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Pensadores vivos: Martha Nussbaum

 

Martha Nussbaum

 

Martha Nussbaum.

En este artículo trataré de exponer lo que me ha hecho pensar y sentir su obra Political Emotions. Why Love Matters for Justice. Este texto termina abierto hacia arriba con una cita de Walt Whitman:

“América, eso solo somos tú y yo.”

Y dice entonces Martha Nussbaum:

“No deberíamos aspirar a nada menor”.

¿Qué aspiración es esa exactamente? Martha Nussbaum afirma que tiene la idea vaga de una sociedad capaz de utilizar el Arte al servicio de una especie de consenso emocional en el que se consagrara la emoción humana más sublime: el amor (algo así como “respeto caliente”).

Cree Martha Nussbaum que el respeto (virtud fría) es necesario pero no suficiente para que se construya una sociedad capaz de ofrecer la plenitud a los seres humanos. Y menos aún es suficiente una política basada exclusivamente en el intelecto racional. No ve ella justicia posible para el prodigio humano aunque todo el sistema político fuera una máquina perfecta (incluso desde el punto de vista económico).

Necesitamos ser amados, pero de verdad. No basta que un padre sea impecable en su conducta con los hijos si, en el fondo, no les ama.

Cree no obstante esta filósofa que, si bien la sociedad humana puede ser objeto de algo así como una transformación vertical infinita (¿hasta dónde?), el ser humano está esencialmente limitado. Es como es. Tiene las carencias que tiene. Y es así como hay que amarle, sin idealizarle.

No creo yo que el “ser humano” sea “como es”. Max Scheler [Véase] intentó perfilar ese ser en su preciosa obra Die Stellung des Menschen im Kosmos [El puesto del hombre en el cosmos]. Pero no lo consiguió. Afortunadamente para nuestra inconmensurabilidad. Toda ontología es siempre intelectualmente fascinante y expansiva, pero fallida, salvo cuando presupone un solo Ser. Somos mucho más que “humanos”, y lo que nos constituye y constituimos es mucho más que “Materia” o “Biología”.

Estoy intentando asomarme al pensamiento de Martha Nussbaum y, desde ahí, mostrar quizás que se apoya en una antropo-ontología que, en mi opinión, es minimalista (sociocéntrica sin quizás pretenderlo).

Puede incluso que el universal “ser humano” se nos quede pequeño [Véase aquí mi artículo sobre el tema filosóficamente crucial de los “universales”]. Y recordemos los miedos meta-antrópicos que Fukuyama expone en su obra El fin del hombre [Véase aquí].

Todo se nos queda pequeño porque, quizás, hay algo en el fondo del mundo y en nuestro propio fondo que no para de crecer-se, mediante una libertad y un orden que se nos escapan.

Libertad. Orden. En el modelo de sociedad que dice vislumbrar Martha Nussbaum se combina milagrosamente una especie de liberalismo de grandes alas (un impactante no a la prohibición del burka, por ejemplo), con un “totalitarismo” moral de mínimos valores incuestionables que cabría consensuar, una vez convertidos esos valores en guías “emocionantes”, “movilizadoras” a través del Arte.

El Arte habría sido una herramienta utilizada por todos los sistemas y regímenes políticos para cohesionar y rentabilizar las emociones humanas. Ahora se trataría de seleccionar y potenciar las emociones más excelsas para crear una sociedad humana tan excelsa como esas emociones. Entre esas emociones no estarían, obviamente, el odio, la envidia, la codicia, la ira, el rencor, el asco… Sí estaría el vínculo mágico del amor, del amor incluso hacia una patria (una tierra, una nación…). Martha Nussbaum -apoyada en Giuseppe Mazzini- considera que el patriotismo es una emoción útil, pues permitiría una expansión de los límites del egoísmo, una capacidad de identificación con algo colectivo… De acuerdo. Pero ya toca desmontar esas oxidadas catapultas. Hay demasiada gente que se ha fusionado con esas herramientas. Hay que salir de ahí con urgencia. Me parece a mí.

Ahora, creo yo, toca activar ese simple tú y yo que Whitman puso muy por encima de eso que sea “América”. Whitman era un poeta. Un mago. Un hechicero social. También los son los que mueven las almas y las manos de los seres humanos que dicen formar parte del autodenominado  “Estado Islámico”.

Una guerra de magos librada en la galaxia del alma humana. ¿Qué/Quién mueve las manos de esos magos aparentemente individualizados? ¿Quién mueve los cerebros de los grandes narradores de nuestro tiempo? ¿La Materia? Nadie sabe lo que es eso [Véase mi bailarina lógica “Materia”]. ¿Una omnipotente Ley Física Unificada que, sometiendo a toda la Materia de todos los universos, habría alcanzado un estatus monoteológico jamás soñado por ninguna religión monoteísta?

Vietnam Veterans Memorial. Un monumento que, según Martha Nussbaum, es un ejemplo de Arte al servicio de emociones positivas: de Arte como activador y cohesionador de sentimientos que pueden ir construyendo la sociedad que ella vislumbra, que ella sueña. Yo creo que estamos ante algo que conmemora la estupidez y la decadencia tanto humana como social que puede provocar el patriotismo exacerbado (en este caso el de esa patria denominada a sí misma, de forma no coherente desde el punto de vista semántico, “Estados Unidos de América”).

Political emotions comienza con una introducción extensa e intensa, seguida por tres bloques de contenido y un epílogo cuyo punto culminante lo contruyen esas frases genésicas a las que antes he hecho referencia:

“América. Eso solo somos tú y yo” (dice Walt Whitman)

“No deberíamos aspirar a nada menor” (dice la propia Martha Nussbaum).

¿A qué debemos aspirar exactamente?, me pregunto yo. ¿A un paraíso psíquico, físico, político y económico consensuado por todos los seres humanos? No lo veo realista. Ni saludable.

En ese generoso paraíso parece que habría que dejar fuera sensaciones como el asco hacia la corporalidad humana, incluyendo en la misma todas sus secreciones. Apunta Martha Nussbaum a una toma de conciencia sobre la posibilidad de que ese asco esté narrativamente inducido al servicio del racismo. Cierto es que la relación de eso que sea el ser humano con su propio cuerpo y el de los demás ha sido históricamente conflictiva. Y cierto es también que un humanismo consecuente no puede enfocarse en una aséptica idealidad, en un inocuo esquema mental, sino en el ser corpóreo concreto que suda, que excreta, que no siempre huele bien. Aceptación y sacralización de la convulsa galaxia biológica que se nos dice que conforma nuestra individualidad corpórea. Martha Nussbaum ofrece en su obra Political Emotions una metafísica del cuerpo antitética a la que parece que ofrecía Hipatia de Alejandría a sus alumnos. Una anécdota recogida por María Dzielska nos habla de cómo la filósofa alejandrina, con la intención de desactivar el enamoramiento que hacia ella (y su cuerpo) sentía uno de sus alumnos, le mostró su paño íntimo, el cual contenía la huella su menstruación. El cuerpo real humano como imposible objeto de amor verdadero. La antítesis de los planteamientos de Martha Nussbaum, la cual ha dedicado muchas páginas al tema del asco. Todos sabemos que cuando amamos a alguien de verdad, nada de su cuerpo ni de su alma nos da asco. ¿Cabe amar de verdad a todos los seres humanos… y a Todo (incluidos nosotros mismos, con nuestro secretor cuerpo y nuestra sospechosa mente)?

Inclusión. Grandeza. Ampliación de los ámbitos de lo amado, de lo sagrado (fluidos menstruales incluidos). Quizás Martha Nussbaum estaría conmigo de acuerdo en la creación y sacralización de un espacio prodigioso (una matriz política) donde, desde el Arte, desde la gran Filosofía, y desde el hechizo amoroso, puedan desplegarse e interfecundarse incontables modelos de paraíso; y donde, además, se abran espacios no finitos para que quepa esa enormidad que denominamos “ser humano individual” (enormidad que se puede asfixiar dentro de una “identidad nacional” o dentro de una “ideología”).

Pero para conseguir eso se debe utilizar el amor. ¿Qué entiende Martha Nussbaum por amor? Encontramos algunas indicaciones concretas en un epígrafe del capítulo 7 que lleva por título “El aumento de la empatía a partir del espíritu del amor” (la traducción es mía, hecha a partir de la edición alemana de Suhrkamp, 2014, que es la que he utilizado para este trabajo). Para dar un contenido a la palabra “amor” Martha Nussbaum se apoya expresamente en las investigaciones y propuestas de Donald Winnicott:

“[…] el gozoso conocimiento de que el otro es un ser valioso, especial y fascinante; el deseo de comprender el punto de vista del otro; diversión y juego en común; intercambio y eso que Winnicott denomina “empática interacción”; gratitud hacia un comportamiento amoroso y sentimiento de culpa por los propios deseos o comportamientos agresivos; y, finalmente, confianza y el deber de controlar las exigencias impulsadas por el terror”.

“Pero la confianza no surge solo de normas de equidad. Tiene poco que ver con ellas. Será posible gracias al comportamiento amoroso de los padres, combinado con el asombro, el amor y la creatividad del hijo […]”

“Ese es esencialmente el pensamiento que está detrás de la Religión de la Humanidad de Tagore, detrás del “sí” de Mozart y detrás de este libro: “Este día de dolor, de veleidad y de locura solo el amor puede finalizarlo con satisfacción y felicidad”.”

La frase anterior pertenece al libreto que Mozart y Lorenzo da Ponte escribieron para Las Bodas de Fígaro; y es la escogida por Martha Nussbaum como bienvenida a quien quiera entrar en su libro.

Amor. Está pendiente una reflexión metafísica extrema sobre lo que parece querer indicar esa palabra. Me parece en cualquier caso de enorme interés filosófico e incluso cosmológico la posibilidad de que ese “sentimiento” pudiera finalmente encender todos los pechos humanos en red. ¿Adónde nos llevaría eso? ¿A qué fenómenos políticos, biológicos y hasta físicos? ¿Qué prodigios están todavía por surgir de eso que sea la ley de la evolución?

En cualquier caso, y regresando en los confinamientos de la polis, creo obvio que en los actuales mítines políticos y en las hogueras digitales de FaceBook o Twitter, el amor (es decir la grandeza, la inteligencia y la belleza) no tiene apenas presencia. Hay que acometer una elegante revolución política.

David López

 

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Pensadores vivos: Richard Dawkins

 

 

Richard Dawkins. Yo creo que la clave de su pensamiento podría estar en la presentación que hace de sí mismo en su cuenta de Twitter. Ahí encontramos la siguiente frase:

Likes science, the poetry of reality.

Tengo la sensación, creciente, de que esa poesía a la que se refiere Dawkins no es de la realidad, sino al revés: la “realidad” es suya, es un producto de su fuerza, de su creatividad. Y es que los modelos de realidad que ofrece la Ciencia (aunque parezca que se verifican, que se prueban) no dejan de ser conjuntos de símbolos, leyendas, fantasías útiles. Todas las fantasías lo son. La poesía científica a la que se refiere Dawkins es creadora de mundos aparentes. Todos los mundos son aparentes. En realidad no estamos en ningún “mundo”. La “realidad” que quieren describir los científicos no cabe en ningún modelo comunicable. Es demasiado grande, demasiado misteriosa, demasiado bella quizás. También lo son ellos, los científicos, vistos desde sus propios modelos de realidad.

La palabra poesía implica siempre creación. Y toda creación presupone algo sacro e imposible a la vez. Sugiero la lectura de mi bailarina lógica “Poesía” [Aquí].

Richard Dawkins es un poeta aupado y encendido por otros. Eso ocurre con todos los poetas. Y desde su mundo poetizado se puede decir que unos seres poderosísimos (las Leyes de la Naturaleza) mueven su cerebro desde dentro y desde fuera para que poetice de una forma ya determinada desde las más insondables profundidades del universo.

Este post está estructurado en dos partes. En la primera parte reflexiono sobre su obra The God Delusion [El espejismo de Dios]. Las citas se refieren a la edición española de Espasa (Madrid, 2010; traducción de Regina Hernández Weigand).

En la segunda parte reflexiono sobre la obra The Blind Watchmaker [El relojero ciego].

[membership]Primera parte

Dawkins se declara ateo militante. Elimina la “hipótesis de Dios” a la hora de explicar el origen, estructura y desarrollo de eso que no solo los científicos llaman “universo”. Consciente de que el término Dios puede llegar a denominar cualquier cosa, insiste Dawkins en que su ateísmo se refiere a la existencia de un Dios personal, creador/diseñador inteligente del universo e involucrado en su desarrollo, con una especial vinculación con los seres humanos, los cuales no solo serían constantemente vigilados por ese Ser, sino que podrían comunicarse con Él.

Según Dawkins, lo que regula el devenir de lo que hay (del Universo, o Multiversos), y el devenir biológico de una emoción humana, etc., son unas cosas (invisibles) que reciben el nombre de “Leyes de la Naturaleza”. Hay creyentes del cientismo que consideran que estamos cerca de alcanzar un soñado “monoteísmo”, el cual, por fin, nos salvaría del actual caos politeísta (la no total certidumbre) que parecen ofrecer unas leyes de la Física que, funcionando de maravilla cada una en su plano de lo real, no parecen ser compatibles entre sí.

Siendo Dawkins devoto de estas pitagóricas pero (por el momento) algo desordenadas y desconcertantes diosas, su bellísimo hechizo se completa con la ley de la evolución, la cual habría sido enunciada -por así decirlo- en un lugar físico-biólogico-temporal único: el cerebro de Darwin.

¿Cuál es el estatus ontológico de las teorías que surgen de los cerebros humanos? ¿Evolucionarán con el evolucionar de esa materia biologizada en la que cree Dawkins?

Veamos al trasluz metafísico algunas de las ideas que ofrece Dawkins en El espejismo de Dios:

1.- Propósito del libro: “mejorar la conciencia” (p.11). Estamos ante una soteriología, una salvación, otra más. ¿Para salvar a quién de qué? Se trata, parece, de desinstalar modelos de lo real (mundos, imanes metafísicos) porque se suponen nocivos para el ser humano individual y para las sociedades en las que se integra esa individualidad.  Y se trata también, insiste Dawkins, de abrir ventanas para que se pueda acceder a la maravilla de lo real, del “universo”. Dawkins confunde, creo yo, lo “real” con una determinada forma de “aquietar” – de “dar forma”- a la mágica Nada que tenemos delante. Y que somos. Él está fascinado con una Poesía, con un filtro estético, con una determinada hermenéutica del infinito. Belleza. Ese sería el camino a seguir. Recordemos el sublime discurso de Diótima en el Banquete de Platón. Sigamos el camino de la belleza, de la magnificencia y, sobre todo, del conocimiento (la Verdad interiorizada). Y Dawkins señala ese camino: “Los capítulos 1 y 10 comienzan y finalizan el libro al explicar, de distintas formas, cómo un entendimiento apropiado de la magnificencia del mundo real, mientras no se convierta en religión, puede asumir el papel inspirativo que histórica e inadecuadamente ha tenido la religión” (p. 14). De eso se trata, de “inspirar”, de empujarnos a volar hacia la Belleza. De emocionarnos. La materia se emociona a sí misma. O la energía. O lo que sea.

2.- La religión como vicio (p.17). Dawkins considera religiosa la actitud intelectual de creer en algo que no se puede verificar o que es manifiestamente “irracional”. Pero desde, al menos, los experimentos filosóficos del Círculo de Viena, sabemos que no podemos verificar nada. Que todo es metafísica, especulación. Lakatos ni siquiera nos permitía refutar una teoría científica “falsa” con otra “verdadera”, porque no podemos nunca saber si esta última es verdadera y, por lo tanto, si sirve para verificar la anterior. Pero en cualquier caso, como apuntó Popper, la Ciencia da por supuestas cosas que ni ve ni puede probar. Popper habló de la religión de la Ciencia. Espero algún día escribir una obra útil sobre esta fascinante religión.

3.- Todo es “natural”. No habría nada “sobrenatural”. “Si hay algo que parece que está más allá del mundo natural tal y como hoy imperfectamente se conoce, esperamos conocerlo finalmente e incluirlo dentro de ese mundo natural” (p. 23). Tengo la sensación de que Dawkins entiende por “mundo natural” todo aquello que pueda recibir un asiento lógico, un puesto, en la matriz poética, en la preciosa leyenda que vibra en eso que él mismo llama “conciencia”. La suya. Si es que podemos hablar de conciencias individualizadas. Pero, ¿no son según Dawkins los modelos falsos o “sobrenaturales” fenómenos al menos cerebrales y, por lo tanto, reales en cuanto realidades biológicas/físicas de la naturaleza? ¿No afirma Dawkins que los pensamientos, sentimientos, ilusiones, fantasías “humanas” no son sino procesos químicos? Y, sobre todo: ¿cómo podemos salir de nuestros ojos-cerebros para “ver” si lo que ese sistema ve es “lo real”? Imposible no tener presentes (al menos) a Berkeley y a Kant si, al pensar, queremos ser serios.

4.- “La madre de todos los burkas” (pp. 386-400). Es el nombre del último capítulo de este interesantísimo libro de religión, de este biológico producto de la evolución y del big bang y de las leyes naturales y ¿de qué más? “Uno de los espectáculos más desgraciados que se ven en nuestras calles hoy en día es la imagen de una mujer envuelta en ropas negras e informes de la cabeza a los pies, mirando al mundo exterior a través de una diminuta abertura” (p. 386). Utiliza Dawkins esta imagen no solo para mostrar los a su juicio miserables efectos de las religiones clásicas, sino también para dar cuenta de que nuestros “ojos ven el mundo a través de una franja muy estrecha del espectro electromagnético” (p. 386). Tenemos aquí una afirmación de fe, un dogma religioso. No sabemos si vemos el mundo, si hay algo ahí fuera, objetivo, ordenado, preparado para ser conocido, esto es: sistematizado en un modelo lingüístico comunicable entre individuos en principio humanos. Cree Dawkins que gracias a la Ciencia esa abertura se puede ampliar, lo cual nos daría acceso al glorioso paraíso estético (y práctico) del “universo natural”, de lo que hay de verdad, fuera de las deformaciones provocadas por la irracionalidad, por la religión, por el error. Pero ese modelo de individuo recortado en la masa cuántica del universo, observando el resto del universo como desde una atalaya exterior, es insostenible desde el propio modelo físico/metafísico (es lo mismo) en el que cree Dawkins. Un modelo que habría tenido varios profetas, pero sobre todo uno: Darwin: “Darwin se apoderó de la ventana del burka y le dio un tirón para dejarla abierta, permitiendo el paso de un flujo de entendimiento cuya deslumbrante novedad y cuyo poder para elevar el espíritu humano quizás no tuvo precedentes -a menos que fuera la compresión de Copérnico de que la Tierra no era el centro del Universo” (p.392). Pero, ¿qué es entonces eso de “espíritu humano”? ¿Qué es eso de “elevarle”?

5.- La liberación final, la entrada al paraíso cientista. “Estamos liberados por el cálculo y la razón para visitar regiones de posibilidades que una vez parecieron sin destino o habitadas por dragones”.

Fascinante.

El problema es que cualquier modelo de aquietamiento de la magia infinita que nos rodea (y que nos constituye) puede ser reducido al absurdo en cuanto se lo observa con detenimiento. Pero ocurre que hay modelos (y métodos) que tienen tanta belleza que enamoran (solo nos mueve el Eros, como bien supo ver Platón). Y cuando alguien está enamorado no se puede razonar con él. Cierto es que los que estamos enamorados de la Filosofía (del razonamiento extremo, de la magia extrema, de la mirada que quiere verlo, pensarlo y sentirlo todo; incluso a sí misma) tampoco nos dejamos reducir al absurdo en el que, sin duda, desplegamos nuestros sueños e ilusiones, nuestro infinito erotismo.

Sagrado absurdo.

¿Es Dios un espejismo? Sí, claro, como lo es todo lo que ex-iste [Véase mi bailarina “Existencia” aquí]. También es un espejismo ese “universo” (evolucionando en el tiempo y sacando de su carne a los seres humanos y sus teorías) del que habla Dawkins. Son espejismos creados por la Nada Mágica en la pantalla de las conciencias en las que ella misma se puede autodifractar. Por decir algo desde el lenguaje. Lo dijo el Maestro Eckhart en el siglo XIV: “que exista Dios y que exista yo es porque yo lo he querido”. ¿Qué es ese yo, esa subjetividad abisal?

Desde la leyenda cientísta de Dawkins se podría decir que Dios es un espejismo de la materia, un prodigio surgido de esa cosa fabulosa, todavía no conocida, que llaman “naturaleza”, capaz de crear modelos no naturales sobre sí misma. Capaz de crear hombres, conciencias y Dioses.

No descartemos, por tanto, que en ese universo haya inteligencias que no detectemos y que pudieran estar ejerciendo de Dioses con nosotros. Y no descartemos tampoco que estemos siendo amados con inimaginable intensidad. Tampoco descartemos que cualquier cosa que miremos no tenga absolutamente nada que ver con lo que creemos que estamos mirando.

Segunda parte

Richard Dawkins me fascinó en mi adolescencia con su libro The selfish gene [El gen egoísta]. Ya solo por haberme provocado esa -pasajera pero maravillosa- sensación debería estarle eternamente agradecido. Y es que en aquel entonces sentí yo que alguien, ya de verdad, por fin, había encontrado la explicación a lo que está pasando, al menos entre los seres vivos, que eran los que más me importaban.

Y en el fondo de todo eso que contaba Dawkins había unos seres maravillosos, entre abstractos y reales, poderosísimos y egoístas sin saberlo: prodigiosos robots biológicos: los “genes”. Duendes mecánicos.  Otra ocurrencia poética con enormes posibilidades explicativas.

Pero los años pasan y los ojos se van dilatando, a la vez que las texturas de todos los discursos, de todos los modelos de totalidad, se van haciendo cada vez más transparentes, más coherentes con eso que dijo Shakespeare: “Somos de la misma materia con la que están hechos los sueños”.

