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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Feyerabend

Feyerabend. Viena 1924/Zúrich 1994.

Un teniente del ejército alemán (en la segunda guerra mundial) que empezó hechizándose con el neopositivismo del Círculo de Viena y que terminó por pensar que la Ciencia no progresa, sino que sufre cambios. Tan válido sería el modelo de universo de Aristóteles como el de Einstein o el de los esquimales. Estamos ante el “anarquismo epistemológico”. La libertad y la lucidez extremas.

Se me ocurre ver en el esfuerzo intelectual de Feyerabend una especie de upanisádica liberación de los confinamientos, de las esclavitudes, que las sagradas escrituras de la ciencia baconiana provocan en la mente del ser humano. Y en su mirada. Y hasta en su corazón. Creo, desde Feyerabend, y no solo desde él, que la Ciencia, que es fascinante e ineludible, corre el peligro de crear un totalitarismo intelectual, una nueva escolástica, de forma que habría algo así como unas Sagradas Escrituras (en perpetuo proceso de redacción) y unas autoridades interpretativas de esas escrituras que ofrecerían el material, las verdades (ninguna de ellas probadas, ninguna realmente “racional”), a partir de las cuales debe empezarse a pensar. Habría, según la ideología cientista, unos suministradores oficiales de verdades. El filósofo, como cualquier otro obligado feligrés de la religión de la Ciencia, debería aspirar a conocer esos datos y a componer con ellos dibujos de la realidad lo más amplios que le fuera posible. Sería, el filósofo, algo así como experto en esos pasatiempos en los que se ofrecen puntos numerados y dispersos en un papel para que se descubra, uniendo esos puntos, la figura oculta: un pájaro, un león, lo que sea. Eso sí: sin cuestionar la validez de esos puntos, su numeración y, sobre todo, el porqué del juego.

La Ciencia nos exige que solo pensemos a partir de los datos, las verdades, que ella nos va suministrando y, a la vez, cambia esos datos constantemente y hasta llega a ser incapaz de dar por probado ninguno de ellos. Cada “avance” parece re-instaurar las fronteras de lo posible y lo imposible, de lo real y de lo no real, pero visto desde “fuera” el espectáculo no deja de ser estremecedor, precioso, sublime en sentido kantiano: todas las fronteras de todos los mundos se mueven sin cesar, aparecen nuevos mundos, desaparecen otros… En cualquier caso, y en contra de lo que señalaba Quine [Véase], creo que la Filosofía no debe dedicarse exclusivamente a la Ciencia. Si lo hace, cualquier proposición filosófica dejará de tener interés con el paso de los siglos, se convertirá en una curiosidad cultural pretérita. Un fósil. La Filosofía debe ocuparse del temblor que sacudirá a cualquier ser consciente que viva dentro de cinco mil años. La Filosofía debe generar textos eminentes, en el sentido que dio a este término Gadamer [Véase].

La obra fundamental de Feyerabend es Against Method [Contra el método]. La escribió en 1975. Hubo una segunda edición en 1988 y una tercera en 1993. Antes de analizar las ideas fundamentales de esta obra voy a ocuparme de unas notas preparadas por Feyerabend para una conferencia del 20 de marzo de 1973. Este texto lo he obtenido de una obra que lleva por título For and against method (el título que hubiera llevado un texto que querían escribir juntos el propio Feyerabend y su gran amigo/gran rival Lakatos, pero que no pudo ver la luz por la muerte de este último). El editor de la obra de la que yo he sacado esas notas es Matteo Motterlini (The University of Chicago Press, 1999).

Ofrezco a continuación algunos momentos especialmente elevados del borrador de conferencia que escribió Feyerabend (la traducción es mía):

1.- “La fe en la ciencia está parcialmente justificada por el papel revolucionario que la ciencia jugó en los siglos diecisiete y dieciocho. Mientras que los anarquistas predicaban destrucción, los científicos golpearon [smashed] el armonioso cosmos de las épocas anteriores, eliminaron el “conocimiento” estéril, cambiaron las relaciones sociales y ensamblaron los elementos de un nuevo tipo de conocimiento que era a la vez verdadero y beneficioso para el hombre. Esta ingenua e infantil aceptación de la ciencia (que se encuentra incluso entre izquierdistas “progresistas” como Althusser) está hoy a amenazada por dos avances: (1) por el cambio de la ciencia como investigación filosófica a negocio empresarial, y (2) por ciertos descubrimientos relativos al estatus de los datos científicos y las teorías” (PP. 113-114).

2.- “También hemos descubierto que la Ciencia no tiene resultados sólidos, que tanto sus teorías como sus enunciados sobre hechos son hipótesis que a menudo son no solo localmente incorrectas sino enteramente falsas, haciendo afirmaciones sobre cosas que nunca han existido” (P.114).

3.- “Detrás de todo este atropello [del atropello ejercido por el anarquismo epistemológico] yace la convicción de que el hombre dejará de ser un esclavo y ganará una dignidad que es más que un ejercicio de cauteloso conformismo, solo cuando sea  capaz de salirse de sus convicciones más fundamentales, incluidas esas convicciones que supuestamente le hacen humano” (P. 115).

4.- “Las personas y la naturaleza son entidades muy whimsical [este adjetivo cabe ser traducido al español como “caprichoso”, “fantástico” “improbable”] que no pueden ser conquistadas y entendidas si uno decide limitarse por adelantado” (P.116).

5.- “No hay razón para deprimirse por este resultado. La Ciencia, después de todo, es nuestra criatura, no nuestra soberana; ergo, debería ser la esclava de nuestros caprichos y no la tirana de nuestros deseos”. ¿Quiénes somos “nosotros”? me pregunto yo apoyado en el modelo de universo y de hombre que presupone la Ciencia.

Feyerabend en realidad no deja de ser un escolástico de la Ciencia. No cuestiona sus presupuestos metafísicos fundamentales. De hecho, en el prólogo a la edición china de su obra capital (Contra el método), Feyerabend afirma que la Ciencia -al menos como él la entiende- es “una de las más maravillosas invenciones de la mente humana”. ¿Qué es eso de “mente”? ¿Debemos “reducirla” a eso que esta civilización ahora llama “cerebro”? ¿Es materia el cerebro? ?Puede la materia ocuparse de sí misma “sacando” modelos de sí misma más o menos certeros? ¿Alguien se atreve a decir qué demonios es eso de la “Materia”? [Véase “Materia“].

La cuestión fundamental que me plantea pensar con Feyerabend y otros cientistas más o menos liberados es la siguiente: ¿qué es la Ciencia como fenómeno dentro de los distintos modelos de realidad que ofrece esa actividad humana? ¿Qué le ocurre a la Materia (o a la energía o a lo que sea) cuando ocurre el fenómeno de la Ciencia? ¿Qué es físicamente una teoría física?

En cualquier caso Feyerabend es un excepcional estímulo filosófico. A mí me gusta mucho leerle. Su obra Contra el método es un texto especialmente cómodo y refrescante, cuyas ideas principales se muestran en un índice analítico que sirve como esquema de sus tesis fundamentales. Ofrezco a continuación las que me han parecido más brillantes, más fertilizantes:

1. Prólogo a la edición china: “Mi principal motivo para escribir el libro era humanitario, no intelectual […] Progreso del conocimiento en muchas ocasiones significa asesinato de mentes. Hoy están siendo revividas antiguas tradiciones y hay gente que intenta adaptar sus vidas a las ideas de sus ancestros […] La Ciencia bien entendida no tiene argumentos contra ese procedimiento. Hay muchos científicos que actúan así. Físicos, antropólogos, medioambientalistas, están empezando a adaptar sus procedimientos a los valores de la gente a la que se supone que están aconsejando. No estoy contra una Ciencia así entendida. Esa Ciencia es una de las más maravillosas invenciones de la mente humana. Pero estoy en contra de las ideologías que usan el nombre la la Ciencia para el asesinato cultural”.

2.- “La Ciencia es esencialmente una empresa anárquica: el anarquismo teorético es más humanitario y más capaz de promover el progreso que sus alternativas de ley y orden”.

3.- “El único principio que no inhibe el progreso es: todo vale.” Me pregunto con Feyerabend si cabe hablar aquí de límites éticos para la Ciencia. ¿Cuáles serían? ¿Para qué queremos por cierto eso de “la Ciencia”?

4.-  Sería válido y necesario para la Ciencia “[…] usar hipótesis que contradigan teorías confirmadas”. Sí.

5.- “La Ciencia no es la única tradición, ni la mejor tradición que existe, excepto para la gente que se ha acostumbrado a su presencia, a sus beneficios y a sus desventajas. En una democracia debería estar separada del Estado de la misma forma como hoy está separada del Estado la Iglesia”.

6.- En la última de las frases de su índice analítico Feyerabend afirma que su intención es denunciar la destrucción de logros culturales de los que podemos seguir aprendiendo. Y habla de fechorías de algunos intelectuales.

¿Cuál es la amenaza contra la que lucha Feyerabend? Creo que lucha contra el confinamiento, contra los legisladores de lo posible y lo imposible. Recuerdo unas frases de Jung, escritas con ocasión de su desinhibido prólogo a la edición americana del I Ching de Richard Wilhelm: “La plétora irracional de la vida me ha enseñado a no descartar nada”.

¿Qué estaremos descartando, ahora mismo, sin darnos cuenta?

En cualquier caso tengo la sensación, creciente, de que eso que llamamos “realidad” no se va configurando por la acción de leyes que vamos conociendo más o menos. Lo decisivo no son las leyes de la Física, sino las de la Ética; y las de la Lúdica. Lo que mañana viviremos se configurará según la altura a la que seamos capaces de elevar nuestro “corazón” y nuestra “lucidez”, por decir algo (nuestra “consciencia” si se quiere). Estamos en un lugar curioso, extraño, fabuloso y atroz: una especie de descomunal videojuego donde se nos va inoculando realidad virtual (no otra puede existir) según vamos jugando mejor o peor. La Ciencia no descubre nada: recibe mundos, recibimos mundos, según nuestra ética, nuestra magia, nuestra capacidad de actuar sobre la Materia (entendida como lugar de Creación). Quizás habría que expandir el concepto de trabajo, como acción transformadora (siempre por “cuenta propia”: transformamos nuestra “mente” con trabajo, y nuestro corazón, que forman, juntos, por así decirlo, el hábitat de eso que se nos va a presentar como realidad “exterior”.

Algo prodigioso ocurre siempre. La Filosofía es un intento de decir ese prodigio indecible.

No descartemos nada. Seamos capaces de pensar y de sentir a lo grande. Cuando más a lo grande mejor.

David López

 

 

Filósofos míticos del mítico siglo XX: Marcuse

 

 

Marcuse (1898-1979).

Creo que su obra Eros y civilización (1953) puede ser relacionada con las metafísicas de Platón y de Schopenhauer. Marcuse, desde los modelos de Marx y de Freud, propuso la creación de una cultura, de una civilización, capaz de sublimar, no reprimir, el Eros: esa pulsión fundamental del “ello” que, según Freud, estaría reprimida por el “super-yo” (la civilización represiva que el individuo humano tiene instalada dentro de su psique gracias a la fuerza de la educación, del terror, etc). Así, cabría afirmar que Marcuse propuso una titánica labor, digamos informática, de programación, de ingeniería psico-social: crear, desde la sociedad, un “super-yo” que permitiera la sublimación del “ello” humano. O, al menos, eliminar todo obstáculo a esa sublimación.

A Marcuse, al menos en Eros y civilización, parece estar convencido de que las sociedades “desarrolladas” sufren un “desorden general”, el cual sería reflejo del desorden individual propiciado por la -social- represión de la pulsión erótica. Y parece asimismo convencido de que la salvación estaría en liberar el Eros, hasta el punto de dejarle traspasar su objeto inmediato (digamos la genitalidad, la sexualidad más “animal”, fría, inconsciente, limitada) hasta llegar a todos los vínculos humanos, a todas las actividades e instituciones humanas.

¿Qué es el Eros?  Deseo, vínculo, arrastre hacia lo deseado… Búsqueda del placer. Busqueda del cielo. Vuelo hacia el cielo. ¿Cabe encontrar más placer en el deseo que en su satisfacción? Creo que sí. De ahí el éxito de los mercados, capaces de venderlo todo, incluida la posibilidad de su propia aniquilación.

Platón. Siempre sorprende la lectura, y la relectura, del discurso de Diotima que aparece en Banquete. El impulso erótico, el ser atraído por lo bello, si es seguido, y si se es capaz de no concentrarlo en un solo ser (como por ejemplo la persona a la que en este momento deseamos) nos elevaría, según Diotima-Platón, hasta la belleza en sí. De alguna forma el erotismo sería un camino de salvación, de elevación, si es seguido (gozado/sufrido) hasta sus últimas consecuencias. Rilke no tendría entonces razón cuando afirmó que la belleza era el comienzo de la tragedia. Desde el Platón de Diotima se podría decir que la belleza, y su erótico poder de arrastre, nos elevarían hasta la condición de dioses (entendidos como los que ya tienen la posesión de la belleza, los que no tienen que buscarla, los que ya disfrutan de la absoluta felicidad, de la plenitud). Diotima-Platón, no obstante, apuntan a una búsqueda de la belleza que transcendería -sin rechazarla, sin ignorarla- la bella forma de los cuerpos, de la carne,  y se adentraría eróticamente en la belleza del alma virtuosa hasta llegar a lo bello en sí. La idea de la Belleza.

¿No será que, en esa ascensión, se llegaría a ver que la belleza en sí es, precisamente, lo que se presenta ubícuamente, si se mira desde la belleza?

Schopenhauer, que leyó con intensidad y lucidez a Platón, ofreció una Física y una Metafísica donde el erotismo es radical. Todo se habría creado, y se estaría moviendo, por puro deseo (“El mundo es mi voluntad” leemos en los primeros párrafos de su obra capital). El erotismo genital en ese mundo schopenhaueriano sería una manifestación (y casi una “epifanía”) del descomunal erotismo metafísico que estaría en el fondo de toda realidad visible. Incluso el pensar, el intelecto, sería para Schopenhauer fruto, marioneta mejor dicho, del impulso erótico. Él llamo a ese impulso “voluntad” (Wille).

Marcuse fue un teórico, un analista, de eso que se ha llamado post-capitalismo. Desde su credo marxista (y desde su judaísmo) presupuso que estamos en una sociedad esclavizante, represiva, capitalista, sí, pero ya carente de proletariado. El proletariado… Esa masa humana inventada por Marx en su juventud, pensada como sufriente en virtud de la explotación y la pobreza, habría alcanzado un bienestar jamás soñado por Marx y, por lo tanto, habría perdido toda capacidad de generar energía revolucionaria. Marcuse pensó que la solución del capitalismo -alienante, represivo- estaría en ponerlo al servicio de fines que transcendieran las necesidades materiales: aumentos de la producción, crecimiento económico, etc., sí, pero dirigidos a sublimar el impuso erótico. En definitiva, creo yo: a aumentar la belleza, la sensación de belleza (no otra cosa es la belleza que un estado de conciencia).

O, quizás, sueña Marcuse con una sociedad que permitiera a los individuos crear belleza, soñarla, compartirla, tocarla con los dedos, sentirla en la piel, del cuerpo y del alma…

Algo sobre su vida

1898 (Berlín)-1979 (Stramberg).

Judío. Fue soldado en la primera guerra mundial. Estudió en Friburgo con Heidegger. Más tarde reconoció que este filósofo filonazi le había enseñado a leer textos.

1933. La victoria electoral y social de los nazis le obliga a huir de Alemania. Se refugia en Suiza y después en USA. En 1940 obtiene la ciudadanía americana. Trabaja para la US Office of Strategic Services (el embrión de la CIA). Realiza trabajos de análisis sobre la situación alemana.

Miembro destacado de la exiliada Escuela de Frankfurt. Amigo y admirador de Horkheimer.

Profesa en las universidades de Columbia, Harvard, Brandeis y California.

En los años sesenta -con setenta años- se convierte algo así como en el padre espiritual de las revueltas sociales (mayo 68). Marcuse nunca creyó que aquello fuera una revolución, pues, según él, no existía ningún sujeto de dicha presunta revolución.

Muere en Berlin, al parecer atendido por Habermas.

Algunos lugares de su pensamiento

1.- Erotización del yo y de la sociedad entera. En Eros y civilización (1955) Marcuse presupone un desequilibrio social vinculado con el desequilibrio de los individuos: “Por tanto, los problemas psicológicos se convierten en problemas políticos: el desorden privado refleja más directamente que antes el desorden de la totalidad, y la curación del desorden general depende más directamente que antes del desorden individual” (P. 19, Ariel, 2010).  Y la única posibilidad de crear orden estaría, según Marcuse, en la liberación del Eros: “Propongo en este libro la noción de una “”sublimación no represiva””: los impulsos sexuales, sin perder su energía erótica, transcienden su objeto inmediato y erotizan las relaciones normalmente no eróticas y antieróticas entre los individuos y entre ellos y su medio ambiente. En un sentido opuesto, uno puede hablar de una “”desublimación represiva””: liberación de la sexualidad en modos y formas que reducen y debilitan la energía erótica” (P. 17). En esta liberación, en esta hipererotización de lo humano, Marcuse incluye el “placer del pensamiento” (Ibíd.) En la introducción a este post he vinculado el Eros marcusiano con el de Platón y el de Schopenhauer. Quisiera ahora señalar que el concepto de “desublimación represiva” del Eros podría estar teniendo lugar en los estereotipados mercados de la pornografía virtual. El individuo liberaría el Eros genital sin que de ese proceso se derivaba una elevación para él y para su sociedad. De alguna forma el proceso erótico presupone sacralización de lo deseado. Y elevación hacia ello. También implicaría desde Platón y desde Marcuse un camino de salvación, de acceso a la libertad, de superación de lo fáctico. Quizás Marcuse esté proponiendo, simplemente, que todo lo hagamos por enamoramiento, por pasión. Que no otra cosa nos mueva como individuos y como sociedad.

