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Una metafísica de la violencia

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La imagen que ocupa el cielo de este texto es un cuadro de Caspar David Friedrich titulado Abtei im Aichwald. En él se muestra un templo arrasado. Un ser humano es un templo, sagrado, por lo tanto no profanable. Ese es el principio fundamental sobre el que se construyen los sistemas jurídicos más avanzados del planeta.

Ese templo no deja de serlo aunque esté ideológicamente enfermo. A Bin Laden -ese templo incuestionable, ese “árbol de sangre”- se le asesinó de forma sacrílega. Él lo hizo con muchos más templos, con miles de templos, pero fue coherente con sus -esclavistas, miedosas, emponzoñadas- ideas. Los que le asesinaron y los que ordenaron ese asesinato no fueron coherentes con las suyas, que son justamente las que yo considero como las más avanzadas y más diamantinas de este planeta: los derechos humanos, la salvaguardia de los templos. A nadie se le ocurre derruir una pirámide de Egipto por el hecho de que en ella, o con ocasión de ella, se cometieran atrocidades.

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Pensadores vivos: Rüdiger Safranski

 

 

Rüdiger Safranski. Romanticismo. En esta obra narra cómo Herder a finales del siglo XVII salió de viaje por el mar, y cómo, en lo Inmenso, en lo Otro, se encontró a sí mismo. La subjetividad como lugar de prodigios, inmenso también, radicalmente humano, capaz de crear en esa Inmensidad mundos enteros.

Quiero traer aquí una vivencia personal. Ocurrió hace veinticinco años, en la cubierta de un barco que me llevaba a África, a mí y a mi moto, los dos dispuestos a atravesar el desierto de Sahara, una galaxia de mitos para mí en aquella época. Y sentí de pronto una brisa en la piel del cuerpo y del alma que no provenía de eso que, simplificando, mutilando, llamamos “mar”.

Volvamos a Rüdiger Safranski. En mi larga investigación sobre el poder de la magia en la Metafísica de Schopenhauer he tenido la suerte de leer una brillante obra de Rüdiger Safranski: Schopenhauer und die wilden Jahre der Philosophie. Eine Biographie (Carl Hanser Verlag, 1987) [Schopenhauer y los años salvajes de la Filosofía. Una biografía]. Hay una edición en español realizada por Tusquets (2008) y cuyo traductor es José Planells Puchades.

Mis tesis fundamentales sobre la piedra angular de la -bellísima- Metafísica de Schopenhauer discrepan completamente de las que Safranski expone en esta obra, pero no por ello dejo de aplaudir su enorme valor académico y estético, sobre todo por su energía filosófico-lingüística, por su singular pulso narrativo y reflexivo, por la limpieza y, a la vez, la capacidad de hechizo que tienen sus frases, muchas de las cuales son insólitamente cortas y simples para lo que es habitual en el lenguaje alemán. Y hay una frase en particular que irradia algo inefable sobre todas las demás. Es la primera:

“Este libro es una declaración de amor a la Filosofía”.

Es por tanto Rüdiger Safranski, como lo soy yo mismo, un enamorado de la Filosofía. ¿Cómo no serlo?

Más tarde disfruté también de forma excepcional con otra obra de Safranski: Romantik. Eine deutsche Affäre (Carl Hanser Verlag, 2007). La edición en español es una vez más de Tusquets (2009). La traducción la ha realizado Raúl Gabás.

También he disfrutado mucho escuchando a Safranski junto a Peter Sloterdijk en el programa televisivo Philosophischer Quarttet (ZDF). Este programa se emitió en la televisión alemana entre los años 2002 y 2012. Ahora hay mucho material disponible en YouTube. Desconozco si hay algo traducido al español.

Rüdiger Safranski (Rottweil, Alemania, 1 de enero de 1945). Estudió en Frankfurt y en Berlín Germanística, Historia, Historia del Arte y Filosofía. Tuvo entre otros profesores a Theodor Adorno. En 1976 se doctoró en la Universidad Libre de Berlín con una tesis cuyo título es Estudios sobre el desarrollo de la “Arbeiterliteratur” en la República Federal (Studien zur Entwicklung der Arbeiterliteratur in der Bundesrepublik). No sé cómo traducir “Arbeiterliteratur”. Quizás debería ser Literatura de/sobre los trabajadores. En cualquier caso no he tenido todavía el placer de leer la tesis de Safranski.

Es relevante señalar que fue Safranski uno de los socios fundadores del Partido Comunista alemán (Kommunistischen Partei Deutschlands).

Safranski se ha destacado internacionalmente como escritor de biografías. Aparte de la ya citada sobre Schopenhauer (1988), ha escrito sobre E.T.A. Hoffmann (1984), Heidegger (1994), Nietzsche (2000), Schiller (2004), Schiller y Goethe como amigos (2009) y, la última publicada, es sobre el propio Goethe individualmente (2013), el cual se presenta como un maestro de la vida, de la obra de arte que sería la vida. Estas biografías son una delicia para el lector, y en ellas Safranski ofrece mucho más que información: filosofa en privado, pero en voz alta, con gran elegancia, y con gran fuerza.

Aparte de su tesis doctoral, ha publicado también Safranski otras dos obras no biográficas: ¿Cuánta verdad necesita el ser humano? Sobre lo pensable y lo vivible [Wieviel Wahrheit braucht der Mensch? Über das Denkbare und das Lebbare. Hanser, München u. a. 1990]; y ¿Cuánta globalozación soporta el ser humano? [Wieviel Globalisierung verträgt der Mensch? Hanser, München u. a. 2003].

Expongo a continuación algunas consideraciones sobre las dos obras de Safranski con las que he dado comienzo a este artículo:

1.- Schopenhauer y los años salvajes de la Filosofía (Las citas que ofrezco se refieren a la edición alemana: Carl Hanser Verlag, 1987).

Tras su declaración de amor a la Filosofía, Safranski nos ofrece en esta obra una extensa y vibrante biografía de Schopenhauer y, a la vez, una imagen de su sistema filosófico. Esa imagen forma parte de una tradición hermenéutica que atribuye a Schopenhauer la idea de que el mundo, lo inmanente, agota lo existente, el ser en su totalidad.

Rüdiger Safranski afirma (p. 229) que la frase clave de Schopenhauer es de 1815 (“de la que todo lo demás se deriva”):

El mundo como cosa en sí es una gran voluntad, que no sabe lo que quiere; pues ella no sabe sino que simplemente quiere, justamente porque ella es una voluntad y no otra cosa.

Y dice Safranski:

Aunque Schopenhauer también partió de una filosofía trascendental, no llega a ninguna transparente trascendencia: el Ser no es sino ciega voluntad, algo vital, pero también opaco, que no señala hacia nada con sentido ni con designio. Su significado está en que no tiene significado, solo es. La esencia de la vida es deseo de vida, una frase que es confesadamente tautológica pues la voluntad no es nada sino vida. “Voluntad de vivir”, contiene solo una duplicidad lingüística. El camino hacia la “cosa en sí”, que también transita Schopenhauer, termina en la más oscura y espesa inmanencia: en la voluntad sentida en el cuerpo (p. 313).

En 2010 Rüdiger Safranski ha editado una selección de textos de Schopenhauer bajo el título Arthur Schopenhauer. Das große Lesebuch (Fischer Verlag, Frankfurt am Main, 2010). Y, sorprendentemente, en las páginas 23-24 encontramos a Safranski diciendo algo muy distinto a lo que acabamos de leer, dudando, arrastrado -supongo que gozósamente- por la enormidad todavía no bien medida de la metafísica de Schopenhauer:

El mundo de la voluntad quizás no es todo. Schopenhauer aclaró en un comentario a su obra principal: “que en mi filosofía el mundo no completa la total posibilidad del Ser”. Se trata de una sorprendente afirmación, pues significa que la negación [de la voluntad] no conduce a un muerto no-Ser [ersterbendes Nichtsein], sino a otro Ser. Cada gran filosofía tiene su inefabilidad, su misterio informulable. En el caso de Schopenhauer me parece que está en esta frase insinuado: “que en mi filosofía el mundo no completa la total posibilidad del Ser” [bei mir die Welt nicht die ganze Möglichkeit alles Seyns ausfüllt].

Esta crucial afirmación de Schopenhauer la encontramos en la página 740 de la segunda parte de su obra capital: El mundo como voluntad y representación (Sämtliche Werke, edición de Arthur Hübscher revisada por su mujer Angelika Hübscher, 7 volúmenes, F. H. Brockhaus, Mannheim, 1988).

En la Metafísica de Schopenhauer el “mundo” (lo que Schopenhauer entendía por mundo) es una parte minúscula de la totalidad, de lo que se es (de lo que somos) más allá de la puntualmente mundanal condición humana. De hecho, esa metafísica, ese modelo de totalidad construido con palabras que nos regalo Schopenhauer, tiene espacio semántico suficiente como para afirmar que somos en realidad una “Nada Mágica”, capaz, desde su omnipotencia, desde su libertad radical, de autoconfigurarse en cualquier modelo de mundo, en cualquier modelo de voluntad ya determinada.