El vídeo que he colocado en el cielo de este texto lleva por título “Enemigos de la razón.” Se trata de un precioso auto sacramental en el que Dawkins, con extraordinaria buena fe, muestra los “horrores”, los “disparates”, que se derivan de un alejamiento de la Ciencia, entendida como culto a la razón y a los hechos verificables. Las religiones, y las supersticiones (la New Age por ejemplo) nos alejarían de un camino que promete enorme belleza, justicia social, felicidad, verdad… Por todo merece la pena luchar (intelectualmente). ¿Quién no lucharía por algo tan fabuloso? Y hay que combatir contra los enemigos de la razón, los cuales, según reza el subtítulo de este documental, serían a la vez “esclavos de la superstición”.

La superstición sería creer en lo no verificado. La Ciencia, creo yo, cree en lo no verificado. Es otra superstición, pero necesaria, útil, en un determinado “nivel de conciencia” (expresión ésta que me produce mucho rechazo intelectual, pero que ahora creo necesario utilizar).

Dawkins ha publicado muchas obras desde El Gen Egoísta (1976). Hay una de ellas –El relojero ciego- que, según su propio autor, ofrece un “filosófico capitulo”. Es el primero y lleva como título “Explicar lo muy improbable”. Eso sería un ser vivo según Dawkins: algo muy improbable, complejo (consta, a diferencia de una estrella, de muchos elementos no homogéneos) y hábil (capaz de mantenerse vivo, de “no revertir a un estado de equilibrio con el medio ambiente”.)

Cree no obstante Dawkins que esos seres son explicables, aplicando el “reduccionismo”: reduciendo el objeto de estudio a sus piezas más simples, más conocidas (reducir lo desconocido a lo conocido).

Esta euforia epistétima le lleva quizás  a Dawkings a comenzar su Relojero Ciego así:

“Este libro está escrito con la convicción de que nuestra propia existencia, presentada alguna vez como el mayor de los misterios, ha dejado de serlo, porque el misterio está resuelto. Lo resolvieron Darwin y Wallace, aunque todavía continuaremos añadiendo observaciones a esta solución, durante algún tiempo.”

Estamos por tanto ante el final de una búsqueda. Ya sabemos lo que pasa, por qué estamos aquí, qué somos, etc. O, por lo menos, ya sabemos cómo saberlo (como si alguien supiera de verdad qué es eso de “saber”).

Dawkins, en la tradición cientísta de Francis Bacon, cree que ya tenemos la herramienta fundamental para avanzar en el conocimiento de lo real y, a la vez, para instaurar una ética humanística alejada de oscuras/erróneas/peligrosas creencias, como por ejemplo la creencia en la existencia de Dios (el cual, creo yo, si existiera no sería Dios; aunque no debemos descartar que una inteligencia -y un corazón- ubicados en un nivel no perceptible ahora por nosotros, pero sin llegar a ser el fondo total de lo real, nos estuviera amando sin límite, y nos estuviera inoculando realidad): me estoy refiriendo a algo así como “un dios menor” (o varios).

Herramienta. Lo fascinante de El gen egoísta era precisamente que Dawkins parecía demostrar que los genes, desde un egoísmo radical pero inconsciente, utilizaban el cuerpo humano como una herramienta para su supervivencia. Cabría preguntarse si esos seres tan pequeños y tan decisivos no serán a su vez herramientas de algo más profundo, y más decisivo. Dawkins parece dispuesto a considerar que en cualquier nivel de observación (el que permite ver y teorizar los genes, por ejemplo), cabe seguir profundizando, pero que hay un momento en el que él, como biólogo, se tiene que retirar y dejar paso a los físicos.

Pero los físicos, a su vez, no solo están hoy en día en un huracán de fantásticas teorías verificables y contradictorias entre sí, sino que sueñan con encontrar una ley única que lo mueva todo. Supongo que en ese todo estará también el movimiento (¿mecánico?) del cerebro de Dawkins y su tendencia a generar teorías sobre lo que hay de verdad; y lo que no hay.

Schopenhauer también habló de un fondo inconsciente y egoísta en el mundo (en el mundo como representación, esto es: como creación nuestra). Pero Schopenhauer, que fue un gran filósofo, no habría aceptado la antifilosófica frase, la opiácea frase “el misterio está resuelto”.

Creo que merece la pena retener esta cita del gran filósofo alemán:

„ […]wir in ein Meer von Räthseln und Unbegreiflichkeiten versenkt sind und unmittelbar weder die Dinge, noch uns selbst, von Grund aus kennen und verstehn“.

“[…] estamos hundidos  en un mar de misterios e incomprensibilidad y de forma inmediata ni las cosas ni a nosotros mismos conocemos y entendemos a fondo.” (La traducción, muy mejorable, es mía).

Esta cita  la encontramos en el capítulo “Magnetismo animal y magia” de su obra Sobre la voluntad en la naturaleza (Vol. IV, p. 109, de la edición de Hübscher, 1988). Y la escribió Schopenhauer para advertir a los ilustrados cientistas del siglo XIX de los peligros de su credo, de dar todo por cognoscible y “racional”. Así quiso el gran filósofo abrir una puerta a la legitimidad de la magia (de lo paranormal), contra lo cual Dawkings, en el documental que precede este texto, lanza toda su artillería poética. De buena fe, y con un impecable gesto de respeto hacia “los enemigos de la razón”.

Ojo. Dawkings dice también que la Ciencia es la más bella poesía sobre el universo. Es cierto. Y la poesía es básicamente creación… En este sentido expansionista hay también una afirmación suya que dice algo así como que los científicos siempre están abiertos a nuevas posibilidades, reconsiderando una y otra vez nuestro concepto de realidad.

Ofrezco a continuación algunas ideas especialmente interesantes que he encontrado en el “Relojero ciego”, y que estructuran ese “concepto de realidad” donde parece desplegarse el pre-poetizado pensamiento de Dawkins (las citas que ofrezco se refieren a la edición española  de Labor, Barcelona, 1988; traducción de Manuel Arroyo Fernández):

1.- “Este libro está escrito con la convicción de que nuestra propia existencia, presentada alguna vez como el mayor de todos los misterios, ha dejado de serlo, porque el misterio está resuelto. Lo resolvieron Darwin y Wallace […]” (Prefacio, p. VII). Este verano en un Ashram de Yoga perdido en un onírico valle de Baviera escuché también esta anti-filosófica afirmación (obviamente desde una devoción distinta, desde un culto hacia otros dioses-lógicos). El temblor y la duda solo lo resisten los grandes pensadores (Kant, Schopenhauer, Nietzsche, María Zambrano…). Y también la gente no intelectualizada (la gente “de la calle”). Dawkins no es un gran pensador, ni gente “de la calle”, pero sí un gran poeta. Él no sabe lo que dice (como el Ion de Platón); sino que está tomado por dioses que se sirven de él para inocular sus hechizos en las mentes humanas. Por decirlo de alguna forma.

2.- Las máquinas como “objetos biológicos” (p. 1) o “seres vivos honorarios” (p. 8). Es un tema especialmente fascinante para mí. A él me he referido en mi diccionario filosófico. La bailarina lógica “Máquina” (que se presenta todavía muy oscura para mis lectores y alumnos) se puede contemplar desde [Aquí]. Quizás valga con decir que la ontologización de la máquina como algo “artificial” presupone un dualismo que eso de “la Ciencia” en general no admite. Desde ese Credo un ordenador no estaría hecho por los seres humanos (ni sus teorías sobre lo real tampoco) sino por esas Leyes que mueven su biológico-físico cerebro. O dicho de otra forma: el cerebro humano (como los genitales humanos) serían máquinas al servicio de algo cuyo poder no sería desactivable.

3.- El culto a lo útil. Dawkins es inglés, es práctico, rinde culto a la franciscana navaja de Ockham (para explicar un fenómeno hay que utilizar el menor número posible de elementos… simplificar, reducir…). Creo que merece la pena reproducir aquí un largo párrafo de Dawkins (no tengamos prisas filosóficas; leamos con serenidad):

“Los físicos, naturalmente, no dan por supuestas las propiedades de las barras de hierro. Preguntan por qué son rígidas, y continúan descendiendo algunos escalones más, hasta llegar a las partículas elementales y los quarks. Pero la vida es demasiado corta para que la mayoría de nosotros sigamos su camino. En cualquier nivel determinado de una organización compleja, pueden conseguirse explicaciones normalmente satisfactorias descendiendo uno o dos escalones desde nuestro nivel inicial, pero no más. El comportamiento de un motor de coche se explica en términos de cilindros, carburadores y bujías. Es cierto que cada uno de estos componentes descansa en lo algo de una pirámide de explicaciones a niveles inferiores. Pero si me preguntan cómo funciona un motor coche la gente pensaría que soy algo sofisticado si contestara en términos de las leyes de Newton o de las leyes termodinámicas, y completamente oscurantista si contestara en términos de partículas fundamentales. Sin duda, es cierto que, en el fondo, el comportamiento de un motor de automóvil se explica en términos de interacciones entre partículas fundamentales. Pero resulta mucho más útil hacerlo en términos de interacciones entre pistones, cilindros y bujías” (pp. 9-10).

¿Util para qué?, me pregunto. ¿Para mantenerse vivo? ¿Para ser felices en cuanto especie biológica?

Estamos justo ahora en un lugar crucial para ejercitar la lucidez filosófica. Dawkins parece satisfecho subido a esa pirámide (ese templo) de científicas explicaciones (siempre en movimiento, eso sí, pero siempre ofreciendo solidez suficiente como para vivir relativamente tranquilo). En realidad cada uno de los niveles de esa pirámide está construido con explicaciones tambaleantes, con frases, con sustantivos que presuponen que lo que hay está dividido en lo que esos sustantivos obligan a ver (universo, estrellas, cuerpos vivos individualizados, células, quarks… leyes matemáticas…) La necesaria existencia de estos radicalmente invisibles seres la han teorizado muy bien (de forma muy pragmática) Putnam [Véase] y Quine [Véase] con su “compromiso ontológico”: necesitamos dar por reales esos entes pues las teorías que los dan por reales nos funcionan muy bien. Pero una cosa es que los elementos de una explicación sirvan para la existencia y eficacia de la explicación, y otra que esa explicación, su modelo-mundo implícito, refleje lo que de verdad hay, lo que de verdad está pasando: que refleje el sublime océano de misterios al que se refirió, entre otros grandes, Schopenhauer.

Filosofar es ser capaz de oler (y quizás amar) ese océano a través de la textura de todos los mundos que se presentan como reales en eso que sea “la mente humana”. Y Filosofía es también ser capaz de ver esos mundos artificiales como fabulosas obras de arte. Creo yo.

Dawkins, que en el video que vuela sobre este texto aparece como guerrero en una guerra santa contra las “religiones” (contra los enemigos de la “Razón”), está tomado a su vez por la (irracional) religión de la Ciencia. Pero todas las religiones, incluida ésta, tienen grandes pensadores atrapados, y fecundados, en sus leyes físicas (en sus reglas del juego discursivo, diríamos desde Wittgenstein).

La “verdad” de esta religión de la Ciencia no se puede medir por su eficacia “física” (dentro del mundo “físico” que ella misma describe). Otras religiones (el islam v.gr.) es también enormemente eficaz: entra con mucho poderío en la matriz fundamental donde anidan todas las “verdades”: la mente humana (por llamar ese sitio de alguna forma). Es ahí adonde se dirigen todos los Verbos (el de Dawkins incluido). Si no es así, ¿por qué habla y escribe tanto? ¿Para qué el vídeo? ¿No presupone toda teoría sobre lo real un destinatario que pueda acogerla y, por así decirlo, darle la “vida”?

“¡Hágase la luz!”  sería algo así como la activación de un modelo de mundo dentro de una mente, adoptando el status de Verdad, ya encarnada, ya sentida. Al principio era el Verbo, sí, pero ese Verbo requería ser creído, vivificado por la luz de la “verificación”.

Dawkins está inmerso en una guerra santa. Pero lo cierto es que -como Russell [Véase]- es consciente de que el odio es estupidez (“yo no odio a nadie”, le dice Dawkins al fundamentalista islámico que aparece en el vídeo). Ibn Arabí también apuntó a esa religión universal desde el cerebro y el corazón del Islam. La Filosofía, como palabra, como cuerpo, lleva en su primera parte el concepto de “amor”.

Que siga por tanto Dawkins luchando contra los enemigos de la Razón (de la suya), pero que lo haga con amor: los enemigos contra los que hay que guerrear serían constructos de palabras, frases, virus poéticos, ideas no aptas para el templo de lo humano. Pero nunca personas.

Guerra santa de ideas contra ideas. La guerra de los mundos. Librada en el interior de eso que sea “la mente humana”.

David López

 

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Pensadores vivos: Patrick Harpur

Patrick Harpur

 

Patrick Harpur escribió en 2002 un libro que ofrecía, aparentemente, un gran secreto: El fuego secreto de los filósofos. Pero ya su prólogo advierte al lector de que el libro no será “un sendero directo de lucidez apolínea”, sino “un laberinto hermético”: “El secreto que demanda ser revelado de una sola vez, en una visión o en una obra de arte, sólo puede ser expuesto de manera indirecta”.

Esta obra ha sido publicada en español por la editorial Atalanta (2006) y la traducción ha sido realizada por Fernando Almansa Salomó. A esta edición se refieren las citas que realizaré en el presente artículo.

¿Cuál es el fuego secreto de los filósofos? ¿Quienes son esos “filósofos”? La respuesta a la segunda pregunta la ofrece Patrick Harpur con relativa claridad: esos “filósofos” serían los alquimistas y magos cuya casi total extinción inauguró la modernidad en Occidente. A mí me sorprende que se siga hablando de eso de “Occidente”. Es como si fuera imposible desactivar un cierto nivel de aturdimiento intelectual, de reflexión hechizada con leyendas. Y es éste precisamente uno de los grandes temas de los que se ocupa Harpur: las leyendas que, ubicuamente, parecen haber poseído la mirada y la inteligencia humanas. Pero, en cualquier caso, no tengo yo constancia de que este pensador cuestione, al menos de forma explícita, eso de “Occidente”.

La respuesta a la primera pregunta se ofrece de una forma más erótica, en un poético baile de velos que ocultan y subliman el desnudo integral de ese “fuego secreto” que todo ser humano quisiera conocer, dominar… ¿Para qué? ¿Para qué la sabiduría total? ¿Para ser más felices? ¿Es ese nuestro fin primordial? ¿Y si ese estado nos lo ofreciera una pastilla no adictiva y no perjudicial para la salud?

En la primeras páginas de este libro de Harpur encontramos ya lo que parece ser un primer destello del gran tesoro, del secreto fuego de los alquimistas: “El secreto es, ante todo, una manera de mirar”.

¿Qué manera es esa? ¿Es una manera de mirar que incendia lo que mira (o los moldes a través de los que se mira) y que nos devuelve a esa Firstness proto-paradisíaca a la que se refirió el brillantísimo Peirce? ¿Y qué es lo que hay que mirar después? ¿El Ser en su totalidad imparcelable? ¿Ocurrirá entonces que Dios mismo contemplará su propio rostro (su nada mágica) en el espejo de su propia carne imaginaria?

Quizás Harpur está proponiendo -en la línea de, entre otros, su tan citado y venerado William Blake- un desbrozamiento [Véase Karl Jaspers], una desinstalación, de ciertos modelos de mundo que, ostentando aparente objetividad, impiden ver la textura mágico-imaginativa de lo real, de todo lo que se presente como real y que se quiera oponer al mundo de “la fantasía” (entre comillas porque en realidad no habría otra cosa que fantasía).

Lo cierto es que los primeros capítulos de El fuego secreto de los filósofos se atreven a otorgar dignidad ontológica a seres como los elfos, las hadas, los duendes, los ángeles, los alienígenas, los zombis… Todos ellos “dáimones” en realidad; todos ellos, según Harpur, seres que no son ni materiales ni inmateriales: todos ellos intermediarios, uesebés, por así decirlo, entre el mundo “ordinario” (que sería en realidad una fantasía,  una leyenda capaz de auto-ocultarse) y el Otro Mundo, el cual, según Harpur, estaría construido, desde aquí, a partir de arquetipos de “este mundo”.

Para dejar espacio y otorgar legitimidad, digamos filosófica, e incluso “empírica”, a esas realidades “de fantasía” (elfos, etc.), Harpur hace un lúcido y bello esfuerzo:

“Tan fuerte es la literalidad de nuestra visión del mundo que es casi imposible para nosotros comprender que es exactamente eso: una visión, no el mundo. Pero es esa literalidad, con todas sus pretensiones de objetividad en los lugares más insospechados, lo que trataré de desmontar a lo largo de este libro” (p. 93).

Esos lugares insospechados son varias de las teorías que parecen estar nublando eso que sea “la conciencia occidental”. A saber: la teoría de la evolución de Darwin (ojo, no se presenta Harpur como creacionista), los modelos de la física moderna o el historicismo, entre otros. Merece la pena seguir a Harpur en sus mágicos razonamientos, en su heroico intento de recuperar la visión, el fuego, de esos alquimistas que se dice que fueron apartados, aunque no del todo, por la ciencia materialista y panmatematicista que, paradójicamente, huyó de la complejidad (de ahí su éxito, dice Harpur): una ideología deficitaria de formación filosófica que desde el principio no habría sabido distinguir entre lo real (?) y los modelos que van haciéndose de lo real (Harpur cita a Hawking y a Dawkings). Sugiero la lectura de mi artículo sobre Hawking, el cual no es tan cientista como parece [Véase aquí].

Alquimia. El fuego secreto de los filósofos. “Pero el fuego secreto va mucho más allá de la alquimia. Fue un secreto transmitido desde la antigüedad -algunos dicen que desde Orfeo, otros que desde Moisés, la mayoría que desde Hermes Trismegisto- en una larga cadena de eslabones que constituían lo que los filósofos llamaban la Cadena Áurea. Esta augusta sucesión de filósofos encarnó una tradición que nosotros hemos ignorado o etiquetado como “”esotérica””, incluso “”arcana””, pero que sigue discurriendo como una vena de mercurio por debajo de la cultura occidental, surgiendo de las sombras en épocas de inmensos cambios culturales” (pp. 21-22).

Sobre la tradición hermética hay una obra excepcional que necesitó diez años de trabajo de un profesor de Filosofía y de Historia en la universidad de California: Hermetica: The Greek Corpus Hermeticum and the Latin Asclepius in English Translation (Cambridge: Cambridge University Press, 1991), traducción e introducción de Brian P. Copenhaver. Se trata de una obra excepcional que ofrece una traducción de los textos fundamentales de la así llamada “tradición hermética”. En español hay una edición a cargo de Siruela (Madrid, 2000) que cuenta con una admirable traducción de Jaume Pòrtulas y Cristina Serna. Creo que merece la pena traer aquí la última frase del prefacio escrito por Brian P. Copenhaver: “Mi hijo, en particular, se convencerá por fin, cuando vea el libro publicado, de que fueron otros y no yo los que se inventaron el mito de Hermes Trismegisto”.

Mito por tanto. Fantasía que llegó a subyugar la inteligencia crítica del mismísimo Marsilio Ficino, entre otras inteligencias que suponemos acreditadas. La tradición alquímica sería ella misma mítica, legendaria, subyugante, y sería además el mito (esa cosa indefinible) su materia secreta, su fuego secreto.

En cualquier caso esa secreta tradición parece otorgar un poder excepcional a la imaginación, la cual, como bien habría visto Karl Jung, estaría siempre necesitada de arquetipos, de modelos. Sin ellos la imaginación sería impotente. ¿De dónde vienen esas formas que son necesarias para crear, para ver, mundos? ¿De dónde vienen los mitos que parecen serlo todo en el mundo humano? Levì-Strauss [Véase aquí] parece que se atrevió a acercarse a esta pregunta extrema. Él llegó a afirmar que los propios mitos se pensaban a sí mismos en los seres humanos (y el ser humano, como mito, habría que disolverlo para poder avanzar en la ciencia). ¿Quién/qué debería entonces realizar esa labor de disolución?

Lanzo ahora una respuesta más, una pincelada más, a otra pregunta. Me refiero a la pregunta de cómo es esa forma de mirar que parece coincidir con el fuego secreto de los filósofos. En mi opinión se trataría de contemplar, fascinados, la textura siempre legendaria de “lo real”. Y fascinarse también con sus transparencias: esas membranas que permiten atisbar lo que ya no es exactamente “mundo”, sino hábitat, matriz, sostén, origen y final, de todo “mundo”, entendiendo como mundo cualquier leyenda que haya conseguido tomar una conciencia.

Membranas que, según la Alquimia, creo yo, serían la extensión secreta de nuestras más secretas e invisibles manos: podemos transformar el mundo porque podemos transformarnos a nosotros mismos. La clave: una cirugía en nuestros ojos, quizás operando previamente nuestro corazón (amor, sentido de lo sagrado) y nuestra mente (lucidez filosófica… un pleonasmo).

Mi diccionario filosófico [Véase] puede ser considerado como una enamorada exposición de “transparencias”, de palabras-conceptos que luchan para que no se haga evidente su nada. Y su textura imaginativa. El mundo sería “nuestra” imaginación, “nuestra” representación. Schopenhauer inicia su magna obra así: Die Welt [El mundo] ist meine Vorstellung. “Vorstellung” es traducible como representación, imaginación, obra de teatro. ¿Quién dirige esa obra? ¿Quien la contempla? Schopenhauer dice que siempre tú, querido lector. Tú. Sí, ¿pero quién/qué eres tú en realidad?

Volvamos a Patrick Harpur: Membranas, dáimones, seres del Otro Mundo que entran y operan en éste. Patrick Harpur se ocupa con brillantez y erudición de esas realidades fronterizas (ángeles también, y vírgenes, y genios de los arroyos o de los árboles). Yo tengo la sensación de que todo, absolutamente todo lo que vemos, es fronterizo, daimónico. Así lo expresé en mi texto sobre la Cábala [Véase].

Y especialmente fronterizos me parecen los seres humanos, si se les mira, si se les escucha, des-esquematizamente, liberados de la caja sistémica donde les solemos coleccionar. Todos los seres humanos me parecen poseídos por algo inefable. Hay que escucharlos. Son chamanes que no saben que lo son. No solo hablan ellos cuando ellos hablan. No saben lo que dicen. Ni yo tampoco. Y es que nuestro hablar está tomado por lo que no es accesible al conocimiento puramente “humano”. Dice Harpur: “En cierto sentido, cada persona es Otro Mundo para las otras” (p. 88).

