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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Ortega y Gasset

 

 

Ortega y Gasset es un pensador sorprendente (fertilísimo) y un escritor excepcional. Yo lo he leído casi siempre en contraste con María Zambrano. Y creo que ninguno de los dos se puede leer demasiado tiempo. Ortega y Gasset hace frases con demasiada solidez, con demasiada luz. María Zambrano, que huyó expresamente de “los infiernos de la luz”, ofrece en sus frases demasiados tramos de penumbra: tramos donde hay que andarse con cuidado para no pisar alguna misteriosa rana bañada por la luz de luna.

Pensar con Ortega vitaliza la mente, limpia el caos (el gran enemigo de los pitagóricos, y por lo tanto de los platónicos-dogmáticos): digamos que Ortega en cierta medida exorciza las sombras del irracionalismo, pero yo veo cierta bulimia de luz (esto es, un exceso de “verdad”). Parecería que Ortega siempre pensó con el cerebro duchado, limpio, musculado… sobre una mesa de madera sólida donde los documentos y las notas emularían el (anhelado) orden intrínseco y extrínseco del universo… pero a la vez sintiendo el latido viscoso de su propio corazón (y de todos los demás corazones que componen la sociedad humana); y sintiendo también eso que, simplificando mucho, algunos filósofos llaman “vida” (y que Ortega casi llevó a la nada de la Mística).

Ortega en cualquier caso me produce un gran placer intelectual: es algo así como un osteópata para los huesos de la mente. Y creo que su pensamiento político, hoy día sobre todo (tiempo de quejosos cenobios plurihumanos, esclavistas, suspicaces, resentidos, que se colectivizan, se unifican con frases muy cortas y sonidos muy estridentes), puede ser muy saludable.

Entre sus escritos puramente filosóficos yo destaco sin duda los que se agrupan bajo el título Qué es Filosofía. Se trata de una compilación de las once conferencias que Don José pronunció en 1929. La primera tuvo lugar en la universidad central de Madrid. Tras la renuncia de Ortega a su cátedra por razones políticas, aquellas conferencias siguieron en teatros: sala Rex, teatro Beatriz. Sobre la Razón Histórica (1944) es otra obra puramente filosófica de Ortega. Hay quien la considera decisiva para entender su pensamiento.

Estamos en cualquier caso ante un pensamiento delicioso. Y creo, insisto, que muy salubre; a pesar de sus a mi juicio alicortos acercamientos a la Mística.

Algunas de sus ideas

1.- “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Esta conocidísima frase la expresó Ortega en su primera obra publicada: Meditaciones del Quijote. Es una frase sugerente, pero excesivamente ilógica. Si aplicamos la simple teoría de los conjuntos, Ortega parece hablar de dos “yoes”: 1. Un yo “grande”, “global” “omniabarcante”; y 2.- Un yo “pequeño”, el que comparte el conjunto “yo grande” con eso que sea “la circunstancia”. Por otra parte, y como les ocurría a los existencialistas (y a los marxistas del negativismo) se corre el peligro de creer que eso de “circunstancia” puede ser narrado desde simplismos como “situación social”, “momento histórico”, etc. Nuestra “circunstancia” (entendida como lo que nos rodea, como aparente objetividad diferenciable de nuestro “yo pequeño”) podría ser algo inmensamente más grande y prodigioso de lo que se puede narrar desde el periodismo (Ortega fue un fabuloso periodista) o desde la Física (la enamorada de los modelos, de los bocetos, de los dibujos, de las reducciones en definitiva). Creo que el neologismo de Heidegger “In-der-Welt-sein” (estar-en-el mundo) [Véase], entendido como concepto unitario, no divisible ontológicamente, quizás fue menos “ilógico” que el de Ortega. Cierto es que el filósofo español quiso con su reputada frase estimular el sentido de lo social, el “compromiso”: no cabría una vida aislada dichosa, por así decirlo, porque estaríamos siempre en una circustancia que, casi como si fuera nuestro “cuerpo exterior”, requeriría nuestra atención y nuestro cuidado. Ortega fue claramente un filosofo involucrado en la política: creyente, podríamos decir, en que somos libres y capaces de configurar nuestros hábitats civilizacionales. Schopenhauer no lo creía. Yo sí.

2.-El perspectivismo. Se suele decir que con este posicionamiento gnoseológico Ortega quiso superar la tensión entre el idealismo (el mundo existe solo en mi mente) y el realismo (el mundo es objetivo, exterior al ser humano, pero cognoscible por él). El perspectivismo apuntaría a una objetividad gigantesca -pero existente y con forma determinada- de la que cabría ir obteniendo “perspectivas” parciales. Creo que estamos ante un simple objetivismo; y, sobre todo, ante un “fijismo” físico-metafísico que convertiría el Ser en prisionero de una forma. Le estaríamos negando al Ser (a lo que hay) su libertad y su creatividad.

3.- El raciovitalismo. Es un concepto que parece definir al segundo Ortega (desde 1924 hasta su muerte). La Filosofía nace de la vida y debe ponerse a su servicio. El hombre filosofa como respira. El hombre necesita saber a qué atenerse, por eso cuestiona, razona. Pero la razón no está aislada de la vida: es viviente, está viva. Algo así encontramos en Nietzsche: el filósofo debe coadyuvar al hechizo que es la vida, ponerse al servicio del espectáculo (no de la Verdad, que nunca puede existir -aunque sí, ojo, la veracidad). Se trataría (en el caso de Nietzsche) de entusiasmar, de hechizar, de convertir el mundo en un fabuloso teatro de guiñol donde los seres humanos no salgan de su asombro, no dejen de maravillarse… ¿Para qué si no es todo esto?, me pregunto yo. ¿Para qué traemos niños a este mundo?

4.- La vida. Ortega -al menos en su segunda etapa- quiso filosofar desde eso de “la vida”; y poner la Filosofía así nacida al servicio de su matriz esencial. Pero fue lo suficientemente sutil como para intuir que la vida no era, en realidad, nada, sino un auto-fabricarse del hombre. Así, aunque Ortega negó toda transcendencia (todo “más allá” de lo dado), convirtió esa Vida-Nada inmanente en algo muy similar a lo que algunas tradiciones de la Mística han entendido por “Dios”. Mi problema -ya lo he repetido en varios lugares de este blog-  es que todavía no soy capaz de adscribir un significado al significante “vida”. Por eso he elegido el término “Hipervida” [Véase “Sueño”]: no creo que solo “vivamos”; o, mejor dicho quizás, no creo que “vivir” sea eso que entienden por tal los existencialistas (Ortega está entreverado de existencialismo). Yo no creo que nos despleguemos en un vector temporal ni en un marco espacial limitados (y susceptibles de incorporarse a una narración). Sospecho que creamos y habitamos a la vez muchos mundos, que somos algo así como los señores -y los esclavos- del infinito.

5.- Universo. Así lo entendió Ortega en la cuarta lección de las que, posteriormente, se editaron bajo el título ¿Qué es Filosofía?:

Entiendo por universo formalmente “todo cuanto hay”. Es decir, que al filósofo no le interesa cada una de las cosas que hay por sí, en su existencia aparte y diríamos privada, sino que, por el contrario, le interesa la totalidad de cuanto hay, y, consecuentemente, de cada cosa lo que ella es frente y junto a las demás, su puesto, su papel y rango en el conjunto de todas las cosas -diríamos la vida pública de cada cosa, lo que vale y representa en la soberana publicidad de la existencia universal. Por cosas entederemos no solo las reales físicas y anímicas, sino también las irreales, la ideales y las fantásticas, las transreales, si es que las hay. Por eso elijo el verbo “haber”; ni siquiera digo “todo lo que existe”, sino “todo lo que hay”.

Yo no creo que estemos en un “universo”, pero probablemente sí que “vivamos” (es decir “soñemos”) en lo que parece ser tal. Ortega parece que cree en “las cosas”: individualidades platónico-aristotélicas que, por cierto, solo pueden ser sostenidas desde las palabras. Ni siquiera el ser humano, en cuanto “cuerpo”, resiste una mirada demasiado atenta. De hecho hay miradas -no muy atentas por cierto- que ven ese cuerpo como una especie de océano donde palpitan miles de millones de seres vivos “individuales”… y no todos con el mismo código genético.

6.- Filosofía y Física. La Filosofía no sería un tipo de pensamiento que sigue pensando y explorando a partir de donde se ha quedado la Física. Estamos ante dos formas diferentes de pensar. Según Ortega, la Filosofía ofrece una verdad suficiente pero incompleta; la Física, por el contrario, ofrecería una verdad exacta pero insuficiente. La Filosofía según Ortega no sería una meta-física, sino una ante-física: se ocupa de algo mucho más cercano e inmediato que aquello de lo que se ocupan los métodos estandarizados de las ciencias naturales.

7.- Ideas y creencias. Las primeras se cuestionan, las segundas no porque son el hábitat, digamos mental,  y probablemente no solo mental, del ser humano. Las creencias son algo así como ese Lebenswelt (“mundo de la vida”) del que habló Husserl [Véase]. Una idea puede pasar a ser creencia cuando ya no se cuestiona. Pero puede ocurrir también lo contrario. La Filosofía pone todo en duda: evidencia la textura ideológica de lo incuestionado. Por eso, en mi opinión, se destesta cuando -por debilidad- se necesita dogma, creencia… y todos somos débiles en algún momento. Todos.  Y muchas veces. Una creencia sería una idea que ya ha tomado una conciencia. Sugiero la lectura de la bailarina lógica “Concepto” [Véase]. Cuando alguien afirma que “ha comprendido” en realidad ha sido “comprimido” por unas ideas: ha ingresado en un cielo protector pero cerrado. Todos los necesitamos, para dormir tranquilos; al menos por la noche, que no es poco.

8.- La Historia. Ortega escribió un prólogo brillante a la edición española de una obra excepcional de Hegel: las Lecciones sobre la filosofía de la historia universal (traducción de José Gaos). En ese prólogo toma Ortega una cita de Goethe utilizada a su vez por Hegel: “Todo hecho es ya teoría” . Y dice Ortega: “Hegel devuelve a los historiadores la acusación que estos dirigen a los filósofos de “introducir en la Historia invenciones a priori””. Ahora cita Ortega al propio Hegel: “El historiador corriente, mediocre, que cree y pretende conducirse receptivamente, entregándose a los meros datos, no es, en realidad, pasivo en su pensar. Trae consigo sus categorías y ve a través de ellas lo existente”. ¿Qué es un hecho? ¿Qué es la Historia? [Véase] “¿Cuál es la textura ontológica de esta?”, se pregunta Ortega mostrando un magistral manejo del arte de la Filosofía. Respecto de la filosofía de la Historia ofrezco mi crítica de un gran libro que escribió Jacobo Muñoz. Puede accederse a ella desde [Aquí].

9.- La rebelión de las masas. Con esta gran obra política, escrita y publicada en 1929 (en pleno auge de los totalitarismos europeos), Ortega alcanzó un merecido prestigio internacional. En ella describe al “hombre-masa” como aquel que manifiesta una “radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia […] El hombre masa es el niño mimado de la Historia”. Creo que la lectura de esta obra es urgente ahora en España.  Algunos miles de seres humanos, en nombre del “Pueblo”, desde una autoconciencia de ser “los puros”, y sin respetar el principio básico de la democracia (cada hombre un voto), parecen estar queriendo derribar el sistema entero porque creen que debería nutrirles más de lo que les nutre, convertir su vida en mejor de lo que es: son revueltas de faraones que, habiéndose olvidado sí mismos, de su grandeza, se comportan como esclavos -no siempre tan hipernutridos e hiperconsentidos como ellos quisieran-. El exceso de mimo puede provocar que se pierdan generaciones enteras: necrosea la musculatura del alma. En España (el país más generoso del mundo) nos ha perdido el exceso de mimo. Falta espíritu olímpico [Véase]. Falta nobleza (noble es aquel que se exije más a sí mismo que a los demás). Y creo que falta generosidad y ecuanimidad hacia “arriba”. Pero escuchemos a Ortega; con antención (La rebelión de las masas, primera párte, capítuo VI, último párrafo):

Mi tesis es, pues, esta: la perfección misma con que el siglo XIX ha dado organización a ciertos órdenes de la vida es origen de que las masas beneficiarias no la consideren como organización, sino como naturaleza. Así se explica y define el absurdo estado de ánimo que esas masas revelan: no les preocupa más que su bienestar y al mismo tiempo son insolidarias con las causas de ese bienestar. Como no ven en las ventajas de la civilización un invento y construcción prodigiosos, que solo con grandes esfuerzos y cautelas se puede sostener, creen que su papel se reduce a exigirlas perentoriamente, cual si fuesen derechos nativos. En los motines que la escasez provoca suelen las masas populares buscar pan, y el medio que emplean suele ser destruir las panaderías. Esto puede servir como símbolo del comportamiento que en más vastas y sutiles proporciones usan las masas actuales frente a la civilización que las nutre.

Ortega fue, sin duda, un gran pensador político. Y un buen antropólogo. Ineludible hoy en España, donde esas “masas orteguianas” -cuantiosas, pero minoritarias por cierto- se han autodivinizado. Se han fanatizado. Y pueden destruir las panaderías que les dan el pan.

10.- La Filosofía versus la Mística. Dijo Ortega:

El misticismo tiende a explotar la profundidad y especula con lo abismático; por lo menos, se entusiasma con las honduras, se siente atraído por ellas. Ahora bien, la tendencia de la filosofía es de dirección opuesta. No le interesa sumergirse en lo profundo, como a la mística, sino al revés, emerger de lo profundo a la superficie. Contra lo que suele suponerse, es la filosofía un gigantesco afán de superficialidad, quiero decir, de traer a la superficie y de tornar presente, claro, perogrullesco si es posible, lo que estaba subterráneo, misterioso, latente. Detesta el misterio y los gestos melodramáticos del iniciado.

La filosofía es un enorme apetito de transparencia y una resuelta voluntad de mediodía.

Podría ser que “el mediodía” al que se está refiriendo Ortega fuera una dogmática (ciega) activación de un cosmos noetos platónico: una luminosa excitación de un cielo: unas ideas ya hechas creencias, ya convertidas en matriz vital (ya convertidas en una cárcel para la mente).

Creo que la verdadera “transparencia”, y la verdadera “superficialidad”, nos ofrecen el espectáculo de una nada (aquí mismo), con olor a infinitud, a inefabilidad: a tinieblas mágicas.

En la superficie se ve la nada. Si te pregunto, querido lector, qué ves ahora mismo, en general, ahí, sin enfocar tu mirada desde ningún observatorio pre-esquematizado, probablemente me respondas: nada. No veo nada.

Estamos en la Mística. La verdadera superficialidad, entendida por lo que está aquí, ahora, palpable, es lo inefable. Esa tiniebla que es, en realidad, la verdadera luz (fuente de toda luz) [Véase “Luz”].

Luz. Somos -en cuanto seres humanos en el mundo- una luz irradiada por esa prodigiosa tiniebla que constituye nuestro yo esencial. Por eso creo que es un simplismo irrespetuoso llamar a un ser humano “ciudadano” o incluirlo en abstracciones disolventes como “Pueblo”. Insisto en que está pendiente una radical re-dignificación de la condición humana: poner al hombre a la altura de sí mismo (altura prodigiosa creo yo). El hombre-masa arruina toda posibilidad de crear una sociedad a la altura humana; y se arruina a sí mismo porque se transforma en un esclavo mendicante y resentido: renuncia a su libertad y a su honrabilidad y las pone al servicio de una masa en la que, normalmente, beben sangre faraones camuflados (los líderes populistas).

Seguiré pensando y anotando cosas aquí a lo largo de lo que me quede de vida. Y quedo abierto al debate: ese incómodo arado metafísico que fertiliza el huerto de nuestras mentes.

