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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Simone Weil

 

 

Simone Weil. Una preciosa mujer, una hipertrofia de la inteligencia y del amor: una hipertrofia de la humana capacidad de sacralizar al otro ser humano.

Un labios bellísimos, muy sensuales, dibujados con un pincel prodigioso. Unos labios que, al parecer, nadie besó.

El filósofo (a diferencia del “sabio”) ama lo que no sabe, sacraliza lo otro de lo ya conocido, ama el deseo en sí… el deseo de Verdad. El filósofo ama la Verdad. Quisiera tener una reproducción exacta del Ser en su mente. Por eso estudia tanto. Por eso pregunta y escucha tanto. Por eso no le vale cualquier cosa: todo modelo le parece pequeño en comparación con lo que intuye que de verdad está pasando. Con lo que de verdad hay.

El místico del amor (Simone Weil por ejemplo) incendia ese amor intelectual con el respeto a los demás seres humanos. El respeto…

Para Simone Weil el sufrimiento ajeno es muchísimo más doloroso que el propio. El propio es asumible, es incluso recibido como un regalo, como una sacra energía. El problema es aceptar el sufrimiento del otro, que es el que duele de forma atroz, que es el que parece negar el sentido de cualquier teología y, sobre todo, de cualquier teodicea.

Simone Weil me ayudó hace años a engranar la Mística con la Magia (dos temas fundamentales de mi Filosofía). La clave está en la dualidad Gravedad-Gracia, dualidad decisiva en mi concepción de lo que aquí está ocurriendo y en mi análisis metafísico de la Magia a través de las obras de Schopenhauer.

Escuchemos a Simone Weil, dejemos que caiga su nevada de flores de silencio en nuestro huerto, que es infinito (una flor de silencio es, para mí, una palabra, cualquier palabra, porque toda palabra lleva dentro un silencio abisal):

“El hombre que tiene contacto con lo sobrenatural es por esencia un rey, porque es la presencia dentro de la sociedad, bajo una forma infinitamente pequeña, de un orden que trasciende lo social”.

“El sufrimiento es un koan. Dios es el maestro que lo aloja en el alma como algo irreductible, y obliga a pensarlo.”

“Yo soy todo. Pero ese mismo yo es Dios. Y no es un yo”.

“Percibir al ser amado en toda su superficie sensible, como un nadador el mar. Vivir dentro de un universo que es él”.

“Tengo una especie de certeza interior creciente de que hay en mí un depósito de oro puro por transmitir. Solo que la experiencia y la observación de mis contemporáneos me persuaden cada vez más de que no hay nadie para recibirlo”.

“La creencia productora de realidad es lo que se llama fe”.

“No hay equilibrio entre el hombre y las fuerzas de la naturaleza circundantes, que lo superan infinitamente en la inacción, sino únicamente en la acción por la cual el hombre recrea su propia vida: el trabajo”.

“La violencia del tiempo desgarra el alma; por el desgarramiento entra la eternidad”.

“Por su completa obediencia, la materia debe ser amada por quienes aman a su Señor, como un amante mira con ternura la aguja que ha sido manipulada por una mujer amada y muerta”.

“De manera general nada tiene valor cuando la vida humana no lo tiene”.

“El amor sobrenatural constituye una aprehensión de la realidad más plena que la inteligencia”.

“Tratar al prójimo desgraciado con amor es como bautizarlo”.

“La religión es un alimento”.

“La belleza del mundo es la sonrisa de ternura de Cristo hacia nosotros a través de la materia”.

“Experimento un desgarro que se agrava sin cesar, a la vez en la inteligencia y en el centro del corazón, por la incapacidad en que me encuentro de pensar al mismo tiempo, dentro de la verdad, la desgracia de los hombres, la perfección de Dios y el vínculo entre ambos”.

“Esclarecer nociones, desacreditar las palabras congénitamente vacías, definir el uso de otras mediante análisis precisos; he aquí, por extraño que pueda parecer, un trabajo que podría salvar vidas humanas”.

“Se pueden tomar casi todos los términos, todas las expresiones de nuestro vocabulario político, y abrirlos; en el centro se encontrará el vacío”.

 

Algo sobre su persona y sobre su vida

La vida de Simone Weil fue una parte esencial de su mensaje. Estamos ante una vida de “santa”: una vida “sobrenatural” cabría decir desde la propia concepción weiliana.

Albert Camus siempre tenía una foto de Simone en el escritorio. Él publicó la mayoría de sus obras. Creía imposible imaginar un renacimiento para Europa que no tuviera en cuenta las exigencias que Simone Weil definió en L´enracinement [El arraigo].

George Bataille: “Era tan tranquila como un sacerdote en confesión y se le podían contar enormidades”. La llamaba con desdén “la cristiana”. “Judía delgada… de carne amarillenta… sus cabellos cortos, lacios y despeinados le formaban unas alas de cuervo a cada lado del rostro.”

Alain (su profesor decisivo; que profesaba por su alumna una admiración casi entusiasta): “La marciana”, la “muchacha sorprendente”. Era dos años menor que sus compañeras en el colegio, pero se decía que “exaltaba la clase”.

