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Pensadores vivos: Rüdiger Safranski

 

 

Rüdiger Safranski. Romanticismo. En esta obra narra cómo Herder a finales del siglo XVII salió de viaje por el mar, y cómo, en lo Inmenso, en lo Otro, se encontró a sí mismo. La subjetividad como lugar de prodigios, inmenso también, radicalmente humano, capaz de crear en esa Inmensidad mundos enteros.

Quiero traer aquí una vivencia personal. Ocurrió hace veinticinco años, en la cubierta de un barco que me llevaba a África, a mí y a mi moto, los dos dispuestos a atravesar el desierto de Sahara, una galaxia de mitos para mí en aquella época. Y sentí de pronto una brisa en la piel del cuerpo y del alma que no provenía de eso que, simplificando, mutilando, llamamos “mar”.

Volvamos a Rüdiger Safranski. En mi larga investigación sobre el poder de la magia en la Metafísica de Schopenhauer he tenido la suerte de leer una brillante obra de Rüdiger Safranski: Schopenhauer und die wilden Jahre der Philosophie. Eine Biographie (Carl Hanser Verlag, 1987) [Schopenhauer y los años salvajes de la Filosofía. Una biografía]. Hay una edición en español realizada por Tusquets (2008) y cuyo traductor es José Planells Puchades.

Mis tesis fundamentales sobre la piedra angular de la -bellísima- Metafísica de Schopenhauer discrepan completamente de las que Safranski expone en esta obra, pero no por ello dejo de aplaudir su enorme valor académico y estético, sobre todo por su energía filosófico-lingüística, por su singular pulso narrativo y reflexivo, por la limpieza y, a la vez, la capacidad de hechizo que tienen sus frases, muchas de las cuales son insólitamente cortas y simples para lo que es habitual en el lenguaje alemán. Y hay una frase en particular que irradia algo inefable sobre todas las demás. Es la primera:

“Este libro es una declaración de amor a la Filosofía”.

Es por tanto Rüdiger Safranski, como lo soy yo mismo, un enamorado de la Filosofía. ¿Cómo no serlo?

Más tarde disfruté también de forma excepcional con otra obra de Safranski: Romantik. Eine deutsche Affäre (Carl Hanser Verlag, 2007). La edición en español es una vez más de Tusquets (2009). La traducción la ha realizado Raúl Gabás.

También he disfrutado mucho escuchando a Safranski junto a Peter Sloterdijk en el programa televisivo Philosophischer Quarttet (ZDF). Este programa se emitió en la televisión alemana entre los años 2002 y 2012. Ahora hay mucho material disponible en YouTube. Desconozco si hay algo traducido al español.

Rüdiger Safranski (Rottweil, Alemania, 1 de enero de 1945). Estudió en Frankfurt y en Berlín Germanística, Historia, Historia del Arte y Filosofía. Tuvo entre otros profesores a Theodor Adorno. En 1976 se doctoró en la Universidad Libre de Berlín con una tesis cuyo título es Estudios sobre el desarrollo de la “Arbeiterliteratur” en la República Federal (Studien zur Entwicklung der Arbeiterliteratur in der Bundesrepublik). No sé cómo traducir “Arbeiterliteratur”. Quizás debería ser Literatura de/sobre los trabajadores. En cualquier caso no he tenido todavía el placer de leer la tesis de Safranski.

Es relevante señalar que fue Safranski uno de los socios fundadores del Partido Comunista alemán (Kommunistischen Partei Deutschlands).

Safranski se ha destacado internacionalmente como escritor de biografías. Aparte de la ya citada sobre Schopenhauer (1988), ha escrito sobre E.T.A. Hoffmann (1984), Heidegger (1994), Nietzsche (2000), Schiller (2004), Schiller y Goethe como amigos (2009) y, la última publicada, es sobre el propio Goethe individualmente (2013), el cual se presenta como un maestro de la vida, de la obra de arte que sería la vida. Estas biografías son una delicia para el lector, y en ellas Safranski ofrece mucho más que información: filosofa en privado, pero en voz alta, con gran elegancia, y con gran fuerza.

Aparte de su tesis doctoral, ha publicado también Safranski otras dos obras no biográficas: ¿Cuánta verdad necesita el ser humano? Sobre lo pensable y lo vivible [Wieviel Wahrheit braucht der Mensch? Über das Denkbare und das Lebbare. Hanser, München u. a. 1990]; y ¿Cuánta globalozación soporta el ser humano? [Wieviel Globalisierung verträgt der Mensch? Hanser, München u. a. 2003].

Expongo a continuación algunas consideraciones sobre las dos obras de Safranski con las que he dado comienzo a este artículo:

1.- Schopenhauer y los años salvajes de la Filosofía (Las citas que ofrezco se refieren a la edición alemana: Carl Hanser Verlag, 1987).

Tras su declaración de amor a la Filosofía, Safranski nos ofrece en esta obra una extensa y vibrante biografía de Schopenhauer y, a la vez, una imagen de su sistema filosófico. Esa imagen forma parte de una tradición hermenéutica que atribuye a Schopenhauer la idea de que el mundo, lo inmanente, agota lo existente, el ser en su totalidad.

Rüdiger Safranski afirma (p. 229) que la frase clave de Schopenhauer es de 1815 (“de la que todo lo demás se deriva”):

El mundo como cosa en sí es una gran voluntad, que no sabe lo que quiere; pues ella no sabe sino que simplemente quiere, justamente porque ella es una voluntad y no otra cosa.

Y dice Safranski:

Aunque Schopenhauer también partió de una filosofía trascendental, no llega a ninguna transparente trascendencia: el Ser no es sino ciega voluntad, algo vital, pero también opaco, que no señala hacia nada con sentido ni con designio. Su significado está en que no tiene significado, solo es. La esencia de la vida es deseo de vida, una frase que es confesadamente tautológica pues la voluntad no es nada sino vida. “Voluntad de vivir”, contiene solo una duplicidad lingüística. El camino hacia la “cosa en sí”, que también transita Schopenhauer, termina en la más oscura y espesa inmanencia: en la voluntad sentida en el cuerpo (p. 313).