Por eso agradezco el interesantísimo comentario que sobre el texto del lunes pasado (un texto todavía en fase de obras) realizó Antonio Martín de Arriva. Tomo buena nota de sus ideas, las cuales me han ayudado a pulir algo más este ensayo.

Animo a todos los lectores a que hagan lo mismo. Sería para mí un fabuloso privilegio que este blog se convirtiera en un templo invisible donde celebrar el sacro ritual de la Filosofía: esa actividad que sublima la condición humana porque nos exige una constante apertura de la mente; y del corazón. Una actividad (una religión, por qué no) que puede ser salvífica hoy en España. Y es que tengo la sensación de que podría haber dado comienzo a un sutil “Big-Crunch” en las mentes y en los corazones. La crisis económica puede estar generando simplemente miedo. Y odio. Y el miedo-odio son la antítesis de la Filosofía (cuyo motor principal es la fasinación por lo otro, y por lo que no es “otro”, y por todo). El miedo, el odio, la conspiranoia, pueden desecar y envenenar un país entero. Debemos evitarlo con todas nuestras fuerzas. Por favor…

Dijo Ortega: “La vida es, esencialmente, un diálogo con el entorno; lo es en sus funciones fisiológicas más sencillas, como en sus funciones psíquicas más sublimes”.

Desde el odio no cabe dialogar; no cabe vivir, dicho incluso en un sentido radicalmente fisiologista.

Algunos alumnos míos me han confesado que la Filosofía -literalmente- les da la vida. Quizás sea porque no hay un diálogo con el entorno más radical que el que ofrece esta hiper-ciencia (esta religión).

David López

 

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El odio es estupidez

En 1959, ante las cámaras de la BBC, el anciano Bertard Russell afirmó que el amor es sabiduría y que el odio es estupidez. Está todo dicho.

En España están proliferando últimamente discursos que incitan al odio (a la estupidez). Debemos pararlos. Es urgentísimo. El odio es el infierno, la negación absoluta de cualquier posibilidad de belleza, de cualquier posibilidad de alegría. Amar no lleva al paraíso: es ya el paraíso. Odiar es lo contrario de amar. Y no nos lleva al infierno: es ya el infierno. El odio es también ceguera, sueño oscuro. El rencor, como odio sostenido, implica el absurdo de mantener con vida un infierno en el interior de nuestro propio pecho. Amar implica convertir nuestro pecho en un amanecer (en un Génesis) perpetuo. Dicen los cristianos que su Dios creó el mundo por amor.

El caso es que toda vida nace del amor, del amor a la vida. Nadie nació con rencor. Hay que regresar siempre a la luz del amanecer de nuestra vida. Hay que morir incluso con esa luz: hay que morir naciendo. Conozco a muchos ancianos (algunos “alumnos” míos incluso) que no tienen resentimiento, que no tienen rencor hacia nada ni hacia nadie. Después de todo lo vivido. Y de todo lo sufrido. Esos ancianos son fabulosos gurús que no saben que lo son. Son elegancia.

Odiar es odiar-se; porque es lógica, física y metafísicamente insostenible que “el otro” exista como tal: que “el otro” sea una sustancia claramente diferenciada de nosotros mismos. El odio envenena la ecología de nuestra mente (o corazón, o alma… o la bailarina lógica que más guste). El odio es un estúpido desastre en nuestro cosmos interior.

La Filosofía es un arte -una especie de religión también- que ama la sabiduría. Cuanto más se ama más se sabe y cuanto más se sabe más se ama. Los discursos que incitan al odio parten del odio y, por lo tanto, de la estupidez. Se podría decir que precisamente por partir del odio ya muestran que están equivocados, que parten de la no-sabiduría. Que no tienen razón.

Serpean por internet correos colectivos en los que se dicen barbaridades de los políticos: que insultan públicamente a políticos que han sido elegidos democráticamente; y que insultan incluso a los que -siendo del “pueblo”- no se movilizan en no sé qué cruzada contra el Mal. Hay otros discursos que, por el contrario, insultan y denigran a aquellos que se sienten, por así decirlo, cátaros de la democracia (el 15-M). Esto es odio, estupidez, ceguera: enrabietados videojuegos de guerra que pueden terminar provocando mucho dolor. Dolor del de verdad.

En cualquier caso es gravísimo insultar a los políticos. Todos ellos son seres humanos. Se merecen un respeto infinito. Se merecen ser amados. Todos. Sí: todos (incluidos los que insultan a otros). Eso es la sabiduría. El odio es estupidez (digámoslo infinitas veces) y la estupidez es la negación de la condición humana. Se puede criticar una gestión -con mucha contundencia-desde el amor, desde el respeto. Todo esto puede sonar cursi, manido, denteroso por excesivamente edificante; pero no hay otro camino. De verdad que no lo hay. Esta civilización tiene una clave fundamental. Me refiero a la dignidad humana. Es una religión. El ser humano es sagrado (Bin Laden incluido). No se le puede no respetar, no se le puede negar un solo derecho fundamental (a Bin Laden -ese gran creyente en el Mal- se le negaron todos los derechos humanos… desde la creencia en el Mal).

Habrá quien piense que esta civilización se está cayendo ya. Y que no merece la pena “salvarla”; porque se trataría de una civilización muy mal planteada. Yo, en cambio, creo que hay mucho hecho y mucho por hacer. Hay mucha belleza (incluso política) que ya ha llegado (aunque muchos no la vean); y hay mucha belleza por llegar. Tengo hijos. Los amo intensamente. Y haré lo que sea necesario para que vean, para que valoren, la belleza (política) que ya hay; y para que tengan un futuro cuajado de bellezas (políticas) que ahora ni siquiera podemos imaginar.

No sé si es riguroso filosofar desde la condición de padre. Me consuelo pensando que, al fin y al cabo, la Filosofía partió siempre de un intensísimo amor hacia algo.

Traigo aquí de nuevo a mi querido Bertrand Russell. De verdad que creo que merece la pena escuharle.

* * * * * *

Bertrand Russell suele estar ubicado entre los filósofos irreligiosos.  Pero, en mi opinión, si observamos con cierto detenimiento el modelo de totalidad que ofrecen sus textos, podemos apreciar una gran devoción hacia una diosa descomunal (poderosísima) llamada “Lógica”: una diosa con la que el ser humano debe fundirse, místicamente, para alcanzar el prodigio -finito- de la plenitud. De la felicidad en definitiva.

Bertrand Russell soñó un paraíso lógico -proto/matemático- para él y para esos seres que tanto amó y en que tantas esperanzas depositó: los seres humanos. Y no sólo soñó ese paraíso, sino que puso todas sus frases al servicio de su construcción. ¿Paraíso lógico-matemático? Sí. Él lo conoció en la adolescencia y ese encuentro salvó su vida. Casi literalmente. Luego, tras ese encuentro, tras ese advenimiento, se trataba de salvar al resto de los seres humanos… sobre todo a aquellos cuyas conciencias y cuyos corazones estuvieran alejados de la diosa Lógica…. la más poderosa de las divinidades concebibles por el ser humano (tan poderosa que de ella dependería, en opinión de Russell, la existencia o no de ese Dios-padre en el que creerían las religiones monoteístas… y cuya existencia habrían afirmado algunos escolásticos por culpa de la deficiente lógica aristotélica).

Algo sobre su vida

(1872-1970) Russell murió con 98 años, enamorado de la vida, hasta el punto de afirmar que volvería a vivirla encantado si se le diese la opción. Russell se consideró a sí mismo un hombre feliz. Ni más ni menos. Pero esa proclamada felicidad estuvo precedida por una infancia y una adolescencia muy tristes, muy aburridas, casi desesperadas. Así se expresa él mismo en su obra La conquista de la felicidad (Espasa Calpe, traducción de Julio Huici):

Yo no nací dichoso. De niño, mi himno favorito era: “Cansado del mundo y con el peso de mis pecados”. A los cinco años yo pensaba que si había que vivir setenta no había pasado aún más que la catorceava parte de mi vida, y me parecía casi insoportable la enorme cantidad de aburrimiento que me aguardaba. En la adolescencia la vida me era odiosa, y estaba continuamente al borde del suicidio, del cual me libré gracias al deseo de saber más matemáticas. Hoy, por el contrario, gusto de la vida, y casi estoy por decir que cada año que pasa la encuentro más gustosa. Esto es debido, en parte, a haber descubierto cuáles eran las cosas que deseaba más y haber adquirido gradualmente muchas de ellas. En parte es debido a haberme desprendido, felizmente, de ciertos deseos (la adquisición del conocimiento indudable acerca de algo) como esencialmente inasequibles.

Russell perdió a sus dos padres cuando tenía menos de cuatro años y estuvo a cargo de su abuela. Su abuelo fue ministro con la reina Victoria. Su padre fue miembro del parlamento inglés y amigo y discípulo de Stuart Mill. Russell recibió una fabulosa formación intelectual -”liberal”- pero no disfrutó del conocimiento (del mundo en definitiva) hasta que conoció las matemáticas y, a partir de ellas, quiso saber cuáles eran sus fundamentos (el fondo de ese paraíso que olía a orden, a belleza, a eternidad, a algo distinto que lo que se presentaba como “realidad”). Estudió en el Trinity College y empezó a relacionarse con hombres cuya inteligencia vibraba en la misma frecuencia que la suya. Su tesis doctoral versó sobre Leibniz. Fue profesor de Wittegenstein. Y también de Mao en Pekín. Escribió obras fundamentales de la lógica y de la matemática del siglo XX (Los principios de las matemáticas; Principia Mathematica, este último en colaboración con Whitehead). Y entre sus múltiples publicaciones creo que merece destacarse -por ser deliciosamente erudita y divertida- The History of Western Philosophy.

Se caso cuatro veces, recibió el Premio Nobel, estuvo en la cárcel por su pacifismo, fue Lord… fue un hombre excepcional, divertido. Vivió casi toda su vida enamorado del amor humano -sobre todo del femenino- y creyó en las posibilidades de la vida humana.

Ideas fundamentales

1.- La metafísica del atomismo lógico. Russell, tras escapar del idealismo de Bradley, creyó (o necesitó creer) que la realidad era objetiva -independiente, en su ser, de si es o no percibida por el ser humano-; y que estaba compuesta, esa realidad verdadera, por elementos últimos e indivisibles (atomismo lógico). El ser humano percibiría esa realidad -el mundo- mediante la experiencia. Y la experiencia -según Russell- debería ser ordenada de la misma forma como se ordenan las matemáticas, las cuales, a su vez, siendo paradisíacas, curiosamente requerirían fundamentación (deberían ser “lógicas”). Así, Russell luchará por matematizar todo conocimiento humano (llevarlo en definitiva a ese orden celestial que a él le salvo la vida, casi literalmente). Respecto de la fundamentación lógica de las matemáticas, Russell tuvo que luchar contra terribles paradojas: parecía como si la diosa Lógica (esa omnipotencia incuestionable) no reconociera del todo -no sostuviera del todo- eso que se presenta como mundo: como si le hubiera abandonado en algunos de sus puntos estructurales.

2.- Hechos y proposiciones. Una proposición es la unión de un sujeto y un predicado. Se dice algo de algo. Russell concibió lo real como compuesto por hechos atómicos (sin partes), los cuales podían ser nombrados por proposiciones también atómicas. Con las proposiciones atómicas (Sócrates es humano) cabría componer proposiciones moleculares (Sócrates fue humano y yo lo sé). Según Russell, en la realidad del mundo no hay hechos moleculares, sino simples (atómicos). Esos hechos se presentan ante la experiencia como datos sensibles y como estados mentales. Pero los hechos son en sí siempre, no dependen de la percepción, ni de la ideología, etc.

3.- La ciencia. Sólo esta forma de mirar al mundo -según Russell- proporcionaría un acceso a la verdad. El conocimiento sería la incorporación de datos verificables (los que reconoce la ciencia) a una matemática debidamente fundamentada en la Lógica (yo creo que esta palabra en Russell debe ir con mayúscula). Russell llegará a decir que, entre las clases más cultivadas, sólo el científico es feliz. Quizás porque se asoma a la objetividad, a lo otro, a lo que no es su ego hipertrofiado (caso de los artistas, según Russell). En mi opinión, la mirada de la ciencia, al ser algorítmica (al predeterminar su objeto, al llevar una teoría dentro) funciona como censura. Censura útil para ciertas necesidades no problematizadas como tales. Russell sólo aceptará como real -como “hecho”- lo que pueda bailar -y respirar- con su diosa -su salvadora de la adolescencia: la “Lógica”, la “Lógica matemática”. Y así, poco a poco, se podrá ir dibujando el corazón del mundo como un lugar de belleza, de armonía, de paz. Para todos esos seres excepcionales que son los seres humanos.

4.- La religión. En 1956 Paul Edwards publicó una antología de diversos ensayos de Russell bajo el título “Why I am not a Christian”. Todos ellos se ocupaban de temas teológicos y religiosos. En el prefacio que redactó Russell se pueden leer estas afirmaciones:

En los últimos años ha habido el rumor de que me he hecho menos contrario a la ortodoxia religiosa de lo que fui antes. Este rumor es completamente infundado. Pienso que las grandes religiones del mundo -budismo, hinduísmo, cristianismo, Islam y comunismo- son tanto falsas como dañinas.

Pero, como ya señalé al comienzo de este texto, si se observa el modelo de totalidad de Russell con cierto detenimiento lo que aparece es un esquema puramente religioso: hay una divinidad omnipotente (más aún que el Dios de los monoteísmos), un camino para fundirse con esa divinidad (el que marca la salvífica gnoseología de Russell) y una gloria alcanzable en virtud de esa fusión. Una gloria finita, sí, pero quizás por eso más gloriosa todavía. También hay en Russell una fe enorme. Y también un enorme amor hacia el ser humano (tanto que detestará explícitamente el cristiano discurso de la culpabilización, del terrible pecado, del horrible sexo). Russell amará al ser humano más de lo que desde algunas religiones monoteístas parece amar Dios a sus criaturas.

En una entrevista de la BBC (1959) Russell afirmó que el amor es sabio y el odio estúpido. Y que la caridad y la tolerancia son vitales para la continuidad de la vida humana en el planeta.

5.-  La felicidad. Russell creyó que la felicidad humana era posible. Y luchó por ella. Por la suya y por la de los demás (a los que vio en general muy desgraciados). Y todo ello a pesar de que, dentro de su modelo de totalidad, no se aprecian posibilidades de libertad, de maniobra, para esa porción temporal de materia matematizada que sería el ser humano. Creo que Russell ofreció una metafísica para fundamentar una soteriología cuya esencia sería la necesidad de una fusión mística con la Lógica del Ser. El hombre podría fundirse con el fondo omnipotente de lo real (la Lógica matemática) y, ahí, olvidado de su yo egoísta, fluir, bailar el prodigioso baile matemático que somete todo lo real. Se trataría de ser uno con la diosa venerada por el adepto-Russell. Ese sería el camino de la felicidad, de la plenitud -finita- a la que puede aspirar el ser humano. “La conquista de la felicidad”, de Russell, es una preciosa obra que termina así:

El hombre feliz es el que no siente el fracaso de unidad alguna, aquel cuya personalidad no se escinde contra sí mismo ni se alza contra el mundo. El que se siente ciudadano del universo y goza libremente del espectáculo que se le ofrece y de las alegrías que le brinda, impávido ante la muerte, porque no se siente separado de los que vienen en pos de él. En esta unión profunda e instintiva con la corriente de la vida se halla la dicha verdadera (traducción de Julio Huici).

“La corriente de la vida”. ¿Qué es eso? Russell la conceptúa, y la siente, lógica, más lógica incluso que las no tan lógicas matemáticas con las que él quiso ordenar nuestra experiencia de lo real. Estaríamos ante una propuesta mística, de fusión, con una divinidad no problematizada. Un salto a ciegas dentro de un sol que Russell sintió salvífico en el horror de su infancia y de su adolescencia.

