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Las bailarinas lógicas: “Tao”.

 

 

“Tao”. Camino, vida, orden, sentido, hembra abisal que lo mueve ¿y lo es? todo…

Tao es una bailarina de origen chino que lleva muchos años hechizando mentes occidentales (si es que hay alguien que sepa de verdad qué es exactamente eso de ‘occidental’).

Cuando me ocupo de la palabra “Humanidad” [Véase] quiero compartir mi fascinación por el hecho de que los seres humanos se saluden en los caminos, en los caminos poco transitados, como los de los bosques y las montañas, o como el que aparece en la fotografía de Richard Long que agranda estos párrafos.

¿Es esto del ‘vivir’ una especie de caminar por una senda marcada (soñada, amada) metafísicamente? ¿Es sabio el que sabe detectar su camino (su Tao) y adaptarse a él? ¿Hay un camino, un sentido, un orden, para todos los seres humanos, en su conjunto y, a la vez, para toda esa ‘naturaleza’ de la que son parte?

Tao… En este texto reproduciré algunas frases del Tao Te Ching (tal como fue traducido este misterioso manual por el jesuita Carmelo Elorduy). Y la cuestión fundamental, a mi juicio, es ésta:

¿Hay posibilidad de creación dentro de esa hembra física y metafísica que parece serlo todo y, a la vez, regirlo todo? En realidad volvemos a la más crucial de todas las disyuntivas: ¿Estamos o no estamos en un océano metafísico libre?

Lo curioso es que el Tao Te Ching propicia, al menos en algunos capítulos, una especie de anarquismo -en lo social- a la vez que un esclavista sometimiento a un imperio invisible -el Tao- con el que, al parecer, más vale armonizarse si no se quiere uno pudrir en la ignorancia/infelicidad.

El taoísmo, como ‘filosofía’ o ‘religión’ o lo que sea, me ofreció hace años una preciosa leyenda, deliciosamente adaptada por Marguerite Yourcenar en sus Cuentos orientales. En esa leyenda se narra la historia de un pintor chino (Wang Fô) cuyos ojos solo veían sublime belleza… y cuya capacidad artística le permitió crear un mundo (otro mundo) desde dentro del que estaba a punto de matarle.

Arte. Creatividad. Creatividad radical. Fuerza capaz de construir universos. En mi novela El bosque de albaricoques intenté dar más vida, más todavía, a aquel mago chino y a sus pinceles.

¿Cabe crear modelos alternativos de Tao? ¿Cabe legislar? ¿Cabe ser ingenieros de caminos metafísicos (y físicos por tanto)? ¿Cabe construir un camino como el que fotografió Richard Long y caminar por él como el que caminara por el interior de su propio cuadro?

¿Qué somos en realidad? ¿Cuánto poder y cuánta libertad tenemos?

¿Somos magos? ¿Qué significa eso? ¿Cuál sería el mago más poderoso? [Véase Magia].

Esta es la bibliografía que yo he manejado  sobre el taoísmo:

– Mircea Eliade/Ioan P. Couliano: Diccionario de las religiones, Paidos, Barcelona 1992.

– Russell Kirkland: Taoism: the enduring tradition, Routledge, Londres 2004.

– Chantal Maillard: La sabiduría como estética (China: confucianismo, taoísmo y budismo), Akal, Madrid 2000.

– Henry Maspero: El taoísmo y las religiones chinas, Trotta, Madrid 2000.

– Iñaki Preciado: Los cuatro libros del emperador amarillo, Trotta, Madrid 2010.

¿Qué es el taoísmo? ¿Cuál es el hábitat, el cosmos de palabras, que sirve de ‘casa del ser’ para ese ser conocido como “Tao”?

Ofrezco algunos apuntes personales.

Los dos libros más conocidos del taoísmo son el Tao Te Ching y el Chuang Tse. Otro menos conocido es el Lieh Tse. Pero el taosímo es muchísimo más que lo que hay en estos libros: son milenios de tradiciones muy complejas, en las que han participado hombres y mujeres, donde hay muchas sectas, donde se practica la magia, la medicina, la alquimia (exterior e interior).

Todo esto se construye a partir de una mitología: el Emperador Amarillo, hacia el 2600 a.C. iniciaría la China histórica (la que recoge por escrito el pasar del tiempo, del tiempo lineal). El caso es que ese emperador pasa a esa historia como gobernante sabio y justo; pero es también chamán: en estado cataléptico visita el mundo de los seres incombustibles… los inmortales que mantienen una especial relación con el mundo de las hadas, de las alegres hadas.

La esperanza suprema del adepto –toda religión ofrece algo, contiene una esperanza- se centra en reunirse un día con los inmortales de la Montaña K´Lun, región de la alegre reina Hsi Wang Mu, que cabalga sobre las ocas y los dragones.

El territorio fantástico del adepto taoísta son “La Montaña” y “Las Grutas Celestes” iluminadas por su luz interior. Al entrar en “La Montaña”, el taoísta se adentra en sí mismo y descubre esa ligereza del Ser que lo hace inaccesible a la palabra, al pensamiento.

El adepto medita que es una mariposa… una mariposa que le sueña a él.

El mundo es un edificio irreal constituido por sueños en los cuales los seres soñados engendran al soñador. Mircea Eliade utiliza el dibujo de Escher: las manos que se dibujan mutuamente para poder dibujar, y dice que esta ligereza del ser que no está delimitado por sus pesados deberes para con el Estado no gustaba a los confucianistas.

Monasterios mixtos. Magia sexual rechazada por el puritanismo confuciano. No aceptaban donativos.

Predicaban la nada, pero ofrecían la inmortalidad.

Practican meditación antes de la entrada del budismo en China, y también una sexualidad iniciática.

Clave: mantener el soplo vital: apnea prolongada; y retención del semen.

Invocación de los espíritus de las estrellas.

Localización de templos en el cuerpo y ubicación de dioses allí para visitarlos, hablar con ellos, honrarlos…

 

El libro: el Tao Te Ching.

Yo utilizo la traducción del jesuita Carmelo Elorduy. Las citas que ofrezco en este artículo están sacadas de esa traducción.

¿De dónde salió, quién lo escribió?

El mito habla de un tal Lao Tse, viejo maestro, que lo escribiría hacia el siglo VI a.C. y al que habría visitado el mismo Confucio. Hoy ‘se sabe’ que es un texto datado en torno al 300 a.C.

Russell Kirkland, sostiene que es un empaquetado de ideas provenientes de alguna comunidad rural. Un empaquetado realizado por algún hábil intelectual que quiso ofrecer a los compradores de ‘sabiduría’ de la época ideas diferentes de las de los confucianos o los legalistas.

Kirkland dice que se trataría de sabiduría casera de los viejos… Laoista… ‘Viejista’.

“Tao Te Ching” significa “Libro sagrado del camino y de la virtud”.

La idea fundamental en la que se apoya este libro es la del “Tao”, palabra que significa “camino”, o “razón”, pero también  “alma del mundo”, lo más abismático de la realidad. Y ese Tao sería inalcanzable con la mente, y por supuesto con el lenguaje, porque sería precisamente el origen, y el hábitat, de todo esto que llamamos mundo, sería la matriz, ‘la Madre’, de todas las cosas.

La mente y el lenguaje serían de hecho obstáculos para ver –y para dejar hueco- al Tao.

El Tao Te Ching compara al Tao con una hembra misteriosa: el húmedo y fértil e insondable fondo del mundo. El Tao sería un megadios, sin forma humana por supuesto, sin ninguna forma en realidad: un megadios que es vacío y totalidad a la vez.

Un no ser ni no-no ser del que emerge todo.

No puede ser nombrado porque no tiene otra cosa de la que distinguirse.

El latido del mundo.

Lo que de verdad está ahí ahora mismo.

¿Podemos oírlo?

Y el desafío sería ser oquedad para el Tao. Bailar su ritmo. Sin ofrecer resistencia. “Wu-Wey”: no actuar como persona individual y por tanto, ciega, y ser en Dios… Ser en el Tao.

Es algo así como un dios-naturaleza: un panteísmo y un misticismo a la vez: el Todo y la Nada siendo lo mismo. De hecho el Tao Te Ching ama la Naturaleza desaforadamente. Más que al hombre incluso, al que ama sólo en cuanto que es Naturaleza. De hecho, condena cualquier acto de intervención del hombre en los flujos naturales de las cosas. A diferencia de Confucio, o los racionalistas como Descartes o Marx, o Francis Bacon, que entienden que la Naturaleza debe servir para los fines de la sociedad, y que la naturaleza humana debe ser ‘domesticada’ por los ritos y la moral, Lao Tse le pide al ser humano que no actúe (Wu-Wei), que no fuerce nada, que deje que ese Alma del mundo (que se manifiesta en todo, incluso en el hombre) siga su inteligentísimo curso (¿Obedecer al ‘granjero’?).

