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Las bailarinas lógicas: “Estado”

 

 

“Estado”. Dice el Tao Te Ching que es un aparato muy espiritual. Muy delicado. ¿Estará -ese “aparato”- también hecho con la misma materia con la que, según Shakespeare, se hacen los sueños? Creo que sí. El mundo es una red de sueños y soñadores.

Pero podría ser que, con ocasión de la histórica pandemia provocada por el coronavirus, esos sueños mutaran en pesadillas, que los Estados se hipertrofiaran y que el ser humano perdiera, por miedo, su sacra libertad: que dejara que el Estado entrara, y edificara, y gobernara, en los más sublimes valles y bosques de su alma. Sería un gran error, pues el Estado, por sí mismo, carece de vida, de alma, de magia, de sacralidad: no es nada sin el prodigio del ser humano individual. El Estado puede ser una amenaza real para la ecología del alma. Pero puede ser también un garante (una especie de macro-sacerdote) de esa sacra ecología.

“Estado”. ¿Qué es eso? ¿Alguien lo ha visto? ¿Alguien lo ha podido tocar, oler?

¿Es el Estado una creación humana o al revés?

La inquietante imagen que vive en el cielo de este texto corresponde a un fabuloso ser vivo denominado Dictyostelium discoideum. También conocido como “Moho del fango”. Supe de él leyendo esta obra: Emergence, de Steven Johnson. Ese moho me parece una imagen perfecta de un Estado. Lo explicaré más adelante. Otra imagen perfecta de Estado es, en mi opinión, la que aparece en el video que incorporé en el texto que explica lo que entiendo por “Bailarina lógica” [Véase].

Antes de exponer mis ideas sobre eso que haya detrás de la palabra “Estado”, creo que puede ser muy útil, como propedéutica, caminar y escuchar por los siguientes parajes:

1.- El Tao Te Ching. “Poder amar al pueblo y gobernar el Estado, sin actuar”./ “El imperio es un aparato muy espiritual. No se puede manipular con él. Manipular con él es estropearlo. Cogerlo ya es perderlo”. (Tao Te Ching, traducción de Carmelo Elorduy, Tecnos, 2000). Creo que “manipularlo” es, simplemente, corromperlo. No ponerlo al servicio de la plenitud, de la sacralización del ser humano. Que el ser humano no sea el fin único del Estado, sino su medio, la materia de la que se nutra.

2.- Los sofistas de la antigua Grecia. El Estado sería equivalente a una mezcla de lo que ellos denominaron “Polis” y “Nomos”.  ¿Es el Estado –Polis/Nomos– el enemigo del hombre? ¿Es simplemente un instrumento en manos del poderoso? Protágoras de Abdera: el Estado sería un pacto colectivo derivado de la necesidad (de la connatural indigencia humana). Trasímaco: el que gobierna llama justo a lo que satisface su interés egoísta. Gorgias: el Estado al servicio del más fuerte; y el más fuerte es aquél -ser humano- que domine la palabra. Volvemos a nuestra diosa Vak (la palabra que habla y alardea de su propio poder en el Rig Veda). Tal como parece que pensaba Gorgias, el hombre (poderoso) se creería dueño de esa diosa. Foucault [Véase], o Levi-Strauss [Véase], entre muchos otros, creyeron, o al menos dijeron, lo contrario. ¿Es la palabra entonces la que gobierna los Estados, o gobiernan ellos en virtud de la palabra… estatalizada? Respecto de los tesoros de ideas disponibles en la antigua Grecia no dejéis de leer  estas dos obras: W. K. C. Guthrie: A History of Greek Philosophy (Cambridge University Press, 1969). Edición en español: Historia de la Filosofía Griega (Gredos, Madrid, 1988); y Sofistas: testimonios y fragmentos (introducción, traducción y notas de Antonio Melero Bellido, Gredos, Madrid 1996).

3.- Agustín de Hipona y la Ciudad de Dios: el Estado sería una congregación de hombres que tienen unas creencias comunes. Y que comparten un objeto de su amor. San Agustín distingue entre una ciudad celeste espiritual (civitas coelestis spiritualis), una ciudad terrena espiritual (civitas terrena spiritualis) y una ciudad terrena carnal (civitas terrena carnalis). Hay una página en internet que me parece de enorme utilidad para quien quiera estudiar a este gran pensador y sentidor cristiano. Es ésta: http://www.augustinus.it/. Y una obra de gran interés sobre la posible pervivencia y transformación del concepto de Ciudad de Dios a lo largo de la historia es la siguiente: E. Gilson:  Les métamorphoses de la cité de Dieu (Vrin, Paris 1952). Edición española: La metamorfosis de la ciudad de Dios (Rialp, Madrid 1965). En mis conclusiones afirmaré que todo proyecto político debe contar con un modelo de “Ciudad” ideal y amarlo. Y que cualquier Estado es, siempre, “civitas spiritualis”.

4.- Thomas Hobbes. Leviathan. El estado como monstruo necesario, y violento. Ese monstruo es es la única forma de frenar la “guerra de todos contra todos”. Triste. Vergonzoso. ¿No crees?

5.- Baruch Spinoza: Tratado teológico-político (Alianza editorial, Madrid 1986). Al final de esta obra se dice que “nada es más seguro para el Estado, que el que la piedad y la religión se reduzca a la práctica de la caridad y la equidad; y que el derecho de las supremas potestades, tanto sobre las cosas sagradas como sobre las profanas, solo se refiera a las acciones y que, en el resto, se conceda a cada uno pensar lo que quiera y decir lo que piense”. Creo que este consejo de Spinoza es de inmensa valía. Sin libertad de pensamiento y de expresión no hay persona humana.

