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Las bailarinas lógicas: “Verdad”.

 

Alegoría de la caverna, de Michiel Coxcie.

Wittgenstein escribió: “¿Está entonces en mi poder creer lo que creo?” [Liegt es denn in meiner Macht, was ich Glaube?] Esta cita puede encontrarse en la anotación 173 de la obra que se editó póstumamente bajo el título Sobre la certeza [Über Gewissheit].

Yo respondería a Wittgenstein que no.  Que no está en su poder; al menos si su “yo” lo hacemos equivalente a “Wittgenstein”.

“Verdad”.

¿Es lo que busca la Filosofía? ¿Es lo que cree que encuentra la Ciencia? ¿Es lo que ofrecen los textos religiosos?

¿Para qué la queremos? ¿Para qué la buscamos? ¿Para poder sobrevivir? ¿Para calmarnos? ¿Para saber a qué atenernos? ¿Por curiosidad? (¿Y qué será eso de la “curiosidad”?)

¿Existe una verdad -entendida como realidad- ahí, objetiva, platonizada y platonizante, preparada para ser conocida de una forma más o menos imperfecta?

Durante quince años ejercí como abogado en Madrid. En mi mesa de trabajo —de mucho trabajo— había expedientes, contratos, informes, dictámenes, leyes, sentencias y libros de Derecho mezclados con los de Filosofía, los de Ciencia, los de Religión, los de Mística y hasta los de Magia. Aquel poliedro bibliográfico y existencial me ofreció imágenes que considero muy valiosas. Creo que muchas de las ideas que voy a exponer aquí brotaron de allí. Puedo ir adelantando que viví momentos muy parecidos a los que supongo que vivió Wittgenstein mientras escribía esas notas que, más tarde, se editaron bajo el título Sobre la certeza. A esta obra me he referido también en la palabra “Sueño” [Véase]. Y de aquellos días de abogado creo que vale la pena compartir aquí una sola certeza: no existe la certeza. Es más: ni siquiera cabe afirmar, con certeza, que no exista la certeza.

Por certeza entiendo un estado mental —y emocional— que excluya de forma radical la posibilidad de que algo  sea de forma distinta a como nos parece que es ahora o ha sido en el pasado.

La ausencia de certeza absoluta abre nuestra mente —y, sobre todo,  nuestro corazón— a configuraciones de lo real absolutamente inimaginables desde el nivel de conciencia que queda precisamente petrificado —desencantado, muerto— con la certeza absoluta.

La no certeza —el misterio del que habló María Zambrano; y también Kierkegaard— nos abre a lo prodigioso. A lo imposible.

Una de las propuestas que incluiré en este texto puede ser denominada “certeza absolutamente relativa”. Y voy a intentar dignificarla, sobre todo cuando me ocupe del tema de la veracidad como virtud ética (a mi juicio sagrada… y, a la vez, sacralizadora de la condición humana).

Un ser humano puede estar acusado de haber cometido una serie de actos intolerables, atroces, demoledores de la dignidad humana.

Pero nunca podremos tener la certeza -absoluta- de que ese ser humano hiciera aquello de lo que se le acusa. Es más: ni ese ser humano mismo podrá saber nunca, con precisión absoluta, si lo que él cree que hizo fue lo que realmente hizo. “Realmente”… “Realidad”. Una palabra difícil y fascinante [Véase “Realidad“].

Pero la sociedad, como sistema, debe poner un límite a su inteligencia colectiva —a su lucidez metafísica comunicable— y optar por lo práctico. Por otra parte, no queda más remedio que confiar en alguna institución humana la labor de juzgar: de decidir si un hecho ha sido o no real (dentro de la realidad que se comparte) y cuáles son las consecuencias jurídicas del mismo dentro de un sistema de normas. No obstante esta medida de eficacia ineludible, hay algo que debe, en mi opinión, estar por encima del sistema (por ser precisamente lo que da sentido a dicho sistema). Me refiero a la dignidad humana, incluyendo en la misma a los seres humanos que no la respetan.

Cualquier acusado debe ser respetado al máximo. Su presunción de inocencia debe ser sagrada para todos. Creo que la Filosofía nos puede ayudar a ser más lúcidos y más generosos. Cada vez estoy más convencido de la enorme salubridad de los vértigos filosóficos.

“Verdad”. Una palabra impresionante. Me voy a ocupar de ella, de forma todavía muy fragmentaria, y muy titubeante, desde varias perspectivas (metafísica, física, biológica, sociológica/epistemológica, inter-personal, intra-personal y, finalmente, mística).