El Tao Te Ching parece decir que el hombre sabio debe relajarse totalmente (olvidar las expectativas y los recuerdos), vaciarse de moralidad artificial e, incluso, de inteligencia, que es en definitiva una forma de codicia y de estupidez, y abrazarse al Tao, a esa ‘hembra universal’ que todo lo mueve, y dejarse llevar, dejar que Ella marque los movimientos del baile.

Tao es también ‘vida’.

El Tao Te Ching, a diferencia de Confucio, que venera a los sabios emperadores del pasado, acusa a esos mismos sabios de haber falseado, con virtudes artificiales, la primitiva sencillez natural. No propone una liberación ‘del mundo’ (esto no es hinduismo… estamos en China… que es mundana…, sacralizado de lo inmanente), sino de la civilización. El Tao Te Ching está incluso en contra de la educación:

“Suprimid los estudios y no habrá pesares.”

Hay una parte del Tao Te Ching dedicada a los gobiernos. Es realmente interesante porque coquetea con la anarquía. A ese libro no le gustan la ciudades, ni las multitudes, y mucho menos los gobiernos. Según Russel Kirkland esa parte de libro es un pegote puesto por los empaquetadores. Y dice también que los monasterios budistas no preocupaban a los gobiernos porque aceptaban donativos. Los taoístas, al parecer, no los aceptaban: eran realmente libres, muy provocadores, algo así como los cínicos de Grecia o los jivanmuktas de la India.

El Tao Te Ching propone vaciarse interiormente, crear un desapego o desinterés por las cosas –tener como si no se tuviera, diría San Pablo-… y como decía Buda.  Es estar en el mundo pero sin estar en él del todo, manteniendo cierta distancia, cierto desinterés, para no sucumbir a las locuras del deseo, no sucumbir a nuestras pasiones egocéntricas. Ese vacío entonces se llenaría con el flujo espontáneo del Tao, de la inteligencia universal, y eso llevaría a la acción correcta.

“Déjate llevar”, nos decimos muchas veces unos a otros cuando no sabemos qué consejo darnos unos a los otros en el tortuoso camino de la vida.

El Tao Te Ching recomienda eliminar la codicia y los deseos, no gastar la energía de la vida con cavilaciones abstrusas, no hablar mucho, máxima humildad, y conservar el semen…

Se dice que el taoísmo posterior al Tao Te Ching se convirtió en una religión rellena de magia, y se desarrollaron sofisticadísimas técnicas para controlar la eyaculación, y la respiración: se trataba de no perder energía vital para alcanzar así la inmortalidad. Chantal Maillard ve aquí una pérdida de altura, una caída en la  ‘superstición’. La inmortalidad, dice ella, no es de ‘alguien’: se alcanza precisamente cuando se deja de ser ese alguien que desea, entre otras cosas, ser inmortal.

Volvamos a la humildad. Es un concepto decisivo en el taoismo. Se trata de una humildad muy diferente a la del cristianismo. Esta última se basa en una conciencia de insignificancia ante la grandeza de Dios, en un sentimiento de culpa derivado de un pecado original. La humildad taoísta es una convicción de que no hay que singularizarse, de que la grandeza que puede sentir el ser humano le vendrá de ser consciente de que está en el Todo, en el Tao.

La potenciación, la veneración del yo, sería un empequeñecimiento, una ridiculización de lo grandioso: una mutilación del verdadero yo.

Sería, pienso, como agrandar hasta el infinito el foco de la linterna en el que incluimos el yo, lo que no es ‘lo otro’.

Vaciarse… de pequeñez.

Más citas del Tao Te Ching (según la traducción de Carmelo Elorduy):

“No estimar el magisterio, no amar los dineros ajenos, aparecer ignorante siendo sabio, es la más alta maravilla.”

“Al hombre bueno le basta el fruto que espontáneamente le ofrecen las cosas. No osa violentar nada por coger más; coge el fruto sin urgir más, sin empeñarse más, sin tercos caprichos, sin querer obtener demasiado, coge el fruto sin forzar.”

“El que pretende dar pasos demasiado largos, no puede andar”

“La ley del Cielo [el Tao] es vencer sin combatir, hacerse responder sin haber hablado, hacer venir sin llamar…”

“En el mundo, las cosas difíciles se hacen siempre comenzando por lo más fácil, y la cosas grandes, comenzando por lo más pequeño.”

“El que hace ostentación, no luce.”

“El que se estima, no brilla.”

“Ser sabio y no saberlo es perfección.”

“El hombre bueno [sabio] no ama discutir, y el discutidor no es bueno.”

“No hay desdicha mayor que la de no saberse saciar, ni vicio mayor que la codicia.”

“Sabio es el que conoce a los demás. Iluminado es el que se conoce a sí mismo. El que vence a los otros tiene fuerza, pero el que se vence a sí mismo es el fuerte. Rico es el que sabe contentarse.”

“El sabio cambia todo el día, sin ceder en su serena gravedad. Y si tiene magníficos palacios, sereno los habita, y de igual modo los abandona.”

“Conocer que no se conoce es lo más elevado.”

“Expeler el aire es fuerza.”

Pienso: vaciarse, incluso del concepto “aire”, para llenarnos enteramente del Tao, de la hembra (hiperfecundidad) absoluta. Sin erudición, sin sistemas de ideas, porque eso limitaría, mutilaría , el infinito… y se trata de reproducirlo dentro: sentirlo en el estómago.

Los taoístas buscan inmortalidad en “La Montaña” esa donde se hermanan con las hadas.

No se trataría de humildad por estética social, por ser ‘más queridos’ por el grupo, por caer mejor; sino humildad para ser más, para no agotarnos en lo pasajero, en lo cambiante. Conciencia total. Identidad infinita. Humildad como vía iniciática, expansiva, no como virtud ciudadana para serenar al poder y a otros conciudadanos. Humildad hasta en la soledad más atroz.

En resumen: hablar poco, actuar poco, no forzar el ritmo natural de las cosas, respirar (más bien exhalar) bien, no eyacular y seguir la Naturaleza: amarla…. confiar en ella… sin esa “suspicacia del labriego” a que se refería Ortega…

Buscar el reino sagrado que hay en el pecho. No fuera.

Sigamos sacando oro del Tao Te Ching:

“Donde acamparon los ejércitos, nacen las zarzas.”

“Las buenas armas son instrumentos nefastos, cosas aborrecibles. El hombre que tiene Tao no se vale de ellas.”

“Actuar queriendo conquistar el imperio [el mundo] es, a mi parecer, ir al fracaso. El imperio es un aparato muy espiritual. No se puede manipular con él. Manipular con él es estropearlo. Cogerlo es ya perderlo.”

“El hombre vivo es blando, y muerto es duro y rígido.”

“Las plantas vivas son flexibles y tiernas, y muertas son duras y secas.”

“La dureza y la rigidez son cualidades de la muerte. La flexibilidad y la blandura son cualidades de la vida.”

“Lo blando puede a lo duro.”

“De ahí que las armas, que son duras, no pueden vencer.”

“La desdicha se apoya en la dicha y la dicha se agazapa detrás de la desdicha. ¿Quién conoce la línea divisoria? No hay regla. La rectitud se vuelve extravagancia y lo bueno monstruosidad. Esto ha traído al hombre confuso mucho tiempo. Por eso, el sabio es cuadrado (recto), pero sin aristas cortantes; anguloso, pero sin ángulos punzantes; recto, pero no áspero en su forma de hablar a los demás; luz, pero no resplandor.”

“Pocos en el mundo llegan a comprender la utilidad de enseñar sin palabras y del no hacer nada.”

“Sin salir de la puerta se conoce el mundo. Sin mirar por la ventana se ven los caminos del Cielo. Cuanto más lejos se sale, menos se aprende.”

“El estudio es acumular de día en día. El Tao es disminuir de día en día y, disminuyendo más y más, se llega a la inacción. Inacción que nada deja de hacer. Siempre se ha conquistado el mundo sin hacer nada para ello…”

 

Algunas precisiones académicas. Las aportaciones de Russell Kirkland

Hoy día el taoísmo es uno de los temas que, como el yoga, rellena muchos estantes en librerías no especializadas. Es una religión, una soteriología, una ‘espiritualidad” que genera fascinación, digamos ilusión de transformación espiritual entre los buscadores occidentales, los que intuyen que su vida tiene un sentido ‘espiritual’, de ‘subida de escaleras’ para el acceso a otro nivel de conciencia. Y es también una galaxia de palabras que se ha prestado a sorprendentes manipulaciones. Inconscientes en su mayoría.

A este respecto son especialmente alumbradoras dos conferencias que el profesor Russell Kirkland pronunció en los años 1994 y 1997. La conferencia de 1997 (que tuvo lugar en la universidad de Tenessee) fue presentada bajo el título “El taoísmo de la imaginación occidental y el taoísmo de China: descolonización de las exóticas enseñanzas del Este”. En esta conferencia Kirkland trató temas que son, a mi parecer, de enorme interés para elevar nuestra potencia filosófica. La tesis fundamental de este investigador fue que  los estudiosos occidentales del taoísmo no aceptaban lo que los taoístas de China tradicionalmente pensaban de su ‘religión’. Habría una gran diferencia entre el taoísmo de las publicaciones académicas y el taoísmo de la imaginación del colonialismo cultural norteamericano, el cual no ‘escucharía’, sino que solo buscaría elementos capaces de fortalecer sus creencias: su esquema-mundo: “Miles de occidentales literalmente han sido engañados acerca del taoísmo”.

