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Pensadores vivos: Stephen Hawking

 

 

La noche del 10 de septiembre de 2013, mi hijo Nicolás y yo, en vez de asomarnos al infinito de la imaginación humana (?) desde las páginas de un cuento de papel, salimos al jardín para contemplar el cielo medieval que todavía arde en Castilla la Vieja. La luna estaba en el centro de una gigantesca serie de anillos concéntricos, en los que creímos encontrar colores como el rojo, el malva, el marrón y hasta el oro. Nicolás estaba estremecido por aquella belleza. Papá, ¿cómo se ha hecho algo tan maravilloso en el cielo?, me preguntó. La verdad es que no sé cómo se ha hecho, le respondí. Y añadí: pero sí sé que es maravilloso.

El cielo tenía espacio de sobra en ese rincón de Castilla como para que brillaran también las estrellas. Las contemplamos arracimadas entre las ramas de los abedules: biología y astrofísica fundidas en un abrazo silencioso, glorioso. Y entonces recordé ese titánico agujero negro que los científicos han encontrado en el centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea (una anchísima calzada de piedras blancas en las que a veces se engancha la iglesia de Sotosalbos).

Dice Hawking que por esos agujeros negros quizás se puede salir de este universo y entrar en otro, pero que sería un camino sin retorno que él no está dispuesto a recorrer. Y dice también que los hay pequeños. Todo mundo estaría agujerado y conectado con otro mundo. Todo sería membranoso, transparente.

No obstante estas matematizadas afirmaciones que parecen ir cerrando la esencia de los cielos que arden sobre Castilla la Vieja (los que yo ahora más contemplo), el propio Hawking reconoce que la realidad de sus leyes, de sus verdades, son “dependientes de modelo”: la realidad depende del modelo que se utilice para analizarla, para mirarla, para decirla. Estaríamos ante una prodigiosa plasticidad: el cielo convertido en una pizarra donde juegan con sus tizas matemáticas los físicos teóricos: un lugar de fantasía capaz proporcionar a las tribus humanas modelos útiles para satisfacer sus necesidades (y no olvidemos que el ser humano necesita desear lo que no necesita).

Hawking es un pensador, un piadoso cientista, un poeta que se cree sus poesías (diría Machado), un ser humano que me ha proporcionado grandes momentos, grandes espectáculos de fantasía. Leí hace tiempo, extasiado, su Una breve historia del tiempo (1988). También extasiado, pero algo más crítico — algo mejor amarrado al mástil que utilizó Ulises para no ser mentalmente aniquilado por el canto de las sirenas — leí su obra El gran diseño (2010), la cual está redactada, y probablemente pensada, en colaboración con Leonard Mlodinow.

En esta obra se puede leer lo siguiente:

“Tradicionalmente, ésas son cuestiones para la filosofía, pero la filosofía ha muerto. La filosofía no se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física. Los científicos se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda del conocimiento”.

Pero lo cierto es que este libro, como cualquier otro libro de religión, ofrece un precioso templo para asomarse a lo que se transparenta desde el más allá de sus vidrieras, de sus dogmas arquitectónicos, protectores. Hay Filosofía en el pensamiento de Hawking; y en su religiosidad. Entendamos ahora la Filosofía como una mirada que mira las miradas, que contempla desde no se sabe dónde eso que se cree el físico (o algunos físicos) que es la Física, ‘la realidad’ de la que hay que ocuparse para “saber a qué atenerse” (diría Ortega y Gasset). La Filosofía, creo yo, intenta explicitar esa fantasía donde se cree que está cualquier emisor, o retransmisor, de modelos de mundo. La Filosofía aparta modelos, con respeto, con fascinación hacia la belleza de la Física, con admiración a su capacidad de poetizar la Nada Mágica (de interpretarla, si se quiere decir así). La Filosofía desbroza caminos (Jaspers) para que no se cierre el acceso a lo inefable, a lo metamodélico, a lo que de verdad es inmediato ahí, aquí. A lo que yo llamo “Nada Mágica”.

La Filosofía propicia un modelo de mente en el que se admite que todo es posible, porque, si somos serios y rigurosos, debemos afirmar que son lógica y empíricamente insostenibles todos los modelos conocidos de posibilidad. No sabemos qué es imposible porque no conocemos las reglas que rigen lo posible. Ese modelo de mente es el que en los comienzos de este siglo XXI está extendiéndose, como un bellísimo y sorprendente amanecer, entre los mejores científicos del momento. Hawking está en ese grupo, como veremos, pues ya no necesita pensar en una estructura legaliforme fija donde estaría desarrollándose eso que llamamos “mundo” o “realidad” o “vida”. La magia, lo prodigioso, la inmensidad, han inflacionado, como un Big Bang hawkingniano, en el pensamiento científico de principios del siglo XXI. Pienso yo.

Hawking. Es extraordinariamente sugestivo el conjunto formado por cuatro elementos que, simplificando, podríamos denominar “el cerebro”, “el cuerpo”, “la máquina” que sujeta a Hawking  y “la computadora” que le permite comunicarse con su mundo exterior. La religión de la Ciencia que anunció, entre otros, Francis Bacon, estaría ofreciendo una prueba de su verdad, de su eficacia. Su soteriología (su capacidad de salvación, o de acceso a paraísos todavía inéditos) quedaría demostrada en ese conjunto prodigioso. Sin el avance de la Ciencia, sin la aplicación de modelos matemáticos a una realidad observable que se supone intrínsecamente matematizada, sin esa progresiva Gnosis, no habría tenido lugar la creación del prodigio tecnológico que permite al cerebro de Hawking exteriorizar (encarnar en sonidos y en frases escritas) lo que ocurre en ese cerebro; aunque lo cierto es que en el modelo físico-metafísico de Hawking el cerebro humano es una máquina biológica carente de libertad, lo que, finalmente, lo ubicaría en el mismo nivel ontológico que la propia máquina que completa su cuerpo o, incluso, en un nivel inferior (por estar algo más atrás en la línea de la evolución).

La enorme importancia que Hawking otorga a la baconiana computadora que le permite hablar queda quizás constatada por el hecho de que en su página de internet, en la pestaña “About Stephen“, lo primero que aparece es “The computer“. Recomiendo entrar en esa página. Ofrece mucho. Y hay algunas sorpresas. El enlace es el siguiente:

www.hawking.org.uk

En esta página hay una lecture cuyo contenido me ha sorprendido favorablemente. Y me ha emocionado. Sinceramente. Digamos que me ha permitido ‘perdonar’ a Hawking esa gamberra y beata frase en la que se afirma que “la Filosofía ha muerto”.

Esa lecture se presenta en la página con el título Godel and de End of Physics, aunque luego el texto se titula Godel and the end of the universe. No sé si se trata de un despiste (?). Lo interesante de este texto, lo sorprendente, es que, habiendo sido dictado en 2002 (ocho años antes de la publicación de El gran diseño), Hawking afirme en él lo siguiente:

Some people will be very disappointed if there is not an ultimate theory that can be formulated as a finite number of principles. I used to belong to that camp, but I have changed my mind. I’m now glad that our search for understanding will never come to an end, and that we will always have the challenge of new discovery. Without it, we would stagnate. Godel’s theorem ensured there would always be a job for mathematicians. I think M theory will do the same for physicists. I’m sure Dirac would have approved.

