Michel Foucault.
Suya es una frase clave en la presentación de mi diccionario filosófico:
“No son los hombres los que hacen los discursos, sino los discursos los que hacen a los hombres”.
“Foucault”: un “hombre-pensador” fabricado por un discurso. Pero entonces, ¿qué/quién hace los discursos que hacen a su vez a los “hombres”? ¿Debemos considerar el esquema de las manos de Escher?
¿Dónde ocurre ese mágico dibujar? ¿Dónde estamos?
Empiezo a redactar este texto tras una sesión de Yoga. Lugar: una azotea del pueblo de Facinas (Cádiz), bajo una catarata de luz, sacudido por el Levante, asomado a una inmensa llanura donde giran cientos de molinos de energía eólica: árboles nuevos, titánicos esclavos, nuevas esencias, diría Bacon, desafiando el dualismo aparente entre tecnología y naturaleza [Véase “Máquina”].
Y he tenido que suspender la sesión de Yoga para anotar algo que transcribo tal cual:
Estructuralismo. Creo que los estructuralistas no consideran posible la suspensión de las estructuras que ellos creen estar definiendo (ontologizando en realidad). Toda estructura (como por ejemplo una “sociedad humana”), presupone piezas (individualidades) interconectadas sistémicamente.
Bajo la catarata de luz, en esta azotea, en meditación, con “la mente” en silencio, las estructuras quedan en suspenso: ni siquiera se siente individualidad como algo recortado en una totalidad. Este tipo de experiencias ofrecen datos (son una ciencia): “nos” asoman a algo profundísimo, realísimo. Y creo que ese algo es, precisamente, la arcilla que puede ser modelada para configurar, entre otras cosas, entre otras infinitas cosas, eso que Foucault entendió por “hombre” (ese producto puramente discursivo, ese invento de finales del siglo XVIII, según lo definió este filósofo francés).
Pero, ¿qué poder es el que se despliega en ese modelar? ¿Qué/quién mueve las manos de ese alfarero que construye, entre otras cosas, eso que sea “el hombre”? Foucault se ocupó con especial lucidez del tema del poder, quizás en la -a mi juicio ingenua- línea suspicaz/esclavista/marxista de denuncia de “poderes sociales opresores” que pudieran estar amenazando la plenitud humana (la pureza de ese pueblo oprimido por los “poderosos”). Y acuñó Foucault un concepto interesante: microfísica del poder. El poder no se ejercería simplemente desde “arriba” a partir de los gobiernos, sino que sería un fenómeno de redes por las que se movería “el poder” sin un foco único.
Yo, si sigo las directrices del pensamiento de Foucault, me veo obligado a afirmar que el poder absoluto parecería que lo tiene la palabra (la diosa Vak de mi diccionario): es ella la que es capaz de fabricar, incluso, a un “hombre”. Y capaz también de diluirlo. Quizás para construir otra cosa (ahora innominada, un otro-absoluto de todo lo nombrado hasta ahora; y donde se cobijarán conciencias finitas, donde ocurrirá, una vez más, eso de decir “yo soy… x”).
¿Cuantas posibilidades de identificación, de finitización de la conciencia, están por llegar? ¿Cuántos mundos/estructuras/universos aparentemente reales y demostrados están todavía por nacer? ¿Por nacer dónde? ¿Y qué/quién es el motor de esos nacimientos y de esas muertes?
Creo que en pocos años asistiremos al nacimiento de otros cobijos lógicos (otros sustantivos) donde seres que ahora llamamos “hombres” acomodarán, cercenarán, su infinitud. Probablemente Foucault tuvo razón cuando afirmó que el hombre está a punto de desaparecer. Aunque yo creo que, en realidad, nunca fuimos hombres. Siempre fuimos y seremos nada, si por “algo” entendemos una pieza, un ser determinado, en un cosmos determinado.
Somos, creo yo, una nada mágica.
Pura magia.