Pero antes creo que puede sernos de gran utilidad hacer el siguiente recorrido por eso que se llama “historia del pensamiento” (pensamiento/sentimiento en realidad):

1.- Vedanta advaita. El modelo implícito en el concepto mismo de verdad sería un engaño (un auto-engaño). No existe, “en verdad” porque el dualismo sujeto-objeto, que es su condición de posibilidad, es un hechizo, una “mentira” estructural. No cabe decir nada de la objetividad porque el objeto no existe. Solo hay sujeto. Solo hay actividad imaginativa de Brahman. Y auto-hechizo consciente.

2.- Apara-Vidya [Véase]. Cabe una sabia renuncia a la sabiduría superior (la que diluye la posibilidad misma de la verdad)  para vivir en plenitud el despliegue existencial de Maya (de un mundo, el que sintamos como real). [Véase “Sueño” y mi concepto de “sueño amado”]. Ahí sí cabe la verdad, ahí es sagrada, ahí la mentira sí es un pecado. Y es ahí donde estamos ahora (en un lugar sagrado, extremadamente respetable, aunque sea una fantasía).

3.- Platón. La caverna. Sócrates da por válida la versión del prisionero que cree haber visto tanto la luz como las verdaderas causas de las sombras que los demás prisioneros dan por reales. Pero cabría dudar de su testimonio. Podría ser que aquel prisionero no se hubiera liberado, sino que, por el contrario, hubiera caído en el estómago dogmático-depredador de alguna secta. Y, gracias al poderío de su líder, ese prisionero “liberado” hubiese disfrutado, por fin, de la “Verdad”: de la paz y de la luz que envuelve -envuelve- al que ha visto lo que es verdad de verdad. Es muy probable que quien “comprende” sea, en realidad, “comprendido”, o “comprimido”… [Véase “Concepto“]. Por eso, creo yo, tantos sabios han repetido tanto eso de que “el que comprende, no comprende”.

4.- Aristóteles. De él proviene lo que después se ha llamado “concepción semántica de la verdad”: la correspondencia entre la palabra (o el signo en general) y la realidad. Pero los símbolos solo reflejan universales [Véase], lo cuales, a su vez, son fantansías útiles. Lo real no admite símbolo alguno, salvo que nos valga la palabra “Nada” [Véase].

5.- Escolástica. Hubo múltiples formas de acercarse al concepto de verdad. Habría que destacar la tensión intelectual, y emocional, que supuso para muchos de aquellos pensadores la existencia de dos tipos de verdades: la verdad de fe y la verdad filosófica (y la científica también). La definición de verdad que más éxito tuvo en la Escolática parece que fue la siguiente: adecuatio rei et intellectus. No obstante, aquellos pensadores que no otorgaron realidad a los universales optaron por utilizar la expresión “Veritas sermonis“. Verdad del discurso (intra-discursiva; o “intra-cósmica”, es  lo mismo). Al exponer mis ideas intentaré otorgar valor a este tipo de verdad, apoyándome sobre todo en principios éticos.

6.- Descartes. El discurso del método. Puedo fiarme de mis sentidos y de mi razón porque hay algo -Dios- que me asiste. ¿Me asiste para qué? ¿Para ser feliz? ¿Para mi plenitud dentro del mundo? Pero ¿quién soy yo? ¿Hasta dónde está dispuesto Dios a llegar para que se garantice mi plenitud? Creo que cabe conectar aquí con Berkeley y su idea de que Dios nos inocula realidad. Por amor. Sin más. Ahí no cabe conocimiento, sino, como mucho, gratitud; y plegaria. Cabría considerar aquí también la distinción que en su día hizo von Soden entre la verdad en sentido griego y la verdad en sentido judío. La primera sería equivalente a “realidad”. La segunda a fidelidad. Esta segunda presupondría, en mi opinión, la presencia de un ser libre y creativo capaz de modificar la realidad que se le presenta al ser humano (a sus seres queridos). La primera llevaría implícito un fijismo metafísico. No obstante, cabe visualizar el modelo judío como un sistema fijo en el que se desplegarían las conductas definidas en las Sagradas Escrituras.

7.- Hegel. No caben verdades parciales. Ni mentiras parciales tampoco. Todas ellas se ven anuladas y superadas a la vez  hasta llegar a la verdad absoluta; que es la que ofrece un sistema filosófico correcto (el de Hegel en concreto).

8.- Nietzsche. Hay que elegir entre la verdad y la vida. Verdad al servicio de la vida, de la supervivencia de la especie. Creo que cabe relacionar estas ideas con las propuestas de Umberto Maturana. Finalmente los cerebros (únicos hábitats de las ideas, según el modelo biologicista) fabricarían aquello que fuera óptimo para la supervivencia -y plenitud- del sistema viviente. Los sistemas vivientes no solo quieren sobrevivir (estar en el mundo). Quieren mucho más. En mi opinión, entre otras cosas, quieren alcanzar el estupor maravillado: esa sacudida inefable.