Creo que lo decisivo aquí es que Hawking confiesa haber cambiado de opinión (eso le engrandece); y que se siente feliz ante el hecho de que nuestra búsqueda del conocimiento nunca llegará a su fin, que siempre tendremos el desafío de nuevos descubrimientos. Esto me recuerda esa alada imagen que ofreció Kant del ser humano: un ser que vuela hacia el infinito, que está condenado al pensamiento metafísico, al pensamiento que no puede ser constatado empíricamente, ni matemáticamente. Kant hubiera disfrutado mucho leyendo esta lecture de Hawking pues en ella, apoyándose en la incineración mística que Gödel provocó en la Matemática, se llega a sugerir que esta ciencia (la salvífica Matemática) no puede fundamentarse a sí misma. Y no solo eso: el propio Hawking da cuenta, como no podía ser de otro modo a comienzos del siglo XXI, de que ninguna ley o teoría científicas queda validada, demostrada, aunque sea capaz de explicar hechos y de realizar exitosas predicciones.

En mi bailarina lógica “Física” (Véase) ofrezco reflexiones sobre algunas de las ideas que Hawking/Mlodinow han expuesto en El gran diseño. Las traigo aquí -creo que más pulidas y desarrolladas- y añado algunas más:

1.- “La filosofía ha muerto”. Lo dicen en la página 11. Pero esta obra tiene algo ‘cuántico’ (una cosa puede ser a la vez onda y partícula… la Filosofía está muerta y viva a la vez…). Creo que merece la pena reproducir aquí unas frases que aparecen en la p. 53 de El gran diseño (poético/chamánico) de Hawking/Mlodonow: “George Berkeley (1685-1753) fue incluso más allá cuando afirmó que no existe nada más que la mente y sus ideas. Cuando un amigo hizo notar al escritor y lexicógrafo inglés Samuel Johnson (1709-1784) que posiblemente la afirmación de Berkeley no podía ser refutada, se dice que Johnson respondió subiendo a una gran piedra para, después de darle a ésta una patada, proclamar: “lo refuto así”. Naturalmente, el dolor que Johnson experimentó en su pie también era una idea de su mente, de manera que no estaba refutando las ideas de Berkeley. Pero esta reacción ilustra el punto de vista del filósofo David Hume (1711-1776), que escribió que a pesar de que no tenemos garantías racionales para creer en una realidad objetiva, no nos queda otra opción sino actuar como si dicha realidad fuera verdadera”. No obstante estos breves temblores de lucidez, es cierto que esta obra de Hawking/Mlodinow no es filosófica, sino religiosa: no hay en ella un análisis o problematización de los presupuestos desde los que se construyen sus teorías: no hay conciencia del modelo de totalidad desde el que se generan sus modelos de universo o de multiverso. Hay devoción y fe. Que no es poco, por cierto.

2.- La teoría unificada — la así llamada teoría M — es plausible (p. 16). Predice que nuestro universo no es el único, que otros miles de millones de universos fueron creados de la nada (algo así como 10 elevado a la 500 universos). Hay que excluir la intervención de un Dios o cualquier otro ser sobrenatural. Me pregunto: ¿Qué es “natural”? ¿Lo visible? La “Naturaleza” que hoy describen los científicos ya no me parece ‘natural’ y, en cualquier caso, creo que la Física ha sido siempre una Metafísica pura y dura: ha ofrecido modelos de lo que no se ve (el electrón no se ve, ni la ley de la gravedad, ni el Bosón de Higgs) para explicar lo que se ve… No, es más: lo que se ve se ve así porque hay instalado un modelo de mirada. Volvemos a los universales [Véase “Universales“]. Y al “realismo dependiente de modelo” que propone Hawking.

3.- Miles de millones de millones de universos surgen naturalmente de la “ley física” (¡De la invisible ley de la gravedad!): “Cada universo tiene muchas historias posibles y muchos estados posibles en instantes posteriores, es decir, en instantes como el actual, transcurrido mucho tiempo desde su creación” (p. 16). El modelo de totalidad donde se vertebra la conciencia (al menos ‘pública’) de Hawking/Mlodinow tiene un presupuesto crucial y muy ‘ciudadano’, muy ‘socrático’: la ley. La Física se basa en la creencia en una Naturaleza legaliforme, determinista, donde no hay libertad, solo obediencia, obediencia a entes platónicos (las leyes físicas, o la teoría M) que no son visibles, sino presupuestas, narradas (esas leyes, esas diosas) por los chamanes de este credo eficacísimo en nuestra tribu… Tan eficaz como lo fueron y los son todos los credos en todas las tribus. Veo en la Física un monoteísmo radical, único en la historia de las religiones. Se trataría de admitir la existencia y el poderío absoluto de una especie de Faraón cósmico, no antrópico morfológicamente, que tendría sometidos todos los rincones posibles del Ser (de lo que hay), por muy descomunal que sea eso que hay: miles de millones de universos, todos existiendo a la vez: pero todos esclavizados en definitiva. Creo que algunos físicos tienen una conciencia esclavista: observan fascinados el reino de su señor invisible y se contentan con hacer predicciones, como esclavos que conjeturan cuándo vendrán sus amos a darles la comida o cuando llegará el momento de su ejecución.

4.- “Este libro está enraizado en el concepto de determinismo científico, que implica que la respuesta a la segunda pregunta es que no hay milagros, o excepciones a las leyes de la naturaleza”. La afirmación que acabamos de leer merece ser unida a ésta: “Si ya nos parece difícil conseguir que los humanos respeten las leyes de tráfico, imaginemos lo que sería convencer a un asteroide a moverse a lo largo de una elipse” (p. 29). Esta frase es contradictoria en una narración que establece el determinismo radical. Si no hay libertad en esta matriz matemática de multiversos que parece ser la “Naturaleza”, no cabe cumplir o no una ley de tráfico, la cual (me refiero a esa ley ‘humana’) estaría vertebrada en el descomunal corpus jurídico que amordazaría el Ser en su totalidad. Por otra parte: si todavía no conocemos las leyes de la Naturaleza (y ni siquiera sabemos si existen como tales), ¿cómo podemos saber qué las transgrede, qué es imposible?

5.- Ideas/sorpresa que he encontrado en este libro importante: “Los realistas estrictos a menudo argumentan que la demostración de que las teorías científicas representan la realidad radica en sus éxitos. Pero diferentes teorías pueden describir satisfactoriamente el mismo fenómeno a través de marcos conceptuales diferentes”. Y proponen estos autores una especie de estrategia gnoseológica que denominan “realismo dependiente de modelo” (p. 54). Esta estrategia nos exigiría aceptar que no hay teorías físicas válidas en sí (que no hay una verdad física fuera del cerebro humano, si es que es humana esa cosa). En la p. 59 se llega a decir incluso que, para teorizar el origen del universo, el modelo de Física de San Agustín es tan válido como el que acoge al Big Bang. (!)