Siempre que se habla con alguien se está entrando en contacto con “El Otro Mundo”. Levinas diría que, a través del inefable rostro del otro ser humano, se entra en contacto con Dios [Véase Levinas].

En cualquier caso, creo que siempre que se mira en silencio cualquier rincón de “lo real” se accede a ese “Dios”, entendido en sentido metalógico [Véase aquí]. No así la televisión, la cual demoniza Harpur expresamente en su libro, y de la cual se confiesa adicto: son imágenes muertas, falsas, sin alma. Quizás por eso sientan tan mal si se las contempla en exceso. Curiosamente eso jamás ocurre si se contempla en exceso lo que no es televisivo, lo que no es puramente arquetípico (falso).

Comparto ahora una serie de notas que he tomado en distintos lugares de esta obra de Harpur (El fuego secreto de los filósofos):

1.- Los “sidhe”. Harpur se apoya en Lady Augusta Gregory, la cual describía a los sidhe de la tradición irlandesa como seres que cambian de forma: “[…] pueden mostrarse pequeños o grandes, o como pájaros, animales o ráfagas de viento” (p. 26). O también, dice Harpur, como hados o hadas. Parece que lo que hay, que es innombrable, se ofrece a encarnar cualquier sustantivo, cualquier nada lingüística. Tengo la sensación de que la mirada filosófica no cosmizada (no sometida a filtro, a ideas) termina por ver lo que hay como un gigantesco sidhe. Harpur agrupa los sidhe y todos lo demás seres “imaginarios” dentro del concepto de  “daimon”.

2.- El destierro de los dáimones. “El destierro de los dáimones en Europa empezó con el cristianismo” (p. 31). Creo que merece hacer referencia a uno de los más bellos cuentos que Margarite Yourcenar incluyó en su obra Cuentos Orientales. Me refiero al que lleva por título “Nuestra señora de las golondrinas”. Harpur (p. 32) ofrece un testimonio parecido al de Yourcenar, y que aparece en los Cuentos de Canterbury: “[…] la mujer de Bath describe cómo fue enviado un ejército de frailes […] para bendecirlo todo, bosques, ríos, ciudades, castillos, salas, cocinas y vaquerías […]”. Creo que “bendecir” es, simplemente, “decir bien”. Aquellos vehementes frailes eran algo así como un ejército de informáticos que querían apuntalar un mundo, en el sentido de narración, en el sentido de sistema ordenado de sustantivos.

3.- “Somos organismos fluidos que pasamos fácilmente de este mundo al otro, de la vida a la muerte” (p. 59). ¿Qué es “el Otro Mundo” según Harpur?

4.- El Otro Mundo. “[…] quiero examinar el reino en el que se dice que habitan los dáimones: el Otro Mundo” (p. 60). En mi opinión, desde el mito cerebralista-materialista actual cabría decir que esos seres “de fantasía” tienen un solo hábitat: el cerebro -no bien equilibrado- de quien cree en su existencia. Sugiero la lectura de mi artículo sobre el cerebro [Véase aquí]. No hay que confundir el cerebro “en sí”, con el modelo que él mismo se hace de sí mismo. Ese modelo sería una más de las fantasías que ese lugar misterioso es capaz de crear.

5.- Entrada al Otro Mundo. P. 61: Harpur habla de lugares que se suponían “puertas” de entrada a lo que no es ya este mundo. Habla del Purgatorio de San Patricio, en una cueva de una isla en el lago Derg (condado de Donegal, Irlanda). Y en la página 65 dice esto: “Pero, desde luego, existen hombres y mujeres daimónicas que pueden entrar a voluntad en el Otro Mundo”. Y también esto: “El Otro Mundo empieza donde termina éste”. Una frase que recuerda al primer Wittgenstein [Véase aquí]: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”.

6.- Más sobre el Otro Mundo. P. 70: “El Otro Mundo, que nos rodea por completo, nos parecería un paraíso terrenal si simplemente limpiáramos “”las puertas de la percepción””, como dice Blake, y viéramos el mundo como realmente es, “”infinito””. Cabe no obstante preguntarse si la infinitud presupone la infinita belleza, o, más bien, el infinito horror.

7.- Imaginación como fundamento de la realidad “en la Florencia renacentista, y nuevamente entre los románticos ingleses y alemanes tres siglos después” (P. 72). Harpur parece ubicar esta metafísica en el corazón mismo de la tradición hermético-alquimista que custodiaría ese “fuego secreto de los filósofos”.

8.- “Todo está lleno de dioses”. P. 77. Harpur trae a su narración esta famosa frase atribuida a Tales de Mileto. Dioses y dáimones serían lo mismo: no del todo algo, no del todo nada.

9.- Los arquetipos. P. 79. Harpur cita las categorías a priori de Kant y las formas de Platón. Pero se apoya sobre todo en Jung, el cual habría otorgado personalidad a los arquetipos, y habría dicho que “se manifiestan como dáimones”. Hay otra cita de Jung: “Todo lo que sabemos es que sin ellos parecemos incapaces de imaginar […]. Si nosotros los inventamos, lo hacemos según moldes que ellos nos dictan” (p. 80).

10. Dáimones. El Otro Mundo. Los sueños. Dice Harpur: “Todos tenemos acceso cada noche al Otro Mundo mediante el sueño. Como los dáimones que contiene, el Otro Mundo de los sueños es movedizo, escurridizo y ambiguo” (p. 83).

11. “[…] el mundo en el que imaginamos que estamos es sólo una de las muchas maneras en que el mundo puede ser imaginado” (p. 88). De acuerdo. ¿Son mis hijos entonces seres imaginarios? ¿Podrían desaparecer si yo cambiara de mito, de filtro del infinito? Quizás. Pero el amor requiere algo existente que sea amado. El amor apuntala, ontologiza radicalmente el objeto amado. Volveré a este tema crucial al final del presente artículo.

12.- Física nuclear. Partículas subatómicas como dáimones. “Recapitulemos: los dáimones habitan otro mundo, a menudo subterráneo, que interactúa fugazmente con el nuestro. Son materiales e inmateriales, están y no están, son con frecuencia pequeños, siempre evasivos y de formas cambiantes; su mundo se caracteriza por las distorsiones de tiempo y espacio y, sobre todo, por una incertidumbre intrínseca” (pp. 103-104). “Incluso una mirada superficial al neoplatonismo, al gnosticismo y a la alquimia revelará una manera de imaginar que puede empezara resolver el dilema de los físicos nucleares. Pues tratan una realidad que puede estar ahí o no; que es subjetiva u objetiva (o quizás ambas cosas); que es literal y metafórica; que, si está ahí, sólo puede ser imaginada, y si no está, se imagina que está y por lo tanto, en otro sentido, sí que está; que es evasiva, ambigua, borrosa, que es, en pocas palabras, una realidad daimónica” (p. 108).

13.- Un dios oculto en el libro de Harpur: Hermes. Y un consejo: algo así como conócete a ti mismo pero, sobre todo, “qué ideas, que dioses nos gobiernan para que no gobiernen nuestras vidas sin que seamos conscientes de ello. Por ejemplo, el dios que está detrás de este libro es probablemente -justo es advertirlo- Hermes” (p. 123).

14.- Los mitos. Vivimos, todos, inevitablemente, en mitos. ¿Pero qué son esas “cosas”? ¿Palabras? ¿Lenguaje? Pero, ¿qué es el lenguaje “en sí”, fuera de lo que esa palabra es capaz de decir de sí misma? [Véase “Lenguaje”]. Harpur se refiere así a la posibilidad de teorizar sobre los mitos: “[…] la teorías sobre el mito son en sí mismas otras tantas variantes del mito, re-narraciones en el lenguaje del momento, aunque éste sea una jerga psicológica difícil de tragar. El mito, como la naturaleza, ofrece amablemente la “”prueba”” de la verdad de cualquier teoría que queramos mantener; pero esa teoría acabará refluyendo en las historias primigenias que giran a través de la tierra como grandes corrientes oceánicas” (p .126).

15. ¿Y entonces? ¿Estamos perdidos en la nada caótica de los mitos? “Sin embargo, en ningún caso los problemas pueden ser resueltos, porque no son problemas, sino misterios. Los mitos nos dicen que vivamos sin resoluciones, en un estado de tensión creadora con nuestra doble dimensión” (p. 133). Se refiere Harpur, creo, a nuestra imaginaria doble ubicación en lo que algunos mitos consideran “este mundo/el Otro Mundo”, o “Mundo celestial/Mundo inferior”. Pero no hay explicación. Todo es misterio. Creo oportuno mencionar ahora a María Zambrano [Véase aquí], la cual, con excepcional coherencia filosófica, vio la esencia misteriosa de lo real. Respecto a esa “tensión creadora de la que habla Harpur, sugiero la lectura de mi bailarina lógica “Tapas/Sufrimiento creativo”. [Véase aquí]. A este fenómeno, digamos “alquímico”, se refiere Harpur en la página 151: “Nos guste o no, sufrimos la enfermedad, el duelo, la traición y la angustia en medida suficiente. El secreto es utilizar esas experiencias para autoiniciarnos. Sin embargo, habitualmente se nos induce a buscarles remedio en lugar de sacarles provecho para autotransformarnos”. ¿No será ese el verdadero “fuego secreto de los filósofos”?

16.- La alquimia. La magia. Cita Harpur a Jung, el cual habría afirmado que la tarea oculta de la Obra (alquímica) sería “liberar a la materia de la opacidad del literalismo” (p. 227). Sí. Pero si se levanta el velo del literalismo (de confundir lo real con lo que se dice de lo real) entonces no queda tampoco eso de “materia” [Véase aquí “Materia“], sino, más bien, esa Nada prodigiosa sobre la que intentó filosofar, entre otros, Kitarô Nishida [Véase]. Esa Nada Mágica que algunos no tendrá problema en denominar “Dios”.

Concluyo con un tema crucial al que me he referido brevemente en el punto 11 de estas notas: el amor. Si el mundo en el que vivimos es un mito, una leyenda, una de las infinitas (?) formas posibles de imaginar un mundo, entonces mis hijos carecen de solidez ontológica. Son y no son, como los dáimones, como todo lo que se presenta como existente en mi conciencia. Creo entonces que el amor sería una fuerza capaz de solidificar existencias, encarnarlas, sublimarlas en el reino de lo indubitable: sacarlas del tembloroso muro de la caverna de Platón y llevarlas al luminoso y eterno cielo que pensó este filósofo.  El amor otorga la eternidad a lo amado. También el odio, que es lo contrario al amor, otorga esa eternidad a lo odiado, si bien confina en la eterna idiotez y en un, estúpido, infierno eternizado.

Yo haría cualquier cosa en mi taller alquímico interior con tal de que mis hijos -y otras muchas personas a las que amo sin límite- no se diluyeran en un magma onírico-imaginativo. Cualquier cosa. Se dice que Dios creó el mundo -un mundo, un solo mundo- por amor. ¿Qué amaba Dios antes de crear el mundo? ¿No será que crea un mundo en el interior de un ser al que ama (el “ser humano”), un mundo que, finalmente, condenaría a su “portador” a un inevitable paraíso final?

Gracias queridos amigos por vuestra lectura, desde tantos países del mundo.

David López

 

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Pensadores vivos: Stephen Hawking

 

 

La noche del 10 de septiembre de 2013, mi hijo Nicolás y yo, en vez de asomarnos al infinito de la imaginación humana (?) desde las páginas de un cuento de papel, salimos al jardín para contemplar el cielo medieval que todavía arde en Castilla la Vieja. La luna estaba en el centro de una gigantesca serie de anillos concéntricos, en los que creímos encontrar colores como el rojo, el malva, el marrón y hasta el oro. Nicolás estaba estremecido por aquella belleza. Papá, ¿cómo se ha hecho algo tan maravilloso en el cielo?, me preguntó. La verdad es que no sé cómo se ha hecho, le respondí. Y añadí: pero sí sé que es maravilloso.

El cielo tenía espacio de sobra en ese rincón de Castilla como para que brillaran también las estrellas. Las contemplamos arracimadas entre las ramas de los abedules: biología y astrofísica fundidas en un abrazo silencioso, glorioso. Y entonces recordé ese titánico agujero negro que los científicos han encontrado en el centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea (una anchísima calzada de piedras blancas en las que a veces se engancha la iglesia de Sotosalbos).

Dice Hawking que por esos agujeros negros quizás se puede salir de este universo y entrar en otro, pero que sería un camino sin retorno que él no está dispuesto a recorrer. Y dice también que los hay pequeños. Todo mundo estaría agujerado y conectado con otro mundo. Todo sería membranoso, transparente.

No obstante estas matematizadas afirmaciones que parecen ir cerrando la esencia de los cielos que arden sobre Castilla la Vieja (los que yo ahora más contemplo), el propio Hawking reconoce que la realidad de sus leyes, de sus verdades, son “dependientes de modelo”: la realidad depende del modelo que se utilice para analizarla, para mirarla, para decirla. Estaríamos ante una prodigiosa plasticidad: el cielo convertido en una pizarra donde juegan con sus tizas matemáticas los físicos teóricos: un lugar de fantasía capaz proporcionar a las tribus humanas modelos útiles para satisfacer sus necesidades (y no olvidemos que el ser humano necesita desear lo que no necesita).

Hawking es un pensador, un piadoso cientista, un poeta que se cree sus poesías (diría Machado), un ser humano que me ha proporcionado grandes momentos, grandes espectáculos de fantasía. Leí hace tiempo, extasiado, su Una breve historia del tiempo (1988). También extasiado, pero algo más crítico — algo mejor amarrado al mástil que utilizó Ulises para no ser mentalmente aniquilado por el canto de las sirenas — leí su obra El gran diseño (2010), la cual está redactada, y probablemente pensada, en colaboración con Leonard Mlodinow.

En esta obra se puede leer lo siguiente:

“Tradicionalmente, ésas son cuestiones para la filosofía, pero la filosofía ha muerto. La filosofía no se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física. Los científicos se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda del conocimiento”.

Pero lo cierto es que este libro, como cualquier otro libro de religión, ofrece un precioso templo para asomarse a lo que se transparenta desde el más allá de sus vidrieras, de sus dogmas arquitectónicos, protectores. Hay Filosofía en el pensamiento de Hawking; y en su religiosidad. Entendamos ahora la Filosofía como una mirada que mira las miradas, que contempla desde no se sabe dónde eso que se cree el físico (o algunos físicos) que es la Física, ‘la realidad’ de la que hay que ocuparse para “saber a qué atenerse” (diría Ortega y Gasset). La Filosofía, creo yo, intenta explicitar esa fantasía donde se cree que está cualquier emisor, o retransmisor, de modelos de mundo. La Filosofía aparta modelos, con respeto, con fascinación hacia la belleza de la Física, con admiración a su capacidad de poetizar la Nada Mágica (de interpretarla, si se quiere decir así). La Filosofía desbroza caminos (Jaspers) para que no se cierre el acceso a lo inefable, a lo metamodélico, a lo que de verdad es inmediato ahí, aquí. A lo que yo llamo “Nada Mágica”.

La Filosofía propicia un modelo de mente en el que se admite que todo es posible, porque, si somos serios y rigurosos, debemos afirmar que son lógica y empíricamente insostenibles todos los modelos conocidos de posibilidad. No sabemos qué es imposible porque no conocemos las reglas que rigen lo posible. Ese modelo de mente es el que en los comienzos de este siglo XXI está extendiéndose, como un bellísimo y sorprendente amanecer, entre los mejores científicos del momento. Hawking está en ese grupo, como veremos, pues ya no necesita pensar en una estructura legaliforme fija donde estaría desarrollándose eso que llamamos “mundo” o “realidad” o “vida”. La magia, lo prodigioso, la inmensidad, han inflacionado, como un Big Bang hawkingniano, en el pensamiento científico de principios del siglo XXI. Pienso yo.

Hawking. Es extraordinariamente sugestivo el conjunto formado por cuatro elementos que, simplificando, podríamos denominar “el cerebro”, “el cuerpo”, “la máquina” que sujeta a Hawking  y “la computadora” que le permite comunicarse con su mundo exterior. La religión de la Ciencia que anunció, entre otros, Francis Bacon, estaría ofreciendo una prueba de su verdad, de su eficacia. Su soteriología (su capacidad de salvación, o de acceso a paraísos todavía inéditos) quedaría demostrada en ese conjunto prodigioso. Sin el avance de la Ciencia, sin la aplicación de modelos matemáticos a una realidad observable que se supone intrínsecamente matematizada, sin esa progresiva Gnosis, no habría tenido lugar la creación del prodigio tecnológico que permite al cerebro de Hawking exteriorizar (encarnar en sonidos y en frases escritas) lo que ocurre en ese cerebro; aunque lo cierto es que en el modelo físico-metafísico de Hawking el cerebro humano es una máquina biológica carente de libertad, lo que, finalmente, lo ubicaría en el mismo nivel ontológico que la propia máquina que completa su cuerpo o, incluso, en un nivel inferior (por estar algo más atrás en la línea de la evolución).

La enorme importancia que Hawking otorga a la baconiana computadora que le permite hablar queda quizás constatada por el hecho de que en su página de internet, en la pestaña “About Stephen“, lo primero que aparece es “The computer“. Recomiendo entrar en esa página. Ofrece mucho. Y hay algunas sorpresas. El enlace es el siguiente:

www.hawking.org.uk

En esta página hay una lecture cuyo contenido me ha sorprendido favorablemente. Y me ha emocionado. Sinceramente. Digamos que me ha permitido ‘perdonar’ a Hawking esa gamberra y beata frase en la que se afirma que “la Filosofía ha muerto”.

Esa lecture se presenta en la página con el título Godel and de End of Physics, aunque luego el texto se titula Godel and the end of the universe. No sé si se trata de un despiste (?). Lo interesante de este texto, lo sorprendente, es que, habiendo sido dictado en 2002 (ocho años antes de la publicación de El gran diseño), Hawking afirme en él lo siguiente:

Some people will be very disappointed if there is not an ultimate theory that can be formulated as a finite number of principles. I used to belong to that camp, but I have changed my mind. I’m now glad that our search for understanding will never come to an end, and that we will always have the challenge of new discovery. Without it, we would stagnate. Godel’s theorem ensured there would always be a job for mathematicians. I think M theory will do the same for physicists. I’m sure Dirac would have approved.

Creo que lo decisivo aquí es que Hawking confiesa haber cambiado de opinión (eso le engrandece); y que se siente feliz ante el hecho de que nuestra búsqueda del conocimiento nunca llegará a su fin, que siempre tendremos el desafío de nuevos descubrimientos. Esto me recuerda esa alada imagen que ofreció Kant del ser humano: un ser que vuela hacia el infinito, que está condenado al pensamiento metafísico, al pensamiento que no puede ser constatado empíricamente, ni matemáticamente. Kant hubiera disfrutado mucho leyendo esta lecture de Hawking pues en ella, apoyándose en la incineración mística que Gödel provocó en la Matemática, se llega a sugerir que esta ciencia (la salvífica Matemática) no puede fundamentarse a sí misma. Y no solo eso: el propio Hawking da cuenta, como no podía ser de otro modo a comienzos del siglo XXI, de que ninguna ley o teoría científicas queda validada, demostrada, aunque sea capaz de explicar hechos y de realizar exitosas predicciones.

En mi bailarina lógica “Física” (Véase) ofrezco reflexiones sobre algunas de las ideas que Hawking/Mlodinow han expuesto en El gran diseño. Las traigo aquí -creo que más pulidas y desarrolladas- y añado algunas más:

1.- “La filosofía ha muerto”. Lo dicen en la página 11. Pero esta obra tiene algo ‘cuántico’ (una cosa puede ser a la vez onda y partícula… la Filosofía está muerta y viva a la vez…). Creo que merece la pena reproducir aquí unas frases que aparecen en la p. 53 de El gran diseño (poético/chamánico) de Hawking/Mlodonow: “George Berkeley (1685-1753) fue incluso más allá cuando afirmó que no existe nada más que la mente y sus ideas. Cuando un amigo hizo notar al escritor y lexicógrafo inglés Samuel Johnson (1709-1784) que posiblemente la afirmación de Berkeley no podía ser refutada, se dice que Johnson respondió subiendo a una gran piedra para, después de darle a ésta una patada, proclamar: “lo refuto así”. Naturalmente, el dolor que Johnson experimentó en su pie también era una idea de su mente, de manera que no estaba refutando las ideas de Berkeley. Pero esta reacción ilustra el punto de vista del filósofo David Hume (1711-1776), que escribió que a pesar de que no tenemos garantías racionales para creer en una realidad objetiva, no nos queda otra opción sino actuar como si dicha realidad fuera verdadera”. No obstante estos breves temblores de lucidez, es cierto que esta obra de Hawking/Mlodinow no es filosófica, sino religiosa: no hay en ella un análisis o problematización de los presupuestos desde los que se construyen sus teorías: no hay conciencia del modelo de totalidad desde el que se generan sus modelos de universo o de multiverso. Hay devoción y fe. Que no es poco, por cierto.

2.- La teoría unificada — la así llamada teoría M — es plausible (p. 16). Predice que nuestro universo no es el único, que otros miles de millones de universos fueron creados de la nada (algo así como 10 elevado a la 500 universos). Hay que excluir la intervención de un Dios o cualquier otro ser sobrenatural. Me pregunto: ¿Qué es “natural”? ¿Lo visible? La “Naturaleza” que hoy describen los científicos ya no me parece ‘natural’ y, en cualquier caso, creo que la Física ha sido siempre una Metafísica pura y dura: ha ofrecido modelos de lo que no se ve (el electrón no se ve, ni la ley de la gravedad, ni el Bosón de Higgs) para explicar lo que se ve… No, es más: lo que se ve se ve así porque hay instalado un modelo de mirada. Volvemos a los universales [Véase “Universales“]. Y al “realismo dependiente de modelo” que propone Hawking.

