Archivo por meses: septiembre 2011

Filósofos míticos del mítico siglo XX: “Bertrand Russell”

 

 

Bertrand Russell suele estar ubicado entre los filósofos irreligiosos.  Pero, en mi opinión, si observamos con cierto detenimiento el modelo de totalidad que ofrecen sus textos, podemos apreciar una gran devoción hacia una diosa descomunal (poderosísima) llamada “Lógica”: una diosa con la que el ser humano debe fundirse, místicamente, para alcanzar el prodigio -finito- de la plenitud. De la felicidad en definitiva.

Bertrand Russell soñó un paraíso lógico -proto/matemático- para él y para esos seres que tanto amó y en que tantas esperanzas depositó: los seres humanos. Y no solo soñó ese paraíso, sino que puso todas sus frases al servicio de su construcción. ¿Paraíso lógico-matemático?

Sí. Él lo conoció en la adolescencia y ese encuentro salvó su vida. Casi literalmente. Luego, tras ese encuentro, tras ese advenimiento, se trataba de salvar al resto de los seres humanos… sobre todo a aquellos cuyas conciencias y cuyos corazones estuvieran alejados de la diosa Lógica…. la más poderosa de las divinidades concebibles por el ser humano (tan poderosa que de ella dependería, en opinión de Russell, la existencia o no de ese Dios-padre en el que creerían las religiones monoteístas… y cuya existencia habrían afirmado algunos escolásticos por culpa de la deficiente lógica aristotélica).

Algo sobre su vida

(1872-1970) Russell murió con 98 años, enamorado de la vida, hasta el punto de afirmar que volvería a vivirla encantado si se le diese la opción. Russell se consideró a sí mismo un hombre feliz. Ni más ni menos. Pero esa proclamada felicidad estuvo precedida por una infancia y una adolescencia muy tristes, muy aburridas, casi desesperadas. Así se expresa él mismo en su obra La conquista de la felicidad (Espasa Calpe, traducción de Julio Huici):

Yo no nací dichoso. De niño, mi himno favorito era: “Cansado del mundo y con el peso de mis pecados”. A los cinco años yo pensaba que si había que vivir setenta no había pasado aún más que la catorceava parte de mi vida, y me parecía casi insoportable la enorme cantidad de aburrimiento que me aguardaba. En la adolescencia la vida me era odiosa, y estaba continuamente al borde del suicidio, del cual me libré gracias al deseo de saber más matemáticas. Hoy, por el contrario, gusto de la vida, y casi estoy por decir que cada año que pasa la encuentro más gustosa. Esto es debido, en parte, a haber descubierto cuáles eran las cosas que deseaba más y haber adquirido gradualmente muchas de ellas. En parte es debido a haberme desprendido, felizmente, de ciertos deseos (la adquisición del conocimiento indudable acerca de algo) como esencialmente inasequibles.

Russell perdió a sus dos padres cuando tenía menos de cuatro años y estuvo a cargo de su abuela. Su abuelo fue ministro con la reina Victoria. Su padre fue miembro del parlamento inglés y amigo y discípulo de Stuart Mill. Russell recibió una fabulosa formación intelectual -”liberal”- pero no disfrutó del conocimiento (del mundo en definitiva) hasta que conoció las matemáticas y, a partir de ellas, quiso saber cuáles eran sus fundamentos (el fondo de ese paraíso que olía a orden, a belleza, a eternidad, a algo distinto que lo que se presentaba como “realidad”). Estudió en el Trinity College y empezó a relacionarse con hombres cuya inteligencia vibraba en la misma frecuencia que la suya. Su tesis doctoral versó sobre Leibniz. Fue profesor de Wittegenstein. Y también de Mao en Pekín. Escribió obras fundamentales de la lógica y de la matemática del siglo XX (Los principios de las matemáticas; Principia Mathematica, este último en colaboración con Whitehead). Y entre sus múltiples publicaciones creo que merece destacarse -por ser deliciosamente erudita y divertida- The History of Western Philosophy.

Se caso cuatro veces, recibió el Premio Nobel, estuvo en la cárcel por su pacifismo, fue Lord… fue un hombre excepcional, divertido. Brillante. Vivió casi toda su vida enamorado del amor humano -sobre todo del femenino- y creyó en las posibilidades de la vida humana.

