguridad: hay que ofrecerle un hábitat donde el miedo no sea una constante. Pero tampoco resistiría ese alma humana la ausencia total de miedo, de riesgo.

4.- Riesgo.

“La protección de los hombres contra el miedo y el terror no implica la supresión del riesgo; sino que implica por el contrario la presencia permanente de una cierta cantidad de riesgo en todos los aspectos de la vida humana”. Creo que esta reinvidicación de Simone Weil tiene un interés excepcional. Nos equivocaríamos mucho si construyéramos Estados del bienestar en los que el alma humana lo tuviera todo asegurado, completamente protegido del riesgo de pérdida o de detrucción: la fuente de ingresos, los ahorros, la pareja, la propia salud, el propio Estado de Derecho… Se me ocurre sugerir que el alma humana requiere mantener un cierto tono muscular, un cierto estado de alerta. En caso contrario se pierde, enferma de aburrimiento y busca curar su aburrimiento con actividades que le pueden denigrar a él e, indirectamente, a la sociedad de la que es parte nutrida y nutriente.

5.-Verdad.

Simone Weil escribió: “La necesidad de verdad es la más sagrada de todas. Y sin embargo nunca se la menciona”. ¿Por qué utilizó la expresión “sagrada”? La necesidad de arraigo, por ejemplo, la adjetivó como “la más importante”. Pero no sagrada. En los párrafos que siguen a su sacralización de la Verdad Simone Weil no fundamenta, creo yo, esa sacralidad, aunque sí propone sistemas sociales de fomento y de custodia de ese culto, el culto a la Verdad, que es lo contrario de la mentira. Pero, ¿es verdad que el alma humana necesita la verdad?

¿Por qué la verdad es una necesidad “sagrada”? Quizás bastaría con apelar al concepto de respeto, que ya hemos visto que es un pilar fundamental de toda la Ética y toda la Política weilianas. A quien se le está mintiendo se le está faltando el respeto, bien porque se le está manipulando en su contra (se le está depredando, podríamos decir) o bien porque se está presuponiendo que el destinatario de la mentira carece de legitimidad comunicativa. En mi opinión la mentira consciente, cuando es de buena fe, es siempre una falta de respeto, una forma de opresión sutil que presupone la instauración de un plano inferior donde se ubica, de forma irrespetuosa, a la persona engañada. Es importante distinguir entre la verdad y la veracidad. La verdad solo la puede ofrecer el ignorante. La veracidad, por el contrario, es una exigencia ética: se comunica al otro ser humano lo que se tiene por verdad, no la Verdad con mayúscula. Digamos que al otro ser humano se le permite el acceso al corazón de nuestra mente.

“Algunas medidas fáciles de salubridad podrían proteger a la sociedad contra los atentados a la verdad”. Y Simone Weil propuso dos:

1.- Un tribunal custodio de esa “necesidad sagrada”. Cierto es que inquieta su idea de que ese tribunal persiga incluso los ensayos de intelectuales que, de buena fe, afirmen cosas erróneas.

2.- Prohibición de cualquier propaganda en medios de comunicación cotidianos. Solo estaría permitida la información no tendenciosa.

La propia Simone Weil se plantea la pregunta obvia: ¿Cómo garantizar la imparcialidad de este tribunal? La única garantía estaría, según esta pensadora, en que sus miembros “provengan de estratos sociales muy diferentes, dotados naturalmente de una inteligencia amplia, clara y precisa, y que se hayan formado en una escuela donde hayan recibido, no una formación jurídica, sino espiritual y, en segundo lugar, intelectual. Hace falta que se acostumbren a amar la verdad”.

Mi amiga Mónica Cavallé, tras una conversación en la que yo le manifestaba mi preocupación sobre el tema de la veracidad en la Política, me hizo llegar una carta de Unamuno fechada en 1908 -completamente desconocida por mí- en la que el filósofo explica lo que entiende como “la verdad en la vida y la vida en la verdad”. Recomiendo su lectura en Mi religión y otros ensayos, 1910. Y destaco dos frases:

“El culto a la verdad por la verdad misma es uno de los ejercicios que más elevan el espíritu y lo fortifica.”

“Pues el que no se acostumbra a respetar la verdad en lo pequeño, jamás llegará a respetarla en lo grande.”