3.- Miles de millones de millones de universos surgen naturalmente de la “ley física” (¡De la invisible ley de la gravedad!): “Cada universo tiene muchas historias posibles y muchos estados posibles en instantes posteriores, es decir, en instantes como el actual, transcurrido mucho tiempo desde su creación” (p. 16). El modelo de totalidad donde se vertebra la conciencia (al menos ‘pública’) de Hawking/Mlodinow tiene un presupuesto crucial y muy ‘ciudadano’, muy ‘socrático’: la ley. La Física se basa en la creencia en una Naturaleza legaliforme, determinista, donde no hay libertad, solo obediencia, obediencia a entes platónicos (las leyes físicas, o la teoría M) que no son visibles, sino presupuestas, narradas (esas leyes, esas diosas) por los chamanes de este credo eficacísimo en nuestra tribu… Tan eficaz como lo fueron y los son todos los credos en todas las tribus. Veo en la Física un monoteísmo radical, único en la historia de las religiones. Se trataría de admitir la existencia y el poderío absoluto de una especie de Faraón cósmico, no antrópico morfológicamente, que tendría sometidos todos los rincones posibles del Ser (de lo que hay), por muy descomunal que sea eso que hay: miles de millones de universos, todos existiendo a la vez: pero todos esclavizados en definitiva. Creo que algunos físicos tienen una conciencia esclavista: observan fascinados el reino de su señor invisible y se contentan con hacer predicciones, como esclavos que conjeturan cuándo vendrán sus amos a darles la comida o cuando llegará el momento de su ejecución.

4.- “Este libro está enraizado en el concepto de determinismo científico, que implica que la respuesta a la segunda pregunta es que no hay milagros, o excepciones a las leyes de la naturaleza”. La afirmación que acabamos de leer merece ser unida a ésta: “Si ya nos parece difícil conseguir que los humanos respeten las leyes de tráfico, imaginemos lo que sería convencer a un asteroide a moverse a lo largo de una elipse” (p. 29). Esta frase es contradictoria en una narración que establece el determinismo radical. Si no hay libertad en esta matriz matemática de multiversos que parece ser la “Naturaleza”, no cabe cumplir o no una ley de tráfico, la cual (me refiero a esa ley ‘humana’) estaría vertebrada en el descomunal corpus jurídico que amordazaría el Ser en su totalidad. Por otra parte: si todavía no conocemos las leyes de la Naturaleza (y ni siquiera sabemos si existen como tales), ¿cómo podemos saber qué las transgrede, qué es imposible?

5.- Ideas/sorpresa que he encontrado en este libro importante: “Los realistas estrictos a menudo argumentan que la demostración de que las teorías científicas representan la realidad radica en sus éxitos. Pero diferentes teorías pueden describir satisfactoriamente el mismo fenómeno a través de marcos conceptuales diferentes”. Y proponen estos autores una especie de estrategia gnoseológica que denominan “realismo dependiente de modelo” (p. 54). Esta estrategia nos exigiría aceptar que no hay teorías físicas válidas en sí (que no hay una verdad física fuera del cerebro humano, si es que es humana esa cosa). En la p. 59 se llega a decir incluso que, para teorizar el origen del universo, el modelo de Física de San Agustín es tan válido como el que acoge al Big Bang. (!)

6.- “El verdadero milagro”.  En la página 204 de El gran diseño (la última) leemos lo siguiente: “La teoría M es la teoría unificada que Einstein esperaba hallar. El hecho de que nosotros, los humanos -que somos, a nuestra vez, meros conjuntos de partículas fundamentales de la naturaleza-, hayamos sido capaces de aproximarnos tanto a una comprensión de las leyes que nos rigen a nosotros y al universo es un gran triunfo. Pero quizás el verdadero milagro es que consideraciones abstractas conduzcan a una teoría única que predice y describe un vasto universo lleno de la sorprendente variedad que observamos. Si la teoría es confirmada por la observación, será la culminación de una búsqueda que se remonta a más de tres mil años. Habremos hallado el Gran Diseño”. Este párrafo cierra el poema de Hawking y de Mlodinow. En él aparece algo -una emoción, un fascinante desconcierto- que permitió a Kant construir su teoría de los juicios sintéticos a priori. ¿Cómo es posible que sean válidas, demostrables, leyes, sistemas matemáticos, que alguien ha sacado en un papel, sin más, de forma abstracta, sin conexión con la experiencia exterior? A partir de aquí Kant realizó una verdadera revolución metafísica y física: las leyes de la Naturaleza las podemos descubrir simplemente pensando, escribiendo sobre un papel, o en una pizarra, porque la Naturaleza está dentro de nosotros: es un constructo nuestro. Las leyes de la Naturaleza las ponemos nosotros para, según Kant, ordenar algo misterioso que llega ‘de fuera’ (la cosa en sí).

7.- Universo/universos. Hawking me desconcierta cuando utiliza la palabra “universo”. No estoy seguro, pero tengo la sensación de que utiliza esa palabra para referirse a dos realidades distintas: 1.- Universo entendido como totalidad de lo que hay, como matriz absoluta de la que pueden brotar infinitos universos; y 2.- Universo como, por así decirlo, maquinaria legaliformizada, como mundo concreto con sus leyes físicas específicas, como ‘burbuja’ que puede salir o no de la nada. Lo sorprendente en Hawking es que parece dejar vigente la ley de la gravedad en el universo en sentido amplio, en lo que podríamos llamar “Gran Matriz” (al menos la ley de la gravedad cuántica, que es ahora la que está más legitimada en la Ciencia). Leamos el final de la página 203 y el comienzo de la 204:

“Cuerpos como las estrellas o los agujeros negros no pueden aparecer de la nada. Pero un universo entero sí puede. En efecto, como la gravedad da forma al espacio y al tiempo, permite que el espacio-tiempo sea localmente estable pero globalmente inestable. A escala del conjunto del universo, la energía positiva de la materia puede ser contrarrestada exactamente por la energía gravitatoria negativa, por lo cual no hay restricción para la creación de universos enteros. Como hay una ley como la de la gravedad, el universo puede ser y será creado de la nada en la manera descrita en el capítulo 6. La creación espontánea es la razón por la cual existe el universo. No hace falta invocar a Dios para encender las ecuaciones y poner el universo en marcha. Por eso hay algo en lugar de nada, por eso existimos”.

Pregunto: ¿Dónde está esa ley de la gravedad que rige el surgir o no de los universos, que parece darles permiso para ser o no? ¿En el universo en sentido amplio? ¿Y cómo conceptuar esa omnipotente ley? A mí me huele a una gran Diosa: una Diosa lógica porque parece que puede ser entendida por la lógica humana y expresada en palabras, o al menos en símbolos humanos. ¿La diosa Vak? Sugiero la lectura de la introducción a mi diccionario filosófico, accesible desde [Aquí].

8.- “Realismo dependiente de modelo”. Cito textualmente a Hawking (Mlodinow): “Según la idea de realismo dependiente de modelo introducida en el capítulo 3, nuestros cerebros interpretan las informaciones de nuestros órganos sensoriales construyendo un modelo del mundo exterior. Formamos conceptos mentales de nuestra casa, los árboles, la otra gente, la electricidad que fluye de los enchufes, los átomos, las moléculas y otros universos. Estos conceptos mentales son la única realidad que podemos conocer. No hay comprobación de realidad independiente del modelo. Se sigue que un modelo bien construido crea su propia realidad” (P. 194). Deleuze (con Guattari) afirmó que la labor propia de la Filosofía era la creación de conceptos. Dicho ahora desde Hawking: sería creación de lo único que luego podrá ser conocido (el objeto del conocimiento): “moléculas”, “átomos”, “la otra gente”… todo eso serían fantasías, creaciones, Mayas creados en virtud de una Creación que, si negamos la libertad al ser humano, debe ser llevada a una profundidad mayor que la que puede tener un agujero negro en el universo hawkiniano. ¿Quién/qué crea en el crear de los filósofos (Deleuze), o de los científicos (Hawking)? En cualquier caso, este último pensador, al redactar el párrafo antes transcrito, no ha considerado la posibilidad de que su modelo de cerebro-hombre-universo sea un modelo más, otra fantasía. Quizás quepa mirar ahí de otra forma, quizás sea superable esa imagen de cerebro-máquina formada por partículas que mira hacia fuera de sí mismo y que luego edita dentro sí misma un modelo-mundo. Como siempre, tengo la sensación de que lo que hay es infinitamente más complejo. Y más bello. Si cabe.

9.- Agujeros negros. Dice Hawking que permiten salir de un universo y entrar en otro. Apliquemos ahora lo que yo creo que es, dentro de su pensamiento, el universo como “burbuja”, como maquinaria legaliformizada (no como gran todo absoluto del que surgen y al que vuelven esas “burbujas”). Si recordamos ahora, por ejemplo, a Wittgenstein, o a Unamuno, y caemos en la obviedad de que todo “mundo” no es sino una narración, un límite de lenguaje, una tradición social…, podemos afirmar, sentir, que cabe salir de una de esas narraciones y entrar en otra, en otro mundo (pensemos en las conversiones religiosas que llevan a otro mundo). Se me ocurre que cabría también acceder a un hiper-agujero negro mediante el silencio de la meditación, o mediante ese taladro de palabras que es un Koan (Zen). En estos casos, a diferencia de la conversión religiosa, no se cambiaría de mundo, no se cambiaría de hechizo: se accedería a lo que no es solo ‘mundo’: a la fuente y soporte y destino de todos los mundos. Dicho quizás desde el modelo monoteísta: se pasaría de creer en Dios a sentir a Dios. Y, finalmente, a saberse Dios.

10.- Al final del libro de Hawking/Mlodinow aparece un glosario. En realidad, se trata de un desfile de bailarinas lógicas [Véase] seleccionadas para una determinada coreografía mental.

En cierta ocasión, explicando el decisivo tema de los “Universales” [Véase], pregunté a una alumna qué es lo que veía, en ese mismo instante, más allá de los posibles recortes que podía hacer su mente con el impacto brutal de ‘lo que se presenta’. Respondió: “Nada”. Esa fue la respuesta más sabia y libre que he oído jamás. Esto nos llevaría a la nada que quiso pensar Kitarô Nishida [Véase].

Lo que se nos presenta, creo yo, no es un “universo”, ni “Naturaleza”: es pura singularidad, puro infinito, pura no-legaliformidad, pura magia/creatividad/libertad.

En el glosario a que antes he hecho referencia aparece una curiosa bailarina lógica. Se llama “Renormalización”: “Técnica matemática diseñada para eliminar los infinitos que aparecen en las teorías cuánticas”.

Decir “la Filosofía ha muerto” (que es una gran estupidez dicha por Hawking) es una forma de re-normalización; porque la Filosofía nos abisma en la más prodigiosa e insoportable inmensidad.

Insoportable por excesivamente misteriosa y bella.

David López

 

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El odio es estupidez

En 1959, ante las cámaras de la BBC, el anciano Bertard Russell afirmó que el amor es sabiduría y que el odio es estupidez. Está todo dicho.

En España están proliferando últimamente discursos que incitan al odio (a la estupidez). Debemos pararlos. Es urgentísimo. El odio es el infierno, la negación absoluta de cualquier posibilidad de belleza, de cualquier posibilidad de alegría. Amar no lleva al paraíso: es ya el paraíso. Odiar es lo contrario de amar. Y no nos lleva al infierno: es ya el infierno. El odio es también ceguera, sueño oscuro. El rencor, como odio sostenido, implica el absurdo de mantener con vida un infierno en el interior de nuestro propio pecho. Amar implica convertir nuestro pecho en un amanecer (en un Génesis) perpetuo. Dicen los cristianos que su Dios creó el mundo por amor.

El caso es que toda vida nace del amor, del amor a la vida. Nadie nació con rencor. Hay que regresar siempre a la luz del amanecer de nuestra vida. Hay que morir incluso con esa luz: hay que morir naciendo. Conozco a muchos ancianos (algunos “alumnos” míos incluso) que no tienen resentimiento, que no tienen rencor hacia nada ni hacia nadie. Después de todo lo vivido. Y de todo lo sufrido. Esos ancianos son fabulosos gurús que no saben que lo son. Son elegancia.

Odiar es odiar-se; porque es lógica, física y metafísicamente insostenible que “el otro” exista como tal: que “el otro” sea una sustancia claramente diferenciada de nosotros mismos. El odio envenena la ecología de nuestra mente (o corazón, o alma… o la bailarina lógica que más guste). El odio es un estúpido desastre en nuestro cosmos interior.

La Filosofía es un arte -una especie de religión también- que ama la sabiduría. Cuanto más se ama más se sabe y cuanto más se sabe más se ama. Los discursos que incitan al odio parten del odio y, por lo tanto, de la estupidez. Se podría decir que precisamente por partir del odio ya muestran que están equivocados, que parten de la no-sabiduría. Que no tienen razón.

Serpean por internet correos colectivos en los que se dicen barbaridades de los políticos: que insultan públicamente a políticos que han sido elegidos democráticamente; y que insultan incluso a los que -siendo del “pueblo”- no se movilizan en no sé qué cruzada contra el Mal. Hay otros discursos que, por el contrario, insultan y denigran a aquellos que se sienten, por así decirlo, cátaros de la democracia (el 15-M). Esto es odio, estupidez, ceguera: enrabietados videojuegos de guerra que pueden terminar provocando mucho dolor. Dolor del de verdad.

En cualquier caso es gravísimo insultar a los políticos. Todos ellos son seres humanos. Se merecen un respeto infinito. Se merecen ser amados. Todos. Sí: todos (incluidos los que insultan a otros). Eso es la sabiduría. El odio es estupidez (digámoslo infinitas veces) y la estupidez es la negación de la condición humana. Se puede criticar una gestión -con mucha contundencia-desde el amor, desde el respeto. Todo esto puede sonar cursi, manido, denteroso por excesivamente edificante; pero no hay otro camino. De verdad que no lo hay. Esta civilización tiene una clave fundamental. Me refiero a la dignidad humana. Es una religión. El ser humano es sagrado (Bin Laden incluido). No se le puede no respetar, no se le puede negar un solo derecho fundamental (a Bin Laden -ese gran creyente en el Mal- se le negaron todos los derechos humanos… desde la creencia en el Mal).

Habrá quien piense que esta civilización se está cayendo ya. Y que no merece la pena “salvarla”; porque se trataría de una civilización muy mal planteada. Yo, en cambio, creo que hay mucho hecho y mucho por hacer. Hay mucha belleza (incluso política) que ya ha llegado (aunque muchos no la vean); y hay mucha belleza por llegar. Tengo hijos. Los amo intensamente. Y haré lo que sea necesario para que vean, para que valoren, la belleza (política) que ya hay; y para que tengan un futuro cuajado de bellezas (políticas) que ahora ni siquiera podemos imaginar.

No sé si es riguroso filosofar desde la condición de padre. Me consuelo pensando que, al fin y al cabo, la Filosofía partió siempre de un intensísimo amor hacia algo.

Traigo aquí de nuevo a mi querido Bertrand Russell. De verdad que creo que merece la pena escuharle.

* * * * * *

Bertrand Russell suele estar ubicado entre los filósofos irreligiosos.  Pero, en mi opinión, si observamos con cierto detenimiento el modelo de totalidad que ofrecen sus textos, podemos apreciar una gran devoción hacia una diosa descomunal (poderosísima) llamada “Lógica”: una diosa con la que el ser humano debe fundirse, místicamente, para alcanzar el prodigio -finito- de la plenitud. De la felicidad en definitiva.

Bertrand Russell soñó un paraíso lógico -proto/matemático- para él y para esos seres que tanto amó y en que tantas esperanzas depositó: los seres humanos. Y no sólo soñó ese paraíso, sino que puso todas sus frases al servicio de su construcción. ¿Paraíso lógico-matemático? Sí. Él lo conoció en la adolescencia y ese encuentro salvó su vida. Casi literalmente. Luego, tras ese encuentro, tras ese advenimiento, se trataba de salvar al resto de los seres humanos… sobre todo a aquellos cuyas conciencias y cuyos corazones estuvieran alejados de la diosa Lógica…. la más poderosa de las divinidades concebibles por el ser humano (tan poderosa que de ella dependería, en opinión de Russell, la existencia o no de ese Dios-padre en el que creerían las religiones monoteístas… y cuya existencia habrían afirmado algunos escolásticos por culpa de la deficiente lógica aristotélica).

Algo sobre su vida

(1872-1970) Russell murió con 98 años, enamorado de la vida, hasta el punto de afirmar que volvería a vivirla encantado si se le diese la opción. Russell se consideró a sí mismo un hombre feliz. Ni más ni menos. Pero esa proclamada felicidad estuvo precedida por una infancia y una adolescencia muy tristes, muy aburridas, casi desesperadas. Así se expresa él mismo en su obra La conquista de la felicidad (Espasa Calpe, traducción de Julio Huici):

Yo no nací dichoso. De niño, mi himno favorito era: “Cansado del mundo y con el peso de mis pecados”. A los cinco años yo pensaba que si había que vivir setenta no había pasado aún más que la catorceava parte de mi vida, y me parecía casi insoportable la enorme cantidad de aburrimiento que me aguardaba. En la adolescencia la vida me era odiosa, y estaba continuamente al borde del suicidio, del cual me libré gracias al deseo de saber más matemáticas. Hoy, por el contrario, gusto de la vida, y casi estoy por decir que cada año que pasa la encuentro más gustosa. Esto es debido, en parte, a haber descubierto cuáles eran las cosas que deseaba más y haber adquirido gradualmente muchas de ellas. En parte es debido a haberme desprendido, felizmente, de ciertos deseos (la adquisición del conocimiento indudable acerca de algo) como esencialmente inasequibles.

Russell perdió a sus dos padres cuando tenía menos de cuatro años y estuvo a cargo de su abuela. Su abuelo fue ministro con la reina Victoria. Su padre fue miembro del parlamento inglés y amigo y discípulo de Stuart Mill. Russell recibió una fabulosa formación intelectual -”liberal”- pero no disfrutó del conocimiento (del mundo en definitiva) hasta que conoció las matemáticas y, a partir de ellas, quiso saber cuáles eran sus fundamentos (el fondo de ese paraíso que olía a orden, a belleza, a eternidad, a algo distinto que lo que se presentaba como “realidad”). Estudió en el Trinity College y empezó a relacionarse con hombres cuya inteligencia vibraba en la misma frecuencia que la suya. Su tesis doctoral versó sobre Leibniz. Fue profesor de Wittegenstein. Y también de Mao en Pekín. Escribió obras fundamentales de la lógica y de la matemática del siglo XX (Los principios de las matemáticas; Principia Mathematica, este último en colaboración con Whitehead). Y entre sus múltiples publicaciones creo que merece destacarse -por ser deliciosamente erudita y divertida- The History of Western Philosophy.

Se caso cuatro veces, recibió el Premio Nobel, estuvo en la cárcel por su pacifismo, fue Lord… fue un hombre excepcional, divertido. Vivió casi toda su vida enamorado del amor humano -sobre todo del femenino- y creyó en las posibilidades de la vida humana.

Ideas fundamentales

1.- La metafísica del atomismo lógico. Russell, tras escapar del idealismo de Bradley, creyó (o necesitó creer) que la realidad era objetiva -independiente, en su ser, de si es o no percibida por el ser humano-; y que estaba compuesta, esa realidad verdadera, por elementos últimos e indivisibles (atomismo lógico). El ser humano percibiría esa realidad -el mundo- mediante la experiencia. Y la experiencia -según Russell- debería ser ordenada de la misma forma como se ordenan las matemáticas, las cuales, a su vez, siendo paradisíacas, curiosamente requerirían fundamentación (deberían ser “lógicas”). Así, Russell luchará por matematizar todo conocimiento humano (llevarlo en definitiva a ese orden celestial que a él le salvo la vida, casi literalmente). Respecto de la fundamentación lógica de las matemáticas, Russell tuvo que luchar contra terribles paradojas: parecía como si la diosa Lógica (esa omnipotencia incuestionable) no reconociera del todo -no sostuviera del todo- eso que se presenta como mundo: como si le hubiera abandonado en algunos de sus puntos estructurales.

2.- Hechos y proposiciones. Una proposición es la unión de un sujeto y un predicado. Se dice algo de algo. Russell concibió lo real como compuesto por hechos atómicos (sin partes), los cuales podían ser nombrados por proposiciones también atómicas. Con las proposiciones atómicas (Sócrates es humano) cabría componer proposiciones moleculares (Sócrates fue humano y yo lo sé). Según Russell, en la realidad del mundo no hay hechos moleculares, sino simples (atómicos). Esos hechos se presentan ante la experiencia como datos sensibles y como estados mentales. Pero los hechos son en sí siempre, no dependen de la percepción, ni de la ideología, etc.

3.- La ciencia. Sólo esta forma de mirar al mundo -según Russell- proporcionaría un acceso a la verdad. El conocimiento sería la incorporación de datos verificables (los que reconoce la ciencia) a una matemática debidamente fundamentada en la Lógica (yo creo que esta palabra en Russell debe ir con mayúscula). Russell llegará a decir que, entre las clases más cultivadas, sólo el científico es feliz. Quizás porque se asoma a la objetividad, a lo otro, a lo que no es su ego hipertrofiado (caso de los artistas, según Russell). En mi opinión, la mirada de la ciencia, al ser algorítmica (al predeterminar su objeto, al llevar una teoría dentro) funciona como censura. Censura útil para ciertas necesidades no problematizadas como tales. Russell sólo aceptará como real -como “hecho”- lo que pueda bailar -y respirar- con su diosa -su salvadora de la adolescencia: la “Lógica”, la “Lógica matemática”. Y así, poco a poco, se podrá ir dibujando el corazón del mundo como un lugar de belleza, de armonía, de paz. Para todos esos seres excepcionales que son los seres humanos.

4.- La religión. En 1956 Paul Edwards publicó una antología de diversos ensayos de Russell bajo el título “Why I am not a Christian”. Todos ellos se ocupaban de temas teológicos y religiosos. En el prefacio que redactó Russell se pueden leer estas afirmaciones:

En los últimos años ha habido el rumor de que me he hecho menos contrario a la ortodoxia religiosa de lo que fui antes. Este rumor es completamente infundado. Pienso que las grandes religiones del mundo -budismo, hinduísmo, cristianismo, Islam y comunismo- son tanto falsas como dañinas.