En 2010 Rüdiger Safranski ha editado una selección de textos de Schopenhauer bajo el título Arthur Schopenhauer. Das große Lesebuch (Fischer Verlag, Frankfurt am Main, 2010). Y, sorprendentemente, en las páginas 23-24 encontramos a Safranski diciendo algo muy distinto a lo que acabamos de leer, dudando, arrastrado -supongo que gozósamente- por la enormidad todavía no bien medida de la metafísica de Schopenhauer:

El mundo de la voluntad quizás no es todo. Schopenhauer aclaró en un comentario a su obra principal: “que en mi filosofía el mundo no completa la total posibilidad del Ser”. Se trata de una sorprendente afirmación, pues significa que la negación [de la voluntad] no conduce a un muerto no-Ser [ersterbendes Nichtsein], sino a otro Ser. Cada gran filosofía tiene su inefabilidad, su misterio informulable. En el caso de Schopenhauer me parece que está en esta frase insinuado: “que en mi filosofía el mundo no completa la total posibilidad del Ser” [bei mir die Welt nicht die ganze Möglichkeit alles Seyns ausfüllt].

Esta crucial afirmación de Schopenhauer la encontramos en la página 740 de la segunda parte de su obra capital: El mundo como voluntad y representación (Sämtliche Werke, edición de Arthur Hübscher revisada por su mujer Angelika Hübscher, 7 volúmenes, F. H. Brockhaus, Mannheim, 1988).

En la Metafísica de Schopenhauer el “mundo” (lo que Schopenhauer entendía por mundo) es una parte minúscula de la totalidad, de lo que se es (de lo que somos) más allá de la puntualmente mundanal condición humana. De hecho, esa metafísica, ese modelo de totalidad construido con palabras que nos regalo Schopenhauer, tiene espacio semántico suficiente como para afirmar que somos en realidad una “Nada Mágica”, capaz, desde su omnipotencia, desde su libertad radical, de autoconfigurarse en cualquier modelo de mundo, en cualquier modelo de voluntad ya determinada.

La expresión “Nada mágica” es una propuesta mía, no de Schopenhauer: una herramienta hermenéutica que puede ser útil para vislumbrar el imponenente tamaño que tiene su sistema metafísico.

En cualquier caso esa herramienta hermenéutica ha sido decisiva para desarrollar mi trabajo Die Magie in Schopenhauers Metaphysik: ein Weg, um uns als „magisches Nichts“ zu erkennen [La Magia en la Metafísica de Schopenhauer: un camino para conocernos como “Nada mágica”]. Este trabajo, como ya he anunciado en posts anteriores, está a punto de ser publicado en Schopenhauer-Jahrbuch (Königshausen & Neumann, Würzburg). Muy pronto espero traer aquí ese texto -que está escrito en alemán- y una traducción al español. Creo que merece la pena. Es una delicia filosófica, un lujo para la mirada, seguir a Schopenhauer en su intento de legitimar recíprocamente la Magia y su sistema filosófico. Y creo, honestamente, que es precisamente la Magia la mejor puerta de entrada a esa soprendente galaxia de frases, la mejor perspectiva para contemplar lo que ahí emerge.

2.- Romanticismo.

Esta obra me ha ofrecido algunos contenidos interesantes sobre los vínculos entre la Magia y la Filosofía. Estos contenidos están en el sexto capítulo, que es el que Safranski dedica a Novalis. No es éste el momento de que exponga mi visión sobre la filosofía mágica de Novalis y su impactante similitud con el fondo del sistema filosófico de Schopenhauer (ambos quizás igualmente hechizados por ideas muy extremas del kantianamente hechizado Fichte).

Sí creo, no obstante, que merece la pena traer aquí una deslumbrante afirmación de Novalis:

“El mago más grande sería aquel que pudiera también hechizarse a sí mismo, de manera tal que sus hechizos se le presentaran como fenómenos autónomos creados por otros. ¿No será ese nuestro caso?”

La cita está disponible en: Novalis Schriften [Escritos de Novalis], edic. Richard Samuel-Paul Kluckhohn, 4 volúmenes, Bibliographisches Institut, Leipzig, 1928, vol.II, p. 394.

Sí, Novalis. Podría ser ese nuestro caso. Podría ser que estuviera ahí todo dicho. ¿Dicho por quién, a quién? ¿Por “qué” a “qué”?

Volvamos a Safranski. Romanticismo. Quisiera ofrecer ahora mis reflexiones sobre unos momentos de esa obra (la traducción es mía, y es dudosa):

– “El romanticismo es una época deslumbrante del espíritu alemán, con gran irradiación sobre otras culturas nacionales. El romanticismo como época ha pasado, pero lo romántico como mentalidad [Geisteshaltung] permanece […] Lo romántico es fantástico, ingenioso, metafísico, imaginario, impulsivo, exaltado, abismal. No está obligado al consenso, no necesita ser socialmente provechoso, ni siquiera estar al servicio de la vida. Puede amar la muerte. Lo romántico busca la intensidad hasta llegar al dolor y la tragedia. Con todo esto no es lo romántico especialmente adecuado para la Política. Cuando se derrama en la Política, debería estar unido a una fuerte dosis de realismo. Y es que la Política debería basarse en el principio de prevención del dolor, del sufrimiento y de la crueldad. Lo romántico ama lo extremo, una Política racional el compromiso” (p. 392).

– “Por otra parte no deberíamos perder lo romántico, pues la racionalidad política y el sentido de la realidad es demasiado poco para la vida. […] El romanticismo provoca curiosidad hacia lo completamente otro. Su desatada fuerza imaginativa nos ofrece el espacio de juego que necesitamos, si es que consideramos, con Rilke, que:

en el mundo interpretado

no nos sentimos confiados en nuestro hogar.

Es una traducción mía, muy criticable, incluso por mí mismo. Ofrezco el original:

daß wir nicht sehr verläßlich zu Haus sind

in der gedeuteten Welt.

Con esta frase de Rilke (que es un recorte sacado de la Primera Elegía de Duino) concluye la obra de Safranski. Cabría afirmar que es precisamente ese “mundo interpretado” lo que el propio Safranski denomina “realidad”, como algo contrapuesto a “lo romántico”. Tengo la sensación de que esos “mundos reales” son productos poéticos puntualmente aquietados por el consenso de las tribus humanas (por decirlo de alguna manera). El romanticismo como actitud filosófica, epistemológica incluso, intensifica la potencia de la mirada hasta el punto de dejar traslúcidos los tejidos de fantasía que constituyen las “realidades puras y duras”; y hasta el punto de tomar conciencia de la autoría de esos tejidos cosmizadores.