6.- Nietzsche: Así habló Zaratushutra. En el capítulo titulado “Sobre el nuevo ídolo”, el filósofo del martillo dice esto: “Ahí, donde termina el Estado, ¡mirad bien hermanos míos! ¿No veis el arco iris y los puentes del Super-ser humano”. (Edición de Colli y Montinari, Deutscher Taschenbuch Verlag, München 1999, p. 64). A partir de estas frases de Nietzsche cabría decir que todo Estado necesita de seres humanos que se aparten de él para, así, revivificarlo con nuevas ideas: nuevas cosas a las que amar colectivamente: nuevos sueños que soñar en red. Y ese apartarse del Estado no tendría que implicar un acto ni siquiera físico. Valdría una cierta capacidad mental de -relativa- desprogramación: de lúcida y revivificante distancia. Nietzsche en realidad se consideró una especie de terapeuta de la civilización: creyó en la creación de algo así como un “logos azul” que podría modificar el estado de conciencia de eso que, desde este nivel de conciencia, llamamos “Ser humano”.

7.- Simone Weil: “una vida colectiva que, aun animando calurosamente a cada ser humano, le deje a su alrededor espacio y silencio”. Creo que no pueden no leerse: La pesanteur et la grâce (Plon, Paris 1988). En español: La gravedad y la gracia (Traducción e introducción de Carlos Ortega, Trotta, Madrid 2007). Y: L’Enracinement, prélude à une déclaration des devoirs envers l’être humain. En español: Echar raíces (Presentación de Juan-Ramón Capella, Trotta, Madrid 2014).

8.- El moho del fango (Dictyostelium discoideum). Me parece muy interesante este libro: Steven Johnson: Emergence. The Connected Lives of Ants, Brains, Cities and Software (Scribner, New York, 2001). Edición española: Sistemas emergentes. O qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software (Turner-Fondo de Cultura Económica, Madrid 2003). La tesis fundamental de esta obra es que los sistemas (como las ciudades por ejemplo) se organizan “de abajo arriba”, sin una guía superior. Todo funcionaría perfectamente sin que nadie -ninguna inteligencia particular-sepa cómo funciona. El moho del fango sería un sistema biológico prodigioso: una congregación espontánea de seres vivos individuales que, temporalmente, dejan de ser varios y pasan a ser uno: pasan a querer, a amar, a ser, lo mismo. Yo sostendré que eso podría ser un Estado: ilusión colectiva. Pero frágil. Casi delicuescente.

Ofrezco a continuación algunas reflexiones personales:

1.- El tema del Estado -o la “Ciudad” en sentido amplio- me parece de importancia capital. El ser humano -el individuo- es social y esa sociedad, ese cuerpo, es determinante para sus posibilidades de desarrollo. Y viceversa.

2.- El Estado como objetivización y, a la vez, garante, de sueños colectivos, como una divinidad meta-antrópica, un Dios creado por el hombre y creador del hombre que usa la violencia, y el amor, a la vez, para cohesionar voluntades e ilusiones particulares. Pensemos en el cuadro de Escher en el que dos manos se pintan (se otorgan realidad, se configuran) recíprocamente.

3.- El Estado es un ser muy poderoso: controla, en buena medida, la educación: el programa básico de los soñadores. El Estado instala un cosmos entero en la conciencia de sus ciudadanos. Se puede decir que el universo entero es estatal, porque es un producto educacional. No sabemos como es el universo en sí: solo sabemos cómo es el universo que nos ha narrado el Estado.

5.- El Estado se crea discursivamente (se teoriza) a sí mismo, como un Dios con cierta aseidad. El Estado depende de los cerebros estatalizados de sus ciudadanos para existir en la materia, y también para recibir materia discursiva: el Estado es algo pensado, teorizado, por los ciudadanos estabilizados.

6.- Un buen Estado debe fabricar ilusiones permanentes. Ilusiones posibles. Un estado debe ser algo así como Dream Works. Su mayor amenaza no es, como dijo Hobbes, la guerra civil, sino el aburrimiento: la falta de ilusión: la ausencia de hechizos capaces de movilizarnos bioquímicamente (por utilizar una palabra aceptada hoy día por el sistema educativo de este Estado).

7.- Un fenómeno desconcertante, metafísicamente fabuloso: el Estado es una fuente poderosa de emisión de Logos (el sistema educativo, la Ley, medios de comunicación, etc.). Pero esa emisión, a la vez, está nutrida por la emisión lógica de sus ciudadanos: por lo que piensan y dicen. Estamos ante un flujo lógico impresionante y desbordante para nuestra inteligencia, digamos, estatalizada: el conjunto y la parte se autofecundan permanentemente: no se sabe dónde está el poder.

8.- ¿Cómo será el “Estado en sí”, esto es: no mirado a través de nuestra conciencia estatalizada?

9.- El Estado es un mito que se hace a sí mismo. Una fuerza invisible que modifica la materia al servicio de ese mito (armas, por ejemplo). Es pura magia pragmática al servicio de una idea. El Estado controla incluso la narración histórica. Es su raíz lógica. Su teogénesis. Creo que puede ser útil aquí leer la palabra “Historia” [Véase].

10.- “Ciudad de Dios”. Si por “Dios” entendemos la Idea superior a la que debe estar -o está de hecho- sometido todo lo que se entienda por “real”, cabría afirmar que todo modelo de Estado presupone la creencia en una “Ciudad de Dios”. La sociedad sin clases que soño Marx sería un ejemplo. Otro lo sería ese mundo de paz y armonía globalizada, basada en la Democracia, los Derechos Humanos (con mayúscula), etc. Otro lo sería una Humanidad completamente islamizada, sin un solo “infiel”.