Foucault es un pensador muy estimulante. Inhabitable, quizás no riguroso, pero nutritivo. Él, al final de su vida, sugirió que se le considerase algo así como una caja de herramientas. Veamos algo de esa vida. De ese mito.
Algo sobre su vida y sobre sus obras
Poitiers 1926-París 1984. Nació un 15 de octubre, como Nietzsche. Foucault afirmó al final de su vida que, de ser algo, era nietzscheano.
Su padre era una cirujano de cierto prestigio.
Destacó muy pronto como estudiante. Al parecer, durante su adolescencia sufrió por su homosexualidad (debemos recordar que “homosexualidad” es otra palabra, otro cobijo lógico). Foucault llegó incluso a padecer graves depresiones y a plantearse el suicidio.
Ingresó en la Ècole Normale Superiure de París. En esa época se sometió a un eficaz tratamiento psiquiátrico que le permitió recuperar el equilibrio y, sobre todo, su rendimiento intelectual.
Se licenció en Filosofía en 1948 y en Psicología en 1950. En 1952 obtuvo una diplomatura en Psicopatología.
Profesó en las universidades de Upsala, Varsovia y Hamburgo.
Fue miembro del partido comunista francés entre los años 1950 y 1953.
Tras los movimientos del 68 Foucault es nombrado jefe del departamento de Filosofía de la universidad París VIII. Allí participó con jóvenes izquierdistas en la toma de edificios. También se unió a ellos en los enfrentamientos con la policía.
1961. Publicó su tesis doctoral: Historia de la locura en la época clásica. Inició así lo que se ha llamado “etapa arqueológica”: excavar capas discursivas para descubrir cómo se constituyen los saberes. Dentro de este periodo estarían dos obras más: Las palabras y las cosas (1966) y La arqueología del saber (1969).
1970. Fue elegido por sus compañeros catedrático de historia de los sistemas de pensamiento en el Collège de France, en sustitución de Jean Hyppolite. Allí permanece Foucault hasta su muerte, la cual ocurre por una enfermedad derivada del SIDA.
Profesó también en la universidad de Berkeley (California).
Vigilar y castigar (1975). Me referiré brevemente a esta obra algunos párrafos más abajo.
Se ha hablado de una segunda época en el pensamiento de Foucault: la “etapa genealógica”, a la que corresponderían obras como Vigilar y castigar (1975) y los cuatro volúmenes de la Historia de la sexualidad: 1.- La voluntad de saber (1976); 2.- El uso de los placeres (1984); 3.- La inquietud de sí (1984); y 4.- Las confesiones de la carne (2018).
Como he señalado al comienzo de este texto, Foucault afirmó que quería que se le considerase algo así como una caja de herramientas. ¿Herramientas para qué/quién?
Algunas de sus ideas
– Estructuralismo. Foucault no se reconoció como estructuralista, pero lo cierto es que llevó el método estructuralista a la historia de las ideas.
-Epistemes. Son las relaciones que han existido en cada época entre los diversos campos de la ciencia: entre los discursos de los distintos sectores científicos. La “arqueología del saber” sería la ciencia que se ocuparía de excavar en esas epistemes.
– El sujeto humano. Afirmó Foucault que eso era algo que se había deslizado en el discurso de una episteme (a finales del siglo XVIII). Y que era algo a punto de desaparecer: “A todos aquellos que pretenden seguir hablando del hombre, de su reino, y de la verdadera liberación, nosotros contraponemos nuestra risa filosófica”. En su obra Las palabras y las cosas llega incluso a decir: “Hoy podemos pensar únicamente en el vacío que ha dejado la desaparición del hombre”. Yo me pregunto, le pregunto a Foucault: ¿Quién ríe? Si no hay seres humanos -sujetos-, ¿qué ríe en el reír de Foucault? ¿La estructura? ¿La arcilla/nada capaz de ser cualquier cosa? ¿Cómo ubicar en la estructura a ese sujeto-errado que creer ser un ser humano? Hay que considerar no obstante que Foucault se está refiriendo a un significado concreto, concretado, del sustantivo “hombre” (o “ser humano”, para ser más precisos). Se trata, creo yo, del ser humano libre, consciente, motor de la Historia, esencialmente racional: el hombre moderno del que empieza a hablar Descartes y que se autosacralizaría en la Ilustración (ese “mayor de edad” al que se refirió Kant).