Su encuentro con las bailarinas lógicas (Pendiente de completar)

Lógos ([Véase].

Religión [Véase].

Dios [Véase].

Hecho [Véase].

Matemáticas [Véase].

En el vídeo que ofrezco a continuación se puede escuchar al propio Russell hablando sobre la experiencia religiosa que supuso para él su encuentro con las diosas matemáticas:

Bertrand Russell en la BBC 1959

Bertrand Russell no fue cristiano -ni comunista- porque estaba convencido de que esos credos -entre otros- eran muy perniciosos para el ser humano (un fin en sí mismo, una delicadísima y vulnerabilísima porción de la -ferozmente mecánica- materia del universo). Amó tanto al ser humano que lo puso por delante de su propia salvación “eterna”.

Creo que Russell llevó hasta sus últimas consecuencias el mensaje fundamental de Cristo: “Ama al prójimo como a ti mismo”.

David López

Sotosalbos, 13 de agosto de 2012.

Filósofos míticos del mítico siglo XX: Claude Levì-Strauss.

 

 

Levì-Strauss. Un mito del siglo XX.

Mitos. Cuentos. Explicaciones míticas que hace el ser humano de sí mismo, y de sus sociedades, y de lo que le envuelve (¿naturaleza? ¿universo? ¿qué mito elegimos?). Levì-Strauss se fascinó con los mitos: le subyugó su belleza, y sobre todo su posible orden intrínseco (que le permitiría explicar incluso sus leyes de transformación). Se podría decir que este pensador quiso analizar las coreografías de mis bailarinas lógicas [Véase] porque intuyó en esas coreografías el mismo orden prodigioso, la misma perfección natural, biofísica, que la que él imaginó, tumbado en un prado, en plena segunda guerra mundial, mientras contemplaba un diente de león (esa esfera que agrupa semillas aladas con forma de neuronas estilizadas, geométricas, casi inmateriales… y que soplamos pidiendo deseos). Yo lo hago, desde luego.

En esta sección de mi blog estoy estudiando a varios filósofos del siglo XX desde la presuposición de que estamos ante mitos (simples narraciones). Todos ellos se presentan como cuentos. Cuentos dentro de cuentos. ‘Simples’ frases a las que se les otorga un nivel mayor o menor de veracidad (como ocurre, por otra parte, con cualquier mito). De hecho, lo que yo voy a hacer aquí es combinar símbolos y ofrecer un producto narrativo que quiere no ser ficticio. Ningún mito quiere ser ficticio. Y quizás cabría clasificarlos no por su nivel de verdad, sino por su nivel de veracidad: por el sentimiento de verdad que está teniendo lugar en el emisor del mito concreto (emisor o conservador del mismo). Tengo la sensación de que todas las cosmologías (todas, la de Hawking incluida) son mitos: narraciones en las que el lenguaje, como sistema, quiere hacer suyo aquello de lo que él mismo brota: su matriz innombrable. El fondo envolvente de todos los mundos.

Y, como afirmé con ocasión de la bailarina lógica “Lenguaje” [Véase], no sabemos qué es el lenguaje en sí, fuera del mito, de la narración que hace sobre sí mismo. Estamos en la teología de la diosa Vak: misterio absoluto. Fuerza absoluta. O casi.

Levì-Strauss se suele ubicar como fundador del estructuralismo y, en cierto sentido (contra Sartre), como enemigo del humanismo. Pero el conjunto de su obra nos lleva a una imagen fabulosa (y por cierto humanísima, porque brota del propio Levì-Strauss, si es que aceptamos que este pensador fue humano y que tuvo algún tipo de individualidad). Esa imagen —que yo siento como fabulosa—surge en nuestra mente si nos permitimos pensar que no solo lo que, desde ciertos mitos, llamamos “naturaleza” estaría ordenado desde unos niveles de perfección inaprensibles por el ser humano, sino que incluso la propia cultura estaría tomada, musicalizada, por ese orden prodigioso. Y es más: hasta los mitos (los cuentos que usan las civilizaciones para expicarse a sí mismas y lo que las rodea) estarían sometidos a leyes, leyes que a su vez habría que incardinar en las leyes de la naturaleza. Cabría decir quizás, desde el ‘último Levì-Strauss’, que el pensamiento y el sentimiento humanos solo son los que permite que sean la gran estructura donde ocurre todo.

Hay quien ha visto aquí un sujeto transcendental kantiano, pero muy alejado de todo antropocentrismo: el ser humano, en el fondo, sería una estructura que abarcaría mucho más que lo humano. Algo perfectamente ordenado: orden infinito (pero ya no “humano”).

Así, quizás, cuando soplamos un diente de león, y pedimos un deseo, ese pedir, y ese sentir, estarían perfectamente vertebrados con el diente de león (“metonímicamente relacionados”, habría que decir desde Levì-Strauss). Todo siendo lo mismo, bailando la misma música prodigiosa. Todo debiendo ser objeto de una nueva ciencia unificada (que superaría la antropología y las ciencias de la naturaleza… y también el dualismo cultura-natura). Algo así parece que intuyó finalmente Levì-Strauss, cuyas últimas obras ofrecen una borrosa frontera entre la naturaleza y la cultura.

Algo sobre su vida

Bruselas 1908-París 2009.

Origen judío. Su padre era pintor de retratos.

Durante la primera guerra mundial vivió con su abuelo, que era un rabino de la sinagoga de Versalles.

Estudió Derecho y Filosofía en la Sorbone. Siguió con la Filosofía. Dijo en 1972 que le movió el gusto por las ideas, la diversidad de sus intereses y, también, el hecho de que era una carrera fácil.

Interesado por la política, se acercó al marxismo. Leyó a Marx y a Engels. Claude Levì-Strauss habla de una gran influencia.

También leyó con pasión a Freud. Fue una auténtica revelación intelectual: sobre todo la visión freudiana de que bajo el caos aparente del psiquismo humano  puede haber un orden oculto.

Orden. Estructura.

Paul Nizan le habló de la etnología, como una posible salida a sus estudios de Filosofía.

Desde 1935 hasta 1938 fue profesor de sociología en la universidad de Sao Paulo, en Brasil (como miembro de una misión cultural francesa). Desde allí, junto a su mujer (Dina Dreyfus), hizo viajes de investigación en los que conoció a los Boroboro (una tribu indígena en la que Levì- Strauss encontró una complicada y sutilísima civilización). Posteriormente estudiaría a los Navikwara: una tribu no prehistórica (según Levì-Strauss todas las tribus tendrían historia) que podría considerarse la forma mínima de cultura (el mínimo para poder hablar de sociedad).

1939. Se alista voluntariamente en el servicio militar. Empieza la segunda guerra mundial. En la frontera entre Bélgica y Luxemburgo Levì-Strauss tiene, por así decirlo, una revelación estructuralista (aunque todavía no conoce esta palabra). Motivo: un diente de león en un prado. Su perfección estructural. Imposible que algo así fuera fruto del azar.

Al ser judio, y tras la constitución del filo-nazi régimen de Vichy en Francia, Levì-Strauss huye hacia América. Es un viaje complejo que empieza en Marsella. Le acompañan otros intelectuales acosados. Llega a Nueva York. Gracias a la fundación Rockefeller puede profesar en la New School of Social Research. Le piden que modifique su nombre en lo posible para evitar las risas de los alumnos (que enseguida lo relacionarían con la marca de pantalones vaqueros). En la New School of Social Research conoce a Jakobson. Es un encuentro decisivo. Levì-Strauss querrá llevar el método del estructuralismo lingüístico a la antropología.

Junto a Jacques Maritain y otros fundó la Escuela libre de estudios superiores en Nueva York.

En 1948 es nombrado subdirector del Musée de L´Homme en París. Viaja a Pakistán.

Poco después es nombrado director de la École practique des hautes études, en la que permanece hasta 1974 como responsable del programa de ciencias de religiones comparadas.

1955. Tristes trópicos. Se trata de un libro de viajes y de poesía y de ciencia y de Filosofía, todo mezclado, creando un texto que tuvo un enorme éxito. Hay quien ha hablado de Tristes trópicos como una de las más grandes obras literarias del siglo XX. Dijo Levì-Strauss que lo había escrito a partir, simplemente, de lo que se le pasaba por la cabeza. Pero habría que decirle, a Levì-Strauss, que según el estructuralismo que él abanderaba, esa cabeza carecía de sujeto: sus pensamientos eran de la estructura en la que quedaba diluido -y vertebrado- ese yo aparente. ¿Aparente para qué-quien?

1958. Antropología estructural. En esta obra Levì-Strauss explica su intento de llevar la lingüística estructural de Jakobson a la antropología.

1962. El pensamiento salvaje. El título se refiere a la flor que lleva ese nombre. El pensamiento, como flor, y nuestro pensar humano, serían igualmente salvajes, estructurales, no subjetivos, libres, conscientes: no humanos en definitiva.

1964-1971. Publica sucesivamente los cuatro tomos su gran obra Mitológicas. Son obras de arte antropológico que se apoyan en la música.

1972. 27 de julio. Concede una larga entrevista para ARTE France (Archives du XXe siècle; Unitè de programme Actualités Culturelles). [Puede verse aquí].

1973. Miembro de la Real Academia Francesa. Recibe el premio Erasmus.

Levì-Strauss sigue escribiendo y publicando obras hasta casi su muerte.

No tuvo Levì-Strauss una opinión positiva de su siglo, ni del ‘avance’ de la tecnología. De hecho afirmó que una cultura en la que las cartas tardaran más tiempo en llegar sería una cultura más equilibrada. Y que el exceso de comunicación impedía aprovechar la fecundación propia que se deriva de toda comunicación. Habló incluso de cierta sordera fecunda: momentos de no comunicación. Lo dijo en 1972, aterrado por el ruido del Tsunami comunicativo que se avecinaba, sin él poderlo ver todavía: teléfonos móviles, Internet, Twitter, Face-book, etc… Hipercomunicación que quizás él consideraría yerma (no fecunda, por exceso de velocidad, por falta de sosiego reflexivo).

Habló de cierta sordera para crear. Crear, sí. Quizás es lo que fue Levì-Strauss: un creador, no un investigador… aunque me temo que todo investigador que descubre algo nuevo lo crea, y lo crea a partir del tejido fantástico que recibe de otros creadores: tejido que esquematiza la barbaridad, el prodigio, la inmensidad, que nos envuelve y nos constituye.

Murió en París. Sus últimos días los vivió paseando por el bosque. Le enterraron en un cementerio junto a ese bosque. Metonimia: todo dentro de la misma secuencia, del mismo sistema: un cementerio sería tan “bosque” como el musgo o como un diente de león.

Algunas de sus ideas

– Estructualismo: todo es orden subyacente en el aparente caos de los fenómenos. Ningún elemento de la estructura tiene sentido por sí, sino por sus relaciones con el resto. Todo es sintaxis, vínculo. No hay elementos que tengan sentido en sí mismos (ni siquiera la propia estructura lo tiene). En las relaciones de parentesco, el individuo es lo que resulta de la trama de vínculos que configuran su familia “cercana” y “lejana”: piezas cuya razón es la estructura. Ellas solas son impensables, inexpresables.

-Estructura. Modelos. Orden. Panmatematización objetivista. Me viene a la cabeza Spinoza. Jacobi -contra Goethe y otros- le acusó de ateo: Dios no puede estar confinado -no puede ser– un orden: un maravilloso universo matematizado. El panteísmo sería ateísta, creo, si no acepta libertad y magia ubicuas (meta-orden absoluto).En cualquier caso, si todo es estructura, ¿dónde está la creatividad, la magia…? Cabe pensar en inteligencias capaces de crear estructuras: orden en el caos (en un caos infinitamente fértil). Y capaces de intervenir en esas estructuras sin estar sometidos a ellas (algo así sería el Dios de los monoteísmos). En cualquier caso Levì-Strauss, frente a Sartre, habría destacado el fondo inconsciente, estructural -inhumano podríamos decir- de los (regladísimos) comportamientos humanos. El problema está en que todos los estructuralistas, con cierta ingenuidad, habría convertido sus modelos (sus hipótesis) en realidades absolutas, las habrían ontologizado, quedando prisioneros de sus propios mitos.

– El fin del hombre. La desaparición del sujeto. Si se quiere estudiar científicamente al hombre hay que disolverlo. Son ideas fundamentales del estructuralismo. Se plantea un problema de “estructura metafísica”: ¿Quién habla? ¿Dónde se autoubica Levì-Strauss en su propio modelo de totalidad (su modelo metafísico)?  ¿Qué/”quién” se equivoca cuando se cree tener una subjetividad consciente, libre, creadora, rectora (junto con otras) de la Historia? ¿Se equivoca una pieza de la estructura? ¿Cómo puede haber error dentro de la perfección estructural? ¿Para qué habla Levì-Strauss? ¿A “qué”/”quién” habla?

– Antropología estructural. Levì-Strauss quiso llevar el estructuralismo lingüístico de Jakobson a la antropología. La revolución copernicana, en su opinión, habría tenido lugar, a principios de siglo, con la obra de Saussure (Cours de linguistique générale). La lengua como sistema de relación entre símbolos (como sintaxis): ningún elemento de la lengua tiene valor en sí mismo, sino por el vínculo que mantiene con los demás dentro de un sistema. Es el fin de la concepción sustancialista que otorga valor en sí mismo a cada uno de los elementos del lenguaje. La distinción de Saussure entre lengua y habla  será aprovechado por Levì-Strausss para contemplar las sociedades como el que contempla un lenguaje: la sintaxis subyacente en las sociedades se manifestaría en cada uno de los comportamientos sociales de sus miembros.  Y toda la Humanidad compartiría, según Levì-Strauss, una misma mentalidad: unas formas invariables y ahistóricas a partir de las cuales se despliegan las relaciones de parentesco, los modos de cocinar, de vestirse, de intercambiar bienes y hasta de narrar mitos. Esas formas invariables serían descriptibles con la objetividad que Levì-Strauss cree que tiene la ciencia. Así, se podrían ofrecer modelos antropológicos fijos y reglas que determinen las variaciones posibles en esos modelos.

– Los mitos. A Levì-Strauss le fascinaban, por su belleza, por su posible orden interno, y porque podrían dar sentido a la pregunta sobre lo bello en sí. Serían productos “culturales”. No “naturales”. Pero sometidos a leyes inmutables, como lo está la propia naturaleza (al menos la naturaleza que mira el científico del siglo XX). Esos cuentos aparentemente arbitrarios se repiten por varias culturas y explican, entre otras cosas, el origen del mundo, de las cosas del mundo, del fuego, de “los hombres” (que serían otro mito)… El objetivo sería encontrar sus elementos básicos (mythemes): piezas esenciales que se mantienen invariables en diferentes mitos. Levì-Strauss creyó haber encontrado en los mitos estructuras fijas y reglas -fijas por tanto- de transformación: los Boroboro habrían transformado el mito sobre el origen del fuego de cocina en mito sobre el origen de la lluvia y de la tempestad. Y lo habrían hecho según leyes de transformación que Levì-Srauss consideró inmutables. Levì-Strauss no se planteó el cómo de la creación por el hombre de los mitos, sino que consideró que eran los propios mitos los que se pensaban en el hombre. No sabemos quién narra, no sabemos qué es un narrador más allá de lo que el mito desde el que narra el narrador dice de ese mismo narrador. La diosa Vak es poderosísima. [Véase aquí la presentación de mi diccionario filosófico]. En cualquier caso, Levì-Strauss quiso otorgar una dimensión filosófica a los mitos, a esas narraciones aparentemente fantásticas y arbitrarias en las que vibran “las sociedades humanas”: esos sueños colectivos.

