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Las bailarinas lógicas: “Estado”.

 

 

“Estado”. Dice el Tao Te Ching que es un aparato muy espiritual. Muy delicado. ¿Estará —ese “aparato”— también hecho con la misma materia con la que, según Shakespeare, se hacen los sueños? Creo que sí. El mundo es una red de sueños y soñadores.

Pero podría ser que, con ocasión de la histórica pandemia provocada por el coronavirus, esos sueños mutaran en pesadillas, que los Estados se hipertrofiaran y que el ser humano perdiera, por miedo, su sacra libertad: que dejara que el Estado entrara, y edificara, y gobernara, en los más sublimes valles y bosques de su alma. Sería un gran error, pues el Estado, por sí mismo, carece de vida, de alma, de magia, de sacralidad: no es nada sin el prodigio del ser humano individual. El Estado puede ser una amenaza real para la ecología del alma. Pero puede ser también un garante (una especie de macro-sacerdote) de esa sacra ecología.

“Estado”. ¿Qué es eso? ¿Alguien lo ha visto? ¿Alguien lo ha podido tocar, oler?

¿Es el Estado una creación humana o al revés?

La inquietante imagen que vive en el cielo de este texto corresponde a un fabuloso ser vivo denominado Dictyostelium discoideum. También conocido como “Moho del fango”. Supe de él leyendo Emergence, de Steven Johnson. Ese moho me parece una imagen perfecta de un Estado. Lo explicaré más adelante. Otra imagen perfecta de Estado es, en mi opinión, la que aparece en el video que incorporé en el texto que explica lo que entiendo por “Bailarina lógica” [Véase].

Antes de exponer mis ideas sobre eso que haya detrás de la palabra “Estado”, creo que puede ser muy útil, como propedéutica, caminar y escuchar por los siguientes parajes:

1.- El Tao Te Ching. “Poder amar al pueblo y gobernar el Estado, sin actuar”./ “El imperio es un aparato muy espiritual. No se puede manipular con él. Manipular con él es estropearlo. Cogerlo ya es perderlo”. (Tao Te Ching, traducción de Carmelo Elorduy, Tecnos, 2000). Creo que “manipularlo” es, simplemente, corromperlo. No ponerlo al servicio de la plenitud, de la sacralización del ser humano. Que el ser humano no sea el fin único del Estado, sino su medio, la materia de la que se nutra.

2.- Los sofistas de la antigua Grecia. El Estado sería equivalente a una mezcla de lo que ellos denominaron “Polis” y “Nomos”.  ¿Es el Estado —Polis/Nomos—el enemigo del hombre? ¿Es simplemente un instrumento en manos del poderoso? Protágoras de Abdera: el Estado sería un pacto colectivo derivado de la necesidad (de la connatural indigencia humana). Trasímaco: el que gobierna llama justo a lo que satisface su interés egoístas. Gorgias: el Estado al servicio del más fuerte; y el más fuerte es aquél—ser humano—que domine la palabra. Volvemos a nuestra diosa Vak (la palabra que habla y alardea de su propio poder en el Rig Veda). Tal como parece que pensaba Gorgias, el hombre (poderoso) se creería dueño de esa diosa. Foucault [Véase], o Levi-Strauss [Véase], entre muchos otros, creyeron, o al menos dijeron, lo contrario. ¿Es la palabra entonces la que gobierna los Estados, o gobiernan ellos en virtud de la palabra… estatalizada? Respecto de los tesoros de ideas disponibles en la antigua Grecia no dejéis de leer  estas dos obras: W. K. C. Guthrie: A History of Greek Philosophy (Cambridge University Press, 1969). Edición en español: Historia de la Filosofía Griega (Gredos, Madrid 1988); y Sofistas: testimonios y fragmentos (introducción, traducción y notas de Antonio Melero Bellido, Gredos, Madrid 1996).

3.- Agustín de Hipona y la Ciudad de Dios: el Estado sería una congregación de hombres que tienen unas creencias comunes. Y que comparten un objeto de su amor. San Agustín distingue entre una ciudad celeste espiritual (civitas coelestis spiritualis), una ciudad terrena espiritual (civitas terrena spiritualis) y una ciudad terrena carnal (civitas terrena carnalis). Hay una página en internet que me parece de enorme utilidad para quien quiera estudiar a este gran pensador cristiano: http://www.augustinus.it/. Y una obra de gran interés sobre la posible pervivencia y transformación del concepto de Ciudad de Dios a lo largo de la historia es la siguiente: E. Gilson,  Les métamorphoses de la cité de Dieu (Vrin, Paris 1952). Edición española: La metamorfosis de la ciudad de Dios (Rialp, Madrid 1965). En mis conclusiones afirmaré que todo proyecto político debe contar con un modelo de “Ciudad” ideal y amarlo. Y que cualquier Estado es, siempre, “civitas spiritualis”.

4.- Thomas Hobbes. Leviathan. El estado como monstruo necesario, y violento. Ese monstruo es es la única forma de frenar la “guerra de todos contra todos”. 

5.- Baruch Spinoza: Tratado teológico-político (Alianza editorial, Madrid 1986). Al final de esta obra se dice que “nada es más seguro para el Estado, que el que la piedad y la religión se reduzca a la práctica de la caridad y la equidad; y que el derecho de las supremas potestades, tanto sobre las cosas sagradas como sobre las profanas, solo se refiera a las acciones y que, en el resto, se conceda a cada uno pensar lo que quiera y decir lo que piense”. Creo que este consejo de Spinoza es de inmensa valía. Sin libertad de pensamiento y de expresión no hay persona humana.

6.- Nietzsche: Así habló Zarathustra. En el capítulo titulado “Sobre el nuevo ídolo”, el filósofo del martillo dice esto: “Ahí, donde termina el Estado, ¡mirad bien hermanos míos! ¿No veis el arco iris y los puentes del Super-ser humano”. (Edición de Colli y Montinari, Deutscher Taschenbuch Verlag, München 1999, p. 64). A partir de estas frases de Nietzsche cabría decir que todo Estado necesita de seres humanos que se aparten de él para, así, revivificarlo con nuevas ideas: nuevas cosas a las que amar colectivamente: nuevos sueños que soñar en red. Y ese apartarse del Estado no tendría que implicar un acto ni siquiera físico. Valdría una cierta capacidad mental de -relativa- desprogramación: de lúcida y revivificante distancia. Nietzsche en realidad se consideró una especie de terapeuta de la civilización: creyó en la creación de algo así como un “logos azul” que podría modificar el estado de conciencia de eso que, desde este nivel de conciencia, llamamos “Ser humano”.

7.- Simone Weil: “una vida colectiva que, aun animando calurosamente a cada ser humano, le deje a su alrededor espacio y silencio”. Creo que no pueden no leerse: La pesanteur et la grâce (Plon, Paris 1988). En español: La gravedad y la gracia (Traducción e introducción de Carlos Ortega, Trotta, Madrid 2007). Y: L’Enracinement, prélude à une déclaration des devoirs envers l’être humain. En español: Echar raíces (Presentación de Juan-Ramón Capella, Trotta, Madrid 2014).

8.- El moho del fango (Dictyostelium discoideum). Me parece muy interesante este libro: Steven Johnson: Emergence. The Connected Lives of Ants, Brains, Cities and Software (Scribner, New York, 2001). Edición española: Sistemas emergentes. O qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software (Turner-Fondo de Cultura Económica, Madrid 2003). La tesis fundamental de esta obra es que los sistemas (como las ciudades por ejemplo) se organizan “de abajo arriba”, sin una guía superior. Todo funcionaría perfectamente sin que nadie -ninguna inteligencia particular-sepa cómo funciona. El moho del fango sería un sistema biológico prodigioso: una congregación espontánea de seres vivos individuales que, temporalmente, dejan de ser varios y pasan a ser uno: pasan a querer, a amar, a ser, lo mismo. Yo sostendré que eso podría ser un Estado: ilusión colectiva. Pero frágil. Casi delicuescente.

Ofrezco a continuación algunas reflexiones personales:

1.- El tema del Estado -o la “Ciudad” en sentido amplio- me parece de importancia capital. El ser humano -el individuo- es social y esa sociedad, ese cuerpo, es determinante para sus posibilidades de desarrollo. Y viceversa.

2.- El Estado como objetivización y, a la vez, garante, de sueños colectivos, como una divinidad meta-antrópica, un Dios creado por el hombre y creador del hombre que usa la violencia, y el amor, a la vez, para cohesionar voluntades e ilusiones particulares. Pensemos en el cuadro de Escher en el que dos manos se pintan (se otorgan realidad, se configuran) recíprocamente.

3.- El Estado es un ser muy poderoso: controla, en buena medida, la educación: el programa básico de los soñadores. El Estado instala un cosmos entero en la conciencia de sus ciudadanos. Se puede decir que el universo entero es estatal, porque es un producto educacional. No sabemos como es el universo en sí: solo sabemos cómo es el universo que nos ha narrado el Estado.

5.- El Estado se crea discursivamente (se teoriza) a sí mismo, como un Dios con cierta aseidad. El Estado depende de los cerebros estatalizados de sus ciudadanos para existir en la materia, y también para recibir materia discursiva: el Estado es algo pensado, teorizado, por los ciudadanos estabilizados.

6.- Un buen Estado debe fabricar ilusiones permanentes. Ilusiones posibles. Un estado debe ser algo así como Dream Works. Su mayor amenaza no es, como dijo Hobbes, la guerra civil, sino el aburrimiento: la falta de ilusión: la ausencia de hechizos capaces de movilizarnos bioquímicamente (por utilizar una palabra aceptada hoy día por el sistema educativo de este Estado).

7.- Un fenómeno desconcertante, metafísicamente fabuloso: el Estado es una fuente poderosa de emisión de Logos (el sistema educativo, la Ley, medios de comunicación, etc.). Pero esa emisión, a la vez, está nutrida por la emisión lógica de sus ciudadanos: por lo que piensan y dicen. Estamos ante un flujo lógico impresionante y desbordante para nuestra inteligencia, digamos, estatalizada. El conjunto y la parte se autofecundan permanentemente: no se sabe dónde está el poder.

8.- ¿Cómo será el “Estado en sí”, esto es: no mirado a través de nuestra conciencia estatalizada?

9.- El Estado es un mito que se hace a sí mismo. Una fuerza invisible que modifica la materia al servicio de ese mito (armas, por ejemplo). Es pura magia pragmática al servicio de una idea. El Estado controla incluso la narración histórica. Es su raíz lógica. Su teogénesis. Creo que puede ser útil aquí leer la palabra “Historia” [Véase].

10.- “Ciudad de Dios”. Si por “Dios” entendemos la Idea superior a la que debe estar -o está de hecho- sometido todo lo que se entienda por “real”, cabría afirmar que todo modelo de Estado presupone la creencia en una “Ciudad de Dios”. 

11.- Creo que, mientras vivamos vertebrados con otros seres humanos, es crucial que amemos esa vertebración: que amemos el Estado; y que ese amor nos lleve a querer lo mejor para “él” (la mejor forma para “él” si se quiere, lo cual implicaría una constante vigilancia, y la asunción de algo así como un modelo ideal: una “Ciudad de Dios”). Y el Estado debe amar, incondicionalmente, a sus ciudadanos. A todos.

12.- ¿Cuáles son los límites físicos, o incluso espirituales, del Estado? ¿Cuáles las fronteras entre el Estado y la Naturaleza? Ninguna. Ya afirmé antes que tengo la sensación de que el universo (como modelo, como narración, como Cosmos) es estatal: forma parte de la estatalizada forma de mirar al infinito misterio (la magia) que nos envuelve y que nos constituye. [Véase”Naturaleza”].  Pero podría decirse también que esa infinita magia arde también (con fuego consciente) en todos los rincones lógicos y físicos y burocráticos de todos Estados. Esos seres “artificiales” no pueden escapar de la tormenta de prodigios que sacude todos los rincones de lo real. Nada puede hacerlo.

13.- Desde la Apara-Vidya [Véase] que yo venero, creo que un Estado debe tener un objetivo ineludible: encender los ojos, de los niños primero, y de los que no lo son después. Un Estado debe ser capaz de generar ilusiones sostenibles (para poder seguir soñando). Y, sobre todo, debe ser capaz de actualizar seres humanos (desarrollarlos en plenitud). Esa actualización, como diría Aristóteles, ocurre cuando el ser humano activa plenamente el filósofo que lleva dentro.

14.- Pero no solo la Filosofía debe ser propiciada y amada por el Estado, sino también la creatividad de sus individuos: precisamente de ahí obtiene él sus nutrientes, su vida misma, su textura onírica, su poderío ilusionante.

15.- Los estados totalitarios, hiper-colectivistas, primero secan los manantiales espirituales de sus ciudadanos y después, se secan ellos por completo.

16.- En “estado” de meditación desaparece el “Estado”. Pero, a su vez, un Estado debe ser capaz de entregar espacio y tiempo a sus ciudadanos para que puedan meditar. Pues será gracias a esos espacios, a esos silencios, como podrá entrar en el Estado la energía infinita de lo sagrado.

17.- Un Estado que propicie, con amor y con respeto, la Filosofía y el Arte sentirá muchos más vértigos, deberá asumir -él y sus ciudadanos- posturas mentales más difíciles, pero disfrutará -él y sus ciudadanos-, todos, del olor de la brisa de la fertilidad y de la belleza infinitas. Estará vivo de verdad: sublimado.

Cabría por tanto acuñar el concepto de “Estado sublimado” y luchar por su materialización: que ese Verbo se haga carne.

David López

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Las bailarinas lógicas: Tapas (Sufrimiento creativo)

 

 

Tapas. Una palabra, un concepto, que desencadena dentro de mi mente una excepcional fascinación filosófica. Viene del védico antiguo. Este lenguaje fue escrito en Devanagari (“la escritura de los dioses”). La belleza de su caligrafía se puede ver aquí:

नासदासीन नो सदासीत तदानीं नासीद रजो नो वयोमापरो यत |
किमावरीवः कुह कस्य शर्मन्नम्भः किमासीद गहनं गभीरम ||

Es el comienzo del famoso Himno a la Creación (10.129) del Rig Veda. Se puede encontrar en esta generosa página web:

www.sacred-texts.com

Sufrimiento. Creación. Nietzsche elevó el sufrimiento (por supuesto el sufrimiento no deseado, no buscado) a los más altos niveles de la naturaleza humana, y sacralizó a quien diera un  heroico “sí” a la vida, con todo su sufrimiento. El filósofo del martillo rindió culto a un sufriente esfuerzo artístico cuyo fin sería aumentar la potencia del hechizo estético de la vida, de la realidad única, de lo inmanente. Schopenhauer, por el contrario, dio un “no” radical a la vida, a este mundo, a este sueño/hechizo que tanto dolor nos causa; y proclamó no solo la urgencia de su completa aniquilación, sino también la posibilidad de la Creación de otro mundo, de otra realidad completa, impensable, incluso inimaginable, desde éste. [Véase aquí mi articulo sobre la metafísica de Schopenhauer, todavía en alemán].

Dolor. Sufrimiento. Creación de la realidad. Tapas

Estamos frente a un sustantivo sánscrito relacionado con el verbo tap (calentar). Recomiendo, a quienes aún no lo conozcan, este recurso de la universidad de Colonia:

https://www.sanskrit-lexicon.uni-koeln.de

Ahí encontramos estos significados para Tapas: “calor”, “los cinco fuegos a los que el devoto está sometido en la estación cálida”, “dolor”, “sufrimiento”, “austeridad religiosa”, “mortificación del cuerpo”, “el aprendizaje sagrado de los brahmanes “, “dar el alma a los brahmanes”, “servicio”, “alimentarse solo con raíces y hierbas”…

Pero un estudioso como Maurice Blomfield fue mucho más allá y, en su edición del Atharva Veda (Estrasburgo 1899, p. 87), tradujo Tapas como “fervor creativo”.