Parecería que Safranski quiere proponer una medida de higiene poética. Parecería que quiere crear un traje de máxima protección anti-vírica que impidiese la entrada de los virus imaginativos propios del romanticismo en el ámbito de la Política, esfera ésta donde solo habría que estar a los hechos de la realidad pura y dura y trabajar por un consenso destinado a la “prevención del dolor, del sufrimiento y la crueldad” (p.392).

No veo que el objetivo de la Política deba ser la prevención del dolor, del sufrimiento. Cuidado. El sufrimiento no voluntario es fuente de sublimación, de creatividad, de elevación. Sugiero la lectura de mi bailarina lógica “Tapas (Sufrimiento creativo)”. Se puede entrar en ella desde [Aquí].

El desafío, creo, no sería tanto crear ese himen entre dos mundos, como iluminarlos, ambos, con la luz de la Filosofía: saber que la Política está hechizada con bailarinas lógicas [Véanse aquí], saber que podemos analizar las consecuencias que su baile puede provocar en el sacro ser humano (mi humanismo es conscientemente irracional, y no puede fundamentarse a sí mismo), saber que contamos con una gran fuerza poética capaz de construir, de custodiar, de desinstalar si acaso, mundos enteros.

Afirma Safranski (p. 393) que la “tensión entre lo romántico y lo político pertenece a la todavía más abarcante tensión entre lo imaginable y lo vivible”. He traducido la palabra alemana “Vorstellbaren” como “imaginable”. “Vorstellung” puede traducirse al español, efectivamente, como “imaginación”, aunque también como “presentación”, “representación” o, incluso, como “obra de teatro”. Schopenhauer da comienzo a su obra capital afirmando “Die Welt ist meine Vorstellung“. Normalmente esta famosa frase se traduce como “El mundo es mi representación”. Podría traducirse también como “El mundo es mi imaginación”. No creo que el “mundo vivible” al que se refiere Safranski sea distinto que el imaginado. El peligro, en Política, está en dejarse atrapar por mundos imaginados por otros, sobre todo si esos mundos no son creados desde el amor, sino desde odio (es decir, desde la estupidez). La Filosofía sería experta en mundos, en tejidos de mundos. Y en amor también.

Por ello la Filosofía es ineludible para la Política.

Eso de “mundo” cabe también pensarlo como un sumatorio de sustantivos, una tradición social (Unamuno), una ficción que no ha nacido de un engaño deliberado sino de una multimilenaria epidemia de hechizos. No hay demonios conspiratorios, solo hombres de buena fe que no son lo suficientemente lúcidos como para saber que no hay demonios.

Sospecho, en cualquier caso, que lo que de verdad hay -la realidad pura y dura- nos es inimaginable.

“El mundo” es algo así como un dibujo, o una programación (autolimitación/protección) de la mirada. Por eso, en el fondo, lo vemos con cierta extrañeza, porque todos somos románticos, todos sentimos algo que no queda simbolizado en ningún sistema-mundo (“el mundo interpretado” al que parece que se refirió Rilke).

Todos, en algún momento, hemos sentido en la piel del alma la brisa de lo Inefable, de lo no interpretado. Por eso filosofamos con estupor maravillado.

Safranski filosofa con ese estupor, pero desde la calma. Es un gran placer tanto leerle como escucharle. Gracias amigo por tu precioso trabajo.

David López

 

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Pensadores vivos: Noam Chomsky

 

 

Chomsky (Logical Structure of Linguistic Theory) piensa, dice -condicionado por la gramática genéticamente inserta en su cerebro-, que todos los seres humanos son la misma criatura, y que comparten una gramática básica, generativa, transformacional: algo así como un mecanismo biológico, innato, recibido genéticamente, que les permite crear frases gramaticalmente correctas, infinitas frases nunca antes creadas; y hacerlo además muy pronto, en la primera infancia, sin recibir la suficiente formación para ello, sin que haya proporción entre los estímulos lingüísticos exteriores y las sorprendentes expresiones que enseguida se configuran.

Estaríamos ante una especie de programación que es anterior a la influencia cultural, ante unas leyes prenatales que condicionarían todo lo que podemos decir, lo cual sería, además, infinito. Y estaríamos también ante una facultad única en el reino animal: los animales humanos nacerían ya con la capacidad de crear frases correctas, nuevas, no oídas jamás, porque las leyes del lenguaje las llevarían insertas en la blanca carne de su cerebro. Por así decirlo.

Chomsky cree en la idea de una gramática universal, subyacente en todos los lenguajes humanos: una idea ya defendida por Roger Bacon en el siglo XIII d.C.

No sé si Chomsky considera una evolución biológica, un cambio, individualizado, o grupal, de esas estructuras gramaticales, de ese programa recibido en nuestro código genético. Sí sé que, en cierta ocasión, al ser preguntado si era ateo, generó esta frase, este producto gramatical: “¿Qué es eso en lo que se supone que yo no creo? Hasta que no puedas responder esta pregunta no te puedo decir si soy un ateo.”

Creo que aquí es útil mi distinción entre “Dios lógico” y “Dios metalógico” [Véase].

Dios. La gramática. ¿Estamos ante un “proto-logos” universal que domina nuestros cerebros y nuestros pensamientos como un dios algorítmico, un dios ciego, inconsciente pero todopoderoso desde la inconsciencia? ¿Es en ese tipo de deidad en la que cree Chomsky desde su enigmático ateísmo?

Nietzsche, en sus últimos escritos (Götzen-Dammerung), sí parece que sintió el enorme y claustrofóbico poder del Dios-Gramática:

“La razón en el lenguaje: ¡Oh qué vieja y fraudulenta mujer! Me temo que, mientras sigamos creyendo en la gramática, no nos libraremos de Dios.” (Traducción propia). [Die „Vernunft“ in der Sprache: oh was für eine alte betrügerische Weibsperson! Ich fürchte, wir werden Gott nicht los, weil wir noch an die Grammatik glauben].

Es una frase misteriosa -gramaticalmente correcta, sometida por tanto- que apunta a la posibilidad de una salida, ¿por parte del ser humano?, de esa gigantesca legislación que Chomsky y otros consideran inserta en el sistema operativo de nuestro cerebro. Pero, ¿cabe no creer en la gramática? ¿Qué significa esto? ¿Está Nietzsche desbrozando caminos hacia lo nunca dicho por el lenguaje humano, hacia aquello imposible de ser dicho dentro de las reglas de ese algoritmo, hacia aquello que conoció, o sintió, “el hombre” antes de ser esclavizado por la gramática y, por tanto, antes de tener un yo, de creer en la causa, etc.?

