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Las bailarinas lógicas: “Ética/Moral”.

 

 

“Moral” (Mos; costumbre). Moralis sería, según Cicerón, la traducción latina de Ethikós.

El caso es que los seres humanos repiten comportamientos sistemáticamente. Y también sistemáticamente emiten juicios de valor sobre los actos cometidos por ellos mismos y por los demás. El “cargo de conciencia”, visualizable con nitidez en obras como Crimen y castigo de Dostoievski, es uno de los huracanes más terribles que puede acontecer en el pecho de un ser humano. Es la “conciencia moral”: un tema crucial en las metafísicas de Kant y de Schopenhauer. Y también en la de Nietzsche, muy a su pesar.

Ser un ser humano es algo extraordinariamente vertiginoso y difícil [Véase “Ser humano”]. Pero sin duda es también un honor, como lo es tratarse con otros seres humanos. Tener siquiera esa opción. Pero ahí la dificultad es casi infinita. Se podría decir que el diario, constante desafío ético, sería algo determinante de la condición humana  y, a la vez, paradójicamente, una exigencia sobrehumana, un esfuerzo sobrehumano al servicio de la belleza. De la Gran Belleza. Quizás efectivamente el mundo solo tenga sentido en cuanto fabulosa, constante, sagrada obra de arte.

La imagen que flota sobre estas frases pertenece a una película de Stanley Kubrick: Eyes Wide Shut. En ella pude ver con claridad la diferencia entre moralidad y ética (al menos tal y como esos dos conceptos tienen tomada mi mente al día de la fecha).

La película es una especie de Bildungsroman (con un muy inelegante final) en la que el protagonista (Tom Cruise), tras ser consciente de una radical inmoralidad que estuvo a punto de cometer su esposa, se deja llevar, aturdido, por callejuelas mojadas por preciosas luces de neón y termina sentado en la cama de una prostituta. Los dos acuerdan, amablemente, una permuta de placer sexual por dinero. Empiezan a besarse. Ella tiene una belleza y una dulzura que sacuden los diques morales de ese marido que está a punto de ser infiel. ¿Es la infidelidad una falta de ética o una inmoralidad?

Suena un teléfono móvil. Tom Cruise se levanta para atender la llamada. Es su esposa, que le espera en casa. La moralidad -¿la ética?- activa su imán metafísico. Tom Cruise vuelve a la cama y le dice a la prostituta que él debe irse. No ha habido más contacto sexual que el beso (sublime, por cierto). Pero él quiere pagar de todas formas a la prostituta. Ella no acepta. Él insiste. La ética se sublima al mismo nivel de belleza que el beso inmoral que se ofició pocos minutos antes.

La soga del argumento de Eyes Wide Shut arrastrará a su protagonista a una especie de palacio donde hombres escondidos tras lúgubres máscaras participan, fríos, en una gelida ritualización de la transgresión de una determinada moral sexual: la puritana/anglosajona. Entre coreografías pornográficas frías como monedas, rituales de sociedad secreta y máscaras de espanto infantil, ocurre otro gran momento ético (ética sublimada en un ritual de sistemática transgresión de la moralidad sexual compartida por los asistentes). Ese otro gran momento ético lo representa una mujer desnuda, sin cara (sin “persona”), que da su vida para salvar la de Tom Cruise: un médico que, según nos es mostrado en la película, ama más a las personas que a los sistemas de moralidad.

Recordemos esa idea de Paracelso de que el médico solo puede serlo, solo puede curar, si ama a su paciente.

Así, cabría afirmar que la moral es un vínculo, una forma de amor si se quiere, entre un ser humano y un modelo de conducta compartido tribalmente (una determinada coreografía, un arquetipo social). La ética, según yo siento este concepto, es un vínculo intersubjetivo de sacralización mutua que trasciende las distintas formas de organización grupal que ha ido adoptando la condición humana para su supervivencia (física y psíquica).

La ética, como sacralización (no utilitarista) de la intersubjetividad, implica un individualismo radical y sagrado. Es un guiño entre personas por detrás del telón de la moralidad. Es una forma de amor puro y duro que podría encajar en la frase “ama al prójimo como a ti mismo”… sin condiciones, aunque no seas, como no lo soy yo mismo, cristiano. Estamos ante un amor meta-cívico, meta-nómico, meta-moral si se quiere. Es esa sonrisa que nos regalamos unos a otros cuando nos cruzamos por los caminos de las montañas [Véase “Humanidad”].