Pero, como ya señalé al comienzo de este texto, si se observa el modelo de totalidad de Russell con cierto detenimiento lo que aparece es un esquema puramente religioso: hay una divinidad omnipotente (más aún que el Dios de los monoteísmos), un camino para fundirse con esa divinidad (el que marca la salvífica gnoseología de Russell) y una gloria alcanzable en virtud de esa fusión. Una gloria finita, sí, pero quizás por eso más gloriosa todavía. También hay en Russell una fe enorme. Y también un enorme amor hacia el ser humano (tanto que detestará explícitamente el cristiano discurso de la culpabilización, del terrible pecado, del horrible sexo). Russell amará al ser humano más de lo que desde algunas religiones monoteístas parece amar Dios a sus criaturas.

En una entrevista de la BBC (1959) Russell afirmó que el amor es sabio y el odio estúpido. Y que la caridad y la tolerancia son vitales para la continuidad de la vida humana en el planeta.

5.-  La felicidad. Russell creyó que la felicidad humana era posible. Y luchó por ella. Por la suya y por la de los demás (a los que vio en general muy desgraciados). Y todo ello a pesar de que, dentro de su modelo de totalidad, no se aprecian posibilidades de libertad, de maniobra, para esa porción temporal de materia matematizada que sería el ser humano. Creo que Russell ofreció una metafísica para fundamentar una soteriología cuya esencia sería la necesidad de una fusión mística con la Lógica del Ser. El hombre podría fundirse con el fondo omnipotente de lo real (la Lógica matemática) y, ahí, olvidado de su yo egoísta, fluir, bailar el prodigioso baile matemático que somete todo lo real. Se trataría de ser uno con la diosa venerada por el adepto-Russell. Ese sería el camino de la felicidad, de la plenitud -finita- a la que puede aspirar el ser humano. “La conquista de la felicidad”, de Russell, es una preciosa obra que termina así:

El hombre feliz es el que no siente el fracaso de unidad alguna, aquel cuya personalidad no se escinde contra sí mismo ni se alza contra el mundo. El que se siente ciudadano del universo y goza libremente del espectáculo que se le ofrece y de las alegrías que le brinda, impávido ante la muerte, porque no se siente separado de los que vienen en pos de él. En esta unión profunda e instintiva con la corriente de la vida se halla la dicha verdadera (traducción de Julio Huici).

“La corriente de la vida”. ¿Qué es eso? Russell la conceptúa, y la siente, lógica, más lógica incluso que las no tan lógicas matemáticas con las que él quiso ordenar nuestra experiencia de lo real. Estaríamos ante una propuesta mística, de fusión, con una divinidad no problematizada. Un salto a ciegas dentro de un sol que Russell sintió salvífico en el horror de su infancia y de su adolescencia.

Su encuentro con las bailarinas lógicas (Pendiente de completar)

Lógos ([Véase].

Religión [Véase].

Dios [Véase].

Hecho [Véase].

Matemáticas [Véase].

En el vídeo que ofrezco a continuación se puede escuchar al propio Russell hablando sobre la experiencia religiosa que supuso para él su encuentro con las diosas matemáticas:

Bertrand Russell en la BBC 1959

Bertrand Russell no fue cristiano -ni comunista- porque estaba convencido de que esos credos -entre otros- eran muy perniciosos para el ser humano (un fin en sí mismo, una delicadísima y vulnerabilísima porción de la -ferozmente mecánica- materia del universo). Amó tanto al ser humano que lo puso por delante de su propia salvación “eterna”.

Creo que Russell llevó hasta sus últimas consecuencias el mensaje fundamental de Cristo: “Ama al prójimo como a ti mismo”.

David López

Sotosalbos, 13 de agosto de 2012.

“Filósofos míticos del mítico siglo XX”: Karl Popper

 


karl-popper

 

Karl Popper está entre los filósofos fascinados (excitados) por el espectáculo de lo que parece ser un progresivo desocultamiento de la verdad (un espectáculo muy erótico por cierto… la Diosa Verdad se desnuda muy lentamente, pero nunca del todo… y si lo hiciera, si se desnudara, según Popper tampoco podríamos saberlo). No sé si Popper concibió que pudiera verse ese prodigioso cuerpo completamente desnudo -me refiero a la  Verdad- pero sí hizo todo lo que pudo para ofrecer un método de acercamiento a ella… La diosa “Verdad”. ¿Cómo imaginarla siquiera? ¿Alguien se atreve?

Un nombre que vibra en la narración clásica de la Filosofía occidental es el de Parménides, el hiper-mítico “filósofo” presocrático. En el prefacio a su antología de ensayos sobre la ilustración presocrática (27 de febrero de 1993-un año antes de su muerte), Popper afirmó que con Parménides había aprendido “a mirar a Selene (la luna) y a Helios (el sol) con nuevos ojos; ojos iluminados por su poesía”. Y dijo que Parménides abrió sus ojos a “la belleza poética de la Tierra y los cielos estrellados”.

Popper fue un cosmólogo y un cosmófilo: un enamorado de un mundo poético capaz de ofrecer vivencias contundentes a pesar de su incapacidad de mostrarse como verdad final. A Popper le fascinaban las ideas y las teorías (las palabras, las poesías en definitiva) y creyó en la existencia de la Verdad -con mayúscula.

Un concepto fundamental en Popper (y en toda la epistemología del siglo XX) es el de “teoría”. No está claro qué es eso de “teoría” y, de hecho, cada una de las distintas corrientes epistemológicas ofrece su particular definición de ese concepto para ellas fundamental. “Teoría”, según la segunda definición que ofrece la Real Academia Española, puede significar lo siguiente: “Serie de leyes que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos”.

Y Popper ofreció una muy relevante teoría sobre las teorías: el falsacionismo (Falsifikationismus): toda teoría, para que sea científica, debe poder someterse a los hechos, debe ser falsable. No podemos saber nunca si una teoría es verdadera, pero sí podemos descartarla como falsa. Lo paradójico es que esta teoría de Popper no es falsable. No es científica por lo tanto. Quizás esto no preocuparía demasiado al propio Popper, pues este filósofo fue capaz de ver que la ciencia -la ciencia moderna- se apoya en una fe: en un sistema de creencias no verificables empíricamente: la creencia en que hay un cosmos ordenado, la creencia en que el mundo está ahí, objetivo, fuera de nosotros, la creencia en que existe la causalidad…

En cualquier caso Popper parece que creyó -o quiso creer, desde la fe- que vivimos bajo un cielo platónico: bajo una estructura ordenada y potencialmente cognoscible, al menos de forma parcial, e incluso expresable mediante teorías (esa mezcla entre tejidos matemáticos y tejidos de lenguaje común). Creyó también Popper que la ciencia avanza y que ese avance va ofreciendo porciones de la Verdad. ¿Y qué esperamos de la Verdad, de esa descomunal Verdad que sería el punto de llegada del método popperiano? ¿Qué haríamos con ella? Saquemos una vez más las alas de nuestra imaginación: ¿de qué seríamos capaces si supiéramos todos los secretos del universo, si tuviéramos todo el poder que esos secretos nos ofrecerían? ¿Para qué tanto poder?

¿Fabricaríamos mundos? ¿Nos meteríamos en ellos a jugar juegos diseñados por nosotros mismos? ¿Confeccionaríamos sueños artificiales para vivir en ellos todo lo que deseáramos? ¿Cómo desear algo desde la Omnipotencia implícita en la posesión de la Verdad absoluta?

Popper me desconcierta en muchas ocasiones. La verdad es que aún no le he leído lo suficiente. No termino de ver su mirada. Sí parece estar claro que es un realista metafísico y epistemológico (cree en la existencia de un mundo objetivo teorizable)… cree que lo que hay tiene forma y se presenta objetivamente ante subjetividades que pueden conocer esa forma (aunque de forma conjetural, nunca con certeza plena).

Sospecho que las teorías, si son eficaces con sus hechizos, crean mundos: no son acercamientos a la verdad, sino configuraciones poéticas de la mente de un mago prodigioso que coincide con nuestro verdadero yo. Quizás Popper vería en estas afirmaciones una suerte de charlatanería con reminiscencias romántico-alemanas. Pero la visión de la ciencia como actividad basada en una fe (en un “auto-hechizo” en definitiva) me empujan a vislumbrar esos abismos mágicos en el fondo de la metafísica popperiana. Más adelante trataré de configurar una epistemología teológica a partir de ciertas intuiciones hindúes.

Con ocasión de Popper considero que pueden mostrarse dos distintos tipos de metafísicas: 1.- las metafísicas legaliformes (las que vertebran el Ser en leyes fijas, accesibles o no al ser humano); y 2.- Las metafísicas no legaliformes, que soportan pensar lo que hay como algo libre, creador, omnipotente, mágico en definitiva: capaz de segregar desde dentro de su nada mágica infinitas formas de orden, todas provisionales, todas aparentemente inamovibles cuando están activadas.

Popper fue un racionalista, “un racionalista crítico”. Pero leerle produce una fabulosa sensación de inmensidad, sobre todo cuando se opone al historicismo y al holismo. Según Popper la ciencia se enfrenta a una descomunal inmensidad: sólo puede ofrecer teorías sobre aspectos minúsculos de esa inmensidad, nunca sobre la totalidad. Lo que hay, según uno va pensando con Popper, se expansiona hasta convertir nuestra mente en una pura ventana, cuyo sentido sería tan solo dejar que pasara la brisa del infinito (una ventana de una casa donde cobijarse con otros seres humanos, donde poder compartir esa brisa, teorizarla, disfrutarla, sabiendo que jamás podrá ser apresada en un sistema).

Algo sobre su vida

Viena 1902/Londres 1994. Origen judío. Estudió Física, Matemáticas y Filosofía en Viena. Se acercó al marxismo, pero enseguida se volvió muy crítico con las derivadas violentas, dogmáticas y totalitarias de este credo. Colaboró en la clínica de terapia infantil de Adler. En 1928 se doctoró en Filosofía con una tesis titulada Sobre la cuestión del método de la psicología del pensamiento. Más tarde consigue la cátedra de Matemáticas y Física para educación secundaria. En 1934 se publica su obra capital: Die Logik der Forschung (Traducida en España como La lógica del descubrimiento científico). Se le vinculó con el Círculo de Viena. Es cierto que el contacto con este grupo de metafísicos que creyeron ser antimetafísicos aportó mucho a Popper, pero también lo es que Popper fue algo así como el adversario oficial de dicho grupo. El hecho de ser judío le obligó a emigrar a Nueva Zelanda con parte de su familia (otra parte, dieciséis en concreto, fueron asesinados por los nazis). Popper ejerció la docencia en el Canterbury University College de Christchurch. Allí escribió una obra de gran relevancia política: The Open Society and its Enemies [La sociedad abierta y sus enemigos]. En 1946, recién acabada la segunda guerra mundial, Popper recibe una oferta de la London School of Economics. Miembro de la Royal Society, nombrado Sir, miembro también de la Mont Pelerin Society… En la London School of Economics,  debido a la vehemencia con la que exponía sus puntos de vista, Popper se ganó el mote de “liberal totalitario”. Sus cenizas están en un cementerio de Viena, junto a las de su esposa.

Desde la epistemología popperiana no cabría encerrar eso que sean “las cenizas de un cuerpo humano” en ninguna teoría ya petrificada como “verdadera”. Las “cenizas” -y las “muertes”- podrían estar ubicadas en realidades inimaginables para cualquier teórico humano.

Ofrezco un vídeo a continuación donde cabe contemplar la parte de Popper que nos permiten ver las teorías a partir de las cuales miramos -recortamos, configuramos- el infinito de lo real. Es una entrevista que realizó Ernst Gombrich en 1988:

Entrevista a Popper por Ernst Grombrich

Hay otra entrevista que merece ser contemplada. Incluso si no se conoce el idioma alemán. El baile de la cara de Popper es muy interesante:

Entrevista a Popper. Podemos saber si está o no está lloviendo.

En la entrevista anterior Popper afirma que hay afirmaciones correctas y afirmaciones falsas. Podemos decir si está o no lloviendo. Pero se trata de afirmaciones sobre temas triviales, no sobre las complejidades a las que se asoma la ciencia. Ahí no cabe verificación. Wittgenstein [Véase] llegó a negar la posibilidad de disfrutar incluso de esa certeza de la certeza de que esté o no lloviendo.

Algunas de sus ideas

– Cosmología. Popper es un cosmófilo y trabaja para que la humanidad se acerque, con sus teorías, a una cosmología. En su obra La lógica de la investigación científica afirma Popper que el problema filosófico de entender el mundo (la cosmología) interesa  a todos los hombres que reflexionan; y dice también Popper: “tanto la filosofía como la ciencia perderían interés para mí si abandonaran tal empresa”. Hay cosmos, cree Popper: y cabe conocerlo. Y para ello marca una especie de camino casi imposible pero prodigioso hacia un milagro, digamos, semántico: que alguien diga el Ser, que diga como es, cómo se comporta, y que lo haga con frases humanas. Popper, ante la pregunta de dónde demonios estamos, creo que respondería: estamos en un cosmos, en algo ordenado según está ordenada la razón humana. Y ese algo existe objetivamente: no es interior, no es un producto imaginativo de una conciencia.

– Verdad. Existe. Con mayúscula. Y cabe acercarse a ella. Cabe casi palparla con las llemas de los dedos de las teorías humanas. En su obra Conjeturas y refutaciones dice Popper algo muy interesante: las teorías, aunque sean refutadas, aspiran a describir algo real. Ponerlas a prueba permite comprobar que hay una realidad con la que entran en conflicto. “Nuestras refutaciones, por tanto, nos muestran, por así decirlo, los puntos en los que hemos tocado la realidad”. Me pregunto si esa “realidad absoluta” a la que parece estarse refiriendo Popper nos sería algo así como una incineradora de ideas, de cosmologías: un horno de legaliformidades que nacen y mueren ahí mismo: una “llama de amor viva” (por utilizar la potente imagen de San Juan de la Cruz), capaz, a su vez, de sacar de ella infinitos modelos de verdad a través de eso que, desde determinado cosmos, parecen ser “seres humanos” creando, imaginando, hipótesis validas sobre lo real (en realidad poesías, según mi visión).

Falsifikationismus (Falsacionismo). Es quizás la propuesta fundamental de Popper. Y se trataría de una propuesta puramente metodológica: un camino hacia algo. Para Popper el esfuerzo filosófico fundamental debe estar enfocado hacia la obtención de teorías que se acerquen lo más posible a la verdad. El falsacionismo serviría para distinguir las teorías científicas (la relatividad de Einstein) de las que no lo son (psicoanálisis). Y para que una teoría sea científica debe presentarse de forma que pueda ser refutada por los hechos, aunque esa teoría no sea capaz luego de explicar demasiado. Habría teorías científicas mejores y peores, pero para ser científica una teoría, según Popper, debe ser falsable con los hechos. No obstante, que una teoría no sea científica -que sea puramente especulativa, o metafísica- no convierte, según Popper, a esa teoría en algo carente de significación. De hecho, habría muchas teorías científicas que tendrían su origen en teorías metafísicas (como la teoría corpuscular de Demócrito). El falsacionismo, según Popper (pero no según Lakatos) nos permite descartar teorías, pero no nos permite afirmar la veracidad de ninguna teoría: no podemos comprobar todas las consecuencias de una teoría, ni podemos considerar las infinitas teorías alternativas que podrían desmentir la que creemos válida. Popper nos asoma al abismo de la inmensidad de lo que hay. Nos arroja al océano de la infinita ignorancia. En cualquier caso, tengo la sensación de que el falsacionismo es una teoría no falsable: una teoría no científica que serviría para guiar esa búsqueda en la que está involucrada la Ciencia. ¿Qué busca? ¿Qué quiere?

– Contra la inducción. La inducción fue considerada por la ciencia moderna (Bacon, Galileo, Newton) como un método eficacísimo para descubrir las leyes del universo. Popper, despertando gracias a Hume del sueño dogmático, ve con claridad que una repetición de hechos, por muy larga que sea, no permite afirmar -dogmáticamente- una ley general que ordene esa repetición. Por muchas miles de veces que veamos cisnes blancos, no podemos afirmar que todos los cisnes son blancos. La ciencia, desde la concepción de Popper, avanzaría hacia la Verdad, pero nunca podría disfrutarla. ¿O sí? ¿Cómo sería ese disfrute? Vuelvo a las preguntas y a las propuestas que compartí al comienzo de este texto.

– Contra la Cambridge-Oxford Philosophy. Popper afirmó que había que dejar de preocuparse por las palabras y sus significados, para centrarse en lo que para él era crucial: las teorías criticables, los razonamientos y su validez. No creyó Popper, como creo yo, que el lenguaje podría ser considerado una especie de protofísica: es dentro del lenguaje siempre donde trabaja el físico. El físico siempre trabaja en un sistema de universales [Véase]: no opera en lo que hay, sino en lo que un lenguaje determinado establece como lo que hay.

– Siempre se observa desde una teoría. No habría hechos puros. Popper propuso un experimento a sus lectores: “Observen, aquí y ahora”. Popper sabía que el lector se sentiría incómodo, deseoso de preguntar: “¿qué tengo que observar?”. Siempre se mira desde un presupuesto, desde una pregunta. Los experimentos de la ciencia buscan la solución de problemas teóricos, problemas que a su vez son considerados como relevantes para una determinada sociedad. Toda investigación intenta mejorar o corregir teorías anteriores. No parte de una mirada limpia. ¿Qué se vería si se mirara lo que hay desde un silencio teórico radical? ¿Qué cosas nos estarán rodeando sin que las podamos ver por carecer precisamente de una teoría que las destaque?

– La teorías. La imaginación. Popper afirmó que el origen de las teorías científicas puede ser de cualquier tipo. Pero que la clave estaría en la creatividad. Y en la imaginación. En mi opinión cabría exigirle a las teorías físicas actuales que expliquen su propio origen dentro de la materia: ¿cómo ocurre, físicamente, la génesis de las propias teorías de la Física?

– Determinismo/Libertad. En su obra The open universe. An argument for indeterminism (Routledge, New York, 1982), afirma Popper que no es determinista; y que quiere dejar un hueco en la física teórica y en la cosmología para el indeterminismo: el pasado, el presente y el futuro no estarían ya inmovilizados en una especie de película cinematográfica (p. 5). Y dice Popper estar profundamente interesado en la defensa de la libertad humana y de la creatividad humana (aunque, como es habitual en este pensador, se niega a entrar en cuestiones semánticas del tipo “¿qué entendemos por libertad o creatividad?”). Yo creo no obstante que esas cuestiones son decisivas. Y no termino de ver cómo es la libertad humana dentro del modelo de totalidad de Popper. Tampoco veo cómo se puede afirmar esa libertad si no contamos con una teoría probada sobre qué somos y dónde estamos y qué pasa en realidad cuando parece que pasa algo. En cualquier caso parece que Popper se niega a aceptar un futuro coexistente con el pasado; y, al referirse al determinismo religioso (Dios, creador, omnipotente y omnisciente, conoce ya el futuro) arguye que si efectivamente Dios conoce ya el futuro, entonces ese futuro está ya fijado, es inalterable, incluso para Dios (lo cual eliminaría su omnipotencia). Me vienen ahora a la memoria -a la conciencia- fenómenos que quizás sean comunes para todos los seres humanos (o para muchos, espero). Hay situaciones en las que nos vemos ante una encrucijada causal: sabemos que cabe hacer algo que puede provocar una concatenación de sucesos. Y los vemos, como una película entera. Somos algo así como omniscientes: el futuro nos es mostrado, pero decidimos no activarlo: no “crearlo” con nuestra decisión. Cabría por tanto se omnisciente de un futuro, omnipotente y, a la vez eliminar ese futuro. Soy consciente de la liviandad de mi argumento, pero creo que es oportuno traerlo aquí.

– Relojes y nubes. En la citada obra The open universe, ofrece Popper fuertes argumentos contra la teoría de que habría realidades sujetas a determinismo “científico” y otras libres del mismo. Popper utilizar las comillas para explicitar que la ciencia -la buena ciencia- no debe ser determinista. Y señala que el comportamiento de las nubes sería tan predecible como el de los relojes si nuestro conocimiento de las primeras fuera tan preciso como el de los segundos. Pero también dice que en realidad no conocemos en profundidad la situación inicial de ningún reloj, lo cual nos impide hacer predicciones sobre su comportamiento: no podemos saber exactamente lo que está influyendo  a nivel subatómico en sus manillas, etc…. Podemos predecir, según Popper, pero eso no nos permite admitir el determinismo “científico”: “El crecimiento continuo de nuestros poderes de predicción no constituyen ninguna razón válida para afirmar que el determinismo “científico” es válido” (p. 14). Popper fuerza mucho los cimientos de su propio método… problematiza aparentes obviedades, pero siempre dentro de un modelo de totalidad invariable: existencia del mundo objetivo, el cual estaría vertebrado en una Verdad que podría llegar a ser teorizada.