La expresión “Nada mágica” es una propuesta mía, no de Schopenhauer: una herramienta hermenéutica que puede ser útil para vislumbrar el imponenente tamaño que tiene su sistema metafísico.

En cualquier caso esa herramienta hermenéutica ha sido decisiva para desarrollar mi trabajo Die Magie in Schopenhauers Metaphysik: ein Weg, um uns als „magisches Nichts“ zu erkennen [La Magia en la Metafísica de Schopenhauer: un camino para conocernos como “Nada mágica”]. Este trabajo, como ya he anunciado en posts anteriores, está a punto de ser publicado en Schopenhauer-Jahrbuch (Königshausen & Neumann, Würzburg). Muy pronto espero traer aquí ese texto -que está escrito en alemán- y una traducción al español. Creo que merece la pena. Es una delicia filosófica, un lujo para la mirada, seguir a Schopenhauer en su intento de legitimar recíprocamente la Magia y su sistema filosófico. Y creo, honestamente, que es precisamente la Magia la mejor puerta de entrada a esa soprendente galaxia de frases, la mejor perspectiva para contemplar lo que ahí emerge.

2.- Romanticismo.

Esta obra me ha ofrecido algunos contenidos interesantes sobre los vínculos entre la Magia y la Filosofía. Estos contenidos están en el sexto capítulo, que es el que Safranski dedica a Novalis. No es éste el momento de que exponga mi visión sobre la filosofía mágica de Novalis y su impactante similitud con el fondo del sistema filosófico de Schopenhauer (ambos quizás igualmente hechizados por ideas muy extremas del kantianamente hechizado Fichte).

Sí creo, no obstante, que merece la pena traer aquí una deslumbrante afirmación de Novalis:

“El mago más grande sería aquel que pudiera también hechizarse a sí mismo, de manera tal que sus hechizos se le presentaran como fenómenos autónomos creados por otros. ¿No será ese nuestro caso?”

La cita está disponible en: Novalis Schriften [Escritos de Novalis], edic. Richard Samuel-Paul Kluckhohn, 4 volúmenes, Bibliographisches Institut, Leipzig, 1928, vol.II, p. 394.

Sí, Novalis. Podría ser ese nuestro caso. Podría ser que estuviera ahí todo dicho. ¿Dicho por quién, a quién? ¿Por “qué” a “qué”?

Volvamos a Safranski. Romanticismo. Quisiera ofrecer ahora mis reflexiones sobre unos momentos de esa obra (la traducción es mía, y es dudosa):

– “El romanticismo es una época deslumbrante del espíritu alemán, con gran irradiación sobre otras culturas nacionales. El romanticismo como época ha pasado, pero lo romántico como mentalidad [Geisteshaltung] permanece […] Lo romántico es fantástico, ingenioso, metafísico, imaginario, impulsivo, exaltado, abismal. No está obligado al consenso, no necesita ser socialmente provechoso, ni siquiera estar al servicio de la vida. Puede amar la muerte. Lo romántico busca la intensidad hasta llegar al dolor y la tragedia. Con todo esto no es lo romántico especialmente adecuado para la Política. Cuando se derrama en la Política, debería estar unido a una fuerte dosis de realismo. Y es que la Política debería basarse en el principio de prevención del dolor, del sufrimiento y de la crueldad. Lo romántico ama lo extremo, una Política racional el compromiso” (p. 392).

– “Por otra parte no deberíamos perder lo romántico, pues la racionalidad política y el sentido de la realidad es demasiado poco para la vida. […] El romanticismo provoca curiosidad hacia lo completamente otro. Su desatada fuerza imaginativa nos ofrece el espacio de juego que necesitamos, si es que consideramos, con Rilke, que:

en el mundo interpretado

no nos sentimos confiados en nuestro hogar.

Es una traducción mía, muy criticable, incluso por mí mismo. Ofrezco el original:

daß wir nicht sehr verläßlich zu Haus sind

in der gedeuteten Welt.

Con esta frase de Rilke (que es un recorte sacado de la Primera Elegía de Duino) concluye la obra de Safranski. Cabría afirmar que es precisamente ese “mundo interpretado” lo que el propio Safranski denomina “realidad”, como algo contrapuesto a “lo romántico”. Tengo la sensación de que esos “mundos reales” son productos poéticos puntualmente aquietados por el consenso de las tribus humanas (por decirlo de alguna manera). El romanticismo como actitud filosófica, epistemológica incluso, intensifica la potencia de la mirada hasta el punto de dejar traslúcidos los tejidos de fantasía que constituyen las “realidades puras y duras”; y hasta el punto de tomar conciencia de la autoría de esos tejidos cosmizadores.

Parecería que Safranski quiere proponer una medida de higiene poética. Parecería que quiere crear un traje de máxima protección anti-vírica que impidiese la entrada de los virus imaginativos propios del romanticismo en el ámbito de la Política, esfera ésta donde solo habría que estar a los hechos de la realidad pura y dura y trabajar por un consenso destinado a la “prevención del dolor, del sufrimiento y la crueldad” (p.392).

No veo que el objetivo de la Política deba ser la prevención del dolor, del sufrimiento. Cuidado. El sufrimiento no voluntario es fuente de sublimación, de creatividad, de elevación. Sugiero la lectura de mi bailarina lógica “Tapas (Sufrimiento creativo)”. Se puede entrar en ella desde [Aquí].

El desafío, creo, no sería tanto crear ese himen entre dos mundos, como iluminarlos, ambos, con la luz de la Filosofía: saber que la Política está hechizada con bailarinas lógicas [Véanse aquí], saber que podemos analizar las consecuencias que su baile puede provocar en el sacro ser humano (mi humanismo es conscientemente irracional, y no puede fundamentarse a sí mismo), saber que contamos con una gran fuerza poética capaz de construir, de custodiar, de desinstalar si acaso, mundos enteros.

Afirma Safranski (p. 393) que la “tensión entre lo romántico y lo político pertenece a la todavía más abarcante tensión entre lo imaginable y lo vivible”. He traducido la palabra alemana “Vorstellbaren” como “imaginable”. “Vorstellung” puede traducirse al español, efectivamente, como “imaginación”, aunque también como “presentación”, “representación” o, incluso, como “obra de teatro”. Schopenhauer da comienzo a su obra capital afirmando “Die Welt ist meine Vorstellung“. Normalmente esta famosa frase se traduce como “El mundo es mi representación”. Podría traducirse también como “El mundo es mi imaginación”. No creo que el “mundo vivible” al que se refiere Safranski sea distinto que el imaginado. El peligro, en Política, está en dejarse atrapar por mundos imaginados por otros, sobre todo si esos mundos no son creados desde el amor, sino desde odio (es decir, desde la estupidez). La Filosofía sería experta en mundos, en tejidos de mundos. Y en amor también.

Por ello la Filosofía es ineludible para la Política.

Eso de “mundo” cabe también pensarlo como un sumatorio de sustantivos, una tradición social (Unamuno), una ficción que no ha nacido de un engaño deliberado sino de una multimilenaria epidemia de hechizos. No hay demonios conspiratorios, solo hombres de buena fe que no son lo suficientemente lúcidos como para saber que no hay demonios.

Sospecho, en cualquier caso, que lo que de verdad hay -la realidad pura y dura- nos es inimaginable.

“El mundo” es algo así como un dibujo, o una programación (autolimitación/protección) de la mirada. Por eso, en el fondo, lo vemos con cierta extrañeza, porque todos somos románticos, todos sentimos algo que no queda simbolizado en ningún sistema-mundo (“el mundo interpretado” al que parece que se refirió Rilke).

Todos, en algún momento, hemos sentido en la piel del alma la brisa de lo Inefable, de lo no interpretado. Por eso filosofamos con estupor maravillado.

Safranski filosofa con ese estupor, pero desde la calma. Es un gran placer tanto leerle como escucharle. Gracias amigo por tu precioso trabajo.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: H.G. Gadamer

 

 

Gadamer.

Sigo intentando fundir mi horizonte, lo que puedo ver ahora, con el horizonte de Gadamer: con lo que él pudo ver. La lectura —la escucha, de textos, de personas, de realidades— implica un fascinante viaje de riesgo hacia mundos no pensados ni sentidos ni amados todavía. Hay que escuchar, hay que leer, hay que dialogar desde un nivel de amor que quizás cabría llamar filosófico, por su gran apertura, por su capacidad de fertilizar, de transformar.

Gadamer —apoyándose mucho sobre los hombros de Heidegger [Véase]— llevó la hermenéutica [Véase] a la esencia humana. Hizo de ella una ontología, vio en ella lo fundamental del hombre. El hombre sería un ser que interpreta, que interpreta la tradición que recibe (el mundo que le envuelve) y a sí mismo en ese mundo, que en realidad no es sino una determinada estructura de símbolos (una leyenda, diría yo). Unamuno [Véase] diría que el mundo es una tradición social. El mundo como forma de lenguaje, pero lenguaje vivo capaz de superar sus límites y los del propio mundo que en él se crea y se cobija.