Kirkland analiza los valores culturales que subyacen en la distinción entre taoísmo filosófico y taoísmo religioso. Dicha distinción se habría hecho en la China moderna: los intelectuales chinos modernos habrían tenido miedo a ser rechazados por los intelectuales occidentales secularizados; miedo a ser considerados miembros de una cultura supersticiosa (anti-ilustrada). Kirkland habla de verdaderas distorsiones de la realidad creadas por estudiosos victorianos (como Legge y sus informantes confucianos), todos ellos hostiles al taoísmo; y afirma que la intelectualidad moderna emite juicios desde un culto, desde un dogma: nuestras creencias son axiomáticamente verdad; cualquiera que siga otras creencias no es digno de nuestro respeto; quien desafía nuestras creencias es un necio peligroso que debe ser atacado y desacreditado. Los intelectuales modernos, según Kirkland, participarían de un culto especialmente pernicioso: creerían que no forman parte de ningún culto.

Parte de estas ideas, aplicadas al estudio occidental del taoísmo, Kirkland afirmó haberlas sacado de un artículo de Steve Bradbury, de la Universidad de Hawai. Bradbury hablaba de una narrativa ilustrada (racionalista) de la religión.

Finalmente Kirkland afirma que es posible volverse un taoísta, seguir el Tao, pero no con un libro,  sino yendo, por ejemplo, a la Abadía de los Nubes Blancas de Beijing.

Una frase final: “Si el taoísmo tiene algo que ofrecer al mundo moderno, no se encontrará en las estupideces lucrativas de las librerías americanas.”

 

Y ahora Schopenhauer

Volvamos a la ‘Filosofía pura’, mi diosa más irresistible. Y, desde esa diosa, me es inevitable acudir una y otra vez a la inmensidad del sistema filosófico de Schopenhauer. En el siguiente párrafo veo un tejido sacro de caminos (de ‘Taos’) individuales:

“[…] en el simple sueño la relación es unilateral, y es que solo un yo verdaderamente quiere y siente, mientras que los demás no lo hacen, pues son fantasmas; por el contrario, en el gran sueño de la vida tiene lugar una relación multilateral, toda vez que no solo uno aparece en el sueño del otro, sino que éste también aparece en el de aquel, de forma que, por medio de una verdadera harmonia praestabilita, cada uno sueña solo aquello que para él es adecuado según su propia guía metafísica, y todos los sueños-vida están entretejidos con una perfección tal, que cada uno experimenta solo lo que le es beneficioso y hace lo que es necesario para los demás […]” (Parerga y Paralipomena, pp. 232-233, según la edición de Arthur Hübscher de 1988).

 

Ahora una confesión personal

En la noche del 16 al 17 de octubre de 2008 soñé que explicaba el Zen a mi  hermano. Mi padre escuchaba. Tranquilo. Lúcido. Libre ya de esta vida. Y dijo: “Que ningún discurso te bloquee el futuro”.

Creo que ese consejo es clave para entender el vaciado del que habla el Tao Te Ching. Se trataría de liberarse de cualquier “natura naturata“, cualquier “orden” no querido, no sentido como propio. No sentido como sagrado. Y, desde ahí, afrontar la parte del camino todavía invisible: lo que no aparece en la fotografía de Richard Long.

¿Cuántos paisajes pisarán todavía nuestros pies?

Lo fabuloso de la vida (este camino que ahora piso) es su plasticidad. No dejo de sospechar que, como el pintor Wang Fô, soy yo -cada uno de nosotros- quien lo dibuja sobre el lienzo infinito de nuestra conciencia.

Y cada día me parece más lúcida la idea de Paracelso de que el hombre fabrica su propio cielo y que, una vez fabricado, ese cielo le alimenta. Creo que la clave está en la Fe [Véase]. Y en la capacidad de asumir el peso descomunal de la libertad absoluta (como se atrevió a decir Sartre en esa conferencia de 1945 que se publicó con el título “El existencialismo es un humanismo”).

Fe en esa cosa inefable, descomunal, omnipotente, que llevamos dentro (ese Tao sin forma que es capaz de automodelarse en infinitos mundos). Esa cosa capaz poetizarse de cualquier forma: de ser cualquier Logos. Véase [Logos] y [Poesía].

Fe en que todo es posible para esa cosa de lo ‘real’.

El camino en el que ahora apoyamos los pies de nuestra conciencia puede mostrar prodigios jamás acontecidos.

Por eso no hay que poner límites discursivos a nuestro futuro. Eso me aconsejó mi padre en sueños.

Yo creo que tampoco hay que poner límites discursivos a nuestro presente: entonces veremos que el camino, el Tao, huele como la piel de las hadas taoístas.

David López

 

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Las bailarinas lógicas: “Naturaleza”.

 

 

19 de marzo de 2020.

Reviso el texto de mi bailarina lógica “Naturaleza” encerrado en una casa; aunque lo cierto es que no hay rincón del espacio que no tenga un tamaño infinito, sobre todo si en ese espacio hay seres amados. Visibles o invisibles. El amor amplifica y embellece el espacio. Los dos verbos hasta el infinito.

El Estado [Véase] —apoyado incluso en su para él irrenunciable ejército, y también en la práctica totalidad de las mentes que lo alimentan y son alimentadas por él—  no me permite salir de esta casa, salvo por razones de fuerza mayor. Ni siquiera para ir a la montaña. Ni siquiera se me permite pasear por “la Naturaleza”. Y es que al parecer un elemento de eso (de “la Naturaleza”) llamado coronavirus, podría ser una amenaza real para nuestro actual modelo de civilización.

Ese ser (el coronavirus) es invisible para nuestros ojos desnudos, pero, una vez visto con nuestros ¿artificiales? instrumentos [Véase “Maquina”],cabría decir que se trata de una especie de micro-planeta, o micro-monstruo geométrico, del que emergen algo así como llamaradas de fuego sólido, quieto, o cuernos, o quizás dientes, o anzuelos, con los que ese ser trata de agarrarse a ¿nuestro? cuerpo para conseguir vida en él, para reproducirse. Para serlo todo. Todo quiere serlo todo.

¿Es el coronavirus una especie de demonio? ¿Es natural? ¿Es bueno/malo? ¿O es que solo el ser humano puede ser bueno/malo? ¿No somos nosotros también Naturaleza? ¿No estamos nosotros también regidos hasta lo más profundo de nuestras entrañas moleculares por las mismas leyes que estructuran los virus, el vuelo de los pájaros al amanecer o la perfección matemática de los anillos de Saturno? ¿Cómo es posible que, siendo parte de la biomasa de este planeta, se nos acuse a los seres humanos de ser una amenaza para la sacra estructura de dicha biomasa?

Algunas configuraciones biológicas de este planeta afirman que la propia especie humana es un virus para dicho planeta: para esa esfera prodigiosa a la que, por otra parte, se le atribuye consciencia, y, a la vez, una sacra mezcla de pureza y bondad, amenazadas ambas, al parecer, por nosotros, los asimétricos, pecadores y viscosos humanos. Y esa cosa (“el planeta consciente”) se estaría enfadando: estaría reaccionado con la furia letal del dios del Antiguo Testamento. ¿Somos entonces un virus consciente? ¿Malo? ¿Por lo tanto libre? ¿Nos  ha creado ese dios-Planeta? ¿Se equivocó entonces al hacerlo? ¿Quiere ahora ese enfurecido/moralista/esférico dios reparar su error, arrancar sin piedad esa página de su novela cósmica (esa en la que nos escribió)  y mandarnos a la nada de la muerte biológica para que, por fin, esa esfera, ese dios/planeta, pueda dar sus vueltas limpio ya, por fin, de pecado: diverso, cuajado de prístinas especies vegetales y animales, ya sí equilibrado, ya por fin de nuevo paradisíaco, en torno a la estrella solar?

¿Cabe por tanto atribuir responsabilidad, margen de maniobra, a un virus (al virus humano)? ¿Cabe libertad en una parte, solo una, de esa inter-penetrada amalgama de materia que se dice que es la biomasa? [Véase “Libertad”]

¿Es el coronavirus natural? ¿No lo es también el flujo de pensamientos que acuden ahora a mi mente y que provocan este golpeteo de mis dedos en el teclado de mi ordenador portátil?

¿Qué demonios es eso de “Naturaleza”? ¿Qué demonios es el coronavirus?

La humanidad, como consecuencia de esta pandemia, está autoinoculándose diversas narrativas, muchas de ellas auténticas demonologías. Y toda demonología presupone (y desencadena) siempre un elevadísimo grado de miedo y de estupidez. La Filosofía, que es la antítesis absoluta del miedo y la estupidez, puede servirnos para mirar a trasluz el tejido de esas secreciones, esos plásticos de palabras, que en muchos casos podrían arruinar los más excelsos océanos de nuestra mente.