Antes de desarrollar con algo más de detalle estas intuiciones, creo que es necesario considerar los siguientes rincones de la historia del pensamiento:

1.- Yoga-Sutras de Patañjali: una ética al servicio del poder, la libertad y la inmortalidad. Creo que sigue siendo crucial la lectura de El Yoga (Inmortalidad y libertad), de Mircea Eliade. ¿Por qué una impecabilidad ética nos da poder y libertad? Tat twam asi. La ética, finalmente, se dirige siempre a uno mismo: porque todo -todo lo que existe- sería “uno mismo”. Siempre se escupiría contra el viento…

2.- Sócrates/Platón. El que conoce el bien hace el bien. Intelectualismo moral. El sabio es virtuoso y eso le conduce a la felicidad. ¿Por qué? En este punto me remito a esta obra: Beatriz Bossi: Saber gozar (Trotta); y a mi crítica sobre la misma, disponible  aquí: Saber gozar de Platón

3.- Aristóteles. Ética a Nicómaco. Ética a Eudemo. Magna Moralia. Aristóteles dibujó un modelo de totalidad en el cual el mundo y todas las cosas del mundo se movían irresistiblemente atraídas por un primer motor inmóvil (Dios) o idea del Bien. La ética virtuosa sería aquella que se dirige hacia la idea del bien. Sin más. Pero… ¿cabe resistirse a ese Imán metafísico (en realidad físico) del que habla Aristóteles… y obrar “mal”? Volvemos al problema de la libertad [Véase].

4.- Kant. Crítica de la razón práctica. Los juicios morales no pueden basarse exclusivamente en la experiencia. Se caería en el empirismo y en el utilitarismo. No hay libertad para el ser humano dentro del mundo. Es libre el ser humano nouménico, el que está ubicado fuera del mundo. Ahí sí es responsable por su conducta. El imperativo categórico: debes porque debes. El imperativo hipotético se basaría en un “si quieres… debes”. La conexión con la ética del Gita es evidente: cumplir con el deber sin esperar nada a cambio. Lo curioso es que esta actitud provoca la irrupción de la plenitud (de la “felicidad”)… siempre, creo, en otro mundo (porque el mundo del ser humano feliz es otro, absolutamente, que el del ser humano infeliz).

Dos fórmulas kantianas:

I. “Actúa de modo que la máxima de tu voluntad tenga siempre validez, al mismo tiempo, como principio de legislación universal”.

II. “Actúa de modo que consideres a la Humanidad, tanto en tu persona, como en la persona de los demás, siempre como un fin y nunca como un simple medio”.

Me gusta más esta segunda definición. En la primera estaría legitimada la violencia contra “los malos”. Legitimaría, por tanto, eso que desde “aquí” llamamos “terrorismo”. La segunda sacraliza a todos los seres humanos -buenos y malos- y los ubica en un altar meta-moral (muy nietzschano por cierto; y cristiano a la vez). De Kant quisiera recordar la importancia capital que otorgó -en su “fría moralidad”- al respeto. Yo ubico el respeto por encima del amor: es más sacralizador del otro, menos invasivo, menos interesado: en el amor siempre se busca, de alguna forma, un placer: el placer de amar. El respeto es más grande, más silencioso, más heroico.

Por último, dando por evidente esa conciencia moral, Kant considera necesario postular (postular, como hace la ciencia moderna) la existencia de tres cosas: 1.- La libertad humana; 2.- la existencia de Dios (que hace posible que las personas que han cumplido con el imperativo moral sin esperar nada a cambio reciban su premio en la eternidad); y 3.- la inmortalidad del alma para que sea efectivo ese premio.

6.- Schopenhauer. La ética es siempre descriptiva, no prescriptiva. Nadie va a ser virtuoso o no virtuoso por convicción. El intelecto humano está al servicio de la voluntad (algo, abisal, pero inmanetísimo a la vez, que le agarra como por debajo de su ser fenoménico y que le sacude como a una marioneta).