Esta concepción de Tapas también se puede encontrar en el antes mencionado Himno de la Creación del Rig Veda, cuyo tercer verso canta así:

“La oscuridad estaba oculta por la oscuridad al principio; sin distinción, todo esto fue agua. La fuerza de vida que estaba cubierta de vacío, esa surgió a través del poder del calor.”

Para la cita anterior he utilizado la traducción y edición de parte de los himnos del Rig Veda de Wendy Donniger (Penguin, Londres, 1981). Esta traductora incluye una nota en la palabra “calor” que dice lo siguiente:

“Tapas designa calor, en particular el calor generado por la actividad ritual y por la mortificación física del cuerpo” (La traducción del inglés al español es mía).

Pero resulta que nos enfrentamos a un himno que quiere explicar el misterio de que haya algo en lugar de nada: algo, además, que surge de la nada: la Creación. Y la clave parece estar en un cierto tipo de sufrimiento; o, mejor dicho, en una canalización creativa del sufrimiento extremo.

Este poder creativo del sacrificio ascético, el “calor” del ascetismo, también se muestra en otro famoso himno del Rig Veda, el Purusa-Sukta (10.90), que describe la Creación como el resultado de un violento desmembramiento del hombre primordial. Leamos su noveno verso:

“De ese sacrificio en el que se ofreció todo, nacieron los versos y los cantos, nacieron de él los metros, y de él nacieron las fórmulas”.

Parecería que el enorme sufrimiento de ese “proto-humano” que fue desmembrado sería la energía fundamental de toda la Creación, incluida la palabra primigenia [Véase la introducción de este diccionario filosófico].

Ahora procedo a transmitir algunos pensamientos personales sobre el misterio del sufrimiento (He vivido lo suficiente como para haberlo experimentado plenamente, varias veces, en su asombrosa plenitud):

1.- La realidad del sufrimiento, incluso del sufrimiento extremo, es sin duda uno de los elementos centrales de nuestra existencia. Por otro lado, cabría afirmar que la intensidad que puede alcanzar ese ‘dolor del alma’ es una de las experiencias más sorprendentes, más desconcertantes, de nuestra vida.

2.- Buena parte de los sistemas religiosos, e incluso filosóficos, son gigantescas farmacéuticas que ofrecen todo tipo de remedios contra el sufrimiento (‘el dolor del alma’). Y, en muchos casos, se medirá su ‘nivel de verdad’  en función de la eficacia que dichos sistemas tengan a la hora de diseñar sus productos (los cuales además suelen estar fabricados solo con palabras).

3. Veo dos tipos básicos de sufrimiento: el ‘protector’ y el ‘creativo’.

El ‘sufrimiento protector’ sirve para proteger, para sostener, nuestro mundo, nuestro modelo actual de existencia (por ejemplo, el dolor que nos impide realizar actos que puedan amenazar la integridad de nuestro cuerpo físico, o la estabilidad de nuestra dimensión financiera, o la supervivencia de nuestro arquetipo de familia, o la pureza de nuestro modelo de sexualidad, o la supuesta sacralidad de la bandera de nuestra nación). Los mundos y sus hechizados habitantes están protegidos por un sistema dual de placer/sufrimiento. Cualquier cosa que amenace o rompa nuestro cosmos causa sufrimiento. Pensemos en el sufrimiento (“sufrimiento lógico” podría llamarse) causado por los discursos que derivan de ideas políticas radicalmente diferentes de aquellas que estructuran, que sostienen, la comodidad político-ideológica del oyente.

El ‘sufrimiento creativo’, por el contrario, propiciaría la necesidad de huir de un mundo ya insoportable y crear otro, e incluso tomar algunas joyas esenciales del primero y llevarlas al nuevo. Me refiero a algo así como una emigración metafísica (no necesariamente física, o territorial) que, en su duro viaje, transporta lo que no es renunciable: un hijo, por ejemplo, o ciertos valores éticos. Este tipo de creación/migración requiere sufrimiento extremo. Pensemos en la idea de Marx de utilizar el sufrimiento extremo de las masas trabajadoras para dinamitar completamente lo que él consideraba como un sistema capitalista (y, por lo tanto, anti-humano, maligno). De hecho, el sufrimiento extremo, cuando supera ciertos umbrales, funciona como un arado (y también como una barita mágica) en el jardín infinito de nuestra conciencia. Ese sufrimiento extremo puede incluso romper los diques de contención que nos separa de “lo otro”. De todos modos, si, como dicen Buda o Schopenhauer, la vida es un sufrimiento extremo, podríamos afirmar que la vida es Creatividad (con mayúsculas). Creatividad ubicua y permanente. Creatividad que también presupone (necesita) destrucción, dolor. Estoy hablando de un infierno personal involuntario que, al mismo tiempo, es la fábrica de cualquier cielo, y no solo de nuestro cielo privado, sino también de un cielo que podría ser compartido.

4.- Muchos de nosotros podemos recordar esto: sufrir intensamente dentro de un sueño y, de repente, ser conscientes, desde una misteriosa y radical lucidez, de que podemos escapar de ese torturante sueño en cualquier momento. Solo con quererlo. Y de hecho lo hacemos. En realidad lo ya lo hicimos, porque de lo contrario no estaríamos leyendo este texto.

5.- Se podría decir que todos los mundos están abiertos. Es posible salir, escapar a otro maya, o a la “Nada” de la que brotan y a la que regresan todos los mundos. ¿Podemos crear mundos? Sí. Y no solo eso: podemos re-crearnos a nosotros mismos. Y parece que la fuerza decisiva para ello es un sufrimiento anterior, insoportable: una prodigiosa catapulta emocional. Una catapulta que hay que manejar con cuidado si se quiere que cause los efectos deseados. Paradójicamente, el sufrimiento extremo puede ser una oportunidad para realizar milagros supuestamente imposibles dentro del mundo que estaba protegido por el sufrimiento no extremo. El sufrimiento extremo (no voluntario, insistamos) puede considerarse magia pura. Eso parecen indicar los himnos a la Creación del Rig Veda a los que me he referido anteriormente.

A continuación ofrezco un enlace en el que se puede ver un fragmento de Todas las mañanas del mundo, una película dirigida por Alain Corneau. Cuenta la asombrosa historia de Saint Colombe, un músico del siglo XVII que canalizó su sufrimiento extremo (y su autodisciplina extrema) para crear una música capaz de convocar, y también de estremecer, a su esposa muerta. La música es interpretada para la película por Jordi Savall. Disfrutad en plenitud de este sublime fruto del sufrimiento creativo:

Las bailarinas lógicas: “Tao”.

 

 

“Tao”. Camino, vida, orden, sentido, hembra abisal que lo mueve ¿y lo es? todo…

Tao es una bailarina de origen chino que lleva muchos años hechizando mentes occidentales (si es que hay alguien que sepa de verdad qué es exactamente eso de ‘occidental’).

Cuando me ocupo de la palabra “Humanidad” [Véase] quiero compartir mi fascinación por el hecho de que los seres humanos se saluden en los caminos, en los caminos poco transitados, como los de los bosques y las montañas, o como el que aparece en la fotografía de Richard Long que agranda estos párrafos.

¿Es esto del ‘vivir’ una especie de caminar por una senda marcada (soñada, amada) metafísicamente? ¿Es sabio el que sabe detectar su camino (su Tao) y adaptarse a él? ¿Hay un camino, un sentido, un orden, para todos los seres humanos, en su conjunto y, a la vez, para toda esa ‘naturaleza’ de la que son parte?

Tao… En este texto reproduciré algunas frases del Tao Te Ching (tal como fue traducido este misterioso manual por el jesuita Carmelo Elorduy). Y la cuestión fundamental, a mi juicio, es ésta:

¿Hay posibilidad de creación dentro de esa hembra física y metafísica que parece serlo todo y, a la vez, regirlo todo? En realidad volvemos a la más crucial de todas las disyuntivas: ¿Estamos o no estamos en un océano metafísico libre?

Lo curioso es que el Tao Te Ching propicia, al menos en algunos capítulos, una especie de anarquismo -en lo social- a la vez que un esclavista sometimiento a un imperio invisible -el Tao- con el que, al parecer, más vale armonizarse si no se quiere uno pudrir en la ignorancia/infelicidad.

El taoísmo, como ‘filosofía’ o ‘religión’ o lo que sea, me ofreció hace años una preciosa leyenda, deliciosamente adaptada por Marguerite Yourcenar en sus Cuentos orientales. En esa leyenda se narra la historia de un pintor chino (Wang Fô) cuyos ojos solo veían sublime belleza… y cuya capacidad artística le permitió crear un mundo (otro mundo) desde dentro del que estaba a punto de matarle.

Arte. Creatividad. Creatividad radical. Fuerza capaz de construir universos. En mi novela El bosque de albaricoques intenté dar más vida, más todavía, a aquel mago chino y a sus pinceles.

¿Cabe crear modelos alternativos de Tao? ¿Cabe legislar? ¿Cabe ser ingenieros de caminos metafísicos (y físicos por tanto)? ¿Cabe construir un camino como el que fotografió Richard Long y caminar por él como el que caminara por el interior de su propio cuadro?

¿Qué somos en realidad? ¿Cuánto poder y cuánta libertad tenemos?

¿Somos magos? ¿Qué significa eso? ¿Cuál sería el mago más poderoso? [Véase Magia].

Esta es la bibliografía que yo he manejado  sobre el taoísmo:

– Mircea Eliade/Ioan P. Couliano: Diccionario de las religiones, Paidos, Barcelona 1992.

– Russell Kirkland: Taoism: the enduring tradition, Routledge, Londres 2004.

– Chantal Maillard: La sabiduría como estética (China: confucianismo, taoísmo y budismo), Akal, Madrid 2000.

– Henry Maspero: El taoísmo y las religiones chinas, Trotta, Madrid 2000.

– Iñaki Preciado: Los cuatro libros del emperador amarillo, Trotta, Madrid 2010.

¿Qué es el taoísmo? ¿Cuál es el hábitat, el cosmos de palabras, que sirve de ‘casa del ser’ para ese ser conocido como “Tao”?

Ofrezco algunos apuntes personales.

Los dos libros más conocidos del taoísmo son el Tao Te Ching y el Chuang Tse. Otro menos conocido es el Lieh Tse. Pero el taosímo es muchísimo más que lo que hay en estos libros: son milenios de tradiciones muy complejas, en las que han participado hombres y mujeres, donde hay muchas sectas, donde se practica la magia, la medicina, la alquimia (exterior e interior).

Todo esto se construye a partir de una mitología: el Emperador Amarillo, hacia el 2600 a.C. iniciaría la China histórica (la que recoge por escrito el pasar del tiempo, del tiempo lineal). El caso es que ese emperador pasa a esa historia como gobernante sabio y justo; pero es también chamán: en estado cataléptico visita el mundo de los seres incombustibles… los inmortales que mantienen una especial relación con el mundo de las hadas, de las alegres hadas.

La esperanza suprema del adepto –toda religión ofrece algo, contiene una esperanza- se centra en reunirse un día con los inmortales de la Montaña K´Lun, región de la alegre reina Hsi Wang Mu, que cabalga sobre las ocas y los dragones.

El territorio fantástico del adepto taoísta son “La Montaña” y “Las Grutas Celestes” iluminadas por su luz interior. Al entrar en “La Montaña”, el taoísta se adentra en sí mismo y descubre esa ligereza del Ser que lo hace inaccesible a la palabra, al pensamiento.

El adepto medita que es una mariposa… una mariposa que le sueña a él.

El mundo es un edificio irreal constituido por sueños en los cuales los seres soñados engendran al soñador. Mircea Eliade utiliza el dibujo de Escher: las manos que se dibujan mutuamente para poder dibujar, y dice que esta ligereza del ser que no está delimitado por sus pesados deberes para con el Estado no gustaba a los confucianistas.

Monasterios mixtos. Magia sexual rechazada por el puritanismo confuciano. No aceptaban donativos.

Predicaban la nada, pero ofrecían la inmortalidad.

Practican meditación antes de la entrada del budismo en China, y también una sexualidad iniciática.

Clave: mantener el soplo vital: apnea prolongada; y retención del semen.

Invocación de los espíritus de las estrellas.

Localización de templos en el cuerpo y ubicación de dioses allí para visitarlos, hablar con ellos, honrarlos…

 

El libro: el Tao Te Ching.

Yo utilizo la traducción del jesuita Carmelo Elorduy. Las citas que ofrezco en este artículo están sacadas de esa traducción.

¿De dónde salió, quién lo escribió?

El mito habla de un tal Lao Tse, viejo maestro, que lo escribiría hacia el siglo VI a.C. y al que habría visitado el mismo Confucio. Hoy ‘se sabe’ que es un texto datado en torno al 300 a.C.

Russell Kirkland, sostiene que es un empaquetado de ideas provenientes de alguna comunidad rural. Un empaquetado realizado por algún hábil intelectual que quiso ofrecer a los compradores de ‘sabiduría’ de la época ideas diferentes de las de los confucianos o los legalistas.

Kirkland dice que se trataría de sabiduría casera de los viejos… Laoista… ‘Viejista’.

“Tao Te Ching” significa “Libro sagrado del camino y de la virtud”.

La idea fundamental en la que se apoya este libro es la del “Tao”, palabra que significa “camino”, o “razón”, pero también  “alma del mundo”, lo más abismático de la realidad. Y ese Tao sería inalcanzable con la mente, y por supuesto con el lenguaje, porque sería precisamente el origen, y el hábitat, de todo esto que llamamos mundo, sería la matriz, ‘la Madre’, de todas las cosas.

La mente y el lenguaje serían de hecho obstáculos para ver –y para dejar hueco- al Tao.

El Tao Te Ching compara al Tao con una hembra misteriosa: el húmedo y fértil e insondable fondo del mundo. El Tao sería un megadios, sin forma humana por supuesto, sin ninguna forma en realidad: un megadios que es vacío y totalidad a la vez.

Un no ser ni no-no ser del que emerge todo.

No puede ser nombrado porque no tiene otra cosa de la que distinguirse.

El latido del mundo.

Lo que de verdad está ahí ahora mismo.

¿Podemos oírlo?

Y el desafío sería ser oquedad para el Tao. Bailar su ritmo. Sin ofrecer resistencia. “Wu-Wey”: no actuar como persona individual y por tanto, ciega, y ser en Dios… Ser en el Tao.

Es algo así como un dios-naturaleza: un panteísmo y un misticismo a la vez: el Todo y la Nada siendo lo mismo. De hecho el Tao Te Ching ama la Naturaleza desaforadamente. Más que al hombre incluso, al que ama sólo en cuanto que es Naturaleza. De hecho, condena cualquier acto de intervención del hombre en los flujos naturales de las cosas. A diferencia de Confucio, o los racionalistas como Descartes o Marx, o Francis Bacon, que entienden que la Naturaleza debe servir para los fines de la sociedad, y que la naturaleza humana debe ser ‘domesticada’ por los ritos y la moral, Lao Tse le pide al ser humano que no actúe (Wu-Wei), que no fuerce nada, que deje que ese Alma del mundo (que se manifiesta en todo, incluso en el hombre) siga su inteligentísimo curso (¿Obedecer al ‘granjero’?).

El Tao Te Ching parece decir que el hombre sabio debe relajarse totalmente (olvidar las expectativas y los recuerdos), vaciarse de moralidad artificial e, incluso, de inteligencia, que es en definitiva una forma de codicia y de estupidez, y abrazarse al Tao, a esa ‘hembra universal’ que todo lo mueve, y dejarse llevar, dejar que Ella marque los movimientos del baile.

Tao es también ‘vida’.