Ideas fundamentales

1.- La metafísica del atomismo lógico. Russell, tras escapar del idealismo de Bradley, creyó (o necesitó creer) que la realidad era objetiva -independiente, en su ser, de si es o no percibida por el ser humano-; y que estaba compuesta, esa realidad verdadera, por elementos últimos e indivisibles (atomismo lógico). El ser humano percibiría esa realidad -el mundo- mediante la experiencia. Y la experiencia -según Russell- debería ser ordenada de la misma forma como se ordenan las matemáticas, las cuales, a su vez, siendo paradisíacas, curiosamente requerirían fundamentación (deberían ser “lógicas”). Así, Russell luchará por matematizar todo conocimiento humano (llevarlo en definitiva a ese orden celestial que a él le salvo la vida, casi literalmente). Respecto de la fundamentación lógica de las matemáticas, Russell tuvo que luchar contra terribles paradojas: parecía como si la diosa Lógica (esa omnipotencia incuestionable) no reconociera del todo -no sostuviera del todo- eso que se presenta como mundo: como si le hubiera abandonado en algunos de sus puntos estructurales.

2.- Hechos y proposiciones. Una proposición es la unión de un sujeto y un predicado. Se dice algo de algo. Russell concibió lo real como compuesto por hechos atómicos (sin partes), los cuales podían ser nombrados por proposiciones también atómicas. Con las proposiciones atómicas (Sócrates es humano) cabría componer proposiciones moleculares (Sócrates fue humano y yo lo sé). Según Russell, en la realidad del mundo no hay hechos moleculares, sino simples (atómicos). Esos hechos se presentan ante la experiencia como datos sensibles y como estados mentales. Pero los hechos son en sí siempre, no dependen de la percepción, ni de la ideología, etc.

3.- La ciencia. Solo esta forma de mirar al mundo -según Russell- proporcionaría un acceso a la verdad. El conocimiento sería la incorporación de datos verificables (los que reconoce la ciencia) a una matemática debidamente fundamentada en la Lógica (yo creo que esta palabra en Russell debe ir con mayúscula). Russell llegará a decir que, entre las clases más cultivadas, solo el científico es feliz. Quizás porque se asoma a la objetividad, a lo otro, a lo que no es su ego hipertrofiado (como es el caso de los artistas, según Russell). En mi opinión, la mirada de la ciencia, al ser algorítmica (al predeterminar su objeto, al llevar una teoría dentro) funciona como censura. Censura útil para ciertas necesidades no problematizadas como tales. Russell solo aceptará como real -como “hecho”- lo que pueda bailar -y respirar- con su diosa -su salvadora de la adolescencia: la “Lógica”, la “Lógica matemática”. Y así, poco a poco, se podrá ir dibujando el corazón del mundo como un lugar de belleza, de armonía, de paz. Para todos esos seres excepcionales que son los seres humanos.

4.- La religión. En 1956 Paul Edwards publicó una antología de diversos ensayos de Russell bajo el título “Why I am not a Christian”. Todos ellos se ocupaban de temas teológicos y religiosos. En el prefacio que redactó Russell se pueden leer estas afirmaciones:

En los últimos años ha habido el rumor de que me he hecho menos contrario a la ortodoxia religiosa de lo que fui antes. Este rumor es completamente infundado. Pienso que las grandes religiones del mundo -budismo, hinduísmo, cristianismo, Islam y comunismo- son tanto falsas como dañinas.

Pero, como ya señalé al comienzo de este texto, si se observa el modelo de totalidad de Russell con cierto detenimiento, lo que aparece es un esquema puramente religioso: hay una divinidad omnipotente (más aún que el Dios de los monoteísmos), un camino para fundirse con esa divinidad (el que marca la salvífica gnoseología de Russell) y una gloria alcanzable en virtud de esa fusión. Una gloria finita, sí, pero quizás por eso más gloriosa todavía. También hay en Russell una fe enorme. Y también un enorme amor hacia el ser humano (tanto que detestará explícitamente el cristiano discurso de la culpabilización, del terrible pecado, del horrible sexo). Russell amará al ser humano más de lo que desde algunas religiones monoteístas parece amar Dios a sus criaturas.

