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La bailarinas lógicas: “Mística”.

 

El Mont Blanc visto desde Lyon.

 

Mística.

Otra bailarina lógica. ¿Nombra algo -una “experiencia humana”- que esté más allá de los hechizos que ella consigue con su baile lingüístico?

Al ocuparme de la palabra “Dios” [Véase] narro una ‘vivencia’ personal que debo reproducir aquí.

Creo que en Filosofía no podemos eludir la honradez empírica: hay que soportar –y comunicar a otros- lo que se experimenta (aunque se trate de un “hecho” incompatible como el tejido lógico más favorable para la supervivencia social). ¿Cabe hablar de “hecho” más allá de lo que permite experimentar nuestra mente lingüistizada? Quizás no. Pero en cualquier caso yo hablaré de lo que se me presentó, lo que irrumpió de forma absurda e inesperada, dando un paseo nocturno por los alrededores del aeropuerto de Lyon. Era el año 1991. La foto que ocupa el cielo de este texto corresponde a ese aeropuerto tal y como es hoy día.

Algo gigantesco que no era yo, algo/alguien consciente, vivo, casi carnal, que me amaba, lo tomo todo, lo fue todo, lo transparentó todo: los árboles, los postes de la luz, los surcos del sembrado que desdibujaba la noche, las estrellas, los edificios, los coches, los aviones… Fue una experiencia grandiosa que censuré durante años por exigencias sistémicas de mi caja lógica.

¿Era aquello lo que la palabra “Dios” pretende significar? ¿Era aquello mi yo esencial (Atman-Brahman) que se traslucía a través de las imágenes de “mi” mente?

Yo no estaba rezando, no rezaba nunca, ni había texto alguno entre mis manos fabricando prodigios metafísicos.  El único credo al que estaba adscrito era el cientista-ateísta. “Aquello” que tenía delante no me pidió ni me prometió nada. Solo se mostró. Descomunal. Glorioso. Omnipotente. Omnisintiente. Siendo todo lo existente: ahí, ante mí … y amándome de una forma casi insoportable.

Años después, estudiando textos de pensamiento místico (o de “meta-Mística”) descubrí que aquella experiencia, absurdamente sobrevenida, la habían vivido otras personas a lo largo de la Historia (dentro y fuera de sistemas religiosos).

Por el momento no puedo ofrecer aquí ni siquiera un texto esquemático que exprese mis ideas sobre la Mística. El tema es serio. Muy serio. Espero poder escribir aquí, en un futuro próximo, algo que esté a una altura -académica- mínimamente aceptable.

No obstante, y mientras tanto, quisiera recomendar la lectura de cinco obras relativamente recientes sobre el fenómeno de la Mística:

1.- Elemire Zolla: Los Místicos de Occidente (cuatro volúmenes), Paidós, 2000. Traducción de José Pedro Tosaus Abadía.

2.- Juan Martín Velasco: El fenómeno místico, Trotta, 1999.

3.- Raimon Panikkar: De la Mística, Herder, 2005.

4.- Michel Hulin [Véase]: La mística salvaje, Siruela, 2007. Traducción de María Tabuyo y Agustín López.

5.- Ramón Andrés: No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio (Siglos XVI y XVII), El Acantilado, 2010. Mi crítica sobre esta obra puede leerse aquí:      Ramón Andrés y eso que sea el silencio.pdf

Adelanto lo que por el momento soy capaz de decir respecto a la experiencia de las experiencias (la experiencia radical):

1.- La experiencia mística es, para mí, la sensación de que hay mundo (cosmos si se quiere), y un habitáculo -la “mente”- donde ocurre el mundo (“cosmos”). Y sentir -sentir, no pensar- que Algo está creando ahí prodigios (incluyendo entre esos prodigios lo que se nos presenta, en la “mente”, como “yo fenoménico”).

2.- Lo místico es la sensación de que está ocurriendo algo descomunal ahora mismo: es el estupor ante ESTO. Y ESTO es muy extraño, muy sospechoso: sobrecogedor por sus intolerables niveles de magia; esto es: de intervención, de modulabilidad, de fantasía. Algunos románticos alemanes (Lüdwig Tieck por ejemplo) llegaron a afirmar que vivimos en una novela. Novalis habló de auto-hechizo. Schopenahuer afirmó que somos el secreto director de la obra de teatro de nuestra propia vida. Yo siento, cada día, que estamos en algo muy sorprendente, muy poderoso: cabría sospechar que estamos dentro de una secreción imaginativa.

3.- En algunos textos de ayuda a la iniciación “mística” se insiste en que hay que estar atentos, no distraerse: que hay que vivir “con conciencia”. ¿Atentos a qué? ¿Conscientes de qué? ¿Qué pasa aquí? ¿Dónde estamos? Sospecho que en el fondo de ese decir se está diciendo -por una fuerza que se nos escapa- que estemos atentos a lo que se va inoculando en nuestra conciencia. Me veo obligado a reconocer que las hipótesis de Berkeley me parecen sobrecogedoramente lúcidas: aquí solo podemos afirmar que experimentamos “mundo”. Y tengo la sensación de que, efectivamente, hay algo introduciendo realidades -vida, sucesos, atardeceres, personas- en nuestras mentes. Sentir esa permanente Creación en nuestra conciencia sería una experiencia mística: oler la piel de las manos de “Dios” aquí mismo. Ahora.

En este diccionario me he propuesto practicar un empirismo radical como el que propuso William James [Véase]. Y dentro del haz de mis experiencias privadísimas hay una que quiero traer a este diccionario expresionista: simplemente, en algunas ocasiones, he sentido que hay algo (alguien) que está meditando en el fondo de mi yo consciente o fenoménico (o como quiera “yo”  llamar a ese David López que puedo apresar en mi mente); y que mi mundo es el fruto de su fantasía. Una fantasía que es sagrada.

Sentir eso, y sacralizar, con absoluta entrega, esa prodigiosa fantasía, es mi Mística.

Aunque, siendo sincero, y como ya he afirmado muchas veces aquí, yo no sé muy bien quién soy; o qué soy. Solo sé que estamos en algo descomunal, algo inabarcable por ningún sistema filosófico ni religioso.

Y sé también que cabe, aquí dentro, crear belleza extrema en los cielos de la mente de los demás.

David López