9.- Pragmatistas. La verdad como aquello que tiene fuerza motriz: lo que hace soñar, lo que consigue imponerse en el sueño lógico colectivo. Creo que una de las verdades más poderosas que han vibrado en el siglo veinte la poetizó Marx. Y sigue viva. Sigue hechizando. Sigue fabricando en muchas conciencias la “conciencia” de clase: de ser “trabajador”, por ejemplo.

10.- Ortega y Gasset. El hombre necesita saber a qué atenerse. Necesita algo a lo que agarrarse en el naufragio de su existencia.

11.- Post-modernidad. Lyotard (La condición postmoderna). Se trataría de ser conscientes -y quedar liberados- de los grandes metadiscursos que condicionan los distintos ‘discursos verdaderos’ que se disputan las mentes de los seres humanos. ¿Cabe esa conciencia y esa liberación?

12.- Baudrillard (el gurú de los guionistas y actores de la trilogía Matrix). La pecaminosísima sociedad capitalista se habría estrangulado a sí misma en una especie de infierno semántico. El mapa y el territorio se habría entremezclado creando una sustancia a la vez letal (desde un punto de vista filosófico) y a la vez narcotizante.

13.- “Realismo dependiente de modelo”. Esa esa la propuesta del último Stephen Hawking —y de Modlinov—. Tan válida, dicen ellos, es la teoría sobre el origen del universo que ofrece la cosmología moderna (el “Big Bang”), como la ofrecida por San Agustín. Toda verdad (teoría) es validada o no dentro del modelo de totalidad que le dé, o no, su sentido.  [Véase aquí mi artículo sobre Stephen Hawking].

Mis ideas -siempre en revisión- sobre el concepto de verdad se van ordenando así:

1.- En un nivel de conciencia advaita no cabe el dualismo verdad-mentira. No hay nada que conocer, no hay a quién mentir, no hay objetividad que registrar en un cerebro. Todo es imaginación dentro de la “mente” de un dios (por utilizar una palabra). En ‘verdad’ lo que hay ahora, aquí mismo- es la Nada/Ser [Véase]. Para ocuparnos de la palabra “Verdad”, como de todas, hay que activar —y sacralizar—la sabiduría inferior: Apara-Vidya [Véase]. Yo soy un devoto de la ignorancia sagrada: la que sacraliza los mundos imaginarios en los que se va internando nuestra conciencia.

2.- Desde los modelos de la Física (que es una sabiduría inferior pero útil, y muy bella), cabe afirmar que “verdad” será la correcta reproducción de una parte, o del todo, del universo en un sistema inteligente (esto es, en otra parte del universo). Habrá conceptos (formas cerebrales) más capaces de recoger realidad exterior: más capaces de modelizar regularidades y de hacer predicciones. Habrá por tanto —en sí— leyes verdaderas y leyes falsas: habrá un sistema de conexiones neuronales que represente la verdad el universo. Y ese modelo, esa forma neuronal, será además comunicable a otros miembros de la comunidad humana. [Véase “Cerebro” y “Física“.]

3.- Desde la biología llama la atención cómo unos seres vivos intentan lanzar mensajes a otros (mentiras) para ponerlos a su servicio (al servicio de sus genes, por simplificar). El virus miente a la célula y consigue convertirla en un sistema esclavizado. Estamos ante un fenómeno cibernético [Véase “Máquina“]. Todos los seres vivos (aunque el virus no llega a serlo en realidad) están implicados en una guerra cibernética sin cuartel, vida o muerte, nunca mejor dicho. La mentira es ubicua, sistémica, ineludible si ha de haber universo y vida en él.

4.- Saltamos a la sociología. Los grupos humanos organizados condenan la mentira. “No darás falso testimonio”. ¿Por qué? La economía, en concreto, requiere confianza. En el fondo somos un grupo de gente que camina junta, por la oscuridad, cogidos de la mano. Necesitamos manos firmes, honestas. No se puede caminar de otra forma. ¿Mienten los políticos? ¿Miente todo el mundo? No lo creo. Lo que ocurre es que las verdades se despliegan algorítmicamente a partir de las creencias no problematizadas. Una vez aceptada la mayor —la premisa que se muestra como verdad— el discurso ya está esclavizado: ya está dormido. Pero cabe incluso que ese discurso sea autocontradictorio y falte a sus propias verdades, o que haga saltos incorrectos desde el punto de vista de las leyes de la Lógica. Y es que, finalmente, “los cerebros” (“las conciencias” si se quiere) segregarán las verdades que necesiten para su optimización vital. El político —y el ciudadano, que, por cierto, también es un “político”— pensará y dirá lo que más le convenga. Sí ¿pero quién es él? Tengo la sensación de que, finalmente, todo mentir, y no mentir, son canalizaciones de una misma luz, de una verdad inefable. Todo se estaría haciendo desde el fondo del abismo. La mentira del político no es suya.