6.- “El verdadero milagro”.  En la página 204 de El gran diseño (la última) leemos lo siguiente: “La teoría M es la teoría unificada que Einstein esperaba hallar. El hecho de que nosotros, los humanos -que somos, a nuestra vez, meros conjuntos de partículas fundamentales de la naturaleza-, hayamos sido capaces de aproximarnos tanto a una comprensión de las leyes que nos rigen a nosotros y al universo es un gran triunfo. Pero quizás el verdadero milagro es que consideraciones abstractas conduzcan a una teoría única que predice y describe un vasto universo lleno de la sorprendente variedad que observamos. Si la teoría es confirmada por la observación, será la culminación de una búsqueda que se remonta a más de tres mil años. Habremos hallado el Gran Diseño”. Este párrafo cierra el poema de Hawking y de Mlodinow. En él aparece algo -una emoción, un fascinante desconcierto- que permitió a Kant construir su teoría de los juicios sintéticos a priori. ¿Cómo es posible que sean válidas, demostrables, leyes, sistemas matemáticos, que alguien ha sacado en un papel, sin más, de forma abstracta, sin conexión con la experiencia exterior? A partir de aquí Kant realizó una verdadera revolución metafísica y física: las leyes de la Naturaleza las podemos descubrir simplemente pensando, escribiendo sobre un papel, o en una pizarra, porque la Naturaleza está dentro de nosotros: es un constructo nuestro. Las leyes de la Naturaleza las ponemos nosotros para, según Kant, ordenar algo misterioso que llega ‘de fuera’ (la cosa en sí).

7.- Universo/universos. Hawking me desconcierta cuando utiliza la palabra “universo”. No estoy seguro, pero tengo la sensación de que utiliza esa palabra para referirse a dos realidades distintas: 1.- Universo entendido como totalidad de lo que hay, como matriz absoluta de la que pueden brotar infinitos universos; y 2.- Universo como, por así decirlo, maquinaria legaliformizada, como mundo concreto con sus leyes físicas específicas, como ‘burbuja’ que puede salir o no de la nada. Lo sorprendente en Hawking es que parece dejar vigente la ley de la gravedad en el universo en sentido amplio, en lo que podríamos llamar “Gran Matriz” (al menos la ley de la gravedad cuántica, que es ahora la que está más legitimada en la Ciencia). Leamos el final de la página 203 y el comienzo de la 204:

“Cuerpos como las estrellas o los agujeros negros no pueden aparecer de la nada. Pero un universo entero sí puede. En efecto, como la gravedad da forma al espacio y al tiempo, permite que el espacio-tiempo sea localmente estable pero globalmente inestable. A escala del conjunto del universo, la energía positiva de la materia puede ser contrarrestada exactamente por la energía gravitatoria negativa, por lo cual no hay restricción para la creación de universos enteros. Como hay una ley como la de la gravedad, el universo puede ser y será creado de la nada en la manera descrita en el capítulo 6. La creación espontánea es la razón por la cual existe el universo. No hace falta invocar a Dios para encender las ecuaciones y poner el universo en marcha. Por eso hay algo en lugar de nada, por eso existimos”.

Pregunto: ¿Dónde está esa ley de la gravedad que rige el surgir o no de los universos, que parece darles permiso para ser o no? ¿En el universo en sentido amplio? ¿Y cómo conceptuar esa omnipotente ley? A mí me huele a una gran Diosa: una Diosa lógica porque parece que puede ser entendida por la lógica humana y expresada en palabras, o al menos en símbolos humanos. ¿La diosa Vak? Sugiero la lectura de la introducción a mi diccionario filosófico, accesible desde [Aquí].

8.- “Realismo dependiente de modelo”. Cito textualmente a Hawking (Mlodinow): “Según la idea de realismo dependiente de modelo introducida en el capítulo 3, nuestros cerebros interpretan las informaciones de nuestros órganos sensoriales construyendo un modelo del mundo exterior. Formamos conceptos mentales de nuestra casa, los árboles, la otra gente, la electricidad que fluye de los enchufes, los átomos, las moléculas y otros universos. Estos conceptos mentales son la única realidad que podemos conocer. No hay comprobación de realidad independiente del modelo. Se sigue que un modelo bien construido crea su propia realidad” (P. 194). Deleuze (con Guattari) afirmó que la labor propia de la Filosofía era la creación de conceptos. Dicho ahora desde Hawking: sería creación de lo único que luego podrá ser conocido (el objeto del conocimiento): “moléculas”, “átomos”, “la otra gente”… todo eso serían fantasías, creaciones, Mayas creados en virtud de una Creación que, si negamos la libertad al ser humano, debe ser llevada a una profundidad mayor que la que puede tener un agujero negro en el universo hawkiniano. ¿Quién/qué crea en el crear de los filósofos (Deleuze), o de los científicos (Hawking)? En cualquier caso, este último pensador, al redactar el párrafo antes transcrito, no ha considerado la posibilidad de que su modelo de cerebro-hombre-universo sea un modelo más, otra fantasía. Quizás quepa mirar ahí de otra forma, quizás sea superable esa imagen de cerebro-máquina formada por partículas que mira hacia fuera de sí mismo y que luego edita dentro sí misma un modelo-mundo. Como siempre, tengo la sensación de que lo que hay es infinitamente más complejo. Y más bello. Si cabe.

9.- Agujeros negros. Dice Hawking que permiten salir de un universo y entrar en otro. Apliquemos ahora lo que yo creo que es, dentro de su pensamiento, el universo como “burbuja”, como maquinaria legaliformizada (no como gran todo absoluto del que surgen y al que vuelven esas “burbujas”). Si recordamos ahora, por ejemplo, a Wittgenstein, o a Unamuno, y caemos en la obviedad de que todo “mundo” no es sino una narración, un límite de lenguaje, una tradición social…, podemos afirmar, sentir, que cabe salir de una de esas narraciones y entrar en otra, en otro mundo (pensemos en las conversiones religiosas que llevan a otro mundo). Se me ocurre que cabría también acceder a un hiper-agujero negro mediante el silencio de la meditación, o mediante ese taladro de palabras que es un Koan (Zen). En estos casos, a diferencia de la conversión religiosa, no se cambiaría de mundo, no se cambiaría de hechizo: se accedería a lo que no es solo ‘mundo’: a la fuente y soporte y destino de todos los mundos. Dicho quizás desde el modelo monoteísta: se pasaría de creer en Dios a sentir a Dios. Y, finalmente, a saberse Dios.

10.- Al final del libro de Hawking/Mlodinow aparece un glosario. En realidad, se trata de un desfile de bailarinas lógicas [Véase] seleccionadas para una determinada coreografía mental.

En cierta ocasión, explicando el decisivo tema de los “Universales” [Véase], pregunté a una alumna qué es lo que veía, en ese mismo instante, más allá de los posibles recortes que podía hacer su mente con el impacto brutal de ‘lo que se presenta’. Respondió: “Nada”. Esa fue la respuesta más sabia y libre que he oído jamás. Esto nos llevaría a la nada que quiso pensar Kitarô Nishida [Véase].

