“Hermenéutica”.
Otra palabra. Otra bailarina que quiere vida en nuestra mente. Esta, al parecer, nos dirá cómo debemos contemplar los grandes ballets que nos ofrecen las demás… para que se queden bailando dentro de nosotros, tal y como bailan “fuera”. Yo no creo que las bailarinas lógicas -las palabras- puedan vivir fuera de una mente humana. Ese es su único hábitat posible. Su cielo y su tierra.
Una primera aproximación a la palabra “hermenéutica” podría ser considerarla un simple sinónimo de “interpretación”. La Real Academia da varios significados a este vocablo. El cuarto es el que considero más relevante desde un punto de vista filosófico:
“4. tr. Concebir, ordenar o expresar de un modo personal la realidad.”
Interpretación. Inter-penetración. Quizás la hermenéutica estudie un fenómeno vital extraordinario: el hombre y el texto inter-penetrándose, fecundándose recíprocamente, reconfigurándose el uno al otro hasta el infinito. Son los hombres los que hacen los discursos y los discursos los que hacen a los hombres.
Hermenéutica. Vamos a centrarnos, por el momento, en la interpretación de textos (de esas particulares configuraciones de lo real, de la Materia en definitiva). Pero, ¿qué es un texto en sí? ¿Qué es un texto más allá de lo que hace con él esa maquinaria de generación de realidades virtuales que es nuestro cerebro biológico? Si es que sabemos, a su vez, qué esa esa cosa -el cerebro- en sí.
La hermenéutica, según nos dicen muchos textos, sería, entre otras cosas, la ciencia de la correcta interpretación de lo dicho por un ser humano. Y cabe sospechar que en ese decir haya cosas que escapen a su propio emisor. Gadamer [Véase] afirmó que el autor no es el mejor intérprete de su propia obra. ¿Que/Quién se expresa entonces en lo expresado por un ser humano? ¿Es esa “inteligencia social” a la que se refiere José Antonio Marina en su obra Culturas fracasadas? ¿Es el Ser que se habla a sí mismo a través de los poetas que configura para ese propósito? ¿La Materia [Véase] se habla a sí misma, se interpreta a sí misma, a través de símbolos que ella misma fabrica con su propio cuerpo físico?
¿No tendrán los textos una profundidad y una vitalidad que se nos escapa en este nivel de conciencia?
Creo oportuno reproducir aquí algunas de las ideas que expuse con ocasión de la palabra “Cábala” [Véase]:
“1.- Transparencia. Transparencias. El modelo del Ser (el modelo de totalidad) desde el que parece pensar y sentir el cabalista está construido con transparencias. Todo lo que se presenta ante el hombre -textos incluidos- sería transparente: sería una epidermis lógico-material que recubriría una especie de magma de mensajes: todo estaría hablando a través de transparencias: cualquier hecho, cualquier relación entre cosas, tendría significado, si se es lo suficientemente sabio para atravesar su epidermis: su velo lógico”.
“2.- Y transparentes serían también los textos, cualquier texto. Por ejemplo el Nuevo Testamento: según algunas escuelas cabalistas en ese texto Dios habría condensado toda la Verdad con mayúscula, y también todas las verdades con minúscula, incluidas las leyes de la Física y de la Política. Así, bastaría con retirar los velos lógicos que cubren ese texto absoluto para ser absolutamente sabio, o todo lo sabio que se puede ser desde la condición humana, que supongo que no será mucho (hay niveles de sabiduría que, según afirma la tradición cabalística, incineran al sabio en la hoguera del infinito).”
Hermenéutica. Queremos saber qué es lo que nos dicen los textos. Saberlo absolutamente. Queremos que sus símbolos sean capaces de reconstruir en nuestra mente los mundos que ellos llevan dentro. Queremos entrar en el texo y que el texto entre en nosotros (la inter-pretación). Y también queremos interpretar los hechos que configuran la trama de nuestra vida. ¿Para qué? ¿Cuántos hechos conforman nuestra vida? ¿Cómo aislarlos? Sugiero entrar en estas bailarinas: Hecho e Historia [Véanse aquí].
Antes de exponer mis propias ideas sobre esta bailarina, creo que es necesario hacer el siguiente recorrido:
1.- Schleiermacher: la interpretación no es algo externo a lo interpretado. Dilthey: con la hermenéutica, como ciencia, se puede entender a un autor mejor de lo que él se entiende a sí mismo (o una época histórica). Heidegger: el hombre va desarrollándose, creciendo, a través de la interpretación que realiza de sus experiencias.