Capaz incluso de transformar el mundo, ampliarlo, crear otro. Ni el lenguaje ni el mundo estarían nunca quietos. Tienen demasiada fuerza, demasiada magia. Todo tiene demasiada magia.

Gadamer —siempre sobre la base de su obra Verdad y método— afirmó que la esencia del hombre es la interpretación. Que esa actividad es su actividad fundamental, lo que determina su ser. Quizás cabría ir algo más allá y afirmar que eso que Gadamer llama “hombre” —o, mejor “ser humano” (Mensch)— no es el sujeto de la hermenéutica, no es el que interpreta la tradición, la experiencia, etc., sino precisamente una opción hermenéutica, una interpretación entre las infinitas posibles que ofrece el espectáculo que se presenta en eso que sea nuestra conciencia. También la propia hermenéutica, como actividad, es ya una opción hermenéutica. Presupone un dualismo: los textos y la realidad están ahí fuera, frente al intérprete. ¿Y si los creáramos, siempre, todos, nosotros mismos? ¿Cabría, desde Kant, hablar de textos “en sí”?

Gadamer, en cualquier caso, abrió la puerta a una fascinante metafísica de la lectura, que ha propiciado incluso el nacimiento de la así llamada Escuela de Costanza, uno de cuyos representantes es Roman Ingarden.

Leer, escuchar, mirar. Son radicales experiencias, son una posibilidad de acercamiento a la Gran Estética. Me refiero a la lectura-mirada-escucha de “la Cosa”, de la totalidad de lo que se presenta (incluidos nosotros mismos), como experiencia estética más allá del dualismo sujeto-objeto. Eso, según Gadamer, ocurre en la contemplación de la obra de Arte. Pero yo sospecho que todo lo que se presenta en la pantalla de cine de nuestra conciencia es una gran obra de Arte, aunque también sospecho que esa pantalla protofísica no es exactamente “nuestra”.

Gadamer pasó buena parte de su vida en Heidelberg. Allí hay un camino cuyo nombre es Philosophensweg (camino de los filósofos) y en el que yo he dado muchos paseos. En ese lugar la obra de Arte del mundo está explicitada, sobre todo en otoño, y, sobre todo, si está uno enamorado, y más aún si ese enamoramiento tiene por objeto la “Cosa” (el Ser). También está explicitada la obra de Arte del mundo en la imagen que sobrevuela este texto. Es una fotografía de Heidelberg.

Algunas de sus ideas

1.- Interpretar es la esencia del hombre. La hermenéutica deja de ser un simple método de acceso a la verdad para convertirse en la verdad misma —la forma en que la verdad se desvela—. Y la hermenéutica sería lo más humano, lo característico de lo humano. La verdad, en última instancia, sería una labor humana, algo que lo presupone.

2.- Comprender es fusionar horizontes. El lector debe exponerse a una ampliación de lo que puede ser visto desde el punto que ahora ocupa en el mundo. Debe exponerse a una ampliación de ese horizonte e, incluso, a la incorporación de horizontes completamente nuevos: nuevos lugares desde los que mirar nuevos mundos. Eso sería presupuesto y, a la vez, efecto de una lectura, digamos, ‘verdadera‘ dentro de la metafísica de la hermenéutica que elaboró Gadamer. Se podría incluso decir desde esta metafísica que una lectura, o una escucha, podría tener efectos físicos, genésicos: la irrupción de nuevos mundos en nuestra conciencia. Recordemos que Wittgenstein [Véase], al desarrollar su teoría de los juegos del lenguaje, llego a afirmar que esos juegos tienen unas arreglas que, una vez asumidas por los jugadores, fucionan como leyes de la Física (de la Física de esos mundos de palabras que ellos tienen por realidad verdadera). Gadamer habla de “comprender”. Pero comprender sería en realidad ser ‘comprendido’ en nuevos mundos, según yo entiendo a Gadamer.

3.- Prejuicios, autoridad, tradición. Gadamer, saltándose los prejuicios que la Ilustración tenía contra los prejuicios, reivindica estas formas de pre-comprensión que serían efecto de la tradición en la que está incardinado todo ser humano, todo intérprete. El ser humano es un ser histórico. No puede abstraerse del flujo histórico en el que nace y vive y muere. El prejuicio es una anticipación al sentido de cualquier texto o realidad que se vaya a recibir e interpretar. No cabría interpretación sin prejuicio. Comprendemos siempre que la tradición nos haya dado ya los prejuicios que necesita ese texto o realidad para ser comprendidos. Y la validadez de esos prejuicios se la otorgaría la autoridad. Debemos aceptar, aunque, eso sí, críticamente, que haya o haya habido personas que sepan más que nosotros y que deban ser escuchadas, estudiadas, en profundidad. La crítica requiere conocimiento, pero, en cualquier caso, no cabe ignorar las autoridades (aquí encontramos una síntesis entre el pensamiento escolástico y el ilustrado). La tradición, por lo tanto, como causa de nuestros prejuicios, no debe ser desatendida. Sería una grave estupidez. Y sus autoridades deben ser aprovechadas, críticamente, para dilatar nuestro horizonte. Se me ocurre recordar ahora a Kant: la esencia del ser humano sería volar hacia el infinito. ¿Quien establece lo que debemos entender por “autoridad”? Gadamer responde que lo establece la tradición, esa fértil fuente de prejuicios. Así de claro.

4.- La experiencia estética. Se refiere Gadamer a la experiencia de la obra de Arte, siempre que esto provoque la sensación de un barrido de la frontera entre el sujeto y el objeto, digamos un rapto operado por la belleza de lo percibido. Y cree Gadamer que el método científico no puede ocuparse de este fenómeno porque parte siempre de un presupuesto: la distinción entre el sujeto y el objeto. Gadamer utiliza términos como “juego” o “fiesta” para dar cuenta de los estados de conciencia en los que ocurre, o que propicia, el Arte. Lo que pretende Gadamer es legitimar la existencia de otras formas de tiempo y de espacio, otras formas de ser un ser humano, que por otra parte acompañan desde siempre a los humanos. Y reivindica el valor de esas experiencias, que serían, por así decirlo, datos, aprendizajes, material que no hay que elminar de nuestros modelos de la Verdad. Me viene a la memoria el empirismo radical que reinvindicó William James [Véase].

4.- La Poesía. Gadamer otorga a este arte el máximo potencial para desvelar la verdad. Y, también, para crear nuevos mundos.

Con ocasión de la palabra Poesía, voy yo a interpretar a continuación un texto concreto de Gadamer. Es decir: entrar en su abismo desde mi abismo, ambos sin fondo. El texto lleva por fecha 1986 y por título Der “eminente” Text und Seine Wahrheit [El texto eminente y su verdad]. En español hay una edición de este texto dentro de una antología que lleva por título: Arte y verdad de la palabra (Paidós, Barcelona 2012).

Voy a mostrar los fogonazos más sublimes que, en mi opinión, ofrece el citado texto de Gadamer. Los enumero a continuación como ideas por mí abstraídas del texto, no como citas del mismo:

1.- La Poesía como texto, como realidad autónoma que no requiere ser legitimada por nada externo, aunque mantenga vínculos con la ‘realidad’.

2.- ¿Qué sentido tiene entonces preguntarse por la verdad de un texto poético?

3.- No hay, fuera del texto poético, un sitio donde comprobar esa verdad (entendida como equivalencia entre el intelecto y la cosa… pues la cosa sería ya el propio texto poético).

4.- El texto poético forma parte de lo que se entiende por “bellas artes”. Es algo bello. Y sería bello lo que está justificado por su propia existencia, lo que no necesita ninguna instancia fuera de sí mismo ante la que justificarse.

5.- La Filosofía descubre su cercanía con la Poesía tras su enfrentamiento con la pretensión de verdad que ostentan las ciencias experimentales. Esa cercanía entre la Filosofía y la Poesía habría sido negada por Platón y recuperada por Schelling y Hegel.

6.- La Literatura como conjunto de textos eminentes, distinguidos, en cierto sentido intemporales.

7.- Un texto poético sería eminente cuando ninguna interpretación lo puede agotar en conceptos. “El texto eminente es una configuración consistente, autónoma, que requiere ser continua y constantemente releída, aunque siempre haya sido ya previamente comprendido”.

8.- Un texto poético es “cursi” cuando  irrumpe en él un interés ajeno a lo artístico. Fuentes de cursilada: intereses patrióticos, religiosos, edificantes, comerciales…

9.- Para la sociología sí es útil la Poesía cursi, pues da cuenta del momento en el que nace. Una fuente de cursiladas sería, por ejemplo, el ‘realismo’ socialista.

10.- En la Poesía verdadera lo que se presenta como lenguaje dice más de lo que puede decir el decir. Ahí estaría su eminencia.