11.- Creo que, mientras vivamos vertebrados con otros seres humanos, es crucial que amemos esa vertebración: que amemos el Estado; y que ese amor nos lleve a querer lo mejor para “él” (la mejor forma para “él” si se quiere, lo cual implicaría una constante vigilancia, y la asunción de algo así como un modelo ideal: una “Ciudad de Dios”). Y el Estado debe amar, incondicionalmente, a sus ciudadanos. A todos.

12.- ¿Cuáles son los límites físicos, o incluso espirituales, del Estado? ¿Cuáles las fronteras entre el Estado y la Naturaleza? Ninguna. Ya afirmé antes que tengo la sensación de que el universo (como modelo, como narración, como Cosmos) es estatal: forma parte de la estatalizada forma de mirar al infinito misterio (la magia) que nos envuelve y que nos constituye. [Véase”Naturaleza”].  Pero podría decirse también que esa infinita magia arde también (con fuego consciente) en todos los rincones lógicos y físicos y burocráticos de todos Estados. Esos seres “artificiales” no pueden escapar de la tormenta de prodigios que sacude todos los rincones de lo real. Nada puede hacerlo.

13.- Desde la Apara-Vidya [Véase] que yo venero, creo que un Estado debe tener un objetivo ineludible: encender los ojos, de los niños primero, y de los que no lo son después. Un Estado debe ser capaz de generar ilusiones sostenibles (para poder seguir soñando). Y, sobre todo, debe ser capaz de actualizar seres humanos (desarrollarlos en plenitud). Esa actualización, como diría Aristóteles, ocurre cuando el ser humano activa plenamente el filósofo que lleva dentro.

14.- Pero no solo la Filosofía debe ser propiciada y amada por el Estado, sino también la creatividad de sus individuos: precisamente de ahí obtiene él sus nutrientes, su vida misma, su textura onírica, su poderío ilusionante.

15.- Los estados totalitarios, hiper-colectivistas, primero secan los manantiales espirituales de sus ciudadanos y después, se secan ellos por completo.

16.- En “estado” de meditación desaparece el “Estado”. Pero, a su vez, un Estado debe ser capaz de entregar espacio y tiempo a sus ciudadanos para que puedan meditar. Pues será gracias a esos espacios, a esos silencios, como podrá entrar en el Estado la energía infinita de lo sagrado.

17.- Un Estado que propicie, con amor y con respeto, la Filosofía y el Arte sentirá muchos más vértigos, deberá asumir -él y sus ciudadanos- posturas mentales más difíciles, pero disfrutará -él y sus ciudadanos-, todos, del olor de la brisa de la fertilidad y de la belleza infinitas. Estará vivo de verdad: sublimado.

Cabría por tanto acuñar el concepto de “Estado sublimado” y luchar por su materialización: que ese Verbo se haga carne.

David López

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Las bailarinas lógicas /Un diccionario filosófico: “Arte”.

 

 

Lo que aparece sobre esta frase es una fotografía de un cuadro que pintó Leonardo DaVinci y que lleva por nombre Salvator Mundi. Un avatar de Dios (Jesucristo) hecho materia por un artista que ha sido divinizado por la historia de nuestra civilización. Se dice que, al día de la fecha, es el cuadro por el que más dinero se ha pagado jamás: 450 millones de dólares. Quizás estemos ante la porción de materia más cara del universo. Un cuadro. Materia transformada por la mano humana, por el corazón humano: materia mutada dispuesta a producir estados de conciencia excepcionales a quien la observe.

Estamos ante una obra de Arte. ¿Qué es el Arte?

La Real Academia Española ofrece esta sobria definición: “Manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”.

Esta Academia ofrece otras definiciones para el arte entendido como habilidad humana, como virtud, como técnica, etc. No me voy a ocupar de ellas aquí.  Mi propósito es aproximarme a eso que sea el “Arte” desde dos perspectivas: la metafísica (la filosófica) y la puramente física (si es que sostenemos que la Física no es, en realidad, una Metafísica).

Desde la Metafísica [Véase] surgen, como mínimo, estas preguntas: ¿Qué es el Arte, qué lugar ocupa en la gran dinámica de la totalidad? ¿Cabe dibujar un modelo de totalidad en el que incluir el fenómeno del Arte? ¿Es el Arte un fenómeno crucial, una muestra privilegiada,  para acometer una profunda antropología, o una psicología si se quiere, o incluso una sociología no cegada por los límites que impone su objeto de estudio?

Desde la Física, por su parte, surgen preguntas fascinantes: ¿Cómo visualizar, desde un punto de vista radicalmente físico, o materialista, el fenómeno del Arte: la inspiración, la creación, la comunicación de lo creado, la alteración del estado de conciencia del receptor de la obra? ¿Qué es, físicamente, molecularmente, o cuánticamente, una obra de Arte como la Piedad de Miguel Ángel o la Pasión según San Mateo de Bach? ¿Cómo visualizar a la vez, matemáticamente si se quiere, al creador de la obra, a la obra misma -vibrante, voraz- y al receptor? ¿Qué le pasa a la materia -a toda la materia implicada- cuando suena la Pasión según San Mateo de Bach? O dicho más descarnadamente: ¿Qué le pasa a la materia, a mi materia, cuando yo soy tomado, físicamente, por ese ser invisible que creó Bach y que nos acecha desde la zona invisible? [Véase  aquí “Física”].