7.- Nietzsche. La moral de los esclavos: el resentimiento contra el que está pletórico de vida (de ilusión): el que culpabiliza de su pequeñez y de su escasez vital a un amo, permanente, que va cambiando de rostro con el paso de la historia: el que necesita cobijarse en un sistema fijo de verdades inmutables, objetivas, impuestas, de las que el esclavo no es creador ni, por tanto, responsable: el que carece de auto-nomía (capacidad de otorgarse una moral propia y de cumplir con ella heroicamente, más allá del placer y de sufrimiento… siempre teniendo como objetivo la creación de una vida/obra maestra). Recomiendo la -siempre sorprendente y siempre vivificante- lectura de estas dos obras de Nietzsche: La genealogía de la moral y Más allá del bien y del mal. Hay una edición de las obras de Nietzsche en la editorial Gredos con introducción y notas, muy interesantes, de Germán Cano. También sugiero la lectura de mi novela El nuevo filósofo del martillo.

8.- La ética más allá de los límites de lo humano. Los derechos de los animales. Recomiendo esta obra de Adela Cortina: Las fronteras de la persona (Taurus). Mi crítica puede leerse directamente aquí: Adela Cortina y las bailarinas de hierro.pdf.

Ofrezco a continuación algunas ideas, ya parcialmente diseminadas en los párrafos anteriores:

1.- Parto de una distinción entre ética y moral, tal y como la he enunciado al comienzo de este texto: la moral sería un vínculo con un modelo organizativo de una determinada tribu (que puede ser o no común con otras tribus). La ética es un vínculo interpersonal que transciende las puntuales formas de organizar los comportamientos de los individuos en las colectividades. Cabe incluso que la moralidad -lo social- tenga tanta fuerza que un individuo pueda arrasar -ignorar- éticamente a otro, sintiéndose con ello un auténtico héroe tribal (pensemos en un torturador al servicio de la democracia).

2.- No obstante lo anterior, creo que hay que tener presente la enorme fuerza configurativa que tienen las moralidades tribales: pueden llegar a convertirse en un órgano -como un hígado- que duele si es agredido. Una pareja de homosexuales, todavía hoy en España, retozando en la hierba, junto a parque de niños, produce dolor a muchas madres (y a muchas más abuelas). Ninguno a los niños, que celebran ubicuamente el sagrado juego nietzscheano (y el de Schiller, y el del Linga Purana también) más allá de las puntuales músicas morales que vayan sonando en las salas de baile civilizacional. Pero la ética, como respeto y sacralización del otro, puede ser un motor, muy bello, que convenza a los homosexuales de que merece la pena evitar daños innecesarios: que las ancianas están sufriendo, que hay sitios más retirados y más románticos en el parque para disfrutar de su recién estrenada moralidad sexual; que las moralidades, cuando han de ser cambiadas, es mejor cambiarlas “éticamente”; esto es: teniendo siempre presente, como el que está ante un altar, la piel exterior e interior de los demás seres humanos. Los principos éticos (los que rigen, o deberían regir, la intersubjetividad humana) pueden ser eternos, inamovibles. Las moralidades, por el contrario, mutan porque se basan en la utilidad.

3.- El ser humano es social. La sociedad es una especie de exo-cuerpo que nutre y que es nutrido por el propio ser humano. Toda sociedad necesita costumbres, morales. El hecho de que sean esencialmente mutantes no les quita a las moralidades -a todas- su dignidad.

4.- La palabra “moral” provoca normalmente una asociación inconsciente con “sexualidad”. Moral es, muchas veces, moral sexual. Creo que en este ámbito, y como he señalado con ocasión de la película Eyes Wide Shut, la tensión entre mis conceptos de ética y de moralidad se hace especialmente visible. Una revolución sexual pendiente, a mi parecer, es la que, trascendiendo cualquier modelo de interacción corporal (bilateral o multilateral, hetero u homosexual) se centrara la ética: la ética sexual. El ser humano, con independencia de qué universo sexual visite u ofrezca, debería –debería– sentir que está siempre entre dioses (o entre criaturas divinas, si se quiere bajar el tono). Creo que en nuestros sistemas educativos se ha insistido demasiado en la moral sexual. Falta elevar el tono ético de la sexualidad.