¿Libertad? Parece que Chomsky considera que esa gramática estructural y generativa que nos vertebra a todos permitiría la creación de un número infinito de expresiones a partir de un número finito de elementos. Estaríamos ante algo así como un infinito programado, un infinito con forma, un dictado de todos los dictados posibles (de todos los mundos posibles).

Chomsky reconoce explícitamente que sus teorías sobre el lenguaje están influenciadas por Panini, el gramático indio del siglo V. antes de Cristo que estudió el sánscrito con una precisión solo entendida por Occidente en el siglo XX. Es importante tener presente la relevancia teológica que la civilización védica otorgó al lenguaje. Bhartrhari, mil años después de que viviera Panini, llega a poner la gramática al servicio de la Teología (Gavin Flood: Hinduismo, Cambridge University Press, Cambridge 1996, p. 246). Para Bhartrhari la realidad absoluta coincide con el lenguaje purificado. Es una idea que merece ser pensada, si es que cabe pensar desde fuera del algoritmo al que apunta Chomsky. Sí creo que cabe pensar en la posibilidad de que entendamos por mundo, por verdad, alguna de las posibilidades de “nuestro” decir. Queremos decir el Ser, lo que hay. De ahí nuestras acaloradas discusiones sobre qué es lo que hay, sobre qué es lo que pasa: si existe Dios o no, si el mundo es o no de una determinada forma, si ocurrió o no tal cosa en la Historia… El abanico del Ser, todo lo que puede ser real, estaría dentro de ese algoritmo que no para de sacar frases de su matriz finita -pero de fertilidad infinita-. Parece, por tanto, que no habría “lo otro del lenguaje” para el que sigue creyendo en la gramática (en esa matriz que parece poder decirlo todo). Creer en la gramática sería -desde Nietzsche- creer en la equivalencia entre los productos de nuestro aparato de decir cosas y “el mundo exterior al lenguaje”. Gorgias, en la Grecia presocrática, ya denunció la imposibilidad de la semántica:

“Si algo existente pudiese ser conocido, sería imposible expresarlo con el lenguaje a otro hombre”.

En estos extremos del pensar sugiero siempre la lectura del último capítulo de la segunda parte de El mundo como voluntad y representación de Schopenhauer: el que lleva por título “Epifilosofía”. Una joya filosófica para la eternidad.

Sí me parece en cualquier caso aceptable pensar que un mundo es un lenguaje limitado (Wittgenstein). Y hay seres humanos -como yo- que amamos un mundo concreto (en el que están nuestros hijos, y las estrellas de la noche, y los abedules, por ejemplo). Ese amor a mundos concretos, por muy “lingüísticos” que sean esos mundos, por muy carentes de verdadera semántica que sean esos constructos, es lo que quizás dé sentido al ritual Upanayana de la civilización védica [Véase aquí].

Pero volvamos a Chomsky.

Ofrezco a continuación lo que parecen ser sus ideas principales:

1.- La gramática generativa transformacional. Con esta teoría Chomsky revolucionó la lingüística (la ciencia que estudia el lenguaje… con el lenguaje [Véase]). Chomsky propuso una lingüística no meramente descriptiva, y no conductista, que fuera más allá de una concepción del lenguaje como mero corpus susceptible de ser analizado y clasificado: una lingüística que estudiara las leyes que permiten al ser humano generar -creativamente- todas las frases. De todos los modelos de gramática generativa que ha elaborado Chomsky, el que mejor le ha funcionado en el estudio de las diversas lenguas de la Humanidad es el así llamado “transformacional”.

2.- La gramática universal. Es una idea que, como he indicado anteriormente,  encontramos ya en Roger Bacon (S. XIII d. C.) y que presupone, creo, una postura realista respecto del decisivo tema de los universales [Véase]. Chomsky no obstante acepta la narrativa cientista-evolucionista y considera que en la evolución del hombre (de toda la materia en realidad) hubo un momento histórico en el que se produjo una pequeña pero decisiva mutación de su cerebro: una mutación de la que surgió la capacidad lingüística. Chomsky, en una muy reciente entrevista a la que más adelante haré referencia, habla de algo dramático: algo así como una “explosión” (que nos hace pensar, creo yo, en una especie de Big-Bang logogenésico). El argumento que utiliza Chomsky para defender la existencia de una gramática humana universal (conocido como “poverty of the stimulus argument“) es el siguiente: los niños adquieren demasiado pronto un muy elevado conocimiento del lenguaje, el cual les permite construir frases gramaticalmente correctas sin haberlas oído anteriormente: ningún animal conocido, sometido al mismo estímulo lingüístico exterior, es capaz de alcanzar ese conocimiento. No hay además proporción entre el estímulo recibido por el niño y su nivel de conocimiento y destreza lingüísticos: ergo existe una gramática dentro de nuestro código genético, la cual permite y condiciona el desarrollo posterior -ya sí ambiental, o cultural- de cualquiera de las lenguas del planeta. Dice Chomsky que si un niño de una tribu del Amazonas es educado en Boston hablará perfecto inglés bostoniano.

3.- La capacidad del ser humano de crear libremente infinitas frases -y por tanto infinitos pensamientos- es el núcleo fundamental de toda la antropología y de todo el activismo político de Chomsky. En una entrevista para la televisión suiza (Schweizer Fernsehen) ofrecida el 28 de octubre de 2012, Chomsky es preguntado si hay alguna conexión entre su labor como lingüista y su activismo político. En un primer momento Chomsky afirma que no hay conexión, que esa duplicidad no tiene por qué tener sentido. Pero acto seguido confiesa que sí puede haber una conexión, aunque “bastante abstracta”. Y se remonta a los siglos XVII y XVIII, a Wilhelm von Humboldt, lingüista también, y libertario. Von Humboldt habría afirmado que la esencia de la naturaleza humana estaría en la libertad, en la creatividad, y que la sociedad debería propiciar, custodiar, esa esencia. Adam Smith, en opinión de Chomsky, habría apuntado también en esa dirección, pero desde un libertarismo egoísta (digamos no “socialista”). Chomsky luego salta a Descartes. Este científico -Chomsky no quiere llamarle filósofo- se habría sorprendido ya de la humana capacidad de generar infinitas frases nuevas, lo cual le habría obligado a hablar de una materia pensante, completamente diferente a la materia del universo entendido como máquina (como artefacto muy complejo pero sometido ciegamente a las leyes de la naturaleza y explicable en virtud de las mismas). Y Descartes habría tenido entonces la conocida dificultad de explicar cómo se comunican ambos tipos de materia. Chomsky sigue su argumento diciendo que este dualismo es a duras penas admitido por Newton y que el propio Locke lo supera al afirmar que si la materia tiene los “místicos” atributos de la atracción y la repulsión, por qué no va ser capaz de pensar. Creo que de esta forma Chomsky ofrece un modelo de totalidad (una metafísica) que da sentido a sus teorías lingüísticas y a las ideas subyacentes en su activismo político. Ese modelo podría describirse así: de la materia, y en virtud de la evolución biológica, nació un ser dotado de un cerebro especial. Ese cerebro experimentó una mutación de la que surgió el lenguaje. La materia tendría capacidad para eso. No haría falta pensar en un plano meta-material. Esa mutación en el cerebro habría convertido al ser humano en un animal único. Su esencia sería la libertad, la creatividad. Una mutación -física, biológica- en el cerebro nos habría dado esa esencia. Así, Chomsky estaría luchando para que la sociedad humana propiciara la plena floración de esa esencia, para que naciera por fin una comunidad de seres humanos verdaderamente libres, verdaderamente humanos.