Unamuno. Simone Weil. Amor a la verdad. Quizás ese tipo de amor podría reconfigurar por completo la sociedad humana, en particular la española de hoy. Tengo la sensación, por lo vivido hasta ahora, de que no se le tiene en general demasiado respeto a la Verdad. En demasiadas ocasiones se la profana invocando valores aparentemente superiores.

Está pendiente una gran revolución. Individual. Grandes manifestaciones en la mente y en el corazón de cada uno de nosotros. Hay que girar la cámara hacia dentro. Creo que podrían ocurrir prodigios. Y sigo sosteniendo, a pesar de todo, que a más verdad, más belleza.

David López

 

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Las bailarinas lógicas: “Ética/Moral”.

 

 

“Moral” (Mos; costumbre). Moralis sería, según Cicerón, la traducción latina de Ethikós.

El caso es que los seres humanos repiten comportamientos sistemáticamente. Y también sistemáticamente emiten juicios de valor sobre los actos cometidos por ellos mismos y por los demás. El “cargo de conciencia”, visualizable con nitidez en obras como Crimen y castigo de Dostoievski, es uno de los huracanes más terribles que puede acontecer en el pecho de un ser humano. Es la “conciencia moral”: un tema crucial en las metafísicas de Kant y de Schopenhauer. Y también en la de Nietzsche, muy a su pesar.

Ser un ser humano es algo extraordinariamente vertiginoso y difícil [Véase “Ser humano”]. Pero sin duda es también un honor, como lo es tratarse con otros seres humanos. Tener siquiera esa opción. Pero ahí la dificultad es casi infinita. Se podría decir que el diario, constante desafío ético, sería algo determinante de la condición humana  y, a la vez, paradójicamente, una exigencia sobrehumana, un esfuerzo sobrehumano al servicio de la belleza. De la Gran Belleza. Quizás efectivamente el mundo solo tenga sentido en cuanto fabulosa, constante, sagrada obra de arte.

La imagen que flota sobre estas frases pertenece a una película de Stanley Kubrick: Eyes Wide Shut. En ella pude ver con claridad la diferencia entre moralidad y ética (al menos tal y como esos dos conceptos tienen tomada mi mente al día de la fecha).

La película es una especie de Bildungsroman (con un muy inelegante final) en la que el protagonista (Tom Cruise), tras ser consciente de una radical inmoralidad que estuvo a punto de cometer su esposa, se deja llevar, aturdido, por callejuelas mojadas por preciosas luces de neón y termina sentado en la cama de una prostituta. Los dos acuerdan, amablemente, una permuta de placer sexual por dinero. Empiezan a besarse. Ella tiene una belleza y una dulzura que sacuden los diques morales de ese marido que está a punto de ser infiel. ¿Es la infidelidad una falta de ética o una inmoralidad?

Suena un teléfono móvil. Tom Cruise se levanta para atender la llamada. Es su esposa, que le espera en casa. La moralidad -¿la ética?- activa su imán metafísico. Tom Cruise vuelve a la cama y le dice a la prostituta que él debe irse. No ha habido más contacto sexual que el beso (sublime, por cierto). Pero él quiere pagar de todas formas a la prostituta. Ella no acepta. Él insiste. La ética se sublima al mismo nivel de belleza que el beso inmoral que se ofició pocos minutos antes.

La soga del argumento de Eyes Wide Shut arrastrará a su protagonista a una especie de palacio donde hombres escondidos tras lúgubres máscaras participan, fríos, en una gelida ritualización de la transgresión de una determinada moral sexual: la puritana/anglosajona. Entre coreografías pornográficas frías como monedas, rituales de sociedad secreta y máscaras de espanto infantil, ocurre otro gran momento ético (ética sublimada en un ritual de sistemática transgresión de la moralidad sexual compartida por los asistentes). Ese otro gran momento ético lo representa una mujer desnuda, sin cara (sin “persona”), que da su vida para salvar la de Tom Cruise: un médico que, según nos es mostrado en la película, ama más a las personas que a los sistemas de moralidad.

Recordemos esa idea de Paracelso de que el médico solo puede serlo, solo puede curar, si ama a su paciente.

Así, cabría afirmar que la moral es un vínculo, una forma de amor si se quiere, entre un ser humano y un modelo de conducta compartido tribalmente (una determinada coreografía, un arquetipo social). La ética, según yo siento este concepto, es un vínculo intersubjetivo de sacralización mutua que trasciende las distintas formas de organización grupal que ha ido adoptando la condición humana para su supervivencia (física y psíquica).