– El poder. Foucault se ocupó de este misterio con especial lucidez. Para ello acuñó un concepto que me parece muy eficaz para despejar la mirada: “la microfísica del poder”. Foucault afirmó que el poder, contemplado desde cerca, no estaba dividido entre los que lo ejercen y los que lo soportan, sino que funcionaría en cadena, en una organización reticular, sin una ubicación concreta. El poder -ese gran misterio, creo yo- según Foucault transitaría por las redes de la sociedad sin quedarse aquietado en ningún individuo: todos víctimas y verdugos. Analizó no obstante Foucault, con especial énfasis, el poder estatal y otros poderes institucionales. En cualquier caso, al asomarme a la mirada de Foucault, tengo la sensación de que este pensador parte de una especie de suspicacia estructural, de algo así como una satanización sistémica de las estructuras sociales, en la línea del marxismo (o del bogomilismo). El poder -el poder actual- es malo, y ese mal viaja por las complejas venas del organismo social endemoniando puntualmente individuos e instituciones. En Vigilar y castigar Foucault realiza un análisis histórico del fenómeno del castigo y la vigilancia que los seres humanos ejercen entre sí. Todo ser humano sería vigilante y prisionero a la vez en un ubicuo Panóptico (Jeremy Bentham) cuyo centro estaría en todas partes. La ética sublimada sería, en mi opinión, y apoyándome ahora en los razonamientos de Foucault, una renuncia absoluta a cualquier uso de ese micro-poder que pudiera contravenir el imperativo categórico de Kant de no considerar jamás al otro como un medio, sino como un fin en sí mismo. Situaciones de micro-poder abusivo e irrespetuoso pueden ocurrir en cualquier tipo de vínculo humano, y en todas las direcciones, sean horizontales o verticales. Agentes y pacientes del mismo pueden ser individuos de cualquier sexo, nivel adquisitivo, raza, etc.
Quisiera ahora encender un foco y dirigirlo hacia el tema del poder y del “sistema”. Creo en este momento de la Historia estamos asistiendo a una simplificación progresiva de los discursos sobre el poder. Y creo que se trata de una simplificación peligrosa, maniquea.
Los movimientos anti-sistema adolecen de una impactante prepotencia (ingenuidad por tanto): creen haber retratado el “sistema”. Ni más ni menos. Me temo que “el sistema” es mucho más inmenso, prodigioso, inimaginable, que cualquier modelo de los hasta ahora descritos.
Uno de los esquemas que se repiten en los discursos (en los sueños lógicos) de esta época es el siguiente: una gran colectividad de seres humanos puros y vulnerables (el “pueblo”, “nosotros”) estaría siendo manipulado, maltratado, por poderes político-financieros (“ellos”).
El tema del poder, analizado con rigor y profundidad, nos lleva a la Teología (incluyendo en la Teología ese monoteísmo radical que subyace en la Física… ese credo que cree que todo estaría a las órdenes de una sola ley: la “teoría unificada”).
Yo tengo la sensación de que las leyes más poderosas no son las de la Física (ni por supuesto las de la Política), sino las de la Ética. Y las de la Lúdica [Véase “Lila”]. Eso que se va presentando ante nuestra conciencia como “mundo”, ese inefable espectáculo en el que somos a la vez actores y espectadores, se fabrica a cada instante en virtud de nuestra forma de jugar, de jugar el sagrado juego de la Ética.
Estamos ante un misterio fabuloso.
David López
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