2.- Razón y revolución. Hegel y el surgimiento de la teoría social (1941). Se trata de una obra en la que Marcuse evidencia su amor a Hegel. El epílogo, escrito en 1954 (poco antes de la publicación de Eros y civilización), me parece de un interés excepcional. En la primera página de ese epílogo Marcuse afirma que, a pesar de la derrota del fascismo y del nacionalsocialismo, la “libertad está en retirada, tanto en el dominio del pensamiento como en el de la sociedad”. Habría vuelto la esclavitud, una nueva esclavitud, esta vez, paradójicamente, provocada por la productividad, por el éxito del sistema capitalista. Hegel, por su parte, habría sido capaz de ver en “el poder de la negatividad” (en dar un no a cualquier estructura de la realidad social) el elemento fundamental de la vida del Espíritu: rechazo de lo que hay, pues todo estado de cosas sería una “barrera para el progreso llevado a cabo con libertad”. “La Razón es, por esencia, contradicción, oposición, negación, en tanto que la libertad no se haya hecho real”. Marcuse cree que en ese Occidente de la segunda mitad del siglo XX la negatividad se ha perdido. No habría ya clase revolucionaria porque los trabajadores habrían alcanzado un enorme bienestar material que les habría paralizado como sujeto revolucionario: “la mayoría de las clases trabajadoras quedaron convertidas en parte positiva de la sociedad establecida”. ¿Quién es el malo, quién es el opresor, a quién señalar?, le preguntamos a Marcuse. La respuesta podría estar en este enigmático párrafo (que no recuerda a algunos planteamientos de Horkheimer): “Pero, entonces, el desarrollo de la productividad capitalista detuvo el desarrollo de la conciencia revolucionaria. El progreso técnico multiplicó las necesidades y las satisfacciones, en tanto que su utilización convirtió tanto a las necesidades como a las satisfacciones en represivas: ellas mantienen por sí mismas el sometimiento y la dominación”. Estamos por tanto ante seres meta-humanos que nos estarían esclavizando. La última página del epílogo al que estoy haciendo mención especial contiene una frase que me parece de especial transcendencia: “El precondicionamiento de los individuos, su configuración como objetos de administración, parece ser un fenómeno universal. La idea de una forma diferente de Razón y de libertad, contemplada tanto por el idealismo como por el materialismo dialéctico, se presenta de nuevo como utopía. Pero el triunfo de las fuerzas regresivas y retardatarias no invalida la verdad de esta utopía”. He utilizado la traducción de Francisco Rubio Llorente (Alianza Editorial).

3.- Es muy sugerente la visión del arte que ofrece Marcuse. En esa actividad humana, que implica al creador y al contemplador de la creación, el impulso erótico estaría liberado de la represión social sin que por ello la sociedad estuviera amenazada de destrucción. Podría decirse quizás que, según Marcuse, el Arte permitiría compatibilizar la plenitud del hombre y la subsistencia de las sociedades humanas. Arte libre, tendría que ser. Esto es: vuelos imaginativos, hiper-eróticos, hacia los horizontes infinitos de la Belleza. La Filosofía, a mi juicio, presupone ese erotismo no reprimido ni represivo. Es amor, Eros. Prefiere desear la verdad que poseerla. Prefiere el vuelo que la llegada. Por eso es Filo-Sofía y no Sofía. La Filosofía ama. La Sofía (la sabiduría) es amada. Podría decirse que la sabiduría carece de corazón, de carencia.La satisfacción del Eros tiene algo de mortal, como lo tiene un orgasmo: el cielo y la tierra (lo real y lo deseado) se aniquilan entre sí, mueren de placer, abrazados. “Acaba ya si quieres”, le dijo San Juan de la Cruz a Dios en el poema Llama de amor viva.

4.- El hombre unidimensional (1964). Marcuse en esta obra desarrolla la idea de que las “sociedades industriales avanzadas” estarían ejerciendo un sutil totalitarismo, una represión de la libertad humana, mediante la creación de falsas necesidades y la integración del individuo en el sistema de producción y de consumo. Y ese individuo, según Marcuse, tendría un “universo unidimensional”, sería un “hombre unidimensional” con “encefalograma plano”. Dura acusación, duro desprecio, me parece, muy en la línea del ¡pecadores! que ha caracterizado la tradición sacerdotal. Cree Marcuse, además, que ese conformismo ha impedido la crítica social, ineludible, al parecer, según la metafísica hegeliana-marxista, para que ocurra el advenimiento de “la Libertad” (?)

¿Qué contenido tendría la libertad a la que apunta Marcuse? ¿Poder pensar fuera de los límites de lo permitido, de lo útil, de lo que un sistema opresor necesita que sea pensado para su propia perpetuación? El enemigo se ha vuelto muy complejo. Marcuse cree que el capitalismo triunfa oprimiendo, negando la libertad. La libertad… ese sería el punto final de esa odisea del Espíritu de la que parece hablar Marcuse desde Hegel. ¿Quién/qué se libera? ¿Dios mismo?

¿Cómo sería ese hombre libre en tanto que momento final de la dialéctica del Espíritu? ¿Un dios encarnado en su propia obra? Sartre presupuso ya esa libertad infinita en el hombre: presupuso que estamos condenados a la libertad. Que somos libres, lo cual no es insoportable. Marcuse, por el contrario, está inmerso en una narrativa de la esclavitud. Quizás sea durísimo aceptar que no somos esclavos, sino que nos gusta y nos conviene (por pura economía cerebral) creer que lo somos. Quizás sea más económico proyectar siempre fuera de nosotros, de nuestro reino, las causas de nuestras frustraciones. Y de nuestras posibles plenitudes. Véase la “auto-ayuda”, que, paradójicamente, consiste en hacer lo que otro, en un libro a la venta, nos dice que hagamos.

Marcuse ha hablado también de los individuos convertidos en “objetos de administración”. Privados de libertad. Yo hablaría incluso de una auto-privación de la dignidad, de la divinidad para alcanzar la comodidad, la pequeñez. Sobre esta auto-privación reflexiono en un texto de mi tribuna política que puede leerse [Aquí].

En unos meses publicaré un texto sobre el capitalismo, y lo incorporaré a mis bailarinas lógicas. Por el momento, y con ocasión de las ideas de Marcuse, puedo adelantar que ese sistema (?), si es que no se trata de una fantasía teorética, tiene éxito precisamente porque canaliza productivamente el erotismo: el deseo de tener, de poseer, de tocar, lo que no se tiene. Lo otro. Ahí lo decisivo es el dinero: una sustancia mágica (genésica, letal también)  donde lo cuantitativo equivale a lo cualitativo: una sustancia que es nada pero que ofrece posibilidades dentro de sistema que lo ofrece. Las sociedades siempre han sido capitalistas. Todas ellas han estado integradas por focos emisores de cielos accesibles a cambio de dinero, u otra cosa: cielos materiales, o espirituales. Toda sociedad ha excitado el deseo de lo innecesario, aunque quizás lo más necesario para un ser humano sea desear lo innecesario: la ilusión.

Cabría ver toda sociedad (probablemente todas son y han sido “capitalistas”) como un conglomerado de flautistas de Hammelin, de forma que todos estarían hechizando y siendo hechizados con sus capitalistas/consumistas flautas mágicas. El más “manipulador” director de una multinacional del automóvil a su vez estaría hechizado, encendido de deseo, no solo por los publicistas de las empresas de relojes o de zapatos, sino también por la oferta de placer de un vendedor de realidades espirituales (estados alterados de conciencia, sabiduría milenaria, etc). Todo hechizo ubicuo, todo deseo. Eso es Maya. Eso es cualquier sociedad y cualquier mundo.

Cabría llevar la propuesta hiper-erótica de Marcuse a sus límites máximos y encender con ella la conciencia entera. Todo sería deseo, deseo sagrado: deseo de lo que no se tiene (un Ferrari, una sociedad perfecta, una libertad inefable, una mente en paz) y, al la vez, deseo de lo que se tiene (si es que alguien sabe lo que tiene). Más aún: cabría desear el deseo en sí: la ilusión, el sano inconformismo. Aquí el marxismo culto, el mejor marxismo, muestra su grandeza filosófica.

Hemos de suponer que Dios, cualquier Dios, creó el mundo por inconformismo. Por deseo de encarnar en la materia el mundo por Él soñado. El Arte, la Filo-Sofía, el deseo erótico-corporal, presuponen deseo, arrastre hacia la Belleza. Hacia una Belleza que previamente se ha contemplado, como desde el lado exterior de un escaparate.

Quizás la clave no esté en la demonización del deseo (consumismo, etc), sino en su sacralización, su sublimación, por la vía de la ética. No es malo desear y comprarse un bellísimo Ferrari FF, sino el método, el cómo de esa adquisición. Puede haber más nobleza, más grandeza, en la posesión de ese Ferrari que en la posesión de unas sandalias. Todo depende de cómo se hayan conseguido esos -innecesarios, pero deliciosos- objetos. Las sandalias son también innecesarias. Recordemos la reforma del Carmelo.

No hay vida humana sin ilusión, del tipo que sea. Todo rostro humano se embellece cuando, con mirada de niño,  arruga su nariz en el cristal del escaparate en el que se muestra su cielo soñado, su mundo soñado, carente aún de materia. Es cierto también que ese cristal es imaginario. Como todo. Pero así funcionan los mundos.

Así funciona, creo yo, la fascinante mente de Dios, que se autodifracta en las mentes de todos los hombres.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Hilary Putnam

Entrevista de Bryan Magee a Hilary Putnam en 1987 (BBC).

 

Hilary Putnam es un mítico filósofo del mítico siglo XX -extraordinariamente brillante y simpático- que está además vivo. Quizás lo esté también eso de lo que durante tantos años se ha ocupado: la “Ciencia”. En una entrevista que le hizo Bryan Magee (BBC-1987), Hilary Putnam admitió que la Ciencia es consciente de, y que incluso prevé, que todas las teorías que al día de la fecha acepta como válidas serán sustituidas por otras. ¿Todas? ¿Absolutamente todas? También admite que en la descripción de la realidad, en la construcción de eso de la “verdad”, los seres humanos tienen un papel decisivo: aportan su interior, interpretan. Ya no sería admisible según Putnam el modelo newtoniano basado en la creencia de que nuestra mente funciona como un espejo de lo objetivo, de lo exterior.

Si la Ciencia ya no se ocupa de una verdad objetiva, exterior, inmutable, ¿qué es entonces?, le pregunta Bryan Magee (que es considerado por cierto en el mundo anglosajón como el gran especialista en Schopenhauer). La pregunta es crucial, apocalíptica, genésica por lo tanto. Nos abre nuevos caminos de pensamiento y de sentimiento, nuevas miradas al infinito (a la Nada Mágica que nos envuelve y que nos constituye).

Me atrevo a sugerir que esa “energía” o “impulso” que llamamos “Ciencia” no sea descriptiva sino creativa. Algo desbordante de creatividad opera en eso que sean “los cerebros” de los científicos (que siempre piensan y miran en red con otros científicos) y crean mundos (miradas). Un mundo es una forma de mirar al infinito, una hermenética del infinito, un recorte entre los infinitos recortes posibles de esa barbaridad que tenemos delante (y dentro), todo el rato, pero que solo podemos ver de forma esquematizada, conceptuada, cientificada. En otro caso nos incineraríamos, perderíamos el ser individual.

Al ocuparme de las propuestas hermenéuticas de Gadamer [Véase] me detuve en su concepción de “texto eminente”. Según Gadamer un texto es eminente si no es susceptible de ser reducido a conceptos (de ahí la eminencia de un texto verdaderamente poético, que pierde por cierto su excelencia si puede ser interpretado del todo, si puede ser disecado en estructuras lógicas, en miradas ya aquietadas, domadas por el miedo a habitar en lo impensable, en lo inimaginable).

Desde la concepción de “texto eminente” que nos ofrece Gadamer cabría afirmar que los científicos son hermeneutas de una Poesía eminente (eso que se presenta ante nuestras conciencias en red, ante nuestras conciencias democratizadas). Y cada uno de los modelos que van ofreciendo los científicos (las “Big Pictures” de las que habla Putnam) no son sino temblorosas e hiperhechizantes interpretaciones del Gran Texto… que es lo que hay… ahí.

Ofrezco a continuación una especie de listado con las ideas de Putnam que me parecen por el momento más relevantes, más estimulantes, más genuinamente  filosóficas:

1.- Existe el mundo exterior, cree Putnam, pero nuestra mente (?) no es un espejo que debamos pulir para que refleje ese mundo lo mejor posible. Nuestra mente aporta también material a la verdad. Putnam afirma que las propuestas que Kant realizó en el siglo XVIII están siendo asumidas por los científicos del siglo XX y XXI. Se me ocurre sugerir que eso de “exterior” es un plano ontológico que cabe dentro de otro más grande que podríamos denomonar “la Gran Bolsa”… que sería algo así como “nuestra” conciencia, lugar donde entre otras cosas estaría ese “objeto” que identificamos momentáneamente con nuestro yo (el yo objetivo, o mental si se quiere).

2.- La Ciencia es un conjunto de teorías que están en permanente cambio. No termino de ver si Putnam considera siquiera la posibilidad de algún punto de llegada, de un gran final gnóstico, de un por el momento inefable orgasmo cognitivo: la gran visión del universo alcanzada por una de sus partes. En cualquier caso creo que es oportuno tener presente que Putnam, cuya madre era judía, y que ya en la madurez quiso recobrar la tradición judía, ha estado muy interesado en la Cabalah [Véase]. Y en la Cabalah la visión de la verdad final equivale a la muerte, a la incineración óntica mejor dicho.

3.- Putnam tiene cierta brillante originalidad como filósofo, como pensador en general. Así, es muy famosa su tendencia a someter todas sus ideas a una crítica despiadada, lo cual ha provocado numerosos y desconcertantes cambios en sus ideas. Es destacable que en política fuera miembro del Progressive Labor Party (un partido comunista de origen americano que consideraba que la URSS había traicionado el verdadero marxismo convirtiéndole en capitalismo de Estado). En 1997 Putnam, siguiendo su saludable tendencia a poner en duda todas sus concepciones (a arar su propio huerto infinito), afirmó que su vinculación con aquel partido fue un error.

4.- Twin Earth thought experiment. El experimento de pensamiento de la Tierra gemela. Este experimento fue propuesto por Putnam en 1973 (Meaning and reference) y desarrollado en 1975 (The Meaning of Meaning). Se trata básicamente de pensar/imaginar que existiera un planeta exactamente igual al nuestro, con habitantes exactos, todo exacto, incluidos los lenguajes; salvo una cosa: eso que los idénticos lenguajes de ambas tierras llamarían “agua” no sería en verdad, en la realidad objetiva de cada planeta, la misma cosa. En nuestro planeta la composición de ese líquido sería H2O. Y en el Tierra Gemela sería algo así como XYZ. Oscar, un personaje exacto en ambas tierras (según Putnam), creería siempre que con la palabra agua nombraba algo real, pero solo el Oscar de la Tierra estaría dando el nombre correcto al líquido real de su planeta. Putnam sugiere pensar esas dos tierras gemelas hace algunos siglos, cuando todavía no se sabía la composición molecular del agua (yo me pregunto si la conocemos ahora). Este experimento serviría, según Putnam, para demostrar que los contenidos del cerebro humano no son suficientes para determinar el significado de las palabras que usa. Eso sería el “externalismo semántico”. Se me ocurre señalar que Putnam sigue siendo un realista en el tema de los universales, y que por eso siente cierto vértigo en su experimento, el cual, por otra parte, ha criticado recientemente, siguiendo su dura e inagotable autoproblematización. Pero en cualquier caso sigue creyendo que hay agua “en sí”, más allá del cerebro humano. Sigue creyendo que existen las cosas aunque nadie las mire ni las piense. También -como feligrés del cientismo- cree que ese líquido puede ser reducido a sus “cualidades priamarias” (lo medible, lo matematizable, lo con-mensurable…); esto es: que todo puede ser medido con nuestras formas de medir… que todo puede ser reducido a lo que ya sabemos. Cree Putnam que el agua es solo H2O. Ahí veo la influencia de la Revolution in Philosophy que promovieron los filósofos ingleses de principio del siglo XX: la vuelta al sentido común, al mundo que ha sido apresado en el lenguaje común a lo largo de milenios (Moore [Véase]). No obstante, mirando algo más de cerca su experimento, se dice que esos líquidos que en ambos planetas se llaman agua serían sentidos como tal por quien los nombran. Pero hay que tener presente que si en el planeta gemelo el “agua” no tiene la composición H2O tampoco será parte integrante de los cuerpos de sus terrícolas, lo que hace difícil sostener que ante ese líquido (XYZ) los seres humanos sientan lo mismo que en nuestro planeta sentimos con el agua (H2O). En cualquier caso, Oscar, ese personaje “gemelo” en ambos mundos, no sería realmente gemelo, pues sus cuerpos no estarían compuestos por el mismo líquido. Habría un Oscar formado mayoritariamente con moléculas H2O. Y otro con moléculas XYZ. Si es que seguimos haciendo equivaler los esquemas útiles que se proponen sobre el cuerpo con lo que sea nuestro cuerpo “en sí”.

5.- Putnam admite que la Ciencia está aceptando teorías, que funcionan, que explican hechos, que permiten predicciones, pero que no son comprensibles (la mecánica cuántica en particular). Los filósofos de la ciencia, inspirados en esa anglosajona “revolución en la Filosofía” que se ve ya en Moore [Véase Moore], habrían abandonado por tanto el sentido común, estarían aceptando la existencia de cosas y de modelos de realidad que no son soportables por nuestra lógica, por nuestra capacidad de dar algo por existente, por lógico. En el fondo todos veneramos a la diosa Lógica. El propio santo Tomás le pidió permiso a esa gran divinidad para que Dios existiera. El caso es que, según Putnam se aceptarían esas ilógicas teorías científicas porque funcionan… Me parece que el utilitarismo anglosajón habría provocado efectos contrarios a sus presupuestos metafísicos; esto es: que todo es de sentido común, que todo es lógico.

6.- Según Putnam la Ciencia progresa. Cada vez explica más hechos. Son las “big pictures” las que están sometidas a cambios, a refutaciones. Cree, por ejemplo, que la medida de la distancia entre la Tierra y el Sol se puede ajustar, pero que es incuestionable el aumento en la precisión de nuestras medidas. Yo creo que cabría acceder a “big pictures” en las que esa medida fuera irrelevante porque tanto “Tierra” como “Sol” dejaran de ser cosas individualizadas en un sistema solar. También me parece obvio que en algún momento se modifiquen nuestros sistemas con-mensurabilidad (las imposiciones que los sistemas de medida realizan sobre lo que supuestamente creen estar midiendo). Y es más: me parece obvio que esa distancia entre la Tierra y el Sol, todavía dentro del modelo newtoniano, no puede ser medida con seriedad, ni siquiera dentro de nuestros sistemas de medida actuales y casi ontologizados. El sol no tiene bordes definidos, ni la Tierra tampoco. Pero de acuedo, puedo asumir el “compromiso ontológico” de que esas individualidades existen con claridad y que la distancia entre ellos es medible. Lo puedo asumir por amor a este mundo, a esta forma de mirar al infinito.

7.- Standards of certainty. En la antes citada entrevista con Brian Magee (1987-BBC-disponible en Youtube) Putnam acepta la dificultad de hablar de “la verdad objetiva y probada” una vez admitida la enorme carga de subjetividad con la que se desarrolla eso de la “Ciencia”. Y habla de “standards de certeza”, que estarían determinados por las necesidades prácticas de cada momento. Hay que tener presente, creo yo, que Putnam ha estudiado especialmente el pragmatismo norteamericano de finales del siglo XIX, y que, junto a su esposa, ha escrito varios textos sobre el tema. El pragmatismo norteamericano considera que un atributo esencial de la verdad es su fuerza, su motricidad, su capacidad de producir efectos, de provocar sensaciones. Yo, por mi parte, tengo la sensación de que “la verdad” es una sensación, un sentimiento necesario e inestable, un prodigio más del Gran Mago.