A partir de estos fogonazos de Gadamer se me ocurren la siguientes reflexiones:

1. Lo que Gadamer está entendiendo por Poesía verdadera quizás sería la Filosofía verdadera, si es que por Filosofía entendemos también una determinada producción de textos, una forma de Literatura. Ambas serían “cursis” ‘yo hablaría también de “horteras”) cuando incorporaran emocionados vínculos a conceptos ya considerados ‘verdad’. Una acepción de hortera sería aquel comportamiento humano en virtud del cual se hace ostentación de riquezas, o bellezas, que, vistas desde un plano superior, no lo son en realidad. ¿Cabe por cierto acceder a ese plano? ¿Cómo saberlo? ¿No será una horterada creerse ya en ese plano superior, hablar gozosamente desde él?

2.- Gadamer habla de la cursilería religiosa o patriótica como elemento que impediría convertir un texto pretendidamente poético en un texto eminente. Cierto. Pero lo curioso es que hay un tipo de poesía ‘religiosa’ donde, en mi opinión, la eminencia sube a alturas fabulosas. Me refiero a la Poesía mística. Podría ser que precisamente la Mística se opone a la Religión, siempre que esa Mística implique un silencio cognoscitivo, un fusionarse con lo no pensable, con lo que transciende el binomio Verdad-No Verdad. Decir desde el silencio. Palabras de silencio. Palabras de Dios por así decirlo, por así decirlo desde un abismo que no se puede decir a sí mismo.

3.- La eminencia de la que habla Gadamer, aparte las exigencias formales y el dominio del lenguaje, creo que presupone un yo filosófico; y creador: una ubicación más allá de esos mundos cognoscibles que pujan por ser el Ser en nuestra conciencia (por decir algo). La buena Poesía sería palabra que da cuenta de lo Prodigioso, del Infinito si se quiere, de lo que el Lenguaje no es.

4.- Cabría incluso afirmar, desde este texto de Gadamer, que toda verdad es cursi. Yo añadiría hortera, si esa verdad se exhibe, hacia afuera o hacia dentro de uno mismo, con gozoso entusiasmo onírico.

5.- También cabría afirmar desde el citado texto que la Poesía es la Verdad, pero solo si es “mala Poesía” y si es que por Verdad entendemos un orden, un mundo, un Cosmos, y una isomorfía entre nuestra mente y ese orden aparente. Por ejemplo: los mundos ‘de verdad’ que van ofreciendo los textos que escriben los que a sí mismos se denominan “científicos” y olvidan que sus modelos son instrumentales, abstracciones. En cualquier caso, tengo la sensación creciente de que, como dijo Unamuno, el “mundo” (es decir, la Verdad final de referencia) es una tradición social, una leyenda, una gran Poesía (Hölderlin), pero no eminente, aunque no por ello menos fascinante. La Poesía eminente surgiría de la no eminente y ofrecería momentos de meta-verdad, momentos de misterio infinito. Ahí, la Poesía eminente compartiría la labor de la Filosofía, tal y como la entendió, por ejemplo, Jaspers [Véase]: desbrozar, abrir caminos a lo transcendente, a lo que no es “mundo” (por ejemplo en el sentido dado a “mundo” por Wittegenstein), a lo no narrado, a lo no cursi ni hortera diría yo.

Intentaré ir completando estas notas a lo largo de mi vida. Y lo haré consciente de que de alguna manera yo mismo caeré en la cursilada. Y en la horterada. Claro que sí. No se puede vivir sin ellas, sin cierta dosis de ellas. Pero, en ambos casos, consciente de ellas, creo y, sobre todo, enamorado. ¿De qué? No lo sabría decir con exactitud. Pero se trata de algo fabuloso que intento compartir en este blog.

Algo “eminente” porque no se deja reducir a conceptos.

David López

 

 

Tribuna política: “Los desahucios, la Poesía y Sócrates”

Así narró Platón las últimas palabras de Sócrates (según la traducción de Carlos García Gual):

Ya estaba casi fría la zona del vientre cuando descubriéndose, pues se había tapado, nos dijo, y fue lo último que habló:

– Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides.

Hay que pagar las deudas. Con dignidad. Con aristocracia meta-clasista. Con arrogante desapego incluso. Hay que calcular bien antes de contraer una deuda; y antes de que no podamos pagarla definitivamente. Es nuestra obligación.

Dijo Octavio Paz que la Poesía es una mezcla de pasión y de cálculo. Por Poesía creo que cabe entender también “Vida”. Construimos nuestra realidad mediante pequeñas y grandes decisiones. Los españoles somos apasionados y generosos, muy generosos, en general. Pero poco calculadores, también en general. Puede que no estemos haciendo buena Poesía (buena Vida).

El caso es que nos hemos endeudado en exceso, tanto los ciudadanos como las empresas y las administraciones públicas. Es comprensible: el dinero parece ser capaz de materializar buena parte de lo que soñamos (o de lo que somos inducidos a soñar). El dinero es una sustancia poderosísima que produce impactantes modificaciones en nuestros estados de conciencia (pensemos en los anuncios de la Lotería). Y a veces, por pasión, por exceso de deseo, por exceso de ensoñación, o incluso por exceso de generosidad hacia ‘el Pueblo’, se compra más dinero del que se puede pagar. ‘Los bancos’, como vendedores del dinero, aparecen en algunas narrativas actuales como seres oscuros, muy pecaminosos, que proporcionan esa demoníaca (pero deseadísima) sustancia desde una posición de abuso de poder. ‘Los bancos’ serían oscuros tentáculos del Mal. Cierto es que los bancos, en momentos de deseo extremo y de extrema necesidad, han aprovechado para obtener lucros excesivos. Es feo pero lógico. Todos los seres vivos lo quieren todo para sí (Schopenhauer). Nuestro Derecho (un prodigio que ha costado milenios construir) intenta corregir los abusos en los que pueden incurrir ‘los bancos’. Pero no es fácil. Tampoco es fácil controlar la codicia de los millones de Lazarillos que sonríen por España y por el mundo entero. La picaresca es graciosa pero nos hace mucho daño. Y presupone además miseria.

Si efectivamente la actual ley hipotecaria es injusta, habrá que modificarla. Los estados de Derecho son organimos vivos, autopoiéticos: pueden mejorarse a sí mismos hasta el infinito. El Parlamento tiene la última palabra. Hay que re-legitimar cada día (y en cada frase) a las personas que han sido elegidas por la mayoría de los votantes, aunque los elegidos piensen diferente que nosotros, aunque gobiernen de forma antitética a como creemos nosotros que hay que gobernar.

En cualquier caso hay que pagar las deudas a los bancos. Y a todos los acreedores. Vida o muerte, como Sócrates. Hay que cumplir nuestras promesas, nuestros compromisos. Creo que es un gran error legitimar el impago de los préstamos hipotecarios. Y es un gran error porque rebaja al ser humano a la condición de animal de granja: bobalicón, bondadoso, manipulable, incapaz de valerse por sí mismo. Los políticos están condenados a adular a los votantes, a consentirles, a mimarles en exceso, a debilitarles. Y no olvidemos que la violencia es siempre síntoma de la debilidad, del miedo, del aturdimiento, de la estupidez (el odio es siempre estupidez). Los políticos están oprimidos por ‘el Pueblo’ (aunque en casiones se consuelan corrompiéndose, lucrándose ilegítimamente). Y ‘el Pueblo’, en buena medida, está oprimido por narrativas indignas para la condición humana.

Creo que nuestra dignidad como seres humanos nos exige cumplir nuestros compromisos, pagar nuestras deudas. Veo con preocupación que crece el populismo y el bogomilismo en España. El populismo presupone que hay algo así como un organismo pluri-humano (‘el Pueblo’) que está formado por seres débiles, puros, ignorantes, manipulables, bondadosos como niños, que requieren mucha protección, mucha guía. Y presupone también -siempre- un enemigo: poderes que amenazan ese organismo santificado. El bogomilismo, por su parte, sería la creencia en que el poder está siempre en manos del Mal. Y que hay que exorcizar ese Mal. Los bogomilistas (que se cuentan por millones actualmente) dan por hecho ese poder (“los de arriba”) y se comportan frente a él como esclavos: esclavos enfadados porque no son bien tratados por sus señores (gobiernos, bancos, empresas): esclavos que, unidos, y gritando frases cortas, forcejean con ‘el poder’ en un insano juego de sometimiento erótico.

Creo que estar atentos a los discursos que nos denigran como seres humanos. Nadie es un parado. Y nadie es un trabajador, o un proletario, o un ciudadano. Somos grandes señores (el masculino es exigencia gramatical, no síntoma ideológico). Todos somos grandes señores. O, si se quiere evitar la tensión sexista-gramatical, podemos decir que somos grades personas. O también ‘monarcas’ que se vinculan entre ellos desde el amor y el respeto, que se exigen más a sí mismos que a los demás, que no piden por sistema… pero que están dispuestos a ayudarse entre sí, a ofrecer una mano cálida y fuerte en la oscuridad. Por amor, sin más. Y todo ello más allá del intolerable clasismo que presupone creer en que hay una lucha de clases.