5.- La verdad y la mentira desde el punto de vista inter-personal. ¿Hay que decir siempre la verdad al prójimo, a nuestro prójimo? ¿Está antes la verdad o el amor? Pensemos en los Reyes Magos, esos seres maravillosos. Yo creo absolutamente en la veracidad: en el —dificilísimo— deber de no mentir, de no trasladar a otros realidades que nosotros creemos falsas (sin perjuicio de nuestra imposibilidad de tener la certeza absoluta de nada). La mentira es letal. Porque es una ingenuidad, una falta de perspectiva, una rotura de los cristales del alma, un escupir contra el viento. Tengo la sensación de que mantenemos estrechos vínculos telepáticos con las personas que nos rodean (o que ocupan nuestra conciencia). Todo se sabe. Y hay, además, algo misterioso al que no le gustan los mentirosos. Creo que cabe decir siempre la verdad (dentro de la comunidad humana), y hacerlo además con mucho respeto y con mucha ternura. Lo creo de verdad. Ese esfuerzo de veracidad propicia la irrupción de prodigios porque exige sacar lo mejor de uno mismo: elevarse muy por encima de uno mismo; precisamente para no tener que mentir sobre uno mismo; ni sobre nada en absoluto. Finalmente, el mundo se eleva porque lo hace la conciencia donde ocurre ese mundo.

6.- El tema de la verdad también tiene una dimensión intra-personal. El mentiroso tiene la conciencia troceada y ensangrentada. Vive en la antítesis absoluta de lo que Ortega [Véase] denominó “coincidencia del hombre consigo mismo” y, también, en la antítesis absoluta de lo que significa realmente la palabra “Yoga”: “unión”: unión del cuerpo, de la mente y de la conciencia. No engañarse a uno mismo: valiente y generosa contemplación del yo fenoménico (el yo que aparece ante nuestra conciencia).

Pero para eso —para no necesitar del autoengaño— hay que ser muy generoso con uno mismo: amarse mucho (cosa dificilísima por cierto, más de lo que parece, mucho más que amar al prójimo). Última pregunta: pero… ¿qué es ese “uno mismo”? ¿Qué se ama? ¿Quién/qué lo hace?

Creo que amamos, cuando amamos de verdad, productos oníricos, sagradas fantasías (o “meta-verdades”) que brotan de nuestro sagrado y omnipotente abismo.

Creo que cabría decirle a Wittgenstein que ese abismo -omnipotente, libre, mágico por completo- sí tiene el poder de decidir cuáles van a ser sus propias creencias (sus verdades/sus hechizos) en cada una de sus auto-difractaciones. En cada uno de sus mundos. En cada una de sus sagradas fantasías.

 

David López

 

Las bailarinas lógicas: “Luz”.

 

 

 

Luz.

En 1783 un poeta japonés llamado Buson, poco antes de morir, escribió esto:

        Últimamente las noches

        amanecen

        blancas como la flor del ciruelo.

Imagino al poeta irse muriendo bajo la luz blanca de una luna amanecida: irse muriendo, ir amaneciendo en otros mundos con otras luces. O, quizás, el poeta ya vio que la tiniebla es la luz: que la tiniebla es lo que ilumina, pero que no puede ser iluminado: que lo que nos ilumina proviene de lo que no podemos ver ni pensar.

“Luz”. Es otra palabra, otra bailarina lógica que va a bailar en este diccionario de transparencias y de abismos sin fondo.

¿Qué es la luz? ¿Se sabe? ¿Cómo la define el pacto lógico-social del momento? Veamos:

Real Academia Española:  “(Del lat. lux, lucis).  1. f. Agente físico que hace visibles los objetos”.

Pero, ¿cómo podemos saber que ese agente es físico si no lo vemos?

Wikipedia (español):  “Se llama luz (del latín lux, lucis) a la radiación electromagnética que puede ser percibida por el ojo humano. En física , el término luz se usa en un sentido más amplio e incluye el rango entero de radiación conocido como el espectro electromagnético, mientras que la expresión luz visible denota la radiación en el espectro visible”.

Hay mucha luz que no vemos.

En cualquier caso, tengo la sensación de que nadie sabe qué es la luz (porque es la luz lo que permite saber, lo que permite “ver cosas”, lo que ilumina el objeto que quiere ser aprehendido). La Ciencia, con su red de hipótesis/espejismo  la imagina -a la luz- surcando el universo entero, una y otra vez, como un huracán casi metafísico. Pero resulta que ahora ya (a partir de 1983) no sabe cuál es su velocidad porque ahora es la luz la medida de todas las cosas: lo que da estabilidad a la longitud de un metro. Más adelante contemplaremos la belleza de este espejismo.