– Su fascinación por Parménides. Su debate con los presocráticos. Como ya indiqué al comienzo de este texto, disponemos de una antología de los ensayos que Popper dedicó a los pensadores presocráticos. Para estas notas estoy utilizando la edición española: El mundo de Parménides. Ensayos sobre la ilustración presocrática (traducción de Carlos Solís), Paidos, Barcelona, 1999. En el prefacio a dicha obra quizás esté todo Popper (una confesión final poco antes de su fallecimiento). Repito lo que escribí algunos párrafos más arriba: Popper afirmó que con Parménides había aprendido “a mirar a Selene (la luna) y a Helios (el sol) con nuevos ojos; ojos iluminados por su poesía”. Y dijo que Parménides abrió sus ojos a “la belleza poética de la Tierra y los cielos estrellados”. Poesía otra vez. Vak (la diosa védica de la palabra otra vez haciendo ostentación de su poder). Escribe Popper en el ensayo  siete de esta antología enamorada: “Las ideas, los productos y contenidos del pensamiento, ejercen una influencia casi omnipotente sobre las mentes humanas, así como la dirección que puede tomar la ulterior evolución de las mismas” (p. 195). Creo que es cierto. Pensemos en Kant, mirando fascinado un cielo estrellado, hiper-real, pero que en realidad era una poetización -una idea- de Newton. Sigamos con la antología. El ensayo número siete tiene un epígrafe que lleva por título “El conocimiento sin fundamentos”. Creo que aquí encontramos una especie de holografía de todo el pensamiento popperiano. Voy a reproducir íntegramente su primer párrafo:

“Lo que denomino la actitud racionalista crítica va un tanto más allá de la actitud de apreciar las ideas y su discusión crítica. El racionalismo crítico es consciente (cosa que no le ocurría a Parménides) de que nunca puede probar sus teorías, aunque en el mejor de los casos pueda refutar algunas de las de sus competidores. Así, el racionalista crítico nunca trata de establecer una teoría teoría acerca del mundo, pues no cree en las “fundamentaciones”. Con todo puede creer -como hago yo mismo- que si producimos muchas ideas en competición y las criticamos seriamente, con suerte puede que nos acerquemos a la verdad. Este es el método de conjeturas y refutaciones, es el método de correr muchos riesgos  produciendo muchas hipótesis (competidoras), es el método de cometer muchos errores y de tratar de corregir o eliminar algunos de esos errores mediante una discusión crítica de las hipótesis que compiten. Creo que este es el método de las ciencias naturales, incluida la cosmología, y pienso que también se puede aplicar a los problemas filosóficos. Sin embargo, en una época creí que la aritmética era diferente y que podía tener “fundamentos”.  Por lo que atañe a la aritmética, quien fuera mi colega, Imre Lakatos, me convirtió a la creencia contraria cuatro o cinco años de que escribiera la primera versión de su ensayo. A él le debo mi punto de vista actual de que no sólo las ciencias naturales (y, por supuesto, la filosofía), sino también la aritmética, carece de fundamentos. Con todo, ello no nos impide intentar siempre, como sugería Hilbert, “establecer lo fundamentos a un nivel más profundo, a la manera en que es preciso hacerlo con un edificio cuando aumentamos su altura”, siempre y cuando por “fundamentos” entendamos algo que no garantice la seguridad del edificio y que pueda cambiar de manera revolucionaria, como puede ocurrir en las ciencias naturales”. No obstante lo que acabamos de leer, tengo la sensación de que Popper rechaza la existencia de fundamentos para la ciencia -como camino hacia la Verdad- pero no que esa Verdad está perfectamente fundamentada. Tendré que pensar más sobre esto.

– El anti-historicismo. Popper, en su obra The Poverty of Historicism (1961), criticó duramente las concepciones historicistas; esto es: la creencia en que la Historia avanza en virtud de unas leyes -existentes en sí- que, además, el ser humano puede descubrir, lo cual le permitiría hacer predicciones. Popper consideró que esta creencia -esta superstición-tendría sus orígenes en Hegel y en Marx, ambos falsos profetas (y un deshonesto charlatán el primero). La Historia, según Popper, no tendría ley alguna. El futuro estaría siempre abierto. ¿Y por qué no dejó el cielo también abierto? ¿Por qué no escribió Popper una obra titulada “El ser abierto y sus enemigos”?

– El anti-holismo. En mi opinión aquí Popper estuvo inmenso. Los holistas serían aquellos que creerían que lo que hay puede ser completamente conocido; e, incluso, transformado gracias a ese conocimiento. Hay quien dice “cuando ya comprendes…” Para Popper no podemos conocer ni siquiera porciones minúsculas de la realidad. Las teorías de que disponemos solo se ocupan de parcialidades, y son además falsables hasta el infinito (nunca dispondremos de todos los hechos, ni de todas las teorías posibles). El holismo además, según Popper, puede empujar a un totalitarismo en política. Yo creo que hay totalitarismo peores que los de la política: me refiero a los totalitarismos del alma, de la mente: las robotizaciones, mineralizaciones, de la nada mágica que constituye nuestro verdadero ser.

– Agnosticsimo. Popper apenas se pronunció sobre el tema “Dios” o “religión”. Sí se distanció expresamente de las religiones clásicas (cristianismo, judaísmo) y del arrogante ateísmo. Veo el agnoscitismo de Popper como una mística del silencio. Vínculo sereno con el misterio infinito. Quizás Popper vibró ahí. Entusiásticamente.

– “La sociedad abierta y sus enemigos”. Una obra crucial del siglo XX. Popper se presenta como un pensador comprometido con el proyecto humano. Cree que un intelectual puede aportar ideas útiles para su sociedad. Y él cree en la libertad: toda sociedad debe propiciar las condiciones óptimas para el despliegue de la libertad humana; y también para que sea posible evolucionar (cambiar) sin derramamiento de sangre. Todo ello dentro de un templo colectivo llamado “razón”: cabe razonar, desde la libertad, y evolucionar, aprovechando los recursos que va ofreciendo la investigación científica a partir de teorías que, si bien nunca sabemos si son verdaderas del todo, sí son útiles para lo que la sociedad humana va necesitando en cada momento. Popper no obstante sí legitimó la violencia, siempre que su objetivo fuera crear un estado de cosas en virtud del cual fueran posibles las reformas sin violencia. Popper fue un gran enemigo de los totalitarismos en política. Por eso fue tan crítico con el marxismo, aunque vio en esta religión algunos presupuestos muy válidos. Sería Platón, según Popper, el gran impulsor de los totalitarismos. En mi opinión el totalitarismo de Platón alcanzaría el mismo cielo. No creería Popper, como sí lo hizo Kepler, que las estellas son Jesucristo: pura magia que nos ama. No veo a Popper dispuesto a luchar por una liberación -una desteorización radical- del cielo. Al trasluz de las frases de Popper se atisba un cielo descomunal, fascinante por su complejidad (más fascinante incluso de lo que parece ser el propio Dios desde algunas teologías), pero no libre.

Algunas ideas mías

– Todas las teorías de ese credo autodenominado “Ciencia moderna” son metafísicas: ofrecen modelos de lo invisible (de todo en realidad, porque no vemos nada). Y toda metafísica se presenta ante la tribu (ante la sociedad) como un preparado lingüístico: son poesías [Véase “Poesía“]. Pero poesías capaces de crear un mundo entero en la conciencia, mundos habitables, pero temblorosos siempre. Las teorías/poesías que va suministrando la Ciencia son Verbo en el sentido que esta palabra tiene en el famoso arranque del Evangelio de San Juan: “Al comienzo fue el Verbo”.

– Toda teoría científica inscribe un cielo, no lo describe. Me fascina imaginar cuántos cielos físicos están todavía por ser descritos/inscritos.

– Desde cierta teología hindú cabría ensayar una epistemología. Me refiero a la trinidad Brahma-Vishnú-Shiva. Se trata de tres lados de un mismo triángulo prodigioso. Brahma es el creador de los mundos (imaginemos a Newton creando la mecánica clásica o a Einstein creando la teoría de la relatividad). Vishnú es el custodio de los mundos (imaginemos a todos los profesores de Física, a los filósofos paradigmáticos, a los buenos ciudadanos que sienten ese mundo creado y lo protegen con vehemencia). Shiva es el destructor de los mundos (toda teoría del mundo, todo paradigma, todo cielo platónico, termina por ser destruido: pensemos en Copérnico dinamitando el universo geocéntrico y produciendo estupor horrorizado a poetas como John Donne). Lo prodigioso es que esas tres divinidades hindúes son en realidad una, que opera así, como un artista que estuviera creando, custodiando y destruyendo universos de arena en las infinitas playas de su propia mente.

– Hay leyes más poderosas que las de la Física. Me refiero a las de la Ética y a las de la Lúdica. El conocimiento de las leyes de la Física permiten crear una bomba capaz de desintegrar una ciudad entera con todos sus habitantes. Pero esa bomba es incapaz de modificar la estructura misma del universo donde ella ha explotado. Eso que sea el ser humano, sin embargo, en virtud de un gesto ético puede modificar radicalmente la textura de la materia en la que vive: la simple transmutación del rencor por amor tiene efectos genésicos: trans-físicos. Sugiero leer las últimas frases de la obra capital de Schopenhauer (El mundo como voluntad y representación). Creo que una bomba no altera el orden de los cielos. Pero la Ética sí, porque la Ética es, en realidad, una poderosísima Alquimia: cambia mundos enteros.

¿Y la Lúdica? ¿Qué es eso? Me remito a la palabra “Lila” de mi diccionario filosófico [Veáse]. Creo que estamos en un juego sagrado, y que tiene leyes: se da lo que se recibe, el infierno se configura con el egoísmo, la ilusión fabrica realidades, el respeto/amor sacraliza lo resptado/amado y lo transforma que un surtidor de luz que afluye a nuestro propio cosmos artificial y lo transmuta en paraíso… Las leyes de la Lúdica.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Henri Bergson.

 

 

Henri Bergson pensó que la inteligencia se opone a la vida, porque pretende cortarla, medirla, mutilarla, falsearla en definitiva. Y se propuso entender lo que se presenta en la conciencia, sin reducir ese “presentarse” a los hechos que proporciona el método científico; y sin reducir la conciencia a los confines del cerebro. Dijo Bergson que “en una conciencia humana existen infinitamente más cosas que en el cerebro correspondiente”.

En mi opinión es obvio que eso de “cerebro” es uno de los contenidos de nuestra conciencia. Podemos “pensar”, y “visualizar”, el cerebro [Sugiero la lectura de “Cerebro” en mi diccionario filosófico].

Lo que a Henri Bergson se le presentaba en la conciencia (o lo que, según él, constituía la conciencia misma) era la duración: el tiempo: esa sensación de estar inundado por las incesantes olas del pasado, y de estar caminando hacia un futuro que, según este gran filósofo francés, es completamente imprevisible… porque estaríamos inmersos en un impulso vital (élan vital) creativo y libre, no sometido a ningún mecanismo (a ninguna estructura fija de causa y efecto). En verdad estaríamos inmersos en una “evolución creativa” completamente ajena a los determinismos de Charles Darwin o de Herbert Spencer. Nada se movería en realidad ni por una causa eficiente ni por una causa final. Lo que mueve la vida  sería pura creatividad, y pura libertad, desplegadas en el tiempo y en el espacio.

Ese élan vital sería captable con la intuición, no con la inteligencia. Y cabría vincularse con él por medio de la Mística. El místico sería aquél ser humano que, en virtud de su propia experiencia, proporcionaría la evidencia empírica de la existencia de Dios (porque esa existencia se habría convertido en un hecho de su propia conciencia, un hecho privilegiado, una especie de visión indubitable… y en un vínculo inefable).

Dios mismo, según Bergson, podría llegar a ser identificado con un esfuerzo: un esfuerzo creador cuya manifestación sería la propia vida. Me parece bellísimo identificar a Dios con un esfuerzo creativo.

Estamos ante otro gran enamorado de la vida. Como lo fue Nietzsche o como lo fue Russell [Véase]. Otro enamorado capaz de hacer estallar este universal -“vida”- con frases prodigiosas: con poesías de belleza extrema.

Henri Bergson la perdió -eso de “la vida”- por una pulmonía derivada del frío que pasó haciendo una cola en París. Era una cola de judíos que debían inscribirse en un registro especial por orden del gobierno de Vichy. A Bergson -demasiado famoso, demasiado prestigioso y demasiado enfermo- se le había dispensado de semejante trámite. Y él mismo, desde hacía tiempo, había tenido la intención de convertirse al catolicismo. Pero afirmó que no era ese el momento de cambiar de credo. Y se dejó la vida en un espectacular ritual de ética, de solidaridad, de fuerza. De trans-religiosidad.

No obstante, el propio Bergson afirmó alguna vez que el Elan vital tiene tanta fuerza que se puede saltar la muerte misma. No es descartable que este gran filósofo siga vivo. En realidad no es descartable que todo lo que parece que fue siga viviendo eternamente. El océano del pasado puede que siga mandando sus olas a los infinitos presentes que nos esperan (o que le espera a Eso que Bergson denominó “El Espíritu”).

Algo sobre su vida

Nació en París en 1859, un mes antes de que se publicara Sobre la evolución de las especies de Darwin. Él aportará más tarde una obra que puede ser considerada como un gran análisis filosófico de las hipótesis de Darwin (no olvidemos que la ley de la evolución es una hipótesis… hay que tener cuidado aquí). Su padre era judío, de origen polaco. Y músico. Su madre era también judía, pero inglesa. Pronto se trasladaron a Inglaterra. Henri Bergson fue educado en inglés y en francés. Regresaron a París cuando el futuro filósofo tenía nueve años.

A los dieciocho años ganó un premio por resolver un problema matemático. Pero no quiso seguir por el camino de eso que llaman “Ciencias”, sino que se dirigió hacia eso que llaman “Humanidades” (como si las matemáticas no fueran “humanas”). Y tuvo la suerte de estudiar en la prestigiosa École Normale Superiore. Allí leyó y sintió a Herbert Spencer.

Accedió a la cátedra de Filosofía Moderna del College de France. Fue miembro de la Real Academia Francesa. Presidió la Comisión de Colaboración Intelectual de la Liga de las Naciones (institución antecesora de la UNESCO en la que también estaban Einstein y los Curie).

En 1908 conoció a William James [Véase aquí]. Se hicieron muy amigos. James estaba fascinado con la obra de Bergson. La influencia de este gran pensador francés en el pragmatismo americano parece que fue enorme.

Se casó con Louise Neuberger y tuvo una hija -Jeanne- que nació sorda (que no pudo escuchar la magia verbal, musical, que, según los testimonios de que disponemos, era capaz de irradiar aquel poeta de la Filosofía). Vivió Bergson con su mujer y su hija, los tres juntos, en una casa modesta de París, como profesor de Filosofía entregado a sus obras (una maravilla de vida, en mi opinión). Allí supo que le habían concedido el Premio Nobel de Literatura por su obra más conocida: La evolución creadora. Henri Bergson no pudo acudir a Estocolmo debido a sus fuertes dolores reumáticos: unos dolores que le dejaron medio cuerpo paralizado.

Murió por un exceso de frío y de grandeza. Murió en un París ocupado por los nazis, los cuales, creo, desde el propio modelo de totalidad de Bergson, podrían ser visualizados como una fruto de la creatividad vital que se habría condensado demasiado, que se habría agarrotado, que habría perdido creatividad. Porque el nazismo, como la inteligencia cuando está muerta, quisieron esquematizar, mutilar, simplificar, ordenar en exceso, ese gran fruto del Elan Vital que sería “la humanidad” [Véase “Humanidad“].

Se podría decir que Bergson murió rodeado por un exceso de “materia”, según este concepto fue desarrollado en su filosofía.

Pero dejó muy vivas -y muy vivificantes- cuatro obras fundamentales:

Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia (1889).

Materia y memoria (1896).

La evolución creadora (1907).

Las dos fuentes de la moral y de la religión (1932).

 

Algunas de sus ideas

– El tiempo. Dijo Bergson que aquí “nos esperaba una sorpresa” y que los positivistas no eran consecuentes porque no eran fieles a los hechos ( lo que se presenta). El tiempo real, según Bergson, entendido como el tiempo tal y como es experimentado (como se presenta en la conciencia) no coincide con el tiempo de la mecánica (del mecanicismo de las ciencias naturales). En el tiempo de verdad los instantes no se suceden ordenadamente, no se “espacializan” como parece indicar la esfera de un reloj. En realidad se trata de un flujo no divisible. Habría instantes que podrían prolongarse en la conciencia para siempre y otros, de la misma duración -mecánica, o física- que desaparecerían para siempre. Los instantes del tiempo de la conciencia (que sería el tiempo real) estarían interpenetrados, siempre vivos: nuestro pasado nos estaría siguiendo, como parte del presente, fecundando el presente. Los momentos de la conciencia no serían medibles, no cabría identificarlos como unidades homogéneas, y menos sistematizables tal como lo haría la matemática y la mecánica. La ciencia -que presupone ese tiempo homogéneo, divisible, ordenable, espacializable- sería útil, pero no veraz: comprimiría y falsearía lo que de verdad, empíricamente, se presenta ante la conciencia humana… Podríamos decir, desde Bergson, que el positivismo del método científico no sería realmente “positivista”.

– Evolución creadora. Bergson (tras una exhaustiva puesta al día en la biología de su época) ofreció un importante análisis filosófico de las dos teorías (o grupos de teorías) evolucionistas básicas: 1.- Darwin (todo cambio en la evolución de las especies tendría, como causa eficiente, un azarosa mutación que propiciaría la supervivencia); y 2.- Teorías teleológicas (todo tiende a un fin ya predeterminado). Para Bergson todas estas hipótesis explicativas del cambio adolecerían del mismo defecto: el mecanismo, el determinismo: la falta de libertad y de creatividad. Contra Descartes, propuso Bergson una espiritualización del universo (reacción que encontramos ya en Leibniz; e idea que sintió como real el propio Moore [Véase]). La vida biológica estaría abierta a la novedad, a lo imprevisible: estaríamos dentro de un flujo vital del que cabría esperar lo inimaginable porque no estaría sometido ni al poder de una causa eficiente ni al poder de una causa final. Habría, por tanto, un “esfuerzo” (de Dios, o siendo Dios mismo) del que surgirían formas incesantes e imprevisibles. Eso sería la evolución creadora. Una idea que dio título al más conocido de los libros de Bergson. Un auténtico bestseller (con una media de dos ediciones al año durante diez años) que propició -¿como causa eficiente? ¿Por pura libertad creativa del “Espíritu”- que Bergson recibiera el premio Nobel de Literatura. Bergson -desde el antropocentrismo de Darwin y de otros- pensó que esa evolución creadora había realizado una especie de camino ascendente -desde la materia inerte, pasando por las distintas especies vegetales y animales- hasta el hombre, que es donde habría nacido la conciencia. Bergson no problematizó este modelo. Yo sí. Me es inevitable. Un borrador de mis ideas a este respecto están en el artículo “Inteligencia” de mi diccionario filosófico [Véase]. Es importante tener presente que Bergson quiso construir su sistema filosófico sin dejar fuera las aportaciones de la ciencia de su época.

– Inteligencia. Como vimos al comienzo de este texto, Bergson pensó la inteligencia humana como enemiga de la vida. ¿Por qué? Porque funcionaría exclusivamente con esquematizaciones de lo real (del flujo de la vida): se aproximaría a ese flujo con conceptos. Todo -en la inteligencia- sería distancia y abstracción, clasificación, distinción. Y todo con fines prácticos. Pero la realidad no sería divisible ni esquematizable. La Filosofía, que aspiraría a ver de verdad lo que se presenta en la conciencia, tendría que transcender la inteligencia y practicar la intuición, que sería algo así como instinto (animal) consciente: una cercanía animal -no abstractiva ni conceptual- al flujo de la vida, pero con conciencia (algo de lo que, según Bergson, carecen los animales). La intuición sería el órgano fundamental que activaría el metafísico (y que abriría la Metafísica como ciencia). Solo la inteligencia sufriría las paradojas de Zenón (tortuga, flecha, etc.). Porque ese tiempo matematizado no sería el que en realidad percibe la conciencia. Y como en Filosofía se trataría de vislumbrar el todo de la conciencia (lo que de verdad ahí ocurre) habría que silenciar la inteligencia para dejar paso a una especie de instinto puramente animal pero vibrante de conciencia.

– Sociedad/Moral. Ya casi al final de su vida (1932) -y ya muy apaleado por sus dolores artríticos- Bergson escribió una obra titulada Las dos fuentes de la moral y de la religión. En ella sostuvo que la moralidad tenía dos fuentes. Una sería la presión del propio grupo humano que querría mantenerse consolidado, inmune al cambio. Ahí el individuo haría suyos los ideales del grupo, los proclamaría y coadyuvaría a su solidificación y perpetuación. Sería la “sociedad cerrada”. Pero habría otra fuente de moralidad: la creatividad de algunos de los individuos de la sociedad cerrada. Aquí cabría quizás recordar el “tiempo axial” de Jaspers [Véase aquí]. Bergson consideró que la innovación moral tenía como contenido concreto el amor a todos los hombres. Es una idea hermosa pero contraria, en mi opinión, al concepto mismo de innovación o apertura moral. Cabría considerar nuevas moralidades no basadas en el amor a todos los hombres (que funcionarían como anti-sistémicas dentro de una sociedad ‘cerrada’ en torno al ideal de amor hacia todos los hombres).

– Religión/Mística.  Bergson consideró que la Mística sería una religión “dinámica” (liberada de mitos y fábulas, no protegida frente a la fuerza del pensamiento filosófico). La religión “dinámica” sería una religión “intelectual”; esto es: capaz de someterse al derribo de los dogmas. La religión propuesta por Bergson se basaría, entera, en una simple toma de contacto con ese esfuerzo de creación permanente e inagotable que se manifiesta en la vida (algo similar encontramos en Russell [Véase aquí]). Ese esfuerzo, como vimos antes, sería para Bergson un esfuerzo de Dios… o, incluso, Dios mismo.

Lo que me hace sentir Bergson

Bergson ejerce una presión -elegantísima- sobre mi mirada. Me obliga a estar atento, muy atento, a lo que de verdad ocurre en esa caja mágica que llamamos conciencia (haciéndola mucho más grande que eso que llamamos “cerebro”). Esa caja será básicamente “duración”. Un pasado ilimitado se inclina y fecunda -y aplasta casi- a un presente que se siente caminando hacia lo que todavía no es. Y en ese flujo de formas y sentimientos evanescentes se estaría desplegando una fabulosa creatividad. Un esfuerzo. La conciencia humana sería una galería de Arte para el Gran Artista (cuyo nombre creo que, para Bergson, sería “Dios”).

Cabría decir, desde Bergson, que el buen filósofo sería aquel que, desactivando la inteligencia, puede contemplar en su plenitud la gran obra de arte que está ocurriendo en su conciencia “humana”. Y el místico sería aquel que ha visto, que ha sentido, y que ya se ha identificado (en virtud de un amor/identidad extremos) con El Gran Artista (y con su obra a la vez).

Lo último. Bergson -amigo-: impresionante lo que hiciste en aquella cola de judíos.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Husserl

 

 

Husserl. Un gran filósofo cuya gigantesca obra quizás todavía no ha sido leída y pensada por nadie en profundidad (bueno, quizás nadie lo ha hecho del todo con ningún gran filósofo). Está todo por ser leído y pensado otra vez. Todo.