Ofrezco a continuación un enlace de la entrevista a la que antes he hecho referencia (la entrevistadora es la filósofa Barbara Bleisch):  Chomsky-Sternstunde Philosophie

En esta entrevista encontramos además una deliciosa frase de Chomsky, que quizás muestra la altura de su corazón: “Yo no amo ningún país. Yo amo a las personas”.

Diez años antes -en 2003- ya se le había hecho a Noam Chomsky la misma pregunta sobre la relación entre su obra lingüística y su obra política (Poder y terror, 2003, pp.40-42 de la edición española en RBA, traducción de Carmen Aguilar). También en esta ocasión empezó Chomsky afirmando que no había relación directa. “Yo podría muy bien ser un topógrafo algebraico y hacer las mismas cosas”. Pero inmediatamente mencionó una relación “más remota”: durante siglos, en el fondo de la aptitud para el lenguaje, se habría reconocido que está la libre capacidad para expresar ideas de manera novedosa, lo cual sería una parte fundamental de la naturaleza humana. También en esta ocasión hizo Chomsky mención a Descartes, pero incorporó a Hume. Finalmente Chomsky parecía estar convencido de que “somos básicamente la misma criatura” y de que hay que actuar como si cada uno de nosotros fuéramos “una especie de agente moral”. Esa conducta comprometida con la moral, según Chomsky, “sacará a la luz, ampliará y ofrecerá posibilidades para que lo fundamental de su naturaleza [de la naturaleza humana] se exprese a sí misma”.

4.- Libertad. Trabajo. Chomsky parece estar en contra -como lo estoy yo- del trabajo por cuenta ajena. Si bien mantiene explícitamente un discurso que se autodenomina de “izquierda”, y que insiste en la sacralización de “los obreros”, no tengo yo claro todavía qué entiende por tales, pues, finalmente, obrero sería cualquier ser humano que pudiera desplegar libremente su creatividad, sin coacción, sin ser organizado por otro. Estaría por tanto Chomsky contra el “empleo”. Y estaría quizás de acuerdo con mi propuesta de desempleo total. [Véase aquí mi artículo sobre el empleo].

5.- Crítica a los gobiernos y a las élites económicas de los EE.UU. Chomsky ha desarrollado a lo largo de décadas una ingente actividad como crítico de los poderes políticos y económicos que, en su opinión, tienen marginado al pueblo americano y poco menos que “arrasado” el mundo entero. En su página web -www.chomsky.info- se pueden leer sus constantes denuncias. En mi opinión hay un exceso de maniqueísmo y de simplificación. Básicamente, el capitalismo norteamericano sería el corazón del Diablo, el epicentro del Mal, el imperialista monopolio del Mal y los dos partidos políticos norteamericanos serían en realidad un solo: el “Business Party”. En un texto que lleva por título El control de los medios de comunicación (1993), Chomsky insiste en su convicción de que los poderosos -EE.UU. sobre todo- ejercen su poder sobre el pueblo mediante la propaganda, que sería en las democracias lo que en las dictaduras es la cachiporra. Chomsky presupone en ese texto, y quizás en todos sus textos políticos, la existencia de un rebaño de seres humanos marginados, dirigidos, amedrentados por los poderosos… ¿No dirigidos estos últimos a su vez?

Yo tengo la sensación creciente de que la realidad es mucho más compleja. Y mucho más bella. Agota en la narrativa de Chomsky su constante “¡Pecadores!” Hay algo en él de enfadadísimo profeta del Antiguo Testamento. Pero hay también en su textos denuncias muy concretas, muy lúcidas -y muy bellas- que comparto rigurosamente. Entre ellas quiero destacar la que Chomsky hizo con ocasión del asesinato de Bin Laden, un suceso extraordinariamente feo e irrespetuoso con ese prodigioso sistema legal que hemos sido capaces de ir construyendo en el corazón mismo de la Humanidad. Las opiniones de Chomsky a este respecto se pueden leer en el siguiente enlace:  Chomsky-The Revenge Killing of Osama bin Laden

6.- Poder. Estados. Chomsky parece dedicar todo su poder intelectual a la lucha contra los poderes que puedan amenazar el pleno desarrollo de la naturaleza humana, esto es: la libertad, la creatividad. Y ese “poder” amenazador lo ubica en los Estados y en las élites económicas, los cuales mantendrían nocivas inercias pretéritas que deben ser superadas. La concepción chomskyana del poder es, creo yo, sorprendentemente simplista, sobre todo si la comparamos, por ejemplo, con la de Michel Foucault [Véase], que teorizó un poder reticular, sin un punto fijo, siempre en movimiento, sin un foco determinado. Ambos pensadores mantuvieron en 1971 un famoso debate que se puede ver [Aquí] y que se puede leer [Aquí].