8.- “El funcionalismo computacional”. Putnam quiso solucionar la relación mente-cerebro usando la terminología propia de la cibernética: la mente es el software; el cerebro es el hardware. Somos máquinas muy complejas, hechas con materia. No hay otra cosa que materia organizada hasta el punto de ser capaz de pensar, de hacerse preguntas sobe sí misma. La crítica de John Searle: la habitación china (Minds, Brains and Science, Harmondsworth, Penguin, 1984 [Edición española: Mentes, cerebros y ciencia, Cátedra, Madrid, 1994]). Esta crítica ha sido también aceptada por Roger Penrose (el gran matemático inglés que cree que hay cosas no computables en la actividad mental, y que por tanto la mente no es cuerpo, no es una porción especialmente compleja de la materia que compone el cuerpo). Mi posición ante este tema puede leerse [Aquí].

9.- Putnam tuvo como mentor a Quine [Véase]. Ambos filósofos son considerados como creyentes en la realidad de los entes matemáticos: una realidad objetiva, plural, exterior, más allá de la mente humana. Los números, las figuras geométricas, etc, existen en sí, ahí, en el universo (?), aunque no haya seres humanos que los piensen, los dibujen, los usen. El argumento de Quine y de Putnam para justificar esa maravillosa existencia se conoce como “Indispensability argument for realism“, y se presenta como un silogismo que tendría la siguiente estructura:

a.- Debemos aceptar, como compromiso ontológico, la existencia de todas las entidades que son indispensables para las mejores teorías científicas.

b.- Los entes matemáticos son indispensables para las mejores teorías científicas.

c.- Conclusión: hay que estar comprometido ontológicamente con las entidades matemáticas, con su existencia objetiva.

De acuerdo, pero: ¿qué son los entes matemáticos? ¿Cuál es su textura ontológica?

Según este famoso argumento de Quine-Putnam las verdades, los modelos de realidad, serían consecuencia de actos de voluntad (algo así afirmó Descartes, por cierto, dentro de la tradición voluntarista que quizás arrancó, en el siglo XIII d.C., con el Maestro Eckhart). Yo veo en el “Indispensability argument for realism” una especie de decisión genésica de que un mundo exista. Puro voluntarismo epistemológico. En cualquier caso Quine-Putnam creen que las teorías se validan o invalidan como conjunto, y que no se pueden ignorar ninguna de sus partes (los entes matemáticos son partes ineludibles de la teorías científicas, al menos de las teorías de la Física).

Hay otro argumento que se utiliza para otorgar realidad en sí a los entes matemáticos. Es el argumento de la Belleza, que no es poco. La Matemática [Véase] sería el Ser, y ese Ser tendría una belleza extrema, por su equilibrio, por su elegancia, por su potencia infinita. El matemático estaría contemplando constantemente Belleza infinita. Sería en realidad un teólogo, dado que, según esta cosmovisión, Dios sería un prodigioso fenómeno matemático.

A Putnam, por el momento, le veo más dispuesto a empatizar con la arrolladora creatividad de las teorías pasajeras, que con la belleza quieta pero fabulosa de un Ser ya matematizado de una determinada y prodigiosa forma.

Gracias otra vez a todos los que os asomáis a este blog, aunque a la gran mayoría no os conozca. Ya sabéis que estaré encantado de debatir con vosotros sobre el Prodigio en el que estamos implicados.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: “Kitarô Nishida”

 

 

Kitarô Nishida. La Escuela de Kyoto.

Esa escuela -que brilló a partir de los años veinte del siglo veinte-  fue en realidad un templo de la Filosofía. Y de la Religión con mayúscula. Es lo mismo. Allí se escucharon y se analizaron y se refertilizaron ideas de todos los mundos (todos en realidad ubicados en el mismo “lugar”), siempre desde la fascinación hacia lo otro de lo que se presenta como verdad terminada, sin miedo a lo que hay (Filosofía y miedo son conceptos incompatibles). De ahí el gran rechazo que los marxistas de vuelo bajo sintieron por aquel templo.

La Filosofía -dijo Hegel en cierta ocasión a un alumno- no es más que una forma consciente de Religión. La Filosofía y la Religión, según este impactante pensador alemán, buscarían lo mismo: buscarían simplemente a Dios. En el caso japonés la imbricación -incluso la identidad- entre Filosofía y Religión tardó mucho en deshacerse, si es que se deshizo en algún momento. De hecho, la propia palabra “Filosofía” -en japonés tetsugaku–  fue creada, digamos artificialmente, por Nishi Amane en el siglo XIX (época de la restauración Meiji, de la apertura a eso de “Occidente”).

Kitarô Nishida, en cualquier caso, terminó por olvidarse de si estaba filosofando o no y dirigió su mirada hacia lo que no puede ser pensado: “el lugar” “la nada” que hace posible todo lo existente, el “eterno ahora” que es Dios o Buda… o mejor Nada (Zettai-Mu).

Si Religión y Filosofía son difícilmente separables en el pensamiento-sentimiento japonés, creo que hay que tener presente cuál es la pulsión religiosa originaria de este sorprendente pueblo isleño. El nombre que se le puso (tardíamente) a esa pulsión, a ese primigenio sentimiento global, fue Shin-to (el camino de los dioses). Me parece fascinante que esa Religión no se hubiera puesto nombre a sí misma: que se viviera en ella (en esa “Religión”) como en una matriz silenciosa, un “lugar” ajeno a la semántica: matriz/lugar como fuente de toda semántica (de todo pensamiento). El nombre “Shin-to” se puso desde el chino, ya en plena Edad Media europea, y lo hicieron sus seguidores para diferenciarse del budismo extranjero (indio y luego chino).

Todos los seres humanos viven en una realidad que dan por válida (Lebenswelt diría Husserl), en la que sueñan, vibran, odian, aman. En algunos lugares a esa matriz final la llaman “mundo” o “lo que hay”. También en ocasiones se pone nombre a esa totalidad y a la forma de estar en ella. Shin-to fue uno de esos nombres.

Octavio Paz en su preciosa obra Vislumbres de la India, definió el hinduismo como una “boa metafísica”: capaz de devorar, sin inmutarse, si dejar de ser ella misma, todo tipo de dioses extranjeros. Creo que la boa japonesa tiene mejor hígado que la india. Y el efecto de esa prodigiosa capacidad de digestión es también sorprendente: la identidad sigue casi imperturbable: hay una especie de código genético cultural (omnívoro) que resiste lo que le echen.

Shin-to significa “el camino de los dioses”, como expresa diferenciación del “camino del Buda”. En esta “religión” se sacraliza la naturaleza entera (aunque no estoy seguro de que eso que nosotros entendemos por “naturaleza” sea lo que se entendió por tal en los orígenes de la civilización japonesa). Sea lo que sea eso de “naturaleza”, el Shin-to la siente hiperpoblada por dioses: los kami (algunos puramente locales, algo así como genios del lugar… digamos hadas, etc.). El Shin-to tiene también dioses de más tamaño y poder, como por ejemplo Amaterasu (la diosa del Sol). Maravillosa. Estamos ante una religión -una matriz absoluta- donde además se rinde culto a los antepasados, todo dentro de un jardín infinito e inmanentísimo donde lo sagrado rezuma por todos los rincones. Recuerdo una impactante referencia que Aristóteles hizo a Tales de Mileto: “para Tales de Mileto todo está lleno de dioses”. Es el animismo: la conciencia ubícua y la ubícua magia.

Mi madre, Julia Pérez, llevó parte de esa religión a nuestra casa. Julia, en silencio (desde una sincera y serena docta ignorancia), conseguía elevar hasta la materia de nuestra casa el arte japonés del Ikebana: hologramas de la sacra naturaleza: el baile cósmico inmovilizado, irradiando misterio y belleza a mi infancia, a mi jueventud y a buena parte de mi madurez. Belleza sacra recibida de la sacra naturaleza: dos ramas de ciruelo, una piedra musgosa, silencio. Belleza infinita en la nada hiperteísta de la materia.

Japón. Filosofía.

Recomiendo la lectura de la siguiente obra de Jesús González Vallés: Historia de la filosofía japonesa (Madrid, 2000).

En lengua alemana destaca esta obra de Lydia Brüll: Die japanische Philosophie: eine Einführung (Darmstadt, 1989).

Sugiero también, una vez más, esta joya de D.T. Suzuki (el pensador que tanto influyó en Kitarô Nishida): Vivir el Zen (Kairós, Barcelona, 1994).

Otra joya más:  Chantal Maillard: La sabiduría como estética. China: confucianismo, taoísmo y budismo (Akal, Madrid, 2000). No debe uno perderse lo que se siente si se piensa eso de “cabalgar el dragón”.

Y por último, una obra de Kitarô Nishida en español: Pensar desde la nada; ensayos de filosofía oriental (Sígueme, Salamanca, 2006).

El silencio. Es donde estamos. Es el “lugar”. Es lo que somos. Somos el lugar. Y cabe también encontrar ese silencio abisal, sacro, en el interior de todas las palabras, de todos los mundos. El lenguaje es esencialmente silencio. Las palabras son flores de silencio. Y cuando se agrupan para nombrar (para crear en realidad) un mundo, cabe contemplarlas como jardines lógicos plantados en la nada (en Dios si se quiere… en nuestro yo transcendental…). Ikebanas lógicos. Sugiero por el momento la lectura de la palabra “Silencio” en mi diccionario filosófico. Puede entrarse desde [aquí].

Algo sobre su vida

Kanazawa (hoy Kahoku) 1870-Kamasura 1945.

Perteneciente a una antigua familia de samurais. Es un niño enfermizo que necesita especiales cuidados de su madre (la cual era una ferviente budista).

1891. Estudia Filosofía en la universidad de Tokyo. Su pobre salud le empuja a encerrarse en sí mismo. Le salva un hombre sorprendente: Raphael von Koeber (un ruso-alemán, muy tímido, genial, músico y filósofo, con aspecto de profeta, que emigró a Japón con cuarenta y cinco años y que influyó decisivamente en el desarrollo de la Filosofía japonesa del siglo XX). Von Koeber inicia a Kitarô en la Filosofía griega y medieval. También le hace leer a Schopenhauer (el budista de Frankfourt… curioso juego de espejos…) Termina sus estudios con un trabajo sobre David Hume. El hiper-empirista. El filósofo que fue capaz de despertar al grandioso Kant de su sueño dogmático.

1895. Se casa con su prima.

1896. Profesor en su antigua escuela de Kanazawa. Se inicia en la meditación Zen, influenciado por su colega y amigo D.T. Suzuki.

1897. Tras una larga estancia de meditación Zen en Tokyo, y gracias a un profesor, consigue un puesto en la Escuela Superior de Yamaguchi.

1910. Como consecuencia de la publicación de su obra Sobre el bien, se le ofrece un puesto en la universidad de Kyoto. Allí desarrolla su Filosofía y da la vida a la Escuela de Kyoto (Kyōto-gakuha). Esta escuela no fue una institución. Incluso el nombre no está claro si se lo puso un alumno o un periodista. Tema fundamental de la Escuela de Kyoto: la Nada Absoluta.

1920. Kitarô Nishida se traslada a Kamakura. Allí desarrolla su “Lógica del lugar”.

Su tumba está en un monasterio Zen (ubicado en Tokey-ji)… ubicado realmente en la Nada. En la sacra Nada.

Algo sobre sus ideas

– Filosofía y Religión como búsqueda de la verdad. Intento de síntesis entre ambas.

-“Experiencia pura”. Se apoyó en William James [Véase], en Bergson [Véase] y en la mística cristiana. Experiencia pura. Este concepto se refiere al instante mismo de la experiencia en sí, antes de que se sea consciente del dualismo “sujeto que observa-objeto observado”, y antes de que se active el pensamiento, el juicio, la reflexión sobre qué es lo que está provocando esa experiencia. Es la percepción del color, o del sonido, sin más (sin sujeto, sin objeto, si clasificación). Es la experiencia directa y silenciosa de los contenidos de la conciencia. Kitarô desarrolla esta idea en su obra Sobre lo bueno. Recuerda a la Firstness de Peirce: lo que vio Adan en el mismo instante de abrir sus ojos en el paraíso, antes de que Dios le diera instrucciones, antes del lenguaje, del pensamiento y de la moralidad. Pienso también en Schopenhauer y en su “contemplación avolitiva” (que propiciaría especialmente la obra del genio artístico)… un adelanto de la gloria eterna.

– “Autoconciencia” (jikaku). Es la conciencia que de sí mismo tiene el yo transcendental (¿Dios? ¿Buda?). Ese yo se manifestaría en una voluntad absolutamente libre; la cual sería un movimiento creador que no puede ser pensado, pues sería precisamente (esa voluntad libre) aquello que causa la reflexión (sería la fuente de la reflexión). Esa voluntad estaría además relacionada con el “eterno ahora” (eikyu no ima). Oigo ecos de la poderosa metafísica de Schopenhauer.

-“Lógica del lugar”. Un tema fascinante del que me ocuparé intensamente en un futuro próximo. Muchas veces he confesado que para mí la Filosofía se enciende con una pregunta básica: ¿Dónde demonios estamos? “El lugar”. Para Kitarô Nishida decir que algo es algo presupone afirmar que tiene un lugar en “lo general” y, por tanto, presupone estar determinado por la estructura de esa generalidad. Pero tiene que haber, digamos, un continente (no determinado) donde ubicar el ser, cualquier ser. Ese “lugar” sería la Nada Absoluta (zettai mu). “Mu” (“Wu” en chino) son palabras de difícil traducción. En la tradición Zen equivalen a vacío, más o menos. Porque ojo, se trata de un vacío que transpira sobreabundacia. Para Kitarô Nishida el “lugar” (la Nada absoluta en la que estamos) es lo que hace posible todo lo que existe, todo lo que es “algo”. La Nada es el lugar y el lugar es la Nada. Y eso es lo religioso. Eso es lo buscado por la Filosofía y por la Religión. Eso es Buda. Eso es Dios.

Seguiré leyendo y pensando el pensamiento de Kitarô Nishida. Y será para mí un enorme placer compartirlo con vosotros en este “lugar” de la nada de internet.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Emmanuel Levinas

 

 

Emmanuel Levinas. Es el primero por la derecha en la imagen. Le acompaña su gran amigo Maurice Blanchot. Cada uno de ellos, para el otro, una puerta a la transcendencia: a lo absolutamente otro de lo pensable (a lo que no es ya “el Ser”).

Con ocasión de las frases de Levinas cabe preguntarse si podemos mirar al otro ‘en sí’, no deformado entre los espejos de nuestra mente, no digerido ya en nuestro ‘mundo mental’. Creo que Levinas no consideró que ese acceso “al otro” se abre -también- en la relación sexual… si se consigue el silencio de la mente; y el amor sin límite hacia el otro ‘cuerpo’ (por llamarlo de alguna forma). Algunos textos tántricos apuntan a ese abismo del otro cuerpo: y muestran ahí una salida hacia la transcendencia (el sexo como Mística).

Levinas. La ética como Filosofía primera. La sacralización del rostro humano. De cualquier rostro humano (pues todo rostro sería una epifanía). La sacralización del encuentro con el otro ser humano, del que seríamos infinitamente responsables. Pensar la generosidad infinita: “ser-para-el-otro”. El rostro del otro como puerta abierta a lo que no es el mundo del yo (el mundo de “lo Mismo”, según expresión de Levinas) ni puede ser pensado desde ese mundo subjetivizado. Ciego en definitiva. El rostro del otro como fenómeno ocurrido en la huella que Dios deja desde su infinita ausencia (estamos en el judaísmo).

La apertura al otro como liturgia, como rito sagrado. Para perderse, para sacrificarse por un tiempo futuro en el que no cabe esperar siquiera la salvación del yo que actúa éticamente, que obra bondadosamente. Entrega a lo que no es este mundo. Entrega a lo ultra-ontológico.

Generosidad infinita. Pensemos en nuestra entrega a los hijos (y a los nietos de nuestros nietos): a un futuro -de ellos, solo de ellos- donde nuestra misma muerte será irrelevante (olvidada por completo): amor absoluto hacia lo que está vaciado de nosotros, hacia lo que no veremos jamás pero que, sin embargo, amamos con locura (‘a muerte’).

Los hijos. Levinas fue también un filósofo de la fertilidad: tener hijos como sacramento ineludible.

Algunas notas sobre su vida

Kaunas (Lituania) 1905-París 1995.

Judío. Su padre, Jehile Levinas, era librero. Parece que incitó al futuro filósofo a que aprendiera ruso y hebreo.

Gran influencia de los escritores rusos (Tolstoi, Puschin, Dostoievski). También estudió desde muy pronto la Torá y el Talmund (Lituania era a principios del siglo XX un importante centro de estudios talmúdicos). Emmanuel Levinas es un filósofo que debe ser contemplado dentro del judaísmo. Es un pensador claramente religioso. Todos los grandes pensadores lo son. Y los pequeños también, pero no lo saben.

1923. Estudia Filosofia en la universidad de Estrasburgo. Tiene como profesores a Charles Blondel y Maurice Pradines. Es impactado por la Filosofía de Bergson [Véase] y, en particular, por su teoría del tiempo. Conoce a Maurice Blanchot. Una gran amistad.

1927. Amplía sus estudios en la universidad de Friburgo. Allí recibe la influencia de Husserl [Véase] y de Heidegger [Véase].

1930. Se doctora con una tesis titulada Teoría de la intuición en la fenomenología de Husserl. Sartre [Véase] leyó esta obra con fascinación; y al parecer descubrió en ella algunos de sus pensamientos. En ese mismo año obtiene la nacionalidad francesa.

1934-1939. París. Trabaja en un instituto para la formación de profesores judíos. Hay que insistir en la profunda religiosidad -judía- de Levinas. Considero que solo así se puede visualizar con cierta precisión su modelo metafísico.

1940. Es hecho prisionero por el ejército alemán. Ingresa en un campo de concentración. Levinas es soldado francés, lo que, al parecer, le protege del exterminio. Durante su cautiverio empieza a escribir De la existencia al existente, obra que se publicaría en 1947.

1945. Terminada la segunda guerra mundial, Levinas se entera de que sus padres y sus hermanos han sido asesinados por los nazis. El impacto del horror. Jura no volver a pisar suelo alemán.

1946. París. Director de la École Normale Israélite Orientale. Allí ejerce como profesor de Filosofía.

1961. Publica su tesis doctoral: Totalidad e infinito. Gracias a ella es nombrado profesor  de Filosofía en la universidad de Poitiers.

1967. Profesor de Filosofía en Nanterre. Colabora estrechamente con el filósofo Paul Ricoeur.

1973-1976. Catedrático de Filosofía en La Sorbona, hasta su jubilación.

Derrida estudió con especial atención los textos de Levinas. También lo hacen Lyotard y Blanchot. Sin olvidar la fascinación de Sartre.

Algunas notas sobre su pensamiento

Hay una obra especialmente bella -y profunda- de Levinas. Su título: La trace de l´autre [La huella del otro]. A continuación ofrezco algunos momentos de esa obra; y algunos comentarios (que iré cambiando con el tiempo). La traducción del francés original es de Esther Cohen (Taurus, 1998):

– “La filosofía occidental coincide con el desvelamiento del Otro en el que, al manifestarse como ser, el Otro pierde su alteridad”.