El Tao Te Ching, a diferencia de Confucio, que venera a los sabios emperadores del pasado, acusa a esos mismos sabios de haber falseado, con virtudes artificiales, la primitiva sencillez natural. No propone una liberación ‘del mundo’ (esto no es hinduismo… estamos en China… que es mundana…, sacralizado de lo inmanente), sino de la civilización. El Tao Te Ching está incluso en contra de la educación:

“Suprimid los estudios y no habrá pesares.”

Hay una parte del Tao Te Ching dedicada a los gobiernos. Es realmente interesante porque coquetea con la anarquía. A ese libro no le gustan la ciudades, ni las multitudes, y mucho menos los gobiernos. Según Russel Kirkland esa parte de libro es un pegote puesto por los empaquetadores. Y dice también que los monasterios budistas no preocupaban a los gobiernos porque aceptaban donativos. Los taoístas, al parecer, no los aceptaban: eran realmente libres, muy provocadores, algo así como los cínicos de Grecia o los jivanmuktas de la India.

El Tao Te Ching propone vaciarse interiormente, crear un desapego o desinterés por las cosas –tener como si no se tuviera, diría San Pablo-… y como decía Buda.  Es estar en el mundo pero sin estar en él del todo, manteniendo cierta distancia, cierto desinterés, para no sucumbir a las locuras del deseo, no sucumbir a nuestras pasiones egocéntricas. Ese vacío entonces se llenaría con el flujo espontáneo del Tao, de la inteligencia universal, y eso llevaría a la acción correcta.

“Déjate llevar”, nos decimos muchas veces unos a otros cuando no sabemos qué consejo darnos unos a los otros en el tortuoso camino de la vida.

El Tao Te Ching recomienda eliminar la codicia y los deseos, no gastar la energía de la vida con cavilaciones abstrusas, no hablar mucho, máxima humildad, y conservar el semen…

Se dice que el taoísmo posterior al Tao Te Ching se convirtió en una religión rellena de magia, y se desarrollaron sofisticadísimas técnicas para controlar la eyaculación, y la respiración: se trataba de no perder energía vital para alcanzar así la inmortalidad. Chantal Maillard ve aquí una pérdida de altura, una caída en la  ‘superstición’. La inmortalidad, dice ella, no es de ‘alguien’: se alcanza precisamente cuando se deja de ser ese alguien que desea, entre otras cosas, ser inmortal.

Volvamos a la humildad. Es un concepto decisivo en el taoismo. Se trata de una humildad muy diferente a la del cristianismo. Esta última se basa en una conciencia de insignificancia ante la grandeza de Dios, en un sentimiento de culpa derivado de un pecado original. La humildad taoísta es una convicción de que no hay que singularizarse, de que la grandeza que puede sentir el ser humano le vendrá de ser consciente de que está en el Todo, en el Tao.

La potenciación, la veneración del yo, sería un empequeñecimiento, una ridiculización de lo grandioso: una mutilación del verdadero yo.

Sería, pienso, como agrandar hasta el infinito el foco de la linterna en el que incluimos el yo, lo que no es ‘lo otro’.

Vaciarse… de pequeñez.

Más citas del Tao Te Ching (según la traducción de Carmelo Elorduy):

“No estimar el magisterio, no amar los dineros ajenos, aparecer ignorante siendo sabio, es la más alta maravilla.”

“Al hombre bueno le basta el fruto que espontáneamente le ofrecen las cosas. No osa violentar nada por coger más; coge el fruto sin urgir más, sin empeñarse más, sin tercos caprichos, sin querer obtener demasiado, coge el fruto sin forzar.”

“El que pretende dar pasos demasiado largos, no puede andar”

“La ley del Cielo [el Tao] es vencer sin combatir, hacerse responder sin haber hablado, hacer venir sin llamar…”

“En el mundo, las cosas difíciles se hacen siempre comenzando por lo más fácil, y la cosas grandes, comenzando por lo más pequeño.”

“El que hace ostentación, no luce.”

“El que se estima, no brilla.”

“Ser sabio y no saberlo es perfección.”

“El hombre bueno [sabio] no ama discutir, y el discutidor no es bueno.”

“No hay desdicha mayor que la de no saberse saciar, ni vicio mayor que la codicia.”

“Sabio es el que conoce a los demás. Iluminado es el que se conoce a sí mismo. El que vence a los otros tiene fuerza, pero el que se vence a sí mismo es el fuerte. Rico es el que sabe contentarse.”

“El sabio cambia todo el día, sin ceder en su serena gravedad. Y si tiene magníficos palacios, sereno los habita, y de igual modo los abandona.”

“Conocer que no se conoce es lo más elevado.”

“Expeler el aire es fuerza.”

Pienso: vaciarse, incluso del concepto “aire”, para llenarnos enteramente del Tao, de la hembra (hiperfecundidad) absoluta. Sin erudición, sin sistemas de ideas, porque eso limitaría, mutilaría , el infinito… y se trata de reproducirlo dentro: sentirlo en el estómago.

Los taoístas buscan inmortalidad en “La Montaña” esa donde se hermanan con las hadas.

No se trataría de humildad por estética social, por ser ‘más queridos’ por el grupo, por caer mejor; sino humildad para ser más, para no agotarnos en lo pasajero, en lo cambiante. Conciencia total. Identidad infinita. Humildad como vía iniciática, expansiva, no como virtud ciudadana para serenar al poder y a otros conciudadanos. Humildad hasta en la soledad más atroz.

En resumen: hablar poco, actuar poco, no forzar el ritmo natural de las cosas, respirar (más bien exhalar) bien, no eyacular y seguir la Naturaleza: amarla…. confiar en ella… sin esa “suspicacia del labriego” a que se refería Ortega…

Buscar el reino sagrado que hay en el pecho. No fuera.

Sigamos sacando oro del Tao Te Ching:

“Donde acamparon los ejércitos, nacen las zarzas.”

“Las buenas armas son instrumentos nefastos, cosas aborrecibles. El hombre que tiene Tao no se vale de ellas.”

“Actuar queriendo conquistar el imperio [el mundo] es, a mi parecer, ir al fracaso. El imperio es un aparato muy espiritual. No se puede manipular con él. Manipular con él es estropearlo. Cogerlo es ya perderlo.”

“El hombre vivo es blando, y muerto es duro y rígido.”

“Las plantas vivas son flexibles y tiernas, y muertas son duras y secas.”

“La dureza y la rigidez son cualidades de la muerte. La flexibilidad y la blandura son cualidades de la vida.”

“Lo blando puede a lo duro.”

“De ahí que las armas, que son duras, no pueden vencer.”

“La desdicha se apoya en la dicha y la dicha se agazapa detrás de la desdicha. ¿Quién conoce la línea divisoria? No hay regla. La rectitud se vuelve extravagancia y lo bueno monstruosidad. Esto ha traído al hombre confuso mucho tiempo. Por eso, el sabio es cuadrado (recto), pero sin aristas cortantes; anguloso, pero sin ángulos punzantes; recto, pero no áspero en su forma de hablar a los demás; luz, pero no resplandor.”

“Pocos en el mundo llegan a comprender la utilidad de enseñar sin palabras y del no hacer nada.”

“Sin salir de la puerta se conoce el mundo. Sin mirar por la ventana se ven los caminos del Cielo. Cuanto más lejos se sale, menos se aprende.”

“El estudio es acumular de día en día. El Tao es disminuir de día en día y, disminuyendo más y más, se llega a la inacción. Inacción que nada deja de hacer. Siempre se ha conquistado el mundo sin hacer nada para ello…”

 

Algunas precisiones académicas. Las aportaciones de Russell Kirkland

Hoy día el taoísmo es uno de los temas que, como el yoga, rellena muchos estantes en librerías no especializadas. Es una religión, una soteriología, una ‘espiritualidad” que genera fascinación, digamos ilusión de transformación espiritual entre los buscadores occidentales, los que intuyen que su vida tiene un sentido ‘espiritual’, de ‘subida de escaleras’ para el acceso a otro nivel de conciencia. Y es también una galaxia de palabras que se ha prestado a sorprendentes manipulaciones. Inconscientes en su mayoría.

A este respecto son especialmente alumbradoras dos conferencias que el profesor Russell Kirkland pronunció en los años 1994 y 1997. La conferencia de 1997 (que tuvo lugar en la universidad de Tenessee) fue presentada bajo el título “El taoísmo de la imaginación occidental y el taoísmo de China: descolonización de las exóticas enseñanzas del Este”. En esta conferencia Kirkland trató temas que son, a mi parecer, de enorme interés para elevar nuestra potencia filosófica. La tesis fundamental de este investigador fue que  los estudiosos occidentales del taoísmo no aceptaban lo que los taoístas de China tradicionalmente pensaban de su ‘religión’. Habría una gran diferencia entre el taoísmo de las publicaciones académicas y el taoísmo de la imaginación del colonialismo cultural norteamericano, el cual no ‘escucharía’, sino que solo buscaría elementos capaces de fortalecer sus creencias: su esquema-mundo: “Miles de occidentales literalmente han sido engañados acerca del taoísmo”.

Kirkland analiza los valores culturales que subyacen en la distinción entre taoísmo filosófico y taoísmo religioso. Dicha distinción se habría hecho en la China moderna: los intelectuales chinos modernos habrían tenido miedo a ser rechazados por los intelectuales occidentales secularizados; miedo a ser considerados miembros de una cultura supersticiosa (anti-ilustrada). Kirkland habla de verdaderas distorsiones de la realidad creadas por estudiosos victorianos (como Legge y sus informantes confucianos), todos ellos hostiles al taoísmo; y afirma que la intelectualidad moderna emite juicios desde un culto, desde un dogma: nuestras creencias son axiomáticamente verdad; cualquiera que siga otras creencias no es digno de nuestro respeto; quien desafía nuestras creencias es un necio peligroso que debe ser atacado y desacreditado. Los intelectuales modernos, según Kirkland, participarían de un culto especialmente pernicioso: creerían que no forman parte de ningún culto.

Parte de estas ideas, aplicadas al estudio occidental del taoísmo, Kirkland afirmó haberlas sacado de un artículo de Steve Bradbury, de la Universidad de Hawai. Bradbury hablaba de una narrativa ilustrada (racionalista) de la religión.

Finalmente Kirkland afirma que es posible volverse un taoísta, seguir el Tao, pero no con un libro,  sino yendo, por ejemplo, a la Abadía de los Nubes Blancas de Beijing.

Una frase final: “Si el taoísmo tiene algo que ofrecer al mundo moderno, no se encontrará en las estupideces lucrativas de las librerías americanas.”

 

Y ahora Schopenhauer

Volvamos a la ‘Filosofía pura’, mi diosa más irresistible. Y, desde esa diosa, me es inevitable acudir una y otra vez a la inmensidad del sistema filosófico de Schopenhauer. En el siguiente párrafo veo un tejido sacro de caminos (de ‘Taos’) individuales:

“[…] en el simple sueño la relación es unilateral, y es que solo un yo verdaderamente quiere y siente, mientras que los demás no lo hacen, pues son fantasmas; por el contrario, en el gran sueño de la vida tiene lugar una relación multilateral, toda vez que no solo uno aparece en el sueño del otro, sino que éste también aparece en el de aquel, de forma que, por medio de una verdadera harmonia praestabilita, cada uno sueña solo aquello que para él es adecuado según su propia guía metafísica, y todos los sueños-vida están entretejidos con una perfección tal, que cada uno experimenta solo lo que le es beneficioso y hace lo que es necesario para los demás […]” (Parerga y Paralipomena, pp. 232-233, según la edición de Arthur Hübscher de 1988).

 

Ahora una confesión personal

En la noche del 16 al 17 de octubre de 2008 soñé que explicaba el Zen a mi  hermano. Mi padre escuchaba. Tranquilo. Lúcido. Libre ya de esta vida. Y dijo: “Que ningún discurso te bloquee el futuro”.

Creo que ese consejo es clave para entender el vaciado del que habla el Tao Te Ching. Se trataría de liberarse de cualquier “natura naturata“, cualquier “orden” no querido, no sentido como propio. No sentido como sagrado. Y, desde ahí, afrontar la parte del camino todavía invisible: lo que no aparece en la fotografía de Richard Long.

¿Cuántos paisajes pisarán todavía nuestros pies?

Lo fabuloso de la vida (este camino que ahora piso) es su plasticidad. No dejo de sospechar que, como el pintor Wang Fô, soy yo -cada uno de nosotros- quien lo dibuja sobre el lienzo infinito de nuestra conciencia.

Y cada día me parece más lúcida la idea de Paracelso de que el hombre fabrica su propio cielo y que, una vez fabricado, ese cielo le alimenta. Creo que la clave está en la Fe [Véase]. Y en la capacidad de asumir el peso descomunal de la libertad absoluta (como se atrevió a decir Sartre en esa conferencia de 1945 que se publicó con el título “El existencialismo es un humanismo”).

Fe en esa cosa inefable, descomunal, omnipotente, que llevamos dentro (ese Tao sin forma que es capaz de automodelarse en infinitos mundos). Esa cosa capaz poetizarse de cualquier forma: de ser cualquier Logos. Véase [Logos] y [Poesía].

Fe en que todo es posible para esa cosa de lo ‘real’.

El camino en el que ahora apoyamos los pies de nuestra conciencia puede mostrar prodigios jamás acontecidos.

Por eso no hay que poner límites discursivos a nuestro futuro. Eso me aconsejó mi padre en sueños.

Yo creo que tampoco hay que poner límites discursivos a nuestro presente: entonces veremos que el camino, el Tao, huele como la piel de las hadas taoístas.

David López

 

[Echa un vistazo a mis cursos]

 

Las bailarinas lógicas: “Sueño”.

 

Dicken´s Dream. Robert William Buss

Soñamos.

Es prodigioso el mero hecho de que algo así llegue a ocurrir, a ser siquiera posible.

Filósofo es aquel que no se acostumbra a lo prodigioso: aquel que no se acostumbra a lo que hay. Porque, finalmente, es incapaz de abarcar lo que hay en palabra alguna, en sistema alguno. 

En las notas que siguen expondré algunas reflexiones que, según creo ahora, se encaminan hacia una desactivación de los universales “Sueño” y “Vida” [Véase “Universalia“], y, quizás, a su sustitución por un neologismo que sería algo así como “Omni-vida”, entendiendo que no existe diferencia ontológica entre los distintos ‘lugares’ o ‘mundos’ en los que entramos y salimos a lo largo del tiempo infinito — y dentro del espacio, infinito también — de nuestra mente.

La experiencia total. ¿Cuáles son los límites de la vida? ¿Cuánto se vive en una vida; si incluimos todo lo que se sueña en ella? ¿Cuántos cómputos de tiempo? ¿Cuántas tramas? ¿Cuántas personas se es en el gran teatro de nuestra mente (o de nuestro “cerebro”, si se quiere soñar en red con los neurofisiólogos)? [Véase “Cerebro”].

La vida es sueño. Sí. Pero, ¿qué es eso de “la vida”? ¿Cómo jerarquizar los distintos mundos en los que entramos y de los que salimos? ¿Desde dónde estoy exponiendo estas preguntas? ¿Desde un sueño? 

Creo que sería más apropiado decir que el sueño es vida. Y eliminar eso de “solo fue un sueño”. Creo que un sueño es algo grande.

¿Podemos — como aseguran, entre otros, los budistas — despertar alguna vez, pero del todo? ¿Morir es despertar a otro sueño más ‘real’, más ‘de verdad’, que este en el que ahora escribo, y en el que tú, querido lector, me lees?

Algunos taoístas aseguran que somos — los seres humanos y sus mundos — el sueño de una mariposa: el sueño de algo que goza de una ligereza infinita. El sueño de una Nada… [Véase “Nada”].