5.-  La felicidad. Russell creyó que la felicidad humana era posible. Y luchó por ella. Por la suya y por la de los demás (a los que vio en general muy desgraciados). Y todo ello a pesar de que, dentro de su modelo de totalidad, no se aprecian posibilidades de libertad, de maniobra, para esa porción temporal de materia matematizada que sería el ser humano. Creo que Russell ofreció una metafísica para fundamentar una soteriología cuya esencia sería la necesidad de una fusión mística con la Lógica del Ser. El hombre podría fundirse con el fondo omnipotente de lo real (la Lógica matemática) y, ahí, olvidado de su yo egoísta, fluir, bailar el prodigioso baile matemático que somete todo lo real. Se trataría de ser uno con la diosa venerada por el adepto-Russell. Ese sería el camino de la felicidad, de la plenitud -finita- a la que puede aspirar el ser humano. “La conquista de la felicidad”, de Russell, es una preciosa obra que termina así:

El hombre feliz es el que no siente el fracaso de unidad alguna, aquel cuya personalidad no se escinde contra sí mismo ni se alza contra el mundo. El que se siente ciudadano del universo y goza libremente del espectáculo que se le ofrece y de las alegrías que le brinda, impávido ante la muerte, porque no se siente separado de los que vienen en pos de él. En esta unión profunda e instintiva con la corriente de la vida se halla la dicha verdadera (traducción de Julio Huici).

“La corriente de la vida”. ¿Qué es eso? Russell la conceptúa, y la siente, lógica, más lógica incluso que las no tan lógicas matemáticas con las que él quiso ordenar nuestra experiencia de lo real. Estaríamos ante una propuesta mística, de fusión, con una divinidad no problematizada. Un salto a ciegas dentro de un sol que Russell sintió salvífico en el horror de su infancia y de su adolescencia.

En una famosa entrevista concedida a la BBC en 1959 Russell afirmó que el amor es sabio y el odio estúpido. Y que la caridad y la tolerancia son vitales para la continuidad de la vida humana en el planeta. En esa misma entrevista se puede escuchar al propio Russell hablando sobre la experiencia religiosa que supuso para él su encuentro con las diosas matemáticas. Russell no fue cristiano -ni comunista- porque estaba convencido de que esos credos -entre otros- eran muy perniciosos para el ser humano (un fin en sí mismo, una delicadísima y vulnerabilísima porción de la -ferozmente mecánica- materia del universo). Amó tanto al ser humano que lo puso por delante de su propia salvación “eterna”.

Quizás cabría resumir la propuesta de Russell en un lema simple y poderoso: “Facts and love”.

Amor al ser humano, y a la verdad, pero no a sus ideas, no a sus religiones.

Creo en cualquier caso que Russell llevó hasta sus últimas consecuencias el mensaje fundamental de Cristo: “Ama al prójimo como a ti mismo”.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: G. E. Moore


 

Podría decirse que el filósofo, y sus miradas, y sus frases, son en muchas ocasiones realidades extremas, fascinantes, muy atractivas, pero también insufribles. Las tribus necesitan filósofos, incluso locos, para poder respirar, para no asfixiarse dentro de los refugios de lo aparentemente obvio, para arar sus huertos mentales y fertilizarlos con lo inimaginable, para vislumbrar nuevos sueños colectivos en los que poder vivir; pero en realidad, a los filósofos, las tribus no los soportan mucho rato (salvo que se trate de filósofos comprometidos con algún discurso ya normalizado, colectivizado… salvo que se trate de jefes de mantenimiento de esos mismos refugios). No es raro que los filósofos vivan y piensen y sientan solos, apartados en cabañas que a veces son invisibles, sintiendo su pecho cotidianamente atravesado -fértilmente atravesado- por la barra de hierro de la soledad. Pero también ha habido filósofos -pocos- a los que los dioses han regalado el prodigo del amor de pareja.

No digo que Moore fuera simplemente un jefe de mantenimiento. Probablemente este filósofo dedicó su inteligencia, y su corazón, a eliminar esos extremos, esos vértigos, a aquietar el mundo dentro del sentido común (lo cual implicaría, en mi opinión, una especie de democratismo radical, genésico). Se ha dicho que Moore fue el gran defensor de la filosofía del sentido común y, por lo tanto, del llamado “realismo del sentido común”. Es cierto: Moore quiso domar la salvaje mirada de los filósofos (sobre todo la de los idealistas neohegelianos ingleses)  y devolverla a un universo aparentemente muy concreto: el que muestra el lenguaje común, no el de los filósofos (que quizás ni ellos mismos sabrían lo que dicen cuando dicen lo que dicen). Y se considera a Moore también como el propugnador, influido quizás por el neohegeliano Bradley, de un esfuerzo intelectual encaminado a analizar, y a clarificar, el lenguaje ordinario (el que usa la gente normal, no el de los filósofos, que estarían fuera de esa normalidad… salvífica al parecer).