Siempre con los pies desnudos, en invierno, con sandalias, siempre con la cabeza descubierta (y rellena de terribles jaquecas: salvo en el éxtasis estético que vivió en Italia –como María Zambrano- y cuando fue abrazada por Cristo, físicamente tomada, en la abadía de Soresmes…)

Jean Tortel habló de ella como una mujer “de mirada extraordinaria detrás de los inmensos anteojos, con la boca muy marcada, sinuosa, húmeda. Miraba a través de su boca. El conjunto ojos-boca contenía una exhortación, una petición y, al mismo tiempo, una ironía insoportable frente a las estupideces y las cosas indiferentes, mediocres… Ella llevaba todo hasta el fondo.”

Murió con 34 años. Nació en París 1909. Familia judía culta y muy moderna. Padre ateo confeso, madre rusa de familia rica y cultivada. Son naturistas: gimnasia todos juntos, muchos paseos, montaña…

Un hermano genial e insuperable: a los diez años aprende griego. Y crean un lenguaje entre los dos hermanos, solo para ellos. Algo parecido a la genial e hipersofisicada familia de Wittgenstein. En el liceo es brillantísima: exalta a la clase. Ella es dos años menor que el resto de los alumnos.

1925.  Tiene la suerte de tener como profesor al filósofo Émile Chartier (Alain).

Desde niña arde en ella un sentimiento de solidaridad extraordinario con “los desfavorecidos”. Trabaja en el campo. Consigue que la acepten unos pescadores de navío. El capitán decía que ella estaba obsesionada con que él pudiera convertirse en un explotador.

1931. Profesora de Filosofía. Quiere entrar en alguna organización sindical, luchar por la revolución obrera-marxista… (Las cosas están muy mal… hay que trabajar mucho y rápido para salvar la humanidad); promoción de la cultura: universidad obrera. Participa en manifestaciones, hace comunicados, artículos… por la revolución.

1932. Visita Berlin. Siente, proféticamente, la que se avecina: instauración de la fuerza irreflexiva que seduce a los débiles; sobre todo, a los débiles. Vuelve a Francia y rompe a llorar. Se enfrenta a los comunistas oficiales. Apoya a las minorías. Es hereje dentro de esa nueva religión. Aboga por reaccionar ante el burocratismo y el totalitarismo rusos. Hay quien la considera “el único cerebro del movimiento obrero desde hace años…” Se enfrenta a Troski. Quiso ser un soldado en esa revolución. Simone era hiperactiva, combatiente. ¿Contra el Mal?

1934. Se deja “crucificar” en “la Fabrica”. Es una experiencia desgarradora. Pide permiso en su escuela para investigar las condiciones de la opresión. Primero cargadora en Alshthom y luego obrera en Renault: “Gané la capacidad de bastarme moralmente a mí misma, de vivir en ese estado de humillación constante sin sentirme humillada a mí misma.”

1936. Participa en la guerra de España. Se enrola en la columna internacional de Buenaventura Durruti. Única mujer entre 22 hombres. Se horroriza ante la barbarie grupal: la ejecución de un niño falangista de 15 años que llevaba un colgante de la virgen. Las colectividades no piensan.

1938. Italia: contacto con la Belleza. Ese gigantesco misterio la salva del dolor de cabeza: “Allí, estando sola en la pequeña capilla de Santa María de los Ángeles […] algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a ponerme de rodillas”.

Sus dolores de cabeza la obligan a dejar la docencia. Se obsesiona con la política internacional. Pasa hambre, físicamente. Se opone a la declaración de la guerra al hostil gobierno alemán.

Decisivo: 17 de abril de 1938, en la abadía de Saint Pierre a Solesmes es tomada físicamente por Cristo. Habla de “una presencia más personal, más cierta, más real que la de un ser humano.” Empieza a estudiar Historia de las religiones, el Libro Egipcio de los Muertos, el libro de Job, el Cantar de los cantares. Entra en contacto con el Zen de la mano de Suzuki. Se fascina con los cátaros albiguenses.

Alemania acosa a Europa y al concepto de humanismo. Se deroga explícitamente, eufóricamente, el “No matarás”. Simone Weil no está de acuerdo con el pacifismo. Hay que luchar contra la Alemania nazi.

Aprende sánscrito. Lee el Bhagavad Gita. Aprende el Pater en griego y escribe, respecto de esa plegaria:

“La virtud de esa práctica es extraordinaria y me sorprende siempre, porque aunque la experimente cada día, siempre supera mis expectativas… el espacio se abre. La infinitud del espacio ordinario de la percepción es reemplazada por un infinitud a la segunda o a veces a la tercera potencia. Al mismo tiempo, esa infinitud de infinitud se colma de punta a punta con silencio, un silencio que no es ausencia de sonido[…]”

1942. Nueva York. No puede evitar ir a Harlem con los negros. Se vuelve a Londres y deja a sus padres para siempre. Se compromete dando opiniones para la nueva constitución de esa Francia aturdida por lo ocurrido con los nazis. Se limita a comer el mínimo de racionamiento en Francia. Está muy débil. El gobierno francés en el exilio le encarga un texto con el que reconstruir ese país tras la guerra. Simone Weil escribe sin parar. A la desesperada. Con urgencia. Está en juego la salvación de Europa, de Francia, de todos los seres humanos, del espíritu confundido en la materia. Lucha por un proyecto de enfermeras en el frente. No consigue nada inmediatamente.