La luz.

Dice la Real Academia Española que es un agente físico que hace visibles los objetos. ¿Es visible la luz en sí? ¿Con qué luz podremos ver esa luz que permite que se vea todo?

Decidí incorporar esta palabra a mi diccionario después de encontrarla en el de José Ferrater Mora. Recomiendo su lectura, aunque sea tan gélido como la luz del hielo. Intento no caer en la ingratitud. Y por él supe de la diferencia que algunos textos latinos medievales hicieron entre Lux y Lumen.

Lux sería la fuente luminosa: aquello de lo que brota esa sustancia prodigiosa. No es iluminable. No es visible.

Lumen sería el término que designaría los rayos luminosos: esos que rebotan entre los paisajes y las personas y los cielos y nuestros ojos configurando esa maravilla estética que llamamos “mundo”.

Puedo ir adelantando mis ideas básicas sobre lo que parece estarse nombrando con el vocablo “luz”:

        – No se sabe qué es la Lux (no lo sabe la Filosofía, ni la Teología, ni tampoco la Ciencia), pero todo es iluminación (Lumen): todo lo que se presenta como mundo (o como forma concreta en una conciencia).

        – Toda fuente de luz (estrellas, soles, velas, lámparas) es artificial. Es lunar si se quiere. Porque todo es artificial. Y toda aparente fuente de luz (estrellas, soles, velas, lámparas) es algo que se ve, que es observable,  por la luz… por otra luz que ya no es visible: la Lux, que es una tiniebla de la que brota luz infinita.

        Génesis, I, 3: Dijo Dios: “Haya luz”; y hubo luz. 

Quizás cabría decirlo así: “Dijo la Lux, haya Lumen; y hubo Lumen“: haya irradiación, desde la Tiniebla infinita,  de mundos observables desde dentro.

Antes de exponer con más detalle estas sensaciones, creo que puede ser útil hacer un recorrido, aunque sea incompleto y esquemático, por lo que la luz ha hecho sentir y pensar a algunos seres humanos:

1.- Platón. La caverna. Los prisioneros, si son capaces de librarse de sus cadenas, salen a la luz. Y son cegados por ella. La luz es la Verdad. Y la Belleza. Pero… ¿cómo saber que esa primera luz que ve el desdichado prisionero es la luz final, la Verdad? ¿No quedaría cegado también ese prisionero por una simple linterna? ¿Qué se quiere decir con expresiones como “y vi la luz”?

2.- San Mateo VI, 22: “la lámpara del cuerpo es el ojo”. Sí: una iluminación -tan sutil como el brillo de un viejo autobús-  nos puede encender enteros, convertirnos en un universo delicioso. Pero esa iluminación también puede entrar por el oído.

3.- San Juan I, 1-9: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él. Sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron. Hubo un hombre enviado de Dios, de nombre Juan. Vino éste a dar testimonio de la luz, para testificar de ella y que todos creyeran por él. No era él la luz, sino que vino a dar testimonio de la luz. Era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre”. Vemos, por tanto, una fusión lingüística entre Verbo y Luz: ambos creadores. Y la necesidad de que, a través de un hombre creado -Juan en este caso-, se dé testimonio del prodigio sagrado de la Luz. Quizás lo religioso no sea sino una sacralización de la luz (y de la tiniebla que permite la existencia de la luz).

 4.- El maniqueísmo. Manes (216-277 d. C.). En el origen hubo dos sustancias: Luz (el bien) y Oscuridad (el Mal; o la Materia). La gran lucha entre el Bien y el Mal (entre los ejércitos de la Luz y el Reino de las Tinieblas). No hay que extinguir el Mal, sino confinarlo en su reino. Desde ahí no podrá invadir el Reino de la Luz. La clave es la purificación. ¿La purificación de qué? Creo que se trata de purificaciones cósmico-lógicas: se apuntalan los discursos que rigen los cielos de las mentes de los que se creen en la luz. En una luz en concreto. Pero me temo que el maniqueísmo es ineludible. Todos somos y debemos ser maniqueos, al menos mientras nos creamos -y amemos- el sueño (la Creación) en la que vivimos. Bajo algún cielo hay que vivir y soñar. Y aquello que sea una grave amenaza para la estabilidad de ese sueño (un virus por ejemplo) será para nosotros la oscuridad. El Mal. [Véase “Mal“].  Stephan Zweig poetizó con maestría nuestro vínculo con la Tiniebla en esta obra: La lucha contra el demonio (Hölderlin.Kleist. Nietzsche), Acantilado.