La Pasión según San Mateo de Bach no existe, no tiene un lugar concreto en el mundo de lo perceptible: es, por así decirlo, una idea, en sentido platónico, creada por un ser humano (que es otra idea), y dispuesta a dar forma a la materia: es una especie de modelo de existencia (una forma de vibración artificial pre-programada), que no tiene, paradójicamente, existencia material. Ésta será mi tesis fundamental sobre el Arte.

Para contemplar el misterio del ARTE creo que puede ser útil hacer las siguientes paradas por la historia de la Filosofía:

1.- El rechazo del Arte por parte de Platón. El Demiurgo es un artesano.

2.- El Arte en el Romanticismo. La divinización del artista. Novalis: “La flor azul”.

3.- Hegel. Ofrece un soprendente placer la lectura su obra Vorlesungen über die Ästhetik [Lecciones sobre la estética]. En español hay una traducción de Manuel Granell (Espasa Calpe, Madrid, 1946).

4.- El caso de Schopenhauer. El artista copia las ideas mejor que la naturaleza; y ofrece al ser humano momentos en los que ya no sigue sometido a la tortura del deseo. La música como copia del corazón del mundo. El músico es el mejor filósofo.

5.- El caso de Nietzsche. “Sea yo el embellecedor del mundo”.

6.- Simone Weil [Véase]:   “La belleza del mundo es la sonrisa de ternura de Cristo hacia nosotros a través de la materia”

Y estas son mis ideas fundamentales sobre el Arte:

1.- El problema fundamental del fenómeno artístico es el de la creatividad y, por tanto, el de la libertad. Si la libertad individual es lógicamente insostenible [Véase “Libertad“], solo podemos pensar en un artista primordial, una omnipotencia sin esencia (Dios, Nada, lo que se quiera) actuando en las manos y en las neuronas y en los corazones de todos los artistas posibles. En la historia del Arte no se pueden apreciar momentos absolutamente creativos e innovadores: lo que se nos presenta es una especie de milimétrica evolución de especies estéticas, interpenetrándose y fecundándose ubícuamente. Cada artista se nutre del entorno, añade pequeñas modificaciones a lo que otros hicieron, siempre dentro de paradigmas en los que no puede no beber y que le beben a él mismo, con el huerto de su mente y de su alma superpoblado de semillas que traen los vientos que le rodean. Es difícil, o quizás imposible, ver creación pura. Jackson Pollock no innovó. Picasso tampoco. Ambos estuvieron sometidos a influencias que podrían ser visualizadas desde una perspectiva determinista. Pero existe, sin embargo, sorprendentemente, el fenómeno de la inspiración, de la posesión repentina, que Hegel describe con maestría. Se trata de un fenómeno que queda fuera del arbitrio humano: no se puede propiciar. No se puede alcanzar con el esfuerzo, ni con la reflexión, ni con la técnica. Cabría hablar de algo así como la “Gracia”.

2.- El cuadro que vuela sobre este texto es, desde un punto de vista puramente “físico”, una porción de Materia [Véase]. Así, el comprador de algo así sabe que tiene, posee, retiene, una porción única del sólido del universo: un concreto recorte de ese gran tejido de átomos que, desde una perspectiva simplista pero útil, constituye el cosmos. Pero sabemos que esa solidez es solo aparente, o “exterior” (que es algo así como un velo). El cuadro en realidad está hirviendo en esa “nada” que, a duras penas, trata de matematizar la Física actual. El cuadro está abierto por dentro, abierto a una zona donde ya no se sabe muy bien si se puede seguir hablando de lo  físico (de lo objetivo) o de lo psíquico (subjetivo… ¿humano? ¿divino?… Nos perdemos ahí). Lo que sí parece aceptado es que los entes subatómicos que constituyen el cuadro aparecen y desaparecen, cambian… Pero el cuadro parece seguir siendo el mismo, como si la materia que su forma sujeta fuera siempre la misma. Pero no lo es.

3.- Las reflexiones anteriores nos obligan a considerar que una obra de arte es una idea, en sentido platónico (un arquetipo, una instrucción para moldear la materia). La obra de arte sería una idea, en principio inmutable, que toma la materia para existir. Podríamos decir, en parte desde Schopenhauer, que la obra de arte es un ser vivo (permanencia de la forma con cambio de la materia). Esta perspectiva es más evidente en el caso de la música. El genio musical crea una forma de modificar la vibración natural del entorno acústico que rodea al perceptor. La obra musical no es la partitura, sino una idea, invisible, unas instrucciones de modificación de la materia. Y cada vez que esa idea se cumple, cada vez que la materia es tomada por la idea, la obra de arte toma vida: dispone por fin de existencia en el mundo fenoménico. Y puede incluso tomar la materia neuronal de un ser humano y, ahí, seguir sonando, seguir teniendo vida, en eso que sea la materia de su imaginación.

4.- El Arte, su posibilidad misma, plantea una cuestión puramente metafísica: ¿Por qué existe? ¿Qué estatus ontológico cabe otorgarle en la totalidad de lo real? Un relato válido podría ser el siguiente: hay algo que se autosuministra contenidos de conciencia desde infinitos puntos. Ese auto-suministro podría dar sentido al hecho mismo de la existencia de un mundo. El Arte, la obra de Arte, cuando consigue su objetivo, genera plenitudes, momentos en los que un sí absoluto, un sí más afirmativo que el del propio Nietzsche, retumba por todos los rincones del Ser (o de “lo que hay”, si es que la palabra “Ser” produce empacho).