Tuberculosis. Muere tranquila en un hospital inglés, en una habitación  con vistas al campo: con vistas a la destrucción de su yo, al no-tiempo… La eternidad, la luz. Dios.

Acuden seis personas al entierro. El cura se equivoca de tren y no llega. Ella dijo no haber querido el bautismo para solidarizarse con los desgraciados que no creen.

Sugiero ahora algunas claves  para leer a Simone Weil. Para pensar y para sentir con ella:

 

1.- Compasión. Política. Respeto.

Simone Weil está obsesionada, torturada, con el sufrimiento humano. Su solidaridad es extrema. También está obsesionada por estudiar lo que pasa de verdad, erradicar la imaginación, y actuar para modificar… Tiene un proyecto político (ciudad, arraigo humano fundamental). Cree que puede salvar Europa. Se la toma en serio… Camus. Para ella la ciudad es importante. Es comunista, siente la revolución obrera, siente la opresión, pero enseguida su sensibilidad y su inteligencia la empujan a salirse de las derivas totalitarias y crueles de esa religión. Es curioso que se obsesione con el sufrimiento humano ajeno, que quiera combatirlo (es una autentica voluntaria sin cuartel), pero a la vez que vea en el sufrimiento una ubicuidad, una cosa que mete Dios en el pecho del hombre, incluso una vía de salvación… Marx y Engels no querían mejorar las condiciones de los trabajadores para no aburguesarlos. Se trataba de aprovechar la desesperación proletaria como energía transformadora: una especie de colectivizado tapas creativo. [Véase “Tapas”].

Su propuesta de sociedad: libertad de pensamiento, de opinión. Y el respeto. Entiendo que estamos ante un tema esencial que ella ha sabido ver. A aquel niño falangista no se le respetó. El sistema se cae entero si no se diviniza al ser humano. El humor hostil: los programas del corazón en los que se tritura la dignidad humana (con o sin el consentimiento de la víctima) creo que tienen olor a metal y a sangre. A barbarie en el sentido weiliano. Es más relevante de lo que parece. Son sacrilegios. Así me tengo que expresar, apoyándome en la sensibilidad de Weil, que comparto plenamente. Son muy peligrosos esos programas. Y muy tristes. Humor triste. Humor sin amor.

2.- Fuerza.

Rechazo de la presunta grandeza de figuras como Alejandro, Cesar, Napoleón… Rechazo que comparto plenamente. Simone Weil quiere subvertir valores, mirar la historia de otra forma. El universo se impone con fuerza descomunal sobre el hombre. Pero hay un misterio: el de la santidad: lo sobrenatural.

3.- Palabras.

Simone Weil es neologista. Tiene que desmontar un mundo (un sistema de conceptos) para montar otro. Pero sigue siendo una creyente en La Verdad unificada. Es muy platónica. Muy pitagórica. Muy cartesiana (dualista). Cree que hay que estar atento, estudiar con detenimiento la “realidad”, absolutamente diferente al sueño, y revisar la semántica: hay palabras que dicen algo, que tienen referente objetivo, y otra que no. Cree que así se salvarán vidas. Estudia mucho: textos y realidades. Siente que está en juego la salvación del hombre y de la sociedad entera. Quizás hay una segunda Simone después de que la tomara Cristo: la Gracia. Eso desactiva los significantes: suspende la gravedad. Deja silencio e inmensidad metamoral y metaintelectual.

4.- La gravedad y la gracia.

A Simone Weil le impresiona una frase del profeta Isaías: “Aquellos que aman a Dios nunca están cansados”. Ella dirá que el santo es una especie de fenómeno sobrenatural en el tejido mecánico que es el universo. Tejido mecánico que, no obstante, ella dirá que es su segundo cuerpo. Y su belleza la considerará una sonrisa de Cristo. Estamos oprimidos por el universo hasta un nivel inimaginable: ciegas máquinas en manos de leyes ciegas. Una enorme fábrica que nos usa y nos tritura. Enrome fuerza inhumana. Eso es la gravedad, según Simone Weil. La gracia sería la irrupción de algo exterior (al mundo) que rescata, que asiste, que permite que ocurra lo imposible, tanto en el alma humana y como en el mundo material:

“Todos lo movimientos naturales del alma se rigen por leyes análogas a las de la gravedad material. Solo la gracia es una excepción.”

“Siempre hay que esperar que las cosas ocurran conforme a la gravedad, salvo intervención de lo sobrenatural.”

5.- Arraigo.

El arraigo. Preludio a una declaración de deberes hacia el ser humano, es una obra que escribió Simone Weil en Londres (1943), poco antes de morir. Lo hizo en plena segunda guerra mundial, enferma, por encargo del gobierno francés en el exilio. Camus vio en esa obra una relevancia civilizacional, sobre todo para la Europa que habría de surgir en caso de que el gobierno nazi perdiera la guerra. El arraigo fue publicada en 1949 por Gallimard gracias a Camus, otro gran enamorado del ser humano, por encima de todo, y muy a pesar de Sartre.