Veo en Moore una lucha, una preciosa lucha, por salvar hechizos: sus propios hechizos, y los de su gente (hechizos construidos en buena parte por esos mismos filósofos que no se quiere que digan nada más). Veo también amor hacia unos universales (por ejemplo las “manos”, las “manos humanas”), cuya existencia ahí, ahí delante, objetiva, no debe ser problematizada. Y en su apasionado examen del lenguaje ordinario veo a un teólogo contemplando, apasionadamente, soteriológicamente, un prodigioso espejo. Un espejo que, si fuera debidamente pulido, reflejaría el mundo de verdad, en tanto que conexión entre conceptos (que serían “seres” existentes por sí solos, eternos, haya o no una mente humana que los piense). Y de eso se trataría: de conocer la verdad del mundo: “dar una descripción general del universo entero”… según está reflejado en el espejo del lenguaje común, no en el de los filósofos tradicionales.

Veo a Moore como un devoto sacerdote de un hechizo democratizado (legitimado cuantitativamente), limpio de excentricidades aisladas, muy consensuado podríamos decir. Y su esfuerzo por salvar la existencia real de sus manos es un acto desesperado, pero precioso en mi opinión. El que salva sus manos de la duda de si el mundo exterior existe de verdad (y de si el universal “mano” tiene o no realidad fuera del lenguaje) está también salvando las manos de sus hijos; y los ojos y la boca y el recuerdo de la mujer a la que ama. El idealismo -ese monstruo metafísico contra el que luchó Moore- disolvería quizás esas manos y esa boca y esos ojos y esos recuerdos en un líquido demasiado subjetivo, demasiado interior, demasiado poco “real”.

Algo de su vida

1873-1958. Estudió en el Dulwich College y en el Trinity College de Cambridge. Fue también “Fellow” en esta institución académica y, más tarde, obtuvo la cátedra de filosofía de la mente y lógica de la Universidad de Cambridge. Amigo de Russell y de Wittgenstein [Véase]. Es famosa la visita que, en 1914, hizo Moore a Wittgenstein en la cabaña que este último se construyó en Noruega (Skojolden). De ahí surgieron la conocidas “Notes dictated to Moore”. Moore, al parecer, fue miembro de una “sociedad secreta” denominada “Los apóstoles de Cambridge”.

Sus ideas fundamentales

– A favor del “sentido común”. Moore afirmó que no pueden probarse ni refutarse las proposiciones del sentido común. Pero que es mejor atenerse a ellas. Y creyó además que esas proposiciones tienen una significación clara (a diferencia de las proposiciones de los filósofos).

– Contra el idealismo; sobre todo contra el idealismo neohegeliano inglés, cuyos representantes fundamentales serían Bradley y MacTaggart. Este último filósofo, por cierto, creo que merece atención especial. Propuso un modelo de totalidad compuesto exclusivamente por almas humanas que estarían vinculadas por amor (sin la existencia de ningún Dios). Y lo hizo en una obra cuyo nombres es: The nature of existence.

– En su obra The refutation of the idealism encontramos una muy interesante argumentación en contra de los argumentos que, según Moore, son tradicionalmente utilizados por los idealistas para legitimar su afirmación fundamental. Y la afirmación fundamental de este tipo de pensadores sería que el mundo es “espiritual”; afirmación que Moore, curiosamente, va a compartir, con devoción incluso. Lo que no va a admitir son los argumentos utilizados por la metafísica idealista para afirmar que, efectivamente, el mundo es espiritual. The refutation of the idealism es una obra sorprendente; no obvia. Merece muchas lecturas.

The revolution in Philosophy. Así tituló Ryle una antología de conferencias de varios autores de habla inglesa que, a principios del s. XX, habrían reaccionado contra el idealismo y habrían colocado el lenguaje como tema fundamental de la Filosofía. Moore, uno de los propulsores de esta revolución, no solo legitimó el lenguaje común frente al “filosófico”, sino que sometió a ambos a un meticuloso análisis. Se trataría de una propedéutica (de una labor previa), cuyo objetivo sería finalmente practicar una Filosofía como ciencia de lo objetivo en general. Todo el pensamiento de Moore no se confinó en un análisis del lenguaje.

– Los conceptos. Moore cree que no son fenómenos mentales (o cerebrales si se quiere). Los conceptos, para este filósofo, tendrían existencia exterior al ser humano; y serían eternos además: objetividad pura. Esos conceptos inmutables mantendrían entre sí relaciones inmutables.

– La realidad. No sería el “absoluto” de los idealistas, sino que estaría compuesta de cosas individualizables, de las mismas cosas de las que daría cuenta el lenguaje común, no el de los filósofos. “Cada cosa es lo que es y no otra cosa”.