Lo que se nos presenta, creo yo, no es un “universo”, ni “Naturaleza”: es pura singularidad, puro infinito, pura no-legaliformidad, pura magia/creatividad/libertad.

En el glosario a que antes he hecho referencia aparece una curiosa bailarina lógica. Se llama “Renormalización”: “Técnica matemática diseñada para eliminar los infinitos que aparecen en las teorías cuánticas”.

Decir “la Filosofía ha muerto” (que es una gran estupidez dicha por Hawking) es una forma de re-normalización; porque la Filosofía nos abisma en la más prodigiosa e insoportable inmensidad.

Insoportable por excesivamente misteriosa y bella.

David López

 

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Las bailarinas lógicas: “Silencio”.

 

 

Silencio.

Hamlet muere diciendo: “The rest is silence”. El resto es silencio.

Suponemos que se refiere a esa muerte en la que el príncipe danés cree estar ingresando; a que la muerte será un silencio radical tras el bullicio del vivir.

Hölderlin, en mi opinión, no lo tenía tan claro. Al final de su obra El acantilado parece sospechar algo terrible: que la muerte -como la locura, como los sueños, como la vida misma- no fuera silencio: que el silencio, ese prodigio físico y metafísico, fuera algo suplicable a los dioses; y algo sublime si pudiera ser recordado en las profundidades del horror. Pensemos el horror sonoro de la locura que tuvo que padecer el poeta Hölderlin al final de su vida. La locura -como la Filosofía, o como samsara–  podría ser la antítesis del silencio. Los locos, en las calles, en las calles de su mente, no paran de hablar, están atrapados en la tela de araña de un lenguaje -un cosmos hostil; un Matrix no benevolente- que les tritura el alma. La mente de un loco es un avispero de palabras.

Leamos esa aterradora súplica que escribió Hölderlin al final de El Acantilado (Alianza Editorial, Madrid 1979; estudio y traducción de Luis Díez Corral):

Pero tú, inmortal, aunque ya no te festeje la canción de los griegos,

como entonces, resuena a menudo, ¡oh dios del mar!,

con tus olas en mi alma, para que prevalezca sin miedo el espíritu

sobre las aguas, como el nadador, se ejercite en la fresca

dicha de los fuertes, y comprenda el lenguaje de los dioses,

el cambio y el acontecer; y si el tiempo impetuoso

conmueve demasiado violentamente mi cabeza, y la miseria y el desvarío

de los hombres estremecen mi vida mortal,

¡déjame recordar el silencio en tus profundidades!

Algunas de mis ideas fundamentales sobre lo que podría ser una metafísica del silencio están planteadas en una crítica que hice de la siguiente obra: Ramón Andrés: No sufrir compañía; Escritos místicos sobre el silencio (Siglos XVI y XVII), editorial El Acantilado, Barcelona, junio de 2010. Creo que puede ser de utilidad reproducir aquí dicha crítica íntegramente:

* * * *

Ramón Andrés y eso que sea el silencio

Silencio. Ramón Andrés se ocupa de lo que se esconde tras esta palabra en un libro que lleva por título No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio (siglos XVI y XVII), editorial El Acantilado. Esta antología va precedida por un ensayo del propio Ramón Andrés que lleva por título “De los modos de decir en silencio”.

En la nómina de enamorados del silencio que ofrece esta obra se encuentran García Jiménez de Cisneros, Bernardino de Laredo, Francisco de Osuna, Juan de Valdés, Pedro de Alcántara, Juan de Ávila, Juan de Bonilla, Alonso de Orozco, Luis de Granada, Teresa de Jesús, Luis de León, Baltasar Álvarez, Juan de los Ángeles, Alonso Rodríguez, Juan de la Cruz, Antonio de Molina, Luis de la Puente, Juan Falconi, María de Ágreda y Miguel de Molinos.

De Juan de la Cruz proviene la expresión en la que se ha inspirado el título de esta obra: “No sufrir compañía”. Es un título feo, en mi opinión, para un libro editado con una elegancia excepcional.

Elegancia para agrupar palabras sobre eso que sea el silencio, sobre lo absolutamente otro del lenguaje. Y las palabras que Ramón Andrés ha elegido para hablar sobre lo que no se puede hablar son, en muchas ocasiones, especialmente bellas y lúcidas. Quizás sea porque el lenguaje (esa sublime cárcel de la mente) alcanza sus más prodigiosas retorsiones cuando trata de palpar aquello que él no es. Y quizás sea también porque el autor de esta obra haya sentido alguna vez la brisa del silencio en la piel de su cerebro.

El ensayo introductorio de Ramón Andrés se presenta visualmente como una sucesión de párrafos muy espaciados entre sí (separados por el silencio de la página en blanco) y geométricamente limpios (sin sangrado tras el punto y aparte). En esos curiosos bloques de palabras encontramos una gran cantidad de citas, las cuales, sin saturar al lector, se entrelazan con las propias ideas de Ramón Andrés para demostrar, entre otras, la siguiente hipótesis:

A pesar de ciertos matices, casi nunca muy acusados, existe, como se ha visto en los capítulos precedentes, una veta profunda que sostiene la espiritualidad de la mayor parte de las culturas, un tenor que mantiene una analogía de creencias aunque expresadas de forma distinta[p. 20].

Esa veta profunda es la convicción de que es el silencio el único camino para enterarse realmente de algo (lo cual exigiría, paradójicamente, una radical renuncia al conocimiento):

Debemos sospechar, tras ser asediados por los grandes sistemas filosóficos, sazonados de racionalismo y empirismo, tan reduccionistas, que la lógica a veces puede actuar como una alucinación de la mente. De ahí el silencio, el negarse a explicar los pormenores de algo que no admite, por definición, el detalle, puesto que es totalidad [p. 40].

Pero, ¿qué es exactamente ese silencio salvífico? ¿De dónde nos saca y a dónde nos lleva? ¿Cómo propiciarlo? ¿Es tan maravilloso lo que nos ofrece? ¿Qué se oye en ese estado mental? Veamos algunas de las respuestas que ofrece Ramón Andrés sobre lo que no puede ser preguntado:

El silencio…

Es, antes que otra cosa, un estado mental, una mirada que permite captar toda la amplitud de nuestro límite y, sin embargo, no padecerlo como línea última. Estar sosegado en lo limitado es tarea del silencio. No viene a transformar ni a desplazar la realidad, sino a sembrar vacíos en ella, aberturas, espacios en los que cifrar lo que por definición es intangible y que, pese a todo, nos alberga [p. 11].

Esa necesidad de vivir ensordecido es uno de los síntomas reveladores del miedo. Kierkegaard afirmaba que, de profesar la medicina, remediaría los males del mundo creando el silencio para el hombre. No es extraño que buscara un fármaco de esta índole, atenazado como estaba ante el umbral de un tiempo inigualado en la producción del ruido físico, pero también mental, un clamor al asalto de la apacibilidad acústica y del no anhelo [p. 13].

El verdadero silencio no está necesariamente en la lejanía ni en la neblina de una vaguada ni en una cámara anecoica, sino, con probabilidad, en la intuición de un más allá del lenguaje […] [Ibíd.]