En cualquier caso creo que estamos ante un nuevo, vertiginoso giro de ese símbolo descomunal que la antigua filosofía china llamó Taijitu: el que explicita la dinámica Yin-Yang [Véase “Yin-Yang”]. Nos espera una nueva configuración de las luces y las sombras del Ser (toda sombra lleva una intensa luz dentro; y toda luz una intensa sombra dentro). Nos esperan nuevas bellezas en definitiva.  Nuevas grandiosas obras de arte cósmico. Nuevas ocasiones para experimentar ese “estupor maravillado” que Ibn Arabi consideró característico de los grandes filósofos: un estupor maravillado que sin duda cabe sentir contemplando esta increíble -y aterradora- criatura de la “Naturaleza”:

“Naturaleza”. Del griego Physis. Del latín Natura.

Un nombre, una bailarina lógica, con la que, desde que dejé la sabiduría de mi misteriosa infancia, mi mente se ha creído que podía atrapar algo que estaba ahí, ahí delante, y detrás, y alrededor, ¿y dentro?, provocándome grandes sensaciones. “Amar la Naturaleza”. Yo la he amado locamente. Y la sigo amando de la misma forma. Ella —¿es hembra?— me ha proporcionado momentos que, por sí solos, han justificado el hecho mismo de vivir. Pero la Naturaleza también me ha proporcionado momentos terribles. En alguna ocasión, incluso, estuvo a punto de matarme: de digerirme, de transformarme dentro de su —poderoso, fascinante, sagrado, despiadado— taller de alquimia.   Recuerdo la espantosa belleza de las rocas y de los musgos y del cielo y del agua que me acompañaban, impasibles, mientras me iba muriendo de hipotermia en un paraje natural de sublime belleza, hace ahora trece años. Me salvé de milagro. ¿O realmente fallecí y no lo sé?

“Naturaleza”. ¿Qué se ama cuando se ama eso de la “Naturaleza”? ¿Es lo mismo que amar a “Dios˝? ¿Qué demonios es eso de la “La Naturaleza”? ¿Tiene acaso un “ser”? ¿Tiene sentido practicar una ontología de la Naturaleza?

Muchos de los pensadores/sentidores que la narración canónica de la filosofía occidental denomina “los presocráticos” titularon sus obras así: “Sobre la naturaleza”. En general quisieron ofrecer frases que simbolizaran el todo: lo que  hay, ahí, en su conjunto más omniabarcante, y en su composición más íntima.

La “Naturaleza”. ¿Cómo es posible que haga sentir tanto, tanta belleza y tanto horror, a la vez? ¿Qué tiene? Para empezar, se podría decir, desde el modelo de mente de los filósofos naturalistas, que nos tiene a nosotros mismos. Y a ellos, claro, con sus propias teorías sobre lo natural. Sería una religiosidad extrema. Un vínculo (inevitable, inmune por completo a la falta de fe) entre el ser humano y todo lo que hay.

Este texto está encabezado por un conocido cuadro de Caspar David Friedrich en el que se representa a un ser humano contemplando la Naturaleza. Pero también cabría afirmar que la pintura muestra, simplemente, Naturaleza (ser humano incluido). O más aún: cabría afirmar que es también “Naturaleza” el conjunto formado por ese cuadro, sus óleos, la tela, el bastidor… y los óleos interiores de la fantasía del pintor… y estas mismas frases (como un oleaje de símbolos mojando la retina de quien ahora las lee)… y también los óleos psíquicos que pintan el alma de ese lector.

¿Qué es “Naturaleza”? ¿Qué no lo es?

Naturaleza. Natura. Hay quien ha considerado este concepto como contrario a “Cultura” (los sofistas de la antigua Grecia, o los taoístas, entre otros).

La tesis fundamental que intentaré expresar en este texto (aunque todavía como simple borrador) es la siguiente:

La “Naturaleza” es artificial. Es un producto cultural: una opción ideológico-metafísica entre las muchas que ha ido generando y proponiendo el pensamiento del ser humano. La “Naturaleza” es una leyenda, un hechizo, como lo son todos los bailes de todas las bailarinas lógicas que jadean en este diccionario. La “Naturaleza” es el personaje (casi siempre no antrópico) de un cuento: una fantasía, como cualquier cosa que quiera presentarse como no infinitamente misteriosa. Aún así, creo que merece la pena adentrarse en esa leyenda: quizás también las leyendas sean “naturales”, tanto como las algas y los cetáceos que vibran, sueñan y son soñados en los oceános.

Antes de desarrollar con algo más de detalle esta tesis/sensación, creo necesario hacer el siguiente recorrido:

1.- Diferencia entre “naturaleza”, en minúscula, como esencia de las cosas y “Naturaleza”, en mayúscula, como cosmos (complexum omnium substantiarum). La ontología sería la disciplina filosófica que estudia el “qué” de cada cosa; su esencia, su substancia: su “naturaleza” (con minúscula).  No entro ahora a calibrar y diferenciar esas bailarinas metafísicas. Por otra parte, la “Naturaleza” (con mayúscula) sería, desde algunos modelos de mente,  todo lo que hay (o una región, una parte, de ese todo): un todo, o parte del todo, que estarían determinados por el tiempo, el espacio y la causalidad, siempre bajo el yugo de  leyes deterministas (o estadísticas, si es que se aceptan las propuestas de Heisemberg). Esa Naturaleza, esa fantasía en realidad, la estaría estudiando y dominando la Ciencia (la Física, la Biología, la Química, etc.) Así, desde esta cosmovisión (desde este hechizo) la esencia (la “naturaleza”) de todo sería la propia “Naturaleza” (ahora otra vez en mayúscula) según ese hechizo la describe: legaliforme, causal, formada por piezas — o energías, o leyes — inertes, absurdas, pero capaces de fabricar vida, inteligencia y conciencia.

2.- Civilización indo-aria. Las cuatro fases de la vida. Según señala Nikhilananda en la introducción a su edición de las Upanisad (Ramakrishna Vivekananda Center, Nueva York 1949, p. 4) el Veda ofrece un modelo de vida que, en su tercera fase temporal, abriría al ser humano la salida a “la selva” (al “campo” diríamos ahora). Esto está programado para el momento en el que ya han aparecido las primeras canas y la piel se ha arrugado (y los hijos son ya adultos). Del “campo” (de la “Naturaleza”) de esa civilización, tal y como fue vivida por algunos de sus miembros, surgieron unos textos, unas sagradas revelaciones, que llevan por nombre “Aranyaka”. De ellos se derivaron, en muchos casos, las Upanisad. En español hay una cuidada edición, a cargo de Consuelo Martín, de una de las primeras: Brihadaaranyaka Upanisad (Gran Upanisad del bosque), Trotta, 2002. Es curioso: se trataba de retirarse a la “Naturaleza” para contemplar a Brahman (Dios, más o menos), una vez apaciguado (no extinguido del todo) el ruido moral y religioso de la civilización. La Naturaleza como lugar privilegiado para la contemplación del Absoluto. Mucha gente me ha confesado que sólo en la Naturaleza ha podido sentir algo que, quizás, podría ser realmente excepcional, religioso, sagrado, o místico si se quiere. Hay quien ha sentido algo así en el cuerpo -natural ¿no?- de otra persona, gracias a eso que llamamos, muy esquemáticamente, “sexo”.

3.- El romanticismo alemán. Fue, entre otras cosas, una guerra poética para liberar la “Naturaleza” del cepo ontológico que había fabricado el cientismo materialista, el cual habría reducido esa “cosa” que tanto nos hace sentir a una especie de maquinaria de piezas muertas (átomos, moléculas), sacudidas por leyes ciegas e inconscientes. Contra esta —útil, solo útil, momentáneamente útil— poetización de lo que hay y envuelve al ser humano, los románticos habrían querido recuperar el misterio, la magia, la consciencia no humana, la inefabilidad, la libertad, la creatividad, lo sagrado: habrían querido hacer un boca a boca, urgente, apasionado, voluptuoso, a todas las hadas cuyo pecho había sido atravesado por los alfileres del materialismo cientista. Sigo recomendado, entre otras, la siguiente obra editada en español: Rüdiger Safranski: Romanticismo (Una odisea del espíritu alemán), Tusquets, Barcelona, 2009. Mi artículo sobre Rüdiger Safranski puede leerse [Aquí]

4.- Ludwig Feuerbach: La esencia de la religión (Páginas de Espuma, Madrid 2005; edición y traducción de Tomás Cuadrado). Feuerbach dio comienzo a esta obra afirmando lo siguiente: “El ente distinto e independiente de la esencia humana o Dios (en cuya descripción consiste La esencia del cristianismo), el ente que no posee esencia humana, propiedades humanas, individualidad humana no es otro, en realidad, que la naturaleza”. Y define así Feuerbach esa cosa que no es Dios ni es el hombre: “Para mí ‘naturaleza’ (exactamente igual que ‘espíritu’) no es más que un término general para designar entes, cosas, objetos que el hombre diferencia de sí mismo y de sus propias producciones y que agrupa así bajo el nombre colectivo de ‘naturaleza’; pero en absoluto un ente universal, extraído y separado de la realidad, ni personificado o mistificado.”