– El humanismo. Oposición a un humanismo renacentista exacerbado que ubicaría al hombre por encima del resto de la naturaleza y que lo llevaría a extinguir sin piedad especies y, también, civilizaciones distintas de la occidental-humanista. El humanismo sería, paradójicamente, inmoral. Por otra parte, sería un método ineficaz para conocer al hombre (el cual, como elemento, que estaría dentro de estructuras muy profundas, no detectables a través de la mera introspección que caracterizaría, según Levì-Strauss, el pensar de algunos filósofos). Polémica con Sartre. Disolución del subjetivismo. ¿Desde dónde? ¿Desde dónde habla el estructuralismo? ¿Hay varias estructuras? ¿Hay una sola? ¿Habla siempre Ella -la “estructura”- a través del pensador que se autoconsidera estructuralista? ¿Nos deslizamos -en los textos de Levì-Strauss- hacia ese Ser heideggeriano que habla y piensa, él solo, en todo pensar y hablar de los seres humanos (los Dasein)?

– Cultura y naturaleza. Levì-Strauss, al menos hasta mediados de los años setenta, creyó en estas dos regiones, digamos, “del mundo” (o del Ser si se quiere). La naturaleza estaría regida por leyes (universales, inapelables podríamos decir). La cultura estaría estructurada en normas, las cuales, en principio, parecerían no universales. Y no inapelables. Pero si para Levì-Strauss la mente es un producto material -naturaleza-, también lo son sus productos. Por eso quiso estudiar los mitos (productos culturales) como si fueran flores, flores mutantes, mutantes según leyes fijas que él quiso descubrir, como si fuera un botánico de cuentos. Y, mientras mantuvo la dicotomía naturaleza-cultura, Levì-Strauss afirmó que la mujer estaba más cerca de la primera (de la naturaleza), y que el paso a la segunda -al menos en las tribus americanas- se convierte en un problema de educación de las hijas.

En el pensamiento de Levì-Strauss el ser humano es rescatado de su aislamiento ontológico (de exilio de la naturaleza) y es devuelto al interior de una gigantesca flor: un diente de león podría ser, ese mismo que, con su perfección estructural, subyugó al joven antropólogo en un prado de la frontera entre Luxemburgo y Bélgica.

Dijo Levì-Strauss que al principio del mundo el hombre no existía; y que tampoco estirará al final.

Regreso a la flor absoluta.

David López

 

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“Filósofos míticos del mítico siglo XX”: Karl Popper

 


karl-popper

 

Karl Popper está entre los filósofos fascinados (excitados) por el espectáculo de lo que parece ser un progresivo desocultamiento de la verdad (un espectáculo muy erótico por cierto… la Diosa Verdad se desnuda muy lentamente, pero nunca del todo… y si lo hiciera, si se desnudara, según Popper tampoco podríamos saberlo). No sé si Popper concibió que pudiera verse ese prodigioso cuerpo completamente desnudo -me refiero a la  Verdad- pero sí hizo todo lo que pudo para ofrecer un método de acercamiento a ella… La diosa “Verdad”. ¿Cómo imaginarla siquiera? ¿Alguien se atreve?

Un nombre que vibra en la narración clásica de la Filosofía occidental es el de Parménides, el hiper-mítico “filósofo” presocrático. En el prefacio a su antología de ensayos sobre la ilustración presocrática (27 de febrero de 1993-un año antes de su muerte), Popper afirmó que con Parménides había aprendido “a mirar a Selene (la luna) y a Helios (el sol) con nuevos ojos; ojos iluminados por su poesía”. Y dijo que Parménides abrió sus ojos a “la belleza poética de la Tierra y los cielos estrellados”.

Popper fue un cosmólogo y un cosmófilo: un enamorado de un mundo poético capaz de ofrecer vivencias contundentes a pesar de su incapacidad de mostrarse como verdad final. A Popper le fascinaban las ideas y las teorías (las palabras, las poesías en definitiva) y creyó en la existencia de la Verdad -con mayúscula.

Un concepto fundamental en Popper (y en toda la epistemología del siglo XX) es el de “teoría”. No está claro qué es eso de “teoría” y, de hecho, cada una de las distintas corrientes epistemológicas ofrece su particular definición de ese concepto para ellas fundamental. “Teoría”, según la segunda definición que ofrece la Real Academia Española, puede significar lo siguiente: “Serie de leyes que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos”.

Y Popper ofreció una muy relevante teoría sobre las teorías: el falsacionismo (Falsifikationismus): toda teoría, para que sea científica, debe poder someterse a los hechos, debe ser falsable. No podemos saber nunca si una teoría es verdadera, pero sí podemos descartarla como falsa. Lo paradójico es que esta teoría de Popper no es falsable. No es científica por lo tanto. Quizás esto no preocuparía demasiado al propio Popper, pues este filósofo fue capaz de ver que la ciencia -la ciencia moderna- se apoya en una fe: en un sistema de creencias no verificables empíricamente: la creencia en que hay un cosmos ordenado, la creencia en que el mundo está ahí, objetivo, fuera de nosotros, la creencia en que existe la causalidad…

En cualquier caso Popper parece que creyó -o quiso creer, desde la fe- que vivimos bajo un cielo platónico: bajo una estructura ordenada y potencialmente cognoscible, al menos de forma parcial, e incluso expresable mediante teorías (esa mezcla entre tejidos matemáticos y tejidos de lenguaje común). Creyó también Popper que la ciencia avanza y que ese avance va ofreciendo porciones de la Verdad. ¿Y qué esperamos de la Verdad, de esa descomunal Verdad que sería el punto de llegada del método popperiano? ¿Qué haríamos con ella? Saquemos una vez más las alas de nuestra imaginación: ¿de qué seríamos capaces si supiéramos todos los secretos del universo, si tuviéramos todo el poder que esos secretos nos ofrecerían? ¿Para qué tanto poder?

¿Fabricaríamos mundos? ¿Nos meteríamos en ellos a jugar juegos diseñados por nosotros mismos? ¿Confeccionaríamos sueños artificiales para vivir en ellos todo lo que deseáramos? ¿Cómo desear algo desde la Omnipotencia implícita en la posesión de la Verdad absoluta?

Popper me desconcierta en muchas ocasiones. La verdad es que aún no le he leído lo suficiente. No termino de ver su mirada. Sí parece estar claro que es un realista metafísico y epistemológico (cree en la existencia de un mundo objetivo teorizable)… cree que lo que hay tiene forma y se presenta objetivamente ante subjetividades que pueden conocer esa forma (aunque de forma conjetural, nunca con certeza plena).

Sospecho que las teorías, si son eficaces con sus hechizos, crean mundos: no son acercamientos a la verdad, sino configuraciones poéticas de la mente de un mago prodigioso que coincide con nuestro verdadero yo. Quizás Popper vería en estas afirmaciones una suerte de charlatanería con reminiscencias romántico-alemanas. Pero la visión de la ciencia como actividad basada en una fe (en un “auto-hechizo” en definitiva) me empujan a vislumbrar esos abismos mágicos en el fondo de la metafísica popperiana. Más adelante trataré de configurar una epistemología teológica a partir de ciertas intuiciones hindúes.

Con ocasión de Popper considero que pueden mostrarse dos distintos tipos de metafísicas: 1.- las metafísicas legaliformes (las que vertebran el Ser en leyes fijas, accesibles o no al ser humano); y 2.- Las metafísicas no legaliformes, que soportan pensar lo que hay como algo libre, creador, omnipotente, mágico en definitiva: capaz de segregar desde dentro de su nada mágica infinitas formas de orden, todas provisionales, todas aparentemente inamovibles cuando están activadas.

Popper fue un racionalista, “un racionalista crítico”. Pero leerle produce una fabulosa sensación de inmensidad, sobre todo cuando se opone al historicismo y al holismo. Según Popper la ciencia se enfrenta a una descomunal inmensidad: sólo puede ofrecer teorías sobre aspectos minúsculos de esa inmensidad, nunca sobre la totalidad. Lo que hay, según uno va pensando con Popper, se expansiona hasta convertir nuestra mente en una pura ventana, cuyo sentido sería tan solo dejar que pasara la brisa del infinito (una ventana de una casa donde cobijarse con otros seres humanos, donde poder compartir esa brisa, teorizarla, disfrutarla, sabiendo que jamás podrá ser apresada en un sistema).

Algo sobre su vida

Viena 1902/Londres 1994. Origen judío. Estudió Física, Matemáticas y Filosofía en Viena. Se acercó al marxismo, pero enseguida se volvió muy crítico con las derivadas violentas, dogmáticas y totalitarias de este credo. Colaboró en la clínica de terapia infantil de Adler. En 1928 se doctoró en Filosofía con una tesis titulada Sobre la cuestión del método de la psicología del pensamiento. Más tarde consigue la cátedra de Matemáticas y Física para educación secundaria. En 1934 se publica su obra capital: Die Logik der Forschung (Traducida en España como La lógica del descubrimiento científico). Se le vinculó con el Círculo de Viena. Es cierto que el contacto con este grupo de metafísicos que creyeron ser antimetafísicos aportó mucho a Popper, pero también lo es que Popper fue algo así como el adversario oficial de dicho grupo. El hecho de ser judío le obligó a emigrar a Nueva Zelanda con parte de su familia (otra parte, dieciséis en concreto, fueron asesinados por los nazis). Popper ejerció la docencia en el Canterbury University College de Christchurch. Allí escribió una obra de gran relevancia política: The Open Society and its Enemies [La sociedad abierta y sus enemigos]. En 1946, recién acabada la segunda guerra mundial, Popper recibe una oferta de la London School of Economics. Miembro de la Royal Society, nombrado Sir, miembro también de la Mont Pelerin Society… En la London School of Economics,  debido a la vehemencia con la que exponía sus puntos de vista, Popper se ganó el mote de “liberal totalitario”. Sus cenizas están en un cementerio de Viena, junto a las de su esposa.

Desde la epistemología popperiana no cabría encerrar eso que sean “las cenizas de un cuerpo humano” en ninguna teoría ya petrificada como “verdadera”. Las “cenizas” -y las “muertes”- podrían estar ubicadas en realidades inimaginables para cualquier teórico humano.

Ofrezco un vídeo a continuación donde cabe contemplar la parte de Popper que nos permiten ver las teorías a partir de las cuales miramos -recortamos, configuramos- el infinito de lo real. Es una entrevista que realizó Ernst Gombrich en 1988:

Entrevista a Popper por Ernst Grombrich

Hay otra entrevista que merece ser contemplada. Incluso si no se conoce el idioma alemán. El baile de la cara de Popper es muy interesante:

Entrevista a Popper. Podemos saber si está o no está lloviendo.

En la entrevista anterior Popper afirma que hay afirmaciones correctas y afirmaciones falsas. Podemos decir si está o no lloviendo. Pero se trata de afirmaciones sobre temas triviales, no sobre las complejidades a las que se asoma la ciencia. Ahí no cabe verificación. Wittgenstein [Véase] llegó a negar la posibilidad de disfrutar incluso de esa certeza de la certeza de que esté o no lloviendo.

Algunas de sus ideas

– Cosmología. Popper es un cosmófilo y trabaja para que la humanidad se acerque, con sus teorías, a una cosmología. En su obra La lógica de la investigación científica afirma Popper que el problema filosófico de entender el mundo (la cosmología) interesa  a todos los hombres que reflexionan; y dice también Popper: “tanto la filosofía como la ciencia perderían interés para mí si abandonaran tal empresa”. Hay cosmos, cree Popper: y cabe conocerlo. Y para ello marca una especie de camino casi imposible pero prodigioso hacia un milagro, digamos, semántico: que alguien diga el Ser, que diga como es, cómo se comporta, y que lo haga con frases humanas. Popper, ante la pregunta de dónde demonios estamos, creo que respondería: estamos en un cosmos, en algo ordenado según está ordenada la razón humana. Y ese algo existe objetivamente: no es interior, no es un producto imaginativo de una conciencia.

– Verdad. Existe. Con mayúscula. Y cabe acercarse a ella. Cabe casi palparla con las llemas de los dedos de las teorías humanas. En su obra Conjeturas y refutaciones dice Popper algo muy interesante: las teorías, aunque sean refutadas, aspiran a describir algo real. Ponerlas a prueba permite comprobar que hay una realidad con la que entran en conflicto. “Nuestras refutaciones, por tanto, nos muestran, por así decirlo, los puntos en los que hemos tocado la realidad”. Me pregunto si esa “realidad absoluta” a la que parece estarse refiriendo Popper nos sería algo así como una incineradora de ideas, de cosmologías: un horno de legaliformidades que nacen y mueren ahí mismo: una “llama de amor viva” (por utilizar la potente imagen de San Juan de la Cruz), capaz, a su vez, de sacar de ella infinitos modelos de verdad a través de eso que, desde determinado cosmos, parecen ser “seres humanos” creando, imaginando, hipótesis validas sobre lo real (en realidad poesías, según mi visión).

Falsifikationismus (Falsacionismo). Es quizás la propuesta fundamental de Popper. Y se trataría de una propuesta puramente metodológica: un camino hacia algo. Para Popper el esfuerzo filosófico fundamental debe estar enfocado hacia la obtención de teorías que se acerquen lo más posible a la verdad. El falsacionismo serviría para distinguir las teorías científicas (la relatividad de Einstein) de las que no lo son (psicoanálisis). Y para que una teoría sea científica debe presentarse de forma que pueda ser refutada por los hechos, aunque esa teoría no sea capaz luego de explicar demasiado. Habría teorías científicas mejores y peores, pero para ser científica una teoría, según Popper, debe ser falsable con los hechos. No obstante, que una teoría no sea científica -que sea puramente especulativa, o metafísica- no convierte, según Popper, a esa teoría en algo carente de significación. De hecho, habría muchas teorías científicas que tendrían su origen en teorías metafísicas (como la teoría corpuscular de Demócrito). El falsacionismo, según Popper (pero no según Lakatos) nos permite descartar teorías, pero no nos permite afirmar la veracidad de ninguna teoría: no podemos comprobar todas las consecuencias de una teoría, ni podemos considerar las infinitas teorías alternativas que podrían desmentir la que creemos válida. Popper nos asoma al abismo de la inmensidad de lo que hay. Nos arroja al océano de la infinita ignorancia. En cualquier caso, tengo la sensación de que el falsacionismo es una teoría no falsable: una teoría no científica que serviría para guiar esa búsqueda en la que está involucrada la Ciencia. ¿Qué busca? ¿Qué quiere?

– Contra la inducción. La inducción fue considerada por la ciencia moderna (Bacon, Galileo, Newton) como un método eficacísimo para descubrir las leyes del universo. Popper, despertando gracias a Hume del sueño dogmático, ve con claridad que una repetición de hechos, por muy larga que sea, no permite afirmar -dogmáticamente- una ley general que ordene esa repetición. Por muchas miles de veces que veamos cisnes blancos, no podemos afirmar que todos los cisnes son blancos. La ciencia, desde la concepción de Popper, avanzaría hacia la Verdad, pero nunca podría disfrutarla. ¿O sí? ¿Cómo sería ese disfrute? Vuelvo a las preguntas y a las propuestas que compartí al comienzo de este texto.

– Contra la Cambridge-Oxford Philosophy. Popper afirmó que había que dejar de preocuparse por las palabras y sus significados, para centrarse en lo que para él era crucial: las teorías criticables, los razonamientos y su validez. No creyó Popper, como creo yo, que el lenguaje podría ser considerado una especie de protofísica: es dentro del lenguaje siempre donde trabaja el físico. El físico siempre trabaja en un sistema de universales [Véase]: no opera en lo que hay, sino en lo que un lenguaje determinado establece como lo que hay.

– Siempre se observa desde una teoría. No habría hechos puros. Popper propuso un experimento a sus lectores: “Observen, aquí y ahora”. Popper sabía que el lector se sentiría incómodo, deseoso de preguntar: “¿qué tengo que observar?”. Siempre se mira desde un presupuesto, desde una pregunta. Los experimentos de la ciencia buscan la solución de problemas teóricos, problemas que a su vez son considerados como relevantes para una determinada sociedad. Toda investigación intenta mejorar o corregir teorías anteriores. No parte de una mirada limpia. ¿Qué se vería si se mirara lo que hay desde un silencio teórico radical? ¿Qué cosas nos estarán rodeando sin que las podamos ver por carecer precisamente de una teoría que las destaque?