4.- Tengo la -poco original- sensación de que la actual crisis económico-financiera ha sido consecuencia directa de una falta de ética. Solo de ética, no de moralidad. Se han vulnerado principios éticos básicos, incuestionables, universales: no mentir, no robar, cumplir los pactos. La economía requiere confianza entre los seres humanos y fe en la posibilidad de construir y de compartir sueños. También requiere respeto. Lo dice el Tao Te Ching, con palabras misteriosas e inquietantes: “El imperio es un aparato muy espiritual. Cogerlo es ya perderlo”. Mientras escribo esto me doy cuenta, estupefacto, de que me he convertido en un iusnaturalista. Lo asumo sin demasiado problema. En cualquier caso, creo que no es imposible ganar dinero, incluso mucho dinero, desde una ética impecable. Conozco ejemplos. Seamos serios desde un punto de vista empírico y no eliminemos los hechos que no dan la razón a nuestras creencias. Existe también la honestidad intelectual. Es ardua, pero ineludible.

5.- Me inquietan de forma creciente los discursos que demonizan el ego. Creo que la ética, tal y como la estoy desarrollando en este escrito, implica una legitimación total de los egos (por muy fenoménicos u “oníricos” que sean). La ética intersubjetiva presupone un radical “alter-egoísmo” compatible con el “auto-egoísmo” (Ama al prójimo como a ti mismo). Estas reflexiones -estas emociones- nos llevan, creo, a algo que cabría denominar “multi-egoísmo sagrado” (algo insoportable para los colectivistas radicales). La cuestión crucial es si, de verdad, nos gustan, si amamos, si respetamos, a las personas, a los individuos humanos, más allá de toda moral (de toda puntual coreografía tribal).

6.- El gran misterio es que, como afirma el Raja-Yoga, la virtud transforma la materia del mundo (porque transforma nuestra mente, que es el hábitat de eso que llamamos mundo). Impresiona comprobar los efectos que nuestros actos realmente virtuosos (generosos, desinteresandos, amorosos por simplificar) producen en el despliegue del espectáculo de nuestras propias vidas. Kant se vio obligado a postular la existencia de Dios para dar sentido a ese prodigioso fenómeno: al hecho, muy sorprendente, de que la impecabilidad ética tiene efectos desbordantes. No buscados. Ni siquiera deseados. Quizás porque esa impecabilidad implica ya una plenitud previa: son síntomas, no efectos.

La virtud, la ética llevada al extremo, es genésica: es mágica. Eso es lo que no me queda más remedio que decir después de lo hecho, lo visto y lo vivido hasta ahora. También lo es la falta de ética: fabrica el infierno (un infierno siempre nutritivo, un dolor creativo… [Véase “Tapas”]...

Finalmente, quisiera compartir aquí la sensación (la creciente convicción) de que todo lo que hacemos es hecho por algo que conspira a nuestro favor. Los actos que nos llevan al infierno (¿quién no ha estado alguna vez en el infierno?) son pasos hacia el cielo.

David López

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Las bailarinas lógicas: “Felicidad”.

 

 

 

“Felicidad”. Otra bailarina lógica. Un símbolo que quiere que creamos que existe algo nombrado por él: que existe aunque dicho símbolo no existiera.

¿Qué es la felicidad? La Real Academia define el ámbito de esta palabra así: “Estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien”. ¿De qué bien? ¿Calma? ¿Placer? ¿Es lo mismo la felicidad que el placer? ¿Hay algo que esté por encima de la felicidad? ¿Es buena la felicidad? ¿Es malo el sufrimiento?

Ayer por la mañana llovía en Sotosalbos. Y había poca luz. Pero aun así, la “Materia” parecía preñada de posibilidad, como siempre. Le había prometido a mi hijo Nicolás que íbamos a poner bolas de Navidad en su abedul. Y en el de su hermana Lucía. Todas de color oro. Como el sol que ocultaban las nubes.

Salimos a la calle, lloviendo, casi nevando. Me subí a una escalera y, con las manos embrutecidas por el frío, fui colocando bolas de oro falso en las ramas blancas de los abedules. Nicolás me asistía desde abajo. Con la mirada encendida. Vestido como un explorador del Ártico. Y, de pronto, se encendieron a la vez el sol y todas las bolas de oro que habíamos colocado en los abedules. Y también se encendió algo en mi interior. Una felicidad extrema. Casi insoportable.