Con ocasión de la bailarina lógica “Materia” [Véase], narro un sueño personal en el que, una vez alcanzada la consciencia de que estaba soñando, me deleité contemplando la materia onírica de unos árboles de mi infancia; e incluso sintiendo en mi piel una brisa ‘imaginaria’ que provocó en mí un estallido de belleza extrema. La noche 24 de mayo de 2011 tuve un sueño similar. También lúcido. Así lo recuerdo ahora:

Estoy en una casa que se supone que es la mía. Hay bastante gente dentro y también en el jardín. Entre esa gente están mis familiares más directos. De pronto, me doy cuenta, algo asustado y aturdido, de que esa no es exactamente mi casa. Empiezo a sospechar que estoy soñando. Se lo digo a mi hermano. Él no me cree. Intento convencerle a él y a más gente que ahora no recuerdo. Dudo de si estoy o no soñando. Me decido a hacer la prueba que siempre me funciona: levanto los brazos para echar a volar. Y vuelo. Me consuela saber que he acertado y que estoy en un sueño, lo cual, inmediatamente, me hace tomar consciencia de que tengo un enorme poder de configuración de esa realidad: que puedo hacer con ella casi lo que quiera. Pero recuerdo también, mientras voy volando, que debo mantener la calma y la concentración para no perder el poder. Paso volando junto a las ramas de unos árboles gigantescos. Me detengo, casi en meditación, para contemplar en detalle el prodigio de esa materia onírico-vegetal. Ante ese espectáculo, siento una emoción estético-metafísica realmente gloriosa: estoy contemplando la materia de los sueños.

Sigo mi vuelo y llego a una especie de chalet de montaña, aparentemente deshabitado, muy bello, iluminado con una luz entre verdosa y gris: la luz que nace y muere justo antes de los amaneceres. Veo un cartel con un teléfono. Me pregunto qué pasaría si yo marcara ese número. No lo hago. Me es igual. No me quiero distraer. Lo que me interesa es la contemplación pura de la materia que me envuelve. Sigo volando hacia no sé dónde.

Llego a una casa grande en cuyo tejado hay grandes cristaleras. Veo niños durmiendo. Ellos me descubren. No sé qué decir. Les digo finalmente que soy un ángel, que no se preocupen, que estoy para cuidarles, para que tengan una vida preciosa. Uno de ellos me dice que ya sabe quién soy porque me ha visto en una película. Al resto les doy igual. Entonces se me ocurre animarles a jugar conmigo. Pierdo algo de concentración y de control porque empiezo a sentir apego por esos niños. Me doy cuenta de que tengo que salir de ahí, urgentemente, pero no volando, porque ya he perdido el poder de volar. Salgo corriendo por una escalera grande, como de edificio de lujo en Berlín. Siento angustia. Quiero despertar. Quiero despertar urgentemente.

Pero despierto en otro sueño, y quiero tomar notas en él para aprovechar esas experiencias y poderlas traer a este diccionario filosófico. Hay muchos niños haciendo ruido y soy incapaz de concentrarme. Suena mi móvil. Es un mensaje de voz. Recuerdo de pronto haber soñado un tercer sueño en el que acababa de iniciar una apasionada relación sentimental con una mujer. Una mujer de ojos verdes, muy guapa y muy fea a la vez, que había conocido mientras dejaba una bolsa en el colegio de mi hijo. En el mensaje ella se lamenta de que yo no devolviera sus llamadas. Su voz es angustiosa. Yo sé — en el sueño — que esa mujer formaba parte de otro sueño distinto: un hechizo puntual destinado a diluirse en la nada como un arcoíris moribundo.

Desperté a este sueño desde el que ahora escribo.  Ya dentro de este mundo concreto sentí una mezcla de fascinación metafísica — y física — y también angustia ante la volatilidad de los mundos. Pero, sobre todo, sentí mucha tristeza por aquella mujer de nada que me amaba desde la nada ofreciéndomelo todo.

Los sueños. La vida. El amor…

Antes de exponer mis ideas, creo oportuno mencionar a los siguientes pensadores:

1.- Buda. El despierto. Pero… ¿Para qué despertar? ¿Para no sufrir? Sugiero seguir en la vida sabiendo que se trata de un sueño, de un sueño sagrado. Y ponerse a su servicio: aumentar sus hechizos (Nietzsche).

2.- Kant. Confesó que había despertado del “sueño dogmático” gracias a Hume. ¿Qué es un sueño dogmático? Las bailarinas lógicas (“Causalidad”, “Tiempo”, “Espacio”… y muchas más) hunden en ese sueño. Pero no se puede vivir sin ellas. Porque vivir es soñar. Porque vivir es estar hechizado.

3.- Schopenhauer. Leamos lo que escribió sobre el sueño este poderoso pensador en la primera parte de su obra Parerga y paralipomena (P I, 232-233, según la edición clásica de Arthur Hübscher, revisada por su mujer Angelika, y publicada en Mannheim en 1988):

“[…] en el simple sueño la relación es unilateral, y es que solo un yo verdaderamente quiere y siente, mientras que los demás no lo hacen, pues son fantasmas; por el contrario, en el gran sueño de la vida tiene lugar una relación multilateral, toda vez que no solo uno aparece en el sueño del otro, sino que éste también aparece en el de aquel, de forma que, por medio de una verdadera harmonia praestabilita, cada uno sueña solo aquello que para él es adecuado según su propia guía metafísica, y todos los sueños-vida están entretejidos con una perfección tal, que cada uno experimenta solo lo que le es beneficioso y hace lo que es necesario para los demás […].”

(La traducción es mía. Ofrezco a continuación el texto original en alemán para su cotejo):

“[…] im bloßen Traume das Verhältniß einseitig ist, nämlich nur ein Ich wirklich will und empfindet, während die Uebrigen nichts, als Phantome sind; im großen Traume des Lebens hingegen ein wechselseitiges Verhältniß Statt findet, indem nicht nur der Eine im Traume des Andern, gerade so wie es daselbst nötig ist, figuriert, sondern auch dieser wieder in dem seinigen; so daß, vermöge einer wirklichen harmonia praestabilita, jeder doch nur Das träumt, was ihm, seiner eigenen metaphysischem Lenkung gemäß, angemessen ist, und alle Lebensträume so künstlich in einander geflochten sind, daß Jeder erfährt, was ihm gedeihlich ist und zugleich leistet, was Andern nöthig […]”.

4.- Freud. 1900. Die Traumdeutung. La interpretación de los sueños. El sueño es una necesidad psíquica, una especie de prótesis metafísica, y su interpretación permite sanar… eso que sea “el alma”. Freud, que es un pensador excepcional, está no obstante hechizado  — acunado — por bailarinas como “Ciencia”. Es un ilustrado decimonónico: habla de “los antiguos”, que, en su supuesta ignorancia pre-científica, creyeron que los sueños podrían ser un lugar intervenido por divinidades exteriores, y que en los sueños había mensajes, y que anunciaban el porvenir… Freud escribió su libro sintiendo que no había habido avance desde Artemidoro de Daldis (s. II d. C.). Y considera que la materia de los sueños es la memoria, la cual almacenaría absolutamente todas las experiencias vividas por un ser humano desde su infancia (hasta las más nimias). Objetivo de la interpretación de los sueños: sanar. Utilizar el sueño (su recuerdo) para sacar a “la luz de la razón” (esa diosa exorcista) todo lo reprimido. Así se acabaría, según Freud, con el sufrimiento: volviendo consciente lo inconsciente. Su método consistía en sugerir que fuera el paciente-soñador quien interpretara su propio sueño, dejando que las imágenes salieran sin censura a la purificadora luz “de la razón”. Contra la ciencia de su época, Freud sí creyó que los sueños tenían sentido, pero rechazó el uso de claves interpretativas fijas porque las consideró simple superstición. Finalmente, Freud, en su obra La interpretación de los sueños, confirmó el sentido popular que, según él, siempre consideró los sueños como un espacio para la realización de deseos frustrados en la vida real. Y los “sueños de angustia” serían un fallo del sistema: lo deseado por el inconsciente sería insoportable; y se produciría, sin más, el despertar.

Y estas son mis ideas sobre la palabra “Sueño”:

1.- El sueño/la vida son contenidos de conciencia  — no tengo otras palabras más adecuadas para decirlo. Creo que esos contenidos forman una fabulosa obra de arte que está siendo contemplada por ‘nosotros’ desde un lugar innombrable desde aquí. Esa gran Creación, esa descomunal sinfonía de mundos interconectados, incluye todo lo ‘vivido’ y ‘soñado’ por nosotros.

2.- No morimos porque no vivimos. “Vivir” es una palabra demasiado simple. “Soñar” y “morir” también lo son. Como he adelantado al comienzo de este texto, creo que sería más apropiado decir que “omni-vivimos”: entramos y salimos en y de realidades que nosotros mismos fabricamos desde donde somos Nada (desde donde somos Dios, si se quiere utilizar esta palabra).

3.- Creo que en nuestros sueños  — vida incluida — irrumpen mensajes y seres exteriores. O, mejor dicho quizás:  mensajes que nos mandamos a nosotros mismos desde otros lugares de nuestra conciencia infinita.

4.- Considero que no hay que descartar la posibilidad de que ‘alguien’ nos esté contemplando en este momento, con ternura, como cuando contemplamos a nuestros hijos dormidos. No es tampoco descartable que nos estén amando y cuidando desde donde quizás despertemos al morir.

5.- El sueño dogmático. Este diccionario filosófico muestra el poder narcotizante de las bailarinas lógicas (las palabras/los conceptos/ los universales/las ideas). Creo que todo kosmos noetos, en sentido platónico, es narcótico: todo cosmos es un sueño ordenado. Todo logos, si tiene la fuerza suficiente, sumerge en un profundo sueño dogmático. Kant, gracias a Hume, despertó de un sueño dogmático, pero entró en (y fabricó) muchos otros, todos preparados para causar hechizos en sus fabulosas obras filosóficas.

6.- La interpretación de los sueños. ¿Qué es “interpretar”? ¿Para qué “interpretar”? Unos mundos nutriendo a otros. Pero, ¿desde qué lógica? ¿No es la lógica, también, una alucinación de la mente? Quizás sí. Pero hay que vivir este sueño, este, y merece la pena buscar nutrientes, ideas, hitos, mensajes — lo que sea — en otros mundos. Creo, con Freud, que los sueños están al servicio de nuestra salud, entendiendo “salud” en un sentido ilimitado.

7.- Despertar. Dios se aprieta pero no se ahoga. Todos sabemos en el fondo, que, cuando un sueño (o un vivir en general) se pone demasiado duro, podemos salir de él: podemos diluirlo en la nada del sueño olvidado y reducido a simple materia onírica, a pura irrealidad.

8.- El silencio en el sueño. Los sueños, en general, son ruidosos, desasosegados, como caricaturas de este sueño/vida desde el que ahora escribo. En los sueños, generalmente, se siente muy poco sosiego, y muy poca libertad… ¿Cabe meditar dentro de un sueño?  Yo lo hice, después de saberme soñando en una especie de asamblea de dignatarios religiosos que tenía lugar dentro de lo que parecía una catedral. Fue una experiencia incomunicable ahora. En otra ocasión soñé con un pueblo rodeado por la luz y el silencio.  Todo era demasiado calmado. Demasiado maravilloso. Sentí que no estaba en un sueño ordinario; y me asusté muchísimo porque supe que aquello era la muerte. O algo relacionado con la muerte. Y yo no quería morir. Tenía una preciosa hijita de cuatro años. Elegí entonces  — por amor, por amor puro y duro — regresar a esta vida/sueño (a esta “Omni-vida”), renunciando a las delicias de aquel paraíso rural. Y letal.

9.- Creo que cabría diferenciar entre el sueño pasivo y el sueño activo. El Dios de los monoteísmos, el Dios Creador, antes de crear,  tuvo que soñar activamente (‘imaginar’) su Creación (o ‘ensoñar’ si se prefiere). No cabe pensar una Creación instantánea, no soñada activamente, esto es: no deseada una vez imaginada activamente. No se puede desear algo que no se ve previamente en la imaginación. El sueño pasivo, por su parte, sería una entrada en el fruto de la propia imaginación, con la conciencia autolimitada para percibir lo creado (la ‘realidad’) como algo ajeno objetivo, ‘ahí’. Ese podría ser el sentido mismo de la Creación. Y del mundo. De todos los mundos posibles. 

10.- El paraíso. No descarto su existencia; como sueño perfecto experimentable desde un nivel de conciencia todavía auto-hechizado. El paraíso como materialización de todo lo deseado ‘en vida’: como vivencia total de todo lo soñado (ensoñado) activamente: como último regalo del cerebro para sí mismo (si no se quiere salir del modelo fisicista-cerebralista).

11.- El sueño amado. Recuerdo haber sido arrastrado por cataratas de sueños sucesivos en los que una y otra vez creí que había despertado, por fin, a la verdadera realidad. Pero ninguno de ellos era el sueño amado. Y yo lo sabía. Hasta que regresé a este.

Este.

Mi sueño amado es este: este desde el que escribo, porque en él están seres maravillosos por los que vale la pena asumir los dolores del ignorante (en sentido budista): de ese ‘estúpido’ que -por puro amor- no se desapega de su sueño amado.

Quisiera terminar este texto trayendo de nuevo las palabras de Schopenhauer sobre el sueño. Y es que tienen una fuerza y una belleza descomunales:

“[…] en el simple sueño la relación es unilateral, y es que solo un yo verdaderamente quiere y siente, mientras que los demás no lo hacen, pues son fantasmas; por el contrario, en el gran sueño de la vida tiene lugar una relación multilateral, toda vez que no solo uno aparece en el sueño del otro, sino que éste también aparece en el de aquel, de forma que, por medio de una verdadera harmonia praestabilita, cada uno sueña solo aquello que para él es adecuado según su propia guía metafísica, y todos los sueños-vida están entretejidos con una perfección tal, que cada uno experimenta solo lo que le es beneficioso y hace lo que es necesario para los demás […].”

David López

 

 

 

 

 

 

 

[:]

Pensadores vivos: E.O. Wilson

 

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En este texto expongo parte de  lo que ha ocurrido en ¿mi? pensamiento al leer la obra de E. O. Wilson que lleva por título The Social Conquest of Earth (New York-London 2012), publicada en España por la editorial Debate bajo el título La conquista social de la tierra.

Se trata de una obra de gran belleza en la que el reputadísimo biólogo de Harvard (el “señor de las hormigas”) ofrece lo que él cree que espera recibir aquel que se hace las clásicas preguntas “¿De dónde venimos?”, “¿Quiénes somos?” y “¿Adónde vamos?”. Preguntas estas que, como todas, llevan ya dentro la presuposición de que se comparte un modelo estático de Metafísica (de la estructura visible y también invisible donde se cree que está el que las formula).

El sujeto de esos interrogatorios aparece en primera persona del plural y se auto-denomina “ser humano” (“seres humanos” mejor dicho quizás). Este libro de Wilson se abisma en el conocimiento de la esencia de lo humano. Creo que podría ser de interés que alguien (yo ahora no tengo tiempo para ello) intentará relacionar esta obra con la obra maestra de Max Scheler: La posición del hombre en el cosmos. Scheler es más profundo que Wilson porque es filósofo: digamos que es capaz de activar su conciencia por encima del proceso de pensamiento que se despliega ante ella (digamos que está más atento a los hechizos del lenguaje). Wilson es brillante, científicamente impecable (supongo), fascinante (he disfrutado enormemente leyendo su narración de la teo-génesis humana), pero su pensamiento opera imantado por una Metafísica que él no problematiza: es un delicioso (y muy saludable) pensador religioso.