Levinas muestra la violencia, y la ceguera, de una metafísica, de un pensamiento, que quiere hacer suyo -pensar, ordenar, reducir a un Logos- lo que la transciende de forma irremediable. Levinas lucha por mantener la ubicación ultraontológica del “Otro”, que será, por un lado, el “otro ser humano” y, finalmente, Dios mismo (como lo que, amándonos es a la vez infinitamente ausente e impensable). Estamos en el judaísmo.

– “Los filósofos nos aportan también el mensaje enigmático del más allá del Ser”.

Por ese “Ser” quizás podemos entender ‘el mundo’: el mundo como sumatorio de palabras, como matriz lógica -y emocional- en la que se cree una conciencia que vive, en la que se cree que es. Mundo como sistema de creencias ya hechas carne (materia si se quiere). Ser-mundo como lo que parece que hay, como “Logos” [Véase].

– “¿Puede haber algo tan extraño como la experiencia de lo absolutamente exterior, tan contradictorio en los términos como la experiencia heterónoma?”.

Para un fenomenólogo como Levinas no cabe experimentar lo absolutamente exterior. El mundo se presenta en la conciencia, y solo ahí -en esa maquinaria- puede ser considerado. No cabe asomarse al ‘exterior’, digamos, en silencio, sin todo el sistema cognitivo activado. Desde el paradigma del ‘cerebralismo’ actual podría decirse así: no cabe mirar -sin cerebro- lo que rodea al cerebro.

– “La obra pensada hasta el fondo exige una generosidad radical de lo Mismo que en la Obra se dirije hacia lo Otro. En consecuencia, exige una ingratitud del Otro. La gratitud sería, precisamente, el retorno del movimiento a su origen”.

Levinas apunta a una ética del olvido radical de uno mismo. Se obra por el otro, sin consideración alguna hacia el sujeto implicado en esa acción. Estamos ante ese auto-olvido que tanto se repite en la Mística. Un auto-olvido que, paradójicamente, permitíría quizás ‘recordar’ quién se es de verdad (aquí creo que no entra Levinas).

Esa ética del amor al otro, sin esperanza para el yo, la encontramos perfilada también en las siguientes frases:

– “Pero la partida sin retorno, que sin embargo no se dirije al vacío, perdería igualmente su bondad absoluta si la obra buscase la propia recompensa en la inmediatez de su triunfo, sin esperar con impaciencia el triunfo de su causa. El movimiento en sentido único se invertiría en reciprocidad. Confrontando su partida y su fin, la obra se reabsorbería en el cálculo de las pérdidas y de las ganancias, en una serie de operaciones contables. Estaría subordinada al pensamiento. La acción en sentido único es posible únicamente en la paciencia que, llevada al extremo, significa para aquel que actúa: renunciar a ser el contemporáneo del propio resultado, actuar sin entrar en la tierra prometida”.

– “Escatología sin esperanza para sí o liberación respecto de mi tiempo”.

– “Ser para un tiempo que sería sin mí, ser para un tiempo posterior a mi tiempo”.

– “Por otra parte, la liturgia, acción absolutamente paciente, no se clasifica como culto al lado de la obra y de la ética. Ella es la ética misma”.

– “La orientación litúrgica de la Obra […] no procede de la necesidad. La necesidad se abre sobre un mundo que es para mí -la necesidad regresa a sí-. Incluso una necesidad sublime, como la necesidad de salvación, es todavía nostalgia, enfermedad del retorno”.

– “La necesidad es el retorno mismo, la ansiedad del yo por sí mismo, forma originaria de la identificación que hemos llamado egoísmo. Es asimilación del mundo en vista a la coincidenca consigo mismo o felicidad”.

– “La relación con el Otro me pone en cuestión, me vacía de mí mismo y no deja de vaciarme, descubriéndome en tal modo recursos siempre nuevos”.

Aquí, la ética de Levinas sí apunta a grandes experiencias: un vaciado de mí mismo que me llevaría a lo que ahora me es inimaginable.

– “Lo Deseable no sacia mi Deseo sino que lo hace más profundo, nutriéndome de alguna manera de nuevas hambres. El Deseo se revela como bondad”.

Estamos ante el Deseo de perderme en “lo Otro”. Un Deseo que parece comparable a ese impulso erótico que, según Platón, nos empuja a filosofar: a llevar nuestro pensamiento hacia ‘arriba’, hacia donde ahora no estamos.

– “Pero la epifanía del Otro comporta una significancia propia independiente de esta significación recibida del mundo”.

Se nos empuja a imaginar significados que ahora nos son inimaginables.

– “La presencia consiste en venir hacia nosotros, en abrir una entrada. Lo que puede ser formulado en otros términos: ese fenómeno que es la aparición del Otro es también rostro, o incluso así (para indicar esta entrada en todo momento, en la inmanencia y en la historicidad del fenómeno): la epifanía del rostro es una visitación”.

Desde la fenomenología cabe ver esa “visitación” como una prodigiosa irrupción en la cámara de nuestra mente -por así decirlo- de algo exterior a ella, sagrado, crucial: crucial precisamente para poder ‘ver’ más allá de la cárcel del Ser. El rostro del otro ser humano, según la metafísica-soteriología de Levinas, taladraría los muros de nuestro confinamiento mental (de nuestro “Ser”) y nos abriría el camino a lo que está más allá:

– “El rostro entra en nuestro mundo a partir de una esfera absolutamente extranjera, es decir, precisamente a partir de un absoluto que, por otra parte, es el nombre mismo de la extraneidad fundamental.

Pero ese otro ser humano no solo es puerta. También es una llamada a la responsabilidad infinita:

– “La epifanía de lo absolutamente otro es el rostro; y en él el Otro me interpela y me significa un orden por su misma desnudez, por su indigencia. Su presencia es una intimación a responder. El Yo no toma solamente conciencia de esta necesidad de responder, como si se tratase de una obligación o de un deber sobre el cual debiera decidir. El Yo es, en su misma posición y de un extremo al otro, responsabilidad o diaconía, como en el capítulo 53 de Isaaías”.

– “El Yo significa, entonces, no poder sustraerse a la responsabilidad”.

– “El Yo frente al Otro es infinitamente responsable”.

Ahora dos párrafos que -sin quererlo Levinas- yo considero fabulosas definiciones de la Filosofía:

– “El Deseo es eso: arder en un fuego diferente de la necesidad que la saciedad extingue, pensar más allá de lo que se piensa. A causa de este aumento inasimilable, a causa de este más allá, hemos llamado Idea del Infinito a la relación que vincula al Yo con el Otro”.

– “La idea del infinito es Deseo. Consiste, paradójicamente, en pensar más allá de lo que es pensado, conservándolo sin embargo en su desmesura en relación con el pensamiento, es entrar en relación con lo inasible”.

Precioso. Grandioso.

Pero Levinas vuelve una y otra vez a la ética. A su filosofía primera. No permite filosofar de otra forma:

– “No poder sustraerse a la responsabilidad, no tener como escondite una interioridad en la cual se retorna a sí, ir hacia adelante sin consideración a sí”.

Ética. Metafísica. ¿Qué hay más allá del muro del Ser donde está mi yo? La maravilla:

– “La maravilla depende del otro lado de donde proviene el rostro y en el cual ya se retira. […] Procede de lo absolutamente Ausente.”

Y llegamos a Dios:

– “Más allá del Ser está una tercera persona que no se define por el Sí Mismo o por la ipseidad”.

– “El más allá del que proviene el rostro es la tercera persona”.

Para llegar a la -maravilla- del Dios de Levinas hay que pasar antes por “el Otro”. El otro ser humano. Es la puerta decisiva:

– “El Dios que ha pasado no es el modelo del cual el rostro sería una imagen. Ser imagen de Dios no significa ser el icono de Dios sino encontrarse en su huella. El Dios revelado de nuestra espiritualidad judeocristiana conserva todo el infinito de su ausencia que está dentro del orden personal. Él se muestra solamente en virtud de su huella, como en el capítulo 33 del Éxodo. Ir hacia Él no es seguir esta huella que no es un signo; es ir hacia los Otros que se encuentran en la huella”.

Me pregunto si no cabe también considerar como rostro “del otro” esa imagen que se nos presenta en el espejo y que parece ser nuestra propia imagen. Yo la he mirado atentamente muchas veces. Me cuesta identificarme por completo con ella. Es tan misteriosa como la mirada del otro. Creo que cabe también perderse por ella hacia lo que no está pensado en nuestro pensar. En nuestro “Mismo” (según la expresión de Levinas).

Y creo que cabe una ética radical (planteada como “ser-para-el-otro”) que permita colocar en ese “otro” a nuestro yo mental: ese individuo que identificamos con la imagen del espejo, o de las fotos y los vídeos: ese individuo que pensamos y juzgamos.

“Ama al prójimo como a ti mismo”. Tengo la sensación de que siempre se ama al prójimo. Esa distancia infinita y, a la vez, infinitamente amorosa respecto de mi yo y respecto de todos los yoes humanos, es posible. Y es, creo, el sentido de lo sacro: el amor a Maya, a todas sus criaturas (nuestro yo aparente incluido)… pero desde fuera de Maya, que es donde estamos, donde somos, desde donde creamos…

Insólita sacralización del rostro humano, convertido en puerta metafísica y soteriológica, en lugar ineludible para el acceso a la transcendencia (a Dios mismo). Fenomenología. Pensamiento/sentimiento judío. Ética radical. Y belleza. Sobre todo mucha belleza. Eso es lo que nos ha dejado Levinas.

Creo que esa ética radical, ese abrirse -por deseo infinito- a lo absolutamente otro, a lo no pensado, a lo otro del Ser en el que a duras penas se respira (como armazón de creencias), es precisamente la Filosofía: un prodigio al que este blog pretende rendir culto.

Hay un gran tema de Levinas que dejo pendiente: la diferencia en el “decir” y “lo dicho”. Cuando lo tenga claro ampliaré el presente texto. Es un tema crucial para mí, pues podría estar apuntando a lo que yo denomino “lenguaje en sí” (qué sea el lenguaje más allá de este sustantivo, más allá de lo que él mismo pude decir de sí mismo).

David López

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Miguel de Unamuno

 

 

 

Unamuno. “Don Miguel”. Con este distintivo de nobleza quiso María Zambrano [Véase] que se recordara a un pensador poderoso, sorprendente. Y escribió sobre él desde una admiración que nunca quiso ser objetiva, ni falta que le hacía. Don Miguel fue grande. Brillante. Y doña María lo sabía.

Unamuno. Sus frases para mí tienen el olor de las pétreas, secas, duras -pero vivísimas, y a la vez mágicas- sendas del circo de Gredos: ese templo glauco que él amó. Unamuno es -como casi todos los grandes filósofos españoles- un escritor descomunal. Y en sus textos (en sus novelas sobre todo) hay algo que para mí tiene un valor y una elegancia excepcionales: mucho espacio, poca gente, ideas grandes. Unamuno tiene mucha potencia y emite esa misteriosa armonía de fondo -esa luz única- que caracteriza a los genios. A los creadores.

Unamuno creyó que creer es crear; y que “la fe no es creer en lo que no vimos, sino crear lo que no vemos” (como si alguien supiera qué es lo que sí se ve, diría yo). Él, en cualquier caso, quiso creer que la fe creaba: que ese acto volitivo podría reventar desde dentro los inasumibles muros de la mortalidad, de ese confinamiento temporal en el que, con fe ciega, creyeron los existencialistas (Unamuno incluido). Porque -ésta es mi opinión al menos- creer en la finitud del yo es un acto de fe.

Un querido alumno mío -Juan Durán Dóriga- me dijo en cierta ocasión algo excepcional: “Tan inasumible me parece la mortalidad como la inmortalidad”.

Unamuno (existencialista, fruto del siglo XIX, culto en exceso) se creyó lo de la mortalidad del “yo” y luchó contra todas sus bailarinas lógicas (sus creencias, su universo) para dejar un espacio mágico-creativo donde pudiera ocurrir, mediante la fe, lo que la razón no permitía (según él… aunque luego fue capaz de razonar la eternidad de todo lo existente).

Unamuno tradujo -muy mal por cierto- una obra esencial de Schopenhauer: Ueber den Willen in der Natur (Sobre la voluntad en la naturaleza). En esta obra crucial el filósofo alemán se ocupó de la magia desde la razón filosófica y reconoció la autoridad de Paracelso. Este médico-mago insitió en el poder de la fe y de la imaginación (de la magia en definitiva). Unamuno por su parte creyó en que puede materializarse lo imaginado aunque la razón no lo permita (aunque no lo permitan las leyes que parecen regir la realidad pura y dura). Él imaginó que su yo mundano pudiera vivir eternamente; pero no se trataría de una estancia “espiritual” en la gloria eterna, sino en un seguir palpitando en su carne, con sus mismos huesos, con sus gafas, con sus dolores, con su radical humanidad (una completa “resurrección del a carne”, en plan judío, no griego). Unamuno (lector de Nietzsche) elevó a la categoría de gloria eterna la propia vida (con toda su carne), tal cual es, anterior a toda “salvación”, a todo “estado superior de conciencia”. Unamuno dio un sí a vivir tal cual; pero eternamente.

Se podría decir que Unamuno fue un sacerdote del Dios-poeta que hizo la vida. En cualquier caso quiso eternizar esa obra, vivirla siempre, tal y como es, como si ya fuera el mayor paraíso posible, a pesar de su dolor. Enorme a veces. No quiso Unamuno -como tampoco lo quiso Nietzsche- eliminar el dolor de la obra maestra de la vida. El dolor generaría por otra parte algo prodigioso:

“Jamás desesperes, aún estando en las más sombrías aflicciones, pues de las nubes negras cae agua limpia y fecundante” [Véase “Tapas”].

Algunas de sus ideas

1.- La muerte.  El sentido trágico de la vida. El ser humano se enfrenta a la inasumible tragedia de su muerte. Unamuno no quiere esa muerte, la rechaza a lo bestia, saltándose la inteligencia incluso: “Es cosa terrible la inteligencia. Tiende a la muerte[…]”. Cree Unamuno que la fe puede transmutar lo mortal en inmortal, lo imposible en posible. Magia. Bergson [Véase] también lo creía: el Élan Vital puede saltarse lo que quiera. Tiene demasiada fuerza y es demasiado libre. Yo creo que esa fuerza puede también convertir lo inmortal en mortal.

2.- El hombre. Unamuno denuncia las teorías abstractas sobre el hombre, las cuales estarían definiendo realmente un “no-hombre” (el “hombre-idea”). Él quiere filosofar desde y para el hombre “de carne y hueso”. Pero finalmente no se nos dice qué es eso de “la carne y el hueso” (nadie es capaz de hacerlo si ha leído algo de Física contemporánea). En cualquier caso Unamuno instaura en eso que sea “el hombre” una especie de taller donde todo es posible; mediante la fe. Podría decirse que para Unamuno el hombre es el taller de Dios.

3.- El mundo. “Lo que llamamos el mundo, el mundo objetivo, es una tradición social. Nos lo dan hecho”. Aquí Unamuno supera a Wittgenstein. Al menos al Wittgenstein del Tractatus.

4.- La fe. Palabra crucial en Unamuno. Magia pura. Magia sagrada deberíamos decir. Así  la describe en su obra La agonía del cristianismo (1925):

“La fe nos hace vivir mostrándonos que la vida, aunque depende de la razón, tiene en otra parte su manantial y su fuerza, en algo sobrenatural y maravilloso. Un espíritu singularmente equilibrado y muy nutrido de ciencia, el del matemático Cournot, dijo: ya que es la tendencia a lo sobrenatural y a lo maravilloso lo que da vida, y que a falta de eso, todas las especulaciones de la razón no vienen a parar sino a la aflicción del espíritu (Traité de l´enchainement dans les sciences et dans l´histoire, & 329). Y es que queremos vivir.

“Más, aunque decimos que la fe es cosa de la voluntad, mejor sería decir acaso que es la voluntad misma, la voluntad de no morir, o más bien otra potencia anímica distinta de la inteligencia, de la voluntad y del sentimiento. Tedríamos, pues, el sentir, el conocer, el querer y el crecer, o sea, crear. Porque no el sentimiento, ni la obediencia, ni la voluntad crean, sino que se ejercen sobre la materia dada ya, sobre la materia dada por la fe. La fe es poder creador del hombre. […] La fe crea, en cierto modo, su objeto. Y la fe en Dios consiste en crear a Dios y como es Dios el que nos da la fe, es Dios el que nos da la fe en El, es Dios el que está creando a sí mismo de continuo en nosotros”.

Algo similar djo el Maestro Eckhart a comienzos del siglo XIV: “Que exista yo y que exista Dios es porque yo lo he querido”. ¿Quién habla? El Maestro Eckhart apuntaba a una divinidad, a una Nada abisal, que sería nuestro verdadero yo. El vedanta hindú por su parte  afirma la identidad entre la esencia del hombre (Atman) y la esencia del Todo (Nirguna Brahman). Esa esencia -omnipotente- se activaría por la fe: y fabricaría cualquier mundo posible e imposible al servicio del hombre… O al servicio de Dios. Sería lo mismo metafísicamente.

5.- Dios. “Hay quien vive del aire sin conocerlo. Y así vivimos de Dios y en Dios acaso, en Dios espíritu y conciencia de la sociedad y del Universo todo, en cuanto éste también es sociedad”. “¿Y no somos acaso ideas de esa Gran Conciencia total que al pensarnos existentes nos da la existencia? ¿No es nuestro existir ser por Dios percibidos y sentidos?”. “¿No se dice en la Escritura que Dios crea con su palabra, es decir, con su pensamiento, y que por éste, por su Verbo, se hizo cuanto existe? ¿Y olvida Dios lo que una vez hubo pensado? ¿No subsisten acaso en la Suprema Conciencia los pensamientos todos que por ella pasan de una vez? En El, que es eterno, ¿no se eterniza toda existencia?” Unamuno y Dios. Una relación fascinante, un espectáculo de palabras. Las que acabamos de leer son el fruto de un ataque de amor hacia lo existente, hacia lo vivido: para que no arda -eternamente- en la nada de un tiempo pasado.

San Manuel Bueno Mártir

El sacro sueño de la vida.

Unamuno concluye su novela San Manuel Bueno Mártir así:

[…] bien sé que en lo que se cuenta en este relato no pasa nada; más espero que sea porque en ello todo se queda como se quedan los lagos y las montañas y las santas almas sencillas, asentadas más allá de la fe y de la desesperación, que en ellos, en los lagos y las montañas, fuera de la historia, en divina novela, se cobijaron.

Almas sencillas cobijadas en una divina novela. Eso sería quizás la vida humana óptima según el modelo metafísico que ofrece el último Unamuno (1930): un sacerdote del sueño: un enamorado del ser humano. El mensaje fundamental de la soteriología unamuniana sería simple: hay que vivir, lo que significa que hay que soñar. Soñar lo que sea, pero con plenitud, con ilusión. Y habría, por así decirlo, dos tipos de conciencia “humana”, dos “condiciones humanas”: unas plenamente dormidas (“el Pueblo”) y otras, incapaces de dormir (digamos las “insomnes”), se pondrían al servicio de las que duermen y les inocularían mundos (es decir palabras, relatos, mitos) para que fueran felices, para que estuvieran “contentas”). Las insomnes pondrían su sufrimiento al servicio de la felicidad ajena: y la felicidad no sería otra cosa que la fe, la esperanza: creer en la vida eterna (en plan radical, con resurrección de la carne incluso). Cabría pensar en una gran conspiración, una gran manipulación, basada en el amor infinito, no en la depredación. Imaginemos que algo/alguien nos estuviera cubriendo con una manta invisible, para protegernos del frío, como hacemos nosotros con nuestros hijos dormidos.