5.- La Tiniebla. Dionisio Areopagita. Hay un libro sobre este poeta de la Tiniebla que creo que debe ser leído. Su autora es María Toscano: una teóloga/poetisa profunda y delicada que conocí  en Arenas de San Pedro, dentro del Círculo de Estudios Espirituales Comparados. El título de la obra es: Dionisio Areopagita. La Tiniebla es Luz (Herder) Reproduzo las frases con las que se presenta este libro en el gran mercado de las ideas y de las sensaciones:

En un mundo que percibe a Dios más como ausencia que como presencia, la actualidad de Dionisio consiste en hacernos patente que la luz está en la oscuridad. Nos muestra un camino, una forma de penetrar en el interior de la tiniebla luminosa en que acaba toda búsqueda. El mundo mediterráneo de los cinco primeros siglos fue un crisol de pensamiento vivo: la filosofía griega que culminaba en el neoplatonismo se encontraba con el cristianismo, el gnosticismo, el pensamiento hindú y el budista. Todo ello configuró el mundo de Dionisio Areopagita quien nos ha legado una obra imprescindible para entender las líneas maestras de la mística de Occidente. A pesar de que su persona permanece en la penumbra, el pensamiento de Dionisio Areopagita ha llegado hasta nuestros días. Filósofo, teólogo, místico, la huella del Areopagita es manifiesta en maestros como Eckhart, Nicolás de Cusa, San Juan de la Cruz o Giordano Bruno.

6.- El siglo de las luces. Voltaire, el profeta de la luz de la razón (de una razón) no incorporó la palabra “luz” en su diccionario. La Ilustración fue una luz que, por miedo, negó la Tiniebla: la aniquiló: no la dejó vivir en su reino. Y esto propició su propia asfixia: porque cualquier cosmos lógico [Véase “Cosmos” y “Logos“] necesita nutrirse de lo oscuro, de lo que no ve: necesita respetarlo, venerarlo, vincularse religiosamente a ello (nutricionalmente). La Ilustración, por miedo a la Oscuridad, creó un mundo de luz sin oxígeno: un cosmos cerrado, frío, invivible: es el “desencantamiento” del que habló Max Weber. Y el hombre -eso que sea el hombre- puede soportar cualquier cosa excepto el desencantamiento.

7.- El romanticismo alemán. Recomiendo este libro excepcional: Rudiger Safranski: Romanticismo (Tusquets, Barcelona, 2009). La traducción al español es de Raúl Gabás. En las páginas 112 y siguientes encontramos lúcidas reflexiones sobre las fascinación por la noche (por lo que no se ve, por lo que no se entiende) que experimentó Novalis. Y en la página 175 aparecen estas frases del Lowell de Ludwig Tieck:

Odio a los hombres que, con su pequeño sol de imitación, arrojan luz en todo crepúsculo íntimo y expulsan los deliciosos fantasmas de sombras, que habitan tan seguros bajo la glorieta abovedada. En nuestro tiempo ha surgido una especie de día, pero la iluminación romántica de la noche y de la mañana era más bella que la luz gris del cielo nublado.

Fichte, uno de los más poderosos hechiceros del romanticismo alemán, habló así de la luz y de nuestro yo transcendental:

 Nada ilumina al yo, sino que él mismo es luminoso y la absoluta luminosidad.              

 8.- María Zambrano. Leemos estas frases en su introducción a Hacia un saber sobre el alma (1987):

 Sin parangonearme con este ejemplar humano me atrevo a decir, ya que no se trata de ser más ni menos, de haber pasado toda mi vida en esa fidelidad a lo esencial de la actitud filosófica, es decir, de la ética del pensamiento mismo, de esa ética cuya pureza diamantina encontramos en la Ética de Spinoza y en el adentramiento singular, único, de Plotino, mediador de todo el pensamiento antiguo y aún de su recóndita religión para entregarlo más puro e intacto a la nueva época cristiana, ya que si no abrazó la naciente religión no fue por aquejamiento del ánimo sino por amor a la pureza del pensamiento. Y así, como se sabe, en la nueva y triunfante religión, ya católica, la filosofía de Plotino ocupa un lugar decisivo en su teología: el Deus de Deo, Lumen de lumine del símbolo de Nicea es literalmanete de Plotino. En definitiva, lo que se encuentra en Plotino es la universalidad de una religión de luz. Religión que tantas veces, rebosando el cerco de la Filosofía, se encuentra en algunos poemas, en algunos poetas, como la clave última de su poesía. Así en Federico García Lorca, cuando un poema dice, como clave última de todo su sentir: “Voy buscando una muerte de luz que me consuma”.