Pero ese más allá del lenguaje no parece ser exactamente el silencio del que hablan algunos místicos. En uno de los textos que aparecen en esta antología, Miguel de Molinos explica así las diferencias entre la meditación y la contemplación:

Cuando el entendimiento considera los misterios de nuestra santa fe con atención para conocer verdades, discurriendo  sus    particularidades y ponderando sus circunstancias para mover los afectos en la voluntad, este discurso y piadoso afecto se llama propiamente meditación.

Cuando ya el alma conoce la verdad (ora sea por el hábito que ha adquirido con los discursos o porque el Señor le ha dado particular luz) y tiene los ojos del entendimiento en la sobredicha verdad, mirándola sencillamente, con quietud, silencio y sosiego, sin tener necesidad de consideraciones ni discursos ni otras pruebas para convencerse, ya la voluntad la está amando, admirándose y gozándose en ella, ésta se llama oración de fe, oración de quietud, recogimiento interior o contemplación [p. 369].

Aquí no se está proponiendo una salida absoluta del lenguaje, sino la quietud y la contemplación dentro de un cosmos rigurosamente vertebrado por una verdad: una verdad que ya no se va a tocar, una verdad que se va a custodiar con el antivirus del silencio. Estaríamos ante una especie de paraíso lógico, un silencio intralingüístico, y sin duda delicioso: pero no ante un silencio total, no en un estado de conciencia en el que la mente está libre de formas, preparada para oír aquello que el lenguaje ni siquiera puede imaginar.

Otro texto de los antologados en esta obra muestra con mayor claridad el camino a ese beatífico encierro lógico también denominado “silencio”. Es una carta que San Juan de la Cruz escribió a las carmelitas descalzas de Beas. En ella encontramos estos consejos [p. 310]

Jesús María sea en sus almas, hijas mías en Cristo.

Mucho me consolé con su carta; págueselo nuestro Señor. El no haber escrito no ha sido falta de voluntad, porque de veras deseo su gran bien, sino parecerme que harto está ya dicho y escrito para obrar lo que importa; y que lo que falta, si algo falta, no es el escribir o el hablar, que esto antes ordinariamente sobra, sino el callar y el obrar.

Porque, demás de esto, el hablar distrae, y el callar y el obrar recoge y da fuerza al espíritu. Y así, luego que la persona sabe lo que le han dicho para su aprovechamiento, ya no ha menester oír ni hablar más, sino obrarlo de veras en silencio y cuidado, en humildad y claridad y desprecio de sí; y no andar luego a buscar nuevas cosas, que no sirve sino de satisfacer el apetito en lo de fuera, y aun sin poderle satisfacer, y dejar el espíritu flaco y vacío sin virtud interior.

Así, parece que hay silencios carcelarios, aunque esas cárceles sean paradisíacas: silencios de sumisión absoluta a un logos cerrado: a una verdad estructuradora de lo visible y de lo invisible. El que calla y contempla ahí dentro no está en silencio, sino hechizado por el rugido algorítmico (aparentemente silencioso) de un cosmos de palabras que se ha cobijado en su mente. Pero Ramón Andrés sí parece considerar que el silencio al que se han referido Miguel de Molinos y Juan de la Cruz es un verdadero silencio místico. Recordemos esta enigmática frase:

Estar sosegado en lo limitado es tarea del silencio [p. 11].

Creo no obstante que el tipo de silencio que intenta palpar el ensayo de Ramón Andrés es más radical. Es un silencio al que se accede tras la renuncia absoluta a cualquier estructura lingüística (a cualquier sistema de preguntas y respuestas/a cualquier verdad). Es el silencio que quedaría tras tirar la escalera a la que se refirió Wittgenstein al final de su Tractatus:

Mis proposiciones esclarecen porque quien me comprende las entiende finalmente como absurdas, cuando a través de ellas –sobre ellas- ha salido fuera de ellas. (Tiene, por así decirlo, que tirar la escalera tras haber subido por ella).

Yo he disfrutado mucho subiendo por esta escalera de Ramón Andrés. Y, por el momento, no pienso tirarla. La renuncia a la Poesía me parece una mortificación excesiva.

* * * *

A partir de esta crítica voy a tratar de exponer algunas notas muy provisionales todavía sobre la metafísica del silencio:

1.- El silencio sería lo absolutamente otro del lenguaje, de cualquier lenguaje. Sería una vía de acceso a la Nada [Véase “Ser/Nada“]. Esto es: sería el camino para ver/escuchar lo que hay aquí de verdad. Lo que pasa de verdad aquí mismo, ahora mismo (por decir cosas desde un lenguaje que no problematiza las categorías del tiempo y el espacio).

2.- Otra forma de acercarse a eso que sea el silencio sería escuchando el sonido que produce el poetizar de la Física. Según su actual descripción del universo (de lo que hay), el silencio no existe. En todos los rincones de esa inmensidad panmatematizada estaría retumbando el eco del Big Bang: esa explosión primigenia de la que habría surgido el universo entero.  Nos dicen incluso los físicos que esa radiación, ese rugido ubicuo, aparece en los televisores analógicos cuando su antena no está sintonizada (sería ni más ni menos que un 1% del total de las interferencias que chisporrotean ante nosotros). Nos dicen también que esa radiación de fondo (Cosmic Microwave Background) se manifiesta en ondas cuya longitud sería de 1,9 milímetros. Todo los que nos rodea y nos compone estaría vibrando con esa música, con ese grito inicial que precedió al nacimiento del universo. En el universo en el que la Física cree que estamos no hay silencio. Hamlet, según la Física actual, se equivocó. No hay silencio posible dentro de ese universo de cualidades primarias que empezó a dibujarse mientras Shakespeare escribía sus obras. Y Hölderlin estaría como un alma en pena buscando silencios imposibles por todos los rincones del Ser: un alma condenada al ruido eterno.

3.- Algunos pensadores, como Simone Weil, podrían tranquilizar quizás a Hölderlin asegurando que el universo de las leyes físicas es desconectable, que cabe apagar su sonido aparentemente eterno. Simone Weil habló de la Graçe como irrupción en lo físico de lo no físico, de lo no legaliforme. Ahí estaría, en mi opinión, la intuición fundamental -y la vivencia fundamental- de eso que desde el lenguaje se denomina “Mística”: cabe el silencio; un silencio radical que desactiva incluso ese cielo mental (ese kosmos noetos platónico) que hace creer, por hechizo, que existiera -en sí- un universo, el tiempo, el Big Bang, las microondas, y las longitudes. Estaríamos ante el silencio abisal, ante lo que oiría Dios antes de crear el mundo.

4.- Pero habría otro tipo de silencio, también sublime a mi juicio. No sería místico, sino estético. Podría llamarle “silencio intra-cósmico”. Es el silencio “interior” (el “silencio mental”) que es necesario para contemplar la belleza del mundo, de un mundo: del que sea, del que haya sido capaz de configurar el cielo de nuestra conciencia en una de sus infinitas autodifractaciones. Cuando, por ejemplo, se camina en silencio por un paisaje ordenado en función de un determinado sistemas de universales [Véase “Universales“] ocurre una plenitud estética, un gozo inefable que parece estar siendo sentido por el propio Creador dentro de su propia obra.