San Manuel Bueno Mártir, según la majestuosa novela de Unamuno, fue un cura que no creía en la vida después de la muerte, pero que, por amor a su pueblo, ocultó su secreto: le bastaba con sufrir él solo: por amor quería que su pueblo siguiera disfrutando del opio sagrado de la fe en lo que no es real: la “vida eterna”.

¿En qué creía entonces San Manuel Bueno Mártir? En la vida, en el hombre, en el amor… y en la nada que aguardaba a sus queridos seres humanos -y a él mismo- tras la muerte. Creía por tanto en algo concreto: la nada, que rodearía con su límpido vacío metafísico la física del vivir en el tiempo (de vivir en un concreto -matemático- vector de tiempo). Se podría decir que Unamuno parte ya de donde quiso llegar Buda: la nada. La liberación budista estaría ya incorporada en la narrativa de ese mecanicismo nihilista que parece producirle tanto dolor a Unamuno.

Se suele afirmar que las reliciones surgieron, entre otras cosas, para paliar el miedo a la muerte. Las Upanisad (dentro de la tradición védica) o el budismo (ya como negación de los Vedas) apuntarían a todo lo contrario: salir de la vida eterna, de ese juego cósmico-ético que iría arrastrando al ser humano (al alma humana) por un tiempo infinito. La salvación sería caer, como un copo de nieve, lentamente, en un lago: el lago de la Nada (de Dios)… sería lo mismo. Unamuno ofrece en su novela una bellísima imagen de esa nevada de almas (vidas) finitas sobre el lago metafísico de Valverde de Lucerna.

Voy a traer aquí algunos momentos excepcionales de San Manuel Bueno Mártir; y trataré de enfocarlos desde esa cámara infinita que es la Filosofía. Yo disfruto de una edición de 1966 (Alianza Editorial). Se trata de una novela con capítulos muy cortos, muy poderosos, con mucho peso atómico y mucha belleza concentrada. Creo que será fácil localizar las citas en cualquier edición:

1.- Capítulo tres. Se nos ofrece una anécdota que sirve para medir la grandeza del corazón -y la inteligencia, es lo mismo- de San Manuel Bueno. La narra Ángela Carballino, cuyas imaginarias memorias sirven de cobijo (de divina novela) para San Manuel y creo que para el propio Unamuno. Disfrutemos de la belleza de la anécdota:

Me acuerdo, entre otras cosas, de que al volver de la ciudad la desgraciada hija de la tía Rabona, que se había perdido y volvió, soltera y desahuciada, trayendo un hijito consigo, don Manuel no paró hasta que hizo que se casase con ella su antiguo novio Perote y reconociese como suya a la criatura, diciéndole:

– Mira, da padre a este pobre crío, que no le tiene más que en el cielo.

-¡Pero, Don Manuel, si no es mía la culpa…!

-¡Quién lo sabe, hijo, quién lo sabe!… Y, sobre todo, no se trata de culpa…!

Y hoy el pobre Perote, inválido, paralítico, tiene como báculo y consuelo de su vida al hijo aquel que, contagiado de la santidad de Juan Manuel, reconoció por suyo no siéndolo.

2.- Capítulo cuatro. La preocupación de Unamuno por España. Curioso:

Le preocupaba, sobre todo, que anduvieran todos limpios.

3.- Capítulo cinco. San Manuel Bueno/Unamuno ante la teodicea (el -a veces feroz- comportamiento de Dios):

-Un niño que nace muerto o que se muere recién nacido y un suicidio -me dijo una vez- son para mí los más terribles misterios: ¡un niño en la cruz!

4.- Capítulo seis. Unamuno insiste en darlo todo por la felicidad “del pueblo”.

– Lo primero -decía- es que el pueblo esté contento, que estén todos contentos de vivir. El contentamiento de vivir es lo primero de todo. Nadie debe querer morirse hasta que Dios quiera.

5.- Capítulo diez. Inteligencia igual a bondad:

Pero como era bueno, por ser inteligente, pronto se dio cuenta de la clase de imperio que don Manuel ejercía sobre el pueblo, pronto se enteró de la obra del cursa de su aldea.

6.- Capítulo once. Dios.

– Usted no se va -le decía don Manuel-, usted se queda. Su cuerpo aquí, en esta tierra, y su alma también aquí, en esta casa, viendo y oyendo a sus hijos, aunque éstos ni la vean ni la oigan.

– Pero yo, padre -dijo- voy a ver a Dios.

– Dios, hija mía, está aquí como en todas partes, y le verá usted desde aquí. Y a todos nosotros en El, y a El en nosotros.

7.- Capítulo catorce. Unamuno -muy antibudista- sigue creyendo que es mejor creer en la eternidad de la vida individual. Dice que hay que vivir… en decir, “soñar”. Pero, ¿quién sueña?:

– Pero tú, Angelina, tú crees como a los diez años, ¿no es así? ¿Tú crees?

– Sí creo, padre.

– Pues sigue creyendo. Y si se te ocurren dudas, cállatelas a ti misma. Hay que vivir.

[…]

– Y ahora -añadió- reza por mí, por tu hermano, por ti misma, por todos. Hay que vivir. Y hay que dar vida.

8.- Capítulo quince.  Los sacerdotes del sacro sueño de la vida: dar la vida a la vida:

Sigamos, pues, Lázaro, suicidándonos en nuestra obra y en nuestro pueblo, y que sueñe éste vida como el lago sueña el cielo.

9.- Capítulo dieciséis. Inteligencia y caridad. Borrado de la lucha de clases (de clases en realidad):

[…] y también el pobre tiene que tener caridad para con el rico. ¿Cuestión social? Deja eso, eso no nos concierne. Que traen una nueva sociedad, en que no haya ya ni ricos ni pobres, en que esté justamente repartida la riqueza, en que todo sea de todos, ¿y qué? ¿Y no crees que del bienestar general surgirá más fuerte el tedio de la vida?

[…] No Lázaro, no; nada de sindicatos por nuestra parte. Si lo forman ellos, me parecerá bien, pues que así se distraen. Que jueguen al sindicato, si eso les contenta.

10.- Capítulo dieciocho. La posibilidad de que ni el mismo Jesucristo creyera en su propio mensaje:

Y luego, algo tan extraordinario que lo llevo en el corazón como el más grande misterio, y fue que me dijo con voz que parecía de otro mundo: “… y reza también por Nuestro Señor Jesucristo…”

11.- Capítulo diecinueve. El “segundo Unamuno” (San Manuel Bueno) no quiere más vida, no quiere soñar más. Y olvidar el sueño de lo vivido:

¡Qué ganas tengo de dormir, dormir, dormir sin fin, dormir por toda una eternidad y sin soñar! ¡Olvidando el sueño!

En el mismo capítulo nos habla de “el pueblo” como una “unaminidad de sentido”:

– Recordaréis que cuando rezábamos todos en uno, en unanimidad de sentido, hechos pueblo, el Credo, al llegar al final yo me callaba.

Y ahora nos habla de Dios como lo que no debe ser visto por el pueblo: ¿Una Nada no dualista que elimina la existencia misma del observador individual?

Como Moisés, he conocido al Señor, nuestro supremo ensueño, cara a cara, y ya sabes que dice la escritura que el que ve la cara de Dios, que el que le ve al sueño los ojos de la cara con que nos mira, se muere sin remedio y para siempre. Que no le vea, pues, la cara a Dios este nuestro pueblo mientras viva, que después de muerto ya no hay cuidado, pues no verá nada…

– ¡Padre, padre, padre!- volví a gemir.

Y él:

– Y tú, Ángela, reza siempre, siempre rezando para que los pecadores todos sueñen hasta morir la resurrección de la carne y la vida perdurable…

Cabe preguntarle a Unamuno: ¿De verdad cree usted que es eso lo que necesita creer el ser humano?

12. Capítulo veintiuno. Dios: los ojos del sueño de la vida:

– ¿Y el contento de vivir, Lázaro, el contento de vivir?

– Eso es para otros pecadores, no para nosotros, que le hemos visto la cara a Dios, a quienes nos ha mirado con sus ojos el sueño de la vida.

13.- Capítulo veintitrés. Unamuno se acerca a la belleza infinita. Nevadas de luz sobre todos los sueños:

Y al escribir esto ahora, aquí, en mi vieja casa materna, a mis más que ciencuenta años, cuando empiezan a blanquear con mi cabeza mis recuerdos, está nevando, nevando sobre el lago, nevando sobre la montaña, nevando sobre las memorias de mi padre, el forastero; de mi madre, de mi hermano, de mi pueblo, de mi San Manuel, y también sobre la memoria del pobre Blasillo, y que él me ampare desde el cielo. Y esta nieve borra esquinas y borra sombras, pues hasta denoche la nieve alumbra.

Todo esto lo ecribió Unamuno en 1930. Seis años después empezó a caer barro del cielo de España. Ahora debemos esforzarnos, creo yo, para que caiga nieve generosa e inteligente sobre aquel barro. Todos debemos convetirnos en sacerdotes del sacro sueño de la vida.

* * * *

El 14 de octubre de 21012 paseé con mi hijo de seis años, los dos solos, bajo la lluvia, dentro de un bosque incendiado por las llamas verdes de los helechos. Olía a eternidad. En ese mismo bosque hay un hospital donde mi padre sufrió mucho antes de morir (de desaparecer de lo que ahora se me presenta como “mundo”). Mientras caminaba de la mano con mi hijo sentí en esa piel prodigiosa la mano de padre. Fue como recibir una puñalada con un arco iris en el centro del pecho. Tuve la sensación de que podría habérseme permitido una visita rápida al Paraíso puro y duro: un lugar donde la esperanza es casi cegadora.

Unamuno, como Bloch [Véase], fue un sacerdote de la fe en “el hombre”: un ser inefable cuyos límites de expansión interna y externa son impensables. En realidad, la fe en el hombre es fe en el universo entero.

Espero que se me disculpe la extrema incompletitud de estas notas sobre Don Miguel de Unamuno (que me disculpe él sobre todo).

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: María Zambrano

 

 

María Zambrano.

Creo que en las galerías de “Eso” que algunos llaman “conciencia” o “cerebro” o “mente” o, simplente, “realidad objetiva”, se despliega siempre una fabulosa obra de arte. Arte sacro cabría decir. Me refiero a esas sombras en la caverna a las que Platón negó el ser, la dignidad ontológica. Es muy probable que tanto nuestro propio cuerpo como el de la persona a la que ayer amamos (pero a la que que hoy ya no podemos amar) no sean más que proyecciones mentales, nadas sublimadas por nuestro amor a la nada, por nuestro amor al arte, al espectáculo, a los sueños… Porque vivir es soñar. Y soñar es vivir. En realidad no vivimos ni soñamos exactamente, sino que “hiper-vivimos” [Véase “Sueño”].

En cualquier caso cabe amar las sombras, aunque sean temporales, pasajeras, escurridizas, temblorosas, imperfectas por definición. Eso sería la Poesía según María Zambrano: la capacidad de amar lo despreciado por la Filosofía sistémica (platónica): la capacidad de nombrar y amar lo que no es del todo, lo que es a medias, lo imperfecto… o lo que es pero no será más: la flor mortal.

Leer a María Zambrano es algo así como caminar denoche por un bosque inmune a la cartografía, bajo la luz de la luna, por temblorosos senderos en los que uno se encuentra, de pronto, con los ojos de un gato, o de una rana, o de Dios mismo, o de algunas de mis bailarinas lógicas, bellísimas por cierto al sentirse amadas, a pesar de ser simples sombras en la caverna. María Zambrano en su obra Filosofía y Poesía sacralizó las sombras de la caverna de Platón, y mostró una especie de (nietzscheana) soteriología de la condena: salvarse condenándose en los abismos del no-ser, de la apariencia, de las delicuescentes formas que van y vienen en el gran espectáculo del mundo. Un espectáculo tembloroso que María Zambrano quiso tocar con un logos también tembloroso. Una “razón poética” que, finalmente, apuntaba a algo concreto:

“Voy a seguir buscando la palabra perdida, la palabra única, secreto del amor divino-humano”.

No sé si María Zambrano, que creía en Dios, que rezaba, llegó a sentir Eso en lo que creía, Eso a lo que hablaba mediante el rezo. En cualquier caso sí parece que fue una devota de las bailarinas lógicas. Esto dijo al recibir el premio Cervantes en 1988:

“Las palabras son la maravilla del mundo”.

Las suyas, en mi opinión, lo fueron. Y fueron prueba de lo que le pasa al lenguaje cuando quiere palpar lo que le envuelve, su matriz, su otro absoluto. También prueban lo que le pasa al lenguaje cuando quiere dar cuenta de ese amor que vincula al hombre con Dios.

Algo sobre su persona

Por algún misterio –todo es misterio y temblor en María Zambrano- su vida fue una temblorosa metáfora de su mapa fundamental de lo absoluto. Me refiero a la metafísca de flujos:  el exilio del alma (el neoplatonismo).

Nació en Velez Málaga el 25 de abril de 1904. Su padre –Blas José-era un pedagogo de renombre en la época, relacionado con las élites intelectuales. Se trasladan a Segovia y allí estudia el bachillerato. Luego María Zambrano dirá que en Segovia el cielo se alzaba a la altura justa. Estoy de acuerdo. También conoce allí a Antonio Machado. Luego, en Madrid, estudia Filosofía con Ortega y con Zubiri. Se doctora en Filosofía y Letras con una tesis titulada La salvación del individuo en Spinoza, que se publicó en 1936. Cincuenta años después, en su nota a esa compilación de artículos titulada Hacia un saber sobre el alma, reconocerá su veneración hacia Spinoza y hacia Plotino.

Ortega le publicó sus primeros escritos en la Revista de Occidente. En los años anteriores al golpe de estado del general Franco, María Zambrano desarrolló una entusiasta actividad política e intelectual. Pero nunca fue encajable en ninguna ideología, por lo que tuvo que soportar durante muchos años el desprecio tanto de los que la consideraban roja como de los que la consideraban demasiado religiosa.

En 1936 se casó con el historiador Alfonso Rodríguez Aldava, recién nombrado secretario de la embajada de España en Santiago de Chile, y se fue con él a este país. Volvió en 1937 a España para ponerse del lado de la República.

En 1939, como tantos otros, tuvo que exiliarse de España para escapar del platonismo franquista: vía París hasta México. Allí tuvo la suerte de conocer a Octavio Paz, que le publicaría Filosofía y poesía en su revista.

Para María Zambrano el exilio, la huída/expulsión de su tierra-madre, fue una experiencia terrible –larguísima- que ella vivió como una metáfora inmanente, como una metafísica explícita. El exilio… el desgajamiento del alma humana… el dolor constante de la lejanía respecto del Uno-Amor (Plotino).

Vivió en varios países americanos como profesora de filosofía. El caso de Cuba es el más curioso: allí creen que María Zambrano es cubana; y la veneran en cierta medida.

Después de separarse de su marido, María Zambrano viajó a la Europa de la postguerra. En París encontró a su hermana medio loca, después de haber sido torturada por los nazis. Nunca se separaría de ella. Allí conoció a Albert Camus, el cual intentaría que la editorial Gallimard publicara El hombre y lo divino. Esta es la obra que Camus llevaba en el coche cuando se mató en 1960.

En 1953 se trasladó a Roma, hasta 1964, con demasiados gatos… los gatos… (caminar por sus frases es caminar entre gatos, que aparecen de repente, que me producen repulsión y fascinación al mismo tiempo, que me miran, mudos, como si supieran -ellos sí- el misterio absoluto).

Se dice que a María Zambrano la denunciaron en Roma por exceso de gatos, y tuvo que irse de esa ciudad-fruta, con su inseparable hermana. Luego se fue a Francia y vivió allí en la miseria. Su hermana murió en 1972. María Zambrano vivió sus últimos años de exilio en Suiza, en algo así como una chabola, mantenida por amigos.

Era un genio olvidado. Una exiliada exiliada del todo.

Aranguren, al parecer, fue el primero en pedir que alguien se dedicara a estudiar en profundidad su pensamiento. Luego, en 1977, Juan Fernando Ortega, propone que la universidad de Málaga la nombre doctora honoris causa. Alguien se opone.

Hay ya varias voces denunciando la situación. Savater publica en 1981 un artículo titulado “Los Guernicas que no vuelven”.

Ese mismo año empieza su gloria: le conceden el premio Príncipe de Asturias. La primera mujer. Tiene 77 años.

Pero no viene a España hasta 1984. La trae Jesús Moreno Sanz: uno de sus amigos y uno de los mejores especialistas actuales.

El Rey va a visitarla. Ella le dice: “Majestad, es usted el primer rey republicano que conozco.”

Más tarde, en 1988, María Zambrano recibe el Premio Cervantes, pero no puede recogerlo. Está demasiado débil. Su discurso, sin embrago, es imponente. Muere en 1991.

“Voy a seguir buscando la palabra perdida, la palabra única, secreto del amor divino-humano.” ¿La seguirá buscando todavía?

María Zambrano tiene una enorme influencia en los poetas actuales y en muchos pensadores.

Quizás debería decir que es María Zambrano un misterioso puente a una misteriosa libertad: formas de pensar aun no pensadas, ni siquiera por ella.

Algo sobre su pensamiento

Doña María no sistematizó su pensamiento: no hay ninguna obra que vertebre, que ordene, su cosmovisión, o sus respuestas a las clásicas preguntas de la Filosofía: ¿Qué es todo esto? ¿Qué soy yo? ¿Qué es conocer? ¿Es posible conocer? ¿Cómo conocemos? ¿Cómo hay que comportarse?

Sí parece claro que María Zambrano fue otra de las inteligencias post-racionalistas que quiso “salvar” a Occidente de los estragos causados por la razón sistémica de raigambre platónica, la cual habría mutilado muchas porciones de lo real y habría olvidado, por así decirlo, las entrañas del sujeto, los sentimientos, y los seres a medias. Para ello propondría una -¿nueva?- forma de “pensar” y de “expresar” la filosofía: la razón poética.

Hay muchos pensadores actuales que consideran que ésta es la aportación fundamental de nuestra pensadora de hoy.

¿Qué es la razón poética?

Un pensamiento que, según ella misma afirmaría más tarde, se atrevería a recorrer lugares donde Ortega no quería entrar. Una especie de “escapada” hacia el exterior del reconfortante –pero violentísimo- edificio que se había ido construyendo en Occidente a partir de la creencia en lo Uno, en lo “limpio” y “ordenado” y “disciplinado” y “homogéneo” y “cognoscible”, por así decirlo.

Para entender esa razón poética –y para experimentar inmensos placeres no solo intelectuales- es muy útil leer Filosofía y poesía.