La guerra de los poetas por configurar y, después, aquietar, el Kósmos Noetós (la arquitectura ideológica) de la mente humana. Para Feuerbach la “Naturaleza” (sus entes… sus universales en realidad [Véase Universales]) son el ens realissimum: lo absolutamente real. No hay otra cosa. No cabe lo “sobrenatural”. Pero tampoco se nos aclara qué es lo “natural”.

5.- El movimiento ecologista. Creo que debe leerse -y analizarse críticamente, desapasionadamente- este polémico y conocido libro: Bjorn Lomborg: El ecologista escéptico (editado en España por Espasa, Pozuelo de Alarcón 2003). Lomborg sostiene en esta obra que el planeta en el que vivimos no está tan mal como afirma la mayoría de los movimientos ecologistas. Todo lo contrario: está cada vez mejor, y cada vez más gente vive mejor en él, lo cual no significa que no haya problemas y que no haya que seguir luchando para resolverlos. Lomborg -un profesor danés de estadística- se basa en informes oficiales emitidos por organismos internacionales. Carezco de recursos, por el momento, para valorar esta obra. Pero creo que debe ser leída, como praxis de una actitud filosófica que esté siempre atenta a la posibilidad de que las cosas no sean como parecen: una respetuosa, y analítica, y valiente, puesta en cuestión de lo no cuestionado.

6.- Otra obra que recomiendo especialmente, con ocasión de la palabra “Naturaleza”, está escrita, con extraordinaria belleza, por alguien que afirma no amar especialmente la Naturaleza. La obra es ésta: Felipe Fernández-Armesto: Civilizaciones (La lucha del hombre por controlar la Naturaleza), Taurus, Madrid 2002. Se trata, según afirma su propio autor (p. 16), de una “historia de la naturaleza, incluyendo en ella al hombre. A diferencia de otros intentos anteriores de escribir la historia comparada de las civilizaciones, éste está organizado en función de los diferentes entornos y no de periodos o sociedades”. La lucha del hombre contra la Naturaleza. ¿Es eso real? ¿Es eso posible siquiera? Felipe Fernández-Armesto cree que es lo definitorio de las civilizaciones. Y dice (p. 21): “Me emocionan las ruinas porque las veo como heridas que la civilización ha sufrido dentro de una batalla perdida contra la naturaleza. Por otra parte, el conocimiento de lo salvaje me merece todo el respeto e incluso la veneración, y me emocionan igualmente las heridas que el hombre inflige a la naturaleza”. Gran y apasionante batalla. ¿Es real? ¿No es el hombre, también, Naturaleza? ¿La Naturaleza guerreando contra sí misma? ¿O es que hay algo en el hombre -algo no natural, pecaminoso si se quiere- que amenaza el orden natural?

Expongo a continuación algunas ideas provisionales que provoca en mi mente la bailarina “Naturaleza”:

1.- Ya lo he repetido a lo largo de este breve texto: yo he sentido grandes cosas “ahí”. Grandes de verdad. Pero, ¿ahí dónde? Respondo (me respondo): ha sido en lugares solitarios, muy abiertos, poco o en absoluto transformados por el ser humano. Daba igual si era un bosque, un llano desértico, una montaña, un río o una playa salvaje. ¿Por qué ahí? Se me ocurren algunas respuestas para salir del paso: por la cantidad y la pureza del oxígeno; por la descontaminación psíquica; por la desactivación de la vigilancia civilizatoria. No sé. Quizás se trate de lugares donde no ruge el alga lógica de la Humanidad (esa red psíquica, esos “ruidos” casi metafísicos, que emana las colectividades humanas y sus obras). Insisto: no sé.

2.- En cualquier caso, es simplemente una opción ideológica (o metafísica) sostener el dualismo que separa ontológicamente al hombre de la Naturaleza (una metafísica que está, curiosamente, implícita en el movimiento ecologista). Así, desde el naturalismo (como corriente filosófica) cabría reducir todo -todo- incluido el ser humano y sus sueños, a la Naturaleza. A “lo natural”. No habría entonces lucha alguna entre el hombre y la Naturaleza. El ser humano no sería -según consideran los movimientos ecologistas- el único malo posible dentro del orden natural: la única amenaza el sagrado equilibrio de la Naturaleza. El comportamiento -“anti-ecológico”- del ser humano sería tan natural y tan armónico como una esperada lluvia de primavera o los primeros brotes de los castaños.

3.- La “Naturaleza”, como adelanta al comienzo de este texto, es un producto cultural. Una fantasía. Una palabra con la que se ha sustituido a otras como Dios o Tao o Brahman (palabras que, por otra parte, nunca pudieron decir nada de su objeto).

Una mirada no ideologizada hacia eso que llamamos “Naturaleza” nos muestra, aquí, en lo que hay, el infinito inefable, que yo siento “sagrado”, por decir algo desde el lenguaje.

David López

 

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Las bailarinas lógicas: “Espiritualidad”.

 

 

“Espiritualidad”. Una palabra quizás preciosa, pero también inquietante; y hasta saturante.

¿Qué es la “espiritualidad”? ¿Qué es “ser espiritual”? ¿Qué es no serlo? ¿Qué es un “camino de espiritualidad”? ¿Es mejor el espíritu que, por ejemplo, la materia? [Véase “Materia“]. ¿Alguien sabe qué es eso de “Epíritu” y qué no lo es?

Este texto tiene por cielo una fabulosa pintura de Rafael: El Éxtasis de Santa Cecilia. Schopenhauer hizo mención a esta obra de arte para anunciar el paso del tercer al cuarto libro de la primera parte de su obra capital (El mundo como voluntad y representación). Y dijo que, en ese cuarto y último libro, se iba a ocupar de “lo serio”. ¿Qué es lo serio? Para Schopenhauer “lo serio” era la salvación del ser humano. Y la mirada de Santa Cecilia dibujaría el vector crucial: la salida hacia arriba, el abandono del mundo (este mundo). Hemos de suponer que el cuadro de Rafael muestra un fenómeno puramente espiritual.

Pero cabría afirmar, quizás, que la mirada de Santa Cecilia implica una negación, una des-sacralización del mundo. En algún sentido podría decirse que es una mirada sacrílega, pues, como creyó Schopenhauer, esa mirada beatífica de Santa Cecilia va a propiciar, con un sutil movimiento ocular, un verdadero Apocalipsis: el fin del mundo ‘profano’, el fin de esta vida ‘material’ y ‘pecaminosa’.

A mí me aterra que ese Apocalipsis espiritual pudiera arrasar la sonrisa cotidiana de los niños al salir del colegio (me refiero a colegios normales, feorros incluso); y el abrazo de cualquier padre a sus hijos (padres incluso pecaminosos); y el latido del corazón soñador de una mujer metida en un atasco de Madrid, un atasco de coches mudos bañado por la catarata de luz de cualquier amanecer cotidiano: de este mundo, del mundo profano.

Antes de desarrollar algo más en detalle esta idea y esta emoción, creo que puede ser útil señalar algunos lugares de la historia del pensamiento universal:

1.- El dualismo metafísico (estructuralmente jerárquico) como presupuesto de la espiritualidad (y de la no-espiritualidad). Conexión con el actual debate sobre las relaciones entre “mente” y “cerebro” [Véase “Cerebro“]. El Samkya. Sócrates/Platón: hay que cuidar el alma, lo espiritual. El Hatha Yoga como espiritualización de la carne humana.

2.- El Willensgeist de Jakob Bohme. Sugiero una lectura lo más sosegada que sea posible del texto que ofrezco [aquí].

3.- El concepto de Geist en el idealismo alemán. El espíritu subjetivo de Fichte. El espíritu objetivo de Schelling. El espíritu absoluto de Hegel. El espíritu mágico de Novalis.

4.- Wilhelm Dilthey (1833-1911). Diferencia entre las ciencias del espíritu y las ciencias de la naturaleza. Las primeras se basarían en la experiencia interior. Las segundas en la exterior. Pero, en realidad, lo que Dilthey entiende por “ciencias la naturaleza” no son sino constructos -dibujos, esbozos, hipótesis poéticamente encadenadas- producidos dentro de lo que él cree que debe ser estudiado por las “ciencias del espíritu”.

5.- Max Scheler (1875-1928). No debe dejar de leerse esta obra: Die Stellung des Menschen im Kosmos [El puesto del hombre en el cosmos, editorial Losada]. El ser humano como animal espiritual: como animal que goza de una intuición emocional que le permite acceder a los valores eternos a los que debe someter su conducta. La espiritualidad como plenitud de lo humano. La espiritualidad como libertad, objetividad, conciencia de sí. Como algo muy vulnerable. Como conjunto de actos superiores de la persona (intelectuales y emocionales).  De la ética de Scheler me inquieta su fijismo -su inmovilismo- metafísico: hay unos valores eternos, ahí. Solo cabe intuirlos y aceptarlos, no crearlos, como sugirió ese gran amante de la vida y de la fertilidad metafísica que fue Nietzsche.