Wilson ha incorporado a su narración científica un cuadro de Gauguin, quizás con la intención de mostrar que, gracias a la prodigiosa evolución de la cultura humana, estamos ya en un momento de síntesis gnoseológica que nos puede llevar a paraísos todavía no imaginados (si es que somos capaces de instaurar una nueva Ilustración, una nueva entronización de la razón empírica). Se trata de un cuadro cuyo título agrupa las tres preguntas clásicas a que antes he hecho referencia, y cuya respuesta cree Wilson haber acercado gracias a su obra. Esta obra (La conquista social de la tierra) termina por cierto de una forma algo insólita, muy bella en cualquier caso: una carta que “El señor de las hormigas” escribe al gran pintor francés. La última frase de esa carta y de esa obra la traduzco así al español:

En nuestro tiempo hemos acercado mutuamente el análisis racional y el Arte, y hemos convertido en socios las ciencias naturales y las Humanidades, y con ello estamos un paso más cerca de las respuestas que tú buscabas.

Creo no obstante que Gaugin no buscaba respuestas a preguntas filosóficas, sino un estado de conciencia pre-paradisíaco donde desplegar el misterio de la creatividad y de la belleza. D.T. Suzuki calificó el Satori (punto culminante del camino del Zen) algo así como lo que sentía Dios antes de decir “Hágase la luz”.

A finales de mayo de 2015 visité con mi hijo Nicolás y con su amigo Ari un minúsculo lago perdido que ardía en las sobrias llamas de la primavera segoviana, bajo ese cielo que, según dijo María Zambrano [Véase], tiene la altura justa. Queríamos coger ranas vivas. No cogimos ni una sola. Ellas nos observaban camufladas entre algas y flores. Las miradas de los niños quedaron muy pronto imantadas por la superficie del lago. El Ser se contemplaba a sí mismo desde todos sus infinitos puntos. Silencio. Olores a rocas, hierva casi seca, manzanillas, robles lejanos. Yo contemplaba a los niños sentados sobre una de las rocas, y contemplaba su mirada, la belleza de su mirada de ocho años; la misma que la de los grandes científicos y los grandes filósofos y los grandes teólogos y los grandes místicos. Todos en realidad siendo una misma forma de ser, de ser un ser humano: mirando con estupor maravillado el despliegue no sustativizable de lo real.

De pronto el silencio fue subrayado por el vuelo lineal de dos velocísimas libélulas. Azules. Translúcidas. Atentísimas a nuestros movimientos (incluso mentales me pareció en algún momento). Y no excluí su ubicación en otra matriz semántica (ver en ellas quasi-hadas… como nos permitiría un pensador tan aperturista como es Patrick Harpur [Véase aquí]).

El día anterior lo habíamos pasado esos dos preciosos niños y yo intentando hacer volar un dron: torpe animal todavía no nacido del todo, no asentado, es de suponer, en ninguna especie biológica. Las libélulas volaban ¿autómatas? de forma prodigiosa, creando una especie de agujero negro de belleza en esa porción de materia que sus códigos genéticos eran capaces de someter, de guiar. Utilizo estos juegos de lenguaje porque son los que permiten, creo, asomarse a lo que parece verse desde la mirada de E. O. Wilson, cuyos hallazgos en el mundo de las hormigas le han parecido de interés para un buen encauzamiento de la especie humana (la única que parece capaz de pecar, en sentido ecológico).

Según el algoritmo ideológico en el que creo que se mueve el pensamiento de E.O. Wilson, el dron y la libélula (y los niños) serían formaciones derivadas de una sola Ley: la ley de la Evolución. Todo máquina [Véase mi bailarina lógica “Máquina”].

Y dentro de ese mismo algoritmo ideológico encontramos también un esfuerzo para conservar la así llamada “biodiversidad”, lo cual exige fundamentar éticamente esa conservación. He encontrado algunos intentos en la preciosa página web de la E. O. Wilson Biodiversity Fundation.

Quizás se puedan agrupar esos intentos de fundamentación en dos ideas:

1.- La utilidad que para la especie humana tienen los millones de especies vivas que existen en este planeta (utilidad sobre todo medicinal, nutricional, etc.).

2.- La propia dignidad, digamos bio-ontológica, de esos seres, todos ellos fruto de la omnipotente e incuestionable (e invisible) Ley de la Evolución; todos ellos -supongo- amenazados de desintegración al estar mutando hacia lo que ahora no son.

Desde el punto de vista puramente ontológico la Ley de la Evolución impide otorgar un ser estático a sus criaturas. Tampoco veo posible otorgar individualidades en la Biomasa más allá de “nuestras” ocurrencias poéticas y de nuestras necesidades de disponer de esquemas útiles para bracear en el infinito.

Sí creo, no obstante, que debe apoyarse la custodia de la Biodiversidad por un sentido religioso de respeto a lo existente: todo templos mutantes, delicuescentes: pompas de jabón biológico que hay que sacralizar antes de que estallen, de que sean otra cosa.

Hace años que tenía yo la ilusión de asomarme a la mirada de E. O. Wilson. No sé muy bien cómo y cuándo llegué a él, pero enseguida me cautivó la forma en que decía beautiful mientras contemplaba una ‘simple’ hormiga. También me hechizó la narración de su infancia: un niño prodigio asomado al prodigio de la “Naturaleza” [Véase], aquietando en ideas (en modelos) la sensualísima gelatina de eso que los científicos llaman “Biomasa”.

La Filosofía, una vez más, me ha regalado algo glorioso que me permite ahora mirar con calma y con verdadero gozo la mirada de Wilson, dejar que se haga Cosmos el infinito ante mí según el Verbo que brota de este gran científico.

He pasado, por fin, varios días dejándome tomar de lleno por ese Verbo. En uno de esos días, poco antes del atardecer, salí a pasear por el campo que se infinitiza frente a mi mesa de trabajo, en Sotosalbos. Quería sentarme junto a un hormiguero y contemplarlo sin prisa, en absoluta soledad, en silencio. Hubo un momento en que la luz roja del sol se reflejó en la quasimetálica piel de las hormigas. Eran los momentos finales del día, pero seguía oliendo a planeta recién creado, recién narrado, recién ilusionado. Elegí un hormiguero especialmente grande, que parecía comunicado con otros mediante una carretera de hormigas muy negras, bastante grandes, todas hécticas, apasionadas, rápidas, sometidas a una tensión que Wilson llama “la correa genética”.

Intenté desactivar los universales [Véanse aquí], diluir los sustantivos (que habría que llamar más bien “sostentivos” porque sostienen el hechizo de que lo real corresponde a la estructura del lenguaje): diluir las fronteras ontológicas que en ese momento obligaban a mi mirada a dividir entre la hormiga individual y las demás, y entre las hormigas como conjunto y el suelo que pisaban, y el vapor invisible de las flores de manzanilla, y la placa sin fondo de un cielo que otros científicos aseguran que nos bombardea con ese tipo de materia cósmica que Aristóteles, entre otros, consideraba no corruptible. Todo junto. Todo uno. Todo nada (nada mágica). Y mi propio cuerpo, tendido en la hierba y en las flores junto al hormiguero. Y mi pensar también. El misterio del pensamiento, que Wilson ubica dentro de la biología, como un efecto más de la sacralizada Ley de la Evolución: una diosa nueva, diosa del cambio perpetuo, de la autoconfiguración infinita. ¿Hasta dónde? ¿Hasta qué?

Para mí es fascinante contemplar la cosmovisión (más bien “cosmo-creación”) de Wilson desde esa multi-cámara extrema que nos ofrece la gran Filosofía. Me parece en cualquier caso que la vía científica (aunque renuncie en la mayoría de los casos a contemplar su propia manera de contemplar, y aunque presuponga casi siempre una metafísica no cuestionada) ofrece sensaciones únicas. Ayer yo, por ejemplo, salí de mis libros, de mis apuntes, de esta pantalla, de la misteriosa sinfonía de “mi” pensamiento, y acerqué todos mis sentidos a la piel misma de la Cosa, de lo que parece presentarse como “objetivo” (de la Vorstellung de la que habló Schopenhauer), que olía por cierto a primavera extrema, a infinita posibilidad, a magia sensual y total.

Dijo Bertrand Russell [Véase aquí] que los científicos son las personas más felices. Puede que tuviera razón. Mirar su mirada mientras ellos contemplan los hechizos del Ser es realmente fabuloso. Se les enciende la cara; es decir: el alma. Puede que el científico, en su doble labor de creador y de contemplador de ideas ya hechas “mundo” (por ejemplo la idea de “hormiga”), esté sintiendo el placer de los dioses demiurgos, de los dioses que crean y contemplan sus creaciones. Todas siempre artificiales; y sacras también, mientras son amadas.

Gracias a Wilson llegué a otro gran experto en hormigas (otro científico-demiurgo). Su nombre es Laurent Keller (universidad de Lausana) y parece haber descubierto una descomunal colonia de hormigas, una especie de divinidad biológica, un no sé si mitológico monstruo con una longitud de 5.760 kilómetros, posado sobre una superficie del Planeta que llegaría desde la Riviera italiana hasta el noroeste de la península ibérica. Se habla de un monstruo formado por millones de nidos y miles de millones de hormigas, las cuales (si les queremos otorgar individualidad bio-ontológica) se reconocerían entre sí y se aceptarían como si formaran parte de un pueblo, una civilización, donde por fin hubiera reinado la paz (o un cuerpo perfectamente sano donde todos sus componentes vibraran en completa armonía). Me ha parecido leer también que esa quasi-divinidad biológica tiene réplicas de sí misma que se extienden también por la costa de California y la costa oeste de Japón.

Mi pensamiento, ahora, está incendiado por la mirada y la narración de Wilson. Él diría que mi pensamiento es una resultante casual de la Ley de la Evolución, la cual, poderosísima, manejaría incluso el fondo del abismo de mi mente (que no es sino materia muy evolucionada). Mi pensar y mi escribir de ahora mismo no serían míos, sino de esa divinidad, que estaría dentro, sometida a su vez, a esa Ley Unificada que algunos científicos esperan elevar a un posición que ninguna religión monoteísta ha conseguido alcanzar jamás. O quizás sí.

Estaríamos dando la razón al Sócrates que habla en el Ion. El propio Wilson, en un impactante experimento, utiliza el cuerpo de una hormiga, sus líquidos, para convertirlos en Verbo biológico vertido en una superficie plana en forma de línea recta, y decirles así a las demás hormigas cuál es el camino a seguir. Una hormiga utilizada por un Dios (Wilson) como instrumento para comunicarse con las demás, para decirles cuál es el camino. Parece que Wilson cree que su experimento de “hablar” con las hormigas lo estaría realizando sometido a las directrices de la diosa Ley de la Evolución (no más que una manifestación de la Gran Diosa que sería la Ley Unificada).

En La conquista social de la tierra Wilson se atreve a narrar el misterio de la irrupción del ser humano en la Materia [Véase mi bailarina lógica “Materia”]. Y se atreve también a hacerlo responsable de un desastre ecológico, negando a la vez su libertad. Estamos ante una terrible contradicción: si no somos libres, no tenemos opción para realizar o no pecados ecológicos. Sería la diosa Ley de la Evolución la que habría provocado, mediante los cerebros humanos, decisiones perjudiciales para otras especies.

Pero Wilson ofrece también un paraíso futuro: un paraíso terreno donde se desplegaría la magia ética, lingüística y artística humana en plena armonía con el resto de las especies vivas. Eso sí: desde la colaboración… desde “lo social”. Se habla de una conquista social de la tierra, aunque en realidad se debería hablar de una conquista social del cielo: una salvación colectiva gracias a la luz de la Ciencia. Preciosa luz, sin duda, para una potente inteligencia utilitarista, pero no para la “ex-teligencia”, la inteligencia que “lee” fuera de sí misma [Véase aquí].

Afirma Wilson en la obra que vengo comentando algo especialmente impactante: “Dentro de una generación habremos avanzado tanto que podremos explicar los fundamentos materiales de la conciencia”.  ¿De la conciencia de qué, de quién? ¿Del así llamado “ser humano”? ¿De así llamado “Universo”? ¿Del así llamado “Dios”? ¿Qué es exactamente eso de “conciencia”? ¿Cómo saber que algo no la tiene?

La conquista social de la Tierra lleva como subtítulo “Una historia biológica del ser humano”. Es poesía por tanto, esquema, irrealidad. Arte puro. Una maravilla. Pero la ‘realidad pura y dura’ no queda siquiera rozada por ese prodigioso (cosmizador) Verbo, precisamente porque es fuente inagotable de todos los Verbos posibles. De todos los mundos posibles.

En algunos rincones del taoísmo se afirma que somos el sueño de una libélula. Quizás todo está sostenido por la magia de su conciencia azul.

David López

 

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Pensadores vivos: Moisés Naím

 

 

Este artículo está dentro de mi intento de contemplar -y calibrar- eso que sea el pensamiento actual: por así decirlo, los cerebros que estén emitiendo ideas, visiones, incluso sentimientos, con especial fuerza, con especial lucidez. Ahora.

A comienzos de este año leí en el texto infinito que nos envuelve (y que intenta definirnos) que el “poderoso” dueño de FaceBook (Zuckerberg) ha decidido crear un club de lectura. Para ello tenía Zuckerberg que elegir un libro/un autor. Y los agraciados por esa decisión quasi-divina han sido Moisés Naím y su obra El fin del poder. 

He entrado en esta obra con gran interés, a pesar de que no soy asiduo a los ensayos sobre política (o geopolítica, o economía política, o socio-economía-política…).

Y he leído en Internet que Moisés Naím nació en Libia, de padres judíos que emigraron a Venezuela. Que en este país llegó a ser ministro de Fomento. Que ha sido también director del Banco Mundial y director de la revista Foreign Policy. Que se doctoró en el MIT. Que ha recibido el Premio Ortega y Gasset de periodismo… Y él mismo se presenta en la introducción del libro afirmando que conoció y conoce los lugares donde se reúnen los “poderosos” (?): Davos, FMI, Bildenberg, etc. Hay que escucharle.

Sobre todo después de afirmar (tras su experiencia como ministro):

“Tardé años en comprender del todo la lección más profunda que me dejó esa experiencia. Se trataba, como ya dije, de la enorme brecha entre la percepción y la realidad de mi poder. Sin embargo, en la práctica, no tenía más que una limitadísima capacidad de emplear recursos, de movilizar personas y organizaciones y, en términos generales, de hacer que las cosas sucedieran” (p. 13-14 de la edición de Debate, 2013).

Pero pocos párrafos más adelante, tras afirmar que el poder está “sufriendo mutaciones muy profundas”, nos dice Naím:

“De ninguna manera quiero decir que en el mundo no haya muchísima gente e instituciones con un inmenso poder”.

Yo, sin embargo, siento en el corazón de mi inteligencia, de forma creciente y desde hace muchos años, que esos poderes (los “de arriba”) no son poderosos. Ni malvados. Que lo que mueve la voluntad de los “poderosos” escapa a su voluntad consciente. ¿Qué/quién mueve el mundo? Depende de lo que entendamos por “mundo” y por “mover”.

Esta página intenta ser puramente filosófica. Esto significa que cualquier realidad que entre en ella será iluminada, simultáneamente, con todos los focos que yo tenga disponibles. Lo dijo Ortega y Gasset [Véase]: la Filosofía busca una imagen “enteriza” de la realidad. De ahí su imprecisión; y (diría yo) su gran capacidad de abrir bellísimos -y sobrecogedores- horizontes en los lugares más aparentemente confinados por un esquema.

La obra de Moisés Naím es brillante, estimulante, honesta creo; pero no es filosófica. Tampoco lo pretende, aunque, al apoyarse conceptualmente en eso que sea “el poder”, al abismarse en la ontología, acude a alguna cita de Nietzsche y a algún pensamiento aristotélico. También utiliza de forma muy oportuna una expresión de un amigo de Nietzsche (Jakob Buckhart), el cual advirtió del enorme daño civilizacional que pueden causar los “grandes simplificadores”.