La ética, como sacralización (no utilitarista) de la intersubjetividad, implica un individualismo radical y sagrado. Es un guiño entre personas por detrás del telón de la moralidad. Es una forma de amor puro y duro que podría encajar en la frase “ama al prójimo como a ti mismo”… sin condiciones, aunque no seas, como no lo soy yo mismo, cristiano. Estamos ante un amor meta-cívico, meta-nómico, meta-moral si se quiere. Es esa sonrisa que nos regalamos unos a otros cuando nos cruzamos por los caminos de las montañas [Véase “Humanidad”].

Antes de desarrollar con algo más de detalle estas intuiciones, creo que es necesario considerar los siguientes rincones de la historia del pensamiento:

1.- Yoga-Sutras de Patañjali: una ética al servicio del poder, la libertad y la inmortalidad. Creo que sigue siendo crucial la lectura de El Yoga (Inmortalidad y libertad), de Mircea Eliade. ¿Por qué una impecabilidad ética nos da poder y libertad? Tat twam asi. La ética, finalmente, se dirige siempre a uno mismo: porque todo -todo lo que existe- sería “uno mismo”. Siempre se escupiría contra el viento…

2.- Sócrates/Platón. El que conoce el bien hace el bien. Intelectualismo moral. El sabio es virtuoso y eso le conduce a la felicidad. ¿Por qué? En este punto me remito a esta obra: Beatriz Bossi: Saber gozar (Trotta); y a mi crítica sobre la misma, disponible  aquí: Saber gozar de Platón

3.- Aristóteles. Ética a Nicómaco. Ética a Eudemo. Magna Moralia. Aristóteles dibujó un modelo de totalidad en el cual el mundo y todas las cosas del mundo se movían irresistiblemente atraídas por un primer motor inmóvil (Dios) o idea del Bien. La ética virtuosa sería aquella que se dirige hacia la idea del bien. Sin más. Pero… ¿cabe resistirse a ese Imán metafísico (en realidad físico) del que habla Aristóteles… y obrar “mal”? Volvemos al problema de la libertad [Véase].

4.- Kant. Crítica de la razón práctica. Los juicios morales no pueden basarse exclusivamente en la experiencia. Se caería en el empirismo y en el utilitarismo. No hay libertad para el ser humano dentro del mundo. Es libre el ser humano nouménico, el que está ubicado fuera del mundo. Ahí sí es responsable por su conducta. El imperativo categórico: debes porque debes. El imperativo hipotético se basaría en un “si quieres… debes”. La conexión con la ética del Gita es evidente: cumplir con el deber sin esperar nada a cambio. Lo curioso es que esta actitud provoca la irrupción de la plenitud (de la “felicidad”)… siempre, creo, en otro mundo (porque el mundo del ser humano feliz es otro, absolutamente, que el del ser humano infeliz).

Dos fórmulas kantianas:

I. “Actúa de modo que la máxima de tu voluntad tenga siempre validez, al mismo tiempo, como principio de legislación universal”.

II. “Actúa de modo que consideres a la Humanidad, tanto en tu persona, como en la persona de los demás, siempre como un fin y nunca como un simple medio”.

Me gusta más esta segunda definición. En la primera estaría legitimada la violencia contra “los malos”. Legitimaría, por tanto, eso que desde “aquí” llamamos “terrorismo”. La segunda sacraliza a todos los seres humanos -buenos y malos- y los ubica en un altar meta-moral (muy nietzschano por cierto; y cristiano a la vez). De Kant quisiera recordar la importancia capital que otorgó -en su “fría moralidad”- al respeto. Yo ubico el respeto por encima del amor: es más sacralizador del otro, menos invasivo, menos interesado: en el amor siempre se busca, de alguna forma, un placer: el placer de amar. El respeto es más grande, más silencioso, más heroico.

Por último, dando por evidente esa conciencia moral, Kant considera necesario postular (postular, como hace la ciencia moderna) la existencia de tres cosas: 1.- La libertad humana; 2.- la existencia de Dios (que hace posible que las personas que han cumplido con el imperativo moral sin esperar nada a cambio reciban su premio en la eternidad); y 3.- la inmortalidad del alma para que sea efectivo ese premio.