Al parecer, el hecho de que, según Chomsky, Estados Unidos esté sometiendo y arrasando el mundo entero, y de que no respete las resoluciones de la ONU, respondería a una razón simple: “El Estado más poderoso del mundo no va a aceptar ninguna autoridad internacional. Ningún otro Estado la aceptaría tampoco si pudiera zafarse de ella. Si Andorra pudiera zafarse, haría lo que quisiera. Pero tal y como está el mundo, los únicos países que pueden  hacer lo que quieran son los más poderosos” (Poder y terror, 2003, p. 35 de la edición española, traducción de Carmen Aguilar). Chomsky aboga por una supresión de los Estados. Los considera obsoletos y una amenaza para el pleno desarrollo de esa flor maravillosa que brotó en nuestro cerebro por arte de magia de la evolución y que nos permite desplegar el infinito de nuestra creatividad, lo cual nos convertiría en puramente humanos. Llega Chomsky a acusar incluso a los Estados de ser auténticos delincuentes, y hasta terroristas, sobre todo el más poderoso de todos, el peor de todos: los Estados Unidos. En una de sus obras (Piratas y Emperadores, 1986), cita Chomsky a San Agustín, el cual cuenta la historia de un pirata capturado por Alejandro Magno, quien le preguntó: “¿Cómo osas molestar al mar” “¿Cómo osas molestar tú al mundo entero?- respondió el pirata-. Yo tengo un barco pequeño y por eso me llamas ladrón. Tú tienes una flota entera y por eso te llaman emperador”.

7. Anarquismo. Socialismo. Libertad otra vez. Chomsky se considera “socialista libertario”, y también muestra simpatía por el “anarco-sindicalismo”. En un artículo titulado “Notes on Anarchism” (1970), Chomsky explicita esa simpatía:

The problem of “freeing man from the curse of economic exploitation and political and social enslavement” remains the problem of our time. As long as this is so, the doctrines and the revolutionary practice of libertarian socialism will serve as an inspiration and guide. [El artículo completo se puede leer Aquí].

Chomsky propone básicamente un socialismo sin Estado, sin propiedad privada, sin burocracia, sin líderes fijos, sin élites: un sistema descentralizado de asociaciones libres que facilite el desarrollo de la libertad y la creatividad humanas. Yo me pregunto si de verdad todos los seres humanos quieren ser libres y creativos. La clave del funcionamiento del sistema propuesto por Chomsky sería, al parecer, una red piramidal de asambleas populares, en virtud de la cual los seres humanos, plenamente libres, debatirían a todos los niveles y cuyas decisiones serían -creo- vinculantes para todos. Todos. La libertad de expresión sería absoluta (virtud que Chomsky otorga a su tan demonizada sociedad norteamericana… los EE.UU. serían para él, por un lado, los culpables de casi todos los males del planeta y, por otro, un paraíso para la libertad de expresión). En cualquier caso parece que, según las narrativas de Chomsky, los EE.UU. serían los más malos y los más buenos del mundo. Quizás debo reflexionar algo más, y escuchar algo más a Chomsky, pero tengo la sensación de que el modelo de socialismo libertario que propone este pensador no sería una “anar-quía” (ausencia de gobierno, ausencia de control sobre el individuo humano), sino una “hiper-quía”: control absoluto, ejercido por todos contra todos, como si la Humanidad entera hubiera ingresado en un rigurosísimo monasterio. ¿Qué ocurriría si alguien no estuviera de acuerdo con el sacrosanto sistema de Chomsky, una vez que dicho sistema se pusiera en marcha? ¿Y si alguien no acepta las decisiones de las asambleas? ¿Se le condenaría? Pienso en las terribles asambleas populares que ideó Rousseau. ¿Y si alguien quiere ir, de verdad, por libre?  ¿Y si alguien quisiera mantener la propiedad privada? ¿Se le permitiría? ¿Y si a alguien le pareciera un delirio todo el modelo chomskyano? ¿Se le permitiría cambiar el sistema o se le acusaría de capitalista anti-revolucionario, egoísta y materialista? ¿Qué se haría con él? ¿Se le re-educaría en algún centro especial? ¿Se le dejaría de amar?

Podría ser que Chomsky hubiera dado respuestas humanísticamente aceptables a las preguntas que acabo de plantear. Su obra es muy extensa y yo no la he leído en su totalidad. Pido disculpas por adelantado si mis críticas y mis alarmas carecen de fundamento. En cualquier caso considero que el modelo de sociedad propuesto por Chomsky debería ser simplemente voluntario, como los monasterios o los los Kibutz o las comunas hippies. No creo en la posibilidad, ni en la legitimidad, de su instauración global.

Hay no obstante una frase de Chomsky que me fascina, que me tranquiliza, que me permite admirar su mente y su corazón. La he encontrado en una entrevista de 1970 publicada bajo el título “Modern Radicalism”. La entrevista entera se puede leer [Aquí]. Y esta es la frase crucial:

More generally, as I mentioned earlier, a movement for social change in an advanced industrial society will get nowhere unless it offers the widest scope for freedom and cultural progress and draws to itself the intellectual workers, including scientists, who will find in this movement their natural home.

Amen; si de verdad se propicia la floración de esos individuos que, sin renunciar a la empatía y a la solidaridad, o sí, se notan incómodos en los colectivismos, en las redes sociales de internet, en las asambleas, etc. Los bichos raros, los solitarios, los eremitas, tienen que ser respetados, amados y hasta rentabilizados. El ser humano es un animal social. Pero es también un animal meta-social: un monstruo maravilloso (Montaigne). La colectivización excesiva puede atrofiar nuestras alas, al hacerlas innecesarias. Aunque también es cierto que una colectividad verdaderamente fértil y aireada puede ofrecer a los genios enormes posibilidades de floración. Y de vuelo.

Sospecho, por último, que todos tenemos un genio dentro. Grandioso. Sorprendente. Inabarcable por ninguna Antropología. Ni por ninguna Gramática.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Derrida

 

 

Derrida (1930-2004) segregó un magma lingüístico de difícil comprensión, incómodo, carente casi siempre de esa claridad que Ortega y Gasset consideró cortesía del filósofo.

¿Qué pretende Derrida con sus escritos? ¿Qué pretende en general? ¿Quiere nombrar lo que hay, lo que pasa? ¿Lo que pasa dónde? ¿En el mundo, es decir, dentro del lenguaje (Wittgenstein)? ¿Quiere ofrecer Derrida en textos una imagen enteriza (Ortega) del mundo (en cuanto cosa que le ocurre al lenguaje)? Podría ser. Y podría ser también que en ese esfuerzo por nombrar lo que hay, Derrida hubiera querido ser extraordinariamente serio (fue Derrida, al menos el Derrida adulto, un hombre serio, grave). Quizás Derrida, al nombrar lo que hay, hubiera descubierto, con el estupor maravillado que caracteriza a los filósofos, que el lenguaje, como instrumento del nombrar, fuera a su vez el objeto decisivo del pensar filosófico, y no solo desde un punto de vista instrumental. Derrida habría llevado a límites extremos el giro lingüístico que caracteriza buena parte de la Filosofía del siglo XX.