Dijo en cierta ocasión Goethe algo así como que el ser humano no soporta una sucesión demasiado larga de días felices. Pero el que ha sufrido y sufre cada día no tiene problemas con la felicidad. La recibe como un regalo de los dioses. La celebra. La observa y la atesora como si fuera un precioso bebé nacido de un parto muy doloroso. Mi visión sobre el sufrimiento creativo (el Tapas hindú) se puede leer [aquí].

La felicidad existe. Y es un fenómeno misterioso y desconcertante. A los pesimistas, por miedo, por debilidad, les gusta minimizar su presencia en “lo real”. El sufrimiento también existe. Creo que no es necesario que, como hizo Schopenhauer, escriba miles de frases para convencer a los dudosos. Pero ambos fenómenos tienen fronteras muy gelatinosas y su hábitat son los sueños. Maya. Nuestra mente. El mundo. Es todo lo mismo.

La historia de las ideas y de las sensaciones está repleta de consejos para ser feliz. Para ser un “sabio feliz”. Al ocuparme de “Apara-Vidya” reivindiqué este tipo de sabiduría, digamos, “para soñadores”, para los que sabemos que estamos soñando pero que no nos importa. Supongo que muchas personas leerán con cierto interés el texto que estoy ahora redactando por si en él apareciese algún nuevo truco para conseguir, por fin, la felicidad… o, al menos, algo menos de sufrimiento.

Desde un punto de vista metafísico la pregunta crucial es si somos o no libres para escuchar consejos sobre la felicidad y para aplicarlos a nuestras “vidas”. Recomiendo leer “Libertad”. Si, como afirman gran parte de los físicos [Véase “Física”], todo está determinado por leyes matemáticas implacables, lo que ocurrirá a continuación es que yo voy a escribir exactamente lo que permitan esas leyes, las cuales tendrían tomada la estructura y el funcionamiento de mi cerebro. Y no solo eso, sino que el lector leerá y hará exactamente lo que permitan -lo que tengan “previsto”- esas mismas leyes. Así, finalmente, tanto los consejos para ser más felices -más sabios si se quiere- como las posibilidades de aplicación de esos consejos estarán ocurriendo mecánicamente. Se será o no feliz mecánicamente, algorítmicamente. En cualquier caso, habría que sentirse maravillado por lo que esas leyes son capaces de hacer con eso de la “materia”, pues gracias a su fuerza, a su autoridad, gracias al baile que consiguen que se produzca en el Ser -en “lo que hay”-, ocurren cosas como la sonrisa que alumbra estas frases.

Yo sostendré que sí somos libres para configurar un paraíso en el cosmos en el que estamos soñando. Y que somos algo así como magos capaces de reconfigurar, en cualquier momento, la textura de nuestro sueño (de nuestra vida). Y desde esa libertad -absurda lógicamente- me atreveré a compartir mis trucos para la felicidad, uno de los cuales es considerar el sufrimiento como una prodigiosa factoría de paraísos. Yo lo compruebo cada día.

Antes de exponer mis propias ideas sobre esa bailarina lógica llamada “Felicidad”, creo oportuno hacer un recorrido, aunque sea casi telegráfico, por los siguientes temas (no debemos olvidar que esto es un diccionario filosófico, por muy expresionista que se muestre en ocasiones):

1.- Buda: la vida es sufrimiento. Y el sufrimiento es malo. Hay que erradicarlo erradicando el deseo. Yo discrepo con la primera premisa del budismo. La vida es mucho más compleja y desbordante que lo que esa palabra -“sufrimiento”- puede llegar a abarcar nunca. En cualquier caso, creo que huir de sufrimiento afea la vida. Y la muerte.

2.- Heráclito: “Que a los hombres les suceda cuanto quieren no es lo mejor”. Ha habido muchas afirmaciones similares a lo largo de la historia del pensamiento. Cabría sospechar que hubiera una mano que guía nuestra vida mejor que lo que lo harían nuestras rabietas. Y que la guía hacia algo que no podemos ni imaginar (¿por lo maravilloso que va a ser?). Escuchemos de nuevo a Heráclito “el oscuro”: “A los hombres, tras la muerte, les esperan cosas que ni esperan ni imaginan”. Yo creo que eso está ya ahora. Que estamos ya en algo inimaginable. Sigo recomendando la edición comentada de Alberto Bernabé de los siempre sorprendentes “Fragmentos presocráticos” (Alianza Editorial, Madrid, 1988).