Pero no es esa luz final, poetizante, y principial, la única que ocupa el pensamiento de María Zambrano, sino también otra, que ella considera “infernal”.   También en 1987, en un prólogo a su magistral obra Filosofía y Poesía, Doña María confiesa lo siguiente:

Pero sí veo claro que vale más condescender ante la imposibilidad, que andar errante, perdido, en los infiernos de la luz.

Creo que esos infiernos a los que se refirió María Zambrano son los sistemas lógicos cerrados -ella hizo una equivalencia entre miedo y sistema. Un sistema cerrado sería un cielo tapado por ideas: un cosmos asustadizo, cobijado en una caverna de palabras por miedo a la intemperie de la noche (sin saber quizás que quizás la noche es Dios). Sin saber que la Fe es confianza en la Tiniebla.

 9.- La luz desde el discurso cientista actual. Vuelvo a recomendar esta compañía de bailarinas cientistas: Diccionario de Lógica y Filosofía de la Ciencia (Jesús Mosterín y Roberto Torretti, Alianza Editorial, Madrid, 2002). Está escrito desde la generosidad y la devoción. Es una gran herramienta para entender el poetizar -y el ver y el demostrar- de la Ciencia actual. Hay dos bailarinas cuyo baile conjunto produce estupor maravillado (la sensación básica del filósofo). Una es “Velocidad de la luz”. La otra es “Metro”. Al parecer, desde 1983 es el metro el que puede tener una medida concreta gracias a la luz y su vuelo por el espacio. Ahora es la luz la medida de todas las cosas… visibles. La definición que este diccionario da de “luz” es la siguiente: “Radiación electromagnética, particularmente la visible para el ojo humano, con frecuencias comprendidas aproximadamente entre 3,8 x 10 [a la catorce] Hz y 7,7 x 10 [a la catorce también] Hz.” Y ya está. Pero… ¿qué es exactamente una radiación electromagnética?

¿Es la luz -la iluminación- algo que brota del más oscuro centro de la Materia (sea lo que sea eso de “Materia”)?

Mis sensaciones con ocasión de la luz son las siguientes (por el momento):

1.- La tiniebla es fuente de luz infinita. Y la luz es irradiación desde la Tiniebla. Todo -lo que existe- es luz. La Tiniebla no existe. Está más allá de la tensión dialéctica existencia/no existencia. El que busca la luz -el que ansía conocimiento/o salvación- es un ser hecho de luz que busca luz en la luz. Ese es el misterio descomunal de la existencia misma de la ignorancia y, por lo tanto, de la existencia misma, en el Todo, de ese fenómeno que es la Filosofía, o la Ciencia o la Teología. Un texto filosófico es algo que escribe la luz, en la luz, para la luz (entendida como Lumen, como irradiación).

2.- La Fe es la confianza en la luz que envuelve y dirige el baile prodigioso de las luces y las sombras. La Fe sería algo así como confianza en la radiación ubícua de luz en la Creación. En toda Creación. Y en toda Descreación también: en la vida y en la muerte. También podría decirse que la Fe es confianza en la Tiniebla; y en sus irradiaciones lumínicas. En las dos cosas.

3.- Las palabras -esas vibraciones- comparten la naturaleza (física si se quiere) de la luz (en cuanto Lumen). Dan vida. Ofrecen mundos enteros. La música es también, como la luz y la palabra, una forma de vibración que tiene eso que sea la Materia (esa inefabilidad fabulosa): [Véase” Materia“].

 4.- La luz (Lumen) es siempre artificial: artificialidad sagrada: es siempre creada, irradiada desde el fondo invisible de lo visible. Sin embargo la Lux -lo que ilumina- no es visible, sino Eso -infinitamente oscuro- que permite la visibilidad: la existencia de las cosas y sus mundos ante un observador. También tenebroso: Él no puede mirarse a sí mismo, porque Él es la fuente de la luz.

5.- Los universos cerrados -o aparentemente cerrados- ofrecen también una luz que parece propia. “He visto la luz” dice el recién llegado (el recién cegado). Son cobijos cósmicos para reposar en nuestro vuelo por el infinito. “El que comprende…” El que comprende, en mi opinión, comprime su conciencia. Por miedo a la no-comprensión. Por miedo a la oscuridad exterior (que no es sino un infinito de luz). Creo que la Filosofía puede servir para abrir las ventanas de los universos demasiado cerrados, para que entre otra vez la luz, esa luz invisible de la que han nacido: el oxígeno que, aunque letal sin duda, es también su única fuente de vida. Muchas sectas ofrecen luz; hablan y hasta desprecian a los que viven “en las sombras”. Muchos sectarios dicen haber visto la luz. La paz lógica -el sosiego de la finitización y la fanatización- puede encender una vela provisional en nuestra conciencia. Pero esa vela termina por consumir el oxígeno de todo nuestro universo. No hay que temer al “exterior”. A la Tiniebla. Ella permite hablar de la “luz”. Es la matriz nutricia de todos los universos.