Durante la lectura de El fin del poder he estado condicionado por una espera. Esperaba yo que Moisés Naím citara a Michel Foucault, el cual propuso al sueño lingüístico colectivo que nos cohesiona y que nos ilusiona un concepto extraordinariamente lúcido (lúcido aunque siempre dentro de este hechizo fabuloso del que no podemos salir). Me refiero al concepto de “microfísica del poder”. [Aquí se puede leer mi artículo completo sobre Michel Foucault].

Ideas fundamentales de El fin del poder

1.- Fin del poder. Ese es el título de la agraciada obra de Naím. Pero lo cierto es que no encontramos en ella esa posibilidad, ese proclamado final. Sí encontramos la idea de que estamos asistiendo a una degradación y a una mutación del poder: el poder cada vez sería más accesible, más difícil de mantener y más fácil de perder. Las barreras que “los poderosos de siempre” tienen estructuradas para proteger su codiciado poder estarían ahora más amenazadas que nunca. Y esto (que según Naím abre grandes posibilidades a la humanidad) generaría también amenazas que hay que considerar: el caos, la inestabilidad total, la inseguridad incluso física, etc.

2.- ¿Qué entiende Naím por “poder”? Hay un epígrafe concreto en la obra cuyo título es “Pero, ¿qué es el poder?” (p. 37). Y se nos ofrece la siguiente definición: “El poder es la capacidad de dirigir o impedir las acciones actuales o futuras de otros grupos o individuos. O, dicho de otra forma, el poder es aquello con lo que logramos que otros tengan conductas que, de otro modo, no habrían adoptado”. Estamos, me parece a mí, ante una concepción del poder que se concibe exclusivamente como acción hacia fuera. Que los otros hagan lo que queremos. Me temo que eso exige menos fuerza y pericia que conseguir que nosotros ejerzamos poder sobre nosotros mismos. Que nos obedezcamos. El Yoga, por ejemplo, ofrece enormes poderes (siddhi) para ser desplegados en el universo (siempre interior) del yogui. También eso que entiende Naím por “mundo real” es una edición, un modelo, creado en su cerebro (si es que seguimos las concepciones cerebralistas actuales). Y cierto es también que eso que sea el mundo donde ejercer o detener o controlar el poder, nunca dejará de ser otra cosa que una narración, una tradición social (más o menos convincente). El verdadero poder sería la capacidad de destruir o crear mundos enteros. O incluso de conservarlos, una vez reducidos (y sacralizados) con palabras, con sagradas escrituras [Véase “Upanayana”].

(Creo oportuno reproducir aquí un Twitt de Moisés Naím en el que, inducido por la poetisa norteamericana Muriel Rukeyser, parece haber recibido en el alma de su cerebro el impacto de la mirada de la diosa Vak):

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“The universe is made of stories, not atoms” Muriel Rukeyser

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3.- ¿Qué es lo que ha cambiado en ese mundo que Naím tiene por objetivo, exterior? (disculpad por favor este exceso puntual de idealismo berkeliano). Naím habla de una triple revolución, asumiendo el riesgo de proponer una tesis hermenéutica muy forzada, pero que sin duda puede ofrecer muchas posibilidades prácticas. Y utiliza una técnica, digamos “cabalística”, para exponer esa tesis (p.89): revolución del más, revolución de la movilidad y revolución de la mentalidad. Las “tres emes”.

– Primera eme: Más. Naím dice que vivimos en una época de abundancia. Dice que hay más de todomás bienes y servicios, más gente, mucha más, más partidos políticos, más estudiantes, más armas, más medicinas, más… Mucha más gente: dos mil millones más que hace dos decenios. Y se dice que la primera década del siglo XXI, a pesar de la crisis financiera, ha sido “la mejor de todas”: bajada espectacular de la pobreza en los países en vía de desarrollo, un aumento impactante de la clase media mundial (a la vez que se contrae la clase media de los países desarrollados). Se dice incluso que en 2013, en America Latina, “el número de personas que pertenecen a la clase media sobrepasó, por primera vez, a la población pobre”. Y que el 84 por ciento de la población mundial está alfabetizada. Y que hay una rápida expansión  de la población científica.  Y que los seres humanos “gozan ahora de una vida más larga y más saludable que sus antepasados, incluso que los más recientes de ellos” (p.93). Moisés Naím ofrece una clave para entender la degradación del poder: “cuando las personas son más numerosas y viven vidas más plenas, se vuelven más difíciles de regular, dominar y controlar”.

– Segunda eme: Movilidad. Habla Naím de las transformaciones que provoca la migración en las estructuras del poder, y de todo. Y estaríamos ante una migración planetaria con una rapidez y una intensidad nunca conocidas.

– Tercera eme: Mentalidad. Cree Naím que están ocurriendo decisivos cambios en la “mentalidad”, supongo que colectiva: “La inclinación de los jóvenes a poner en duda la autoridad y desafiar al poder se ve reforzada por las revoluciones del más y de la movilidad . No solo hay más personas menores de treinta años, sino que tienen más: tarjetas de llamadas prepago, radios, televisores, teléfonos móviles, ordenadores y acceso a internet, además de posibilidades de viajar y comunicarse con otros como ellos en su país y en todo el mundo” (p. 107).  “La incapacidad de Estados Unidos y de la Unión Europea de cortar la inmigración ilegal o el tráfico ilícito es un buen ejemplo de cómo el uso del poder vía la coacción y la fuerza no da tan buenos resultados” (p. 116).

4.- Apertura a un futuro absolutamente novedoso: “No será la primera vez que esto sucede. En otras épocas también hubo estallidos de innovaciones radicales y positivas en el arte de gobernar […] Ya va siendo hora de que haya otro […] Empujada por los cambios en la manera de adquirir, usar y retener el poder, la humanidad debe encontrar, y encontrará, nuevas formas de gobernarse”.

No parece sin embargo que Moisés Naím, en su optimista apertura a esas “innovaciones radicales”, quiera cuestionarse, por ejemplo, el modelo sociológico, económico (y antropológico) que permite seguir afirmando que existen seres humanos “desempleados”. No cuestiona por tanto el en mi opinión esclavista binomio empleado/desempleado. Tampoco cuestiona los partidos políticos como instrumentos fundamentales para la participación de los ciudadanos en eso de “la Democracia”.

Yo creo que el único camino ascendente para la Humanidad es la desactivación de los discursos de identificación de ser humano con cosas como “Estados”, “Naciones”, “clases sociales”, “religiones”, “ideologías”, “partidos políticos”. Está pendiente una política planetaria basada en el puro humanismo: una red de monarcas absolutos (diamantes ontológicos absolutos) vinculados entre sí por hilos de oro ético. Una política, si se quiere, basada en el amor (Martha Nussbaum, Political emotions: why love matters for justice, The Belknap Press of Harvard University Press,  Cambridge, Massachusetts, 2013).

Lo grande de El fin del poder de Naím es que no solo ofrece un erudito, ordenado y responsable análisis del hipercomplejo mundo humano actual,  sino que es también capaz de llevarnos a un misterioso piso de arriba, a un cuarto de magos donde quizás seamos capaces de crear una sociedad a la altura de lo más alto del ser humano. Será entonces el comienzo del verdadero poder, ejercido dentro de esos diamantes, e irradiado hacia los demás en forma de amor.

Y entiendo por amor un acto de voluntad en virtud del cual el ser humano es contemplado, y es tratado, como un templo sagrado.

David López

* Vuelvo a este artículo ocho años después para recomendar esta entrevista que Adriana Amado realizó a Moisés Naím: 

Entrevista a Moisés Naim. Adriana Amado. 2023

 

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Una metafísica de la violencia

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La imagen que ocupa el cielo de este texto es un cuadro de Caspar David Friedrich titulado Abtei im Aichwald. En él se muestra un templo arrasado. Un ser humano es un templo, sagrado, por lo tanto no profanable. Ese es el principio fundamental sobre el que se construyen los sistemas jurídicos más avanzados del planeta.

Ese templo no deja de serlo aunque esté ideológicamente enfermo. A Bin Laden -ese templo incuestionable, ese “árbol de sangre”- se le asesinó de forma sacrílega. Él lo hizo con muchos más templos, con miles de templos, pero fue coherente con sus -esclavistas, miedosas, emponzoñadas- ideas. Los que le asesinaron y los que ordenaron ese asesinato no fueron coherentes con las suyas, que son justamente las que yo considero como las más avanzadas y más diamantinas de este planeta: los derechos humanos, la salvaguardia de los templos. A nadie se le ocurre derruir una pirámide de Egipto por el hecho de que en ella, o con ocasión de ella, se cometieran atrocidades.

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Pensadores vivos: Rüdiger Safranski

 

 

Rüdiger Safranski. Romanticismo. En esta obra narra cómo Herder a finales del siglo XVII salió de viaje por el mar, y cómo, en lo Inmenso, en lo Otro, se encontró a sí mismo. La subjetividad como lugar de prodigios, inmenso también, radicalmente humano, capaz de crear en esa Inmensidad mundos enteros.

Quiero traer aquí una vivencia personal. Ocurrió hace veinticinco años, en la cubierta de un barco que me llevaba a África, a mí y a mi moto, los dos dispuestos a atravesar el desierto de Sahara, una galaxia de mitos para mí en aquella época. Y sentí de pronto una brisa en la piel del cuerpo y del alma que no provenía de eso que, simplificando, mutilando, llamamos “mar”.

Volvamos a Rüdiger Safranski. En mi larga investigación sobre el poder de la magia en la Metafísica de Schopenhauer he tenido la suerte de leer una brillante obra de Rüdiger Safranski: Schopenhauer und die wilden Jahre der Philosophie. Eine Biographie (Carl Hanser Verlag, 1987) [Schopenhauer y los años salvajes de la Filosofía. Una biografía]. Hay una edición en español realizada por Tusquets (2008) y cuyo traductor es José Planells Puchades.

Mis tesis fundamentales sobre la piedra angular de la -bellísima- Metafísica de Schopenhauer discrepan completamente de las que Safranski expone en esta obra, pero no por ello dejo de aplaudir su enorme valor académico y estético, sobre todo por su energía filosófico-lingüística, por su singular pulso narrativo y reflexivo, por la limpieza y, a la vez, la capacidad de hechizo que tienen sus frases, muchas de las cuales son insólitamente cortas y simples para lo que es habitual en el lenguaje alemán. Y hay una frase en particular que irradia algo inefable sobre todas las demás. Es la primera:

“Este libro es una declaración de amor a la Filosofía”.

Es por tanto Rüdiger Safranski, como lo soy yo mismo, un enamorado de la Filosofía. ¿Cómo no serlo?

Más tarde disfruté también de forma excepcional con otra obra de Safranski: Romantik. Eine deutsche Affäre (Carl Hanser Verlag, 2007). La edición en español es una vez más de Tusquets (2009). La traducción la ha realizado Raúl Gabás.

También he disfrutado mucho escuchando a Safranski junto a Peter Sloterdijk en el programa televisivo Philosophischer Quarttet (ZDF). Este programa se emitió en la televisión alemana entre los años 2002 y 2012. Ahora hay mucho material disponible en YouTube. Desconozco si hay algo traducido al español.

Rüdiger Safranski (Rottweil, Alemania, 1 de enero de 1945). Estudió en Frankfurt y en Berlín Germanística, Historia, Historia del Arte y Filosofía. Tuvo entre otros profesores a Theodor Adorno. En 1976 se doctoró en la Universidad Libre de Berlín con una tesis cuyo título es Estudios sobre el desarrollo de la “Arbeiterliteratur” en la República Federal (Studien zur Entwicklung der Arbeiterliteratur in der Bundesrepublik). No sé cómo traducir “Arbeiterliteratur”. Quizás debería ser Literatura de/sobre los trabajadores. En cualquier caso no he tenido todavía el placer de leer la tesis de Safranski.

Es relevante señalar que fue Safranski uno de los socios fundadores del Partido Comunista alemán (Kommunistischen Partei Deutschlands).

Safranski se ha destacado internacionalmente como escritor de biografías. Aparte de la ya citada sobre Schopenhauer (1988), ha escrito sobre E.T.A. Hoffmann (1984), Heidegger (1994), Nietzsche (2000), Schiller (2004), Schiller y Goethe como amigos (2009) y, la última publicada, es sobre el propio Goethe individualmente (2013), el cual se presenta como un maestro de la vida, de la obra de arte que sería la vida. Estas biografías son una delicia para el lector, y en ellas Safranski ofrece mucho más que información: filosofa en privado, pero en voz alta, con gran elegancia, y con gran fuerza.

Aparte de su tesis doctoral, ha publicado también Safranski otras dos obras no biográficas: ¿Cuánta verdad necesita el ser humano? Sobre lo pensable y lo vivible [Wieviel Wahrheit braucht der Mensch? Über das Denkbare und das Lebbare. Hanser, München u. a. 1990]; y ¿Cuánta globalozación soporta el ser humano? [Wieviel Globalisierung verträgt der Mensch? Hanser, München u. a. 2003].

Expongo a continuación algunas consideraciones sobre las dos obras de Safranski con las que he dado comienzo a este artículo:

1.- Schopenhauer y los años salvajes de la Filosofía (Las citas que ofrezco se refieren a la edición alemana: Carl Hanser Verlag, 1987).

Tras su declaración de amor a la Filosofía, Safranski nos ofrece en esta obra una extensa y vibrante biografía de Schopenhauer y, a la vez, una imagen de su sistema filosófico. Esa imagen forma parte de una tradición hermenéutica que atribuye a Schopenhauer la idea de que el mundo, lo inmanente, agota lo existente, el ser en su totalidad.

Rüdiger Safranski afirma (p. 229) que la frase clave de Schopenhauer es de 1815 (“de la que todo lo demás se deriva”):

El mundo como cosa en sí es una gran voluntad, que no sabe lo que quiere; pues ella no sabe sino que simplemente quiere, justamente porque ella es una voluntad y no otra cosa.

Y dice Safranski:

Aunque Schopenhauer también partió de una filosofía trascendental, no llega a ninguna transparente trascendencia: el Ser no es sino ciega voluntad, algo vital, pero también opaco, que no señala hacia nada con sentido ni con designio. Su significado está en que no tiene significado, solo es. La esencia de la vida es deseo de vida, una frase que es confesadamente tautológica pues la voluntad no es nada sino vida. “Voluntad de vivir”, contiene solo una duplicidad lingüística. El camino hacia la “cosa en sí”, que también transita Schopenhauer, termina en la más oscura y espesa inmanencia: en la voluntad sentida en el cuerpo (p. 313).

En 2010 Rüdiger Safranski ha editado una selección de textos de Schopenhauer bajo el título Arthur Schopenhauer. Das große Lesebuch (Fischer Verlag, Frankfurt am Main, 2010). Y, sorprendentemente, en las páginas 23-24 encontramos a Safranski diciendo algo muy distinto a lo que acabamos de leer, dudando, arrastrado -supongo que gozósamente- por la enormidad todavía no bien medida de la metafísica de Schopenhauer:

El mundo de la voluntad quizás no es todo. Schopenhauer aclaró en un comentario a su obra principal: “que en mi filosofía el mundo no completa la total posibilidad del Ser”. Se trata de una sorprendente afirmación, pues significa que la negación [de la voluntad] no conduce a un muerto no-Ser [ersterbendes Nichtsein], sino a otro Ser. Cada gran filosofía tiene su inefabilidad, su misterio informulable. En el caso de Schopenhauer me parece que está en esta frase insinuado: “que en mi filosofía el mundo no completa la total posibilidad del Ser” [bei mir die Welt nicht die ganze Möglichkeit alles Seyns ausfüllt].