3.- Platón. Creo que merece acercarse a las ideas de este gran poeta desde una obra de Beatriz Bossi: Saber gozar (Trotta, Madrid, 2008). La idea clave que se expone en este libro sería que, según Platón (Sócrates) el sabio es un hedonista, un experto en placeres y que, como tal, sabe cómo conseguir una perfecta armonía entre placeres para que ninguno de ellos se convierta, paradójicamente, en una fábrica de sufrimiento. Mi crítica sobre esta interesante obra se puede encontrar en “Críticas literarias” [Véase aquí].

4.- Epicuro. Creo que para acercarse al pensamiento de este filósofo del placer puede ser de gran utilidad -y puede proporcionar gran placer- esta obra de Anthony A. Long: La filosofía helenística (Alianza universidad, Madrid, 1977). También me parece recomendable Epicuro, de Carlos García Gual (Alianza, Madrid, 2002). Y, por supuesto, Defensa de Epicuro contra la común opinión, de Francisco de Quevedo (Tecnos, Madrid, 2001). Epicuro (341-271 a. C.) quiso crear nuevas palabras, nuevas ideas, para evitar el sufrimiento humano. Así, creyó necesario decir -que se dijera, que se pensara- que los dioses no influyen ni en la Naturaleza ni en los asuntos humanos (así se acabaría con el sufrimiento derivado del miedo a los caprichos de esos seres). También creyó necesario que se dijera -que se pensase- que no hay nada experimentable por eso que sea el ser humano más allá de la muerte de su cuerpo físico. De esta forma creyó Epicuro que se acabaría la angustia por un juicio final que determinara si se ingresa o no en el infierno: que se alcanzaría el más preciado de todos los bienes: la paz mental.  Se podría decir, desde Maturana quizás, que Epicuro, como cualquier otra fuente de “palabras” -de Logos- sería un órgano al servicio del sistema viviente que nutre nuestros cerebros -las cajas de nuestros mundos_. [Véase “Cerebro”]. Epicuro generó las ideas que él creyó más útiles para alcanzar la felicidad, para evitar el miedo. Quizás cabría encontrar aquí la razón de que muchos físicos rechacen con tanta contundencia -e irracionalidad- la posibilidad de más experiencias tras la muerte del cuerpo físico y, sobre todo, que existan seres poderosos -dioses- detrás del baile de lo fenoménico.

5.- Schopenhauer. El mundo, la vida humana, y la de todos los seres de la naturaleza, es sufrimiento. Hay que dejar de querer para que este mundo se diluya. Lo curioso en Schopenhauer es que dedicara tantas páginas de su obra capital (El mundo como voluntad y representación) a dejar claro que este mundo es un horror, por mucho que queramos afirmar que hay niños en él que sonríen. Parecería, por lo tanto, que la cosa no está tan clara. Es el problema de los pesimistas, y de los optimistas también: no soportan la complejidad infinita que nos envuelve y que nos nutre. Y que nos mata. La complejidad infinita que, en realidad, constituye nuestro verdadero ser.

6.- Nietzsche. “Nos aspiro a la felicidad. Aspiro a mi obra”. Quizás esta frase podría provenir del Artista Primordial. Dios si se quiere. Un ser que, disponiendo ya de la felicidad infinita, decide, sorprendentemente, crear un mundo y meterse en él. Y crucificarse en él. Nietzsche quizás sea de los filósofos que más han sacralizado el sufrimiento: que más han sabido ver sus posibilidades alquímicas.

7.- Freud. No debería renunciarse al placer de leer este libro: La interpretación de los sueños (Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1983). Los sueños tienen una función terapéutica. Cabría decir que la vida sería el sumatorio de “realidades” que se armonizan en eso que sea nuestra conciencia. Cabría decir también que la felicidad está garantizada en el producto onírico final. ¿Qué sentirá quien esté soñando y viviendo todo a la vez?