La obra consta de tres partes (1.- Las necesidades del alma, 2.- El desarraigo,  y 3.- El arraigo) precedidas de una introducción cuyos momentos fundamentales creo que son los siguientes (la traducción es mía, y es muy mejorable):

– Las obligaciones del ser humano están por encima de sus derechos. “Un hombre que estuviera solo en el universo no tendría derechos, pero sí obligaciones”. Se trata de obligaciones hacia los seres humanos (hacia uno mismo incluso). Esta obligación responde al destino eterno del ser humano. Las colectividades humanas no tienen ese destino eterno. Se trata de una obligación incondicional.

– “El hecho de que un hombre posea un destino eterno supone una única obligación; el respeto. La obligación no se cumple hasta que el respeto es realmente expresado, de una manera real y no ficticia; y no puede serlo sino a través de las necesidades terrenas del hombre”.

– La primera obligación: “Es por tanto una obligación eterna hacia el ser humano no dejarle sufrir de hambre cuando se tiene la ocasión de socorrerle. Siendo esta obligación la más evidente, debe servir de modelo para extraer la lista de deberes eternos hacia el ser humano. Para que se establezca con todo rigor, esta lista debe proceder de este primer ejemplo por la vía de la analogía”.

– Hay necesidades físicas (hambre, protección contra la violencia, ropa, calefacción, higiene, cuidados en caso de enfermedad). Otras necesidades tienen que ver con la vida moral.

– “El grado de respeto que es debido a las colectividades humanas es muy elevado”. Toda colectividad es única. “La alimentación que una colectividad suministra al alma de aquellos que son sus miembros no tiene equivalencia en el universo entero”. “Pues, por su duración, la colectividad penetra ya en el porvenir. Ella contiene el alimento, no solo para las almas de los que viven, sino también para aquellos seres que todavía no han nacido y que vendrán al mundo en el curso de los siglos”.

– “La colectividad tiene sus raíces en el pasado. Constituye el único órgano de conservación de los tesoros espirituales del pasado, el único órgano de transmisión por medio del cual los muertos pueden hablar a los vivos. Y la única cosa terrestre que tiene un vínculo directo con el destino eterno del hombre es la influencia de aquellos que han sabido alcanzar una conciencia plena de este destino, transmitida de generación en generación”.

– “A causa de todo esto, puede ocurrir que la obligación con respecto a una colectividad en peligro llegue hasta el sacrificio total. Pero esto no significa que la colectividad esté por encima del ser humano”.

– “Algunas colectividades, en lugar de servir de alimento, muy por el contrario ingieren las almas. Hay en este caso una enfermedad social, y la primera obligación es aplicar un tratamiento; en ciertas circunstancias puede ser necesario inspirarse en métodos quirúrgicos”.

– “También hay colectividades que alimenta insuficientemente el alma. Hay que mejorarlas”.

– O que matan el alma. Esas hay que destruirlas, según Simone Weil.

– “El primer estudio a realizar es el de las necesidades que son para la vida del alma lo que para la vida del cuerpo las necesidades de alimentación, de sueño y de calor. Hay que intentar enumerarlas y definirlas”.

– “La ausencia de un estudio semejante fuerza a los gobiernos, cuando tienen buenas intenciones, a moverse al azar”.

– “He aquí algunas pautas”, termina Simone Weil diciendo en su introducción. Y nos ofrece un listado de necesidades del alma que reproduzco a continuación: Orden, libertad, obediencia, responsabilidad, igualdad, jerarquía, honor, castigo, libertad de opinión, seguridad, riesgo, propiedad privada, propiedad colectiva y verdad. En esta lista no coloca Simone Weil la que según ella sería “quizás la más importante necesidad del ser humano”: el arraigo. “Un ser humano tiene una raíz por su participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad que conserva ciertos tesoros del pasado y ciertas premoniciones del futuro”.

Procedo a continuación a reflexionar sobre algunas de las necesidades del alma que listó Simone Weil:

1.- Orden.

Sería la primera necesidad del alma. Simone Weil es aquí sorprendente. Habla de la necesidad de un tejido social en el que “nadie se vea obligado a violar alguna rigurosa obligación para ejecutar otra obligación”. En realidad se está refiriendo a la necesidad de vivir en una sociedad justa, donde la justicia y la virtud se desplieguen en todas las direcciones (no solo jerárquicamente de arriba hacia abajo).

2.- Libertad.

Simone Weil concreta este concepto abisal en la posibilidad de elegir. Pero afirma que dado que vivimos en comunidades, es inevitable que existan reglas que limiten esas posibilidades de elección. Esas reglas deben ser suficientemente razonables y simples para que cualquier persona dotada de discernimiento las desee y vea la necesidad de que sean impuestas. Esas normas, según Simone Weil, deben emanar de una autoridad que no sea extranjera ni enemiga, una autoridad que sea amada como perteneciente a aquellos que ella dirige. La verdadera libertad requiere una incorporación de las reglas al propio ser del hombre. Solo el niño cree que le están limitando la libertad cuando no le dejan comer todo lo que quiere comer. “Aquellos a los que le falta la buena voluntad o que siguen en la infancia no serán nunca libres en ningún estado de la sociedad”.