2.- Hans-Georg Gadamer: Wahrheit und Methode. Grundzüge einer philosophischen Hermeneutik, (Tübingen, 1960). En español: Verdad y método (Ediciones Sígueme, Salamanca, 1997). Gadamer -cuya imagen está en el cielo de este texto- reflexiona sobre lo que Heidegger entendió por “círculo hermenéutico”. El obstáculo mayor que debe superar el intérprete son sus prejuicios, sus precomprensiones y sus expectativas. Debemos ser conscientes de nuestros prejuicios (aunque será imposible eliminarlos del todo). Al entrar en un texto tenemos un proyecto hermenéutico -una primera hipótesis de sentido- que se va confrontando con la verdad de ese texto, y que va cambiando con las perspectivas desde las que ese texto va a ser visualizado. El intérprete debe estar lo más atento y desprejuiciado posible para escuchar lo que dice el texto. Gadamer cree en la alteridad del texto, en su objetividad, en su verdad accesible a través de una progresiva depuración de la ciencia hermenéutica. Yo también lo creo. Pero se necesita mucho silencio, mucha apertura, mucho amor incluso (amor entendido como capacidad de vínculo con lo otro, con lo que no se es, con lo que todavía no se ha pensado). [Véase aquí mi Gádamer dentro de mis “Filósofos míticos del mítico siglo XX”].
3.- Harold Bloom. How to read and Why (Scribner, New York, 2000). En español: Cómo leer y por qué (Anagrama, Barcelona, 2000; traducción de Marcelo Cohen). Este gran intérprete de las sagradas escrituras que se agrupan dentro del “Canon occidental” afirma lo siguiente en las pp. 26-27 de la citada edición española:
“Sin embargo, el motivo más profundo y auténtico para la lectura personal del tan maltratado canon es la búsqueda de un placer difícil. Y no patrocino precisamente una erótica de la lectura, y pienso que “dificultad placentera” es una definición plausible de lo sublime; pero depende de cada lector que encuentre un placer todavía mayor. Hay una versión de lo sublime para cada lector, la cual es, en mi opinión, la única trascendencia que nos es posible alcanzar en esta vida, si se exceptúa la trascendencia todavía más precaria de lo que llamamos “enamorarse”. Hago un llamamiento a que descubramos aquello que nos es realmente cercano y podamos utilizar para sopesar y reflexionar. A leer profundamente, no para creer, no para contradecir, sino para aprender a participar de esa naturaleza única que escribe y lee. A limpiarnos la mente de tópicos, no importa qué idealismo afirmen representar. Sólo se puede leer para iluminarse a uno mismo: no es posible encender la vela que ilumine a nadie más”.
Creo que sí cabe. Y que, de hecho, Harold Bloom nos ha iluminado con muchas velas de palabras: nos ha mostrado caminos de tinta donde, yo al menos, he encontrado sublimes placeres.
Voy a exponer a continuación algunas reflexiones personales en torno a los textos y su interpretación:
1.- Como he adelantado al comienzo de estas notas, creo que hay que asumir que todo texto -propio o ajeno- es virtual: una secreción realizada por nuestra “mente”; o, si se quiere, por eso que sea la cerebro “en sí” [Véase “Cerebro“]. Toda lectura sería por tanto “interior”. El propio texto tendría una materia virtual (como así nos exigen pensar hoy los cientistas, v. gr. Richard Dawkins). No hay que olvidar que el texto es algo que le ocurre a la materia según ésta es visualizada por un materialista. El texto está ya “dentro” cuando se lee.
2.- Cómo sea el texto en sí es un fabuloso misterio (como todo, por otra parte). Y el autor mismo es un espectador -estupefacto- de lo que parece ser su propia secreción lingüística. El autor no sabe qué es eso que está brotando de su aparente interior. Como tampoco sabe ni podrá saber jamás qué es él mismo.
3.- Los cabalistas miran a través de los símbolos de los textos, a través de su aparente realidad, y encuentran verdades decisivas: mensajes de Dios… y hasta al propio Dios, o casi, toda vez que, según esta tradición, contemplar a Dios implica dejar de ser. Los textos serían entonces transparencias, transparencias en la materia de nuestra mente… membranas a través de las cuales nos entraría algo así como “nutrientes”. Pensemos en las membranas de las células.
4.- Los textos son para mí en este momento de mi vida lo mismo que fueron en mi niñez: pura naturaleza: materia prodigiosa para ser contemplada en silencio, con fascinación, con todos los sentidos activados. Sin miedo. Sin hambre. Con fe. Hoy los veo -a los textos- tejidos con la misma materia con la que Shakespeare creyó que estaban tejidos los sueños. De los textos de mi niñez lo que más recuerdo es su olor. Intenté evocar ese olor en este cuento:
https://www.davidlopez.info/?page_id=175
5.- Uno de los desafíos hermenéuticos más fascinantes es el que se refiere a nuestra propia vida, vista si se quiere como texto de experiencias fijado en nuestra memoria. Pero lo que hemos vivido es casi infinito -quizás infinito. Así, creo que en nuestra mano está poetizar nuestro pasado, embellecerlo hasta sus límites, sin que para ello se deban falsear realidades. Yo nunca gané el torneo de Roland Garrós. Pero mi pecho vibró muchas veces con el pecho de los tenistas que allí jugaron. Creo que cabe sublimar, sacralizar, nuestra vida mediante un esfuerzo poético, devoto.