6.- Schopenhauer. La ética es siempre descriptiva, no prescriptiva. Nadie va a ser virtuoso o no virtuoso por convicción. El intelecto humano está al servicio de la voluntad (algo, abisal, pero inmanetísimo a la vez, que le agarra como por debajo de su ser fenoménico y que le sacude como a una marioneta).

7.- Nietzsche. La moral de los esclavos: el resentimiento contra el que está pletórico de vida (de ilusión): el que culpabiliza de su pequeñez y de su escasez vital a un amo, permanente, que va cambiando de rostro con el paso de la historia: el que necesita cobijarse en un sistema fijo de verdades inmutables, objetivas, impuestas, de las que el esclavo no es creador ni, por tanto, responsable: el que carece de auto-nomía (capacidad de otorgarse una moral propia y de cumplir con ella heroicamente, más allá del placer y de sufrimiento… siempre teniendo como objetivo la creación de una vida/obra maestra). Recomiendo la -siempre sorprendente y siempre vivificante- lectura de estas dos obras de Nietzsche: La genealogía de la moral y Más allá del bien y del mal. Hay una edición de las obras de Nietzsche en la editorial Gredos con introducción y notas, muy interesantes, de Germán Cano. También sugiero la lectura de mi novela El nuevo filósofo del martillo.

8.- La ética más allá de los límites de lo humano. Los derechos de los animales. Recomiendo esta obra de Adela Cortina: Las fronteras de la persona (Taurus). Mi crítica puede leerse directamente aquí: Adela Cortina y las bailarinas de hierro.pdf.

Ofrezco a continuación algunas ideas, ya parcialmente diseminadas en los párrafos anteriores:

1.- Parto de una distinción entre ética y moral, tal y como la he enunciado al comienzo de este texto: la moral sería un vínculo con un modelo organizativo de una determinada tribu (que puede ser o no común con otras tribus). La ética es un vínculo interpersonal que transciende las puntuales formas de organizar los comportamientos de los individuos en las colectividades. Cabe incluso que la moralidad -lo social- tenga tanta fuerza que un individuo pueda arrasar -ignorar- éticamente a otro, sintiéndose con ello un auténtico héroe tribal (pensemos en un torturador al servicio de la democracia).

2.- No obstante lo anterior, creo que hay que tener presente la enorme fuerza configurativa que tienen las moralidades tribales: pueden llegar a convertirse en un órgano -como un hígado- que duele si es agredido. Una pareja de homosexuales, todavía hoy en España, retozando en la hierba, junto a parque de niños, produce dolor a muchas madres (y a muchas más abuelas). Ninguno a los niños, que celebran ubicuamente el sagrado juego nietzscheano (y el de Schiller, y el del Linga Purana también) más allá de las puntuales músicas morales que vayan sonando en las salas de baile civilizacional. Pero la ética, como respeto y sacralización del otro, puede ser un motor, muy bello, que convenza a los homosexuales de que merece la pena evitar daños innecesarios: que las ancianas están sufriendo, que hay sitios más retirados y más románticos en el parque para disfrutar de su recién estrenada moralidad sexual; que las moralidades, cuando han de ser cambiadas, es mejor cambiarlas “éticamente”; esto es: teniendo siempre presente, como el que está ante un altar, la piel exterior e interior de los demás seres humanos. Los principos éticos (los que rigen, o deberían regir, la intersubjetividad humana) pueden ser eternos, inamovibles. Las moralidades, por el contrario, mutan porque se basan en la utilidad.

3.- El ser humano es social. La sociedad es una especie de exo-cuerpo que nutre y que es nutrido por el propio ser humano. Toda sociedad necesita costumbres, morales. El hecho de que sean esencialmente mutantes no les quita a las moralidades -a todas- su dignidad.

4.- La palabra “moral” provoca normalmente una asociación inconsciente con “sexualidad”. Moral es, muchas veces, moral sexual. Creo que en este ámbito, y como he señalado con ocasión de la película Eyes Wide Shut, la tensión entre mis conceptos de ética y de moralidad se hace especialmente visible. Una revolución sexual pendiente, a mi parecer, es la que, trascendiendo cualquier modelo de interacción corporal (bilateral o multilateral, hetero u homosexual) se centrara la ética: la ética sexual. El ser humano, con independencia de qué universo sexual visite u ofrezca, debería –debería– sentir que está siempre entre dioses (o entre criaturas divinas, si se quiere bajar el tono). Creo que en nuestros sistemas educativos se ha insistido demasiado en la moral sexual. Falta elevar el tono ético de la sexualidad.