Husserl quiso ver. ¿Ver qué? Los “fenómenos”:  lo que se manifiesta ante nuestra conciencia. 

Y, para ver eso, quiso poner todas las creencias entre paréntesis, no para negarlas sin más, sino para que no impidieran la visión. 

Desde los planteamientos que estoy desarrollando en esta especie de diccionario filosófico (“Las bailarinas lógicas”), Husserl, aunque enamorado de esas bailarinas, finalmente les pidió por favor que se sentaran, que se apartaran, para poder contemplar con serenidad el lugar donde todas ellas bailan: la infinita pista de baile. Nuestra conciencia subjetiva. Esa pista de baile sería, creo, para Husserl, la única realidad evidente. Y la realidad absoluta. Siempre está ahí, acogiendo bailarinas lógicas. O no.

Pero, ¿de dónde vienen esas bailarinas lógicas capaces de vertebrar un mundo entero dentro de una conciencia?

Husserl, al principio, quiso ir a “las cosas mismas”. Aspiró a una ciencia radical que ofreciera un conocimiento limpio e indubitable, más limpio e indubitable que el que daba por verdadero la propia ciencia físico-matemática (demasiado ingenua, objetivista, dogmática, esquematizadora, alejada de la vida de verdad). Y, al final, terminó Husserl contemplando su propia sala de baile: eso que, desde su propio Lebenswelt (su propio mundo vital), él denominó “conciencia transcendental” (la que transciende cualquier cosa que pueda ocurrir en ella). La “subjetividad absoluta”. 

Pero antes de llegar a tanto, Husserl contempló esencias, arquetipos: las formas  como se presentan los hechos en nuestra conciencia. Porque habría algo robotizado en el espectáculo de nuestra vida, tanto interior como exterior. La existencia de arquetipos identificables, describibles, nos permite clasificar todo lo que nos ocurre: un hecho psíquico (o emocional si se quiere) lo denominamos “esperanza”, otro lo denominamos “tristeza”, otro “nostalgia”, otro “pasión sexual”, otro “lago”… Impresiona sin duda la estructuración arquetípica de nuestro ver y de nuestro sentir.

Son arquetipos. Robots metafísicos que vertebran nuestra mente y nuestro corazón. Pero yo renunciaría a mi consciencia entera a cambio de que no se retiraran nunca algunos de ellos (como el arquetipo “hijo”, por ejemplo).

Las obras completas de Husserl (más de 40.000 folios escritos taquigráficamente) fueron rescatadas de la destrucción nazi por un franciscano: Hermann Van Breda. La lucha de este franciscano por salvar los textos de Husserl, por conservarlos y por iniciar su publicación creo que es sintomática de algo especial. ¿Por qué ese interés? ¿Qué ofrecían los textos de Husserl a un franciscano? No lo sé. Espero tener tiempo algún día para investigarlo en profundidad. Si alguien quiere ir empezando, que tenga en cuenta esta obra:

Jörgen Vijgen: Hermann Leo Van Breda (Biographisch-Bibliographisches Kirchenlexicon (BBKL), Band 25, Norhaussen 2005, 1405-1407.

¿A qué se puede llegar, finalmente, si se realiza la “reducción fenomenológica”? ¿Qué queda? ¿La conciencia subjetiva absoluta? Pero, ¿qué es eso? ¿Dios? ¿Eso que yo he denominado “Dios metalógico” en mi diccionario? [Véase aquí].

Algo sobre su persona y sobre su vida

Un concepto fundamental del último Huserl es “Lebenswelt” [“mundo-vital”, o “de la vida”]. Se trataría del mundo asumido sin más por el ser humano no filosofante. El mundo-vital de Husserl, tal y como lo narran los textos de que dispongo, y mostrado como flujo temporal, fue más o menos así:

1859-1938. Nace en Prossnizt (Moravia, actual República Checa). Segundo hijo de una familia judía. Pertenecer a esta raza (si es que hay razas de verdad) le costaría luego muy caro. Estudia Matemáticas, Astronomía, Física y Filosofía en Leipzig. En Berlín estudia Matemáticas con el famoso matemático Karl Weierstrass. Se doctora en Viena. Allí estudia Filosofía con Brentano.

La influencia de Brentano en Husserl es decisiva (sobre todo su concepción intencional de la conciencia… la conciencia siempre se refiere a algo distinto de sí misma). Husserl se convierte en Privatdozent en Halle. Allí adquiere fama gracias a su obra Investigaciones lógicas.

En 1887 se bautiza en la iglesia evangelista. Lo hace junto a su prometida: Malvine Steinschneider.

En 1891 publica Filosofía de la aritmética. Esta obra llama la atención de Frege, uno de los grandes lógicos del momento.

Muere su hijo en la primera guerra mundial. 1916. Husserl comienza su carrera como profesor en Friburgo. En 1918 funda la Freiburger phänomenologische Gesellschaft [Sociedad fenomenológica de Friburgo].

En la última fase de su vida Husserl se centra en el concepto de Lebenswelt [Mundo-vital]. Y acomete una dura crítica de las —antivitales— perspectivas de las ciencias naturales, que serían las responsables de la crisis de sentido que padecería la modernidad.

El 6 de abril de 1933 Husserl es suspendido de su cargo en la universidad de Friburgo por decisión del ministro de Educación del gobierno nazi. Ortega y Gasset [Véase], que había introducido muy pronto a Husserl en España, visitó al gran filósofo en 1934. Momento terrible en ese gran país de Filosofía.

Husserl muere en 1938. En 1939 aparece el franciscano (Hermann Van Breda).  Estaba realizando un trabajo de doctorado cuyo tema era la reducción fenomenológica en Husserl. Y fue a por los escritos del gran filósofo. Van Breda consiguió sacarlos de Alemania gracias a la ayuda de su propio gobierno. Luego fue capaz de protegerlos en mitad de la segunda guerra mundial. Y, ya llegada la paz, dio comienzo a un proceso de edición que todavía no ha terminado. Son más de 40.000 folios. Esa galaxia de símbolos filosóficos se denomina ahora “Husserliana” y lo está publicando el Instituto Superior de Filosofía de la Universidad de Lovaina (una preciosa universidad, por cierto).

Algunas de sus ideas fundamentales

1.- La fenomenología. Fue Spiegelberg quien habló por primera vez del “movimiento fenomenológico”. Husserl fue su fundador. Estaríamos ante uno de los movimientos cruciales del  pensamiento filosófico del siglo XX. Una gran aventura del pensamiento y del sentimiento. Se trataba de ir a lo concreto, a “las cosas mismas”, para ver de verdad lo que hay, superando la fe en la ciencia físico-matemática y superando también  una Filosofía apoyada en conceptos no evidentes. Y, a partir de ahí, construir un sólido edificio filosófico (radicalmente “científico” en realidad). Se trataría de poner en cuestión -entre paréntesis- mucho más de lo que ponía en cuestión el credo cientista, el cual no problematizaba sus dogmas (como el de la objetividad del mundo exterior, por ejemplo).

2.- El fenómeno. Es lo que aparece ante la conciencia. Pero no como contrapuesto a la cosa en sí, en sentido kantiano. Lo que aparece -el azul/verde de un lago italiano, por ejemplo- es ya la cosa misma, no reflejo ni efecto de una realidad escondida tras lo fenoménico. Husserl afirmó que todo había que cogerlo, gnoseológicamente, como se presenta en la conciencia. Fue un estudioso de Maya.

3.- Hechos y esencias. La intuición eidética. Husserl estuvo atento a los fenómenos que se presentan en la conciencia. Y consideró que todo lo que se presenta en esa sala lo hace de un modo típico. El objetivo del filósofo sería contemplar esas formas típicas de aparición: esas “esencias”: ese kosmos noetos platónico convertido a su vez en -legítima- sombra de la caverna. A través de los hechos, y tal y como se presentan en la conciencia, cabría ver ese cielo eidético. Husserl no pensó esas esencias como reales, pero tampoco como externas, objetivas. Yo, al menos, no sé muy bien dónde las ubicó.  Se habla de un “tercer reino”. El caso es que cabría contemplar esos arquetipos, esas esencias, desapasionadamente, como desde fuera (Schopenhauer, por cierto, consideró esa contemplación de ideas como un placer similar al que nos espera en la gloria eterna).

4.- La “epojé”.  Significa “suspensión” en griego. Suspensión de los juicios sobre la verdad. Husserl utilizó este término como puesta entre paréntesis. Es un método, un camino, hacia algo. Algo que se supone muy deseable y muy necesario. Es un desocultamiento. Es un desnudar bailarinas lógicas hasta dejarlas convertidas en la -sacra- nada que son en realidad. La “epojé” tiene cierto parecido con la duda escéptica de Descartes (de hecho a Husserl hay que entenderle desde Descartes y desde Kant). Pero no se trataría tanto de dudar -de un escepticismo radical, que por otra parte Descartes no practicó- sino de silenciar el juicio: dejar las verdades en suspenso, todas, pero sobre todo las que conforman la actitud “natural” de la tribu donde, por otra parte, vive y siente el propio filósofo. Esas creencias son útiles, irrenunciables, pero el filósofo fenomenólogo no quiere partir de ahí: necesita evidencias radicales para ver lo que hay de verdad. La “epojé” -o “reducción fenomenológica”- finalmente solo permite la evidencia de una sola realidad: que hay conciencia. Sin más. Nada más. Una conciencia subjetiva que lo abarca todo. Nada menos.

5.- “Lebenswelt” [Mundo-vital]. Lo señalé antes: estaríamos ante el concepto fundamental del último Husserl. Lo desarrolló en su obra Die Krisis der europäischen Wissenschaften und die transzendentale Phänomenologie [La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología transcendental]. Sería el mundo “circundante vital” que se considera válido de forma natural. Las ciencias modernas habrían surgido de ese mundo. Y habrían olvidado ese origen. Ingenuamente. El mundo-vital no sería un hecho, sino un horizonte de hechos… y ahí ubicaría los hechos esa ciencia que no es consciente de su propia limitación. De su propia ingenuidad. Estudiar ese “mundo-vital” sería una fenomenología también. Habría que desenterrar ese mundo antes de la reducción fenomenológica. Habría que saber dónde sentimos y pensamos. Yo diría que se trataría de un estudio del propio hechizo colectivo -del sueño en red- en el que está ubicado todo filósofo… y desde donde debe iniciar su labor investigadora. Aquí cabe una conexión con el trabajo de Moore [Véase]. Este filósofo también quiso ver -ver- el mundo normal en el que vivía, y creyó que lo encontraría reflejado, con mucha nitidez, en el lenguaje corriente. Husserl no tuvo una visión estática del “mundo-vital”. Creyó en que era cambiante. Cabría decir desde Wittgenstein [Véase aquí] que esos “mundos” -hiperreales para el pensar/sentir no filosófico- serían, cada uno de ellos, el fruto genésico de un determinado juego del lenguaje: de una determinada coreografía de bailarinas lógicas.

Voy a concluir muy provisionalmente este texto con una sensación. Creo que Husserl estuvo fascinado por los dos niveles de sabiduría que presupone el concepto “Apara-vidya” [Véase]. En el nivel inferior cabría contemplar el propio mundo y sus hechizos. Y cabría ubicarse y vivir en él con plenitud: jugarlo, con sentido de lo sagrado incluso.

En el nivel superior cabría ‘contemplar’ -sin dualismo posible- la propia conciencia, la propia subjetividad omniabarcante: la verdad radical. Estamos ante un auto-conocimiento abisal que, una vez más, incinera nuestras frases en la fabulosa hoguera de la Mística [Véase]. Para llegar a esa visión habría que despejar del todo nuestra pista de baile. Nuestro cielo.

Vivir bajo un cielo completamente despejado. Sin protección. Dicho de otra forma, desde otra metáfora: estar, en silencio, sentado, en la pista de baile infinito, con todas las bailarinas sentadas, quietas, transparentes.

Es probable que Hermann Van Breda estuviera dispuesto a vivir ahí, y a dejarse incinerar -a dejarse ser uno- con el sol (con el Dios) que él amaba como franciscano.

Yo, en este momento, no renunciaría del todo a mi onírico “mundo-vital”, ni a sus dolientes arquetipos ideales, ni siquiera por ese cielo azul. Hay arquetipos como “hijo” o “amigo” o “amor de pareja” por los que vale la pena seguir hechizado. Eternamente si fuera necesario.

David López

 

 

Filósofos míticos del mítico siglo XX: Wittgenstein

A

Al fondo, la casa de Wittgenstein en Skjolden, Noruega.

Wittgenstein.

Vivimos, se supone,  en algo que, al menos en esta civilización, hemos convenido en llamar “mundo”. Ahí parece que ocurre nuestra “vida”: amamos, nos aman, o no, nos ilusionamos, nos decepcionamos (incluso de nosotros mismos a veces), gozamos, sufrimos (de forma atroz en ocasiones), perdonamos, somos perdonados, desde nuestra grandeza, desde nuestra miseria, desde nuestro propio misterio. Lugar extraño el mundo; misterioso y fascinante y arrollador hasta casi lo insoportable. Muchos seres humanos han querido describirlo, legislarlo, aquietarlo; quizás para aquietar sus propios abismos interiores, sus propios vértigos, sus temblores en el océano infinito; o quizás, simplemente, para calmar su estupor ante el espectáculo de lo que ocurre en ‘sus’ conciencias. En mi opinión no solo ocurre “mundo” en nuestras conciencias (si es que son nuestras). El “mundo”, en cualquier caso, es una resultante del lenguaje. Un esquema. Una figura. Pero, ¿qué es el lenguaje más allá del propio lenguaje?

Dijo Wittgenstein en su Tractatus (5.621) que el “mundo y la vida son uno”. También dijo en esa misma obra (5.63): “Yo soy mi mundo”.

Soy mi mundo. Soy mi lenguaje. ¿Qué soy yo más allá del lenguaje?

Mi diccionario filosófico -que sigue en construcción- se basa por completo en un himno de Rig Veda que quizás tenga tres mil quinientos años. Es el himno 10.125. En él es la propia palabra -Vak- la que habla. Y dice Vak, con una sobrecogedora autoconsciencia: “Aunque ellos no lo saben, habitan en mí”. ¿Solo habitamos en ella? ¿No hay nada más que ella? ¿Tanto poder tiene esa diosa? ¿No estará ella -Vak- intervenida, preñada, por algo que ya no es ella y que ella jamás podrá nombrar?

Creo que los grandes filósofos, como Wittgenstein, están condenados a ver las transparencias del esquema-mundo: a oler ahí dentro, y dentro de su yo aparente (de su yo construido con palabras), lo que ya no cabe en frases ni en mundos: lo inexpresable.

En 1917 Wittgenstein escribió al arquitecto Paul Engelmann lo siguiente:

“Nada se pierde por no esforzarse en expresar lo inexpresable. ¡Lo inexpresable, más bien, está contenido -inexpresablemente- en lo expresado!”

¿Qué es eso de “lo inexpresable”? ¿Cómo puede -eso- estar contenido en lo expresado? ¿En qué lugar de la carne de las palabras ocurre ese fenómeno lingüístico/metafísico en virtud del cual lo que no es lenguaje preña al propio lenguaje?

Wittgenstein desarrolló buena parte de su actividad intelectual dentro de cabañas asediadas por el infinito silencio. Pensemos en su cabaña del fiordo noruego o en la que ocupó frente al océano irlandés. En la frase que envió a Engelmann quizás se está queriendo decir que las cabañas/mundo del lenguaje (esos necesarios cobijos), aunque no permiten ver nada (nombrar nada) de lo real, tienen sus maderas empapadas por el agua mágica de esos silencios descomunales que hay que ubicar ya en la Mística.

Desde los juegos lingüísticos del monoteísmo cabría expresar así lo inexpresable: esas maderas -que aparentemente nos protegerían de Dios- estarían empapadas de “Dios” (en cuanto Dios metalógico, según utilizo esta expresión en mi diccionario filosófico [Véase “Dios”].

Pero Wittgenstein, en su Tractatus, al parecer no cree que Dios se manifieste en el mundo. Y utilizará la cursiva para expresar énfasis:

Tractatus 6.432. “Cómo sea el mundo es para lo más elevado completamente igual. Dios no se manifiesta en el mundo.”

Es “Dios” para Wittgenstein “lo más elevado”. Estamos, una vez más, ante un gran filósofo que, en realidad, es un gran religioso.

Wittgenstein, como Gorgias, llegó a negar la semántica (que haya signos válidos  para las cosas en verdad existentes), pero no tanto como para negar el significado a la palabra “lenguaje”. Creyó por tanto en la existencia objetiva del “lenguaje” (sin haberlo verificado). Creyó en una metafísica, fabulosa: la metafísica de eso que desde el lenguaje llamamos “lenguaje”? ¿Alguien, por cierto, ha visto alguna vez “el lenguaje”? Sugiero la lectura de esta bailarina lógica en mi diccionario [Véase aquí “lenguaje”].

Creo que Wittgenstein es de los filósofos que permiten apartar las -en ocasiones maravillosas- finitudes (los hechizos) del lenguaje y acoger -en la mente, y en el corazón- la posibilidad de que ahora mismo, aquí, esté ocurriendo, realmente, lo inimaginable. Lo inexpresable. Que vivamos, en realidad, en una hoguera de silencio mágico capaz de todo. Detrás del “lenguaje” podría estar latiendo algo que, precisamente, estaría agitando, y vivificando, la carne lógica de nuestras palabras y, por lo tanto, de nuestros mundos. Mundos plurales, cambiantes, libidinosos, lúdicos, hiperfértiles según el segundo Wittgenstein. El primer Wittgenstein, en cambio, luchó por aquietar (por alicatar lógicamente) un mundo único (el de los hechos de la ciencia).

MooreRussell también- quisieron salvar el mundo -el sueño colectivo- resultante del sentido común. Y creo que lo quisieron hacer por puro amor. Por puro apego a un sueño amado. El mundo del “sentido común” (el de las manos de los niños y el de los labios de las mujeres y el de las estrellas y el de las montañas y el de las lágrimas por un amor ya perdido) puede desmontarse, puede diluirse como se diluyen las imágenes de un sueño… si se lo somete a una excesiva presión filosófica (o a una excesiva conciencia mística). Por eso Moore, en mi opinión, como los oficiantes del Upanayana [Véase], se aplicaron a proteger las palabras, y los universales, que sirven de armazón lógico de determinados sueños compartidos. Hechizos compartidos. ¿No es la persona amada también, un esquema lingüístico… un infinito esquematizado… un hechizo más?

Wittgenstein -el “segundo” al menos- creyó que había que luchar contra esos hechizos:

“La filosofía es una lucha contra el embrujamiento de nuestra inteligencia por el lenguaje”.

Algo sobre su persona y sobre su vida

Ofrezco una narración, un esquema, a partir de frases -rigurosas espero- que están disponibles en nuestra cultura. El Wittgenstein real (digamos completo) no me es accesible, desgraciadamente. El Wittgenstein real, como todo, es inexpresable. Aviso de que yo no he comprobado con rigor las informaciones en las que baso esta narración. Pero quizás algún día, si tengo tiempo y energía, lo haga.

Ludwig Josef Joham Wittgenstein nace en Viena en 1889. Es el hijo menor de ocho hermanos, tres de los cuales se suicidarán. Su abuelo, judío, se convierte al protestantismo. Pero el futuro filósofo y sus hermanos reciben una formación católica (un monoteísmo que, en mi opinión, nunca abandonó su mente y su corazón). Su padre -Karl Wittgenstein- es un rico industrial del acero. Algunas fuentes aseguran que ese hombre era uno de los hombres más ricos del mundo. A la casa de los Wittgenstein acude lo que en el momento se considera como élite artística: Brahms, Mahler… La familia Wittgenstein está especialmente dotada para la música: ese orden artificial y redentor. Ese mismo orden, matemático en definitiva, quiso traer el primer Wittgenstein al lenguaje.

Wittgenstein estudia primero en la Staatoberrealschule de Linz. Allí coincide con Hitler. Ambos tienes la misma edad, pero Wittgenstein está en un curso superior. Muy superior en mi opinión. Después estudia ingeniería mecánica en Berlín. Pero ya a la edad de diecisiete años sintió el vértigo mítico/filosófico (el olor del “mar” podríamos decir… de ese mar inexpresable que lo empapa todo,  palabras incluidas, inexpresablemente). Su hermana Hermine escribiría más tarde:

“Por aquella época… se apoderó de él con tanta fuerza y tan en contra de su voluntad la filosofía, que el conflicto interior de aquella vocación le hizo sufrir seriamente, y se sintió desgarrado”.

Después de Berlín siguió estudiando ingeniería en Manchester. Y allí empezó a fascinarse, a sobrecogerse, con el poder de las matemáticas: esas diosas invisibles que permitían que funcionara un motor (un trozo de materia humanamente ordenado dentro de la materia primigenia). Wittgenstein quiso conocer a esas diosas poderosas de verdad y, como un ansioso teólogo, leyó los Principios de las matemáticas de Russell.

Y viajó a Jena para conocer a Frege, el cual le aconsejó que fuera a estudiar con Russell en Cambridge. Pero poco antes de salir de viaje asistió Wittgenstein a una obra de teatro en Viena que, según dicen algunos biógrafos, pudo marcarle de por vida. La obra era de Anzengruber, su título “Los que firman con una cruz” y lo que de ella más impresionó a Wittgenstein fue, al parecer, esta coreografía de bailarinas lógicas:

“Tú formas parte del todo y el todo forma parte de ti. ¡No puede ocurrirte nada!”

El 18 de octubre de 1911 Wittgenstein conoce por fin a Russell. En 1912 es admitido como estudiante en el Trinity College. Ese mismo año muere su padre. Y el joven estudiante de Cambridge recibe en herencia una enorme fortuna. Poco después se retira a Noruega. Allí pasó temporadas con el hombre al que amaba: David Pinsent. A aquella cabaña acudiría, ya en soledad radical, varias veces a lo largo de su vida (la última con sesenta y un años). A Wittgenstein, según nos dicen los textos de que disponemos, le causaba sufrimiento el trato social: era hipersensible, depresivo, muy irascible.