3.- Seguridad.

“El miedo o el terror, como estados duraderos del alma, son venenos casi mortales”. Se me ocurre sugerir que la timidez sería un estado de miedo que sufre el individuo dentro del sistema social. El ser humano tiene miedo al ser humano. Y con razón. Las sociedades quizás nacieron para protegerse contra los peligros de lo no-humano, pero enseguida pudieron convertirse en lugares muy hostiles. El alma humana, en cualquier caso, según Simone Weil, necesitaría seguridad: hay que ofrecerle un hábitat donde el miedo no sea una constante. Pero tampoco resistiría ese alma humana la ausencia total de miedo, de riesgo.

4.- Riesgo.

“La protección de los hombres contra el miedo y el terror no implica la supresión del riesgo; sino que implica por el contrario la presencia permanente de una cierta cantidad de riesgo en todos los aspectos de la vida humana”. Creo que esta reinvidicación de Simone Weil tiene un interés excepcional. Nos equivocaríamos mucho si construyéramos Estados del bienestar en los que el alma humana lo tuviera todo asegurado, completamente protegido del riesgo de pérdida o de detrucción: la fuente de ingresos, los ahorros, la pareja, la propia salud, el propio Estado de Derecho… Se me ocurre sugerir que el alma humana requiere mantener un cierto tono muscular, un cierto estado de alerta. En caso contrario se pierde, enferma de aburrimiento y busca curar su aburrimiento con actividades que le pueden denigrar a él e, indirectamente, a la sociedad de la que es parte nutrida y nutriente.

5.-Verdad.

Simone Weil escribió: “La necesidad de verdad es la más sagrada de todas. Y sin embargo nunca se la menciona”. ¿Por qué utilizó la expresión “sagrada”? La necesidad de arraigo, por ejemplo, la adjetivó como “la más importante”. Pero no sagrada. En los párrafos que siguen a su sacralización de la Verdad Simone Weil no fundamenta, creo yo, esa sacralidad, aunque sí propone sistemas sociales de fomento y de custodia de ese culto, el culto a la Verdad, que es lo contrario de la mentira. Pero, ¿es verdad que el alma humana necesita la verdad?

¿Por qué la verdad es una necesidad “sagrada”? Quizás bastaría con apelar al concepto de respeto, que ya hemos visto que es un pilar fundamental de toda la Ética y toda la Política weilianas. A quien se le está mintiendo se le está faltando el respeto, bien porque se le está manipulando en su contra (se le está depredando, podríamos decir) o bien porque se está presuponiendo que el destinatario de la mentira carece de legitimidad comunicativa. En mi opinión la mentira consciente, cuando es de buena fe, es siempre una falta de respeto, una forma de opresión sutil que presupone la instauración de un plano inferior donde se ubica, de forma irrespetuosa, a la persona engañada. Es importante distinguir entre la verdad y la veracidad. La verdad solo la puede ofrecer el ignorante. La veracidad, por el contrario, es una exigencia ética: se comunica al otro ser humano lo que se tiene por verdad, no la Verdad con mayúscula. Digamos que al otro ser humano se le permite el acceso al corazón de nuestra mente.

“Algunas medidas fáciles de salubridad podrían proteger a la sociedad contra los atentados a la verdad”. Y Simone Weil propuso dos:

1.- Un tribunal custodio de esa “necesidad sagrada”. Cierto es que inquieta su idea de que ese tribunal persiga incluso los ensayos de intelectuales que, de buena fe, afirmen cosas erróneas.

2.- Prohibición de cualquier propaganda en medios de comunicación cotidianos. Solo estaría permitida la información no tendenciosa.

La propia Simone Weil se plantea la pregunta obvia: ¿Cómo garantizar la imparcialidad de este tribunal? La única garantía estaría, según esta pensadora, en que sus miembros “provengan de estratos sociales muy diferentes, dotados naturalmente de una inteligencia amplia, clara y precisa, y que se hayan formado en una escuela donde hayan recibido, no una formación jurídica, sino espiritual y, en segundo lugar, intelectual. Hace falta que se acostumbren a amar la verdad”.

Mi amiga Mónica Cavallé, tras una conversación en la que yo le manifestaba mi preocupación sobre el tema de la veracidad en la Política, me hizo llegar una carta de Unamuno fechada en 1908 -completamente desconocida por mí- en la que el filósofo explica lo que entiende como “la verdad en la vida y la vida en la verdad”. Recomiendo su lectura en Mi religión y otros ensayos, 1910. Y destaco dos frases:

“El culto a la verdad por la verdad misma es uno de los ejercicios que más elevan el espíritu y lo fortifica.”

“Pues el que no se acostumbra a respetar la verdad en lo pequeño, jamás llegará a respetarla en lo grande.”