– La teorías. La imaginación. Popper afirmó que el origen de las teorías científicas puede ser de cualquier tipo. Pero que la clave estaría en la creatividad. Y en la imaginación. En mi opinión cabría exigirle a las teorías físicas actuales que expliquen su propio origen dentro de la materia: ¿cómo ocurre, físicamente, la génesis de las propias teorías de la Física?

– Determinismo/Libertad. En su obra The open universe. An argument for indeterminism (Routledge, New York, 1982), afirma Popper que no es determinista; y que quiere dejar un hueco en la física teórica y en la cosmología para el indeterminismo: el pasado, el presente y el futuro no estarían ya inmovilizados en una especie de película cinematográfica (p. 5). Y dice Popper estar profundamente interesado en la defensa de la libertad humana y de la creatividad humana (aunque, como es habitual en este pensador, se niega a entrar en cuestiones semánticas del tipo “¿qué entendemos por libertad o creatividad?”). Yo creo no obstante que esas cuestiones son decisivas. Y no termino de ver cómo es la libertad humana dentro del modelo de totalidad de Popper. Tampoco veo cómo se puede afirmar esa libertad si no contamos con una teoría probada sobre qué somos y dónde estamos y qué pasa en realidad cuando parece que pasa algo. En cualquier caso parece que Popper se niega a aceptar un futuro coexistente con el pasado; y, al referirse al determinismo religioso (Dios, creador, omnipotente y omnisciente, conoce ya el futuro) arguye que si efectivamente Dios conoce ya el futuro, entonces ese futuro está ya fijado, es inalterable, incluso para Dios (lo cual eliminaría su omnipotencia). Me vienen ahora a la memoria -a la conciencia- fenómenos que quizás sean comunes para todos los seres humanos (o para muchos, espero). Hay situaciones en las que nos vemos ante una encrucijada causal: sabemos que cabe hacer algo que puede provocar una concatenación de sucesos. Y los vemos, como una película entera. Somos algo así como omniscientes: el futuro nos es mostrado, pero decidimos no activarlo: no “crearlo” con nuestra decisión. Cabría por tanto se omnisciente de un futuro, omnipotente y, a la vez eliminar ese futuro. Soy consciente de la liviandad de mi argumento, pero creo que es oportuno traerlo aquí.

– Relojes y nubes. En la citada obra The open universe, ofrece Popper fuertes argumentos contra la teoría de que habría realidades sujetas a determinismo “científico” y otras libres del mismo. Popper utilizar las comillas para explicitar que la ciencia -la buena ciencia- no debe ser determinista. Y señala que el comportamiento de las nubes sería tan predecible como el de los relojes si nuestro conocimiento de las primeras fuera tan preciso como el de los segundos. Pero también dice que en realidad no conocemos en profundidad la situación inicial de ningún reloj, lo cual nos impide hacer predicciones sobre su comportamiento: no podemos saber exactamente lo que está influyendo  a nivel subatómico en sus manillas, etc…. Podemos predecir, según Popper, pero eso no nos permite admitir el determinismo “científico”: “El crecimiento continuo de nuestros poderes de predicción no constituyen ninguna razón válida para afirmar que el determinismo “científico” es válido” (p. 14). Popper fuerza mucho los cimientos de su propio método… problematiza aparentes obviedades, pero siempre dentro de un modelo de totalidad invariable: existencia del mundo objetivo, el cual estaría vertebrado en una Verdad que podría llegar a ser teorizada.

– Su fascinación por Parménides. Su debate con los presocráticos. Como ya indiqué al comienzo de este texto, disponemos de una antología de los ensayos que Popper dedicó a los pensadores presocráticos. Para estas notas estoy utilizando la edición española: El mundo de Parménides. Ensayos sobre la ilustración presocrática (traducción de Carlos Solís), Paidos, Barcelona, 1999. En el prefacio a dicha obra quizás esté todo Popper (una confesión final poco antes de su fallecimiento). Repito lo que escribí algunos párrafos más arriba: Popper afirmó que con Parménides había aprendido “a mirar a Selene (la luna) y a Helios (el sol) con nuevos ojos; ojos iluminados por su poesía”. Y dijo que Parménides abrió sus ojos a “la belleza poética de la Tierra y los cielos estrellados”. Poesía otra vez. Vak (la diosa védica de la palabra otra vez haciendo ostentación de su poder). Escribe Popper en el ensayo  siete de esta antología enamorada: “Las ideas, los productos y contenidos del pensamiento, ejercen una influencia casi omnipotente sobre las mentes humanas, así como la dirección que puede tomar la ulterior evolución de las mismas” (p. 195). Creo que es cierto. Pensemos en Kant, mirando fascinado un cielo estrellado, hiper-real, pero que en realidad era una poetización -una idea- de Newton. Sigamos con la antología. El ensayo número siete tiene un epígrafe que lleva por título “El conocimiento sin fundamentos”. Creo que aquí encontramos una especie de holografía de todo el pensamiento popperiano. Voy a reproducir íntegramente su primer párrafo:

“Lo que denomino la actitud racionalista crítica va un tanto más allá de la actitud de apreciar las ideas y su discusión crítica. El racionalismo crítico es consciente (cosa que no le ocurría a Parménides) de que nunca puede probar sus teorías, aunque en el mejor de los casos pueda refutar algunas de las de sus competidores. Así, el racionalista crítico nunca trata de establecer una teoría teoría acerca del mundo, pues no cree en las “fundamentaciones”. Con todo puede creer -como hago yo mismo- que si producimos muchas ideas en competición y las criticamos seriamente, con suerte puede que nos acerquemos a la verdad. Este es el método de conjeturas y refutaciones, es el método de correr muchos riesgos  produciendo muchas hipótesis (competidoras), es el método de cometer muchos errores y de tratar de corregir o eliminar algunos de esos errores mediante una discusión crítica de las hipótesis que compiten. Creo que este es el método de las ciencias naturales, incluida la cosmología, y pienso que también se puede aplicar a los problemas filosóficos. Sin embargo, en una época creí que la aritmética era diferente y que podía tener “fundamentos”.  Por lo que atañe a la aritmética, quien fuera mi colega, Imre Lakatos, me convirtió a la creencia contraria cuatro o cinco años de que escribiera la primera versión de su ensayo. A él le debo mi punto de vista actual de que no sólo las ciencias naturales (y, por supuesto, la filosofía), sino también la aritmética, carece de fundamentos. Con todo, ello no nos impide intentar siempre, como sugería Hilbert, “establecer lo fundamentos a un nivel más profundo, a la manera en que es preciso hacerlo con un edificio cuando aumentamos su altura”, siempre y cuando por “fundamentos” entendamos algo que no garantice la seguridad del edificio y que pueda cambiar de manera revolucionaria, como puede ocurrir en las ciencias naturales”. No obstante lo que acabamos de leer, tengo la sensación de que Popper rechaza la existencia de fundamentos para la ciencia -como camino hacia la Verdad- pero no que esa Verdad está perfectamente fundamentada. Tendré que pensar más sobre esto.

– El anti-historicismo. Popper, en su obra The Poverty of Historicism (1961), criticó duramente las concepciones historicistas; esto es: la creencia en que la Historia avanza en virtud de unas leyes -existentes en sí- que, además, el ser humano puede descubrir, lo cual le permitiría hacer predicciones. Popper consideró que esta creencia -esta superstición-tendría sus orígenes en Hegel y en Marx, ambos falsos profetas (y un deshonesto charlatán el primero). La Historia, según Popper, no tendría ley alguna. El futuro estaría siempre abierto. ¿Y por qué no dejó el cielo también abierto? ¿Por qué no escribió Popper una obra titulada “El ser abierto y sus enemigos”?

– El anti-holismo. En mi opinión aquí Popper estuvo inmenso. Los holistas serían aquellos que creerían que lo que hay puede ser completamente conocido; e, incluso, transformado gracias a ese conocimiento. Hay quien dice “cuando ya comprendes…” Para Popper no podemos conocer ni siquiera porciones minúsculas de la realidad. Las teorías de que disponemos solo se ocupan de parcialidades, y son además falsables hasta el infinito (nunca dispondremos de todos los hechos, ni de todas las teorías posibles). El holismo además, según Popper, puede empujar a un totalitarismo en política. Yo creo que hay totalitarismo peores que los de la política: me refiero a los totalitarismos del alma, de la mente: las robotizaciones, mineralizaciones, de la nada mágica que constituye nuestro verdadero ser.

– Agnosticsimo. Popper apenas se pronunció sobre el tema “Dios” o “religión”. Sí se distanció expresamente de las religiones clásicas (cristianismo, judaísmo) y del arrogante ateísmo. Veo el agnoscitismo de Popper como una mística del silencio. Vínculo sereno con el misterio infinito. Quizás Popper vibró ahí. Entusiásticamente.

– “La sociedad abierta y sus enemigos”. Una obra crucial del siglo XX. Popper se presenta como un pensador comprometido con el proyecto humano. Cree que un intelectual puede aportar ideas útiles para su sociedad. Y él cree en la libertad: toda sociedad debe propiciar las condiciones óptimas para el despliegue de la libertad humana; y también para que sea posible evolucionar (cambiar) sin derramamiento de sangre. Todo ello dentro de un templo colectivo llamado “razón”: cabe razonar, desde la libertad, y evolucionar, aprovechando los recursos que va ofreciendo la investigación científica a partir de teorías que, si bien nunca sabemos si son verdaderas del todo, sí son útiles para lo que la sociedad humana va necesitando en cada momento. Popper no obstante sí legitimó la violencia, siempre que su objetivo fuera crear un estado de cosas en virtud del cual fueran posibles las reformas sin violencia. Popper fue un gran enemigo de los totalitarismos en política. Por eso fue tan crítico con el marxismo, aunque vio en esta religión algunos presupuestos muy válidos. Sería Platón, según Popper, el gran impulsor de los totalitarismos. En mi opinión el totalitarismo de Platón alcanzaría el mismo cielo. No creería Popper, como sí lo hizo Kepler, que las estellas son Jesucristo: pura magia que nos ama. No veo a Popper dispuesto a luchar por una liberación -una desteorización radical- del cielo. Al trasluz de las frases de Popper se atisba un cielo descomunal, fascinante por su complejidad (más fascinante incluso de lo que parece ser el propio Dios desde algunas teologías), pero no libre.

Algunas ideas mías

– Todas las teorías de ese credo autodenominado “Ciencia moderna” son metafísicas: ofrecen modelos de lo invisible (de todo en realidad, porque no vemos nada). Y toda metafísica se presenta ante la tribu (ante la sociedad) como un preparado lingüístico: son poesías [Véase “Poesía“]. Pero poesías capaces de crear un mundo entero en la conciencia, mundos habitables, pero temblorosos siempre. Las teorías/poesías que va suministrando la Ciencia son Verbo en el sentido que esta palabra tiene en el famoso arranque del Evangelio de San Juan: “Al comienzo fue el Verbo”.

– Toda teoría científica inscribe un cielo, no lo describe. Me fascina imaginar cuántos cielos físicos están todavía por ser descritos/inscritos.

– Desde cierta teología hindú cabría ensayar una epistemología. Me refiero a la trinidad Brahma-Vishnú-Shiva. Se trata de tres lados de un mismo triángulo prodigioso. Brahma es el creador de los mundos (imaginemos a Newton creando la mecánica clásica o a Einstein creando la teoría de la relatividad). Vishnú es el custodio de los mundos (imaginemos a todos los profesores de Física, a los filósofos paradigmáticos, a los buenos ciudadanos que sienten ese mundo creado y lo protegen con vehemencia). Shiva es el destructor de los mundos (toda teoría del mundo, todo paradigma, todo cielo platónico, termina por ser destruido: pensemos en Copérnico dinamitando el universo geocéntrico y produciendo estupor horrorizado a poetas como John Donne). Lo prodigioso es que esas tres divinidades hindúes son en realidad una, que opera así, como un artista que estuviera creando, custodiando y destruyendo universos de arena en las infinitas playas de su propia mente.

– Hay leyes más poderosas que las de la Física. Me refiero a las de la Ética y a las de la Lúdica. El conocimiento de las leyes de la Física permiten crear una bomba capaz de desintegrar una ciudad entera con todos sus habitantes. Pero esa bomba es incapaz de modificar la estructura misma del universo donde ella ha explotado. Eso que sea el ser humano, sin embargo, en virtud de un gesto ético puede modificar radicalmente la textura de la materia en la que vive: la simple transmutación del rencor por amor tiene efectos genésicos: trans-físicos. Sugiero leer las últimas frases de la obra capital de Schopenhauer (El mundo como voluntad y representación). Creo que una bomba no altera el orden de los cielos. Pero la Ética sí, porque la Ética es, en realidad, una poderosísima Alquimia: cambia mundos enteros.

¿Y la Lúdica? ¿Qué es eso? Me remito a la palabra “Lila” de mi diccionario filosófico [Veáse]. Creo que estamos en un juego sagrado, y que tiene leyes: se da lo que se recibe, el infierno se configura con el egoísmo, la ilusión fabrica realidades, el respeto/amor sacraliza lo resptado/amado y lo transforma que un surtidor de luz que afluye a nuestro propio cosmos artificial y lo transmuta en paraíso… Las leyes de la Lúdica.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: “Bergson”.

 

 

Henri Bergson ¿pensó? que la inteligencia -aun siendo un fruto de la vida- se opone a la vida, porque pretende cortarla, medirla, mutilarla, falsearla en definitiva. Y se propuso entender lo que se presenta en la conciencia, sin reducir ese “presentarse” a los hechos que proporciona el método científico (cegado por la inteligencia); y sin reducir la conciencia a los confines del cerebro. Dijo Bergson que “en una conciencia humana existen infinitamente más cosas que en el cerebro correspondiente”.

Infinitamente más…

Bueno, creo que es obvio que eso de “cerebro” es uno de los contenidos de nuestra conciencia. Podemos “pensar”, y “visualizar”, el cerebro [Sugiero la lectura de “Cerebro” en mi diccionario filosófico].

Lo que a Henri Bergson se le presentaba en la conciencia (o que, según él, constituía la conciencia misma) era la duración: el tiempo: esa sensación de estar constantemente inundado por las incesantes olas del pasado, y de estar caminando hacia un futuro que, según este gran filósofo francés, es completamente imprevisible… porque estaríamos inmersos en un impulso vital (élan vital) creativo y libre, no sometido a ningún mecanismo (a ninguna estructura fija de causa y efecto). En verdad estaríamos inmersos en una “evolución creadora” que nada tendría que ver con el determinismo de Darwin ni con el de Herbert Spencer. Nada se movería en realidad ni por una causa eficiente ni por una causa final. Lo que mueve la vida  sería pura creatividad, y pura libertad (ambas -creatividad y libertad- en realidad siendo lo mismo).

Ese élan vital sería captable con la intuición humana, no con la inteligencia humana (la cual aspiraría en realidad a salir, a transcender su cegador utilitarismo). Y cabría vincularse parcialmente a él -a ese élan– por medio de la Mística. Eso sería la Mística. El místico sería aquél ser humano que, en virtud de su propia experiencia, proporcionaría la evidencia de la existencia de Dios (porque esa existencia se habría convertido en un hecho de su propia conciencia, un hecho privilegiado, una especie de visión indubitable… y en un vínculo inefable).

Dios mismo, según Bergson, podría llegar a ser identificado con un esfuerzo: un esfuerzo creador (libre por tanto) cuya manifestación sería la propia vida. Me parece bellísimo identificar a Dios con un esfuerzo creativo.