6.- Buena parte de los físicos se ven obligados actualmente a aceptar la doble naturaleza corpuscular y ondulatoria de la luz. Si aceptamos su naturaleza corpuscular, cabría afirmar que nuestra relación con la luz es táctil, voluptuosa: nuestros ojos son tocados por fragmentos de luz que pueden haberse desprendido de las estrellas. Cabría por tanto sentir cómo nos tocan las estrellas -y las personas de la calle- en la piel de nuestros ojos. O mejor aún: cabría considerar nuestra relación con el universo entero como un ser tocados por la luz (por distintas longitudes de onda; o por fragmentos de luz).

7.- Hay un tipo de luz que quizás no pueda meterse en una ecuación. Me refiero a la que se siente en el fondo del “alma”. Ocurre que esa luz puede variar su intensidad en función de lo que se va presentado en el espectáculo -exterior e interior- de la vida. Así, cuando vamos a recoger a un ser querido a la salida de un vuelo, toda la luz del mundo parece concentrarse en su rostro, en su sonrisa, en su abrazo. Esa luz cabe dirigirla -conscientemente- a cualquier porción del infinito que nos rodea. Y esa porción lo nota, queda iluminada por ese acto nuestro de voluntad lumínica.

8.- Los mundos -los cosmos- tienen su sistema de iluminación propio. Cada cielo de ideas proyecta su peculiar sistema de luces sombras en todo lo que se presenta como realidad única ante la conciencia que ha sido tomada por ese cielo ideológico. Una mujer en top-less puede, bajo un determinado cielo ideológico, ser una sombra, una degeneración lógico-moral. Bajo otro cielo, en cambio, puede ser un lugar luminoso, fresco, limpio, libre: una epifanía de la feminidad sagrada que nos dio la vida y nos nutrió al comienzo de nuestra vida. Lo curioso es que ese iluminarse o ensombrecerse de lo real en función de las ideas tiene una manifesfación física: es visible.

9.- Siempre he sentido una casi insoportable fascinación por la luz; bueno, dicho con mayor rigor quizás: por las iluminaciones (Lumen). En mi novela El bosque de albaricoques quise apresar un instante de luz prodigiosa que me inundó frente de un valle de Gredos donde vibran los sueños y las cenizas de mis padres. Era una luz de color oro que irradiaba desde dentro de toda la materia: rocas, nubes, gotas de lluvia, líquenes. Aquella luz me pareció excesiva. A veces la Creación (este sueño/este Maya) muestra un exceso de amor y de talento por parte de su Creador. Un exceso de luz.

10.- Alguna pareja de enamorados ha sentido, de pronto, en un abrazo, ser físicamente atravesados por una gigantesca estaca de luz. Luego se han mirado aturdidos -abrumados por la inefabilidad de lo real- y han decidido no hablar de ello. El misterio de la luz.

En cualquier caso, contemplar las iluminaciones es algo prodigioso. El veinte de febrero, tras un fatigoso día de estudio,  salí a pasear en radical soledad por los paisajes que rodean mi casa de Sotosalbos. Quería atrapar alguna luz y transmutarla en frases. Con las manos muy frías sobre una libreta mojada tomé algunas notas que luego apenas he podido descifrar. A partir de ellas se me ha ocurrido escribir esto aquí:

 

        Última luz de este día de invierno.

        Luz que empieza a renunciar a sí misma.

        Llueve luz y misterio en el silencio de la tierra y de los musgos.

        Las montañas son transparentes como las nieblas

        y como los brazos de los árboles.

        Luz pastel, y azul, y gris.

        Luz infinita en el silencio infinito, creándolo todo.

        Los árboles -iluminados- estiran sus brazos para buscar más luz.

        Más luz todavía.

        Más belleza todavía.

Por último,  quisiera compartir un misterio. Cuando entra y sale gente de esto que llamamos “mundo”, o “vida”, o “realidad”, ocurre a veces -al menos eso es lo que yo he visto- una mutación en la luz ambiente: la luz se sublima. Es como si, en esos momentos fronterizos, se hubiera abierto y cerrado alguna puerta que desde aquí no puedo teorizar: como si irrumpiera de pronto y de forma fugaz un tipo de luz que sólo existe en la zona no visible.

Creo que la Filosofía debe colocar en su mesa de trabajo todos los hechos y sensaciones, aunque no disponga de modelos donde ubicarlos.

David López

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