– La ética. Moore aplica su método analítico a la ética. Y al fijar su atención en el significado de “bueno”, afirma que estaríamos ante algo no analizable (no divisible en otras significaciones). “Bueno” sería una cualidad irreductible, indefinible por algo distinto a sí mismo. Y “bueno”, además, sería una propiedad no natural.

Su encuentro con las bailarinas lógicas de este diccionario

– “Upanayana” [Véase]: Moore, en su pensar, en su actividad intelectual, en su obra, está oficiando este mismo ritual védico, pero al servicio del cosmos que sostienen las palabras/mitos de su propia tribu (básicamente la Inglaterra de principios del S. XX). Su esfuerzo filosófico es la custodia de un mundo puramente lógico sentido como realidad. Según mi interpretación de los himnos del Upanayana, cabría afirmar que los filósofos védicos sí fueron conscientes de la vulnerabilidad lógica de su mundo (de su dependencia de las palabras). No sé si Moore también lo fue.

– “Poesía” [Véase]. Moore habitaría, poéticamente, en un mundo que ya no querría seguir siendo solo poesía, que querría librase de su propia creatividad intrínseca (Poesía es creación… de mundos). Moore quiso afianzar una Poesía colectivizada y elevarla al estatus de Logos (de estructura lógica de lo existente).

Moore quiso poner silicona en los abismos de “las cosas”, dejarlas sólidas, alicatadas ontológicamente. No quiso Moore, en mi opinión, exponer la conciencia al silencio, a ese silencio sagrado, pero también espeluznante, que convierte las cosas en bailarinas de piel transparente, bailarinas de nada que bailan en la nada (y cuando utilizo la palabra “nada” lo hago en sentido de “nada mágica”, que es la mejor construcción lingüística que se me ocurre para nombrar a eso que también se ha querido nombrar con la palabra “Dios”). Véanse [Nada] y  [Dios].

Lecturas que sugiero


G. E. Moore: Refutation of Idealism. (Se puede leer directamente aquí:http://www.ditext.com/moore/refute.html).

Ibíd.: Proof of an external World. (Se puede leer aquí: http://www.hist-analytic.org/MooreExternalWorld.pdf).

Ibíd.: Defensa del sentido común y otros ensayos (Orbis, Barcelona, 1983).

Sensación final.

Moore está sugiriendo que vivamos poéticamente, no filosóficamente: que nos entreguemos a las formas, que absoluticemos los universales, que nos dejemos in-formar por ellos.

Nos pide que bailemos, sin cuestionarlas, con las bailarinas lógicas que viven cotidianamente en la tribu. Cuerpo a cuerpo.

El de Moore es un giro hacia dentro del mundo. Creo que por amor. Quizás también por miedo. Quizás también por un sentido práctico recalcitrántemente anglosajón. ¿Práctico para qué? ¿Para que la Filosofía no sea un obstáculo a ese progreso que sí estaría facilitado por la ciencia moderna?

En cualquier caso yo haría -y hago- el mismo esfuerzo filosófico que hizo Moore por salvar la realidad objetiva de las manos, sobre todo de las manos de los seres a los que amo. Platón, por ejemplo, vería esas manos como sombras en una caverna. Yo las veo como luces sublimadas, como luz esencial sublimada por la magia, el amor de la caverna.

Quien haya besado una de esas sombras no puede, creo yo, quererlas pensar como irreales. Y el filósofo que ame una de esas sombras, después de haberlas besado, construirá el sistema filosófico que sea necesario para salvarlas de la intemperie metafísica.

David López

 

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Nueva crítica literaria

 

 

 

José María Ruiz Soroa ante el misterio de la Democracia

 

No existen unos entes reales que se correspondan con lo que llamamos “pueblo”, “soberanía” o demos. Lo dice José María Ruiz Soroa en un libro que lleva por título El esencialismo democrático (Trotta-Fundación Alfonso Martín Escudero, Madrid, 2010).

¿Qué es entonces eso de la “democracia”? ¿No es precisamente la soberanía del pueblo el principio fundamental de la democracia? José María Ruiz Soroa afirma que no: que la democracia es algo mucho más complejo.

En la introducción de esta obra encontramos una extensa presentación de las tesis que se desarrollan en sus siete capítulos, algunos de los cuales ya han sido publicados por el autor de forma independiente. Quizás la tesis fundamental esté expresada en estas frases (p. 21):

La búsqueda y el encuentro de la verdad o la regla última del sistema reduce la complejidad de la sociedad de una manera inadmisible, que desconoce tanto su pluralismo como los efectos de la contingencia y la historia sobre esa sociedad.