4.- Tengo la -poco original- sensación de que la actual crisis económico-financiera ha sido consecuencia directa de una falta de ética. Solo de ética, no de moralidad. Se han vulnerado principios éticos básicos, incuestionables, universales: no mentir, no robar, cumplir los pactos. La economía requiere confianza entre los seres humanos y fe en la posibilidad de construir y de compartir sueños. También requiere respeto. Lo dice el Tao Te Ching, con palabras misteriosas e inquietantes: “El imperio es un aparato muy espiritual. Cogerlo es ya perderlo”. Mientras escribo esto me doy cuenta, estupefacto, de que me he convertido en un iusnaturalista. Lo asumo sin demasiado problema. En cualquier caso, creo que no es imposible ganar dinero, incluso mucho dinero, desde una ética impecable. Conozco ejemplos. Seamos serios desde un punto de vista empírico y no eliminemos los hechos que no dan la razón a nuestras creencias. Existe también la honestidad intelectual. Es ardua, pero ineludible.

5.- Me inquietan de forma creciente los discursos que demonizan el ego. Creo que la ética, tal y como la estoy desarrollando en este escrito, implica una legitimación total de los egos (por muy fenoménicos u “oníricos” que sean). La ética intersubjetiva presupone un radical “alter-egoísmo” compatible con el “auto-egoísmo” (Ama al prójimo como a ti mismo). Estas reflexiones -estas emociones- nos llevan, creo, a algo que cabría denominar “multi-egoísmo sagrado” (algo insoportable para los colectivistas radicales). La cuestión crucial es si, de verdad, nos gustan, si amamos, si respetamos, a las personas, a los individuos humanos, más allá de toda moral (de toda puntual coreografía tribal).

6.- El gran misterio es que, como afirma el Raja-Yoga, la virtud transforma la materia del mundo (porque transforma nuestra mente, que es el hábitat de eso que llamamos mundo). Impresiona comprobar los efectos que nuestros actos realmente virtuosos (generosos, desinteresandos, amorosos por simplificar) producen en el despliegue del espectáculo de nuestras propias vidas. Kant se vio obligado a postular la existencia de Dios para dar sentido a ese prodigioso fenómeno: al hecho, muy sorprendente, de que la impecabilidad ética tiene efectos desbordantes. No buscados. Ni siquiera deseados. Quizás porque esa impecabilidad implica ya una plenitud previa: son síntomas, no efectos.

La virtud, la ética llevada al extremo, es genésica: es mágica. Eso es lo que no me queda más remedio que decir después de lo hecho, lo visto y lo vivido hasta ahora. También lo es la falta de ética: fabrica el infierno (un infierno siempre nutritivo, un dolor creativo… [Véase “Tapas”]...

Finalmente, quisiera compartir aquí la sensación (la creciente convicción) de que todo lo que hacemos es hecho por algo que conspira a nuestro favor. Los actos que nos llevan al infierno (¿quién no ha estado alguna vez en el infierno?) son pasos hacia el cielo.

David López

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Las bailarinas lógicas: “Felicidad”.

 

 

 

“Felicidad”. Otra bailarina lógica. Un símbolo que quiere que creamos que existe algo nombrado por él: que existe aunque dicho símbolo no existiera.

¿Qué es la felicidad? La Real Academia define el ámbito de esta palabra así: “Estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien”. ¿De qué bien? ¿Calma? ¿Placer? ¿Es lo mismo la felicidad que el placer? ¿Hay algo que esté por encima de la felicidad? ¿Es buena la felicidad? ¿Es malo el sufrimiento?

Ayer por la mañana llovía en Sotosalbos. Y había poca luz. Pero aun así, la “Materia” parecía preñada de posibilidad, como siempre. Le había prometido a mi hijo Nicolás que íbamos a poner bolas de Navidad en su abedul. Y en el de su hermana Lucía. Todas de color oro. Como el sol que ocultaban las nubes.