Unamuno. Simone Weil. Amor a la verdad. Quizás ese tipo de amor podría reconfigurar por completo la sociedad humana, en particular la española de hoy. Tengo la sensación, por lo vivido hasta ahora, de que no se le tiene en general demasiado respeto a la Verdad. En demasiadas ocasiones se la profana invocando valores aparentemente superiores.

Está pendiente una gran revolución. Individual. Grandes manifestaciones en la mente y en el corazón de cada uno de nosotros. Hay que girar la cámara hacia dentro. Creo que podrían ocurrir prodigios. Y sigo sosteniendo, a pesar de todo, que a más verdad, más belleza.

David López

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Las bailarinas lógicas: “Gracia”

 


“Gracia”.

¿Qué es eso? ¿Qué es esa enormidad? ¿Existe/ocurre en realidad?

Creo que no es que “exista” la Gracia, sino que es lo único que hay. Lo único que ocurre.

En la majestuosa abadía de Solesmes,  Simone Weil [Véase] se sintió abrazada por Cristo. Físicamente. Ocurrió el 17 de abril de 1938. Ella murió pocos años después, en 1943, con treinta y cuatro años, en una habitación de hospital con vistas a la “naturaleza”, en paz, sintiendo el luminoso oleaje del infinito. De un infinito capaz de amar. Y de dar.

Y de recibir.

En aquella habitación de hospital, antes de morir, Simone Weil sintió, quizás, otra vez quizás, algo que los teólogos occidentales denominan “Gracia”.

Antes de exponer mis ideas y mis sentimientos acerca de lo que puede estar queriendo atrapar esta enorme palabra, creo que es necesario hacer el siguiente recorrido (para el cual, una vez más, me ha sido de gran utilidad el Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora):

1.- Antiguo testamento. “Hen” traducido al griego como “Gratia“: significaría regalo, favor, gratitud. También se traduce como belleza. Aquí cabría hacer referencia al sentido estético de la palabra Gracia (Platón/Plotino/Edmund Burke/Friedrich Schiller/Joachim Winckelmann). Y cabría ir ya avistando que ese don, ese regalo que podría provenir de la Omnipotencia, es belleza: una existencia bella, en este plano de realidad (la vida) o en otro (más allá de la vida).

2.- San Pablo (Epístolas y Actas). La Gracia es gratuita, no es consecuencia de las obras ni de la ley. Y es la Fe la única condición necesaria para que ocurra la Gracia. Sí. Pero, ¿qué es la Fe? Simone Weil la definió como “creencia productora de realidad”. Un sentido similar lo encontramos en Paracelso. Y en Unamuno: creer es crear. Me pregunto: ¿podemos elegir nuestro creer/crear? ¿De dónde surde esa capacidad creyente/creativa? ¿Qué tenemos dentro? ¿Qué es ese taller prodigioso?

3.- San Agustín. Todo lo que proviene de Dios es resultado de la Gracia. Así, toda la Creación (el Universo si se quiere) participa de esa “gracia común”. Todo es agraciado. Pero hay otra Gracia -la Gracia sobrenatural- que entra en la Creación a través de Jesucristo. Está reservada para los seres humanos. Pero, al parecer, no para todos: solo para los elegidos. Y es inmerecida: es un regalo completamente gratuito. Una vez recibida la Gracia, transforma nuestra voluntad: queremos lo que debe ser querido: el Bien.

4.- Pelagio. Las tesis de San Agustín sobre la predestinación serían demasiado pesimistas y demasiado maniqueas. La Gracia está en todos los bienes naturales. No somos pecadores. El ser humano puede obrar correctamente sin que para ello le sea concedida una Gracia especial. Pelagio parecía creer en el ser humano casi más que en Dios. En cualquier caso parecía creer en lo que hay. Tenía fe absoluta.

5.- Santo Tomás (Summa Theologica, I, q. II-IIa, q. X): “La gracia presupone, preserva y perfecciona la naturaleza”. Cabría relacionar esta energía, digamos, sagrada, de conservación, con el Vishnú de la trinidad hindú: el encargado de conservar los mundos (los mundos creados por Brahma y que, inevitablemente, saludablemente, serán destruidos por Shiva). Es interesante que Santo Tomás haya señalado que la Gracia requiere un mundo, un cosmos [Véase]. Considero que la Gracia, al ofrecer belleza en el sentido más amplio que quepa asumir, opera necesariamente sobre un cosmos ya ordenado en ideas. No cabe imaginar belleza sin ideas [Véase “Ideas“]: la belleza absoluta sería -vista desde la Metafísica platónica- una equivalencia total, una fusión, entre el mundo de las ideas y el mundo de las apariencias: un jardín perfecto, una ciudad perfecta.