5.- La música. Se podría afirmar quizás que la música es una ordenada negación del silencio. O también, mejor, que la música es un sistema de embalsamiento de silencios, una hiper-ordenada red de silencios. Buena parte de este diccionario filosófico lo estoy escribiendo mientras escucho los conciertos para piano de Beethoven. Me ayudan a concentrarme. ¿Por qué? No lo sé muy bien, pero quizás sea que esa obra tiene muchos silencios ordenados, muchos lagos de silencio entrelazado donde puedo permanecer sosegado. “Estar sosegado en lo limitado es tarea del silencio”, afirma Ramón Andrés en su obra sobre el silencio. Una composición musical es un sistema de limitación de silencios.

6.- La imagen que silencia el cielo de este texto pertenece a una película excepcional: Die große Stille (El gran silencio), de Philip Grönig. Ese gran silencio es intra-cósmico, ocurre dentro de una música, de un ritmo muy riguroso que incluye rutinas, movimientos corporales, rezos, ideas, etc… La película nos permite observar algo del silencio que embalsa esa música invisible…  pero más sólida que los muros del propio monasterio. Considero no obstante que ese silencio intra-cósmico en el que vibran las conciencias y los corazones de los cartujanos abre ventanas al otro silencio, al extra-cósmico: el que permite sentir la brisa de la Nada (de “Dios” si se quiere) en la piel del alma (otra nada, obviamente). Por eso me ha parecido oportuno elegir una imagen en la que aparece uno de los cartujos asomado a una ventana.

7.- Cuando practico Yoga tengo que esforzarme para mantenerme en silencio dentro del monasterio de mi propio cuerpo. Hay momentos en los que, incluso, me digo a mi mismo que, por favor, guarde silencio. En realidad se lo digo a eso que llamamos “mente”, y lo digo desde un lugar que quizás Mircea Eliade denominaría “conciencia testigo”. El caso es que ese silencio es posible; y es glorioso cuando se consigue. En ese silencio se escucha la propia respiración como un mar calmado, vital, poderoso. Y se siente algo que podríamos denominar “lo sagrado”: una especie de infinito “interior” (aunque, en rigor, ya trasciende el dualismo interior/exterior). En meditación (tras la sesión de Yoga) intento aumentar la extensión y la profundidad de ese silencio. Ocurre entonces que ya no hay cuerpo-monasterio, ya no hay asanas (posturas, dinámicas esculturas de carne): ya se ha abierto del todo la ventana que comunica con la Nada. Después de la sesión de Yoga y de la meditación trato de mantener ese silencio sagrado: de estar en silencio -grave, respetuoso- bajo el cielo artificial -pero sagrado también- en el que vivo cobijado. Bajo algún cielo hay que vivir. No otra cosa es vivir.

Y ese vivir en silencio más allá de mis sesiones de Yoga y de meditación, cuando lo consigo, aumenta la belleza del mundo (de este mundo desde el que escribo) hasta niveles que no dejan de sorprenderme. También aumenta el caudal y la limpieza de todos mis manantiales interiores.

El silencio sublima la vida y aporta una misteriosa energía con la que podemos hacer prodigios.

Creo que es aconsejable aumentar los niveles de silencio, interior y exterior, de esta curiosa civilización en la que vibramos. Creo que aumentaría nuestra salud -global- de forma sorprendente. Kierkegaard acertó.

Por último: ¿por qué filosofar? ¿Por qué practicar esa sistemática negación del sublime silencio? Para mí la Filosofía, entre otra cosas, abre ventanas en el monasterio de nuestra mente. Ventanas a lo “sagrado”. Al “silencio extra-cósmico”. A la “Nada”. La Filosofía permite también visualizar, con estupor maravillado, el propio monasterio mental en el que se cobija nuestra conciencia. Y quizás también nos ubica en una posición desde la que cabría plantearse la construcción de nuevos monasterios: nuevas músicas donde habitar: nuevos discursos: nuevas bailarinas lógicas.

David López

 

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Las bailarinas lógicas: “Física”.

 

 

“Física”. Durante muchos años esta bailarina lógica fue casi capaz de hechizarme del todo. De apresarme en su baile gigantesco pero finitizante. De separarme de la Filosofía: esa bailarina que es capaz de bailar en el infinito (en la no legaliformidad). Gozósamente. Valiéntemente. Entusiásticamente.

Física. Proviene de Physis, palabra griega para “Naturaleza”. ¿Alguien sabe o ha sabido jamás qué es eso de “Naturaleza”? Otra bailarina lógica. [Véase aquí].

En este texto me voy a ocupar de la Física. Con mayúscula. Como Filosofía. No me gustan las minúsculas. Presiento detrás de ellas una lima que me inquieta.

La imagen que flota en el cielo de este texto representa a uno de los físicos teóricos más importantes del siglo XX: Richard Feynman. Quisiera que se observase con atención su gesto extático, entusiástico, su mano extendida, bella, poderosa, hipnótica; y su vestimenta, en la que aparecen símbolos de su magia: de su Logos: del gran Logos de la Física. Quisiera que se viese en esa imagen a un chamán, a un sacerdote, poseído por una diosa matemática; porque las matemáticas serían, según este chamán, la única expresión posible del funcionamiento de la realidad, del universo: esa -según él- bellísima masa de átomos uniformes bailando al ritmo de leyes físicas, matemáticas…

Las teorías físicas de Richard Feynmann han servido de punto de apoyo para la última obra publicada por Stephen Hawking (que ha sido escrita, al parecer,  por él y por Leonard Mlodinow). La obra se titula, en español, El gran diseño; y es, en verdad, un gran diseño… poético: una combinación hechizante de símbolos: una combinación de “Universales” [Véase] que pretenden decir algo de lo inefable, finitizar el infinito, crear un cosmos donde fabricar y, a la vez, refugiar, una conciencia finitizada.

No pensaba leer la citada obra de Hawking y Mlodinow para escribir este texto. Tengo mi despacho abarrotado de libros de Física que merecerían mil años de vida en mil islas desiertas. Pero el jueves pasado se me estropeó, casualmente (mejor, causalmente), el coche. Y a partir de ese ‘hecho físico’ se desplegó una insólita cadena causal que culminó en un paseo por la calle Ferráz de Madrid. Y en un escaparate de esa calle me asaltó la portada de El gran diseño (Crítica, Barcelona 2010; traducción de David Jou i Mirabent). Decidí comprarlo —aunque desde el determinismo que este libro establece no tuve opción para no hacerlo— y decidí también, también sin libertad, dejarme devorar por él: por su Poesía voraz: por sus hechizantes combinaciones de “universales”. ¿Estaba ya en el gran diseño de los multiversos, ya programado, que yo leyera este libro?

La metafísica implícita en las ideas que expone este libro nos obliga a contestar que sí.