Salimos a la calle, lloviendo, casi nevando. Me subí a una escalera y, con las manos embrutecidas por el frío, fui colocando bolas de oro falso en las ramas blancas de los abedules. Nicolás me asistía desde abajo. Con la mirada encendida. Vestido como un explorador del Ártico. Y, de pronto, se encendieron a la vez el sol y todas las bolas de oro que habíamos colocado en los abedules. Y también se encendió algo en mi interior. Una felicidad extrema. Casi insoportable.

Dijo en cierta ocasión Goethe algo así como que el ser humano no soporta una sucesión demasiado larga de días felices. Pero el que ha sufrido y sufre cada día no tiene problemas con la felicidad. La recibe como un regalo de los dioses. La celebra. La observa y la atesora como si fuera un precioso bebé nacido de un parto muy doloroso. Mi visión sobre el sufrimiento creativo (el Tapas hindú) se puede leer [aquí].

La felicidad existe. Y es un fenómeno misterioso y desconcertante. A los pesimistas, por miedo, por debilidad, les gusta minimizar su presencia en “lo real”. El sufrimiento también existe. Creo que no es necesario que, como hizo Schopenhauer, escriba miles de frases para convencer a los dudosos. Pero ambos fenómenos tienen fronteras muy gelatinosas y su hábitat son los sueños. Maya. Nuestra mente. El mundo. Es todo lo mismo.

La historia de las ideas y de las sensaciones está repleta de consejos para ser feliz. Para ser un “sabio feliz”. Al ocuparme de “Apara-Vidya” reivindiqué este tipo de sabiduría, digamos, “para soñadores”, para los que sabemos que estamos soñando pero que no nos importa. Supongo que muchas personas leerán con cierto interés el texto que estoy ahora redactando por si en él apareciese algún nuevo truco para conseguir, por fin, la felicidad… o, al menos, algo menos de sufrimiento.

Desde un punto de vista metafísico la pregunta crucial es si somos o no libres para escuchar consejos sobre la felicidad y para aplicarlos a nuestras “vidas”. Recomiendo leer “Libertad”. Si, como afirman gran parte de los físicos [Véase “Física”], todo está determinado por leyes matemáticas implacables, lo que ocurrirá a continuación es que yo voy a escribir exactamente lo que permitan esas leyes, las cuales tendrían tomada la estructura y el funcionamiento de mi cerebro. Y no solo eso, sino que el lector leerá y hará exactamente lo que permitan -lo que tengan “previsto”- esas mismas leyes. Así, finalmente, tanto los consejos para ser más felices -más sabios si se quiere- como las posibilidades de aplicación de esos consejos estarán ocurriendo mecánicamente. Se será o no feliz mecánicamente, algorítmicamente. En cualquier caso, habría que sentirse maravillado por lo que esas leyes son capaces de hacer con eso de la “materia”, pues gracias a su fuerza, a su autoridad, gracias al baile que consiguen que se produzca en el Ser -en “lo que hay”-, ocurren cosas como la sonrisa que alumbra estas frases.

Yo sostendré que sí somos libres para configurar un paraíso en el cosmos en el que estamos soñando. Y que somos algo así como magos capaces de reconfigurar, en cualquier momento, la textura de nuestro sueño (de nuestra vida). Y desde esa libertad -absurda lógicamente- me atreveré a compartir mis trucos para la felicidad, uno de los cuales es considerar el sufrimiento como una prodigiosa factoría de paraísos. Yo lo compruebo cada día.

Antes de exponer mis propias ideas sobre esa bailarina lógica llamada “Felicidad”, creo oportuno hacer un recorrido, aunque sea casi telegráfico, por los siguientes temas (no debemos olvidar que esto es un diccionario filosófico, por muy expresionista que se muestre en ocasiones):

1.- Buda: la vida es sufrimiento. Y el sufrimiento es malo. Hay que erradicarlo erradicando el deseo. Yo discrepo con la primera premisa del budismo. La vida es mucho más compleja y desbordante que lo que esa palabra -“sufrimiento”- puede llegar a abarcar nunca. En cualquier caso, creo que huir de sufrimiento afea la vida. Y la muerte.