En 1914 lee a Kierkegaard y le considera el filósofo más importante del siglo XIX. El salto irracional -metalingüístico- a la oscuridad de la mística: al exterior de todas las cabañas. También lee a Tolstoi y a William James. Ese mismo año envía una enorme cantidad de dinero (100.000 coronas) al director de una revista de Insbruck para que lo reparta entre artistas austriacos que lo necesiten. Algo le llega a Rilke, el gran enamorado de Lou Salomé. Pero pide Wittgenstein que nunca se revele su identidad como donante. Wittgenstein fue grande.

Vuelve al paraíso/infierno del fiordo noruego y -gran sorpresa- decide alistarse como voluntario en el ejército austro-húngaro. Como un Arjuna no necesitado de aliento ni de discurso para matar a sus semejantes. Es la primera guerra mundial. Cuarenta y siete millones de muertos. Un exceso de las tenebrosas posibilidades de Maya. Wittgenstein reconoció años más tarde que fue a esa guerra -cuarenta y siete millones de muertos- para suicidarse.

Más sorpresas: el gran místico/filósofo/ingeniero/millonario/soldado decide donar un millón de coronas (diez veces más de lo que donó a los artistas austríacos) para que se desarrolle el mortero (un arma de matar, de romper cuerpos e ilusiones humanos… de sacar gente del mundo… se supone).

Las vivencias de Wittgenstein en la guerra están recogidas en sus “Diarios secretos” (traduc. Andrés Sánchez Pascual, Alianza Editorial, Madrid 1991). Ya son de dominio público. Y ya pueden leerse, quizás. Al menos yo lo he hecho, no muy convencido la verdad. En cualquier caso creo que no deberían haberse publicado. Y no porque Wittgenstein nos de cuenta de sus intimísimas y auto-inculpatorias masturbaciones (de su lucha contra su propia carne), sino porque él escribió esos diarios de forma que pudieran permanecer eternamente secretos. En cualquier caso, estamos ante el Wittgenstein más íntimo y desgarrado, con su sexualidad explicitada -su homosexualidad- y con su dolor dentro de la desafinada -zafia- orquesta de lo que a él se le presentaba como mundo. Pero, en mi opinión, más allá de las masturbaciones y los dolores de alma y de cuerpo, sobre todo son diarios religiosos. Muy religiosos. En dos notas del 29 y 30 de abril de 1916 escribe Wittgenstein lo siguiente:

“Por la tarde, con los exploradores. Fuimos tiroteados. Pensé en Dios. ¡Hágase tu voluntad! Dios sea conmigo”.

“Hoy, durante un ataque de artillería por sorpresa, vuelvo a ir con los exploradores. Dios es lo único que el ser humano necesita”.

Durante esa primera guerra mundial Wittgenstein sigue trabajando, obsesivamente, en las notas de las que surgirá su Tractatus (redactado finalmente entre julio y agosto de 1918). Con esa obra en el macuto vuelve al frente de Italia. Lo lleva en el macuto como un Moisés con las doce tablas. Le cogen prisionero mientras va montado en un carro de combate, con medio cuerpo fuera, expuesto a las balas, silbando el segundo movimiento de la séptima sinfonía de Beethoven. Prisionero, consigue que Keines haga llegar a Russell la obra que guarda en su macuto: el Tractatus.

Cuando Wittgenstein regresa de la guerra es todavía más rico. Su padre había hecho astutas inversiones en USA. Wittgenstein, antes un dandy, es ahora un místico y quiere vivir como tal. Dona su inmensa fortuna a sus hermanas, con el compromiso oficial de no restituirla jamás. Tras ese desalojo trabaja como profesor de colegio en las montañas austríacas. 1919-1925. Termina hablando allí sobre todo de hadas. Y termina expulsado. Wittgenstein y la sociedad no se llevan bien. Fue quizás un hombre demasiado sufriente y demasiado insufrible.

El Tractatus se publica en 1921, gracias a Russell, que no hizo de esta obra un prólogo tan entusiasta como había esperado Wittgenstein.

Entre 1926 y 1928 trabaja como jardinero en un monasterio benedictino, construye -con la ayuda del arquitecto Engelmann, discípulo de Adolf Loos- una casa para un de sus supermillonarias hermanas y hace una escultura para un amigo. El cerebro de Wittgenstein -obsesivo, autotorturante- es muy fructífero para la propia sociedad que él no soporta y que a él no soporta. La casa construida por Wittgenstein mostraba la rigidez lógica de su Tractatus. Y sirvió también como lugar de encuentro del Círculo de Viena: ese club de fanáticos religioso-cientistas que veneraron la primera de obra de Wittgenstein sin asumir que ahí se estaba mostrando, y venerando, en todo momento, lo que no es mundo: lo que no son hechos científicos interconectados lógicamente. Porque, al final, tampoco habría hechos científicos científicos de verdad.

1929. Con cuarenta años se inscribe en Cambridge como estudiante investigador y se doctora con el Tractatus. Pronto empieza a impartir clases en esa universidad.

En 1936 vuelve a la filosofía. Es el “segundo Wittgenstein”. Empieza su segunda gran obra –Investigaciones filosóficas– a partir de notas. La concluye en 1949. Se publica tras su muerte. Es una obra decisiva en el pensamiento del siglo XX.

En 1939 sucede a Moore como profesor titular y se convierte en ciudadano británico al invadir Hitler -su compañero de colegio- Austria. En esa segunda guerra Wittgenstein ya no quiere morir ni matar. Todo lo contrario: se presta voluntario como asistente de enfermería. Es el segundo Wittgenstein.

En 1947 dimite como académico. En 1948 vive en Irlanda, en una cabaña, solo, junto al océano (también junto al océano de la mística).

Después visita USA, y Viena también, y da orden de que se quemen sus escritos.

En 1950 visita por última vez su retiro de Noruega. Tiene sesenta y un años. Fue por primera vez con veintitrés, enamorado de David Pinsent; y de la lógica. Pero no del mundo que la lógica pretendía aquietar.

Muere de cáncer de próstata el 29 de abril de 1951, en casa de su médico. No quiso ir al hospital.  Ya se había despedido del mundo (por fin). Y lo hizo, dicen, con estas palabras, con esta jugada lingüística: “Dígales que mi vida ha sido maravillosa”.

Fin de esta narración confeccionada con materiales míticos sobre filósofo mítico.

Sus ideas fundamentales

1.- Primer Wittgenstein/el Tractatus. El filósofo/ingeniero lucha por encontrar un lenguaje ideal: un sistema, una maquinaria de uso común (social) que permita decir con precisión lo que hay y lo que pasa en el mundo (como totalidad de hechos). Pero solo en el mundo. Y es que Wittgenstein va a mostrar, también,  la existencia de lo que ya no es mundo: lo místico. Dice en el Tractatus:

6.44. No es lo místico cómo sea el mundo, sino que sea el mundo.

6.45. La visión del mundo sub specie aeterni es su contemplación como un todo -limitado-. Sentir el mundo como un todo limitado es lo místico.

[…]

6.522. Hay, ciertamente, lo inexpresable, lo que se muestra a sí mismo; esto es lo místico.

Wittgenstein quizás nos ha dicho que el mundo, como un todo con límite, está evidenciando la existencia de lo que está más allá de ese límite. Sentir ese límite es lo místico. Pero también lo místico, lo inexpresable, se muestra a sí mismo. No nos dice dónde. O sí, pero en la carta a su amigo Engelmann que reproduzco al comienzo de este texto. La repito: “Nada se pierde por no esforzarse en expresar lo inexpresable. ¡Lo inexpresable, más bien, está contenido -inexpresablemente- en lo expresado!”

En el Tractatus Wittgenstein afirma que “aun cuando todas las posibles preguntas de la ciencia sean respondidas, todavía no se han rozado nuestro problemas vitales” (6.52). Y afirma también, como últimas frases, como frases del fin del mundo:

“Mis proposiciones esclarecen porque quien me entiende las reconoce al final como sinsentido, cuando a través de ellas -sobre ellas- ha salido fuera de ellas. (Tiene, por así decirlo, que tirar la escalera después de haber subido por ella.) Tiene que superar estas proposiciones; entonces ve correctamente el mundo. De lo que no se puede hablar, se debe callar” (6.54).

Creo que en esta primera fase de su filosofía Wittgenstein quiere domar, legislar, el poder de la diosa Vak (la palabra, el lenguaje, el mundo en definitiva). Aunque consciente de que esa diosa no toca con lo que de verdad importa en esta vida. Y eso no afectado por el lenguaje -por el mundo-es lo místico (Dios para Wittgenstein).

2.- Segundo Wittgenstein.

Lo podemos leer, sobre todo, en sus Investigaciones filosóficas. Pero también en la serie de apuntes finales que se editaron con el título Sobre la certeza. Wittgenstein construye el concepto de “juegos del lenguaje”. Ya no cabe trabajar para que el lenguaje se purifique, para que nombre con símbolos inequívocos los hechos, objetivos, universales, que va suministrando la ciencia. Wittgenstein descubre que el lenguaje es una actividad social, una forma de vida, que se despliega y autoorganiza en diversos juegos. Estos juegos nacen, cambian, desaparecen. Mientras están vigentes tienen, para los que los juegan, la contundencia de los hechos de la Física: son el mundo entero, por así decirlo. La Filosofía debe limitarse a analizar, a explicitar, esos juegos inexorables desde dentro. No puede aspirar a una explicación superior. Ya no hay un lenguaje ideal para nombrar lo real. La Filosofía debe estar atenta, mostrar, los hechizos del lenguaje: esos juegos que son un mundo entero -limitado, pero absoluto- para quien los juega.

Este segundo Wittenstein, en mi opinión, ya se ha convertido en un místico contemplativo, pero no del “Dios metalógico”, sino de esa diosa “menor” pero muy hechicera que sería Vak (la palabra, el lenguaje).

Creo también que Wittgenstein, el filósofo/ingeniero, con su teoría de los juegos del lenguaje sigue mostrando una maquinaria metafísica (no evidente): una maquinara capaz de fabricar muchos mundos inexorables (sentidos como únicos desde dentro). Una maquinaria llamada “lenguaje”. Y será el “lenguaje” un hecho, no verificable, que Wittgenstein mantendrá como real, aunque admitiendo que no se puede decir que sea el lenguaje desde el lenguaje. En cualquier caso, esos “juegos del lenguaje” serían, para Wittgenstein, la esencia genésica del mundo, aunque creo que en el corazón de este filósofo -silenciado por exigencias del Tractatus– estaba eso innombrable llamado “Dios”…

¿En la zona silenciosa de la conciencia de Wittgenstein cabría ubicar a Dios moviendo, desde dentro, como si fuera una marioneta sagrada, a la diosa Vak? ¿Estará el silencioso Dios de Wittgenstein instaurando juegos del lenguaje -mundos diversos- en la conciencia de su seres amados?

¿No nos propone Wittgenstein, con sus obras, que participemos en una gran jugada del lenguaje; una jugada diseñada por él mismo? Sí. Es obvio que sí. Pero creo que estamos ante un juego que merece ser jugado, como un juego sagrado [Véase “Lila“].

Toda vida (todo “mundo”, todo “yo”), en realidad, es un juego sagrado que merece ser jugado. Con infinito respeto.

David López

Sotosalbos, 10 de octubre de 2011. (El día en que nació mi madre, la cual habita ahora en lo inexpresable; y en lo expresable también, inexpresablemente).

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: “Bertrand Russell”

 

 

Bertrand Russell suele estar ubicado entre los filósofos irreligiosos.  Pero, en mi opinión, si observamos con cierto detenimiento el modelo de totalidad que ofrecen sus textos, podemos apreciar una gran devoción hacia una diosa descomunal (poderosísima) llamada “Lógica”: una diosa con la que el ser humano debe fundirse, místicamente, para alcanzar el prodigio -finito- de la plenitud. De la felicidad en definitiva.

Bertrand Russell soñó un paraíso lógico -proto/matemático- para él y para esos seres que tanto amó y en que tantas esperanzas depositó: los seres humanos. Y no solo soñó ese paraíso, sino que puso todas sus frases al servicio de su construcción. ¿Paraíso lógico-matemático?

Sí. Él lo conoció en la adolescencia y ese encuentro salvó su vida. Casi literalmente. Luego, tras ese encuentro, tras ese advenimiento, se trataba de salvar al resto de los seres humanos… sobre todo a aquellos cuyas conciencias y cuyos corazones estuvieran alejados de la diosa Lógica…. la más poderosa de las divinidades concebibles por el ser humano (tan poderosa que de ella dependería, en opinión de Russell, la existencia o no de ese Dios-padre en el que creerían las religiones monoteístas… y cuya existencia habrían afirmado algunos escolásticos por culpa de la deficiente lógica aristotélica).

Algo sobre su vida

(1872-1970) Russell murió con 98 años, enamorado de la vida, hasta el punto de afirmar que volvería a vivirla encantado si se le diese la opción. Russell se consideró a sí mismo un hombre feliz. Ni más ni menos. Pero esa proclamada felicidad estuvo precedida por una infancia y una adolescencia muy tristes, muy aburridas, casi desesperadas. Así se expresa él mismo en su obra La conquista de la felicidad (Espasa Calpe, traducción de Julio Huici):

Yo no nací dichoso. De niño, mi himno favorito era: “Cansado del mundo y con el peso de mis pecados”. A los cinco años yo pensaba que si había que vivir setenta no había pasado aún más que la catorceava parte de mi vida, y me parecía casi insoportable la enorme cantidad de aburrimiento que me aguardaba. En la adolescencia la vida me era odiosa, y estaba continuamente al borde del suicidio, del cual me libré gracias al deseo de saber más matemáticas. Hoy, por el contrario, gusto de la vida, y casi estoy por decir que cada año que pasa la encuentro más gustosa. Esto es debido, en parte, a haber descubierto cuáles eran las cosas que deseaba más y haber adquirido gradualmente muchas de ellas. En parte es debido a haberme desprendido, felizmente, de ciertos deseos (la adquisición del conocimiento indudable acerca de algo) como esencialmente inasequibles.

Russell perdió a sus dos padres cuando tenía menos de cuatro años y estuvo a cargo de su abuela. Su abuelo fue ministro con la reina Victoria. Su padre fue miembro del parlamento inglés y amigo y discípulo de Stuart Mill. Russell recibió una fabulosa formación intelectual -”liberal”- pero no disfrutó del conocimiento (del mundo en definitiva) hasta que conoció las matemáticas y, a partir de ellas, quiso saber cuáles eran sus fundamentos (el fondo de ese paraíso que olía a orden, a belleza, a eternidad, a algo distinto que lo que se presentaba como “realidad”). Estudió en el Trinity College y empezó a relacionarse con hombres cuya inteligencia vibraba en la misma frecuencia que la suya. Su tesis doctoral versó sobre Leibniz. Fue profesor de Wittegenstein. Y también de Mao en Pekín. Escribió obras fundamentales de la lógica y de la matemática del siglo XX (Los principios de las matemáticas; Principia Mathematica, este último en colaboración con Whitehead). Y entre sus múltiples publicaciones creo que merece destacarse -por ser deliciosamente erudita y divertida- The History of Western Philosophy.

Se caso cuatro veces, recibió el Premio Nobel, estuvo en la cárcel por su pacifismo, fue Lord… fue un hombre excepcional, divertido. Brillante. Vivió casi toda su vida enamorado del amor humano -sobre todo del femenino- y creyó en las posibilidades de la vida humana.

Ideas fundamentales

1.- La metafísica del atomismo lógico. Russell, tras escapar del idealismo de Bradley, creyó (o necesitó creer) que la realidad era objetiva -independiente, en su ser, de si es o no percibida por el ser humano-; y que estaba compuesta, esa realidad verdadera, por elementos últimos e indivisibles (atomismo lógico). El ser humano percibiría esa realidad -el mundo- mediante la experiencia. Y la experiencia -según Russell- debería ser ordenada de la misma forma como se ordenan las matemáticas, las cuales, a su vez, siendo paradisíacas, curiosamente requerirían fundamentación (deberían ser “lógicas”). Así, Russell luchará por matematizar todo conocimiento humano (llevarlo en definitiva a ese orden celestial que a él le salvo la vida, casi literalmente). Respecto de la fundamentación lógica de las matemáticas, Russell tuvo que luchar contra terribles paradojas: parecía como si la diosa Lógica (esa omnipotencia incuestionable) no reconociera del todo -no sostuviera del todo- eso que se presenta como mundo: como si le hubiera abandonado en algunos de sus puntos estructurales.

2.- Hechos y proposiciones. Una proposición es la unión de un sujeto y un predicado. Se dice algo de algo. Russell concibió lo real como compuesto por hechos atómicos (sin partes), los cuales podían ser nombrados por proposiciones también atómicas. Con las proposiciones atómicas (Sócrates es humano) cabría componer proposiciones moleculares (Sócrates fue humano y yo lo sé). Según Russell, en la realidad del mundo no hay hechos moleculares, sino simples (atómicos). Esos hechos se presentan ante la experiencia como datos sensibles y como estados mentales. Pero los hechos son en sí siempre, no dependen de la percepción, ni de la ideología, etc.

3.- La ciencia. Solo esta forma de mirar al mundo -según Russell- proporcionaría un acceso a la verdad. El conocimiento sería la incorporación de datos verificables (los que reconoce la ciencia) a una matemática debidamente fundamentada en la Lógica (yo creo que esta palabra en Russell debe ir con mayúscula). Russell llegará a decir que, entre las clases más cultivadas, solo el científico es feliz. Quizás porque se asoma a la objetividad, a lo otro, a lo que no es su ego hipertrofiado (como es el caso de los artistas, según Russell). En mi opinión, la mirada de la ciencia, al ser algorítmica (al predeterminar su objeto, al llevar una teoría dentro) funciona como censura. Censura útil para ciertas necesidades no problematizadas como tales. Russell solo aceptará como real -como “hecho”- lo que pueda bailar -y respirar- con su diosa -su salvadora de la adolescencia: la “Lógica”, la “Lógica matemática”. Y así, poco a poco, se podrá ir dibujando el corazón del mundo como un lugar de belleza, de armonía, de paz. Para todos esos seres excepcionales que son los seres humanos.

4.- La religión. En 1956 Paul Edwards publicó una antología de diversos ensayos de Russell bajo el título “Why I am not a Christian”. Todos ellos se ocupaban de temas teológicos y religiosos. En el prefacio que redactó Russell se pueden leer estas afirmaciones:

En los últimos años ha habido el rumor de que me he hecho menos contrario a la ortodoxia religiosa de lo que fui antes. Este rumor es completamente infundado. Pienso que las grandes religiones del mundo -budismo, hinduísmo, cristianismo, Islam y comunismo- son tanto falsas como dañinas.

Pero, como ya señalé al comienzo de este texto, si se observa el modelo de totalidad de Russell con cierto detenimiento, lo que aparece es un esquema puramente religioso: hay una divinidad omnipotente (más aún que el Dios de los monoteísmos), un camino para fundirse con esa divinidad (el que marca la salvífica gnoseología de Russell) y una gloria alcanzable en virtud de esa fusión. Una gloria finita, sí, pero quizás por eso más gloriosa todavía. También hay en Russell una fe enorme. Y también un enorme amor hacia el ser humano (tanto que detestará explícitamente el cristiano discurso de la culpabilización, del terrible pecado, del horrible sexo). Russell amará al ser humano más de lo que desde algunas religiones monoteístas parece amar Dios a sus criaturas.

5.-  La felicidad. Russell creyó que la felicidad humana era posible. Y luchó por ella. Por la suya y por la de los demás (a los que vio en general muy desgraciados). Y todo ello a pesar de que, dentro de su modelo de totalidad, no se aprecian posibilidades de libertad, de maniobra, para esa porción temporal de materia matematizada que sería el ser humano. Creo que Russell ofreció una metafísica para fundamentar una soteriología cuya esencia sería la necesidad de una fusión mística con la Lógica del Ser. El hombre podría fundirse con el fondo omnipotente de lo real (la Lógica matemática) y, ahí, olvidado de su yo egoísta, fluir, bailar el prodigioso baile matemático que somete todo lo real. Se trataría de ser uno con la diosa venerada por el adepto-Russell. Ese sería el camino de la felicidad, de la plenitud -finita- a la que puede aspirar el ser humano. “La conquista de la felicidad”, de Russell, es una preciosa obra que termina así:

El hombre feliz es el que no siente el fracaso de unidad alguna, aquel cuya personalidad no se escinde contra sí mismo ni se alza contra el mundo. El que se siente ciudadano del universo y goza libremente del espectáculo que se le ofrece y de las alegrías que le brinda, impávido ante la muerte, porque no se siente separado de los que vienen en pos de él. En esta unión profunda e instintiva con la corriente de la vida se halla la dicha verdadera (traducción de Julio Huici).

“La corriente de la vida”. ¿Qué es eso? Russell la conceptúa, y la siente, lógica, más lógica incluso que las no tan lógicas matemáticas con las que él quiso ordenar nuestra experiencia de lo real. Estaríamos ante una propuesta mística, de fusión, con una divinidad no problematizada. Un salto a ciegas dentro de un sol que Russell sintió salvífico en el horror de su infancia y de su adolescencia.

En una famosa entrevista concedida a la BBC en 1959 Russell afirmó que el amor es sabio y el odio estúpido. Y que la caridad y la tolerancia son vitales para la continuidad de la vida humana en el planeta. En esa misma entrevista se puede escuchar al propio Russell hablando sobre la experiencia religiosa que supuso para él su encuentro con las diosas matemáticas. Russell no fue cristiano -ni comunista- porque estaba convencido de que esos credos -entre otros- eran muy perniciosos para el ser humano (un fin en sí mismo, una delicadísima y vulnerabilísima porción de la -ferozmente mecánica- materia del universo). Amó tanto al ser humano que lo puso por delante de su propia salvación “eterna”.

Quizás cabría resumir la propuesta de Russell en un lema simple y poderoso: “Facts and love”.

Amor al ser humano, y a la verdad, pero no a sus ideas, no a sus religiones.

Creo en cualquier caso que Russell llevó hasta sus últimas consecuencias el mensaje fundamental de Cristo: “Ama al prójimo como a ti mismo”.

David López

 

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