Fruto de ese esfuerzo sería el propio ser humano que, según los textos de Bergson, podría llegar a una especie de divinización: algo así como a una plena identificación con el flujo creador que es la sangre de lo real y que le convertiría -al ser humano- en una especie de Dios, creado y creador a la vez. Creador incluso de moralidades y de religiones. Me viene a la cabeza la metafísica del arte en el romanticismo alemán y, también, cómo no, algunos momentos de una de mis obras preferidas de Nietzsche: El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música.

En cualquier caso, Bergson es otro gran enamorado de la vida (de este espectáculo creado y creador; e inefable). Un gran enamorado de Maya como lo fue Nietzsche o como lo fue Russell [Véase]. Los tres capaces de perfilar el universal -“vida”- con frases prodigiosas: con Poesías de belleza extrema.

Henri Bergson la perdió -eso de “la vida”- por una pulmonía derivada del frío que pasó haciendo una cola en París. Era una cola de judíos que debían inscribirse en un registro especial por orden del Gobierno de Vichy. A Bergson -demasiado famoso, demasiado prestigioso y demasiado enfermo- se le había dispensado de semejante trámite. Y él mismo, desde hacía tiempo, había tenido la intención de convertirse al catolicismo. Pero afirmó que no era ese el momento de cambiar de credo. Y se dejó la vida -al menos la vida “espacializada”, “mecánica”, “exterior”- en un espectacular ritual de ética, de solidaridad, de fuerza.

El propio Bergson afirmó alguna vez que el élan vital tiene tanta fuerza que se puede saltar la muerte misma (la finitud de una de sus creaciones). No es descartable que este gran filósofo siga vivo. En realidad no es descartable que todo lo que parece que “fue” siga viviendo eternamente (aunque no está muy claro qué sea eso de “vivir”).

El océano del pasado puede que siga mandando sus olas a los infinitos “presentes” que nos esperan (o que le espera a “Eso” que Bergson denominó “El Espíritu”) y cuya obra maestra sería -es de suponer que “por el momento”- el ser humano.

 

Algo sobre su vida

Nació en Paris en 1859. Un mes antes de que se publicara “Sobre la evolución de las especies” de Darwin. Él aportará más tarde una obra que puede ser considerada como un gran análisis filosófico de las hipótesis de Darwin (no olvidemos que la ley de la evolución es una “hipótesis”… hay que tener cuidado aquí). Su padre era judío, de origen polaco. Y músico. Su madre era también judía, pero inglesa. Pronto se trasladaron a Inglaterra. Henri Bergson fue educado en inglés y en francés. Regresaron a Paris cuando el futuro filósofo tenía nueve años.

A los dieciocho años ganó un premio por resolver un problema matemático. Pero no quiso seguir por el camino de eso que llaman “Ciencias”, sino que se dirigió hacia eso que llaman “Humanidades” (como si las matemáticas no fueran “humanas”) Vaya lío… Y tuvo la suerte de estudiar en la prestigiosa École Normale Superiore. Allí leyó y sintió a Herbert Spencer.

Accedió Bergson a la cátedra de Filosofía Moderna del College de France. Fue miembro de la Real Academia Francesa. Presidió la “Comisión de Colaboración Intelectual” de la Liga de las Naciones (institución antecesora de la UNESCO en la que también estaban Einstein y los Curie).

En 1908 conoció a William James [Véase aquí]. Se hicieron muy amigos. James estaba fascinado con la obra de Bergson. La influencia de este gran pensador francés en el pragmatismo americano parece que fue enorme.

Como en su día hiciera William James, Bergson aceptó impartir conferencias dentro de las Gifford Lectures. La guerra del catorce lo impidió. La guerra: esa diosa heraclitiana que mete su arado a fondo en el pecho de los hombres y de sus sociedades.

Se casó Bergson con una mujer llamada Louise Neuberger y tuvo una hija -Jeanne- que nació sorda (que no pudo escuchar la magia verbal, musical, que, según los testimonios de que disponemos, era capaz de irradiar aquel poeta de la Filosofía). Vivió Bergson con su mujer y su hija, los tres juntos, en una casa modesta de Paris, como profesor de Filosofía entregado a sus obras (una maravilla de vida, en mi opinión). Allí supo que le habían concedido el Premio Nobel de Literatura por su obra más conocida: “La evolución creadora”. Henri Bergson no pudo acudir a Estocolmo debido a sus fuertes dolores reumáticos: unos dolores que le dejaron medio cuerpo paralizado.

Murió por un exceso de frío y de grandeza. Murió en un Paris ocupado por los nazis, los cuales, creo, desde el propio modelo de totalidad de Bergson, podrían ser visualizados como un fruto de la creatividad vital que se habría condensado demasiado, que se habría agarrotado, que habría perdido creatividad. Porque el nazismo, como la inteligencia cuando está muerta, quiso esquematizar, mutilar, simplificar, ordenar en exceso, ese gran fruto del élan vital que sería “la humanidad” [Véase “Humanidad” en mi diccionario filosófico].

Se podría decir que Bergson murió rodeado por un exceso de “materia”, según este concepto fue desarrollado en su filosofía.

En cumplimiento de la voluntad de Bergson, fue un sacerdote católico el que ofició en su funeral: un poeta católico segregó el lenguaje que Bergson quiso que se oyera en ese momento crítico del élan vital que sería la “muerte”.

Bergson dejó muy vivas -y muy vivificantes- cuatro obras fundamentales:

“Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia”. 1889.

“Materia y memoria”. 1896.

“La evolución creadora”. 1907.

“Las dos fuentes de la moral y de la religión”. 1932.

 

Algunas de sus ideas

– La Filosofía. Bergson parece que la hizo equivaler a la Metafísica. Estaríamos ante una actividad que debe dirigirse a lo datos inmediatos de la conciencia y, desde dentro, ensayar una expresión de lo que ahí se presenta, más allá de los esquematismo de la inteligencia. Este es el sentido del título de su primera obra fundamental (Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia). Pero la Metafísica solo sería practicable si se transciende la inteligencia, la cual sería una facultad humana imprescindible para vivir en la vida, pero insuficiente para visualizar el corazón, la palpitante esencia, de la propia vida. Podríamos decir, desde Bergson, que la inteligencia permitiría vivir, pero no ver: no ver lo que es, lo que pasa de verdad. Inteligencia. Como vimos al comienzo de este texto, Bergson pensó la inteligencia humana como enemiga de la vida. ¿Por qué? Porque funcionaría exclusivamente con esquematizaciones de lo real (del flujo de la vida): se aproximaría a ese flujo con conceptos (lo cual sería un falseamiento de la verdadera realidad). Todo -en la inteligencia- sería distancia y abstracción, clasificación, distinción… todo con fines prácticos (imprescindibles, pero insuficientes). La realidad, en definitiva, no sería divisible ni esquematizable. La Filosofía (la Metafísica), que aspiraría a ver de verdad lo que se presenta en la conciencia, tendría que transcender la inteligencia (desde la inteligencia) y practicar la “intuición”, que sería algo así como instinto (animal) consciente: una cercanía animal -no abstractiva ni conceptual- al flujo de la vida, pero con conciencia (algo de lo que, según Bergson, carecen los animales). La intuición sería el órgano fundamental que activaría el metafísico (y que abriría la Metafísica como ciencia). Sólo la inteligencia sufriría las paradojas de Zenón de Elea (tortuga, flecha, etc.). Porque ese tiempo matematizado no sería el que en realidad percibe la conciencia. Y como en Filosofía se trataría de vislumbrar el todo de la conciencia (lo que de verdad ahí ocurre) habría que silenciar la inteligencia para dejar paso a una especie de instinto puramente animal pero vibrante de conciencia. Eso sería la Filosofía. Y eso, según Bergson, elevaría al ser humano por encima de sí mismo.

– El tiempo. Dijo Bergson que aquí “nos esperaba una sorpresa” y que los positivistas no eran consecuentes porque no eran fieles a los hechos. El tiempo real, según Bergson, entendido como el tiempo tal y como es experimentado (como se presenta en la conciencia), no coincide con el tiempo de la mecánica (del mecanicismo de las ciencias naturales, que es fruto de la inteligencia utilitaria). En el tiempo de verdad los instantes no se yuxtaponen (no están unos junto a los otros), no se “espacializan” como parece indicar la esfera de un reloj. En realidad se trata de un flujo no divisible, y de piezas que no son separables entre sí porque estarían imbricadas unas en otras, como “por dentro”, de forma inefable, inaccesible a los conceptos con los que funciona la inteligencia. Habría -en el tiempo real- instantes que podrían prolongarse en la conciencia para siempre, y otros, de la misma duración -mecánica, o “física”- que desaparecerían para siempre. Los instantes del tiempo de la conciencia (que sería el tiempo real) estarían interpenetrados, siempre vivos: nuestro pasado nos estaría siguiendo, como parte del presente, fecundando el presente. Los momentos de la conciencia no serían medibles, no cabría identificarlos como unidades homogéneas, y menos sistematizables tal como lo haría la matemática y la mecánica. La ciencia -que presupone ese tiempo homogéneo, divisible, ordenable, espacializable- sería útil, pero no veraz: comprimiría y falsearía lo que de verdad, empíricamente, se presenta ante la conciencia humana… Podríamos decir, desde Bergson, que el positivismo del método científico no sería realmente “positivista”; pero que no cabría la vida humana sin ese fruto del élan vital que es propiamente la “inteligencia” (un fruto que aspiraría a sublimarse en intuición filosófica).

Así poetiza Bergson eso del “tiempo” en su Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia (Conclusiones):

“¿Qué es la duración dentro de nosotros? Una multiplicidad cualitativa, sin parecido con el número; un desarrollo orgánico que sin embargo no es una cantidad creciente; una heterogeneidad pura en virtud de la cual no hay cualidades distintas. En resumen, los momentos de la duración interna no son exteriores entre sí”.

“Así, en la conciencia, encontramos estados que se suceden sin distinguirse; y, en el espacio, simultaneidad que, sin sucederse, se distinguen”.

“El error de Kant ha sido considerar el tiempo como un medio homogéneo. Él no pareció haberse dado cuenta de que la duración real se compone de momentos interiores los unos a los otros, y que cuando adopta la forma de un todo homogéneo es cuando se expresa en el espacio […] olvidando que un medio donde los hechos se yuxtaponen, y se distinguen unos de otros, es necesariamente el espacio y no el tiempo”.

Yo realmente no veo tampoco la homogeneidad del espacio. Ni su propia existencia o protoexistencia. Como no la veo del tiempo. No sé en realidad qué es eso del espacio y del tiempo, más allá de su propios conceptos.

– La libertad. En el prólogo a su primera obra fundamental –Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia– Bergson afirma que el problema del que se va a ocupar es común a la Psicología y a la Metafísica: el dichoso problema de la libertad. Su conclusión es la siguiente:

“El problema de la libertad ha nacido por tanto de un malentendido: ha sido para los modernos lo que fueron, para los antiguos, los sofismas de la escuela de Elea, y como esos mismos sofismas, tiene su origen en la ilusión por la que se confunde sucesión y simultaneidad, duración y extensión, cualidad y cantidad”.

En cualquier caso, Bergson hizo equivaler la libertad a la creatividad, y quiso nombrar con estas dos palabras el fondo mismo que opera en lo real (lo cual, a mi juicio, significaría, desde la escolástica medieval, meter a Dios mismo -pura aseidad- en el fondo mismo de lo que se despliega en la conciencia humana).

– Evolución creadora. Bergson (tras una exhaustiva puesta al día en la Biología de su época) ofreció un importante análisis filosófico de las dos teorías (o grupos de teorías) evolucionistas básicas: 1.- Darwin (todo cambio en la evolución de las especies tendría, como causa eficiente, un azarosa mutación que propiciaría la supervivencia); y 2.- Teorías teleológicas (todo tiende a un fin ya predeterminado). Para Bergson todas estas hipótesis explicativas del cambio adolecerían del mismo defecto: el mecanismo, el determinismo: la falta de libertad y de creatividad ubicuas. Contra Descartes, propuso Bergson una espiritualización del universo (reacción que encontramos ya en Leibniz; e idea que sintió como real el propio Moore [Véase]). La vida biológica estaría abierta a la novedad, a lo imprevisible: estaríamos dentro de un flujo vital del que cabría esperar lo inimaginable porque no estaría sometido ni al poder de una causa eficiente ni al poder de una causa final. Habría, por tanto, un “esfuerzo” (de “Dios”, o siendo “Dios mismo”) del que surgirían formas incesantes e imprevisibles. Eso sería la evolución creadora. Una idea que dio título al más conocido de los libros de Bergson. Un auténtico bestseller (con una media de dos ediciones al año durante diez años) que propició -¿como causa eficiente? ¿por pura libertad creativa del “espíritu”- que Bergson recibiera el premio Nobel de Literatura. Bergson -desde el antropocentrismo de Darwin y de otros- pensó que esa evolución creadora había realizado una especie de camino ascendente -desde la materia inerte, pasando por las distintas especies vegetales y animales- hasta el hombre, que es donde habría nacido la conciencia. Bergson no problematizó este modelo. Yo sí. Me es inevitable. Un borrador de mis ideas a este respecto están en el artículo “Inteligencia” de mi diccionario filosófico. Es importante tener presente que Bergson quiso construir su sistema filosófico sin dejar fuera las aportaciones de la Ciencia de su época.

– Sociedad/Moral. Ya casi final de su vida (1932) -y ya muy apaleado por sus dolores artríticos- Bergson escribió una obra titulada “Las dos fuentes de la moral y de la religión”. En ella sostuvo que la moralidad tenía dos fuentes. Una sería la presión del propio grupo humano que querría mantenerse consolidado (como un grupo animal), inmune al cambio. Ahí el individuo haría suyos los ideales del grupo, los proclamaría y coadyuvaría a su solidificación y perpetuación. Sería la “sociedad cerrada”. Habría otra fuente de moralidad: la creatividad de algunos de los individuos de la sociedad cerrada. Aquí cabría quizás recordar el “tiempo axial” de Jaspers [Véase aquí]. Bergson consideró que la innovación moral tenía como contenido concreto el amor a todos los hombres. Es una idea hermosa pero contraria, en mi opinión, al concepto mismo de “innovación” o “apertura moral”. Cabría considerar nuevas moralidades no basadas en el amor a todos los hombres (que funcionarían como anti-sistémicas dentro de una sociedad “cerrada” en torno al ideal de amor hacia todos los hombres.

– Religión/Mística.  Bergson consideró que la Mística sería una religión “dinámica” (liberada de mitos y fábulas, no protegida frente a la fuerza del pensamiento filosófico) La religión “dinámica” sería una religión “intelectual”; esto es: capaz de someterse al derribo de los dogmas. La religión propuesta por Bergson se basaría, entera, en una simple toma de contacto con ese esfuerzo de creación permanente e inagotable que se manifiesta en la vida (algo similar encontramos en Russell [Véase aquí]). Ese esfuerzo, como vimos antes, sería para Bergson de Dios… o, incluso, Dios mismo.

 

Lo que me hace sentir Bergson

Bergson ejerce una presión -elegantísima- sobre mi mirada. Me obliga a estar atento, muy atento, a lo que de verdad ocurre en esa caja mágica que llamamos conciencia (haciéndola mucho más grande que eso que llamamos “cerebro”). Esa caja será básicamente “duración”. Un pasado ilimitado se inclina y fecunda -y aplasta casi- a un presente que se siente caminando hacia lo que todavía no es. Y en ese flujo de formas y sentimientos evanescentes se estaría desplegando una fabulosa creatividad. Un esfuerzo. La conciencia humana sería una galería de Arte para el Gran Artista (cuyo nombre creo que, para Bergson, sería “Dios”).

Creo que cabría decir, desde Bergson, que el buen filósofo sería aquel que, sublimando la inteligencia, puede contemplar en su plenitud la gran obra de arte que está ocurriendo en su conciencia “humana”. Y el místico sería aquel que ha visto, que ha sentido, y que ya se ha identificado (en virtud de un amor/identidad extremos) con El Gran Artista.