Procedo ahora a exponer algunas ideas. Las voy a transcribir directamente, tal y como están en un cuaderno que me ha acompañado estos días de prodigio (un fin de semana con mis hijos, con el fuego encendido, rodeado de nieblas, fresnos y abedules con soles de plástico):

1.- No sé muy bien qué es exactamente eso de la “felicidad”. Yo puedo dar cuenta de momentos en los que se produce una especie de chasquido estructural: un sonido que parece provenir de las profundidades del Ser, un “Sí” que tiene fuerza suficiente como para embellecer todo lo vivido hasta ese momento. Sugiero la lectura de “Aufhebung”. Creo que hay momentos que tienen una textura arquitectónica prodigiosa. Y que hay que celebrarlos. Religiosamente. También creo que hay que celebrar los momentos en los que se está en el andamio, sufriendo, fabricando esos momentos prodigiosos: el “chasquido”.

2.- Creo -a pesar de la insostenibilidad lógica de la libertad en el mundo donde gobierna la lógica- que somos magos: ingenieros de nuestro propio sueño: los creadores de nuestro propio Maya. Y que podemos hacer cosas sorprendentes. No sólo cabe ser feliz aquí dentro, sino que cabe “felicitar” a los demas; esto es: insuflar no sé qué en la textura de los instantes en los que vamos entrando para que las demás personas reciban ese no sé qué y sientan una dulzura inesperada en la textura de sus respectivos sueños. Cabe embellecer mucho el sueño ajeno. Cabe amar.

3.- La vida es una experiencia impresionante. Una obra de arte que deja sin palabras a los artistas que viven entre sus óleos. La vida es una tempestad de armonías, un abrazo apasionado entre luces y sombras, dolor y placer, sabiduría y estupidez. No querer sufrir es no querer vivir. El que tiene fe -el que confía en lo real, en lo real en su totalidad, en su infinitud- no tiene miedo al sufrimiento, ni tiene miedo siquiera al miedo, ni al deseo: el que tiene fe se siente amado y asistido, en todo momento, por el infinito: Dios se aprieta, pero no se ahoga. Recordemos los momentos en los que, en un sueño, ya no resistimos más la hostilidad que nos rodea, y de pronto nos sabemos poseedores de un gran secreto: que cabe salirse del infierno, despertar… bueno, despertar no, sino cambiar de sueño. Seguir soñando, seguir disfrutando de la creatividad de Dios.

4.- Creo, no obstante lo afirmado antes, que cabe aplicar la inteligencia -la prudencia del sabio socrático, o del confuciano, o del que sea- a la vida. Creo que con algunos trucos la vida puede ser hermosa, que el sabio, efectivamente, sabe cómo ser feliz aquí dentro.

5.- El consejo para ser feliz que me parece más útil es el siguiente: autarquía: que tu felicidad no dependa de nadie: sé feliz amando, dando, sin pedir nada a cambio, sin sacar después la cuenta. El amor, aunque sea una palabra que produzca algo de agotamiento, y que empalague -a mí a veces mucho-, es decisivo para la felicidad. Quien no ama está como condenado en vida. La gente infeliz que me rodea tiene grandes problemas para dar amor. O lo da sintiendo que está siendo demasiado generoso. También veo que tienen muchos problemas con la felicidad los que se creen muy buenos y los que ya se sienten en alguna verdad absoluta: desde sus casitas de chocolate lógico ven el mundo lleno de pecadores, de ignorantes, de malos, etc… Un mundo muy feorro y amenazante, un mundo “impuro” del que ellos quieren salir: un mundo que ya no tiene el olor a eterna primavera que había en el paraíso, esa forma de mente en la que todavía no había “conceptos”. Chantal Maillard habló alguna vez de un charquito al que se asomó de pequeña, en Bélgica, y su anhelo de regresar a aquel paraíso pre-conceptual. Sugiero la lectura de la crítica que hice de su libro Adios a la India [Véase “Críticas literarias”].

Los soles que se encendieron ayer en el cielo, en los abedules y en los ojos de mi hijo  no pueden ser ignorados por la Filosofía. Son un misterio absoluto. Un exceso de belleza que parece forzar cualquier modelo lógico. La felicidad es un misterio absoluto. Pero yo no sentí sólo felicidad en aquel momento.

Había algo más.

Algo que espero tocar algún día con las manos de mis frases.

David López

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