6.- Lutero. La Gracia se deriva de la fe, no de la buena conducta. El que cree, tiene ya la Gracia. Cabe preguntarse qué es exactamente lo que hay que creer para que ocurra ese prodigio. También cabe preguntarse en qué consiste exactamente ese prodigio: por qué es tan glorioso: qué es lo que hace sentir al ser humano…

7.- Leibniz (Principes de la nature et de la grâce fondés en raison, & 15): “Hay tanta virtud y dicha como es posible que haya, y ello no a causa de un desvío de la naturaleza, como si lo que Dios prepara a las almas perturbase las leyes de los cuerpos, sino por el orden mismo de las cosas naturales, en virtud de la armonía preestablecida desde siempre entre los reinos de la naturaleza y de la Gracia, entre Dios como arquitecto y Dios como monarca, de suerte que la naturaleza conduce a la Gracia y la Gracia perfecciona la naturaleza usando de ella” . Cabría decir por tanto, desde Leibniz, que las leyes de la Naturaleza serían instrumentos al servicio de la Gracia, del “gran regalo”.

8.- Simone Weil. En las conferencias que deriven de este texto me centraré especialmente en la vida y en el pensamiento/sentimiento de esta mística marxista convertida, físicamente, materialísticamente, al cristianismo. Aquí quisiera hacer mención a su obra fundamental: La pesanteur et la grâce [La gravedad y la Gracia]. Leamos algunos párrafos de este libro de hierro y de luz:

– “Todos lo movimientos naturales del alma se rigen por leyes análogas a las de la gravedad material. Solo la Gracia es un excepción”.

– “Descreación: pasar de lo creado a lo increado. Destrucción: pasar de lo creado a la nada”.

Quizás ella se sintió “descreada” al ser abrazada por Cristo -y por los cantos gregorianos- en la abadía de Solesmes. Ella habló de “una presencia más personal, más cierta, más real que la de un ser humano”. ¿La presencia del infinito en la finitud, amando? ¿El infinito amando y siendo amado?

9.- “Gracia”. Jorge Luis Borges escribió este poema para una edición del I Ching:

El porvenir es tan irrevocable

Como el rígido ayer.

No hay cosa

Que no sea una letra silenciosa

De la eterna escritura indescifrable

Cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja

De su casa ya ha vuelto. Nuestra vida

Es la senda futura y recorrida.

El rigor ha tejido la madeja.

No te arredres. La ergástula es oscura,

La firme trama es de incesante hierro,

Pero en algún recodo de tu encierro

Puede haber una luz, una hendidura.

El camino es fatal como la flecha.

Pero en las grietas está Dios, que acecha.

Intentaré a continuación expresar las ideas y las sensaciones que provoca en “mí” la palabra “Gracia” tal y como la ha ido construyendo la teología -y la creativa fe- occidental:

1.- Si la Gracia es un don, un regalo, ¿qué es lo que se regala? Como ya he adelantado antes, creo que el regalo es belleza. Se regala un cosmos entero, vivo, ordenado, glorioso. Un cosmos que tendría una parte visible y otra invisible. Desde el cristianismo se podría decir que lo que ofrece Jesús es una segunda Creación al servicio exclusivo de la plenitud humana: ese sería el gran regalo; accesible por la fe; aunque cabría señalar que, básicamente, el que es capaz de amar (o al menos de no odiar, de no tener rencor, de no sufrir envidia) ya vive en el paraíso que ofrece el cristianismo: vive en un mundo inimaginable para el no virtuoso.

2.- La fe a la que se refieren San Pablo, San Agustín o Lutero es creación -instalación- del Logos cristiano: y dejar que ese Logos [Véase “Logos“] fabrique un mundo en nuestra conciencia: que nazca en ella Jesucristo, y que Jesucristo nos ame, nos abrace desde la “Materia” [Véase]. En realidad se estaría recibiendo, por la fe, un paraíso (un Maya prodigioso, una Creación sublimada, ya del todo).

3.- Al comienzo de este texto he afirmado que no es que exista la “Gracia”, sino que es lo único que existe. Mi sensación es que algo omnipotente segrega realidades (siempre sagradas), y que lo hace dentro de sí mismo (siempre dentro de la divinidad). Algo semejante afirmó San Agustín, al considerar que toda la Creación (el Universo si se quiere) participa de la Gracia. El mundo es un regalo, una fabulosa Creación, que lo Innombrable se hace a sí mismo.

4.- Así, considero que no hay que escandalizarse demasidado ante la idea agustiniana de que la Gracia se concede, arbitrariamente, a algunos seres humanos elegidos. En realidad esos “seres humanos” no serían más que “puntos”, digamos, aparentes, oníricos, de la propia mente de Dios… Sugiero leer la palabra “Dios” [Véase] para que se entienda lo que yo entiendo por tal.