El artista quizás -el verdadero artista-, visto desde el modelo de totalidad de Bergson, sería un momento en el que el élan vital se mostraría en estado puro: un ser humano dispuesto a configurar lo inimaginable, lo imprevisible; pero siempre al servicio de “la vida”.

Digamos al servicio de lo que, para mí, es un sacro espectáculo para un sacro espectador.

Lo último. Bergson -amigo-: impresionante lo que hiciste en aquella cola de judíos.

 

 

David López

Madrid, a 21 de noviembre de 2011

 

Filósofos míticos del mítico siglo XX: William James

 

William James. Creo que fue un psicólogo-filósofo muy generoso: legitimó gnoseológicamente cualquier experiencia humana. Luchó contra la censura en el mirar (y en el “ocurrir”). Y miró también hacia algo grande con lo que cabría establecer un vínculo -una privilegiada conexión que nos llenaría de energía-. Estamos ante la experiencia religiosa. ¿Qué es eso?

William James se estudia dentro de una corriente de pensamiento que se denominó a sí misma -por ocurrencia de Peirce- “pragmatismo”. Esta corriente midió los niveles de verdad de las ideas por su capacidad motriz: por su eficacia a la hora de enlazar hechos de modo satisfactorio, por su fuerza… A Unamuno se le suele relacionar con esta corriente. Él dijo eso de que “creer es crear”. Algo similar afirmó Paracelso.

Cabe preguntarse si esa “experiencia religiosa” que tanto interesó al médico-psicólogo-filósofo William James sería el resultado de la activación de una idea en la conciencia (de una idea poderosísima, eficacísima, la más eficaz entre las ideas) o si, por el contrario, sería algo que ocurriría solo bajo un cielo despejado (una conciencia provisionalmente despejada de ideas). ¿Podemos decir, a partir del pragmatismo que profesa William James, que la idea de Dios es la mejor para el ser humano? ¿Se puede insertar artificialmente… con frases, aunque se trate de frases provenientes de lo que ya no es mundo?

Me viene a la memoria un apunte secreto de Wittgenstein, tomado en el frente de batalla: “Hoy, durante un ataque de artillería por sorpresa, vuelvo a ir con los exploradores. Dios es lo único que el ser humano necesita.” Dios… La “idea” de Dios. Después de presentar al hombre “William James”, y antes de mostrar algunas de sus propuestas fundamentales, haré un breve repaso del tratamiento que Kant hizo de las ideas en su “Crítica de la razón pura”.

Algunas notas sobre su persona y su vida

1842 (Nueva York)-1910 (New Hampshire). Su padre es un excéntrico acomodado, muy vinculado a la teología del sueco Swedenborg (tan criticado en su tiempo por Kant). Su hermano llegará a ser uno de los más famosos escritores del siglo XX (Henry James). Un ambiente familiar repleto de estímulos intelectuales, de elitismo y de excentricidad. William James padece graves depresiones en su juventud. Se plantea incluso el suicido durante largos períodos de tiempo. Estudia en USA y en Alemania. Desarrolla una larga y prestigiosa carrera en Harvard: estudia medicina, fisiología y psicología. Allí será luego un reputado profesor en varias disciplinas: fisiología, anatomía, psicología y Filosofía.

En su obra “Principios de psicología” (1890) saca a la psicología de la Filosofía y la entrega a las ciencias experimentales (coloca la “mente” en un entorno físico, como si fuera una galaxia).

Entre 1901 y 1902 impartió las famosas conferencias Gifford sobre religión natural. A partir de ellas se editó una obra que considero ineludible: “Las variedades de la experiencia religiosa” (En español: edit. Península, Barcelona, 2002, traducción de  J. F. Ybars, Prólogo de José Luis L. Aranguren).

Otra obra en español que puede ser de gran interés: “Pragmatismo: un nuevo nombre para viejas formas de pensar” (Alianza).

Recomiendo finalmente una obra sobre la atmósfera intelectual que respiró William James (una obra merecedora del premio Pulitzer). Es de Luis Menand y lleva por título “The Metaphysical Club” (Farrar, Straus and Giroux, Nueva York, 2001).

Una breve referencia a Kant

Kant luchó contra sí mismo y contra los demás para poner freno a los excesos de la razón (Vernunft), la cual, como facultad humana irrenunciable, iría siempre más allá de lo que ofrece la experiencia sensible (que es la que permite hacer ciencia; conocimiento verificable). La razón sería según Kant la facultad de silogizar: deduce conclusiones (aparentes verdades) a partir de principios que considera indudables. Y esa facultad humanísima (la razón) tendría una estructura, digamos, predeterminada. Estaría “programada” en virtud de las ideas. De tres ideas en concreto: 1.- Idea de alma; 2.- Idea de mundo (o cosmos); 3.- Idea de Dios. Ninguna de estas piezas estructurales pueden demostrarse ni refutarse. Están más allá de la experiencia sensible (que es, insistamos, donde puede hablarse propiamente de “ciencia” o conocimiento verificable) y, además, tanto su afirmación como su negación pueden ser refutadas lógicamente. Pero, aun así, las ideas, esas tres ideas en concreto, son cruciales para el “sistema humano”: lo unifican, estimulan el intelecto (Verstand) y empujan -nos empujan- para que sigamos buscando… en una búsqueda que se dirige hacia el infinito.

Creo que el pragmatismo, como corriente filosófica, considerará modificable esa trinidad ideológica kantiana. Y establecerá un método de medición de la “verdad” de esas piezas estructurales (pero indemostrables). Así, una idea será “mejor” o “más verdad” que otra si proporciona plenitud, posibilidad, certidumbre, equilibrio, al ser humano (o a “la conciencia humana” si se quiere).

Esta breve referencia a Kant creo que nos permite visualizar un lugar decisivo en el sistema humano: su “cielo platónico”: la estructura de imanes metafísicos que van a arrastrar todo su razonar, todo su sentir, y todo su soñar. [Véase “Idea” y “Belleza” en mi diccionario filosófico].

Algunas de las propuestas fundamentales de William James

– Pragmatismo. El nombre lo acuñó Peirce (aunque luego lo quiso cambiar por “pragmaticismo”). William James ayudó mucho a la expansión de este posicionamiento gnoseológico: las ideas son verdad si funcionan como tales: el pragmatismo “aspira a la concreción y a los hechos, a la acción, a la fuerza”. Se busca libertad y posibilidad contra dogmas que puedan ser paralizadores para la condición humana. Estamos ante un método que mira resultados, consecuencias. Se renuncia a profundizar, a la metafísica en definitiva (a la verdad de verdad que buscan y a veces proclaman los dogmáticos). El ser humano necesita ver coherencia entre los hechos de su experiencia; y necesita vivir y avanzar entre ellos. Una buena idea es la que satisface necesidades humanas. Son herramientas, no “verdades” abstractas, no fines en sí mismas.

– Ética. La ciencia aquí no tiene nada que decir. Pero el ser humano se ve en la necesidad de tomar decisiones (William James no abandonó la creencia en la libertad humana, a pesar de arrojar la psique a la Física). Y creyó que hay que elegir aquellos ideales cuya puesta en práctica impida la destrucción de la menor cantidad posible de otros ideales. Y no solo eso: también deberían ser ideales que propicien un universo más rico en posibilidades (que son energía para el individuo). Las sociedades fenecen si los individuos no tienen impulso creativo e innovador. Nietzsche ya dijo que el filósofo debe coadyuvar a los hechizos: hacer lo más fascinante y atractivo posible eso del “vivir”. ¿A qué otra cosa cabe aspirar que no sea vivir en plenitud… aunque sea en mundos que ahora no podemos siquiera imaginar…? ¿Qué es “vivir”? Sugiero la lectura de la palabra [“Sueño”] en mi diccionario filosófico.

– El ”empirismo radical”. En sus Essays in Radical Empiricism (editados y publicados póstumamente por Ralph Barton Perry en 1912) William James hace un intento de legitimar todo tipo de experiencia. Estamos ante la gran generosidad a la que me refería al comienzo de este artículo.  Y estamos ante algo similar a lo que Jaspers consideró propio de la razón filosófica [Véase “Karl Jaspers“]. En definitiva: cabe abrir más los ojos, los de fuera y los de dentro. Y la Filosofía debe enlazar en lo posible lo que se va presentando en esa experiencia sin límites: esa experiencia “radical”. Pero hay que ser muy valientes. O tener mucha fe.

– La experiencia religiosa. James sorprendió al mundo con su desprejuiciado estudio del fenómeno religioso. En sus conferencias Gifford (editadas bajo el título “Las variedades de la experiencia religiosa”) ubicó esa experiencia en una zona íntima, no siempre comunicada, de la que habrían surgido los sistema religiosos. Y dio cuenta también de la dimensión patológica de algunas de esas experiencias; pero no por eso las desestimó como material para su investigación. Para William James esas experiencias -aunque patológicas algunas- tenían un gran valor para el conocimiento profundo de la condición humana. ¿Qué sería la “experiencia religiosa”? ¿Cómo describirla? Así lo hizo Willian James: sensación de existencia de algo más con lo que se establece conexión individual. De esta conexión se derivarían efectos físicos/psicológicos: 1.- Afluencia de energía; 2.- Paz; 3.- Amor: compasión hacia todo (una especie de empatía universal).

– La realidad de lo no visible. William James se ocupó del “sentimiento de presencia”. Se trata de una experiencia individual muy testimoniada. Esa “presencia” (cuando acontece) tiene para el individuo humano más “verdad” que cualquier discurso… y ocurre además rodeada por cualquier discurso es inmune a ellos. El racionalismo contra eso -contra la “verdad” de es experiencia- se convierte en pura palabrería. Pero, ¿presencia de qué? Me remito a la palabra “Dios” en mi diccionario filosófico.

– Estado de gracia/conversión. El individuo humano descubre de pronto en su interior un estado de amor y de humildad, de infinita confianza en Dios. ¿Confianza en “qué” exactamente? Creo que se trataría de confianza en la omnipotencia. Sentirse amado, asistido, por el poder absoluto.

– El todo de lo real. El yo consciente no abarcaría el todo del yo real. ¿Hasta dónde llega? ¿De qué es capaz? “Mientras tanto, las necesidades y experiencias prácticas de la religión me parecen satisfechas por la creencia de que más allá de todo hombre, y de alguna manera, en continuidad con él, existe un poder superior, amigo de él y de sus ideales; todo lo que exigen los hechos es que ese poder sea otro y superior a nuestros yoes conscientes”.

La presencia… Yo la he sentido algunas veces. Y he dado cuenta de esas experiencias en mi diccionario filosófico. Hay personas que me han asegurado que ellos también la ha sentido (“la presencia”), pero que no se habían atrevido nunca a confesarlo. Recuerdo ahora lo sentido por un alumno-amigo en la Antártida.

¿Qué era aquello? No lo sé. Nadie lo sabe. Pero considero que es lo más grandioso que se puede soportar desde la condición humana.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: “Jaspers”

Jaspers: un médico psiquiatra que quiso entrever lo transcendente -lo omniabarcante- en el fondo mismo de la más desgarrada y naufragante subjetividad humana: en eso de la “existencia”, que sería lo otro por completo de cualquier objeto. Y eso “transcendente” y “omniabarcante” se mostraría no en un acto cognoscitivo sino a través de lo que Jaspers llamó “situaciones límite”.

Jaspers fue un médico-psiquiatra-filósofo, como lo quiso ser también Nietzsche (respecto de Occidente entero, enfermado por ideas desvitalizadoras). Y ambos soñaron el advenimiento de una nueva lógica (una nueva forma de pensar y de decir… una nueva poesía colectiva) que sublimara la condición humana. Porque es -yo creo- en poesías donde vivimos. Jaspers creyó que el ser humano estaba determinado, casi preso, en una “situación” fija, inamovible, que como mucho cabía conocer para, desde ahí, vislumbrar lo que transciende todo -y lo que es omniabarcante de todo. Jaspers creyó en un mundo objetivable en virtud de los hechos suministrados por el método científico, aunque sólo compresible y vivificado desde la subjetividad del hombre -concreto, individual, tú, yo-. No consideró Jaspers, creo, la posibilidad de la re-poetización estructural de eso que se presenta como “existencia”.

Yo sí creo en esa posibilidad.

Jaspers pasó buena parte de su vida pensando y enseñando Filosofía -con mayúscula-en una ciudad especial para mí: Heidelberg. Allí se puede recorrer el “Philosophen Weg” (el camino de los filósofos) y quizás hasta sentir lo sentido por tantos seres humanos que se permitieron a sí mismos, sin miedo, sin codicia, sin necesidades previas, eso que llamamos Filosofía: esa “situación límite”, pero límite de verdad; aunque se trataría de un límite glorioso, sublimador por completo de la condición humana… un límite al que hay que acercarse sin ansia de “conocer” (de cerrar, de empequeñecer)… sin ansia de sosiego y de confort mental.

Quizás Heidelberg sea una “situación límite”. La leyenda dice que en esa ciudad mágica o se enamora uno o se pierde el amor que se tenía. A mí me pasó lo segundo.

Creo que Jaspers elevó la dignidad existencial del filosofar humano; y lo hizo además integrando en esa actividad un -a mi juicio ingenuo- esquema del existir humano.

Al ocuparme de la palabra “Sueño” en mi diccionario filosófico [Véase aquí], sugiero una explosión de la palabra “vida”, la cual yo quisiera sustituir por “hiper-vida”. Como veremos, Jaspers traza un esquema de la existencia humana desde una visión no auto-problematizada: hay en su visión del existir una negatividad que apunta a una ineludible y palpitante tragedia -en el mundo- que, eso sí, permitiría asomarse -sin conocimiento posible- a lo que ya no es mundo: a lo transcendente. Veo ecos agustinianas y hasta hindúes: el mundo que se presenta como real es, básicamente, un infierno; pero cabe salir de él: cabe regresar a la Fuente… al Ser… a Dios para los que aceptan este vocablo.

La idea fundamental que intentaré expresar en este brevísimo ensayo sobre Jaspers es la siguiente: el ser humano no está en ninguna “situación” determinada. Para delimitar cualquier situación y cualquier mundo hay que aceptar, acríticamente, un determinado hechizo poético: frases, modelos de lo visible y de lo invisible. Pero, ¿qué vemos? ¿Ve alguien algo que no sea construcción de la Poesía en la que vive? ¿Es cierto que el ser humano se enfrenta a la muerte (la horripilante finitud)? ¿Es cierto que no puede modificar su “situación”? ¿No será que ya estamos, siempre, y somos, siempre, la transcendencia, lo omniabarcante, aquello para lo cual todo mundo, toda existencia, no es más que un juego? [Véase “Lila“]

¿No será que “la transcendencia”, el fondo de toda luz, no solo no es perseguible, o alcanzable, sino que es ineludible…? ¿Cómo no ser el Ser?

Algo sobre su persona y sobre su vida

1883 (Oldenburg)-1969 (Basilea). Su familia pertenecía a una burgesía liberal vinculada a la banca. Jaspers, ya anciano, hablaba de su padre con devoción. Eso es siempre precioso. Admiraba Jaspers de su padre sobre todo su capacidad de enseñar con su propia conducta. También recordaba el anciano filósofo, emocionado, el día en que su padre le llevó hasta el mar: un día en el que la marea estaba muy baja (una “situación límite”, un especial “desocultamiento”). Y aquel niño-filósofo que quiso ver el Todo sintió, de la mano de su amado padre, algo inolvidable: sintió en su carita de niño la brisa de lo transcendente. Y no pudo olvidarlo jamás. El infinito estaba ahí delante, palpitando con un corazón invisible y descomunal, mostrando algas y medusas y sonidos de mundos de profundidad infinita. Recomiendo ver y escuchar a Jaspers hablando del mar en este link (hay subtítulos en español):

Entrevista a Jaspers

Sigamos esquematizando -poetizando, reduciendo- la “vida” de Jaspers. En Oldenburg estudió medicina. Y en Heilderberg trabajó como psiquiatra en el Hospital psiquiátrico. Fue Privat-dozent en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Heidelberg hasta 1937. Los nazis no soportaron su oposición -muy valiente al parecer-.  Jaspers fue grande, en mi opinión. Jaspers recupera su puesto al terminar la segunda guerra mundial: 1945. Muere en Basilea.