2.- Heráclito: “Que a los hombres les suceda cuanto quieren no es lo mejor”. Ha habido muchas afirmaciones similares a lo largo de la historia del pensamiento. Cabría sospechar que hubiera una mano que guía nuestra vida mejor que lo que lo harían nuestras rabietas. Y que la guía hacia algo que no podemos ni imaginar (¿por lo maravilloso que va a ser?). Escuchemos de nuevo a Heráclito “el oscuro”: “A los hombres, tras la muerte, les esperan cosas que ni esperan ni imaginan”. Yo creo que eso está ya ahora. Que estamos ya en algo inimaginable. Sigo recomendando la edición comentada de Alberto Bernabé de los siempre sorprendentes “Fragmentos presocráticos” (Alianza Editorial, Madrid, 1988).

3.- Platón. Creo que merece acercarse a las ideas de este gran poeta desde una obra de Beatriz Bossi: Saber gozar (Trotta, Madrid, 2008). La idea clave que se expone en este libro sería que, según Platón (Sócrates) el sabio es un hedonista, un experto en placeres y que, como tal, sabe cómo conseguir una perfecta armonía entre placeres para que ninguno de ellos se convierta, paradójicamente, en una fábrica de sufrimiento. Mi crítica sobre esta interesante obra se puede encontrar en “Críticas literarias” [Véase aquí].

4.- Epicuro. Creo que para acercarse al pensamiento de este filósofo del placer puede ser de gran utilidad -y puede proporcionar gran placer- esta obra de Anthony A. Long: La filosofía helenística (Alianza universidad, Madrid, 1977). También me parece recomendable Epicuro, de Carlos García Gual (Alianza, Madrid, 2002). Y, por supuesto, Defensa de Epicuro contra la común opinión, de Francisco de Quevedo (Tecnos, Madrid, 2001). Epicuro (341-271 a. C.) quiso crear nuevas palabras, nuevas ideas, para evitar el sufrimiento humano. Así, creyó necesario decir -que se dijera, que se pensara- que los dioses no influyen ni en la Naturaleza ni en los asuntos humanos (así se acabaría con el sufrimiento derivado del miedo a los caprichos de esos seres). También creyó necesario que se dijera -que se pensase- que no hay nada experimentable por eso que sea el ser humano más allá de la muerte de su cuerpo físico. De esta forma creyó Epicuro que se acabaría la angustia por un juicio final que determinara si se ingresa o no en el infierno: que se alcanzaría el más preciado de todos los bienes: la paz mental.  Se podría decir, desde Maturana quizás, que Epicuro, como cualquier otra fuente de “palabras” -de Logos- sería un órgano al servicio del sistema viviente que nutre nuestros cerebros -las cajas de nuestros mundos_. [Véase “Cerebro”]. Epicuro generó las ideas que él creyó más útiles para alcanzar la felicidad, para evitar el miedo. Quizás cabría encontrar aquí la razón de que muchos físicos rechacen con tanta contundencia -e irracionalidad- la posibilidad de más experiencias tras la muerte del cuerpo físico y, sobre todo, que existan seres poderosos -dioses- detrás del baile de lo fenoménico.

5.- Schopenhauer. El mundo, la vida humana, y la de todos los seres de la naturaleza, es sufrimiento. Hay que dejar de querer para que este mundo se diluya. Lo curioso en Schopenhauer es que dedicara tantas páginas de su obra capital (El mundo como voluntad y representación) a dejar claro que este mundo es un horror, por mucho que queramos afirmar que hay niños en él que sonríen. Parecería, por lo tanto, que la cosa no está tan clara. Es el problema de los pesimistas, y de los optimistas también: no soportan la complejidad infinita que nos envuelve y que nos nutre. Y que nos mata. La complejidad infinita que, en realidad, constituye nuestro verdadero ser.

6.- Nietzsche. “Nos aspiro a la felicidad. Aspiro a mi obra”. Quizás esta frase podría provenir del Artista Primordial. Dios si se quiere. Un ser que, disponiendo ya de la felicidad infinita, decide, sorprendentemente, crear un mundo y meterse en él. Y crucificarse en él. Nietzsche quizás sea de los filósofos que más han sacralizado el sufrimiento: que más han sabido ver sus posibilidades alquímicas.

7.- Freud. No debería renunciarse al placer de leer este libro: La interpretación de los sueños (Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1983). Los sueños tienen una función terapéutica. Cabría decir que la vida sería el sumatorio de “realidades” que se armonizan en eso que sea nuestra conciencia. Cabría decir también que la felicidad está garantizada en el producto onírico final. ¿Qué sentirá quien esté soñando y viviendo todo a la vez?