Señores. O personas. Magos. Somos los poetas de nuestra propia vida: vida que podemos compartir con otros poetas (escribirla por ejemplo a cuatro manos, con una preciosa pareja…). El caso es que nadie nos obliga a encarnar ningún modelo de bienestar concreto. Nadie. Todos podemos vivir de alquiler, en casas muy pequeñas y muy baratas, o en monasterios en los que admitan niños, si queremos tener niños. O en refugios de montaña (yo consideré esa posibilidad hace años). O en auto-caravanas. O en mansiones de lujo, si podemos, ¿por qué no?

Dice el Tao Te Ching (en la traducción de Carmel Elorduy):

“El sabio cambia todo el día, sin ceder en su serena gravedad. Y si tiene magníficos palacios, sereno los habita, y de igual modo los abandona.”

El ser humano puede seguir siendo un dios aunque vaya montado en un burro. Pero, si es posible (digo yo) con un libro, de Kant por ejemplo, o del Maestro Eckhart, o de Ortega, o de Novalis, en las alforjas, junto a las hortalizas de un huerto. Da igual si propio o comunal.

También sigue siendo un dios si, montado en un burro, o simplemente caminando, sin libros, contempla en silencio -sin nada, en la nada- la grieta roja del infinito horizonte, o las hogueras blancas de un cielo estrellado.

Lo que quiero decir es que necesitamos alarmantemente poco para vivir en plenitud. El sistema económico en el que vibramos actualmente no es más que un juego. Jugamos a acumular cosas que no necesitamos y a creemos que las necesitamos. Está bien. Es un juego interesante, motivador, muy excitante. Es un juego nos mantiene activos, soñadores, luchadores. Es como un deporte. Un video-juego hipar-realista. Pero, por favor, que nadie sufra en exceso por dejar una casa ‘en propiedad’. No necesitamos tener casas en propiedad. No necesitamos casi nada para alcanzar la plenitud. Eso no quiere decir que no disfrutemos de nuestras casas cuando las tengamos.

La derecha a veces se excede en su culto a lo innecesario,  tiende a despreciar a los que no lo tienen y padece una especie de vértigo cósmico ante la posibilidad de perder lo que en realidad no necesita. La izquierda, por su parte, tiende a demonizar a los que poseen muchas cosas innecesarias, bajo la presuposición de que las han obtenido privando al Pueblo (o a los países pobres) de esas cosas innecesarias.

Imagino que, de pronto, un grupo de manifestantes se aburrieran de sostener la misma pancarta, de repetir la misma frase, de condenar a los mismos malos, y, con los ojos encendidos (con los ojos de un niño soñador), se fueran a un pueblo abandonado. Por ejemplo en Soria. Y crearan allí un mundo entero: una especie de monasterio autárquico, sin ayudas del Estado, sin discursos demonizadores del exterior: un monasterio de silencio (de silencio ideológico) donde cupiera la fraternidad, el respeto, la libertad… y la Filosofía. Para vivir en plenitud ‘solo’ necesitamos un cobijo caliente, comida sana, silencio nocturno, amor y Filosofía (lo que significa mantener al menos un rendija abierta al infinito en nuestra mente y en nuestro corazón). Con trabajo se puede conseguir cualquier cosa. Paracelso dijo algo así como que a la magia no le gustan los vagos. Y para trabajar duramente, de sol a sol, no hace falta estar empleado por otro.

En cualquier caso, creo que hay que cumplir los contratos. Hay que cumplir las reglas de los juegos en los que hemos decidido jugar. Nadie nos ha obligado a jugar ningún juego, pero si jugamos ha de ser con honradez. Y debemos asumir los riesgos del juego, como grandes señores. Las leyes de la Ética  me parecen más poderosas que las de la Física. La realidad que se representa en nuestra conciencia (o en nuestro cerebro si se quiere) está condicionada por nuestra Ética. La Ética fabrica realidad. Es pura magia.

El burro. Podemos ir en burro. O en un Ferrari. Es lo mismo en realidad. Ambos -burro y Ferrari- pueden ser la ilusión de nuestra vida, pueden motivarnos para trabajar duro cada día. Y ambos pueden también producir un tedio insufrible una vez poseídos. Todo es un juego: jugar a que necesitamos lo que no necesitamos.

Un juego que hay que jugar con honradez. Con grandeza. Tenemos mucha. Mucha más que el Sócrates de Platón (que fue reducido a idea por su excelso alumno).

Somos seres prodigiosos, irreductibles. Y somos grandes poetas. Por eso debemos calcular bien. Y pagar nuestras deudas, como Sócrates.

David López

Filósofos míticos del mítico siglo XX: María Zambrano

 

 

María Zambrano.

Creo que en las galerías de “Eso” que algunos llaman “conciencia” o “cerebro” o “mente” o, simplente, “realidad objetiva”, se despliega siempre una fabulosa obra de arte. Arte sacro cabría decir. Me refiero a esas sombras en la caverna a las que Platón negó el ser, la dignidad ontológica. Es muy probable que tanto nuestro propio cuerpo como el de la persona a la que ayer amamos (pero a la que que hoy ya no podemos amar) no sean más que proyecciones mentales, nadas sublimadas por nuestro amor a la nada, por nuestro amor al arte, al espectáculo, a los sueños… Porque vivir es soñar. Y soñar es vivir. En realidad no vivimos ni soñamos exactamente, sino que “hiper-vivimos” [Véase “Sueño”].

En cualquier caso cabe amar las sombras, aunque sean temporales, pasajeras, escurridizas, temblorosas, imperfectas por definición. Eso sería la Poesía según María Zambrano: la capacidad de amar lo despreciado por la Filosofía sistémica (platónica): la capacidad de nombrar y amar lo que no es del todo, lo que es a medias, lo imperfecto… o lo que es pero no será más: la flor mortal.

Leer a María Zambrano es algo así como caminar denoche por un bosque inmune a la cartografía, bajo la luz de la luna, por temblorosos senderos en los que uno se encuentra, de pronto, con los ojos de un gato, o de una rana, o de Dios mismo, o de algunas de mis bailarinas lógicas, bellísimas por cierto al sentirse amadas, a pesar de ser simples sombras en la caverna. María Zambrano en su obra Filosofía y Poesía sacralizó las sombras de la caverna de Platón, y mostró una especie de (nietzscheana) soteriología de la condena: salvarse condenándose en los abismos del no-ser, de la apariencia, de las delicuescentes formas que van y vienen en el gran espectáculo del mundo. Un espectáculo tembloroso que María Zambrano quiso tocar con un logos también tembloroso. Una “razón poética” que, finalmente, apuntaba a algo concreto:

“Voy a seguir buscando la palabra perdida, la palabra única, secreto del amor divino-humano”.

No sé si María Zambrano, que creía en Dios, que rezaba, llegó a sentir Eso en lo que creía, Eso a lo que hablaba mediante el rezo. En cualquier caso sí parece que fue una devota de las bailarinas lógicas. Esto dijo al recibir el premio Cervantes en 1988:

“Las palabras son la maravilla del mundo”.

Las suyas, en mi opinión, lo fueron. Y fueron prueba de lo que le pasa al lenguaje cuando quiere palpar lo que le envuelve, su matriz, su otro absoluto. También prueban lo que le pasa al lenguaje cuando quiere dar cuenta de ese amor que vincula al hombre con Dios.

Algo sobre su persona

Por algún misterio –todo es misterio y temblor en María Zambrano- su vida fue una temblorosa metáfora de su mapa fundamental de lo absoluto. Me refiero a la metafísca de flujos:  el exilio del alma (el neoplatonismo).

Nació en Velez Málaga el 25 de abril de 1904. Su padre –Blas José-era un pedagogo de renombre en la época, relacionado con las élites intelectuales. Se trasladan a Segovia y allí estudia el bachillerato. Luego María Zambrano dirá que en Segovia el cielo se alzaba a la altura justa. Estoy de acuerdo. También conoce allí a Antonio Machado. Luego, en Madrid, estudia Filosofía con Ortega y con Zubiri. Se doctora en Filosofía y Letras con una tesis titulada La salvación del individuo en Spinoza, que se publicó en 1936. Cincuenta años después, en su nota a esa compilación de artículos titulada Hacia un saber sobre el alma, reconocerá su veneración hacia Spinoza y hacia Plotino.

Ortega le publicó sus primeros escritos en la Revista de Occidente. En los años anteriores al golpe de estado del general Franco, María Zambrano desarrolló una entusiasta actividad política e intelectual. Pero nunca fue encajable en ninguna ideología, por lo que tuvo que soportar durante muchos años el desprecio tanto de los que la consideraban roja como de los que la consideraban demasiado religiosa.