Llegué a mi casa, encendí el fuego y, en sincronía con mis abedules y un sol neblinoso, me puse a leer El gran diseño. En la frase número quince recibí el puñetazo de un patoso, como de bar de western light, sin mala intención, como recibido de un borracho bonachón, risueño, medio dormido:

“Tradicionalmente, ésas son cuestiones para la filosofía, pero la filosofía ha muerto. La filosofía no se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física. Los científicos se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda del conocimiento”.

Miré la foto de Mlodinow. El rostro de Hawking ya lo conocía. Es un icono del siglo XX, como el Che, Elvis o Bin Laden. Mlodinow, mucho menos conocido que Hawking, aparece en una de las solapas de este libro muerto de la risa. Respiré profundamente.

Esta obra de Hawking/Mlodinow está llena de bromas, chistes, caricaturas… y concluye con una frase en la que, tras dar las gracias a ciertos colaboradores, se dice: “Por otra parte, siempre supieron dónde hallar los mejores pubs“.

Pero aparte pubs, cervezas, risas y puñetazos bonanoches, este libro ofrece miradores privilegiados para asomarnos, desde la Filosofía (la mirada de las miradas), hacia eso que se cree el físico -o algunos físicos- que es la Naturaleza. No olvidemos que la Filosofía analiza, también, las miradas: intenta explicitar esa fantasía, esa ubicación invisible, donde se cree que está cualquier emisor de modelos de mundo. La Filosofía explicita la bellísima artificialidad de los modelos, con respeto, con fascinación hacia la belleza y la eficacia de la Física, desbroza caminos (Jaspers [Véase aquí]) para que no se cierre el camino a lo inefable, a lo metamodélico. A lo prodigioso. A lo real.

Antes de exponer lo que siente mi mente cuando entra en ella a bailar la “Física”, quisiera sugerir los siguientes lugares de estudio:

1.- Los presocráticos. Sus obras fueron “sobre la Naturaleza”. Pero esa “Naturaleza” excedía, con mucho, lo que los físicos estudian hoy.

2.- Concepciones físicas de Platón. Cabría entender las sombras que se presentan en la caverna si se acude a conceptos matemáticos, los cuales tendrían su hábitat fuera de la caverna: fuera, por tanto, de lo que muchos físicos contemporáneos denominan “naturaleza” o “universo/multiverso”.

3.- La Física en Aristóteles: estudio de las causas segundas. El tema fundamental sería el estudio, la explicación, del movimiento… Pero todo, según este gigantesco filósofo, se movería hacia Dios, por atracción irresistible… hacia un Ser que en realidad no nos amaría, pero cuya belleza inefable tendría hechizado al universo entero.

4.- Nacimiento y desarrollo de la Física moderna: Galileo. Newton. La panmatematización de la Naturaleza. Elementos generalmente no problematizados de la Física moderna: la Matemática como lenguaje (y como esencia) de la Naturaleza; tiempo y espacio homogéneos y no causales; lo cualitativo siempre reducible a lo cuantitativo; materia corpuscular (esencialmente muerta e inconsciente) en movimiento; eliminación de la posibilidad de la acción a distancia; capacidad del hombre para explicar los fenómenos naturales mediante modelos; legaliformidad. Negación absoluta, por tanto, de la libertad y de la creatividad.

5.- La Física contemporánea. Reconocimiento de que toda Física teórica sería una creación de metáforas útiles: símbolos no representativos de ninguna realidad en sí, útiles para ubicarse en una Naturaleza inefable (tan inefable como el propio Dios), que se deja conocer y no conocer a la vez: una Naturaleza que no termina de ser ni objetiva ni subjetiva. Hay una obra de gran utilidad para sintonizar con el imponente logos [Véase “Logos“] que cosmiza actualmente la conciencia de muchos importantes físicos: Diccionario de lógica y filosofía de la ciencia (Alianza editorial). Los autores son Jesús Mosterín y Roberto Torretti.

Una parte de mis ideas sobre la bailarina lógica “Física” la voy a ir exponiendo en relación al libro de Hawking/Mlodinow. Debo reconocer que la lectura de esta obra me ha estimulado mucho. También me ha irritado. Pero mi enfado se ha ido aflojando cuando me he dejado llevar, acríticamente, festivamente, crédulamente,  por el gamberro y a la vez grave ritual desde donde estos dos chamanes anglosajones y baconianos han preparado sus brebajes de palabras. Brebajes que, como veremos, ofrecen a ‘nuestra’ mente (único hábitat de cualquier universo o multiverso) imágenes fabulosas: sueños prodigiosos: Ideas [Véase] capaces de enamorar a nuestra conciencia y de sacarla de paseo por el infinito.

Ofrezco a continuación mis comentarios a algunas de las ideas que Hawking/Mlodinow han expuesto en El gran diseño. Muchas de ellas, como se verá, son realmente sorprendentes por su radicalidad metafísica (no física):

1.- “La filosofía ha muerto”. Lo dicen en la página 11. Pero esta obra tiene algo ‘cuántico’ (una cosa puede ser a la vez onda y partícula… La Filosofía está muerta y viva a la vez…). Creo que merece la pena reproducir aquí, ahora, unas frases que aparecen en la p. 53 de El gran diseño –poético/chamánicode Hawking/Mlodonow: “George Berkeley (1685-1753) fue incluso más allá cuando afirmó que no existe nada más que la mente y sus ideas. Cuando un amigo hizo notar al escritor y lexicógrafo inglés Samuel Johnson (1709-1784) que posiblemente la afirmación de Berkeley no podía ser refutada, se dice que Johnson respondió subiendo a una gran piedra para, después de darle a ésta una patada, proclamar: lo refuto así. Naturalmente, el dolor que Johnson experimentó en su pie también era una idea de su mente, de manera que no estaba refutando las ideas de Berkeley. Pero esta reacción ilustra el punto de vista del filósofo David Hume (1711-1776), que escribió que a pesar de que no tenemos garantías racionales para creer en una realidad objetiva, no nos queda otra opción sino actuar como si dicha realidad fuera verdadera”. No obstante estos breves temblores de lucidez, es cierto que esta obra de Hawking/Mlodinow no es filosófica: no hay en ella un análisis o problematización lógicamente rigurosa de los presupuestos desde los que se construyen sus teorías: no hay conciencia del modelo de totalidad desde el que se generan sus modelos de universo o de multiverso.

2.- La teoría unificada —teoría M— es plausible (p. 16). Predice que nuestro universo no es el único, que otros miles de millones de universos fueron creados de la nada. Hay que excluir la intervención de un Dios o cualquier otro ser sobrenatural. Me pregunto: ¿qué es “natural”? ¿Lo visible? En realidad la Física ha sido siempre una Metafísica pura y dura: ha ofrecido modelos de lo que no se ve (el átomo no se ve, ni la ley de la gravedad) para explicar lo que se ve… No, es más: lo que se ve se ve así porque hay instalado un modelo de mirada. Volvemos a los universales [Véase “Universales“].