Procedo ahora a exponer algunas ideas. Las voy a transcribir directamente, tal y como están en un cuaderno que me ha acompañado estos días de prodigio (un fin de semana con mis hijos, con el fuego encendido, rodeado de nieblas, fresnos y abedules con soles de plástico):

1.- No sé muy bien qué es exactamente eso de la “felicidad”. Yo puedo dar cuenta de momentos en los que se produce una especie de chasquido estructural: un sonido que parece provenir de las profundidades del Ser, un “Sí” que tiene fuerza suficiente como para embellecer todo lo vivido hasta ese momento. Sugiero la lectura de “Aufhebung”. Creo que hay momentos que tienen una textura arquitectónica prodigiosa. Y que hay que celebrarlos. Religiosamente. También creo que hay que celebrar los momentos en los que se está en el andamio, sufriendo, fabricando esos momentos prodigiosos: el “chasquido”.

2.- Creo -a pesar de la insostenibilidad lógica de la libertad en el mundo donde gobierna la lógica- que somos magos: ingenieros de nuestro propio sueño: los creadores de nuestro propio Maya. Y que podemos hacer cosas sorprendentes. No sólo cabe ser feliz aquí dentro, sino que cabe “felicitar” a los demas; esto es: insuflar no sé qué en la textura de los instantes en los que vamos entrando para que las demás personas reciban ese no sé qué y sientan una dulzura inesperada en la textura de sus respectivos sueños. Cabe embellecer mucho el sueño ajeno. Cabe amar.

3.- La vida es una experiencia impresionante. Una obra de arte que deja sin palabras a los artistas que viven entre sus óleos. La vida es una tempestad de armonías, un abrazo apasionado entre luces y sombras, dolor y placer, sabiduría y estupidez. No querer sufrir es no querer vivir. El que tiene fe -el que confía en lo real, en lo real en su totalidad, en su infinitud- no tiene miedo al sufrimiento, ni tiene miedo siquiera al miedo, ni al deseo: el que tiene fe se siente amado y asistido, en todo momento, por el infinito: Dios se aprieta, pero no se ahoga. Recordemos los momentos en los que, en un sueño, ya no resistimos más la hostilidad que nos rodea, y de pronto nos sabemos poseedores de un gran secreto: que cabe salirse del infierno, despertar… bueno, despertar no, sino cambiar de sueño. Seguir soñando, seguir disfrutando de la creatividad de Dios.

4.- Creo, no obstante lo afirmado antes, que cabe aplicar la inteligencia -la prudencia del sabio socrático, o del confuciano, o del que sea- a la vida. Creo que con algunos trucos la vida puede ser hermosa, que el sabio, efectivamente, sabe cómo ser feliz aquí dentro.

5.- El consejo para ser feliz que me parece más útil es el siguiente: autarquía: que tu felicidad no dependa de nadie: sé feliz amando, dando, sin pedir nada a cambio, sin sacar después la cuenta. El amor, aunque sea una palabra que produzca algo de agotamiento, y que empalague -a mí a veces mucho-, es decisivo para la felicidad. Quien no ama está como condenado en vida. La gente infeliz que me rodea tiene grandes problemas para dar amor. O lo da sintiendo que está siendo demasiado generoso. También veo que tienen muchos problemas con la felicidad los que se creen muy buenos y los que ya se sienten en alguna verdad absoluta: desde sus casitas de chocolate lógico ven el mundo lleno de pecadores, de ignorantes, de malos, etc… Un mundo muy feorro y amenazante, un mundo “impuro” del que ellos quieren salir: un mundo que ya no tiene el olor a eterna primavera que había en el paraíso, esa forma de mente en la que todavía no había “conceptos”. Chantal Maillard habló alguna vez de un charquito al que se asomó de pequeña, en Bélgica, y su anhelo de regresar a aquel paraíso pre-conceptual. Sugiero la lectura de la crítica que hice de su libro Adios a la India [Véase “Críticas literarias”].

Los soles que se encendieron ayer en el cielo, en los abedules y en los ojos de mi hijo  no pueden ser ignorados por la Filosofía. Son un misterio absoluto. Un exceso de belleza que parece forzar cualquier modelo lógico. La felicidad es un misterio absoluto. Pero yo no sentí sólo felicidad en aquel momento.

Había algo más.

Algo que espero tocar algún día con las manos de mis frases.

David López

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