5.- Desde el materialismo determinista (la Física pura y dura, que en realidad es una pura y dura Matafísica) aparece el fenómeno del Arte como algo realmente fabuloso: un grupo de átomos genera una especie de ley, o algoritmo, capaz de modificar la estructura de su entorno (pensemos en una obra musical, o en una pintura, que puede ser copiada infinitas veces). Y hay otro grupo de átomos que percibe esas alteraciones programadas de su entorno, lo cual altera a su vez su propio ser (pensemos en las subidas de ritmo cardíaco, el rapto, la pérdida del yo ante la belleza excesiva de una pintura, el sobrecogimiento quasiletal que puede producir una obra poética o una canción). La Materia, según el materialismo, genera formas de modificación de su entorno y es capaz de fabricar el glorioso estremecimiento del Arte. Es sin duda la Materia, esa divinidad a la que rinden culto los materialistas, una fascinante divinidad.

6.- Es probable que los seres humanos, al morir,  nos muramos de belleza. A menos “yo” -en el mundo- más belleza del mundo.

7.- Cabe por tanto hacer una equivalencia entre el rapto que  produce la obra de arte y la propia muerte. El síndrome de Stendhal sería quizás una convulsión ante un exceso de Creación: algo así como si a Dios, el Creador, se le hubiera ido la mano con su Creación: demasiada plenitud para los espectadores. Para sí mismo en realidad, si tenemos presente la imposibilidad de superar el monismo metafísico.

8.- Hace algunos años impartí un curso que llevó por título “Obras maestras del arte filosófico”. Creo que cabe contemplar los grandes sistemas filosóficos como obras de arte, no solo poético, sino también arquitectónico: grandiosos edificios que pretenden ser la totalidad.

9.- 450 millones de dólares por un cuadro. ¿Cómo es posible? Hay respuestas fáciles, consoladoras: la vanidad humana, la locura y la codicia del mercado, la idiotez de la condición humana… Sí, todo esto es sostenible. Pero me temo que hay mucho más. El comprador de una obra de arte compra la más inmediata materilización de una idea (de una idea platónica). No puede comprar lo que sacudió a Leonardo DaVinci y al planeta en ese momento de creación, pero sí su primera entrada en la materia. El comprador de una obra de Arte compra un estado de conciencia comunicable: el estado de conciencia de lo que para él es una divinidad: un ser humano excepcional (o con momentos excepcionales) en el que ha ocurrido un suceso único, un impulso único de transmutación de lo perceptible. La nada de la pintura y el lienzo han sido sublimadas por la intervención de un ser divino, divinizado por la leyenda, por el mercado, por el arbitrio de otras divinidades, por el hecho mismo de que alguien haya pagado millones de dólares por su obra. Y cabría decir que el artista es una divinidad porque, de forma explícita, genera contenidos de conciencia, construye Mayas (realidades falsas, que, según Nietzsche, serían las únicas verdaderas, porque estarían al servicio de la vida, esto es, del hechizo).

Sobrecogimiento, catalizadores en la materia, plenitudes que casi matan. ¿De dónde sale todo esto? Es el tema de la creatividad. La magia. La omnipotencia. Nos despeñamos en la Teología y en la Mística.

David López

 

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Las bailarinas lógicas: “Bailarina lógica”.

 

 

“Bailarina lógica”. ¿Qué es eso? No lo sé muy bien, pero quizás pueda afirmar con cierta contundencia que esos seres -que carecen en realidad de “ser”- necesitan ser amadas, como es amada la bailarina que aparece sobre estas líneas. Hay que creérselas para crearlas, o para compartir las emociones que discurren por las algas lógicas en las que viven todos aquellos que se las creen. Pensemos en la palabra “España”. O “Cataluña”. O “United States of America”. O “Dios”. O “Materia”.

Yo las amo, amo el hecho de su prodigiosa existencia (aunque algunas de ellas me espanten). Y las amo tanto como amo la vida, tanto como amo los sueños (que son lo mismo que la vida). Las amo cada vez más, a pesar de lo peligrosas que son. Ellas dan (son) la vida; y el placer y el dolor (¿no las veis ahí, viviendo en una simple frase?).

“Bailarina lógica”. Es un término con dos palabras que ha nacido en este diccionario filosófico y ha crecido dentro de él…  hasta el punto de darle nombre.

Desde que, en 2009, inicié este diccionario, he intentado comprobar el poder de la diosa Vak, la cual, en uno de los himnos de Rig Veda, afirma que vivimos en ella, que comemos en ella, que respiramos en ella… ¿Es eso posible? ¿No estaremos ante una demencial exageración de los filósofos y de los poetas?

Pero, ¿qué es una “palabra”? Cabría adoptar una postura hiper-materialista y decir que las palabras son símbolos y que los símbolos –unas letras, unos sonidos, una bandera- no son más que determinadas configuraciones de la materia que sirven para comunicar otras determinadas configuraciones de la misma. El problema de este razonamiento es que todo él respira -sobrevive- en una atmósfera onírica: todo él es fruto de un hechizo: el hechizo que es capaz de desplegar una bailarina lógica cuyo precioso baile contemplamos hace unos meses: “Materia” [Véase].

Hay una bailarina lógica que ayer (el 11 de julio de 2010) fue capaz de insuflar una gran cantidad de energía (de vida, de magia, de cohesión social, de Maya) a todas las conciencias que están en red con ella: la palabra (el símbolo gráfico) es “España”.

“España”. Otra bailarina lógica. ¿Hay que librarse de todas la bailarinas lógicas para ver lo que somos en realidad? ¿Es eso la sabiduría? ¿Vale con saberlo, con saber que son puntuales y delicuescentes formas de configuración de nuestra conciencia? ¿No es “conciencia” otra bailarina lógica?