Y la inadmisible simplicidad contra la que parece luchar esta obra estaría representada por una corriente de pensamiento que se habría desarrollado en los últimos veinte años. Esta corriente es la que habría quedado designada con la expresión “esencialismo democrático”. ¿En qué creería esa corriente?

Democracia es, para esta corriente de pensamiento, ante todo y sobre todo, el gobierno de los ciudadanos sobre los ciudadanos, o del pueblo sobre el pueblo en términos más clásicos.

Pero ya hemos visto que, según José María Ruiz Soroa, el pueblo no existe. ¿Quién tiene entonces el poder en una democracia? (Si es que llegamos a saber qué es en realidad eso de “democracia”). Esta obra dedica muchas y lúcidas páginas al misterio del poder, de la “soberanía”. ¿A quién corresponde la soberanía? ¿Al pueblo? ¡Pero si el pueblo no existe!

[…] sería necesario que la misma limpieza de ideas metafísicas que efectuó el filósofo prusiano [Kant] con las ideas de razón en su momento, la llevara hoy alguien a cabo, de nuevo, con conceptos como “soberanía”, “pueblo democracia” y similares. Porque, como sucedía con las ideas de razón kantianas, si bien tienen algún buen uso como prudentes y cautelosas “ideas reguladoras”, son ficciones plenamente inútiles si intentamos darles un uso trascendente, si creemos que representan una verdad objetiva, o si nos enredamos en sus derivaciones lógicas.

¿Y qué hay de verdad? ¿Qué no es una simple idea de razón? Este libro, en su base, parece responder que lo que hay es gente. Personas. Y ahí estaría todo lo divino. Una divinidad, por cierto, muy vulnerable, pero que merece la pena cuidar, más que a nada.

Hay un capítulo en esta obra de José María Ruiz Soroa que se ocupa específicamente del misterio –y del peligro- del poder político. Es el sexto. En él leemos lo siguiente:

Cuando la reclamación soberanista se ha convertido en un mantra y un tótem políticos, y así ha sucedido ciertamente en España, se hace necesario revisitar este añejo y perenne concepto. ¿De qué estamos hablando? ¿Por qué cosa estamos peleando? Porque bien podría suceder, y ésta es la conclusión que aquí se defenderá, que se esté haciendo objeto de pasión política un concepto vacío, que se esté dando nueva vida algo que, en puridad, estaba ya fenecido (p. 137).

Soberanía. El tema es crucial, pues se trata de legitimar el poder. ¿Quién debe tenerlo? ¿Un monarca que lo recibe de Dios? ¿El Estado? ¿El Pueblo? ¿Los ciudadanos? Pero los ciudadanos son muchos y necesitan representantes. ¿Cabe hablar de una voluntad de los ciudadanos –como organismo- expresada en las urnas?

Según José María Ruiz Soroa, el problema no es determinar cuál es el sujeto que debe detentar el poder, sino el hecho mismo de que se quiera otorgar ese poder de forma absoluta a un sujeto ficticio como, por ejemplo, el “pueblo”. Y afirma (pp. 147-148):

En el Estado moderno los gobiernos tienen infinitamente más poder que los antiguos príncipes, pero también los ciudadanos tienen más poder que los antiguos súbditos. El Gobierno central tiene más poder, pero también tiene más poder el regional, el municipal, el judicial, y así sucesivamente. Y ello se debe a que el poder no es una sustancia ni un depósito limitado de algo que se reparte, sino una pura relación.
[…] lo que ha pasado es que ha desaparecido la soberanía si la entendemos como poder absoluto. Si se quiere expresar descriptivamente, la soberanía se ha desagregado y lo único que existen en la realidad del sistema político son diferentes órganos y diferentes grupos que son soberanos para tomar ciertas y concretas decisiones: todos son soberanos, pero ninguno lo es ya en sentido clásico. Lo cual, enfocado desde otro punto de vista, nos lleva a descubrir que la única soberana es la Constitución misma, que no precisa entes fantasmagóricos exteriores a sí misma que la soporten.

¿Hemos llegado al poder máximo de las sociedades democráticas actuales? ¿Quién ha creado a esas diosas de palabras tan poderosísimas? ¿De dónde han salido? ¿No son también ellas un poco fantasmagóricas?

