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La bailarinas lógicas: “Fe”.

 

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“Tú ten fe y verás cómo se hacen realidad tus sueños”.

¿Tenemos a nuestra disposición, en cuanto seres humanos, esa fuerza descomunal? ¿Dónde se ejerce? ¿En qué espacio? ¿Con qué arcillas? ¿Arcillas de nuestra mente? ¿Arcillas de Dios?

Salvador Paniker, en una obra titulada Asimetrías, afirmó que la fe es la confianza en la realidad. Es una preciosa definición, aunque quizás pudiera estar sugiriendo cierto quietismo.

Sí parece, en cualquier caso, que la fe podría ser lo contrario del miedo, del miedo en sentido absoluto: de la desconfianza en la esencia más profunda de lo real. Y es sabido que la necesidad de sistema (de cobijo en cabañas de dogmas), e incluso la incapacidad de amar, podrían ser síntomas del miedo, esto es: de falta de fe; de fe en la realidad.

Unamuno [Véase]  nos ofrece sorprendentes (y bellísimas) reflexiones sobre el misterio de la fe en un texto publicado en 1900 bajo el título Tres ensayos (¡Adentro!; La ideocracia; La fe):

«P.—¿Qué cosa es fe?
R.—Creer lo que no vimos.»

¿Creer lo que no vimos? Creer lo que no vimos, no! sino crear lo que no vemos. Crear lo que no vemos, sí, crearlo, y vivirlo, y consumirlo, y volverlo a crear y consumirlo de nuevo viviéndolo otra vez, para otra vez crearlo… y así; en incesante torbellino vital. Esto es fe viva, porque la vida es continua creación y consunción continua, y, por lo tanto, muerte incesante. ¿Crees acaso que vivirías si a cada momento no murieses?

Y también lo hace en un capítulo de su obra Del sentimiento trágico de la vida que lleva por título “Fe, Esperanza y Caridad”:

“La fe nos hace vivir mostrándonos que la vida, aunque depende de la razón, tiene en otra parte su manantial y su fuerza, en algo sobrenatural y maravilloso. Un espíritu singularmente equilibrado y muy nutrido de ciencia, el del matemático Cournot, dijo: ya que es la tendencia a lo sobrenatural y a lo maravilloso lo que da vida, y que a falta de eso, todas las especulaciones de la razón no vienen a parar sino a la aflicción del espíritu (Traité de l´enchainement dans les sciences et dans l´histoire, & 329). Y es que queremos vivir.

“Más, aunque decimos que la fe es cosa de la voluntad, mejor sería decir acaso que es la voluntad misma, la voluntad de no morir, o más bien otra potencia anímica distinta de la inteligencia, de la voluntad y del sentimiento. Tedríamos, pues, el sentir, el conocer, el querer y el crecer, o sea, crear. Porque no el sentimiento, ni la obediencia, ni la voluntad crean, sino que se ejercen sobre la materia dada ya, sobre la materia dada por la fe. La fe es poder creador del hombre. […] La fe crea, en cierto modo, su objeto. Y la fe en Dios consiste en crear a Dios y como es Dios el que nos da la fe, es Dios el que nos da la fe en El, es Dios el que está creando a sí mismo de continuo en nosotros”.

En su obra Sobre la voluntad en la naturaleza, Schopenhauer incluyó un sorprendente capítulo titulado “Magnetismo animal y magia”. Una sola convicción ilumina todas las frases de este capítulo: el ser humano tiene acceso en su interior a la omnipotencia; a algo capaz de dejar en suspenso las leyes de la naturaleza y de provocar fenómenos imposibles. Pero, para ello, hay que creer. Creer, por ejemplo, que una barra de metal puede curar (mesmerismo). Basta con creer. Y con imaginar. Creer en que lo imaginado puede fecundar la nada.

Imaginación. Fe. Esperanza de lo inesperable. ¿Alguien conoce los límites lógicos de lo esperable?

¿Y quién/qué cree en nuestro creer? ¿Quién sueña en nuestro soñar? ¿Cuánto hay todavía por crear? ¿Es el ser humano, como pensó Sartre [Véase], una nada que se tiene que configurar a sí misma, darse sentido a sí misma ante la (para Sartre-obvia) inexistencia de Dios?

Llegados a este punto, creo que el concepto “fe”  se despliega en tres niveles semánticos, e incluso ontológicos y hasta éticos:

1.- Fe como creencia acrítica, perezosa, tribal, cobarde incluso: creencia de que determinadas teorías, modelos, ideas, son correctos, deben ser creídos. Hay que tener fe en lo dicho por otros.

2.- Fe como confianza en la realidad (en el sentido mencionado al comienzo de este artículo). Se siente, se está convencido, de que estamos en una especie de glorioso diamante, que la omnipotencia infinita nos ama. Que el infinito misterio es, a la vez, glorioso y que está atento a cada uno de nosotros.

3.- Fe como consciencia de que se tiene acceso a la omnipotencia, de que, mediante una especie de ritual de esfuerzo, cabe conseguir cosas que parecen imposibles. Estaríamos aquí quizás ante un Tapas consciente [Véase Tapas]. Creo que en este último nivel —que, en mi opinión, es el más elevado en todos los sentidos— cabe ubicar el trabajo. La fe sin trabajo no es verdadera fe.

La foto que sobrevuela estos apuntes muestra a un grupo de hombres construyendo un andamio en un espacio que parece ilimitado. Es una imagen que me produce un extraordinario sobrecogimiento estético y metafísico. Y es que veo en ella un sumatorio que resquebraja mi mente y la deja con olor a infinito; mejor dicho: a infinita creatividad. Si efectivamente nuestra fe tiene efectos creativos (configurativos de realidades objetivas), cabría visualizar en un todo armónico la suma de los actos de fe de todos los seres humanos: de todos los que existieron y existirán (si es que insistimos en atribuirlos a ellos —a nosotros— esa facultad excepcional de creer/crear).

Uno de los obreros (uno de los creyentes) de la foto parece estar fabricando el propio sol, al propio Dios-Sol. O, quizás, el sol como esfera ígnea dentro del dibujo mítico que la ciencia hace todavía del universo. Ese obrero, en cualquier caso, parece estar creando un decisivo foco de fuerza dentro del todo en el que él cree.

Trato de imaginar el rugido final de todos los actos de fe emanados de todos los seres humanos que existieron, que existen y que existirán. Y trato de pensar cuál puede ser la energía genésica resultante de ese gigantesco coro de sueños. Quizás cabría ver ahí la Creación con mayúscula (con un solo soñador de fondo, autodrifactado). Creación siempre viva, siempre fertilizando la nada. Creación ubicua y omnipotente, pero autodifractada en cada ser humano que es capaz de creer/crear: de tener “fe”.

La fe de Dios en la posibilidad de hacer real lo que Él imagina.

Yo no sé qué se está construyendo con el soñar de todos los soñadores… con ese gigantesco andamio que están levantando, a la vez, todos los que creen en algo. ¿Qué está creando Dios a través del creer/crear de sus criaturas? ¿En qué cree Dios? ¿No sería maravilloso poder asomarse a su obra, con las manos entrecruzadas en la espalda?

Tener fe es confiar en que algo grandioso se está construyendo, siempre, a golpe de sueños. A golpe de creencias. Y que estamos implicados en esa grandiosa construcción.

Por último, quiero compartir el estupor maravillado que me produce imaginar, atisbar, el sumatorio de actos de fe de todos los seres humanos, el estruendo de esa descomunal catarata de actos de fe (de sueños).

David López