¿Hay bailarinas positivas y bailarinas negativas? La respuesta de Nietzsche a esta pregunta sería, quizás, que hay que elegir aquellas bailarinas (o dejarse elegir por aquellas bailarinas) que aumenten nuestra salud, nuestra vitalidad… nuestra “ilusión”. Pero, ¿no fue eso precisamente lo que conseguían las bailarinas lógicas del poeta/coreógrafo Hitler? Él consiguió insuflar mucha ilusión a todas las conciencias que soñaron su sueño lógico.

¿De dónde salen esos seres prodigiosos? ¿Los inventa de pronto un ser humano –un poeta? ¿Surgen mecánicamente, socio-biológicamente, de los grupos humanos? ¿Los inoculan los dioses a través de poetas? ¿Son determinadas formas de conexión neuronal que pueden ser compartidas tribalmente?

Creo que antes de acercarnos a estas criaturas lógicas, a estas hadas gramaticales, puede ser útil tratar los siguientes temas:

1.- Concepto de Maya en la especulación filosófica india.

2.- La negación de la semántica en Gorgias.

3.- San Pedro Damián: la demonización de la gramática.

4.- Berkeley: la materia como membrana lógica (membrana de palabras) que impide ver a Dios pero que, a la vez, sirve para que Dios instale “realidad” (y también sueños) en la mente de sus amadas criaturas.

5.- Wittgenstein: la Filosofía es la lucha de la inteligencia contra los hechizos del lenguaje. ¿Debemos luchar contra las bailarinas lógicas? El segundo Wittgenstein abrazado, abnegado, extático, a las bailarinas lógicas

6.- Simone Weil: casi todos los vocablos políticos están vacíos por dentro. Simone Weil creía en la palabra certera; en los peligros de la fantasía. Finalmente fue abrazada por Cristo, físicamente, meta-lógicamente.

7.- Los koanes en el Zen: el silencio de las bailarinas. Quizás el Satori (el objetivo final del Zen) ocurra cuando sabemos/sentimos (desde algo que ya no es mente ni es cuerpo ni es “ser humano”) que las bailarinas lógicas son carne de nuestra carne mental: que somos (ahí donde ya no cabe hablar de “ser humano”) el secreto coreógrafo de todas ellas: lo que les da la vida; y lo que les puede dar la muerte.

A partir de aquí, creo que puedo ir esbozando algunos rasgos comunes de las “bailarinas lógicas”:

1.- Dejándome llevar por las posibilidades expresivas de los “mitos” (como si hubiera algo en nuestro discurso que no fuera “mito”), podría decir que las bailarinas lógicas son algo así como sacerdotisas de Vak: la diosa de la palabra que se sabe omnipotente. O casi. Sacerdotisas o autodifractaciones de su esencia.

2.- Creo que, efectivamente, vivimos en un sueño lógico: en un cosmos construido por una estructura de palabras. Desde este punto de vista, la palabra sería no sólo genésica, como afirma el arranque del Evangelio de San Juan, sino también, y sobre todo, mágica: capaz de configurar cualquier contenido de conciencia (cualquier “existencia”).

3.- Buena parte de las propuestas soteriológicas (propuestas de salvación o de elevación de la condición humana si se quiere) insisten en el silencio como puerta a lo sagrado (como puerta a nuestro verdadero ser, que sería coincidente con el verdadero ser de Dios). Así, el silencio, la retirada de las bailarinas lógicas, permitiría ver lo que hay detrás de ellas, permitiría tomar conciencia de que lo que hay no coincide con sus cuerpos ni con el ritmo matemático de su baile. Ese silencio cósmico llevaría a la libertad: sería un despertar. Pero, ¿por qué despertar? ¿Para no sufrir? ¿Para salir del sufrir-gozar que, por ejemplo, sacudía ayer (11 de julio de 2010) a los seguidores de la selección española?

4.- Ya vimos en conferencias anteriores que a las bailarinas lógicas no les gusta que nos acerquemos demasiado a su cuerpo. Quizás sea que su piel es demasiado transparente. Se ve su nada. Su nada apasionada. Pero esa piel suda y vibra: hay en ellas un descomunal esfuerzo por vivir en nuestra conciencia, por tener “realidad”, por ser “de verdad”. Al ocuparme de la palabra “realidad” ofrecí un corte de la película Mulholland Drive (David Linch) que me sirvió para imaginar a una bailarina lógica llorando; llorando por su vacuidad ontológica [Véase].

5.- Creo que hay razones, al menos sistémicas, para diferenciar “bailarina lógica” de “concepto”, “universal” o “idea”. Quizás la clave esté en insistir en la “materialidad” de la bailarina lógica: es símbolo, algo que se percibe dentro del marco perceptivo ordinario, no tiene abstracción: se ve, o se oye, como se ve o se oye un pájaro.

6.- Un cosmos [Véase] es el fruto tangible, perceptible, de un determinado logos [Véase]. Y un logos es un poetizar [Véase Poesía] que ha conseguido modelar unas conciencias hasta el punto de hacerles creer que su sueño lógico es lo real. Las bailarinas lógicas son la parte visible de un poetizar. Son semillas de mundos (de sueños, porque todo mundo es un sueño en realidad). Podríamos decir que las bailarinas lógicas son Poesía viva, hambrienta de conciencias, necesitada del hábitat que les ofrece el interior de eso que una bailarina denomina “ser humano”.

Al ocuparme de “concepto” [Véase] he reproducido Génesis 2.16-17: “De todos los árboles del paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. Yo en ese momento interpreté que en el momento en que un concepto toma la mente ( en el momento en el que la agarra) se produce la muerte, la muerte de la conciencia por así decirlo.