En 1936 se casó con el historiador Alfonso Rodríguez Aldava, recién nombrado secretario de la embajada de España en Santiago de Chile, y se fue con él a este país. Volvió en 1937 a España para ponerse del lado de la República.

En 1939, como tantos otros, tuvo que exiliarse de España para escapar del platonismo franquista: vía París hasta México. Allí tuvo la suerte de conocer a Octavio Paz, que le publicaría Filosofía y poesía en su revista.

Para María Zambrano el exilio, la huída/expulsión de su tierra-madre, fue una experiencia terrible –larguísima- que ella vivió como una metáfora inmanente, como una metafísica explícita. El exilio… el desgajamiento del alma humana… el dolor constante de la lejanía respecto del Uno-Amor (Plotino).

Vivió en varios países americanos como profesora de filosofía. El caso de Cuba es el más curioso: allí creen que María Zambrano es cubana; y la veneran en cierta medida.

Después de separarse de su marido, María Zambrano viajó a la Europa de la postguerra. En París encontró a su hermana medio loca, después de haber sido torturada por los nazis. Nunca se separaría de ella. Allí conoció a Albert Camus, el cual intentaría que la editorial Gallimard publicara El hombre y lo divino. Esta es la obra que Camus llevaba en el coche cuando se mató en 1960.

En 1953 se trasladó a Roma, hasta 1964, con demasiados gatos… los gatos… (caminar por sus frases es caminar entre gatos, que aparecen de repente, que me producen repulsión y fascinación al mismo tiempo, que me miran, mudos, como si supieran -ellos sí- el misterio absoluto).

Se dice que a María Zambrano la denunciaron en Roma por exceso de gatos, y tuvo que irse de esa ciudad-fruta, con su inseparable hermana. Luego se fue a Francia y vivió allí en la miseria. Su hermana murió en 1972. María Zambrano vivió sus últimos años de exilio en Suiza, en algo así como una chabola, mantenida por amigos.

Era un genio olvidado. Una exiliada exiliada del todo.

Aranguren, al parecer, fue el primero en pedir que alguien se dedicara a estudiar en profundidad su pensamiento. Luego, en 1977, Juan Fernando Ortega, propone que la universidad de Málaga la nombre doctora honoris causa. Alguien se opone.

Hay ya varias voces denunciando la situación. Savater publica en 1981 un artículo titulado “Los Guernicas que no vuelven”.

Ese mismo año empieza su gloria: le conceden el premio Príncipe de Asturias. La primera mujer. Tiene 77 años.

Pero no viene a España hasta 1984. La trae Jesús Moreno Sanz: uno de sus amigos y uno de los mejores especialistas actuales.

El Rey va a visitarla. Ella le dice: “Majestad, es usted el primer rey republicano que conozco.”

Más tarde, en 1988, María Zambrano recibe el Premio Cervantes, pero no puede recogerlo. Está demasiado débil. Su discurso, sin embrago, es imponente. Muere en 1991.

“Voy a seguir buscando la palabra perdida, la palabra única, secreto del amor divino-humano.” ¿La seguirá buscando todavía?

María Zambrano tiene una enorme influencia en los poetas actuales y en muchos pensadores.

Quizás debería decir que es María Zambrano un misterioso puente a una misteriosa libertad: formas de pensar aun no pensadas, ni siquiera por ella.

Algo sobre su pensamiento

Doña María no sistematizó su pensamiento: no hay ninguna obra que vertebre, que ordene, su cosmovisión, o sus respuestas a las clásicas preguntas de la Filosofía: ¿Qué es todo esto? ¿Qué soy yo? ¿Qué es conocer? ¿Es posible conocer? ¿Cómo conocemos? ¿Cómo hay que comportarse?

Sí parece claro que María Zambrano fue otra de las inteligencias post-racionalistas que quiso “salvar” a Occidente de los estragos causados por la razón sistémica de raigambre platónica, la cual habría mutilado muchas porciones de lo real y habría olvidado, por así decirlo, las entrañas del sujeto, los sentimientos, y los seres a medias. Para ello propondría una -¿nueva?- forma de “pensar” y de “expresar” la filosofía: la razón poética.

Hay muchos pensadores actuales que consideran que ésta es la aportación fundamental de nuestra pensadora de hoy.

¿Qué es la razón poética?

Un pensamiento que, según ella misma afirmaría más tarde, se atrevería a recorrer lugares donde Ortega no quería entrar. Una especie de “escapada” hacia el exterior del reconfortante –pero violentísimo- edificio que se había ido construyendo en Occidente a partir de la creencia en lo Uno, en lo “limpio” y “ordenado” y “disciplinado” y “homogéneo” y “cognoscible”, por así decirlo.

Para entender esa razón poética –y para experimentar inmensos placeres no solo intelectuales- es muy útil leer Filosofía y poesía.

María Zambrano creyó encontrar esta “razón poética” en la tradición literaria española: dando cuenta de lo desdeñado por la Filosofía: digamos la suciedad de lo que hay: la sobreabundancia de realidades que sólo pueden ser nombradas desde las metáforas, y las contradicciones: el magma caótico que sólo puede manejar la Poesía desde su renuncia a conocer, a apresar, a domar. La Poesía daría cuenta de la sobreabundancia de lo que se presenta, de lo que hay: no limpia ni doma. Daría cuenta del impacto brutal del misterio. Entero. En su más inabarcable sensualidad.

Literatura española… Unamuno… “Don Miguel” le llamaba ella; y le fascinaba el unamuniano concepto de “inhibición religiosa”. Pero hay una gran diferencia en el sentir de estos dos pensadores: Unamuno está obsesionado con la inmortalidad: quiere seguir viajando con su yoidad intacta hacia el infinito futuro. María Zambrano añora el abrazo de Dios. Quisiera regresar a su carne, descrearse… salir del exilio, doloroso, terrible, deshumanizado…. Aunque, eso sí, mientras tanto, según María Zambrano, habrá que amar, y hasta celebrar la Creación. No es como Schopenhauer: no considera la creación como una maquinaria atrozmente torturante que hay que detener cuanto antes.

La fotofobia de María Zambrano. El el prólogo de 1987 a su Filosofía y Poesía la filósofa afirmó lo siguiente:

“Pero sí veo claro que más vale condescender ante la imposibilidad, que andar errante, solo, perdido, en los infiernos de la luz”. María Zambrano amó el sueño y la noche.

La piedad. En El hombre y lo divino María Zambrano estudia el concepto de la piedad. Y afirma que consiste en tratar adecuadamente con “lo otro”. Es una mirada a lo desdeñado. Y en “lo otro” estaría tanto lo divino (lo suprahumano) como lo infrahumano: eso sería la raíz del sentimiento del amor. Y ese adecuado trato con lo divino sería la salvación del infierno causado por la razón occidental: terrorista de realidades y subrealidades y realidades a medias. Logos ajeno a la raíz del amor:

“Pues realidad es no sólo la que el pensamiento ha podido captar y definir sino esa otra que queda indefinible e imperceptible, esa que rodea a la conciencia, destacándola como isla de luz en medio de las tinieblas.”

Podríamos decir que realidad es también esa mujer soñada, ese sueño no alcanzado, que debe ser tan amado como si hubiera llegado a ser del todo.

La Aurora. María Zambrano dijo que era “luz sin memoria, que bendice nuestro sueño”. Clara Janés, que recoje esta cita en su obra María Zambrano (Desde la sombra llameante), llega a afirmar que la “intuición del alba es la misma intuición poética”. Y dice más, mucho más esta bellísima poeta española: “Sin formularlo, empecé a visitar a María siempre el día de Pascua. Sabía que ella me esperaba: era una celebración secreta, la de la fe en la génesis, en la poiesis, la poesía; la fe en la resurrección, los cabellos de María Magdalena avanzando hacia Cristo, esas hierbas, el reverdecer de la primavera que el celeste imán del tiempo hacía que ocupara una vez más su lugar y nos dictara el nuestro: comunicarlo, hacer de la voz el vehículo de aquella luz, aquel rumor que, día tras día, nos llamaba”.

Luz de la aurora. Luz que “bendice el sueño”. La intución de esa luz sería la misma intuición poética. ¿Y qué es eso? ¿Qué se intuye al alba? En mi opinión se intuye el olor mismo de la realidad pura y dura, lo que hay de verdad, lo que está pasando de verdad: que estamos en un Génesis infinito, en una (sacra) Poesía infinita: todo es Creación y hechizo… Y la palabra puede dar cuenta del resultado de ese hechizo, pero también ser el hechizo mismo. En cualquier caso no sabemos qué sea el lenguaje en sí. [Véase “Lenguaje”]

La razón poética de María Zambrano es ambiciosísima porque quiere nombrar lo que de verdad hay, la Física de verdad. Cabría incluso considerar a la razón poética como una metodología (cercana por cierto al empirismo radical de William James o al anti-intelectualismo de Bergson). Pero el objetivo sería el mismo que el de un físico anglosajón puro y duro: decir lo que hay, lo que pasa. llevar a símbolos nuestro hábitat absoluto.