Podría decirse que Derrida quiso liberar nuestras mentes de los confinamientos propios de la “lógica occidental” (¿), basada en el principio de identidad: lo que es, es.

Podría también decirse que Derrida, judío (¿cabalístico?), quedó apresado por las bailarinas y las sirenas que bailan y nadan en eso que sea “el lenguaje en sí” [Véase “Lenguaje“]. Su obsesión por el análisis de la escritura -por desnudar bailarinas lógicas– le convirtió en un aventurero perdido, embriagado, fascinado, por los túneles infinitos que hay detrás de cualquier palabra, de cualquier concepto… que trate de tener realidad, de ser algo en la nada hiperfertil del “lenguaje en sí”.

Se dice que Derrida quiso acabar con la Filosofía como disciplina que se ocuparía de algunos temas privilegiados, de algunas lecturas, digamos, superiores. Pero lo cierto es, en mi opinión, que absolutizó la Filosofía, en el sentido de que quiso llevar esa linterna mágica a todos los rincones del cosmos lingüístico (de todo lo escrito por todos los seres humanos de la Historia). Y encontró que ese cosmos debía ser leído desde otras lógicas, desde otras “formas de pensar”, que superaran las exigencias del principio de identidad. Derrida vio que nada era idéntico a sí mismo, sino que difería de sí, reenviaba a lo otro de sí, constantemente, inevitablemente. La palabra “Diferancia” es crucial en la propuesta de Derrida.

En 1995 Derrida escribió un devoto adiós a su amigo Levinas, recientemente fallecido (A-Dios, escribe el deconstructor). En ese texto Derrida afirma que la obra de Levinas requeriría siglos de lectura. Resistir la complejidad, la profundidad y la interconexión infinita de cualquier texto: capacidad de resistir lo otro de nuestro pensamiento, de vivir sin los asideros del principio de identidad. Esa me parece una pulsión fundamental de la obra de Derrida, la cual, dóxicamente, nos pide una extraordinaria generosidad como lectores, como escuchadores de propuestas filosóficas. Esa mística apertura al otro, al rostro del otro, que Levinas ubicaba en el corazón de la ética, y de la Filosofía toda, podría ser el camino para leer a Derrida, para entrar en “lo Otro” a través de sus enmarañados -aunque creo que honestos- textos. La carne sin fondo del rostro de Derrida podría estar expandida en sus frases, en sus obras. Pero esa carne, en realidad, ya no sería de eso que, en la narración mítica del mítico siglo XX, llamamos “Derrida”. Esa carne, esa cara expandida en frases, sería mucho más. Sería una huella de lo inexpresable. Del Otro del que precisamente habló Levinas.

Algunas de sus ideas

1.- Desconstrucción. Es el método que utiliza Derrida para desmontar los pilares conceptuales de eso que él, entre muchos otros, denomina “metafísica occidental”, la cual, como he señalado antes, se apoyaría en la lógica de la identidad (lo que es es, es igual a sí mismo, y no puede ser otra cosa). En realidad se trataría de de-construir cualquier pilar fundamental del pensamiento, cualquier estructura que se suponga ubicada por encima de otra. Derrida parece consciente de que su deconstrucción es un proceso infinito porque a cada, digamos “derribo”, le sigue una nueva construcción que debe ser deconstruida. Así hasta el infinito. Se podría decir que estamos ante una via negationis cuyo objeto es ubicuo: toda estructura desde la que se diga algo de algo debe ser de-construida, quizás para mantener siempre una ventana abierta a lo otro del lenguaje, a lo otro del pensamiento. Derrida empuja con fuerza hacia los abismos de la Mística, como todos los buenos pensadores: aquellos capaces de observar “desde fuera” su propio pensamiento, y todo pensamiento, y descubrir su mágica inconsistencia, su matriz meta-lógica: su no-verdad estructural (recordemos a Nietzsche… todo es hechizo; hechizo sagrado diría yo). ¿Nihilismo? ¿Empuja Derrida a sentir que el lenguaje es una nada que habla de la nada? Así responde él mismo: “Rechazo de plano la etiqueta de nihilismo. La deconstrucción no es una clausura en la nada, sino una apertura hacia el otro”. La cita la he obtenido del -elegante, brillante- prólogo que Manuel Garrido hizo a la obra Jacques Derrida (Cátedra). Derrida, en cualquier caso, parece querer eliminar aparentes oposiones: esencia/accidente, adentro/afuera, sensible/inteligible. Estamos ante un gigantesco Koan (técnica del Zen cuyo objetivo, como el del Yoga, es disolver cualquier forma que pueda adoptar la mente). Lo curioso es que Derrida no deconstruye eso del “viviente finito” (como esencia del ser humano). Yo he sugerido en alguno de mis textos el término “hiper-vida”. No creo que vivamos ni que muramos. Es mucho más que eso lo que nos pasa. Infinitamente más.

2.- Marginalidad. Derrida analiza todo, escribe sin medida sobre cualquier cosa, evitando, parece ser, los temas clásicos de la Filosofía. Todos los discursos, todos los textos, estarían al mismo nivel, tendrían la misma dignidad, digamos semántica: ninguno es más capaz que otro de decir lo que la Filosofía aspira a decir. Cree Derrida que en los márgenes, en las notas a pie de página, en lo que no se presenta como esencial, está lo esencial. Aquí vemos una cierta contradicción: Derrida no debería elevar lo marginal a lo esencial, porque, según sus propuestas de lectura, ningún texto debe prevalecer sobre otro.

3.- Diferancia. La “a” en lugar de la “e” supone un neografismo de Derrida. Ello le sirve en cierta forma para contradecir a Saussure, el cual puso el habla por encima de la escritura. Para Derrida la escritura no es simple grafismo. Ofrece cosas que el habla no puede ofrecer (como esa “a” de Diferancia que, al menos en francés, no se detecta con el habla). La Diferancia estaría dando cuenta de esa incapacidad que tiene cualquier cosa de ser esa cosa, su irrefrenable dispersión, digamos ontólogica. No cabría, desde Derrida, conocer/decir el ser de nada (onto-logía). Todo se esparce fuera de sí para ser lo que no es. Todo lleva dentro la apertura a lo que no es. Este diferir ubicuo impide obviamente la práctica de una Filosofía que exponga en frases las ideas eternas, las esencias eternas. Ya no habría un cielo protector, ya no habría quizás un Cosmos. ¿Qué habría, según Derrida? Creo que la respuesta sería “lenguaje”, pero “lenguaje en sí” (aquello que sea el lenguaje más allá, liberado, de lo que el lenguaje es capaz de decir de sí mismo). ¿Eso innombrable sería “lo femenino”? ¿Sería esa matriz, esa nodriza impensable de la que habla Platón en su Timeo?