Cabría otra interpretación: “De todos los árboles del paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres, ciertamente te dormirás”.

Pero quizás vida y sueño sean lo mismo. ¿Sólo hay dos opciones: soñar o despertar a la nada/el infinito que somos? Muchas tradiciones hablan de una tercera: seguir soñando, sí, pero sabiendo que es un sueño, y que todas las bailarinas lógicas bailan atentas a nuestras manos: fabricar entonces preciosos hechizos, como diría Nietzsche.

Hay un video de Kylie Minogue que me ha aparecido extraordinariamente útil para visualizar lo que, a duras penas, voy entendiendo por bailarina lógica. En él se puede ver a una bailarina lógica cantando, bailando, hechizando conciencias, siendo progresivamente amada, creando un cosmos de mentes y de cuerpos dormidos, pero gozosos, aparentemente libres. Por fin libres. La gente de la calle, de pronto, abandona a otras bailarinas lógicas (las que, supongo, les impedían desnudarse en plena calle y abrazarse con la persona que tuvieran más cerca). Y es que todas las personas, gracias a esa bailarina prodigiosa, son bellas, tienen cuerpos bellos. Y sus zonas más “oscuras” (oscuras desde la visión ofrecida por otras bailarinas lógicas) son ahora completamente blancas y limpias: toda la gente de la calle, al desnudarse, muestra ropa interior blanca. Y no solo eso: la bailarina, con su poder, es capaz de convertir en un caballo blanco el caballo negro al que se refería Platón con su imagen del carro: el caballo negro de las pasiones es ahora el blanco: lo más puro, lo más limpio.

Y todos los seres humanos que oyen la música lógica se abrazan, armónicamente, en un erotismo hiperarmónico donde la belleza -esto es, el orden ilusionado- quiere reinar sin límite. La diosa sigue cantando, exultante de su poder, y bajo sus pies se van entrelazando cuerpos, cuerpos armónicamente estremecidos por el deseo sexual (un deseo que transciende y enciende al sujeto que desea). El delirio crece, y crece, y de pronto, atónitos, vemos que se está creando algo así como un organismo pluricelular, gigantesco, monstruoso, tan grande como uno de los edificios de una gran metrópoli. Entonces sentimos estupor maravillado, vértigo, horror incluso. Es la mirada filosófica: la que, por así decirlo, se asoma a los mundos que anidan en el espacio infinito de la conciencia. Dentro de ese hiper-erótico cosmos de mentes y de cuerpos entrelazados parece haberse instalado la plenitud, algo así como un paraíso sensual, un delicioso orden donde merece la pena fundirse, donde brilla el éxtasis de la supresión de la individualidad. Es destacable cómo mueve sus manos Kylie Minogue por encima de los ojos de sus hechizados; y cómo éstos se estremecen de cosmicidad, de orden, de amor, sintiendo que se elevan hacia el cielo al bailar el baile de la bailarina lógica que ha entrado en sus conciencias.

Desde fuera, no obstante, vemos un monstruo inquietante, una especie de virus lógico que quiere toda la materia humana para sí. Al final la bailarina, consciente del éxito de su baile y de su música, desde lo alto de su montaña de cuerpos y mentes, lanza una sonrisa de poder.

Quizás sea esa la sonrisa de Vak, la diosa que habla desde el Rig Veda, encarnada en una de sus sacerdotisas.

Imagino también la palabra “España” (O “Cataluña”), sonriendo desde una gigantesca pirámide de cuerpos y de corazones entrelazados por la euforia futbolística. Una pirámide onírica, lógica, hiper-vital, que, por el momento, no me inquieta.

Este es el vídeo de Kylie Minogue:

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Las bailarinas lógicas: “Religión”.

 

 

En el cielo de este texto aparece un paisaje del Hoggar (Argelia). Hace muchos años (1989) fui hasta allí en moto. Y de pronto, una tarde, mientras el sol convertía el mundo en fuego seco, y mientras aquel cielo se llenaba de silenciosas hogueras blancas, sentí algo descomunal: todo lo visible (cielo, montañas, rocas, desierto) se transmutó en “alguien”: “alguien” de una belleza sobrehumana e insoportable— casi letal —, que se dirigía a mí. Que me amaba. Todo el cosmos se convirtió en presencia… de “alguien”. Digo “alguien” porque yo sentí que aquello era consciente de sí mismo. Y de mí también.

Volví a sentir algo similar dos años después en Lyon, dando un absurdo y prosaico paseo por los alrededores de su aeropuerto. Otra vez, de pronto, todo era “alguien”. Irrumpió en mi conciencia una presencia que, ahora, solo puedo calificar como sagrada. ¿Por qué? Porque emanaba omnipotencia, sentimiento, cercanía, atención, magia, sublimidad…

Casi cuarenta años después (y no sé cuántas decenas de libros leídos desde entonces) creo que puedo decir que aquellos dos fenómenos fueron religiosos. Y lo fueron porque yo sentí un vínculo, una religación, con algo grandioso, con una belleza que podría ser calificada como infinita.

“Religión”. Otra bailarina lógica. ¿Nombra algo fuera de sí misma? ¿El lenguaje ha sido capaz de crear un símbolo para dar cuenta de vínculos con lo que ya no es lenguaje, con lo que ya no es social, convencional, gramatical?

Hay dos interpretaciones etimológicas de la palabra “religión”. La primera se apoya en el verbo religare: un símbolo del latín con el que se compartía un concepto que en español estaría ahora simbolizado con las palabras “religar”, “atar”, “vincular”.