María Zambrano creyó encontrar esta “razón poética” en la tradición literaria española: dando cuenta de lo desdeñado por la Filosofía: digamos la suciedad de lo que hay: la sobreabundancia de realidades que sólo pueden ser nombradas desde las metáforas, y las contradicciones: el magma caótico que sólo puede manejar la Poesía desde su renuncia a conocer, a apresar, a domar. La Poesía daría cuenta de la sobreabundancia de lo que se presenta, de lo que hay: no limpia ni doma. Daría cuenta del impacto brutal del misterio. Entero. En su más inabarcable sensualidad.

Literatura española… Unamuno… “Don Miguel” le llamaba ella; y le fascinaba el unamuniano concepto de “inhibición religiosa”. Pero hay una gran diferencia en el sentir de estos dos pensadores: Unamuno está obsesionado con la inmortalidad: quiere seguir viajando con su yoidad intacta hacia el infinito futuro. María Zambrano añora el abrazo de Dios. Quisiera regresar a su carne, descrearse… salir del exilio, doloroso, terrible, deshumanizado…. Aunque, eso sí, mientras tanto, según María Zambrano, habrá que amar, y hasta celebrar la Creación. No es como Schopenhauer: no considera la creación como una maquinaria atrozmente torturante que hay que detener cuanto antes.

La fotofobia de María Zambrano. El el prólogo de 1987 a su Filosofía y Poesía la filósofa afirmó lo siguiente:

“Pero sí veo claro que más vale condescender ante la imposibilidad, que andar errante, solo, perdido, en los infiernos de la luz”. María Zambrano amó el sueño y la noche.

La piedad. En El hombre y lo divino María Zambrano estudia el concepto de la piedad. Y afirma que consiste en tratar adecuadamente con “lo otro”. Es una mirada a lo desdeñado. Y en “lo otro” estaría tanto lo divino (lo suprahumano) como lo infrahumano: eso sería la raíz del sentimiento del amor. Y ese adecuado trato con lo divino sería la salvación del infierno causado por la razón occidental: terrorista de realidades y subrealidades y realidades a medias. Logos ajeno a la raíz del amor:

“Pues realidad es no sólo la que el pensamiento ha podido captar y definir sino esa otra que queda indefinible e imperceptible, esa que rodea a la conciencia, destacándola como isla de luz en medio de las tinieblas.”

Podríamos decir que realidad es también esa mujer soñada, ese sueño no alcanzado, que debe ser tan amado como si hubiera llegado a ser del todo.

La Aurora. María Zambrano dijo que era “luz sin memoria, que bendice nuestro sueño”. Clara Janés, que recoje esta cita en su obra María Zambrano (Desde la sombra llameante), llega a afirmar que la “intuición del alba es la misma intuición poética”. Y dice más, mucho más esta bellísima poeta española: “Sin formularlo, empecé a visitar a María siempre el día de Pascua. Sabía que ella me esperaba: era una celebración secreta, la de la fe en la génesis, en la poiesis, la poesía; la fe en la resurrección, los cabellos de María Magdalena avanzando hacia Cristo, esas hierbas, el reverdecer de la primavera que el celeste imán del tiempo hacía que ocupara una vez más su lugar y nos dictara el nuestro: comunicarlo, hacer de la voz el vehículo de aquella luz, aquel rumor que, día tras día, nos llamaba”.

Luz de la aurora. Luz que “bendice el sueño”. La intución de esa luz sería la misma intuición poética. ¿Y qué es eso? ¿Qué se intuye al alba? En mi opinión se intuye el olor mismo de la realidad pura y dura, lo que hay de verdad, lo que está pasando de verdad: que estamos en un Génesis infinito, en una (sacra) Poesía infinita: todo es Creación y hechizo… Y la palabra puede dar cuenta del resultado de ese hechizo, pero también ser el hechizo mismo. En cualquier caso no sabemos qué sea el lenguaje en sí. [Véase “Lenguaje”]

La razón poética de María Zambrano es ambiciosísima porque quiere nombrar lo que de verdad hay, la Física de verdad. Cabría incluso considerar a la razón poética como una metodología (cercana por cierto al empirismo radical de William James o al anti-intelectualismo de Bergson). Pero el objetivo sería el mismo que el de un físico anglosajón puro y duro: decir lo que hay, lo que pasa. llevar a símbolos nuestro hábitat absoluto.

Y lo que pasa, lo que hay, es Poesía [Véase]. Creación. Creación con mayúscula, creación ubícua, infinita, sacra. Esta es la verdadera Física. Y la verdadera Política. Todo.

Sugiero la lectura de la crítica que en su momento hice de la citada obra de Clara Janés (una obra deliciosa por cierto). La crítica puede leerse aquí:

https://bit.ly/2WGMaHq

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Claude Levì-Strauss.

 

 

Levì-Strauss. Un mito del siglo XX.

Mitos. Cuentos. Explicaciones míticas que hace el ser humano de sí mismo, y de sus sociedades, y de lo que le envuelve (¿naturaleza? ¿universo? ¿qué mito elegimos?). Levì-Strauss se fascinó con los mitos: le subyugó su belleza, y sobre todo su posible orden intrínseco (que le permitiría explicar incluso sus leyes de transformación). Se podría decir que este pensador quiso analizar las coreografías de mis bailarinas lógicas [Véase] porque intuyó en esas coreografías el mismo orden prodigioso, la misma perfección natural, biofísica, que la que él imaginó, tumbado en un prado, en plena segunda guerra mundial, mientras contemplaba un diente de león (esa esfera que agrupa semillas aladas con forma de neuronas estilizadas, geométricas, casi inmateriales… y que soplamos pidiendo deseos). Yo lo hago, desde luego.

En esta sección de mi blog estoy estudiando a varios filósofos del siglo XX desde la presuposición de que estamos ante mitos (simples narraciones). Todos ellos se presentan como cuentos. Cuentos dentro de cuentos. ‘Simples’ frases a las que se les otorga un nivel mayor o menor de veracidad (como ocurre, por otra parte, con cualquier mito). De hecho, lo que yo voy a hacer aquí es combinar símbolos y ofrecer un producto narrativo que quiere no ser ficticio. Ningún mito quiere ser ficticio. Y quizás cabría clasificarlos no por su nivel de verdad, sino por su nivel de veracidad: por el sentimiento de verdad que está teniendo lugar en el emisor del mito concreto (emisor o conservador del mismo). Tengo la sensación de que todas las cosmologías (todas, la de Hawking incluida) son mitos: narraciones en las que el lenguaje, como sistema, quiere hacer suyo aquello de lo que él mismo brota: su matriz innombrable. El fondo envolvente de todos los mundos.

Y, como afirmé con ocasión de la bailarina lógica “Lenguaje” [Véase], no sabemos qué es el lenguaje en sí, fuera del mito, de la narración que hace sobre sí mismo. Estamos en la teología de la diosa Vak: misterio absoluto. Fuerza absoluta. O casi.

Levì-Strauss se suele ubicar como fundador del estructuralismo y, en cierto sentido (contra Sartre), como enemigo del humanismo. Pero el conjunto de su obra nos lleva a una imagen fabulosa (y por cierto humanísima, porque brota del propio Levì-Strauss, si es que aceptamos que este pensador fue humano y que tuvo algún tipo de individualidad). Esa imagen —que yo siento como fabulosa—surge en nuestra mente si nos permitimos pensar que no solo lo que, desde ciertos mitos, llamamos “naturaleza” estaría ordenado desde unos niveles de perfección inaprensibles por el ser humano, sino que incluso la propia cultura estaría tomada, musicalizada, por ese orden prodigioso. Y es más: hasta los mitos (los cuentos que usan las civilizaciones para expicarse a sí mismas y lo que las rodea) estarían sometidos a leyes, leyes que a su vez habría que incardinar en las leyes de la naturaleza. Cabría decir quizás, desde el ‘último Levì-Strauss’, que el pensamiento y el sentimiento humanos solo son los que permite que sean la gran estructura donde ocurre todo.

Hay quien ha visto aquí un sujeto transcendental kantiano, pero muy alejado de todo antropocentrismo: el ser humano, en el fondo, sería una estructura que abarcaría mucho más que lo humano. Algo perfectamente ordenado: orden infinito (pero ya no “humano”).

Así, quizás, cuando soplamos un diente de león, y pedimos un deseo, ese pedir, y ese sentir, estarían perfectamente vertebrados con el diente de león (“metonímicamente relacionados”, habría que decir desde Levì-Strauss). Todo siendo lo mismo, bailando la misma música prodigiosa. Todo debiendo ser objeto de una nueva ciencia unificada (que superaría la antropología y las ciencias de la naturaleza… y también el dualismo cultura-natura). Algo así parece que intuyó finalmente Levì-Strauss, cuyas últimas obras ofrecen una borrosa frontera entre la naturaleza y la cultura.

Algo sobre su vida

Bruselas 1908-París 2009.

Origen judío. Su padre era pintor de retratos.

Durante la primera guerra mundial vivió con su abuelo, que era un rabino de la sinagoga de Versalles.

Estudió Derecho y Filosofía en la Sorbone. Siguió con la Filosofía. Dijo en 1972 que le movió el gusto por las ideas, la diversidad de sus intereses y, también, el hecho de que era una carrera fácil.

Interesado por la política, se acercó al marxismo. Leyó a Marx y a Engels. Claude Levì-Strauss habla de una gran influencia.

También leyó con pasión a Freud. Fue una auténtica revelación intelectual: sobre todo la visión freudiana de que bajo el caos aparente del psiquismo humano  puede haber un orden oculto.

Orden. Estructura.

Paul Nizan le habló de la etnología, como una posible salida a sus estudios de Filosofía.

Desde 1935 hasta 1938 fue profesor de sociología en la universidad de Sao Paulo, en Brasil (como miembro de una misión cultural francesa). Desde allí, junto a su mujer (Dina Dreyfus), hizo viajes de investigación en los que conoció a los Boroboro (una tribu indígena en la que Levì- Strauss encontró una complicada y sutilísima civilización). Posteriormente estudiaría a los Navikwara: una tribu no prehistórica (según Levì-Strauss todas las tribus tendrían historia) que podría considerarse la forma mínima de cultura (el mínimo para poder hablar de sociedad).

1939. Se alista voluntariamente en el servicio militar. Empieza la segunda guerra mundial. En la frontera entre Bélgica y Luxemburgo Levì-Strauss tiene, por así decirlo, una revelación estructuralista (aunque todavía no conoce esta palabra). Motivo: un diente de león en un prado. Su perfección estructural. Imposible que algo así fuera fruto del azar.

Al ser judio, y tras la constitución del filo-nazi régimen de Vichy en Francia, Levì-Strauss huye hacia América. Es un viaje complejo que empieza en Marsella. Le acompañan otros intelectuales acosados. Llega a Nueva York. Gracias a la fundación Rockefeller puede profesar en la New School of Social Research. Le piden que modifique su nombre en lo posible para evitar las risas de los alumnos (que enseguida lo relacionarían con la marca de pantalones vaqueros). En la New School of Social Research conoce a Jakobson. Es un encuentro decisivo. Levì-Strauss querrá llevar el método del estructuralismo lingüístico a la antropología.

Junto a Jacques Maritain y otros fundó la Escuela libre de estudios superiores en Nueva York.

En 1948 es nombrado subdirector del Musée de L´Homme en París. Viaja a Pakistán.

Poco después es nombrado director de la École practique des hautes études, en la que permanece hasta 1974 como responsable del programa de ciencias de religiones comparadas.

1955. Tristes trópicos. Se trata de un libro de viajes y de poesía y de ciencia y de Filosofía, todo mezclado, creando un texto que tuvo un enorme éxito. Hay quien ha hablado de Tristes trópicos como una de las más grandes obras literarias del siglo XX. Dijo Levì-Strauss que lo había escrito a partir, simplemente, de lo que se le pasaba por la cabeza. Pero habría que decirle, a Levì-Strauss, que según el estructuralismo que él abanderaba, esa cabeza carecía de sujeto: sus pensamientos eran de la estructura en la que quedaba diluido -y vertebrado- ese yo aparente. ¿Aparente para qué-quien?

1958. Antropología estructural. En esta obra Levì-Strauss explica su intento de llevar la lingüística estructural de Jakobson a la antropología.

1962. El pensamiento salvaje. El título se refiere a la flor que lleva ese nombre. El pensamiento, como flor, y nuestro pensar humano, serían igualmente salvajes, estructurales, no subjetivos, libres, conscientes: no humanos en definitiva.

1964-1971. Publica sucesivamente los cuatro tomos su gran obra Mitológicas. Son obras de arte antropológico que se apoyan en la música.

1972. 27 de julio. Concede una larga entrevista para ARTE France (Archives du XXe siècle; Unitè de programme Actualités Culturelles). [Puede verse aquí].

1973. Miembro de la Real Academia Francesa. Recibe el premio Erasmus.

Levì-Strauss sigue escribiendo y publicando obras hasta casi su muerte.

No tuvo Levì-Strauss una opinión positiva de su siglo, ni del ‘avance’ de la tecnología. De hecho afirmó que una cultura en la que las cartas tardaran más tiempo en llegar sería una cultura más equilibrada. Y que el exceso de comunicación impedía aprovechar la fecundación propia que se deriva de toda comunicación. Habló incluso de cierta sordera fecunda: momentos de no comunicación. Lo dijo en 1972, aterrado por el ruido del Tsunami comunicativo que se avecinaba, sin él poderlo ver todavía: teléfonos móviles, Internet, Twitter, Face-book, etc… Hipercomunicación que quizás él consideraría yerma (no fecunda, por exceso de velocidad, por falta de sosiego reflexivo).

Habló de cierta sordera para crear. Crear, sí. Quizás es lo que fue Levì-Strauss: un creador, no un investigador… aunque me temo que todo investigador que descubre algo nuevo lo crea, y lo crea a partir del tejido fantástico que recibe de otros creadores: tejido que esquematiza la barbaridad, el prodigio, la inmensidad, que nos envuelve y nos constituye.

Murió en París. Sus últimos días los vivió paseando por el bosque. Le enterraron en un cementerio junto a ese bosque. Metonimia: todo dentro de la misma secuencia, del mismo sistema: un cementerio sería tan “bosque” como el musgo o como un diente de león.

Algunas de sus ideas

– Estructualismo: todo es orden subyacente en el aparente caos de los fenómenos. Ningún elemento de la estructura tiene sentido por sí, sino por sus relaciones con el resto. Todo es sintaxis, vínculo. No hay elementos que tengan sentido en sí mismos (ni siquiera la propia estructura lo tiene). En las relaciones de parentesco, el individuo es lo que resulta de la trama de vínculos que configuran su familia “cercana” y “lejana”: piezas cuya razón es la estructura. Ellas solas son impensables, inexpresables.

-Estructura. Modelos. Orden. Panmatematización objetivista. Me viene a la cabeza Spinoza. Jacobi -contra Goethe y otros- le acusó de ateo: Dios no puede estar confinado -no puede ser– un orden: un maravilloso universo matematizado. El panteísmo sería ateísta, creo, si no acepta libertad y magia ubicuas (meta-orden absoluto).En cualquier caso, si todo es estructura, ¿dónde está la creatividad, la magia…? Cabe pensar en inteligencias capaces de crear estructuras: orden en el caos (en un caos infinitamente fértil). Y capaces de intervenir en esas estructuras sin estar sometidos a ellas (algo así sería el Dios de los monoteísmos). En cualquier caso Levì-Strauss, frente a Sartre, habría destacado el fondo inconsciente, estructural -inhumano podríamos decir- de los (regladísimos) comportamientos humanos. El problema está en que todos los estructuralistas, con cierta ingenuidad, habría convertido sus modelos (sus hipótesis) en realidades absolutas, las habrían ontologizado, quedando prisioneros de sus propios mitos.

– El fin del hombre. La desaparición del sujeto. Si se quiere estudiar científicamente al hombre hay que disolverlo. Son ideas fundamentales del estructuralismo. Se plantea un problema de “estructura metafísica”: ¿Quién habla? ¿Dónde se autoubica Levì-Strauss en su propio modelo de totalidad (su modelo metafísico)?  ¿Qué/”quién” se equivoca cuando se cree tener una subjetividad consciente, libre, creadora, rectora (junto con otras) de la Historia? ¿Se equivoca una pieza de la estructura? ¿Cómo puede haber error dentro de la perfección estructural? ¿Para qué habla Levì-Strauss? ¿A “qué”/”quién” habla?

– Antropología estructural. Levì-Strauss quiso llevar el estructuralismo lingüístico de Jakobson a la antropología. La revolución copernicana, en su opinión, habría tenido lugar, a principios de siglo, con la obra de Saussure (Cours de linguistique générale). La lengua como sistema de relación entre símbolos (como sintaxis): ningún elemento de la lengua tiene valor en sí mismo, sino por el vínculo que mantiene con los demás dentro de un sistema. Es el fin de la concepción sustancialista que otorga valor en sí mismo a cada uno de los elementos del lenguaje. La distinción de Saussure entre lengua y habla  será aprovechado por Levì-Strausss para contemplar las sociedades como el que contempla un lenguaje: la sintaxis subyacente en las sociedades se manifestaría en cada uno de los comportamientos sociales de sus miembros.  Y toda la Humanidad compartiría, según Levì-Strauss, una misma mentalidad: unas formas invariables y ahistóricas a partir de las cuales se despliegan las relaciones de parentesco, los modos de cocinar, de vestirse, de intercambiar bienes y hasta de narrar mitos. Esas formas invariables serían descriptibles con la objetividad que Levì-Strauss cree que tiene la ciencia. Así, se podrían ofrecer modelos antropológicos fijos y reglas que determinen las variaciones posibles en esos modelos.

– Los mitos. A Levì-Strauss le fascinaban, por su belleza, por su posible orden interno, y porque podrían dar sentido a la pregunta sobre lo bello en sí. Serían productos “culturales”. No “naturales”. Pero sometidos a leyes inmutables, como lo está la propia naturaleza (al menos la naturaleza que mira el científico del siglo XX). Esos cuentos aparentemente arbitrarios se repiten por varias culturas y explican, entre otras cosas, el origen del mundo, de las cosas del mundo, del fuego, de “los hombres” (que serían otro mito)… El objetivo sería encontrar sus elementos básicos (mythemes): piezas esenciales que se mantienen invariables en diferentes mitos. Levì-Strauss creyó haber encontrado en los mitos estructuras fijas y reglas -fijas por tanto- de transformación: los Boroboro habrían transformado el mito sobre el origen del fuego de cocina en mito sobre el origen de la lluvia y de la tempestad. Y lo habrían hecho según leyes de transformación que Levì-Srauss consideró inmutables. Levì-Strauss no se planteó el cómo de la creación por el hombre de los mitos, sino que consideró que eran los propios mitos los que se pensaban en el hombre. No sabemos quién narra, no sabemos qué es un narrador más allá de lo que el mito desde el que narra el narrador dice de ese mismo narrador. La diosa Vak es poderosísima. [Véase aquí la presentación de mi diccionario filosófico]. En cualquier caso, Levì-Strauss quiso otorgar una dimensión filosófica a los mitos, a esas narraciones aparentemente fantásticas y arbitrarias en las que vibran “las sociedades humanas”: esos sueños colectivos.