Y lo que pasa, lo que hay, es Poesía [Véase]. Creación. Creación con mayúscula, creación ubícua, infinita, sacra. Esta es la verdadera Física. Y la verdadera Política. Todo.

Sugiero la lectura de la crítica que en su momento hice de la citada obra de Clara Janés (una obra deliciosa por cierto). La crítica puede leerse aquí:

https://bit.ly/2WGMaHq

David López

 

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“Filósofos míticos del mítico siglo XX”: Heidegger.

 

 

Heidegger. El monstruo político y ético. El genio filosófico y poético.

Hasta donde yo sé, Heidegger fue nazi. No fue en absoluto un hombre ejemplar. Para leerle, para pensar con él, para admirarle como filósofo, sobre todo tras la publicación reciente de sus Cuadernos negros (que la editorial Trotta comenzó a ofrecer en español a partir de 2015), tenemos que sacar de nosotros mismos una gran generosidad; o transcender el principium individuationis y considerar que Heidegger no pensó, sino que lo hizo el Ser: el Ser fue nazi: el Ser lo es todo, lo hace todo).

Debo reconocer que a mí me gusta leer a Heidegger. Mucho más que a Wittgenstein [Véase], cuyas frases de acero me dejan las pupilas heladas. Heidegger tiene un logos erótico. Wittgenstein no. Caminar por las frases de Heidegger me recuerda mucho el caminar por las frases de María Zambrano [Véase] (salvando todas las distancias obvias). El caminante va entre nieblas/hadas/palabras, retorciéndose entre las frases, reptando, volando, soñando, viendo esencias y transparencias, dicciones y contradicciones. Y, a veces, ocurre un fogonazo de luz, y se ve más de lo que soporta la condición humana; y, otras veces, la oscuridad es absoluta, y uno atisba la nada (el “Ser”) que recorta nuestra existencia (finita según cree Heidegger).

Heidegger. Estamos ante un surtidor de frases filosóficas que repugnan tanto como atraen. Pero leer y pensar su pensamiento es una experiencia excepcional. Él mismo vivió su propio pensar como un gran acontecimiento, con alegría, con euforia: pensando a veces su propio pensamiento como proveniente de algo que no era él mismo, sino el Ser. El Ser…

Tengo la sensación de que estamos ante un chamán paleolítico capaz de desarticular el mundo entero (nuestro entero poetizar) y ofrecer uno nuevo: claro/oscuro, fértil y mágico como la propia Selva Negra donde nació ese mago de la gramática filosófica.

Pero, en realidad, si asumimos sus ideas y razonamos desde ellas, Heidegger nunca pensó ni escribió nada. Y nosotros no podemos pensar lo pensado por él, salvo que, quizás, lo sintamos en nuestro “hueco”: dejando que el Ser se piense, y se extasíe con su Poesía, dentro de nosotros, que seríamos “momentos”, finitud angustiada, donde podría mostrarse el Ser a sí mismo. Seríamos algo así como lugares del encuentro, consigo mismo, de algo que no es ni siquiera metafísico porque no es “cosa”. No está ahí ante ningún sujeto.

Para Heidegger, para aquel “in-der-Welt-sein” (estar en el mundo), para aquel Dasein (estar ahí), el fragmento poético que voy a reproducir a continuación proviene del Ser mismo; y ha tenido que fulminar a otro Dasein  (el poeta Hölderlin) para escucharse. Según Heidegger, lo que vamos a leer ahora es lenguaje sagrado, algo que no proviene de un ser humano sino del Ser mismo. Vamos a oír la energía con la que se constituyen las cosas, con lo que se crea y se da nombre a los dioses. El Logos del Logos. La Poesía. La Poesía de Hölderlin (un pararrayos del Ser):

Derecho es nuestro, de los poetas, de vosotros

los poetas, bajo las tormentas de Dios afincarnos,

desnuda la cabeza;

para así con nuestras manos, con nuestras

propias manos robar al Padre sus rayos;

robárnoslo a Él mismo;

y, envuelto en cantos,

entregarlo al Pueblo, cual celeste regalo.

Este fragmento lo he sacado de la siguiente obra: Heidegger, M., Holderlin y la esencia de la poesía (traducción, comentario y prólogo de Juan David García Bacca), Antropos, Barcelona 1989, p. 34.

Acabamos de vislumbrar el estatus metafísico que Heidegger otorga al lenguaje poético y al poeta (como ser humano-pararrayos abierto Ser; y reventado por su omnipotencia y su ansia creadora, creadora por la palabra: “al comienzo fue el Verbo”).

Heidegger es también un poeta, digamos, genésico: crea un Maya de significantes y significados que, si se lo deja vivir en la inteligencia del lector, se presenta como un universo fabuloso. Pero Heidegger es también un Shiva en la historia de la Filosofía: un destructor que quiere regresar al origen, a un mítico momento en la historia del pensamiento humano en el que este pensamiento no se habría perdido en las preguntas por los entes (no se habría denigrado a pensar solo lo útil). Heidegger pretende acabar de una vez por todas con lo que él entiende por Metafísica: el pensamiento que se ocupa del qué de las cosas, o del qué de la suma suprema de cosas (Cosmología), o de la cosa suprema (Teología). Heidegger reivindica un regreso a la pregunta por el ser; el hecho de ser: aquello en lo que participan todos los entes. Todos los entes (las cosas) son. Sí. ¿Pero que es ser? ¿En qué consiste el Ser (con mayúscula ahora si se quiere)? Porque, obviamente, hay algo en lugar de nada. ¿Qué es el Ser (en cuanto sustantivización del verbo “ser”)?

¿Estamos ante una pregunta absurda, como creen muchos? ¿Se ha sustantivizado un verbo -el verbo ser- de forma artificial para crear un falso problema en la Filosofía?

A Heidegger sus alumnos le apodaron “El mago secreto del pensamiento”. Pero, siendo coherentes con ese pensamiento, Heidegger nunca pensó, pues, si lo hubiera hecho, su pensamiento, desde los presupuestos de su propio pensamiento, no valdría nada. La buena Filosofía que Heidegger pudiera habernos aportado solo lo sería en la medida en que fuera Poesía. Poesía del Ser, no suya, lo que le exigiría apartarse. Silenciarse. Un pararrayos silencioso. Suicida. Un Dasein crucificado en un poetizar que no es suyo, sino de lo Impensable. De la Nada si se quiere.

Heidegger fue, como todos los grandes filósofos, un poeta. Y, como todos los grandes poetas, un filósofo.

Machado dijo: “Los grandes poetas son metafísicos fracasados. Los grandes filósofos son poetas que creen en la realidad de sus poemas”.

Y es que para Heidegger el ser humano (el Dasein) no puede acceder a la verdad, no puede conocer el Ser, lo que hay siempre (la base de las finitudes). Es el Ser mismo el que quiso desvelarse, a sí mismo, en Heidegger… a quien, según nos dijo este filósofo, solo debemos leerle si es poeta, porque solo la Poesía es Filosofía. Esta concepción de la Filosofía se acentúa en el “segundo Heidegger”… a partir de Sein und Zeit (1927). Se oye latir el corazón de Novalis. Y el de Nietzsche también.

Heidegger. El filósofo-nazi. El monstruo. El gran chamán de la Selva Negra. El poeta del Ser. Los nazis también fueron y son epifanías del Ser. No hay nada que no sea en el Ser.

Todo es en el Ser. Es prodigioso que haya algo en lugar de nada.

Algo sobre su vida

Messkrich 1889-Friburgo 1976. Nació el mismo año que Wittgenstein (el año en que el cerebro de Nietzsche se apagó para siempre… hacia el exterior al menos). Se dice que ambos — Heidegger y Wittgenstein — se disputan el primer puesto en la filosofía del siglo XX. Ambos tienen una biografía impactante. Ambos son grandes mitos del mítico siglo XX.

Familia católica. Él abandonó pronto el catolicismo (pero se enterró finalmente en este credo). Estudió Filosofía y Teología. Yo me atrevería a decir que estamos ante un caso claro de teólogo oculto, como lo son la mayor parte de los filósofos, incluidos por supuesto Marx y Sartre. Todos los poetas y filósofos son teólogos; y muchos luchan toda su vida para no serlo. O para no parecerlo, al menos.

El libro con el que Heidegger accede  a la docencia universitaria (titulado La doctrina de las categorías y del significado de Duns Escoto) concluye con una frase de Novalis que ya he traído aquí alguna vez:

En todas partes buscamos lo incondicionado, y lo único que encontramos siempre son cosas.

Discípulo de Edmund Husserl [Véase] le dedicó Sein und Zeit [Ser y Tiempo]: una obra fundamental del siglo XX. Inconclusa, como quizás lo está todavía ese siglo prodigioso.