7.- Raimon Panikkar. Merece ser leída, para el tema que nos ocupa, su obra Espiritualidad hindú (Kairós, 2005); y en especial su epílogo. Me parece especialmente luminosa, y generosa, esta frase (p. 323): “Una de las grandes intuiciones del hinduismo es el misterio pascual, esto es, la vivencia de que este mundo ha sido ya vencido, que la verdadera Vida [con mayúscula en el original de Panikkar] está ya aquí (que el Pantocrátor ha resucitado), y que estamos, por tanto, liberados de la cautividad del tiempo y de la esclavitud del espacio, que la victoria sobre este mundo que pasa y cuya figura es transitoria, es una realidad, porque la eternidad incide sobre el tiempo y nos libera con la verdadera libertad, que no es la criatural para hacer algo, sino la liberación de la pura creaturabilidad, para que el divino emerja en lo humano y la comunión sea perfecta. El fin del hombre no está en el futuro sino en el presente y es profundizando el presente (perforándolo) como se llega al núcleo tempiterno del ser humano”.

Raimon Panikkar ha fallecido hace unos días. Le deseo desde aquí un precioso y sereno regreso a la creatividad infinita.

Volvamos a la imagen de un padre que recoge a su hijo en el colegio. Y que le abraza. Y que siente su olor a mandarina y a goma de borrar y a patio y a eternidad. No hay que salvar este mundo. Hay que amarlo y perderse por el infinito de los momentos que ofrece. Incluidos los atroces: ese padre puede estar asumiendo torturas emocionales (sangrantes como heridas derivadas de instrumentos de hierro) como costes ínfimos de ese abrazo a su hijo.

Schopenhauer consideró la posibilidad de que a algún ser humano -insólito- le salieran bien las cuentas de la existencia. Y que le diera un sí a la vida entera (el sí que más tarde daría un enfermo llamado Nietzsche).

Voy a aprovechar el aparente orden que ofrecen los números para ordenar mis ideas:

1.- Cabría distinguir entre dos tipos de “espiritualidad”: la positiva y la negativa. El primero  diría un sí -sacralizaría- la vida (este sueño, este hechizo, y el mero hecho de que todo mundo sea precisamente un hechizo, una obra de arte en definitiva). El segundo diría un no -ofrecería un no- a la vida; y mostraría el camino para otra cosa, otra cosa mejor.

2.- El tipo de espiritualidad negativo me produce cierta claustrofobia: percibo en él el olor del confinamiento, de la aridez, de la pequeñez. Desde hace muchos años me han producido rechazo los discursos de “elevación”, los caminos que ascienden por niveles sucesivos de perfeccionamiento. No me ha gustado cómo miran hacia “abajo” los que creen estar ya en algún peldaño de una de las diferentes escaleras espirituales. En esas miradas he visto estandarización y ceguera. Muchos de los “iniciados”, de pronto, se han visto rodeados de familiares y amigos “ignorantes”, “materialistas”, etc. Y, de pronto, una tarde de domingo, el iniciado no ha sabido ver el último escalón de su escalera espiritual en el calor de la mano tendida por un cuñado insufrible. Las escaleras espirituales alejan, impiden acceder al infinito sagrado en el que arde cualquier rincón de  cualquier mundo, real o soñado o imaginado (todo ésto es lo mismo).

3.- También cabría distinguir entre espiritualidades “lógicas” y espiritualidades “meta-lógicas”. En las primeras el iniciado ofrece (en el sentido de “ofrenda”) su mente a una teoría omniabarcante. Y esa idea instaura la ficción de que hay un mundo profano que debe ser superado, una escalera para salir de él y una especie de “cielo” que aguarda al que culmine su proceso espiritual. Los adeptos se sentirán más arriba de la escalera en función de la proximidad que exista entre la idea que veneran (la bailarina que les ha tomado) y la forma completa de su mente. Sugiero leer ahora  la palabra [“Bailarina lógica“]

4.- Una espiritualidad meta-lógica es una disolución del dualismo espiritualidad-no espiritualidad: quedaría esa monstruosidad, sagrada ( o no) que es “lo que hay” (el Ser si se quiere). Y el filósofo no cobarde abriría las compuertas de su mente para que, al menos durante unos minutos, corriera por su interior esa brisa sublime pero insoportable; insoportable desde al menos desde la aparente finitud que parece configurar nuestra sensibilidad humana.

Ahora creo que debo contar una experiencia personal. Si es que fue “personal”. Ocurrió hace dos inviernos, junto al lago de Juglar, en el Pirineo. Estaba completamente solo, rodeado por un océano de nieve blanca y olas de piedra infinita, bajo una catarata de silencio azul que provenía del cielo. Y me puse a meditar. A los pocos minutos sentí el latido de la Inmensidad latiendo dentro de los latidos de mi propio corazón. Y fui consciente, de pronto, de que había vivido en infinitos mundos bajo infinitas formas; y que lo iba a seguir haciendo. Eternamente. Sentí, plenamente, la inmortalidad de mi verdadero yo y, lo que quizás fue más insoportable todavía: sentí mi infinita creatividad.

Y decidí parar. Decidí abandonar aquel peldaño  final de la escalera. Y saltar desde ella hasta la inmanencia sublime de mis manos agrietadas por el frío del Pirineo.

A partir de entonces ubico lo sagrado en lo profano: en el olor a mandarina que percibo en el babi de mi hijo cuando voy a buscarle al colegio. Y en la cascada de luz naranja que retumba en los “materiales ” y “materialistas” atascos de Madrid.

La mirada de Santa Cecilia debe incendiarse “arriba” y volver “abajo”… para ver lo que no fue capaz de ver antes de ese incendio: antes de ese “incendio espiritual” que permite ver lo sagrado aquí.

Ahora.

En esta “llama de amor viva” que -ya- nos consume.

David López

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Las bailarinas lógicas: “Progreso”.

 

 

“Progreso”. Otra bailarina lógica dispuesta a hacernos creer que hay algo real simbolizado por ella.

En la imagen que sobrevuela estas frases se ve a un centauro salido de la imaginación del pintor John La Farge. A una centaura en realidad. Es muy probable que algún día veamos a esos seres galopando y charlando y pensando por nuestros parques. Y que alguien bostece a su paso (eso que sea el ser humano tiene una capacidad infinita para rutinizar prodigios) [Véase “Ser humano”]. También imagino a alguien bostezando, devorado por lo prosaico, en una casa de cristal construida en un anillo de Saturno.

Progreso. Una asociación mental casi mecánica nos lleva a reflexionar sobre el progreso tecnológico o científico. ¿Hasta dónde puede llegar esa magia baconiana? ¿Qué nuevas esencias — en sentido aristotélico — vamos a ser capaces de crear con la materia que nos es dada? [Véase “Materia”].

Otro progreso: el de las sociedades humanas (países desarrollados/no desarrollados/en vías de desarrollo). ¿Cómo se mide eso? ¿Está más desarrollado un alto ejecutivo de Google que un cazador-recolector del paleolítico? ¿Por qué? ¿De qué se trata con todo eso del “desarrollarse”? ¿Hacia qué vamos?

Y otro: el progreso personal. ¿Hacia dónde debe progresar el ser humano para alcanzar su plenitud? ¿Cabe progreso personal en una sociedad sin progreso?

Se supone que creer en el progreso es creer en que puede aumentar —progresivamente — el número de personas felices en la humanidad. Y también, la profundidad y la calidad de esa felicidad. Pero ¿es buena tanta felicidad? ¿O es que hay algo mejor que la felicidad? Quizás sí: la libertad, la creatividad, la admiración, el estupor maravillado ante el baile de Maya.

Pero, en cualquier caso: ¿Qué es lo que progresa en el progresar humano (en previsión de que en algún momento ya no podamos seguir sosteniendo el universal “humano”)? ¿Cabe hablar de un progreso en Dios? Sí. Escoto Erígena, entre muchos otros pensadores, imaginó (sintió quizás) la posibilidad de que Dios recorriera una especie de odisea metafísica hasta llegar a su plenitud. Son las odiseas del Ser.

¿Hay opción para no progresar? 

Ofrezco a continuación algunos esbozos de mis ideas sobre eso que haya detras de la bailarina “Progreso”:

1.- La gran pregunta es si el ser humano puede o no intervenir en las cadenas causales que, según los materialistas, mueven todo. Si no hay libertad, lo más que cabe esperar es que esas cadenas deterministas nos ofrezcan momentos de felicidad creciente para un número creciente personas y de sociedades (el presupuesto básico del progreso humano).

2.- Tanto los feligreses del progresismo (todo lo pasado fue peor y lo nuevo, lo ‘moderno’, es bueno de por sí), como los que anhelan la restauración, o la conservación, de ideales pretéritos, se mueven hacia algo: hay una Idea [Véase] que imanta su acción y su corazón. Avanzan hacia algo. Y ese algo es un constructo poético [Véase Poesía]. Las disputas políticas son disputas poéticas. Ganará  — moverá más mentes y cuerpos — el político que ofrezca más posibilidades de soñar, de ilusionarse.