6.- Hasta hace algunos años practiqué la crítica literaria. Espero recuperarla en breve. Fue una preciosa actividad; pero también enormemente compleja y extenuante. Para mí el esfuerzo mayor fue compatibilizar el respeto (y hasta el amor) hacia el autor con la honestidad intelectual. No creo en una crítica literaria que no se despliegue en un plano fraternal, que no presuponga que todos los seres humanos compartimos un mundo, un nivel de conciencia, un sueño en red si se quiere: un gran grupo de personas en torno a un gigantesco fuego. A partir de ahí surge otra dificultad: escuchar, callarse, reducir al mínimo posible los prejuicios ideológicos y morales… y estar predispuesto a que emerja lo prodigioso. O no. En este momento de mi vida ya no soy capaz de escuchar un texto que desafine formalmente: que esté mal escrito, que no haya sido capaz de interiorizar la belleza de la gramática. Tampoco sigo leyendo un texto que sea irrespetuoso con el ser humano en general. Esos son dos grandes prejuicios, pero soy consciente de ellos. Habrá otros muchos que no detecte.
7.- Hay autores, como Heidegger, o como Zubiri, o incluso María Zambrano en ocasiones, que parecen no tener en cuenta al lector y lo someten a una cierta tortura oscurantista (que Ortega entendería como falta de cortesía). Pero esos textos, incluso aunque no sean comprendidos, funcionan muchas veces como misteriosas pócimas lógicas que propician sublimes estados de conciencia. Cabría incluso hablar de una lógica inconsciente, musical, completamente abstracta, incapaz de proporcionar “verdades” o “soluciones” pero eficacísima para elevar el grado de magia de lo real (el grado de “vida” en definitiva).
8.- Una pregunta importante sería: ¿Qué queremos de un texto? Harold Bloom habla de placeres inefables, y de la posibilidad de participar de lleno en la naturaleza humana (esa que lee y escribe textos). Muchos buscan ideas para no sufrir, sobre todo para no sufrir de aburrimiento. Muchos buscan la frase decisiva que les asome a la Verdad Final. Cabe sospechar, desde las teorías de Maturana sobre la autopoiesis de los sistemas vivientes, que los textos -como los atardeceres o el olor de los trigales- los segrege biológicamente eso que sea nuestro cerebro, para optimizar la vitalidad del sistema viviente que lo nutre. Así, me vería obligado a sospechar que todo lo que he leído en mi vida lo he escrito yo… bueno, “yo” no, porque ese “yo” que creo ser también sería una fantasía creada por ese cerebro biológicamente prodigioso.
9.- Heidegger pronunció una muy famosa conferencia en Roma en 1936 que se publicó en 1944 con el título “Hölderlin y la esencia de la poesía”. Contamos con una edición y traducción realizada por David García Bacca (Antropos, 1989). En esta obra dice Heidegger (p. 31 ed. española):
“Que la realidad de verdad del hombre es, en su fondo, “poética”. Por poesía estamos ahora, con todo, entendiendo ese nombrar fundador de Dioses y fundador también de la esencia de las cosas. “Morar poéticamente” significa, por otra parte, plantarse en presencia de los dioses y hacer de pararrayos a la esencial inmanencia de las cosas.”
Considero que la metáfora del pararrayos puede mostrar nuestra ubicación en la descomunal y tormentosa galaxia de palabras que ha segregado y segrega la especie humana. Considero que tenemos que ser pararrayos valientes, con capacidad de exposición, conscientes de nuestra fuerza. Y recibir los rayos de los textos sin miedo. Somos nodos hermenéuticos. Y creo que debemos estar atentos a la salubridad de lo que sale de nosotros. Recordemos esa frase mágica que dice “una palabra tuya bastará para sanarme”. También hay palabras que enferman.
Cabría por último tener algo así como “fe lógica”, la cual implicaría sacralizar todos los textos que se presenten en nuestra realidad: todos serían regalos de lo inefable (del “sistema viviente” si nos queremos poner muy “biológicos”). Y todos ellos serían membranas a través de las cuales nos estaría alimentando Eso inefable.
Yo de niño metía la nariz entre las páginas de los libros y sospechaba que ahí había algo sagrado, poderosísimo, oculto: una fuente inagotable de mundos para ser vividos desde ese estupor maravillado que, según supe más tarde, caracteriza a los filósofos; esto es: a los seres humanos en plenitud.
David López
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