5.- Desde la religión cientista [Véase “Física” y “Cerebro“] se podría afirmar que Simone Weil no fue, de ninguna manera, abrazada por Cristo en la abadía de Solesmes. Se diría que, en realidad, lo que ocurrió fue que la materia de su -tembloroso- cerebro fue singularmente afectada por los cantos gregorianos -una armonía puramente matemática- y que, en consecuencia, ese cerebro no del todo sano propició una visión carente de fundamento “exterior”: carente de realidad en el universo que se ve y que se estudia cuando se está sano y no se está hechizado por supersticiones. Aceptando las exigencias de la superstición cientista, cabría no obstante destacar que el prodigio sigue activado, que la Gracia -esa hoguera ubicua- no deja brillar. Así, el cerebro de Simone Weil -su materia, sus moléculas, sus átomos- fueron capaces de encarnar (fabricar si se quiere) a Cristo. Y ese ser prodigioso, aunque puramente imaginario (pura secreción de la Materia de un cerebro humano), habría podido abrazar a Simone Weil. Todo habría ocurrido dentro de un cerebro. Sí. En la “mente” si se quiere. Pero, ¿qué es el cerebro “en sí”? [Véase “Cerebro“] ¿Qué opera en nuestra mente? ¿La belleza que nos traerá la Gracia no se manifestará precisamente en ese espacio que es nuestra mente, como un espectáculo para nuestra conciencia? ¿Hay algún tipo de realidad que podamos contemplar fuera de nuestro cerebro, tal y como este órgano es descrito por la ciencia actual?

6.- La Gracia. Borges nos ha dicho que Dios acecha entre las grietas. ¿Entre las grietas de qué? Creo que entre las grietas de cualquier mundo que sea capaz de anidar en nuestra mente, de cualquier aparente legaliformidad. Acecha también entre las grietas de los modelos de la Física, entre los tejidos de la Matemática. Acecha, vivifica, ama, crea, conserva, destruye, reconstruye, en cualquier rincón de lo que hay. Porque no hay otra cosa que lo que hay -el Ser si se quiere- y hablar de identidad es hablar de amor infinito. No cabe no amar porque no cabe no ser el Ser.

7.- Los cientistas consideran que el Universo es cognoscible desde el cerebro humano. Estaríamos por tanto, desde ese discurso, ante un lugar privilegiado, elegido, : las leyes matemáticas que permiten la infinita armonía de lo que hay habrían propiciado que unas determinadas organizaciones de partículas (o de membranas) tuvieran el privilegio de ver, de verlo todo. Y de sentir. El universo cientista, panmatematista, es un lugar de Gracia absoluta: y el ser humano es el beneficiario de dones extraordinarios, elaborados por diosas que pueden ser corporeizadas con tiza en una pizarra.

8.- La Gracia es un don. Un don de Belleza. Al ocuparme de “Felicidad” [Véase] hice referencia a un “chasquido”, algo que ocurre -que yo he sentido muchas veces, extenuado- y que parece ser un tope de belleza soportable desde la condición humana. Es un regalo. No sabemos de dónde viene. Pero legitima todo lo vivido hasta ese momento. He oído a algunas personas decir, en momentos especiales, algo así como “ya me puedo morir”: como si ya no pudiera ofrecer más la Creación, como si la energía desplegada por Dios en el mundo hubiera dado todos sus frutos. Gracia. Fe. Tener fe es creer que esto es posible.

9.- Considero, por último, que no hay que esperar que nos ocurra la “Gracia” (ese regalo de la Omnipotencia), sino “agraciar”. Regalar. Sabiendo que se dispone de esa omnipotencia en el fondo del alma. Cabría sentir algo así como una “respiración absoluta” en virtud de la cual se emitiría ese regalo, exhaustivamente, hasta la muerte, y se recibiría igualmente, sin límite en la apertura, sin límite en nuestra capacidad de exponernos a lo prodigioso. Sería algo así como una respiración que recibe y da la Gracia. La tradición del Yoga -si se libera de la censura ateísta- puede ayudar a poner esta idea en práctica.

Se me ha ocurrido concluir, provisionalmente, este texto con unas imágenes de una película singular: Hacia rutas salvajes, de Sean Penn. En ella se narra el sueño de un renunciante de finales del siglo XX que ansía la libertad infinita; y que espera encontrarla en eso que sea la “naturaleza”. Durante el camino, el renunciante ya es herido por eso que Borges cree que acecha entre las grietas del “mundo”: ya siente en la piel de su mente y de su alma la lluvia de lo Inmenso. El final de la película ofrece lo que podría haber sido el final “físico”, por así decirlo, de Simone Weil: el rostro inundado por una cascada de luz sagrada: la “Gracia”.

Afirmé al comienzo que tengo la sensación de que todo lo que existe es “Gracia”, que todo es esa cascada de luz sagrada. Cabría alegar que estoy ciego ante el sufrimiento atroz que puede estar sacudiendo, en este mismo instante, a muchos seres humanos, y no humanos. Al ocuparme de “Felicidad” ya sugerí que la vida humana tiene un “grosor” mayor de lo que aparenta en determinados niveles de conciencia: que existen también los sueños, completando y sublimando -por qué no- eso que sea la “vida”.

Pero hay algo más. Algunas personas afirman haber vivido vidas enteras en cinco minutos (por ejemplo, mientras estaban bajo los efectos de una anestesia). Cabría aceptar la posibilidad de que en los cinco minutos antes de morir (o en vectores temporales infinitamente más pequeños) ocurriera, por efecto de una Gracia “química” si se quiere, una vida, una nueva vida, de una belleza extrema.

Creo que hay fertilidad y Magia de sobra para eso. Y para mucho más.

Veamos al renunciante. La película se basa en una historia real.

David López

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