3.- Se progresa o no hacia algo: hacia la plena encarnación de una idea de hombre y de sociedad (de cosmos en realidad). Una idea previamente encarnada en nuestra mente por obra de algún poderoso Verbo (humano o no humano).  Cabría decir que todo se mueve arrastrado por amor hacia una Idea, con mayúscula. Progresar sería reconfigurar lo real para acercarlo a lo ideal (a un mito, a un constructo poético necesitado de materia, de realidad).

4.- El progreso presupone tiempo. Si, con Kant, y no solo con él, negamos la existencia del tiempo más allá de eso que sea la maquinaria cognitiva del ser humano, nos vemos obligados a hablar de algo así como un progreso (cambios sucesivos hacia plenitudes) en nuestra conciencia: en nuestras propias secreciones mentales. Así, la sociedad, el cosmos entero, progresarían dentro de nosotros. ¡Qué lugar prodigioso somos! Aunque no sepamos en realidad lo que somos…

5.- El progreso también presupone carencia previa; esto es: la descripción de un estado de pre-plenitud. De carencia anhelante. ¿Cuál es el cielo de la ciencia?  (por cierto: el cielo, como el infierno, es un lugar donde ya no hay esperanza). ¿Qué cielo espera alcanzar la mágica ciencia de Francis Bacon, esa magia de la que se dice que sí funciona de verdad? De pronto imagino algo así como una red de magos sin materia condicionada (natura naturata), creando, siendo lo que quieran ser en cualquier universo posible, e imposible. Felices, si quieren. O infelices. ¿Es esa una sociedad absolutamente tecnológica y libre? ¿No será eso lo que está ya pasando detrás del velo de lo fenoménico?

6.- ¿Y si ya se hubiera progresado del todo? ¿Y si la iluminación consistiera en sentir/saber que ya se tiene la plenitud absoluta? ¿Hay algo más que pueda ofrecer el progreso científico y político de lo que ya se siente en un estado de meditación profunda? Quizás sí: el Arte; y amar a ‘lo  otro’ (aunque sea un hechizo de Maya). Me refiero a los niños, a la Naturaleza… a los cuerpos y los corazones de otros seres humanos, y también de otros seres no humanos: amar la vida en definitiva: amar a Maya. Al precio que sea, como diría Nietzsche.

7.- Recuperándonos del abismo meta-filosófico de la Mística, ya con los pies en la sólida tierra de Maya, cabría preguntarse por el tipo de sociedad, por la idea de belleza social, a la que debemos tender (y que debemos plantar en el precioso huerto del alma de nuestros hijos). Aristóteles pensó que el ser humano se actualiza en cuento tal  —alcanza su plenitud esencial — cuando filosofa.

8.- Quizás cabría medir el progreso de una sociedad por el brillo de los ojos de sus miembros. Yo he visto un brillo muy especial (sublime realmente) en los ojos de las personas que practican la Filosofía; la Filosofía radical: esa que se atreve a mirar y a pensar ,y a amar incluso, la inmensidad que somos y que nos envuelve. También veo eso brillo en los niños. No en todos, desgraciadamente. Bochornosamente. No hay progreso posible que no considere prioritaria la risa y la ilusión de los niños.

Sentido del humor y sentido del amor.

Creo que hay que apostar por una sociedad de filósofos; de filósofos capaces de amar (y de reír y de soñar y hacer soñar); que sería como decir que  hay que apostar por una sociedad de seres humanos plenos. Aunque quizás esa plenitud lleve implícita la posibilidad de autoconfigurar su cuerpo (su parte visible, pantallable) y convertirse en un centauro: un centauro-filósofo capaz de galopar, con los ojos encendidos de Metafísica, por un prado infinito.

Si ese futuro centauro es capaz de filosofar, de amar y de soñar (y de hacer soñar)…  llevara entonces a un ser humano dentro: será un ser humano. Si no, ya sí habrá ocurrido el fin del hombre.

David López

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Las bailarinas lógicas: “Cultura”.

 

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“Cultura”. La persona que sangra en el cielo de esta frase se quiso llamar Sid Vicious. Murió con 21 años, como consecuencia de una sobredosis de heroína. Tocaba el bajo en un grupo que es ya parte del canon occidental: los Sex Pistols.

Sí. Es sangre lo que brota de su boca. Y también lo que se adivina en los surcos de su carne cultivada. Estamos, me parece, ante lo que Simmel denominó “espiritualidad objetivada”.

Para mí, lo que sangra en esta imagen es un mártir lógico (mártir de un logos; un logos feroz en este caso: el logos punk). Aunque probablemente todos los logos sean feroces, si es que no quieren ser nada, otra vez, en la nada que les circunda, les amenzaza y les constituye.

Ortega dijo que la cultura es un movimiento natatorio, un bracear del hombre en el mar sin fondo de su existencia con el fin de no hundirse. Pero también dijo que “el hombre se pierde en su propia riqueza, y su propia cultura, vegetando tropicalmente en torno a él, acaba por ahogarle”.

Incluso en sangre.

Ferrater Mora habló de la idea de “cultura” como cultivo de capacidades humanas y como el resultado del ejercicio de esas capacidades según ciertas normas.

Pero, ¿qué significado hemos pactado, oficialmente, para la palabra “cultura”? El primer significado que establece la Real Academia es, precisamente, “cultivo”. Y si leemos cómo comienza la redacción del significado de “cultivo” nos encontramos esto: “Cría y explotación de seres vivos con fines científicos, económicos o industriales”.

¿Es la cultura algo que somete, que explota, al ser humano culturizado? ¿Cabe tomar distancia de una cultura, mirarla desde fuera? ¿Es la cultura un fenómeno exclusivamente humano? ¿Es la cultura superior a la natura? ¿Existe algún grupo humano sin cultura?

Antes de enfrentarme a estas cuestiones creo necesario considerar los siguientes lugares del pensamiento:

1.- “Cultura” y “naturaleza” en la filosofía griega: las reflexiones de los sofistas.

2.- “Cultura” y “naturaleza” en la filosofía china: taoísmo versus confucianismo.

3.- Chantal Maillard (Adios a la India): “cultura” como ritmo. Mis sensaciones sobre esta obra las expreso en la sección de críticas literarias. También puede leerse [Aquí].

4.- El cerebro humano como hábitat de la cultura. Jesús Mosterín (La cultura humana). Mi crítica sobre esta obra puede leerse [Aquí].

5.- La cultura punk y, en concreto, el fenómeno de los Sex Pistols. Me interesa especialmente la religiosidad –el misticismo incluso- de este importantísimo movimiento cultural que brotó en el inefable siglo XX. Y, también, su vehemente esteticismo: su iconoclastia convertida en radical iconofilia; en ritualización, y sacralización, del Apocalipsis del Occidente moderno.

Expongo a continuación algunas ideas que, al parecer, están ahí, en mi “mente”, o en mi “conciencia”, si me ocupo de la palabra “Cultura”:

1.- “Cultura” es un verbo, una acción. De ese verbo se derivaría el sustantivo “culto”. Ser culto es estar cultivado, explotado por un logos: cegado: aniquilado. Debe distinguirse entre ser culto y tener cultura. Y cabe incluso crear cultura: nuevos valores: nuevos mundos.

2.- Una cultura es una forma –entre infinitas posibles- de mirar y de interactuar –de nadar- , colectivamente, en el infinito. En el caos. En la nada. Para ello, obviamente, hay que mantener un nivel de conciencia en el que siga activado el principio de individuación. Y en el que se siga dejando bailar a las bailarinas lógicas [Véase “Bailarina lógica“] Cosmos” y “cultura” son lo mismo.

3.- La foto que ocupa el cielo de estas frases refleja un punto de conciencia –un “ser humano”- que vibra de amor, de amor absoluto hacia una idea, dentro de una cultura (el cosmos punk). Estamos ante un místico –un místico lógico, no silente- que ha permitido que la divinidad lógica a la que rinde culto se encarne en él: que “le sea” entero. Y no sólo eso: ha permitido también que esa cultura le convierta en un “objeto cultural”.  Y que le exponga.  Y que le venda. Este diccionario trata sobre “bailarinas lógicas”. Ahora tenemos delante a una bailarina que no solo suda con su baile cósmico, sino que también sangra: deliberadamente, porque quiere morir, morir bailando y cantando (mejor dicho: gritando enfurecida). Y con ella sangra y baila y grita una civilización entera (un tejido de culturas compatibles): eso que a sí mismo se denominó “cultura occidental”.

Quiero terminar -por el momento- estas frases confesando el esfuerzo de autovigilancia que me he impuesto. Y es que podría haber ocurrido que, para mis fines de reflexión metafísica, yo hubiera convertido a Sid Vicious, y a los Sex Pistols, en exóticas mariposas lógicas. Y que, sentado en mi despacho, hubiera jugado con ellas como un niño-filósofo caprichoso y despiadado. Ya nos advirtió María Zambrano contra los “infiernos de la luz”. Por eso he elegido, entre todas las imágenes que de aquellos religiosos punk ofrece internet, la que me ha parecido más “grave” (en sentido religioso): más capaz de mostrar en toda su pureza, en todo su ciego temblor, una cultura encarnada: un “hombre-cultura”: un cultivo de carne y de sangre humanas.