Esta crucial afirmación de Schopenhauer la encontramos en la página 740 de la segunda parte de su obra capital: El mundo como voluntad y representación (Sämtliche Werke, edición de Arthur Hübscher revisada por su mujer Angelika Hübscher, 7 volúmenes, F. H. Brockhaus, Mannheim, 1988).

En la Metafísica de Schopenhauer el “mundo” (lo que Schopenhauer entendía por mundo) es una parte minúscula de la totalidad, de lo que se es (de lo que somos) más allá de la puntualmente mundanal condición humana. De hecho, esa metafísica, ese modelo de totalidad construido con palabras que nos regalo Schopenhauer, tiene espacio semántico suficiente como para afirmar que somos en realidad una “Nada Mágica”, capaz, desde su omnipotencia, desde su libertad radical, de autoconfigurarse en cualquier modelo de mundo, en cualquier modelo de voluntad ya determinada.

La expresión “Nada mágica” es una propuesta mía, no de Schopenhauer: una herramienta hermenéutica que puede ser útil para vislumbrar el imponenente tamaño que tiene su sistema metafísico.

En cualquier caso esa herramienta hermenéutica ha sido decisiva para desarrollar mi trabajo Die Magie in Schopenhauers Metaphysik: ein Weg, um uns als „magisches Nichts“ zu erkennen [La Magia en la Metafísica de Schopenhauer: un camino para conocernos como “Nada mágica”]. Este trabajo, como ya he anunciado en posts anteriores, está a punto de ser publicado en Schopenhauer-Jahrbuch (Königshausen & Neumann, Würzburg). Muy pronto espero traer aquí ese texto -que está escrito en alemán- y una traducción al español. Creo que merece la pena. Es una delicia filosófica, un lujo para la mirada, seguir a Schopenhauer en su intento de legitimar recíprocamente la Magia y su sistema filosófico. Y creo, honestamente, que es precisamente la Magia la mejor puerta de entrada a esa soprendente galaxia de frases, la mejor perspectiva para contemplar lo que ahí emerge.

2.- Romanticismo.

Esta obra me ha ofrecido algunos contenidos interesantes sobre los vínculos entre la Magia y la Filosofía. Estos contenidos están en el sexto capítulo, que es el que Safranski dedica a Novalis. No es éste el momento de que exponga mi visión sobre la filosofía mágica de Novalis y su impactante similitud con el fondo del sistema filosófico de Schopenhauer (ambos quizás igualmente hechizados por ideas muy extremas del kantianamente hechizado Fichte).

Sí creo, no obstante, que merece la pena traer aquí una deslumbrante afirmación de Novalis:

“El mago más grande sería aquel que pudiera también hechizarse a sí mismo, de manera tal que sus hechizos se le presentaran como fenómenos autónomos creados por otros. ¿No será ese nuestro caso?”

La cita está disponible en: Novalis Schriften [Escritos de Novalis], edic. Richard Samuel-Paul Kluckhohn, 4 volúmenes, Bibliographisches Institut, Leipzig, 1928, vol.II, p. 394.

Sí, Novalis. Podría ser ese nuestro caso. Podría ser que estuviera ahí todo dicho. ¿Dicho por quién, a quién? ¿Por “qué” a “qué”?

Volvamos a Safranski. Romanticismo. Quisiera ofrecer ahora mis reflexiones sobre unos momentos de esa obra (la traducción es mía, y es dudosa):

– “El romanticismo es una época deslumbrante del espíritu alemán, con gran irradiación sobre otras culturas nacionales. El romanticismo como época ha pasado, pero lo romántico como mentalidad [Geisteshaltung] permanece […] Lo romántico es fantástico, ingenioso, metafísico, imaginario, impulsivo, exaltado, abismal. No está obligado al consenso, no necesita ser socialmente provechoso, ni siquiera estar al servicio de la vida. Puede amar la muerte. Lo romántico busca la intensidad hasta llegar al dolor y la tragedia. Con todo esto no es lo romántico especialmente adecuado para la Política. Cuando se derrama en la Política, debería estar unido a una fuerte dosis de realismo. Y es que la Política debería basarse en el principio de prevención del dolor, del sufrimiento y de la crueldad. Lo romántico ama lo extremo, una Política racional el compromiso” (p. 392).

– “Por otra parte no deberíamos perder lo romántico, pues la racionalidad política y el sentido de la realidad es demasiado poco para la vida. […] El romanticismo provoca curiosidad hacia lo completamente otro. Su desatada fuerza imaginativa nos ofrece el espacio de juego que necesitamos, si es que consideramos, con Rilke, que:

en el mundo interpretado

no nos sentimos confiados en nuestro hogar.

Es una traducción mía, muy criticable, incluso por mí mismo. Ofrezco el original:

daß wir nicht sehr verläßlich zu Haus sind

in der gedeuteten Welt.

Con esta frase de Rilke (que es un recorte sacado de la Primera Elegía de Duino) concluye la obra de Safranski. Cabría afirmar que es precisamente ese “mundo interpretado” lo que el propio Safranski denomina “realidad”, como algo contrapuesto a “lo romántico”. Tengo la sensación de que esos “mundos reales” son productos poéticos puntualmente aquietados por el consenso de las tribus humanas (por decirlo de alguna manera). El romanticismo como actitud filosófica, epistemológica incluso, intensifica la potencia de la mirada hasta el punto de dejar traslúcidos los tejidos de fantasía que constituyen las “realidades puras y duras”; y hasta el punto de tomar conciencia de la autoría de esos tejidos cosmizadores.

Parecería que Safranski quiere proponer una medida de higiene poética. Parecería que quiere crear un traje de máxima protección anti-vírica que impidiese la entrada de los virus imaginativos propios del romanticismo en el ámbito de la Política, esfera ésta donde solo habría que estar a los hechos de la realidad pura y dura y trabajar por un consenso destinado a la “prevención del dolor, del sufrimiento y la crueldad” (p.392).

No veo que el objetivo de la Política deba ser la prevención del dolor, del sufrimiento. Cuidado. El sufrimiento no voluntario es fuente de sublimación, de creatividad, de elevación. Sugiero la lectura de mi bailarina lógica “Tapas (Sufrimiento creativo)”. Se puede entrar en ella desde [Aquí].

El desafío, creo, no sería tanto crear ese himen entre dos mundos, como iluminarlos, ambos, con la luz de la Filosofía: saber que la Política está hechizada con bailarinas lógicas [Véanse aquí], saber que podemos analizar las consecuencias que su baile puede provocar en el sacro ser humano (mi humanismo es conscientemente irracional, y no puede fundamentarse a sí mismo), saber que contamos con una gran fuerza poética capaz de construir, de custodiar, de desinstalar si acaso, mundos enteros.

Afirma Safranski (p. 393) que la “tensión entre lo romántico y lo político pertenece a la todavía más abarcante tensión entre lo imaginable y lo vivible”. He traducido la palabra alemana “Vorstellbaren” como “imaginable”. “Vorstellung” puede traducirse al español, efectivamente, como “imaginación”, aunque también como “presentación”, “representación” o, incluso, como “obra de teatro”. Schopenhauer da comienzo a su obra capital afirmando “Die Welt ist meine Vorstellung“. Normalmente esta famosa frase se traduce como “El mundo es mi representación”. Podría traducirse también como “El mundo es mi imaginación”. No creo que el “mundo vivible” al que se refiere Safranski sea distinto que el imaginado. El peligro, en Política, está en dejarse atrapar por mundos imaginados por otros, sobre todo si esos mundos no son creados desde el amor, sino desde odio (es decir, desde la estupidez). La Filosofía sería experta en mundos, en tejidos de mundos. Y en amor también.

Por ello la Filosofía es ineludible para la Política.

Eso de “mundo” cabe también pensarlo como un sumatorio de sustantivos, una tradición social (Unamuno), una ficción que no ha nacido de un engaño deliberado sino de una multimilenaria epidemia de hechizos. No hay demonios conspiratorios, solo hombres de buena fe que no son lo suficientemente lúcidos como para saber que no hay demonios.

Sospecho, en cualquier caso, que lo que de verdad hay -la realidad pura y dura- nos es inimaginable.

“El mundo” es algo así como un dibujo, o una programación (autolimitación/protección) de la mirada. Por eso, en el fondo, lo vemos con cierta extrañeza, porque todos somos románticos, todos sentimos algo que no queda simbolizado en ningún sistema-mundo (“el mundo interpretado” al que parece que se refirió Rilke).

Todos, en algún momento, hemos sentido en la piel del alma la brisa de lo Inefable, de lo no interpretado. Por eso filosofamos con estupor maravillado.

Safranski filosofa con ese estupor, pero desde la calma. Es un gran placer tanto leerle como escucharle. Gracias amigo por tu precioso trabajo.

David López

 

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Pensadores vivos: Antonio Damasio

 

 

Hace un mes tuve la ocasión de charlar con un neurocirujano español, joven, inteligente. Me dijo que después de mucho operar cerebros no había visto el alma. Se me ocurrió sugerirle que tampoco habría visto materia. La materia no se ve. La materia es una palabra que pretende designar algo que nadie sabe lo que es. Y, además, eso que los físicos entienden hoy por “materia” supera con mucho lo que muchos teístas entienden por “Dios”. La materia sería hoy más poderosa, mágica, profunda, incomprensible, desconcertante y fascinante de lo muchos grandes pensadores fueron nunca capaces de pensar cuando creían estar pensado en Dios. [Véase aquí mi bailarina lógica “Materia”].

Cerebro. Materia. Dios.

Antonio Damasio (Lisboa, 1944) es un médico. Hemos de suponer (desde Paracelso) que se trata de un ser humano al que le mueve un especial amor hacia el ser humano, que lucha por la felicidad de este animal tan singular, que combate su dolor. Obtuvo Antonio Damasio su doctorado, junto con su mujer Hanna, en la universidad de Lisboa. En 1974 recibió la pareja el encargo de crear un departamento de investigación en la Nueva Universidad de Lisboa, pero no pudieron seguir adelante con este proyecto por falta de financiación. Recordemos a Marcuse [Véase] señalando que el capitalismo (indestructible) debe ponerse al servicio de proyectos culturales, elevadores. El dinero puede ser magia. El caso es que Antonio Damasio y su mujer Hanna emigraron a los EE.UU. En concreto a la universidad de Iowa (1976-2005). Y desde 2005 es Antonio Damasio profesor de neurología y psicología en la University of Southern California. Allí dirige el Brain and Creativity Institute.

¿Puede una porción de la materia ser creativa? ¿Cómo es eso posible? ¿Puede saltarse esa ley unificada que parece tenerlo todo tomado y crear, libremente, algo no previsto por esa ley radical?

La obra de Antonio Damasio que intentaré analizar en este artículo lleva por título El error de Descartes. He utilizado la edición de bolsillo de Crítica (Barcelona, 2003; traducción de Juandomènec Ros). Las citas se referirán siempre a esta edición.

El título de esta obra lo justifica Antonio Damasio porque considera que Descartes creó un error cuyas consecuencias todavía se están padeciendo, incluso entre los modernos investigadores del cerebro. Descartes, según Damasio, proclamó un dualismo que no corresponde con la realidad: el dualismo cuerpo-mente. El cuerpo sería pura materia (lugar sin vida, sin alma, esquematizable matemáticamente). Y la mente (o alma, o esencia eterna, inespacial e intemporal del ser humano) sería el lugar del pensamiento, de la razón.

Yo tengo la sensación (acrecentada a partir de mi re-lectura de Damasio) de que eso que ahora los científicos llaman “materia” supera en magia, sacralidad y “espiritualidad” eso que Descartes llamaba “mente”.

Y desde Damasio, desde su Poesía científica, brota una deliciosa sacralización del ser humano como finito, delicadísimo, casi delicuescente prodigio en el todo matemáticamente ordenado -pero también puntualmente emocionado- que es para él el universo (el cosmos):

“Sin embargo, la mente completamente integrada en el cuerpo que yo concibo no renuncia a sus niveles de operación más refinados, los que constituyen su alma y su espíritu. Desde mi perspectiva, es sólo que alma y espíritu, con toda su dignidad y escala humanas, son ahora estados complejos y únicos de un organismo. Quizás la cosa más indispensable que podemos hacer como seres humanos, cada día de nuestra vida, es recordarnos a nosotros mismos y a los demás como seres complejos, frágiles, finitos y únicos. Y esta es, desde luego, la tarea difícil: desplazar el espíritu de su pedestal en ninguna parte hasta un lugar concreto, al tiempo que se conserva su dignidad y su importancia: reconocer su humilde origen y su vulnerabilidad, pero seguir dirigiendo una llamada a su gobierno” (pp. 231-232).

Hemos brotado por tanto de “la humilde materia”. ¿Por qué humilde? ¿No es eso un eco del dualismo (al menos jerárquico- que se quiere erradicar? Veo ecos del Samkya indio: Prakriti y Purusa. El Purusa sería nuestro verdadero ser, lo grande, lo puro, caído misteriosamente en la Prakriti: el mundo material, engañoso, corruptible, no puro. Quizás podemos pensar que esas “materias” o “mundos” en los que nos perdemos no son sino las narraciones-mundos que en las que nos cobijamos para no desintegrarnos en la belleza extrema de lo que en realidad hay.

“Humilde materia”. Cerebro. Sugiero la lectura de  esta bailarina lógica desde [Aquí].

Pero volvamos al pensamiento de Damasio. Ofrezco a continuación algunos otros momentos de su obra El error de Descartes:

1.- Los sentimientos como resultado de la actividad de sistemas cerebrales. Suena frío, hiper-materialista. Pero Damasio sublima esa presunta frialdad así: “Descubrir que un determinado sentimiento depende de la actividad de varios sistemas cerebrales específicos que interactúan con varios órganos del cuerpo no disminuye la condición de dicho sentimiento en tanto que fenómeno humano. Ni la angustia ni la exaltación que el amor o el arte pueden proporcionar resultan devaluadas al conocer algunos de los innumerables procesos biológicos que los hacen tal como son. Precisamente, debería ser al revés: nuestra capacidad de maravillarnos debería aumentar ante los intrincados mecanismos que hacen que tal magia sea posible. Los sentimientos forman la base de lo que los seres humanos han descrito durante milenios como el alma o el espíritu humanos” (p.13). Sí, Antonio Damasio: nos maravillamos ante lo que la palabra puede llegar a decir. No sabemos qué son lo sentimientos, ni el alma, ni eso de los “mecanismos”. Pero es igual: estamos maravillados. Y ese es el sentido de la existencia.

2.- Mente/cerebro. “[…] el cuerpo, tal como está representado en el cerebro, puede constituir el marco de referencia indispensable para los procesos neurales que experimentamos como mente; que nuestro mismo organismo, y no alguna realidad externa absoluta, es utilizado como referencia de base para las interpretaciones que hacemos del mundo que nos rodea y para la interpretación del sentido de subjetividad siempre presente que es parte esencial de nuestras experiencias; que nuestros pensamientos más refinados y nuestras mejores acciones, nuestras mayores alegrías y nuestras más profundas penas utilizar el cuerpo como vara de medir” (p. 13). El problema, en mi opinión, reside en que ese “cuerpo” (que hemos de suponer plenamente material desde la narrativa desde la que Damasio esquematiza el infinito) está, por así decirlo, abierto por dentro hacia un “exterior” que puede ser una realidad “absoluta”, más abisal, que el propio Dios: los abismos de la materia.