– El humanismo. Oposición a un humanismo renacentista exacerbado que ubicaría al hombre por encima del resto de la naturaleza y que lo llevaría a extinguir sin piedad especies y, también, civilizaciones distintas de la occidental-humanista. El humanismo sería, paradójicamente, inmoral. Por otra parte, sería un método ineficaz para conocer al hombre (el cual, como elemento, que estaría dentro de estructuras muy profundas, no detectables a través de la mera introspección que caracterizaría, según Levì-Strauss, el pensar de algunos filósofos). Polémica con Sartre. Disolución del subjetivismo. ¿Desde dónde? ¿Desde dónde habla el estructuralismo? ¿Hay varias estructuras? ¿Hay una sola? ¿Habla siempre Ella -la “estructura”- a través del pensador que se autoconsidera estructuralista? ¿Nos deslizamos -en los textos de Levì-Strauss- hacia ese Ser heideggeriano que habla y piensa, él solo, en todo pensar y hablar de los seres humanos (los Dasein)?

– Cultura y naturaleza. Levì-Strauss, al menos hasta mediados de los años setenta, creyó en estas dos regiones, digamos, “del mundo” (o del Ser si se quiere). La naturaleza estaría regida por leyes (universales, inapelables podríamos decir). La cultura estaría estructurada en normas, las cuales, en principio, parecerían no universales. Y no inapelables. Pero si para Levì-Strauss la mente es un producto material -naturaleza-, también lo son sus productos. Por eso quiso estudiar los mitos (productos culturales) como si fueran flores, flores mutantes, mutantes según leyes fijas que él quiso descubrir, como si fuera un botánico de cuentos. Y, mientras mantuvo la dicotomía naturaleza-cultura, Levì-Strauss afirmó que la mujer estaba más cerca de la primera (de la naturaleza), y que el paso a la segunda -al menos en las tribus americanas- se convierte en un problema de educación de las hijas.

En el pensamiento de Levì-Strauss el ser humano es rescatado de su aislamiento ontológico (de exilio de la naturaleza) y es devuelto al interior de una gigantesca flor: un diente de león podría ser, ese mismo que, con su perfección estructural, subyugó al joven antropólogo en un prado de la frontera entre Luxemburgo y Bélgica.

Dijo Levì-Strauss que al principio del mundo el hombre no existía; y que tampoco estirará al final.

Regreso a la flor absoluta.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Sartre

 

Sartre. Gafas. Pelo liso e inmóvil. Ojos asimétricos. Y algún objeto (pipa, cigarro, megáfono) casi siempre cerca de unos labios muy carnales que modularon mucho Verbo.

Por el momento ofrezco solo un borrador de mis ideas. 

En cualquier caso ofreceré siempre  titubeantes notas sobre lo que vaya viendo en su pensamiento. Creo que cualquier filósofo, y su secreción lingüística, son, ambos, un misterio que se crece con nuestra mirada (con nuestra lectura): un misterio que se crece en el sentido de sublimarse, de sacralizarse.

El misterio es infinito; y ubicuo: lo incinera y lo vivifica todo con su llama de amor viva.

Sartre…

Sartre es un impacto más en la cascada de impactos que recibe nuestra conciencia (fue un fenómeno entre fenómenos). Y es, sobre todo, un mito (un ser de palabras y de imágenes que vibra en el mítico siglo XX). Creo que Sartre, ese ser humano, fue también para el propio Sartre (más bien para lo que hubiera en el fondo de “Sartre”) algo que se le presentaba en la conciencia: apariencia, secuencia, cosa, cosa cualificada si se quiere… o, quizás, mejor, nada en realidad. Una nada condenada a la libertad. La nada -yo creo que sacra- que somos todos.

¿Es que alguien puede nombrar, poner sustantivo, a lo que siente en cuanto radical subjetividad?

Sartre, desde la propia física y metafísica satrianas, murió. Ahora ya no tiene un lugar en el ser, en lo objetivo, en el mundo, por así decirlo. Pero si Sartre fue un ser humano, fue también una nada (así nos lo dice la metafísica sartriana).

¿Cómo puede morir una nada? ¿Cómo puede ocurrir que desaparezca aquellodonde ocurren los fenómenos (el ser-para sí)? ¿Cómo puede morir la subjetividad (ese acorde abisal)? En la cuarta parte de su gran obra El ser y la nada, Sartre reflexiona con brillantez sobre ese acorde final de la vida humana. Merece la pena leerlo.

Sartre ve a los seres humanos como quasi dioses solitarios (o, mejor, como dioses fallidos), angustiados, arrojados a un mundo que produce náusea por su carencia de sentido, por la evidencia de estar de más todas las cosas que lo componen: quasi dioses finitos, condenados a la libertad y, paradójicamente, al fracaso (porque finalmente no podrán ser completamente Dios): seres libres capaces de autoconfigurarse, de elegir sus propios valores, de llevar el mundo entero en sus hombros, pero siempre condenados a sufrir las consecuencias de sus actos de libertad, los cuales, una vez materializados, se convertirían en una limitación de esa libertad (de una libertad que, por otro lado, será una condena; algo no elegido).

Una famosa frase de Sartre afirma que en el ser humano la existencia precede a la esencia. Es algo así como el lema del existencialismo. Primero existimos, estamos ahí, y luego decidimos quiénes somos y en qué nos comprometemos (mediante la acción… la acción). Desde Sartre hay que soportar la idea de que todo lo que vivimos lo hemos elegido: que no cabe decir “no puedo”, sino “he elegido no hacerlo”. Tendríamos por tanto un poder inmenso, sí, pero también frustrante, porque, según Sartre, los frutos de nuestra libertad frustran nuestra libertad. El ser humano puede y debe elegir su proyecto de vida, pero finalmente todo proyecto es absurdo. Vale lo mismo el proyecto del que dirige naciones que el que opta por el quietismo del borracho solitario.

Me pregunto cómo debería ser un proyecto de vida para que, según Sartre, no fuera absurdo. Y, más aún, ¿qué hemos de entender por “absurdo”? ¿Cómo debería ser la existencia humana -y el propio mundo- para que no fueran “absurdos”? ¿Qué esperaba él de la vida humana?

También Schopenhauer, apoyado parcialmente en Kant, y en el platónico Er, consideró que nuestro ser en el mundo había sido elegido en un lugar que ya no es mundo (este mundo, por así decirlo), pero donde sí somos libres… más o menos.

Sartre, que fue un “activista”, afirmó que no es necesario tener esperanza para actuar. ¿Actuar para qué, Sartre? ¿Para crear una sociedad donde los seres humanos puedan desarrollar su esencial libertad? Pero ¿no son ya libres todos ellos? ¿No será que, por ejemplo eso de “la explotación”, esté decidida por “el explotado”? ¿Quién le obliga al explotado a ser un explotado? ¿La supervivencia, una pistola, el amor a los hijos u otros amores igual de radicales, la todopoderosa educación recibida, la inercia civilizacional, la manipulación de los poderosos?

Algo sobre su vida

Nace en 1905. Muere en 1980. ¿Murió de verdad? ¿No era una nada?

Nace en París, con el inefable siglo XX casi recién estrenado. Su padre muere poco después. Como el padre de Nietzsche. No sé si a Sartre le amó tanto su padre como a Nietzsche el suyo. Tengo la sensación de que el “sí” nietzscheano a lo que hay (a la vida en el mundo) podría estar influenciado por ese amor de base que le insufló su padre, quizás simplemente a través de la piel, mientras caminaban juntos, de la mano. Nietzsche jamás olvidó esos momentos. No sé si Sartre tuvo acceso a esos paraísos: quizás no: su padre murió cuando él tenía un año y medio. Nietzsche creo que tenía cinco.

Sartre estudia Filosofía en la École Normal Supèrieur de Paris. Allí conoció a Simone de Beauvoir. Fueron una pareja abierta de por vida: una pareja abierta a “amores contingentes”.

1931-1933 enseña Filosofía en el liceo de Le Havre.

Fue a Berlín y estudió las filosofías de Husserl [Véase aquí] y de Heidegger [Véase aquí]. Allí escribe La trascendencia del ego (una obra en la que Sartre quiere sacar el mundo y el yo humano al exterior de la conciencia que los percibe): darles objetividad pura y dura, liberarlos de la boa idealista.

Con la publicación de su novela La Náusea atrae la atención de su tribu (París básicamente). Es una obra especial. Yo recomiendo su lectura. Se muestra el espectáculo que el ser de uno mismo -y del mundo entero- es para la propia conciencia (para en ser para-sí): un espectáculo absurdo, contingente (que podría no estar, que no tiene razón de ser): un espectáculo que, en definitiva, produce náusea.

Participa como soldado (meteorólogo) en la segunda barbarie mundial y es hecho prisionero en el París tomado por los alemanes. Antes de terminar esa guerra escribe su obra filosófica fundamental: El ser y la nada: un texto profundo que brotó de unos apuntes que realizó Sartre a partir de la obra fundamental de Heidegger: Ser y tiempo. Yo disfruto leyendo esta obra. Es metafísica pura y dura. Un placer difícil diría quizás Harold Bloom. Una delicia para el pensamiento y para la mirada. Hay frases de gran filósofo, y de gran poeta (es lo mismo diría Machado), aunque quizás se note en exceso la influencia poética de Heidegger.

En 1945 pronuncia una famosa conferencia en París que es taquigrafiada y convertida en un estimulante libro de Filosofía: El existencialismo es un humanismo. Es un texto de gran interés. Tiene fuerza. Y tiene también mucho de sermón fanático, exaltado; de maniqueísmo, de enfadismo y, sobre todo, de teología. No hay filósofo que no sea, a la vez, un teólogo. Porque Dios, finalmente, es lo que hay (si bien “Dios” es siempre una palabra fallida, pero esforzada).

1956. Sartre, que se había acercado al partido comunista francés, condena públicamente la invasión de Hungría por parte de la URSS. Pero Sartre siempre mantuvo una desconcertante pasión por los totalitarismos de izquierda (matrices sociales, muy militarizadas, donde la libertad humana es negada en el presente para sublimarla en un futuro que nunca llega). No obstante, en obras como la Crítica de la razón dialéctica, Sartre es muy crítico con el dogmatismo marxista, pues, en su opinión, se habría autoconstituído en un saber absoluto para el que los hechos no serían ya una amenaza.

1964. Impacta su rechazo del premio Nobel de Literatura. Sartre, en mi opinión, convirtió su vida en una especie de video-juego ideológico, aunque bien es cierto que las reglas de ese juego no las sacó solamente de su creatividad personal, sino, entre otros, de ese gran chamán-jugador que fue Marx. No creo que a Sartre le movilizara la compasión humana, o no siempre, sino la palabra (Vak), y, sobre todo, el juego, la lucha, el videojuego existencial que tiene lugar en la nada de la conciencia. Sartre fue inteligencia casi pura (distancia anti-pática), sin casi corazón (por así decirlo). Es la sensación que tengo. Pero puede que me equivoque. Ya iré dando cuenta de mis cambios de opinión en estas páginas de internet.

1968. Pone “su” Verbo -subyugante- al servicio del mayo francés. Lucha por la creación de un hábitat político basado en el marxismo pero liberado de centralismo y de dogmatismo. Me viene a la cabeza el anarco-sindicalismo por el que lucha actualmente Noam Chomsky. Es un tema del que me quiero ocupar en el futuro con mucho detenimiento.

Muere en 1980. Miles de personas acuden al funeral. No sé si son 20.000 ó 50.000. Sartre se eterniza, se diviniza, en esa cosa extraña que llamamos “cultura”: esa pócima de frases y de imágenes que nos tiene a todos sumidos en el sueño. En un sueño prodigioso.

Algo sobre sus ideas

– Equivalencia entre el ser y el aparecer. Sartre limita expresamente la realidad al fenómeno (lo que se nos presenta ahí, como espectáculo en la conciencia). Y lo que se nos presenta, lo que aparece ante nuestra conciencia, es, según Sartre, el ser mismo: el ser-en-sí: el mundo objetivo y real. Sí, de acuerdo, ¿pero que es lo que “aparece”? ¿Alguien lo puede nombrar? Yo desde luego no puedo. Contra Kant, y otros, Sartre afirma la inexistencia de algo que estuviera más allá de lo que se presenta (?) y que fuera por tanto el verdadero ser del fenómeno (de las sombras de la caverna platónica, podríamos decir). No habría ningún ser (verdadero) opuesto al (engañoso o imperfecto) aparecer (aparecer ante la conciencia humana). Y Sartre se ocupará del ser de ese aparecer en su obra filosófica capital (El ser y la nada): “Este problema nos ocupará aquí y será el punto de partida de nuestras investigaciones sobre el ser y la nada”. Ese ser que se nos muestra, se develará, según Sartre, mediante el hastío, la náusea, etc. Estamos ante una férrea ontologización -esquematización- del impacto de eso que llamamos “mundo”: Sartre hace equivalente el mundo a su mundo. Sartre hipostasía sus estados, digamos “anímicos”: los convierte en esencia del ser-en-sí (del mundo objetivo, de eso que algunos llaman “realidad pura y dura”).

– “Ser-en-sí” y “ser-para-sí”. Estas ideas las desarrolló Sartre en El ser y la nada. Habría dos “regiones de ser”, dos “tipos de ser” (en “el Ser como totalidad”): 1.- El ser-en-sí (la totalidad de las cosas, entidad sin fisuras, es lo que es, el ser, absurdo, gratuito, imprevisible). 2.- El ser-para-sí: surge como consecuencia del distanciamiento de la conciencia humana respecto del ser-en-sí. La conciencia, no obstante, aunque ser-para-sí, está arrojada al ser-en-sí. Está en el mundo, entre las cosas del mundo (pero como agujeros en el ser-en-sí). La conciencia por tanto -el ser humano, el ser-para-sí-, según leo yo a Sartre, es una nada, pues no es nada de lo que se presenta en ella (una nada relativa debemos decir). Aquí está influyendo la concepción husserliana de conciencia intencional (recibida a su vez de Brentano): la conciencia se refiere siempre a algo distinto de sí misma. Sí. Pero la Filosofía es incapaz de no querer mirar esa caja donde entran las cosas (o donde se representa el gran teatro del mundo). Al final de la introducción de El ser y la nada leemos: “Una multitud de preguntas queda todavía sin respuesta: ¿Cuál es el sentido profundo de estos dos tipos de ser? ¿Por qué razones pertenecen uno y otro al ser en general? ¿Cuál es el sentido del ser, en cuanto comprende en sí esas dos regiones de ser radicalmente escindidas? Si el idealismo y el realismo fracasan ambos cuando intentan explicar las relaciones que unen de hecho esas regiones incomunicables de derecho, ¿qué otra solución puede darse a este problema? ¿Y cómo puede el ser del mundo ser transfenoménico? Para intentar responder a tales preguntas hemos escrito esta obra”. [Taducción de Juan Valmar].

– El “ego”. Pertenece a la región de ser-en-sí. Está ahí: en lo objetivo. No es “agujero”. El ego no ha creado el mundo y ha sido creado por el mundo. Es cosa entre las cosas que se presentan ante la conciencia.

– El “ser-para-otro”. Los otros. Los otros seres humanos. Existen. Están en el ser-en-sí. “El otro”, según Sartre, es el que me ve, el que me oprime con su mirada y provoca en mí vergüenza, timidez. “El infierno son los demás”, afirma un personaje de una obra de Sartre. Y es que los demás me convierten en objeto, cuando yo me siento siempre como sujeto: me esquematizan, me juzgan, me petrifican. Todos esos “seres humanos” son, según la metafísica sartriana, seres-para-sí: nadas libres o liberadas, agujeros en el ser-en-sí por los que entra lo objetivo en lo subjetivo. Sartre insiste en que las conciencias están en el mundo, pero que son radicalmente distintas del mundo (agujeros en el ser del mundo).

– La mala fe. Es el título del segundo capítulo de la primera parte de El ser y la nada. Según Sartre es mala fe afirmar “no puedo”. En realidad se está escondiendo un “elijo no hacerlo”.

– La responsabilidad. El hombre, según Sartre, es responsable de su ser (ser que se evidencia en el actuar). El hombre lleva el mundo sobre sus hombros. Resuena el Übermensch de Nietzsche y también, como señalé al principio, la concepción schopenhaueriena de la libertad: somos en este mundo lo que hemos elegido ser desde otro mundo.

– La muerte. Por el momento puedo ir diciendo que Sartre está dentro de la narración materialista-existencialista-historicista. Cree que nos desplegamos en un vector temporal determinado, lineal, medible, aritmético por así decirlo. Yo no lo creo. Porque no creo que “vivamos”, sino que “hiper-vivimos” [Véase “Sueño”]. Sartre habla de la muerte del yo como dato incuestionable y despliega su metafísica (su fantasía racional) a partir de ahí. Pero me parece obvio que, siendo radicalmente empiristas, ante nuestra conciencia solo se presenta la muerte del “tú”, o del “él”: se muere (cambia) siempre lo otro, lo objetivo, lo “ahí”. Sartre considera que el ser humano es básicamente una nada. Y la nada no puede morir: solo mueren -cambian- los fenómenos que se presentan ante la conciencia “humana”, si es que ahí podemos seguir hablando de “lo humano”.

El existencialismo es un humanismo. Merece realmente la pena leer la obra que lleva ese título. Creo que Sartre está colocando a eso que sea el ser humano en el abismo de la aseidad de Dios. Dice que hay que ser ateos consecuentes, pero en realidad está eliminando toda deidad transcendente (exterior, objetiva) y la está llevando al abismo humano (un lugar donde ya no tiene sentido hablar propiamente de lo “humano”): una deidad con muchas limitaciones, pues esos hombres/quasi dioses (o dioses simplemente fallidos) en realidad están rodeados por un magma sólido y absurdo donde no cabe en realidad ninguna esperanza, ninguna posibilidad de sublimación de lo dado, por muchas buenas decisiones que se tomen en libertad.

– Libertad. Es un tema en el que Sartre me desconcierta. Por un lado considera que la libertad es la esencia del hombre y que no cabe afirmar “no puedo” para enmascarar un “he elegido no hacerlo”: el hombre es el demiurgo de su porvenir: no tiene esencia, sino que es lo que proyecta ser: el hombre está condenado a la libertad, condenado porque él no se ha creado, y está arrojado (muy heideggerianamente) al mundo, al ser-en-sí (un lugar absurdo que produce náusea). Por otro lado, en cambio, considera Sartre que hay que “comprometerse” para luchar por la libertad de los otros. Y no solo eso, sino que asumirá plenamente la tesis marxista que afirma que las formas de producción condicionan el desarrollo de la vida social… y coartan la libertad. Intentaré aclarar en otro momento esta aparente contradicción en la filosofía sartriana.