¿Vincular con qué? ¿Ocurren de verdad esos vínculos? ¿Por qué? ¿Se pueden propiciar artificialmente? ¿Se pueden institucionalizar socialmente? ¿Cabe no estar vinculado con la totalidad del Ser?

La segunda interpretación etimológica parte de la voz latina “religiosus”, sinónimo de “religens”, que sería lo opuesto a “negligens”. Dice José Ferrater Mora en su (por mí tan amado) Diccionario de Filosofía que en esta segunda interpretación “ser religioso equivale a ser escrupuloso, esto es, escrupuloso en el cumplimiento de los deberes que se imponen al ciudadano en el culto a los dioses del Estado-Ciudad”.

Sugiero las siguientes lecturas para aproximarse a eso que sea “la religión”:

1.- Ludwig Feuerbach: solo hay hombre y naturaleza. Nada más. De acuerdo, pero ¿qué es eso de “la naturaleza”? Creo que debe leerse La esencia de la religión (prefacio y traducción de Tomás Cuadrado Pescador, Editorial Páginas de Espuma, Madrid 2005).

2.- Kierkegaard: el salto suicida al abismo de Dios. Temor y temblor (traducción, estudio preliminar y notas de Vicente Simón Merchán, Tecnos, Barcelona 1987).

3.- William James [Véase aquí]. The varieties of religious experience. En español hay una edición de esta obra en  Península (Barcelona, 2002): La variedades de la experiencia religiosa,  a partir de la traducción de J.F. Ybars y con un prólogo, excelente, de José Luis L. Aranguren.

4.- Michel Hulin [Véase aquí]: La mística salvaje (Siruela, 2007; traducción de María Tabuyo y Agustín López). Es una obra que merece ser leída. Da cuenta de la experiencia religiosa no civilizacional.

Comparto ahora algunas reflexiones:

1.- Creo que cabe distinguir entre religaciones cosmistas (las que presuponen vínculo con un cosmos lógico, ordenado); y religaciones —o experiencias religiosas— metacosmistas (vínculos con lo que no es lógico, con lo que no se limita a ser un cosmos). Esta división podría hacerse quizás de otro modo: religaciones con el Dios lógico y religaciones con el Dios metalógico [véase Dios]. Aquí cabría ubicar eso que hoy está agrupado bajo el símbolo “experiencia mística”. El fundamentalism cientista sería  una forma de religación puramente cosmista.

2.- Cabría hablar también de vínculos puramente lógicos: religiosidades derivadas de las auto-configuraciones de la diosa Vak (la omnipotente diosa de la palabra). Nombres/divinidad: Dios, Naturaleza, Vida, Universo, Nación, etc. Símbolos que quieren nombrar el todo, pero que requieren las varitas mágicas que son los libros, los sermones, las verdades finales. Son muy eficaces.. El Verbo se hace carne.

3.- El vínculo religioso propicia una irrupción de energía: es como si el “conectado”, de pronto, recibiera una energía que no estaba para él disponible hasta ese momento. Soprende que haya diversos cosmos energizantes (incompatibles entre sí en muchos casos). Cabría sostener quizás que la certeza da fuerza y paz. También cabría sostener, desde el materialismo cerebralista, que determinadas propuestas religiosas —poesías en definitiva— propiciarían recorridos neuronales de los que se derivaría la secreción de hormonas capaces de alterar, y de sublimar en su caso, nuestros estados ordinarios de conciencia. [véase Poesía]. Sí. Pero estos discursos son reduccionistas. Se desarrollan dentro de una caja lógica. Están ciegos. Todo es mucho más grande y complejo. Y bello.

4.- Sorprende también que dentro de cada cosmos haya una relación directa entre la felicidad y la virtud (lo que sea virtuoso dentro de ese mundo). Parecería que hay muchos dioses dispuestos a dar energía y beatitud al hombre a cambio de su entrega y de su amor.

5.- En cualquier caso, y como sostengo al ocuparme de “Parapsicología” [véase], la Filosofía, cuando se intenta practicar en serio, debe ser hiper-empirista: no debe caer en la tentación de eliminar hechos o sensaciones que no quepan en algunos de los paradigmas que luchan por ser el hogar de la totalidad. El sentimiento religioso es algo muy serio. Muy grande. Demasiado grande quizás.

6.- Y cabría quizás un vínculo muy serio, muy cercano y amoroso, con algún dios menor, como añora Salvador Paniker en esa refrescante obra que lleva por título Asimetrías (Debate, Barcelona 2008). De ella hice en su momento una crítica que se puede leer [aquí]. Mi madre rezaba a San Antonio. Decía que rezar a Dios le parecía demasiado, que ella no se merecía tanta atención. Mi madre fue un regalo del cielo para mí. Un fenómeno religioso en sí mismo.

7.- Si se soporta el pensamiento (y el sentimiento) de que somos los secretos directores de la obra de teatro de nuestra vida, cabría afirmar que el vínculo religioso sería algo así como una comunicación, un sentimiento mutuo, entre nuestro yo creador (natura naturans, el Gran Mago) y nuestro yo creado (natura naturata): el personaje, esas frágiles máscaras que aparecen en mi texto sobre “Moksa” [véase].

8.- Podríamos también imaginar a un prodigioso soñador que, consciente y omnipotente en su sueño, pudiera amar a una persona soñada por él. Soñada de forma que ella pudiera también amar a su soñador; aunque no pudiera verle… ni pensarle siquiera. Un vínculo religioso…

Algo así sentí yo, hace casi treinta años, en las montañas que presiden este texto.

David López

 

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