El entramado de normas en que vivimos no lo ha creado nadie, ni se soporta sobre la voluntad única de nadie. Eso son martingalas teológicas. Han surgido de un proceso sociohistórico largo y complejo, y se sostienen por su propio éxito y su aceptación social generalizada (pp. 148.149).

El poder. Un concepto crucial que siempre ha fascinado a los pensadores. Los cientistas creen que todo lo que ocurre en el mundo –todo, incluidos los cerebros de los parlamentarios y de los jueces- está regido por unas diosas ubicuas, invisibles, matemáticas que, según este credo, en realidad forman parte de una sola divinidad omnipotente: la teoría M: una divinidad que todavía no se ha revelado.

La metafísica implícita en esta obra de José María Ruiz Soroa estaría sosteniendo que una parte del universo –la humanidad- se habría autoproporcionado leyes -¿en libertad?- para… ¿para qué? ¿Cuál sería el beneficiario o el perjudicado por esas leyes? El ser humano. Esa porción insólita de materia. Parece que la existencia de este ser no es cuestionada por el autor de El esencialismo democrático. De hecho, en la página 144 se habla de la nación como “ente ficticio que es distinto del pueblo como conjunto de seres individuales reales”.

La lectura de esta obra nos abisma en el misterio de la democracia: algo que no podemos ver, una poderosísima existencia sin esencia (como algunos escolásticos definieron a Dios). La democracia –José María Ruiz Soroa utiliza también la palabra “sistema”-: una especie de matriz invisible que proporciona poder –o no- a los seres humanos individuales. ¿De dónde saca ese poder el sistema? ¿Poder para qué? ¿Poder para reconfigurar la estructura de lo que hay, para crear, para influir en el comportamiento de otros seres humanos? ¿Un poder ejercido con libertad? ¿Un poder para sublimar el sistema democrático? ¿Hasta dónde? ¿Hasta un paraíso social donde el ser humano pueda desarrollarse en plenitud?

¿El “sistema” nos puede proporcionar un paraíso tan fabuloso? No hay forma de huir de la Teología: la ciencia que estudia el poder. Pero en serio.

Esta obra de José María Ruiz Soroa es sin duda seria, está muy bien escrita y aporta ideas de enorme interés para entender las sociedades modernas (en especial la española con sus tensiones secesionistas). Pero de ahí no pasa. Es una buena obra sobre Política. Y no traspasa los límites de la polis. Por eso, cuando habla de poder, no puede profundizar demasiado. Ni debe quizás. Los teóricos de la Política proporcionan no solo descripciones de nuestras sociedades, sino sobre todo ideas: ideas que nos muevan como imanes hacia formas de vivir en colectividades fértiles.

El esencialismo democrático es un libro repleto de ideas que, en mi opinión, pueden aumentar la lucidez de nuestra conciencia política. Sea bienvenida.

 

David López

Sotosalbos, 15 de septiembre de 2011.

 

Filósofos míticos del mítico siglo XX

 

 

Este año me propongo incorporar nombres propios a mi diccionario filosófico. Quisiera visualizar a buena parte de los míticos filósofos del siglo XX como fabulosos –y siempre mutantes- constructos narrativos. Quisiera calibrar la fuerza hechizante de las redes lógicas que los mantienen vivos, como mitos, como nodos de energía filosófica que sostienen y vivifican nuestra civilización de palabras (nuestro lógico sueño compartido).

Desde el concepto del Maya hindú (y no solo desde ahí) se podría decir que ninguno de esos filósofos tuvo existencia individual; y que su pensamiento no fue suyo. ¿De quién fue entonces? ¿Qué fueron todos ellos? ¿En qué podrían llegar a convertirse si algún día se produce una mutación radical en eso que los cerebralistas denomina “cerebro humano”?

Desde la cosmovisión cerebralista, o fisicista, cabría visualizar el pensamiento filosófico del siglo XX como una forma determinada de interconectarse neuronas (materia legislada), en una serie de individuos, a lo largo de un vector de tiempo determinado.  [Véase “Cerebro“].

¿Y por qué el siglo XX? “Siglo XX” es otra bailarina lógica. Pero aun así, presenta, como narración al menos, como poesía comúmente aceptada, rasgos que me parecen excepcionales.