3.- Miles de millones de universos surgen naturalmente de la “ley física”. “Cada universo tiene muchas historias posibles y muchos estados posibles en instantes posteriores, es decir, en instantes como el actual, transcurrido mucho tiempo desde su creación” (p. 16). El modelo de totalidad donde se vertebra la conciencia de Hawking/Mlodinow tiene un presupuesto crucial y muy “ciudadano”: la ley. La Física se basa en la creencia en una naturaleza legaliforme, radicalmente determinista, donde no hay libertad, solo obediencia, obediencia a entes platónicos: las leyes físicas, o la teoría M, que no son visibles, sino presupuestas, narradas (esas leyes, esas diosas) por los chamanes de este credo eficacísimo en nuestra tribu… tan eficaz como lo fueron y los son todos los credos en todas las tribus. Veo en la Física un monoteísmo radical, único en la historia de las religiones, sobre todo en la Física que intenta no ser transcendente, la que intenta negar a un Dios o a un alma transcendente. Se trataría de admitir la existencia y el poderío absoluto de una especie de Faraón cósmico, no antrópico morfológicamente, que tendría sometidos todos los rincones posibles del Ser (de lo que hay), por muy descomunal que sea eso que hay: miles de millones de universos, todos existiendo a la vez, pero todos esclavizados en definitiva. Creo que algunos físicos tienen una conciencia esclavista: observan fascinados el reino de su señor invisible y se contentan con hacer predicciones, como esclavos que conjeturan cuándo vendrán sus amos a darles la comida o cuando llegará el momento de su ejecución.

4.- “Este libro está enraizado en el concepto de determinismo científico, que implica que la respuesta a la segunda pregunta es que no hay milagros, o excepciones a las leyes de la Naturaleza”. La afirmación que acabamos de leer merece ser unida a ésta: “Si ya nos parece difícil conseguir que los humanos respeten las leyes de tráfico, imaginemos lo que sería convencer a un asteroide a moverse a lo largo de una elipse” (p. 29). Esta frase es contradictoria en una narración que establece el determinismo radical. Si no hay libertad en esta matriz matemática de multiversos que parece ser la así llamada “Naturaleza”, no cabe cumplir o no una ley de tráfico, la cual estaría vertebrada en el descomunal corpus jurídico que amordazaría el Ser (lo que hay) en su totalidad.

5.- Ideas/sorpresa que he encontrado en este libro importante: “Los realistas estrictos a menudo argumentan que la demostración de que las teorías científicas representan la realidad radica en sus éxitos. Pero diferentes teorías pueden describir satisfactoriamente el mismo fenómeno a través de marcos conceptuales diferentes”. Y proponen estos autores una especie de estrategia gnoseológica que denominan “realismo dependiente de modelo” (p. 54). Esta estrategia nos exigiría aceptar que no hay teorías físicas válidas en sí (que no hay una verdad física fuera del cerebro humano, si es que es humana esa cosa). En la p. 59 se llega a decir incluso que, para teorizar el origen del universo, el modelo de Física de San Agustín es tan válido como el que acoge al Big Bang. (!)

¿Qué siento en ‘mi’ mente cuando la bailarina “Física” entra a bailar en ella? Algo así:

Claustrofobia, admiración, rebeldía y mucho respeto por la gran cantidad de honestidad y de trabajo que despliegan sus fieles.

Se podría decir que hay que agradecer a la Física (y a la tecnología que se basa en esta ciencia) el que podamos volar: gracias al conocimiento de las leyes de la Naturaleza parece que —nosotros— hemos podido fabricar aviones.

Pero nosotros, los “seres humanos”, en realidad no hemos construido los aviones. Ni los teléfonos móviles. Ni los ordenadores. Ni internet. Según el determinismo radical desde el que está poetizado el libro de Hawking/Mlodinow, los aviones se han construido en el mismo taller matemático (la misma factoría lógica) de la que han brotado las galaxias, los mares o las sonrisas de los niños: todo lo que hay en todos los rincones de todos los universos posibles es consecuencia necesaria del despliegue de una diosa descomunal que mantiene atrapado y sacudido todo lo existente.

El Gran Algoritmo.

Y no solo no hemos construido (nosotros) los aviones, sino que tampoco hemos generado ninguna teoría física: los cerebros de Hawking y de Mlodinow estarían programados para generar unas ideas concretas, no otras, sobre qué demonios sea esto de la “Naturaleza” y qué leyes la dirigen. Hawking/Mlodinow serían chamanes anglosajones poseídos por una diosa matemática omnipotente, poseídos para cantar, para poetizar, para hechizar, con símbolos pre-programados, al servicio siempre del despliegue esa diosa implacable.

Tengo la sensación de que la Física teórica —como cualquier otro chamanismo lógico, como cualquier otra magia de palabras— mete conceptos en la mente del feligrés y crea en ella mundos fabulosos, eficacísimos siempre. Todas las Físicas han funcionado siempre: son pócimas de ideas, y las ideas mueven con más poder que cualquier “ley natural”.

Cualquier Física teórica, como la que nos ofrecen con tanto buen humor Hawking y Mlodinow, es Poesía [Véase], baile lógico: una coreografía concreta para símbolos arbitrarios: un coreografía para bailarinas lógicas admisibles en un determinado ritual religioso.

Al final del libro de Hawking/Mlodinow aparece un “glosario”. En realidad se trata de un desfile de bailarinas lógicas, de sacerdotisas, seleccionadas para este baile de la mente. Todas atentas a los movimientos de esa mano que aparece en el cielo de estas frases.

En cierta ocasión, explicando el decisivo tema de los “Universales” [Véase], pregunté a una alumna qué es lo que veía, en ese mismo instante, más allá de los posibles recortes que podía hacer su mente con el impacto brutal de “lo que se presenta”. Respondió: “Nada”. Esa fue la respuesta más sabia y libre que he oído jamás. Esto nos llevaría a la nada que quiso pensar Kitarô Nishida [Véase].

Para mí —para mi conciencia si se quiere, y si es mía— lo que se nos presenta no es un “universo”, ni “Naturaleza”: es pura singularidad, puro infinito, pura no-legaliformidad, pura magia/creatividad/libertad.

En el glosario a que antes he hecho referencia aparece una curiosa bailarina. Se llama “Renormalización”: “técnica matemática diseñada para eliminar los infinitos que aparecen en las teorías cuánticas”.

Decir “la Filosofía ha muerto”, que es lo que dice Hawking, es una forma de re-normalización; porque la Filosofía nos abisma en la más prodigiosa e insoportable inmensidad.

Yo no eliminaría los infinitos. Sacaría a la mente de sus cobijos. Esas “apariciones” coinciden con lo que Simone Weil llamó Gracia [Véase]. Son irrupciones de lo sagrado, del inquietante “Demonio” al que se refirió Stephen Zweig, pero vivifican los universos cerrados en los que, con su mejor intención, nos quieren co-esclavizar los físicos-esclavos. Aunque me temo que no hay “renormalización” capaz de quitar el olor a Infinito que tiene cualquier rincón de cualquier universo (de cualquier casita de chocolate para la mente).

Ese olor, ese olor sagrado, silencioso, hiperfértil (fascinante y desasosegante a la vez), es el que yo quisiera que tuviera este diccionario filosófico. Por eso lucho contra la “renormalización” de mi mente, y ofrezco en este blog mis crónicas de esa lucha.

David López

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