Un hombre crucificado en un logos; que se merece respeto. Mucho respeto.

 

David López

 

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Escuela “,” libre de Filosofía: programa del mes de septiembre de 2009.

 

 

 

 

 

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Ámbito Cultural-El Corte Inglés. Calle Serrano, 52 (Madrid) 

 

Curso 2009-2010:   Diccionario de los mundos.

 

Impartido por David López.  

 

Duración: septiembre de 2009-julio de 2010.

 

Entrada libre hasta completar el aforo.

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–         14 de septiembre: Advaita.

–         21 de septiembre: Amor.

–         28 de septiembre: Aufhebung.

 

 

         Damos comienzo a un nuevo viaje lingüístico por el infinito (que es una simple palabra). Esta vez vamos a visitar palabras, simples palabras, siguiendo un orden alfabético, pero no cronológico ni geográfico. Y nuestros apuntes de viaje irán configurando un “diccionario de los mundos”. En plural. En un plural, en una multicosmicidad, que son manifestaciones de la sacra fertilidad de lo que hay.

         Con la palabra “mundo”, esta vez –quizás por exigencias poéticas-, me referiré a cualquier modelo de totalidad, incluido el que asumían Hegel o Fichte al hablar de “acosmismo” (inexistencia del cosmos o del mundo).

         Y así, cada lunes, me ocuparé de una palabra que me parezca crucial para presuponer un mundo, o para creerlo/crearlo, o para entenderlo, o para amarlo, o para odiarlo, o para destruirlo… o para elevar “nuestra” mirada por encima de todos los mundos y de todas las palabras.

         Las palabras que he elegido para el mes de septiembre –Advaita, Amor, Aufhebung– son puertas privilegiadas a mundos cuya belleza en ocasiones se hace insoportable. ¿Las palabras –esas palabras- son símbolos de los mundos? ¿Los crean? ¿Los prescriben?

         En el Rig Veda hay un himno (el 10.125) que ríe y deslumbra desde hace más de tres mil años. En ese himno es la propia palabra la que habla de sí misma y de todo: “Aunque ellos no lo saben, habitan en mí”. Michel Foucault dijo milenios después: “No son los hombres los que hacen los discursos, sino los discursos los que hacen a los hombres”.

         Un año más nos esperan momentos inefables paseando por las palabras y los mundos, volando en sus abismos, mirando por sus ventanas sin tamaño, oliendo sus paraísos; y sus infiernos. Dejándoles vivir. Y morir. Mientras sospechamos que no hay vida ni muerte más allá de estas dos palabras prodigiosas.

         Comienza el curso.

 

        

         David López

 

 

 

 

Sex Puncta Mystica

 

 

        

 

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         El próximo 9 de febrero de 2009, dentro del programa “Obras maestras del arte filosófico” que estoy desarrollando en la Escuela Libre de Filosofía (Ámbito Cultural), trataré de compartir lo que me hacen pensar, y sentir, algunos párrafos de un texto que Jakob Böhme escribió en 1620: Sex Puncta Mystica. Y para facilitar el trabajo y el placer filosófico no solo a mis queridos alumnos, he creído oportuno ofrecer aquí mi propia traducción de esos párrafos.

         Jakob Böhme, a pesar de su influencia decisiva en la filosofía alemana del siglo XIX (y por tanto en la filosofía “universal”), apenas ha sido objeto de atención por parte del pensamiento que se expresa en español. En este desierto, es justo decirlo, destaca una brillante obra de Isidoro Reguera: Jakob Böhme, edit. Siruela, Madrid, 2003.

         Supe de la existencia y de la relevancia de Sex Puncta Mystica gracias a Schopenhauer, el cual, en un sorprendente capítulo que lleva por título “Magnetismo animal y magia” –incluido en Sobre la voluntad en la naturaleza– trata de legitimar racionalmente su sistema metafísico con ideas de varios místicos, magos y visionarios. Ente ellos destaca Jakob Böhme y, de todo lo escrito por aquel zapatero, una cita de Sex Puncta Mystica: la obra que, en extracto, quiero compartir con vosotros.

         He realizado esta traducción a partir de la edición de Friedrich Schulze, Leipzig, 1938. La cita de Böhme que se incluye en la obra de Schopenhauer Magnetismo animal y magia sigue publicándose en español a partir de la traducción de Miguel de Unamuno, la cual es muy defectuosa. En ella encontramos la palabra alemana Wesen traducida como “esencia”, lo cual no es incorrecto. Yo, no obstante, y para facilitar la compresión de este texto, he optado por traducirla como “ser”. Por otra parte, he querido mantener en mayúscula la palabra Magia para que se explicite su enorme relevancia metafísica y teológica en el pensamiento de Jakob Böhme. Quiero también señalar que la presente traducción es provisional; esto es: intentaré pulirla con el tiempo, según avance en mi conocimiento sobre lo que vio aquel zapatero. Quedo obviamente abierto a críticas y a sugerencias.

         Finalmente, quisiera advertir de la extraordinaria complejidad lingüística de Jakob Böhme, la cual, “afortunadamente”, no se manifiesta con demasiada virulencia en este abismático texto.

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Sex Puncta Mystica*

Jakob Böhme

(Extracto)

 

         La Magia es la madre de la eternidad, del ser de todos los seres, pues se hace a sí misma; y se hace comprensible en el deseo [Begierde].

         Ella es en sí misma nada más que una voluntad; y esa misma voluntad es el más grande misterio de todas las maravillas y de todos los secretos y se conduce a sí misma a través de la imaginación del hambre deseante en el ser [begierigen Hungers in Wesen].

         Ella es el origen de la Naturaleza, su deseo hace una imaginación, la imaginación es solo la voluntad del deseo: pero el deseo hace en la voluntad un ser tal y como la voluntad es en sí misma.

         La verdadera Magia no es ningún ser, sino el espíritu deseante de los seres. Ella es una matriz insubstancial, pero se revela en el ser.

         Magia es espíritu, y el ser es su cuerpo, y sin embargo los dos son solo uno, de igual manera que cuerpo y alma solo es una persona.

         Magia es el más grande secreto, pues ella está por encima de la Naturaleza; ella hace la Naturaleza según la imagen de su voluntad: ella es el misterio de la Trinidad, entiende la voluntad en el deseo de ir hacia el corazón de Dios.

         Ella es la modelación en la sabiduría de Dios como un deseo en la Trinidad, en el cual la eterna maravilla de la Trinidad desea revelarse con la Naturaleza: así es el deseo, que se introduce en la Naturaleza tenebrosa y a través de la Naturaleza en el fuego y a través del fuego, a través de la muerte o la rabia, en la luz que va a la Majestad.

         Ella no es Majestad, sino el deseo de la Majestad. Ella es el deseo de la fuerza divina, no la propia fuerza, sino el hambre o el desear en la fuerza; ella no es la omnipotencia, sino lo que conduce la fuerza y el poder. El corazón de Dios es la fuerza, y el Espíritu Santo es la revelación de la fuerza…

         A través de la Magia se realiza todo, el bien y el mal. Su forma de operar es la nigromancia, pero se distribuye en todas las cualidades. En el bien la Magia es buena, y en el mal es mala.

         Ella sirve a los niños para llegar al reino de Dios y a los brujos para llegar al reino del Diablo; pues el entendimiento puede hacer con ella lo que quiera; ella carece de entendimiento y sin embargo lo conceptúa todo, pues ella es el concepto de todas las cosas.

         No se puede expresar su profundidad, pues ella es desde la eternidad el fundamento y sostén de todas las cosas; ella es a la vez un maestro de Filosofía y también una madre.

         Pero la Filosofía conduce a la Magia, su madre, como quiere. Así como el poder divino, como el Verbo (o el corazón de Dios), lleva al padre severo a la suavidad: así también la Filosofía (como entendimiento) lleva a su madre a un suave tormento divino [sanfte göttliche Qual].

         Magia es el libro de todos los estudiantes: todos los que quieren aprender, sea un alto o bajo oficio, deben aprender primero Magia. También el labriego en su campo debe ir a la escuela mágica, si quiere cultivar su campo.

         Magia es la mejor Teología; pues en ella se fundamenta y se encuentra la verdadera fe. Y ella se burla del bufón; porque no la conoce y blasfema contra Dios y contra sí mismo y es más un charlatán que un sabio teólogo.

         Como quien mira a un espejo y no se entera de cuál es la disputa; pues mira desde fuera; así mira también la Magia el falso teólogo a través de un reflejo y no entiende nada de la fuerza: pues ella es divina y él no divino, más bien demoníaco, según la propiedad de cada principio. In Summa: Magia es la actividad en el espíritu deseante [Willensgeiste].

 

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                           Jakob Böhme (1575-1624)