3.- “¿Cuál fue, pues, el error de Descartes? O, mejor todavía, ¿qué error de Descartes quiero destacar, de manera poco amable y desagradecida? Se podría empezar con una queja, y reprocharle el haber convencido a los biólogos para que adoptaran, hasta el día de hoy, mecanismos de relojería como modelo para los procesos biológicos. Pero esto quizá no sería muy honesto, de modo que podríamos continuar con “Pienso luego existo”. La afirmación, quizás la más famosa de la historia de la filosofía. […] Tomada en sentido literal, la afirmación ilustra precisamente lo contrario de lo que creo que es cierto acerca de los orígenes de la mente y acerca de la relación entre mente y cuerpo. Sugiere que pensar, y la consciencia de pensar, son los sustratos reales del ser. Y puesto que sabemos que Descartes imaginó que el pensar es una actividad muy separada del cuerpo, celebra la separación de la mente, la “cosa pensante” (res cogitans), del cuerpo no pensante, el que tiene extensión y partes mecánicas (res extensa). Pero mucho antes del alba de la humanidad, los seres eran seres. En algún punto de la evolución, comenzó una consciencia elemental. Con esta consciencia elemental vino una mente simple; con una mayor complejidad de a mente vino la posibilidad de pensar y, aun más tarde, de utilizar el lenguaje para comunicar y organizar mejor el pensamiento. Así, pues, para nosotros en el principio fue el ser, y sólo mas tarde fue el pensar. […] Somos, y después pensamos y sólo pensamos en la medida que somos, puesto que el pensamiento está en realidad causado por las estructuras y las operaciones del ser” (p.229).

Es crucial que analicemos con sosiego filosófico estas últimas frases de Antonio Damasio. Y es que ha hablado de “ser”, de lo que en realidad “es”. Y ese ser parece hacerlo equivalente a la narrativa cientista de la que él dispone, una narrativa muy bella, muy eficaz, pero que nunca debe ser confundida con la “realidad en sí”: algo capaz, parece, de sacar de sí mismo modelos sobre sí mismo. Pero podría ser que surgiera un modelo, una teoría, una narrativa sobre eso que ahora llamamos “cuerpo” que fuera absolutamente diferente de la que considera Antonio Damasio.

Si aceptamos esta posibilidad, nos vemos obligados a afirmar que lo que Antonio Damasio entiende por “ser” es el fruto de un pensamiento, no la causa del mismo: el fruto de un pensamiento movido desde no sabemos dónde, por no sabemos qué.

La Filosofía debe contemplar esos misteriosos “seres” que son los modelos científicos: porque ocurren, porque son, porque brotan de no se sabe bien dónde.

Se dice que los cerebros humanos son el lugar de donde brotan los modelos de universo, o de cuerpo, o de árbol. Y se dice también que esos cerebros son materia sometida a las leyes de la Física (quizás a una sola). Sería fabuloso que alguien se atreviera a integrar la aparición de una teoría sobre el universo en un cerebro humano (por tanto en un lugar de la materia) como hecho de esa misma teoría, como suceso previsto por la misma.

La Filosofía se empeña en abrir ventanas en cualquier habitación, por muy confortable y bella que sea; y por muy inquietante (o inexistente) que parezca el exterior. Porque lo que entra desde ahí fuera tiene un olor sublime y un efecto vivificador.

Ese abrir ventanas no impide, creo yo, el estupor maravillado ante las fugaces -y utilísimas- maravillas que va viendo y creando la Ciencia.

David López

 

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Pensadores vivos: Paul Davies

 

 

Paul Davies en su libro The goldilocks enigma (Penguin, Londres, 2006) considera la posibilidad de que una fabulosa supercomputadora, ubicada en un universo real,  esté creando ahora mismo para ti, querido lector de esta página, eso que se te presenta como universo, como realidad, como vida, sin serlo propiamente. Y también se teoriza en ese libro la posibilidad de que una consciencia sea creada artificialmente (si que quede claro qué es eso de “consciencia”).

En cualquier caso: ¿Qué es “natural”? ¿Qué es “artificial”?

Una cascada de creaciones artificiales. Según Paul Davies una máquina -máquina- podría estar fabricando nuestro mundo; y, a la vez, desde este mundo, el ser humano podría fabricar máquinas conscientes, con una consciencia similar a la que atribuimos a los seres humanos: evolucionadísimos robots, por simplificar (estamos condenados a la simplificación, al error, al maravilloso hechizo que es la vida).

Paul Davies es un pensador muy interesante -muy estimulante y nutritivo-  que pertenece a una tradición de poetas que trabaja con una determinada alquimia de hechizos lingüísticos, de mitos, de esquematizaciones de “lo real”. Y lo que esa tradición entiende por “universo”, al menos en estos diez últimos años, lo podemos leer en el libro antes citado, el cual, de forma muy didáctica, muy brillante, muy útil -muy “anglosajona”-, ofrece un listado de puntos clave al final de cada capítulo. Ese universo es, obviamente, una fantasía momentáneamente eficaz. Como todos. Pero quienes lo “fabrican” no son supercomputadoras, sino, por así decirlo, poetas de la ciencia. Y en ese poetizar hay sustancias -universales [Véase]- como eso de “Máquina”- que crean enormes despistes, que sumergen en profundísimos sueños dogmáticos. [Véase aquí mi bailarina lógica “Máquina”].

En cualquier caso creo que hay que des-dramatizar la posibilidad de que, efectivamente, estemos dentro de una máquina, que seamos incluso máquinas: que todo sea una red de máquinas, prodigiosas, sagradas, impulsadas por un calor bellísimo: máquinas alejadas por completo del tópico decimonónico (hierros y tornillos); y también del tópico cibernético (ceros y unos y cables y gélidas pantallas).

Una máquina es  una forma de canalizar o de aprovechar una fuerza. Tengo la sensación de que, efectivamente, vivimos en una máquina, y que somos máquinas; y que esas máquinas están diseñadas y movidas desde algo que podríamos llamar simplemente amor: sacralización de lo existente, del fenómeno del “existir”.

Paul Davies hace referencia en su libro a la ya mítica trilogía Matrix, la cual en mi opinión, al menos en su primera parte, presupone un esquema bogomilista (los bogomilos creían que el mundo era obra del Diablo, que el poder estaba en manos del mal, del no-amor). Algo así creen los marxistas puros respecto del mundo capitalista.

¿Dónde estamos? ¿Qué pasa aquí de verdad?

Estamos en algo muy sospechoso: una especie de videojuego en el que a veces se nota en exceso su artificialidad. Pero no dejo de constatar (como intuyó Schopenhauer) que hay algo (¿la Vida? ¿qué es eso?) que trabaja para nosotros mejor de lo que nosotros mismos lo hacemos. Parecería que somos niños dormidos, amadísimos, cuyos padres cuidan desde “fuera” dotados de no sé qué prodigiosos medios “técnicos”. Esos “padres” son capaces de fabricar sueños, mundos, universos, para su amada y dormida criatura. Probablemente Berkeley no estaría muy disconforme con este planteamiento. También vivimos pesadillas. No descartemos que sean también fruto de un amor impensable desde aquí.

Sospecho también que, en algún momento, nos veremos nosotros ubicados en ese lugar, digamos proto-físico (o post-físico si se quiere), creativo, hirviente de amor. Y haremos cosas fabulosas para los seres a los que amamos.

Paul Davies, como muchos de sus co-religionarios, habla de “multiversos”. Sí, cabe imaginar una red de mundos-regalo desplegada en el infinito de la mente de eso que a veces no nos queda más remedio que llamar “Dios”, pero que no es “Dios”. “Dios” es poca palabra, poco concepto, para ese espacio de creatividad y de amor infinito al que estoy intentando referirme. [Véase aquí mi bailarina lógica “Dios”]

Ofrezco ahora algunos lugares que me han parecido especialmente relevantes de la obra de Paul Davis que lleva por título The Goldilocks eningma (las traducciones, muy mejorables, son mías):

1.- Referencia, desde la admiración, a una idea de John Archibald Wheeler: “Mutabilidad”. Según este físico nada sería tan fundamental que no pudiera cambiar en circunstancias extremas, incluyendo las leyes del universo (p. xiii). Creo que cabe sugerir una posibilidad de cambio aún más radical: que no estemos en una totalidad legaliforme, en un algo siempre sometido a leyes (aunque se trate de leyes cambiantes), sino que estemos ( y seamos) algo libre, capaz de crear y habitar mundos ordenados con leyes, pero capaz también de dejarlas en suspenso en cualquier momento. Por otra parte, cabría también ver un cierto fijismo en esa mutación que consagra Wheeler: una mutación que se presenta como incapaz de mutar a una eterna inmutabilidad. Si todo cambia hay algo que nunca cambia: el eterno cambio. ¿Y si hubiera algo fijo, eterno?

2.- “Uno de los hechos más significativos -podría decirse que el más significante hecho- sobre el universo es que somos parte de él” (p. 2).  Se trata de uno de los presupuestos que movilizan la inteligencia de buena parte de los científicos actuales, si bien, como es el caso del biólogo Dawkins, ya empieza a ser imposible negar que eso que se denomina “mundo exterior” o “universo” es algo que ocurre en eso que los científicos llaman “cerebro” [Véase]. Podría por tanto decirse que el “universo” es una parte de nuestro cerebro (otras partes estarían ocupadas por nuestras fantasías, sueños, etc.). Y podría decirse más aún. Si la Ciencia va ofreciendo cambiantes dibujos del universo, vistos todos retrospectivamente se presentan como narraciones, fantasías, leyendas. Y, mientras parecen ser reales, en realidad forman parte de eso misterios que llamamos “lenguaje” [Véase]. Viven ahí, como nosotros; nosotros que, también, vamos siendo cosas cambiantes para ese “observador”, esa permanentemente hechizada consciencia, que tenemos dentro… ¿Dentro de dónde?

3.- Principio antrópico. El efecto “Ricitos de oro”. Davies se apoya en una idea de Brandon Carter, el cual se preguntó qué hubiera ocurrido si las leyes que rigen el universo hubieran sido otras de las actuales. Carter quiso llevar esta pregunta al misterio de la existencia de la vida y, en particular, de ese tipo de vida -la humana- que es capaz de observar la totalidad del universo. Su conclusión fue que una mínima variación en esas leyes, un no tan “fino ajuste” de las mismas, hubiera impedido nuestra existencia (y por lo tanto el prodigio de la, por así decirlo, auto-observabilidad del universo). Dice Davies que Carter creyó que, al igual que el plato de avena que se encontró Ricitos de Oro en casa de los tres ositos, las leyes de la Física están preparadas para la vida. Y Carter llamó a este ajuste “el principio antrópico”. El universo según Davies sería, en cualquier caso, “bio-friendly”.

4.- Las leyes de la Física como divinidades. Dice Davies: “Hoy, las leyes de la física ocupan la posición central de la ciencia; en realidad, han asumido un status casi deísta, frecuentemente citadas como el fundamento de la realidad física” (p. 8). Es cierto. Y es cierto también que los físicos actuales sueñan con encontrar una ley unificada: una sola “diosa”. La buscan porque creen que existe, porque la lógica que domina su pensar les induce a creer que existe esa diosa única, ubicua y omnipotente. Son teólogos.

5.- “Dios”; en concreto. Dice Davies: “En un nivel popular […] Dios es retratado de forma simplista como una suerte de Mago Cósmico, conjurando el mundo en el ser desde la nada y haciendo de vez en cuando milagros para solucionar problemas. Semejante ser está obviamente en flagrante contradicción con la visión científica del mundo. Al Dios de la teología escolástica, por el contrario,  se le atribuye el papel de un sabio Arquitecto Cósmico cuya existencia se manifiesta a través del orden racional del cosmos, un orden que es de hecho revelado por la ciencia. Ese Dios es en gran parte inmune al ataque científico”. Davies está mirando hacia la Diosa-Ley Física. Sería una Gran Arquitecta que se haría a sí misma en el fabuloso orden cósmico. Yo me temo que la realidad está más cerca de la idea del Gran Mago, el cual sería capaz de abarcar a ese “Arquitecto Cósmico” que me parece poca cosa para Dios; y para lo que me parece que hay y que está pasando.

6.- Orden revelado, descrito. En mi opinión eso de “la Ciencia” no revela un orden objetivo, sino que construye un orden aparente a partir de una selección de datos que son obtenidos desde una determinada forma de mirar al infinito misterio que se nos presenta. Se podría decir que ese “Arquitecto Cósmico” es multicéfalo: está formado por varios cerebros en red, sucesivos en el tiempo, que van creando, juntos, una narración que se presenta como “Cosmos”. Y lo es en realidad, porque se trata de una esfera -en el sentido dado a este término por Peter Sloterdijk [Véase]-; una esfera que se fabrica de forma artificial pero muy convincente. No obstante, el propio Davies da cuenta (p. 145) de una nueva realidad (nueva a partir del lanzamiento del satélite WMAP): la esfera/cosmos que parecía, digamos “aquietar” el misterio de nuestro hábitat cósmico, resulta ser solo un porcentaje ridículo del total de eso que se sigue llamando “universo”. Y es que ha aflorado algo nuevo: la “materia oscura” y, también, la “energía oscura”. Dice Davies que nadie sabe qué es eso. Pero tengo la sensación de que la potencia poético-pragmática de los científicos transformarán ese misterio en sistemas ordenados de símbolos matemáticos (con sus correspondientes metáforas en la lengua ordinaria); y que esos sistemas incluso permitirán hacer predicciones que provocarán esa crucial confusión entre los modelos útiles y lo que en realidad hay, lo que en realidad nos envuelve y nos constituye. Modelos que serán sustituidos por otros, sin piedad. Recordemos a Hilary Putnam [Véase aquí] atribuyendo a la esencia de la ciencia ese continuo negar sus propios modelos, esa inestabilidad ontológica tan fabulosa.

7.- Universo virtual. Máquinas. He empezado este artículo haciendo referencia a que Davies (pp. 203 y ss.) considera posible que lo que se nos presenta como mundo sea en realidad una realidad virtual inoculada por una super-computadora que nos estaría controlando desde “otro universo”. Y que también ve técnicamente plausible que nosotros, en cuanto seres humanos, podamos construir seres con conciencia. Cita Davies a Turing y al joven filósofo Nick Bostrom, sin olvidar por supuesto la ya canonizada trilogía Matrix. Más allá de posibles “bogomilismos” (creencias en que el poder está en manos del mal), creo que cabría decir que existe efectivamente una máquina, poderosísima, que nos inocula el mundo. Unamuno la denominó “tradición social”. Muchos filósofos han hablado del “lenguaje”, como algo que nos toma, que nos vertebra, que nos hace mirar de una forma, y hasta nos dice lo que estamos viendo. Nietzsche, en el aforismo 261 de La ciencia alegre, viene a decir que a los hombres en general las cosas se les hacen visibles por el nombre. Y en la India antigua, a través de los himnos del Rig Veda, una diosa -Vak, diosa de la palabra- afirma que habitamos en ella. En varias ocasiones he confesado que mi diccionario filosófico es, quizás, un tratado de teología cuyo objeto es esa diosa que rige incluso nuestro teorizar sobre ella misma. El propio Noam Chomsky [Véase] ha ofrecido también una imagen algo robotizada de lo que es el fenómeno lingüístico: habría una especie de “máquina gramatical” instalada en nuestra mente, la cual condicionaría todo lo que podemos decir: toda posibilidad de decir un mundo y de decirnos a nosotros mismos.

¿Quién/qué controla esa máquina prodigiosa que llamamos lenguaje? [Véase “Lenguaje”]. ¿Son las propias leyes del universo físico que, activadas en mi cerebro material, obligan a que se produzcan unas conexiones neuronales concretas de las que surgen estas frases que estoy escribiendo? Pero resulta que ese universo es a su vez fruto de opciones lingüísticas: es una narración, una preciosa y utilísima leyenda que, quizás, está siendo dictada por algo impensable en el impensable interior de la conciencia humana.

Simplemente por amor. Por sacralización del prodigio de que exista un mundo ante una conciencia. Por sacralización de la Creación y de lo Creado.

La gran mayoría de los científicos -como Paul Davies- participan de ese amor porque está fascinados con lo que van descubriendo en la Gran Obra Maestra del mundo.

David López

 

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