Jaspers no sólo merece un lugar de honor en la historia de la Filosofía, sino también en la historia de la Psiquiatría. Su obra Psicopatología general (en dos volúmenes) es un clásico en esta ciencia de la “psique”.

Después de la segunda guerra mundial escribió una obra de “compromiso político”: Die Schuldfrage [El problema de la culpa]. Es una obra desagarrada. Imponente. Creo que debe leerse. En español hay una edición en Paidós (traducción de Román Gutierrez e introducción de Ernesto Garzón Valdés).

Jaspers publicó treinta libros y dejó 35.000 páginas sin publicar. Sugiero, aparte la ya citada, estas obras en español:

La filosofía (trad. José Gaos, Fondo de Cultura Económica, 1953).

– Los grandes filósofos (trad. Pablo Simón, Tecnos, 2002).

Cifras de la transcendencia (trad. Jaime Franco, Alianza Editorial, 1993).

Origen y meta de la historia (trad. Fernando Vela, Alianza Editorial, 1985).

– La filosofía desde el punto de vista de la existencia (Fondo de Cultural Económica, 1981).

Algunas de sus ideas fundamentales

1.- “Situación”. Jaspers forma parte de la filosofía existencialista que habría arrancado con Kierkegaard. Y afirma que el ser humano debe conocer su “situación” (algo así como su lugar en el mapa total del mundo, entendido en sentido muy amplio, más allá de lo que las ciencias delimitan). Y ese conocimiento permitiría tomar conciencia de que nuestra “situación” está caracterizada por la finitud, por la contradicción, por el naufragio. Toda existencia naufraga; y todo pensamiento. Estaríamos, por así decirlo, en un valle de lágrimas ineludible e inamovible. Sólo cabría conocer esa -trágica- “situación”, aceptarla y, desde ella, vislumbrar lo que la trasciende. Las “situaciones límite” serían la mejores ventanas para entrever esa transcendencia, la cual se mostraría, con menos nitidez, en el propio mundo de la existencia, aunque lo haría a través de “cifras” (símbolos susceptibles de ser descifrados).

2.- La Filosofía. Practicada con radicalidad -como metafísica- no ofrecería enunciados con pretensión de veracidad sobre ninguna objetividad. Sería una actividad del ser humano, practicada desde su naufragante existencia, que, curiosamente, no le ofrecería ningún conocimiento, sino que “desbrozaría” los caminos hacia la transcendencia. Jaspers afirmó que “ningún ser sabido es el Ser”. No cabría conocimiento, sino, por así decirlo, la práctica de una metafísica de expansión, de apertura de horizontes hasta el  infinito (que es donde cabría quizás ubicar lo transcendente, el Ser, la posibilidad única de libertad para lo que es existencia). La “verdad” -ya ahí- sería algo muy superior a la exactitud científica. Y a la sistematización metafísica.

3.- La nueva lógica filosófica. Jaspers quiso desarrollar una nueva forma de pensar y de hablar para aproximarse, lo más posible, al borde de ese mar que le enseñó su padre. Jaspers quiso crear una nueva lógica filosófica que, aunque no pudiera conocer nunca nada (de ningún objeto), sí fuera capaz de despejar los caminos que llevan a ese mar de prodigios: lo “transcendente” (que sería quizás lo completamente otro de cualquier objetividad). Esa nueva lógica, según Jaspers, debería ser omnicomprensiva (debería ocuparse de todo lo que se presenta en la conciencia, y de todo el saber que hay en la civilización). También debería resistir la no nivelación (soportar los saltos y los vacíos de la inmensidad por la que se quiere mover). Pero, a la vez, debería rechazar las parcelaciones en el saber. Estaríamos ante una mirada total, dispuesta a contemplar el horizonte en toda su inmensidad, en toda su posibilidad. Una lógica -creo yo- que dejaría espacio libre en lo que vengo llamando “pista de baile de las bailarinas lógicas”. Y creo que ese horizonte “marítimo” no puede ser visto si se quiere conocer -esquematizar en definitiva- cualquier existencia (como me temo que hizo el propio Jaspers, en la línea  sufriente y ácida del existencialismo europeo… que tanto se parece a cierto cristianismo y a cierto hinduismo).

4.- Achsenzeit. Era axial. Se trata de una hipótesis que es comúnmente atribuida a Jaspers (aunque podría haber sido acuñada por Anquetil Duperrón a finales del siglo XVIII). La encontramos en su obra Vom Ursprung und Ziel der Geschichte [Sobre el origen y la meta de la historia). La hipótesis sería la siguiente: entre los siglos VIII y II antes de Cristo se habría producido un fenómeno único y decisivo en varias partes del planeta; pero sin conexión aparente entre esas partes. Se trataría de una era “axial” que delimitaría el advenimiento histórico de un salto cualitativo de gran importancia en la evolución de la Humanidad. El hombre se habría hecho consciente de sí mismo y habría iniciado una actividad reflexiva (filosófica) de la que habrían surgido muchas corrientes de pensamiento (de cuestionamiento de lo dado por las civilizaciones de forma irreflexiva). Esos debates, esos cuestionamientos, habrían mostrado que las concepciones sobre la vida serían modificables. En China aparecerían Confucio y Lao Tse. En India Buda, los sabios de las Upanisads (como Yagnavalka), Mahavira. En Persia Zarathustra. En Grecia los presocráticos. En Oriente Medio los profetas judíos: Elías, Isaías, Jeremías. Todos ellos -en mi opinión- diciendo básicamente: “Así no. Así sí”. Diciéndolo además desde una individualidad humana consciente y crítica con la Poesía de su tribu. Sobre esta hipótesis -que yo he expuesto con poca precisión y con mucho añadido personal- hay al menos dos trabajos que merecen ser leídos. El primero es de José Antonio Antón (un profesor de Filosofía de la Universidad de Sevilla al que tuve el gusto de conocer el año pasado en Arenas de San Pedro, dentro del Círculo de Estudios Espirituales Comparados):

http://symbolos.com/cg5anton1.htm

El segundo ensayo que recomiendo sobre la “Era axial” es de Dieter Metzeler. Puede leerse aquí (en alemán):

http://www2.hu-berlin.de/nilus/net-publications/ibaes10/publikation/metzler_ibaes10.pdf

Sensaciones provisionales sobre Jaspers

Mi sensación ahora con Jaspers es que este filósofo no estuvo dispuesto a diluir la aparente contundencia de ese “mundo” o “existencia” que, tan trágicamente, describen los existencialistas.

Creo que la -salvífica- epojé de Husserl [Véase aquí] tendría la misma eficacia que esas “situaciones límite” a las que tanto valor metafísico atribuyó Jaspers.

En cualquier caso considero que la Filosofía, practicada con la suficiente radicalidad (como creo que Jaspers quiso practicarla) sería la situación más “límite” en la que puede ubicarse el ser humano (pensante). Ahí ya sí se siente de lleno el mar. Desde su orilla. Lo místico sería entrar ahí. Sin miedo. Sabiendo que ese mar somos nosotros donde ya no cabe pluralidad. La meditación sería precisamente un baño en ese mar prodigioso que tanto impresionó al niño Jaspers: un “mar interior”, interior a todo.

Los musgos y los árboles y el río y los muros de Heidelberg tienen también el olor de ese mar transcendente y omniabarcante.

En realidad todo -todo lo que se presenta como mundo- lleva ese olor.  El “olor de Dios” diría quizás Jaspers.

David López

 

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Nueva crítica literaria

 

 

 

José María Ruiz Soroa ante el misterio de la Democracia

 

No existen unos entes reales que se correspondan con lo que llamamos “pueblo”, “soberanía” o demos. Lo dice José María Ruiz Soroa en un libro que lleva por título El esencialismo democrático (Trotta-Fundación Alfonso Martín Escudero, Madrid, 2010).

¿Qué es entonces eso de la “democracia”? ¿No es precisamente la soberanía del pueblo el principio fundamental de la democracia? José María Ruiz Soroa afirma que no: que la democracia es algo mucho más complejo.

En la introducción de esta obra encontramos una extensa presentación de las tesis que se desarrollan en sus siete capítulos, algunos de los cuales ya han sido publicados por el autor de forma independiente. Quizás la tesis fundamental esté expresada en estas frases (p. 21):

La búsqueda y el encuentro de la verdad o la regla última del sistema reduce la complejidad de la sociedad de una manera inadmisible, que desconoce tanto su pluralismo como los efectos de la contingencia y la historia sobre esa sociedad.

Y la inadmisible simplicidad contra la que parece luchar esta obra estaría representada por una corriente de pensamiento que se habría desarrollado en los últimos veinte años. Esta corriente es la que habría quedado designada con la expresión “esencialismo democrático”. ¿En qué creería esa corriente?

Democracia es, para esta corriente de pensamiento, ante todo y sobre todo, el gobierno de los ciudadanos sobre los ciudadanos, o del pueblo sobre el pueblo en términos más clásicos.

Pero ya hemos visto que, según José María Ruiz Soroa, el pueblo no existe. ¿Quién tiene entonces el poder en una democracia? (Si es que llegamos a saber qué es en realidad eso de “democracia”). Esta obra dedica muchas y lúcidas páginas al misterio del poder, de la “soberanía”. ¿A quién corresponde la soberanía? ¿Al pueblo? ¡Pero si el pueblo no existe!

[…] sería necesario que la misma limpieza de ideas metafísicas que efectuó el filósofo prusiano [Kant] con las ideas de razón en su momento, la llevara hoy alguien a cabo, de nuevo, con conceptos como “soberanía”, “pueblo democracia” y similares. Porque, como sucedía con las ideas de razón kantianas, si bien tienen algún buen uso como prudentes y cautelosas “ideas reguladoras”, son ficciones plenamente inútiles si intentamos darles un uso trascendente, si creemos que representan una verdad objetiva, o si nos enredamos en sus derivaciones lógicas.

¿Y qué hay de verdad? ¿Qué no es una simple idea de razón? Este libro, en su base, parece responder que lo que hay es gente. Personas. Y ahí estaría todo lo divino. Una divinidad, por cierto, muy vulnerable, pero que merece la pena cuidar, más que a nada.

Hay un capítulo en esta obra de José María Ruiz Soroa que se ocupa específicamente del misterio –y del peligro- del poder político. Es el sexto. En él leemos lo siguiente:

Cuando la reclamación soberanista se ha convertido en un mantra y un tótem políticos, y así ha sucedido ciertamente en España, se hace necesario revisitar este añejo y perenne concepto. ¿De qué estamos hablando? ¿Por qué cosa estamos peleando? Porque bien podría suceder, y ésta es la conclusión que aquí se defenderá, que se esté haciendo objeto de pasión política un concepto vacío, que se esté dando nueva vida algo que, en puridad, estaba ya fenecido (p. 137).

Soberanía. El tema es crucial, pues se trata de legitimar el poder. ¿Quién debe tenerlo? ¿Un monarca que lo recibe de Dios? ¿El Estado? ¿El Pueblo? ¿Los ciudadanos? Pero los ciudadanos son muchos y necesitan representantes. ¿Cabe hablar de una voluntad de los ciudadanos –como organismo- expresada en las urnas?

Según José María Ruiz Soroa, el problema no es determinar cuál es el sujeto que debe detentar el poder, sino el hecho mismo de que se quiera otorgar ese poder de forma absoluta a un sujeto ficticio como, por ejemplo, el “pueblo”. Y afirma (pp. 147-148):

En el Estado moderno los gobiernos tienen infinitamente más poder que los antiguos príncipes, pero también los ciudadanos tienen más poder que los antiguos súbditos. El Gobierno central tiene más poder, pero también tiene más poder el regional, el municipal, el judicial, y así sucesivamente. Y ello se debe a que el poder no es una sustancia ni un depósito limitado de algo que se reparte, sino una pura relación.
[…] lo que ha pasado es que ha desaparecido la soberanía si la entendemos como poder absoluto. Si se quiere expresar descriptivamente, la soberanía se ha desagregado y lo único que existen en la realidad del sistema político son diferentes órganos y diferentes grupos que son soberanos para tomar ciertas y concretas decisiones: todos son soberanos, pero ninguno lo es ya en sentido clásico. Lo cual, enfocado desde otro punto de vista, nos lleva a descubrir que la única soberana es la Constitución misma, que no precisa entes fantasmagóricos exteriores a sí misma que la soporten.

¿Hemos llegado al poder máximo de las sociedades democráticas actuales? ¿Quién ha creado a esas diosas de palabras tan poderosísimas? ¿De dónde han salido? ¿No son también ellas un poco fantasmagóricas?

El entramado de normas en que vivimos no lo ha creado nadie, ni se soporta sobre la voluntad única de nadie. Eso son martingalas teológicas. Han surgido de un proceso sociohistórico largo y complejo, y se sostienen por su propio éxito y su aceptación social generalizada (pp. 148.149).

El poder. Un concepto crucial que siempre ha fascinado a los pensadores. Los cientistas creen que todo lo que ocurre en el mundo –todo, incluidos los cerebros de los parlamentarios y de los jueces- está regido por unas diosas ubicuas, invisibles, matemáticas que, según este credo, en realidad forman parte de una sola divinidad omnipotente: la teoría M: una divinidad que todavía no se ha revelado.

La metafísica implícita en esta obra de José María Ruiz Soroa estaría sosteniendo que una parte del universo –la humanidad- se habría autoproporcionado leyes -¿en libertad?- para… ¿para qué? ¿Cuál sería el beneficiario o el perjudicado por esas leyes? El ser humano. Esa porción insólita de materia. Parece que la existencia de este ser no es cuestionada por el autor de El esencialismo democrático. De hecho, en la página 144 se habla de la nación como “ente ficticio que es distinto del pueblo como conjunto de seres individuales reales”.

La lectura de esta obra nos abisma en el misterio de la democracia: algo que no podemos ver, una poderosísima existencia sin esencia (como algunos escolásticos definieron a Dios). La democracia –José María Ruiz Soroa utiliza también la palabra “sistema”-: una especie de matriz invisible que proporciona poder –o no- a los seres humanos individuales. ¿De dónde saca ese poder el sistema? ¿Poder para qué? ¿Poder para reconfigurar la estructura de lo que hay, para crear, para influir en el comportamiento de otros seres humanos? ¿Un poder ejercido con libertad? ¿Un poder para sublimar el sistema democrático? ¿Hasta dónde? ¿Hasta un paraíso social donde el ser humano pueda desarrollarse en plenitud?

¿El “sistema” nos puede proporcionar un paraíso tan fabuloso? No hay forma de huir de la Teología: la ciencia que estudia el poder. Pero en serio.

Esta obra de José María Ruiz Soroa es sin duda seria, está muy bien escrita y aporta ideas de enorme interés para entender las sociedades modernas (en especial la española con sus tensiones secesionistas). Pero de ahí no pasa. Es una buena obra sobre Política. Y no traspasa los límites de la polis. Por eso, cuando habla de poder, no puede profundizar demasiado. Ni debe quizás. Los teóricos de la Política proporcionan no solo descripciones de nuestras sociedades, sino sobre todo ideas: ideas que nos muevan como imanes hacia formas de vivir en colectividades fértiles.

El esencialismo democrático es un libro repleto de ideas que, en mi opinión, pueden aumentar la lucidez de nuestra conciencia política. Sea bienvenida.

 

David López

Sotosalbos, 15 de septiembre de 2011.