Creo que el siglo XX fue un siglo impresionante. Y que también lo fue la Filosofía que ocurrió en él. Como impresionante es, creo, la imagen que he elegido para el cielo de este texto. Ya la usé con ocasión de la palabra “Cultura” [Véase]. ¿Por qué esa imagen ahora, otra vez? Porque muestra un cuerpo humano trágicamente convertido en cultura pura y dura (un cuerpo transmutado ideológicamente). Michel Foucault dijo que el alma es la cárcel del cuerpo. Yo diría que tanto el “alma” como el“cuerpo” están en la misma cárcel: en la misma vivificante (y mortificante) matriz: el lenguaje: la diosa Vak; aunque es imposible, desde el lenguaje, decir qué sea eso del lenguaje [Véase “Lenguaje“].

En cualquier caso, creo que esa fotografía de Sid Vicious muestra un siglo impresionante, muy soñador, muy “lógico”, muy desgarrado por poesías [Véase “Poesía“].

 

 

Ofrezco a continuación la lista provional de filósofos. Están ordenados alfabéticamente; y limitados a 40, que es el número de conferencias que este año impartiré en Ámbito Cultural de Madrid (sin incluir la introductoria y la de conclusiones del curso):

 

– Adorno, Theodor.

– Althusser, Luis.

– Apel, Karl-Otto.

– Bachelard, Gaston.

– Baudrillard.

– Bergson, Henry.

– Buber, Martin.

– Chomsky, Noam.

– Deleuze, Gilles.

– Derrida, Jacques.

– Feyerabend.

– Foucault, Michel.

– Gadamer.

– Habermas.

– Heidegger.

– Horkheimer.

– Husserl.

– James, William.

– Jaspers, Karl.

– Lacan.

– Lévinas.

– Levi-Strauss.

– Lukács.

– Lyotard.

– Marcuse.

– Merlau Ponty.

– Moore.

– Nishida Kitaro.

– Ortega y Gasset.

– Popper.

– Putnam, Hilary.

– Quine.

– Ricoeur, Paul.

– Russell.

– Sartre.

– Scheller.

– Unamuno.

– Weil, Simone.

– Wittgenstein.

– Zambrano, María.

 

Sugiero a continuación algunos recursos bibliográficos:

 

1.- Bibliografía general:

 

  • Ferrater Mora, José: Diccionario de Filosofía, Círculo de lectores, Barcelona, 1991.
  • Garrido, Manuel; Valdés, Luis.M., Arenas, Luis. (coords.): El legado filosófico y científico del siglo XX, Cátedra, Madrid, 2005.
  • Reale, Giovani; y Antiseri, Darío: Historia del pensamiento filosófico y científico (tres tomos), Tomo III, Herder, Barcelona, 2005.
  • Sáez Rueda, Luis: Movimientos filosóficos actuales, Trotta, Madrid, 2001.
  • Sanchez Meca, Diego: Historia de la filosofía moderna y contemporánea, Dykinson, Madrid, 2010.
  • Muguerza, Javier y Cerezo, Pedro: La filosofía hoy, Crítica, Madrid, 2000.

 

2.- Recursos de internet:

 

http://www.iep.utm.edu (Recurso gratuito de internet, en inglés, que fue fundado por James Fieser y actualmente codirigido por él mismo y por Bradkey Dowden).

– http://plato.stanford.edu/ (Stanford University).

– http://www.ucl.ac.uk/philosophy/LPSG/contents.htm (University College London).

– http://www.information-philosophie.de/ (Recurso en alemán).

– http://la-philosophie.com (Recurso en francés).

– http://asterion.revues.org/ (Ecole Normale Supérieure de Lyon, en francés también).

 

 

3.- Revistas de Filosofía:

 

  • Revista de Filosofía (Universidad Complutense de Madrid, dirigida por Rafael V. Órden Jiménez).
  • Claves de la razón práctica (Dirigida por Javier Pradera y Fernando Savater).
  • Filosofía hoy (Dirigida por Pepa Castro).

 

 

 

En realidad, este año quiero ver qué les pasa a esos mitos, a esos seres de palabras, y a sus propias secreciones de palabras, cuando entren a bailar con mis bailarinas lógicas. Muchos de ellos ya están dentro desde hace tiempo, pero de forma parcial, como simples referencias; no de cuerpo entero.

Estoy seguro de que las bailarinas lógicas de mi diccionario filosófico ganarán mucho -sentirán y harán sentir mucho- con el baile que está a punto de empezar. Y espero que los lectores de este blog -tras la entrada en él de cuarenta filósofos del siglo XX- aumenten sus posibilidades de experimentar ese estupor maravillado -ese sublime vertigo/placer- que es capaz de provocar la Filosofía… siempre dentro de ese misterio infinito -pero mágico también- que es nuestra esencia y nuestra existencia.

 

 

David López

Sotosalbos, 12 de septiembre de 2011.