– La náusea, el absurdo. Antoine Roquentin, el célebre protagonista de la novela La Nausea, tiene la sensación de que tanto su persona como el mundo entero están “de más”: todo está ahí de forma absurda, sin razón de ser, pudiendo no ser sin que eso afecte a ninguna razón. Sartre parece condenar a su personaje al peor de los infiernos: el sinsentido, el absurdo. Pero, en mi opinión, Roquentin disfruta del paraíso lógico del lenguaje, de las frases: toboganes gramáticos por los que fluye su vida inventada. Me pregunto, una vez más, con ocasión del tema del absurdo y del sinsentido existencialistas, cómo debería haberse presentado el mundo, lo real, a Sartre, para que este filósofo hubiera afirmado que todo tiene sentido. ¿Qué es “sentido”? [Véase “Logos”]. En cualquier caso, según Sartre, el hombre es una pasión inútil: quiere ser Dios, pero fracasa siempre.

– En el ser humano la existencia está antes que la esencia. Yo creo que Sartre describe una existencia humana ya poetizada por su discurso materialista, historicista, hegeliano, marxista, etc. Un discurso “desencantado” podríamos decir apoyándonos en Max Weber. Esa existencia de los existencialistas (esa en concreto) está ya, por tanto, esencializada: sale de dentro, pero sale ya -insisto- poetizada (por el alma de la tribu alguien quiere pensar así, que es una, aunque convulsa). O por “Eso” que sea el lenguaje en sí [Véase “Lenguaje“]. Sartre debería haber disuelto el universal “hombre” en sus textos de filosofía: y ese proceso habría sublimado lo “humano” hasta llevarlo a las profundidades de la nada-mágica-sagrada.

¿Qué/quién saca esas “existencias”? [Véase “Existencia“].

En el hinduismo se habla de un ser primordial que está soñando conscientemente, creando dentro de sí mismo mundos en los que luego se mete él mismo. Es el autohechizo del que habló Novalis. También el Maestro Eckhart habló de algo así.

Hace seis años, más o menos, mientras subía unas escaleras en el metro de Madrid, sentí que había alguien/algo dentro de mí meditando: imaginando, con pasión, el mundo que a mí se me presentaba como real.

¿Qué era eso?

¿Donde estamos, qué está pasando aquí, pero de verdad?

Esa es, creo yo, la gran pregunta metafísica que nos mantiene subyugados.

David López

 

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“Filósofos míticos del mítico siglo XX”: Heidegger.

 

 

Heidegger. El monstruo político y ético. El genio filosófico y poético.

Hasta donde yo sé, Heidegger fue nazi. No fue en absoluto un hombre ejemplar. Para leerle, para pensar con él, para admirarle como filósofo, sobre todo tras la publicación reciente de sus Cuadernos negros (que la editorial Trotta comenzó a ofrecer en español a partir de 2015), tenemos que sacar de nosotros mismos una gran generosidad; o transcender el principium individuationis y considerar que Heidegger no pensó, sino que lo hizo el Ser: el Ser fue nazi: el Ser lo es todo, lo hace todo).

Debo reconocer que a mí me gusta leer a Heidegger. Mucho más que a Wittgenstein [Véase], cuyas frases de acero me dejan las pupilas heladas. Heidegger tiene un logos erótico. Wittgenstein no. Caminar por las frases de Heidegger me recuerda mucho el caminar por las frases de María Zambrano [Véase] (salvando todas las distancias obvias). El caminante va entre nieblas/hadas/palabras, retorciéndose entre las frases, reptando, volando, soñando, viendo esencias y transparencias, dicciones y contradicciones. Y, a veces, ocurre un fogonazo de luz, y se ve más de lo que soporta la condición humana; y, otras veces, la oscuridad es absoluta, y uno atisba la nada (el “Ser”) que recorta nuestra existencia (finita según cree Heidegger).

Heidegger. Estamos ante un surtidor de frases filosóficas que repugnan tanto como atraen. Pero leer y pensar su pensamiento es una experiencia excepcional. Él mismo vivió su propio pensar como un gran acontecimiento, con alegría, con euforia: pensando a veces su propio pensamiento como proveniente de algo que no era él mismo, sino el Ser. El Ser…

Tengo la sensación de que estamos ante un chamán paleolítico capaz de desarticular el mundo entero (nuestro entero poetizar) y ofrecer uno nuevo: claro/oscuro, fértil y mágico como la propia Selva Negra donde nació ese mago de la gramática filosófica.

Pero, en realidad, si asumimos sus ideas y razonamos desde ellas, Heidegger nunca pensó ni escribió nada. Y nosotros no podemos pensar lo pensado por él, salvo que, quizás, lo sintamos en nuestro “hueco”: dejando que el Ser se piense, y se extasíe con su Poesía, dentro de nosotros, que seríamos “momentos”, finitud angustiada, donde podría mostrarse el Ser a sí mismo. Seríamos algo así como lugares del encuentro, consigo mismo, de algo que no es ni siquiera metafísico porque no es “cosa”. No está ahí ante ningún sujeto.

Para Heidegger, para aquel “in-der-Welt-sein” (estar en el mundo), para aquel Dasein (estar ahí), el fragmento poético que voy a reproducir a continuación proviene del Ser mismo; y ha tenido que fulminar a otro Dasein  (el poeta Hölderlin) para escucharse. Según Heidegger, lo que vamos a leer ahora es lenguaje sagrado, algo que no proviene de un ser humano sino del Ser mismo. Vamos a oír la energía con la que se constituyen las cosas, con lo que se crea y se da nombre a los dioses. El Logos del Logos. La Poesía. La Poesía de Hölderlin (un pararrayos del Ser):

Derecho es nuestro, de los poetas, de vosotros

los poetas, bajo las tormentas de Dios afincarnos,

desnuda la cabeza;

para así con nuestras manos, con nuestras

propias manos robar al Padre sus rayos;

robárnoslo a Él mismo;

y, envuelto en cantos,

entregarlo al Pueblo, cual celeste regalo.

Este fragmento lo he sacado de la siguiente obra: Heidegger, M., Holderlin y la esencia de la poesía (traducción, comentario y prólogo de Juan David García Bacca), Antropos, Barcelona 1989, p. 34.

Acabamos de vislumbrar el estatus metafísico que Heidegger otorga al lenguaje poético y al poeta (como ser humano-pararrayos abierto Ser; y reventado por su omnipotencia y su ansia creadora, creadora por la palabra: “al comienzo fue el Verbo”).

Heidegger es también un poeta, digamos, genésico: crea un Maya de significantes y significados que, si se lo deja vivir en la inteligencia del lector, se presenta como un universo fabuloso. Pero Heidegger es también un Shiva en la historia de la Filosofía: un destructor que quiere regresar al origen, a un mítico momento en la historia del pensamiento humano en el que este pensamiento no se habría perdido en las preguntas por los entes (no se habría denigrado a pensar solo lo útil). Heidegger pretende acabar de una vez por todas con lo que él entiende por Metafísica: el pensamiento que se ocupa del qué de las cosas, o del qué de la suma suprema de cosas (Cosmología), o de la cosa suprema (Teología). Heidegger reivindica un regreso a la pregunta por el ser; el hecho de ser: aquello en lo que participan todos los entes. Todos los entes (las cosas) son. Sí. ¿Pero que es ser? ¿En qué consiste el Ser (con mayúscula ahora si se quiere)? Porque, obviamente, hay algo en lugar de nada. ¿Qué es el Ser (en cuanto sustantivización del verbo “ser”)?

¿Estamos ante una pregunta absurda, como creen muchos? ¿Se ha sustantivizado un verbo -el verbo ser- de forma artificial para crear un falso problema en la Filosofía?

A Heidegger sus alumnos le apodaron “El mago secreto del pensamiento”. Pero, siendo coherentes con ese pensamiento, Heidegger nunca pensó, pues, si lo hubiera hecho, su pensamiento, desde los presupuestos de su propio pensamiento, no valdría nada. La buena Filosofía que Heidegger pudiera habernos aportado solo lo sería en la medida en que fuera Poesía. Poesía del Ser, no suya, lo que le exigiría apartarse. Silenciarse. Un pararrayos silencioso. Suicida. Un Dasein crucificado en un poetizar que no es suyo, sino de lo Impensable. De la Nada si se quiere.

Heidegger fue, como todos los grandes filósofos, un poeta. Y, como todos los grandes poetas, un filósofo.

Machado dijo: “Los grandes poetas son metafísicos fracasados. Los grandes filósofos son poetas que creen en la realidad de sus poemas”.

Y es que para Heidegger el ser humano (el Dasein) no puede acceder a la verdad, no puede conocer el Ser, lo que hay siempre (la base de las finitudes). Es el Ser mismo el que quiso desvelarse, a sí mismo, en Heidegger… a quien, según nos dijo este filósofo, solo debemos leerle si es poeta, porque solo la Poesía es Filosofía. Esta concepción de la Filosofía se acentúa en el “segundo Heidegger”… a partir de Sein und Zeit (1927). Se oye latir el corazón de Novalis. Y el de Nietzsche también.

Heidegger. El filósofo-nazi. El monstruo. El gran chamán de la Selva Negra. El poeta del Ser. Los nazis también fueron y son epifanías del Ser. No hay nada que no sea en el Ser.

Todo es en el Ser. Es prodigioso que haya algo en lugar de nada.

Algo sobre su vida

Messkrich 1889-Friburgo 1976. Nació el mismo año que Wittgenstein (el año en que el cerebro de Nietzsche se apagó para siempre… hacia el exterior al menos). Se dice que ambos — Heidegger y Wittgenstein — se disputan el primer puesto en la filosofía del siglo XX. Ambos tienen una biografía impactante. Ambos son grandes mitos del mítico siglo XX.

Familia católica. Él abandonó pronto el catolicismo (pero se enterró finalmente en este credo). Estudió Filosofía y Teología. Yo me atrevería a decir que estamos ante un caso claro de teólogo oculto, como lo son la mayor parte de los filósofos, incluidos por supuesto Marx y Sartre. Todos los poetas y filósofos son teólogos; y muchos luchan toda su vida para no serlo. O para no parecerlo, al menos.

El libro con el que Heidegger accede  a la docencia universitaria (titulado La doctrina de las categorías y del significado de Duns Escoto) concluye con una frase de Novalis que ya he traído aquí alguna vez:

En todas partes buscamos lo incondicionado, y lo único que encontramos siempre son cosas.

Discípulo de Edmund Husserl [Véase] le dedicó Sein und Zeit [Ser y Tiempo]: una obra fundamental del siglo XX. Inconclusa, como quizás lo está todavía ese siglo prodigioso.

Se afilió a partido nazi; y en 1933 — cuando Hitler ganó las elecciones — fue nombrado rector de la universidad de Friburgo. Abandonó su cargo muy pronto. En su “época nazi” escribe obras de enorme interés filosófico.

Es importante su relación (extramatrimonial) con Hanna Arendt. Su alumna y amante judía. Su musa. Una mujer hiperlúcida a la que debemos ideas  como la de “totalitarismo” (hizo equivaler a Stalin con Hitler en una época en la que la intelectualidad europea estaba hipnotizada por la escolástica marxista). Acuñó también lo de los “crímenes contra la humanidad” y lo de la “banalidad del mal”. Hanna Arendt, la filósofa judía, veneró a su maestro-amante nazi hasta su muerte.

Finalizada la segunda guerra mundial, y aniquilado el régimen nazi, Heidegger es apartado del mundo universitario. Está bajo sospecha. En los años cincuenta empieza poco a poco a ser rehabilitado, perdonado en parte, diríamos.

En su Selva Negra construyó una cabaña donde solía retirarse a pensar. Estamos ante un chamán, no hay que olvidarlo: retiro, silencio, soledad salvaje, desactivación del hechizo colectivo que es toda sociedad, fascinación ante el sublime espectáculo de su propio pensamiento. Heidegger, según Gadamer, tenía algo primitivo: le gustaba partir leña, vestirse como los granjeros, hablar como ellos. Heidegger quizás fue un salvaje. De ahí su fuerza. Su irresistible atractivo poético. La pre-socrática ambición de su mirada. Gadamer destacó la fuerza imaginativa que irradiaban los ojos de su maestro.

Murió en 1976. Está enterrado en su ciudad natal (Messkirch) y, al parecer, pidió que se oficiara una misa católica en su funeral.

Algunas de sus ideas

– ¿Tiene “ideas” Heidegger? A este filósofo se le acusa de realizar un uso extremo del lenguaje, que llega incluso a retorsiones y violencias intolerables. Karl Popper le agrupa, con Hegel, en un tipo de pensador deshonesto, que, al no expresarse inequívocamente, tampoco puede ser refutado inequívocamente. Lo cierto es que Heidegger expresamente calificó el afán de hacerse entender como el suicidio de la Filosofía. Él dijo que escribía para “los pocos”, “para los raros que tienen el valor supremo de la soledad para pensar la nobleza del Ser”. En realidad esos “pocos” serán los que quiera el Ser utilizar para autodesvelarse. La influencia del Maestro Eckhart aquí es enorme.

– La gran pregunta. Heidegger fue ayudante de Husserl, filósofo al que se tiene por fundador del método fenomenológico. Su máxima fue Zu den Sachen selbst [a las cosas mismas]. Se pretendía instituir un método de limpieza y organización del proceso del conocer, un poco al estilo de Descartes. Husserl al final lo reduce todo a una conciencia (que es lo último que queda incuestionable, mucho más allá del yo pienso de Descartes): una conciencia que recibe contenidos aquetipizados. El fenomenólogo pretende encontrar en la masa de contenidos de conciencia (el material a conocer) las esencias, los tipos de repetición… los quids… desencarnados de los hechos sin más. Heidegger afirma que ha utilizado este método para solucionar la pregunta que se hace al comienzo de su obra fundamental (El ser y el tiempo). La pregunta es sencilla y descomunal… ¿Qué es el Ser? O, planteada de otra forma: ¿Cuál es el sentido del ser, eso que no es ningún ente pero en lo que participa todo ente?

– El Dasein. Heidegger, en su esfuerzo por pensar el Ser, empieza por analizar fenomenológicamente (como contenido arquetipizado de conciencia) al ente que se hace esa pregunta: un ente que solemos llamar “ser humano”, pero que él bautiza con el nombre Da-sein. El “estar ahí”. La esencia fenomenológica del ser humano es que está ahí, arrojado al mundo… a que se las componga como pueda. Su ser es “in-der-Welt-sein”. Ese ente arrojado es el que se hace la pregunta por el Ser. Y no es un ente sin más, no es un ente más: su ser (su esencia como ente) es una posibilidad: puede actualizarse o no: es una trascendencia, un esencial salir de sí mismo para desplegar su proyecto en el tiempo, hacia el futuro, que es lo decisivo. El tiempo. El hombre debe conquistarse, actualizarse, en un brevísimo vector de tiempo. Puede también perderse. Aunque al final todos los Dasein se pierden en la nada de la muerte. El Dasein no es un ente como los demás, sino un existente: en su ser le va el ser.

– ¿Por qué hay algo? Ante la pregunta clave de la metafísica, planteada por Leibniz, de por qué hay algo, y no la nada, Heidegger considera que lo que hay que comprender es que es la nada la que sostiene todo y en la cual sobrenada todo ente.

– El conocimiento. ¿Para qué? Heidegger quiere rectificar a su maestro Husserl y a toda la filosofía occidental eliminando la posición cognoscitiva del ser humano en el mundo… No, para el Dasein el mundo no es algo para ser conocido objetiva y desinteresadamente, sino para ser utilizado: es utensilio. Algo tendrá sentido cuando sepamos qué hacer con ello. Hay que trascender el conocimiento útil y acometer el conocimiento del Ser.

– La muerte. El Dasein, que es esencialmente proyecto, posibilidad de actualización, se encuentra con que el mundo se le resiste. Pero, sobre todo, se encuentra con la evidencia de la muerte: el fin de toda posibilidad. La nada. Tomar consciencia de esa nada que determina por fuera toda existencia individual produce angustia. Y así debe ser, según Heidegger. La muerte. Ante ella todos los proyectos humanos son iguales: nada. Hay que soportar la verdad de la nada de la muerte que nos espera. Con angustia. Ese es el estado auténtico que nos permitirá vislumbrar quizás lo completamente otro de todo proyecto. El silencio.

– El Ser. Heidegger al final afirma que el Dasein, aunque sea un ente privilegiado (que se pregunta por el Ser y tiene esa cosa hiperpeligrosa del lenguaje) no puede decir-pensar el Ser. El segundo Heidegger, sin embargo, nos da algunas “indicaciones” sobre el Ser:

  • La existencia es una determinación inesencial del Ser.
  • Lo mejor para aprehender el Ser es no aprehenderlo.
  • El Ser es como una especie de luz, alojada en el lenguaje poético o creador.
  • Acceder al Ser no es conocerlo, sino habitarlo.
  • No es el fondo de las cosas, ni algo escondido.
  • Es la realidad misma.

El Ser de Heidegger… Muchos han sufrido mucho para atisvarlo. Él avisa no obstante que no hay nada que hacer si el Ser no quiere desvelarse a sí mismo.

¿Cómo? Puede hacerlo en la finitud del hombre mediante el rayo de la poesía. Eso sí: calcinando de plenitud a los poetas.

En 1947 en Carta sobre el Humanismo, Heidegger afirmó:

“Dicho sencillamente, el pensar es el pensar del Ser.” Se refiere al pensar de verdad, no al de Platón y sus seguidores. Es el Ser el que piensa en nuestro pensar.

Lo he recordado párrafos arriba: Heidegger leyó y veneró a Eckhart. Y estudió mucha mística.

Aquí está la clave de la denuncia que Heidegger hace a toda la metafísica occidental desde Platón. Fue este filósofo el que creó el equívoco. No es el ser humano, su mente finita y lingüística, quien accederá a la verdad, al Ser, finitándolo y cosificándolo por tanto. Parménides, Anaximando y Heráclito sí lo vieron claro: es el propio Ser el que se desvela, a sí mismo, o no, en esa finitud que es el Dasein, mediante el lenguaje sagrado de la Poesía, que puede incluso decir el Ser: lo que no puede ser dicho. La Poesía, que brota del Ser, lo puede acoger para que el propio Ser se lea, se escuche, en esos entes extraordinarios que son los poetas.

– Propuesta soteriológica de Heidegger: callarse, para escuchar al Ser. Mejor dicho quizás: callarse para que el Ser se escuche a sí mismo en el Dasein. Asumir la nada que se es en cuando ente. Dejar que la Poesía del Ser rellene nuestro silencio con el infinito del que proviene.

– Silencio. El paraíso soñado por los esclavos, y por los sacerdotes, de la diosa Vak.

Produce enorme angustia el final de El Acantilado de Hölderlin. El poeta se dirije así al dios del mar:

y si el tiempo impetuoso conmueve demasiado violentamente mi cabeza,

y la miseria y el desvarío de los hombres estremecen mi alma mortal,

¡déjame recordar el silencio en tus profundidades”.

Porque la locura no es silencio. Como no hay silencio en los sueños. Según Heidegger a Hölderlin el silencio le llegó con la muerte (lo cual es mucho suponer).

La nada. Dijo Heidegger: “Somos elipsis de la nada” (omisiones que no alteran su sentido)

Frutos de la nada, como dijo Eckhart.

Creo que la mejor imagen de un Dasein (de un ser humano) es la flor de un almendro: la nada reventada de belleza.

David López

 

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