Se afilió a partido nazi; y en 1933 — cuando Hitler ganó las elecciones — fue nombrado rector de la universidad de Friburgo. Abandonó su cargo muy pronto. En su “época nazi” escribe obras de enorme interés filosófico.

Es importante su relación (extramatrimonial) con Hanna Arendt. Su alumna y amante judía. Su musa. Una mujer hiperlúcida a la que debemos ideas  como la de “totalitarismo” (hizo equivaler a Stalin con Hitler en una época en la que la intelectualidad europea estaba hipnotizada por la escolástica marxista). Acuñó también lo de los “crímenes contra la humanidad” y lo de la “banalidad del mal”. Hanna Arendt, la filósofa judía, veneró a su maestro-amante nazi hasta su muerte.

Finalizada la segunda guerra mundial, y aniquilado el régimen nazi, Heidegger es apartado del mundo universitario. Está bajo sospecha. En los años cincuenta empieza poco a poco a ser rehabilitado, perdonado en parte, diríamos.

En su Selva Negra construyó una cabaña donde solía retirarse a pensar. Estamos ante un chamán, no hay que olvidarlo: retiro, silencio, soledad salvaje, desactivación del hechizo colectivo que es toda sociedad, fascinación ante el sublime espectáculo de su propio pensamiento. Heidegger, según Gadamer, tenía algo primitivo: le gustaba partir leña, vestirse como los granjeros, hablar como ellos. Heidegger quizás fue un salvaje. De ahí su fuerza. Su irresistible atractivo poético. La pre-socrática ambición de su mirada. Gadamer destacó la fuerza imaginativa que irradiaban los ojos de su maestro.

Murió en 1976. Está enterrado en su ciudad natal (Messkirch) y, al parecer, pidió que se oficiara una misa católica en su funeral.

Algunas de sus ideas

– ¿Tiene “ideas” Heidegger? A este filósofo se le acusa de realizar un uso extremo del lenguaje, que llega incluso a retorsiones y violencias intolerables. Karl Popper le agrupa, con Hegel, en un tipo de pensador deshonesto, que, al no expresarse inequívocamente, tampoco puede ser refutado inequívocamente. Lo cierto es que Heidegger expresamente calificó el afán de hacerse entender como el suicidio de la Filosofía. Él dijo que escribía para “los pocos”, “para los raros que tienen el valor supremo de la soledad para pensar la nobleza del Ser”. En realidad esos “pocos” serán los que quiera el Ser utilizar para autodesvelarse. La influencia del Maestro Eckhart aquí es enorme.

– La gran pregunta. Heidegger fue ayudante de Husserl, filósofo al que se tiene por fundador del método fenomenológico. Su máxima fue Zu den Sachen selbst [a las cosas mismas]. Se pretendía instituir un método de limpieza y organización del proceso del conocer, un poco al estilo de Descartes. Husserl al final lo reduce todo a una conciencia (que es lo último que queda incuestionable, mucho más allá del yo pienso de Descartes): una conciencia que recibe contenidos aquetipizados. El fenomenólogo pretende encontrar en la masa de contenidos de conciencia (el material a conocer) las esencias, los tipos de repetición… los quids… desencarnados de los hechos sin más. Heidegger afirma que ha utilizado este método para solucionar la pregunta que se hace al comienzo de su obra fundamental (El ser y el tiempo). La pregunta es sencilla y descomunal… ¿Qué es el Ser? O, planteada de otra forma: ¿Cuál es el sentido del ser, eso que no es ningún ente pero en lo que participa todo ente?

– El Dasein. Heidegger, en su esfuerzo por pensar el Ser, empieza por analizar fenomenológicamente (como contenido arquetipizado de conciencia) al ente que se hace esa pregunta: un ente que solemos llamar “ser humano”, pero que él bautiza con el nombre Da-sein. El “estar ahí”. La esencia fenomenológica del ser humano es que está ahí, arrojado al mundo… a que se las componga como pueda. Su ser es “in-der-Welt-sein”. Ese ente arrojado es el que se hace la pregunta por el Ser. Y no es un ente sin más, no es un ente más: su ser (su esencia como ente) es una posibilidad: puede actualizarse o no: es una trascendencia, un esencial salir de sí mismo para desplegar su proyecto en el tiempo, hacia el futuro, que es lo decisivo. El tiempo. El hombre debe conquistarse, actualizarse, en un brevísimo vector de tiempo. Puede también perderse. Aunque al final todos los Dasein se pierden en la nada de la muerte. El Dasein no es un ente como los demás, sino un existente: en su ser le va el ser.

– ¿Por qué hay algo? Ante la pregunta clave de la metafísica, planteada por Leibniz, de por qué hay algo, y no la nada, Heidegger considera que lo que hay que comprender es que es la nada la que sostiene todo y en la cual sobrenada todo ente.

– El conocimiento. ¿Para qué? Heidegger quiere rectificar a su maestro Husserl y a toda la filosofía occidental eliminando la posición cognoscitiva del ser humano en el mundo… No, para el Dasein el mundo no es algo para ser conocido objetiva y desinteresadamente, sino para ser utilizado: es utensilio. Algo tendrá sentido cuando sepamos qué hacer con ello. Hay que trascender el conocimiento útil y acometer el conocimiento del Ser.

– La muerte. El Dasein, que es esencialmente proyecto, posibilidad de actualización, se encuentra con que el mundo se le resiste. Pero, sobre todo, se encuentra con la evidencia de la muerte: el fin de toda posibilidad. La nada. Tomar consciencia de esa nada que determina por fuera toda existencia individual produce angustia. Y así debe ser, según Heidegger. La muerte. Ante ella todos los proyectos humanos son iguales: nada. Hay que soportar la verdad de la nada de la muerte que nos espera. Con angustia. Ese es el estado auténtico que nos permitirá vislumbrar quizás lo completamente otro de todo proyecto. El silencio.

– El Ser. Heidegger al final afirma que el Dasein, aunque sea un ente privilegiado (que se pregunta por el Ser y tiene esa cosa hiperpeligrosa del lenguaje) no puede decir-pensar el Ser. El segundo Heidegger, sin embargo, nos da algunas “indicaciones” sobre el Ser:

  • La existencia es una determinación inesencial del Ser.
  • Lo mejor para aprehender el Ser es no aprehenderlo.
  • El Ser es como una especie de luz, alojada en el lenguaje poético o creador.
  • Acceder al Ser no es conocerlo, sino habitarlo.
  • No es el fondo de las cosas, ni algo escondido.
  • Es la realidad misma.

El Ser de Heidegger… Muchos han sufrido mucho para atisvarlo. Él avisa no obstante que no hay nada que hacer si el Ser no quiere desvelarse a sí mismo.

¿Cómo? Puede hacerlo en la finitud del hombre mediante el rayo de la poesía. Eso sí: calcinando de plenitud a los poetas.

En 1947 en Carta sobre el Humanismo, Heidegger afirmó:

“Dicho sencillamente, el pensar es el pensar del Ser.” Se refiere al pensar de verdad, no al de Platón y sus seguidores. Es el Ser el que piensa en nuestro pensar.

Lo he recordado párrafos arriba: Heidegger leyó y veneró a Eckhart. Y estudió mucha mística.

Aquí está la clave de la denuncia que Heidegger hace a toda la metafísica occidental desde Platón. Fue este filósofo el que creó el equívoco. No es el ser humano, su mente finita y lingüística, quien accederá a la verdad, al Ser, finitándolo y cosificándolo por tanto. Parménides, Anaximando y Heráclito sí lo vieron claro: es el propio Ser el que se desvela, a sí mismo, o no, en esa finitud que es el Dasein, mediante el lenguaje sagrado de la Poesía, que puede incluso decir el Ser: lo que no puede ser dicho. La Poesía, que brota del Ser, lo puede acoger para que el propio Ser se lea, se escuche, en esos entes extraordinarios que son los poetas.

– Propuesta soteriológica de Heidegger: callarse, para escuchar al Ser. Mejor dicho quizás: callarse para que el Ser se escuche a sí mismo en el Dasein. Asumir la nada que se es en cuando ente. Dejar que la Poesía del Ser rellene nuestro silencio con el infinito del que proviene.

– Silencio. El paraíso soñado por los esclavos, y por los sacerdotes, de la diosa Vak.

Produce enorme angustia el final de El Acantilado de Hölderlin. El poeta se dirije así al dios del mar:

y si el tiempo impetuoso conmueve demasiado violentamente mi cabeza,

y la miseria y el desvarío de los hombres estremecen mi alma mortal,

¡déjame recordar el silencio en tus profundidades”.

Porque la locura no es silencio. Como no hay silencio en los sueños. Según Heidegger a Hölderlin el silencio le llegó con la muerte (lo cual es mucho suponer).

La nada. Dijo Heidegger: “Somos elipsis de la nada” (omisiones que no alteran su sentido)

Frutos de la nada, como dijo Eckhart.

Creo que la mejor imagen de un Dasein (de un ser humano) es la flor de un almendro: la nada reventada de belleza.

David López

 

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