4.- Hay un texto especialmente sugerente en el océano de frases que segregó Derrida. Lleva por título Khôra (1993) y parece homenajear a dos pensadores: Jean Pierre Vernant y Platón. Una cita del primero preside la escritura de Derrida. En ella Vernant, en nombre de los mitólogos, pide a los lingüistas, a los lógicos y a los matemáticos “el modelo estructural de una lógica que no sería la de la binaridad, del sí y el no, una lógica distinta de la lógica del logos”. Derrida parece recibir el encargo y vuela por, digamos el “texto absoluto”, hasta llegar a un paraje, a unos párrafos, del Timeo de Platón. Él mismo lo delimita: 48e-52a. Ahí Platón habla, con cierto brillante temblor de buen filósofo, acerca de un tercer principio del universo: una especie de nodriza que no sería ni sensible (accesible a los sentidos) ni inteligible (pensable, accesible a la lógica). Leamos a Platón, por invitación de Derrida: “Por tanto, concluyamos que la madre y receptáculo de lo visible devenido y completamente sensible no es ni la tierra, ni el aire, ni el fuego ni el agua, ni cuanto nace de éstos ni aquello de lo que éstos nacen. Si afirmamos, contrariamente, que es una cierta especie invisible, amorfa, que admite todo y que participa de la manera más paradójica y difícil de entender de lo inteligible, no nos equivocaremos.” (Gredos, traducción de Mª Ángeles Durán y Francisco Lisi).

5.- Tengo la sensación de que ese receptáculo que fascina a Derrida es el “lenguaje en sí”. Un lugar donde todo es posible. Una nada de fertilidad/sobreabundacia infinitas, capaz de dar vida a cualquier tipo de lógica. Una nada que empapa todas las frases escritas, que finalmente serían castillos de arena:  si son derribados (deconstruidos) y si se escarba en la arena de la que están hechos, aparecerá siempre el agua del mar, lo transcendente, la matriz: Kôhra. Una hembra. ¿El Tao? Y ese mar innombrable e impensable, omniabarcante, primigenio y final, estaría vivo, en movimiento. Movimiento ilógico, parece. Derrida se muestra consciente de la fuerza de arrastre que tienen las corrientes de ese mar prodigioso. En La retirada de la metáfora afirma, confiesa: “De cierta forma -metafórica, claro está, y como un modo de habitar- somos el contenido y la materia de ese vehículo: pasajeros, comprendidos y transportados por la metáfora.” Unos párrafos más adelante Derrida, atento a su propio pensar/escribir casi como si no fuera suyo, afirma: “Con esta proposición voy a la deriva”.

¿Quién/qué empuja el pensar/escribir humano? ¿Cabe contemplar ese fenómeno desde “fuera”?

No estoy seguro, pero tengo la sensación de que Derrida quiere elevar el lenguaje a la divinidad, sublimarlo en la aseidad de Dios; y que por eso lo quiere “limpiar” de toda forma. Veo un intento de abrir en ese magma impensable -el lenguaje, la escritura si se prefiere- caminos a la transcendencia, para que diga lo que no puede ser dicho, para que facilite la experiencia de lo no experimentable… hasta ahora (?). Ampliar el pensamiento hasta lo infinito (la deconstrucción sería quizás una guerra contra toda finitud conceptual) y ampliar el sentimiento humano fraternal también hasta el infinito. Estaríamos ante una ética radical en la línea de Levinas.

Parecería que Derrida, con ese de-construir apasionado, serio e hiper-culto, estaría buscando en el propio lenguaje lo otro de lo que el lenguaje -hasta ahora- parece haber dicho. Recordemos a Wittgenstein [Véase]: “Nada se pierde por no esforzarse en expresar lo inexpresable. ¡Lo inexpresable, más bien, está contenido -inexpresablemente- en lo expresado!”

¿Quiso Derrida sentir entre las manos de su cerebro esa sustancia mágica que, según Wittgenstein, inexpresablemente, estaría contenida en cualquier texto?

David López

 

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Tribuna política: “Los desahucios, la Poesía y Sócrates”

Así narró Platón las últimas palabras de Sócrates (según la traducción de Carlos García Gual):

Ya estaba casi fría la zona del vientre cuando descubriéndose, pues se había tapado, nos dijo, y fue lo último que habló:

– Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides.

Hay que pagar las deudas. Con dignidad. Con aristocracia meta-clasista. Con arrogante desapego incluso. Hay que calcular bien antes de contraer una deuda; y antes de que no podamos pagarla definitivamente. Es nuestra obligación.

Dijo Octavio Paz que la Poesía es una mezcla de pasión y de cálculo. Por Poesía creo que cabe entender también “Vida”. Construimos nuestra realidad mediante pequeñas y grandes decisiones. Los españoles somos apasionados y generosos, muy generosos, en general. Pero poco calculadores, también en general. Puede que no estemos haciendo buena Poesía (buena Vida).

El caso es que nos hemos endeudado en exceso, tanto los ciudadanos como las empresas y las administraciones públicas. Es comprensible: el dinero parece ser capaz de materializar buena parte de lo que soñamos (o de lo que somos inducidos a soñar). El dinero es una sustancia poderosísima que produce impactantes modificaciones en nuestros estados de conciencia (pensemos en los anuncios de la Lotería). Y a veces, por pasión, por exceso de deseo, por exceso de ensoñación, o incluso por exceso de generosidad hacia ‘el Pueblo’, se compra más dinero del que se puede pagar. ‘Los bancos’, como vendedores del dinero, aparecen en algunas narrativas actuales como seres oscuros, muy pecaminosos, que proporcionan esa demoníaca (pero deseadísima) sustancia desde una posición de abuso de poder. ‘Los bancos’ serían oscuros tentáculos del Mal. Cierto es que los bancos, en momentos de deseo extremo y de extrema necesidad, han aprovechado para obtener lucros excesivos. Es feo pero lógico. Todos los seres vivos lo quieren todo para sí (Schopenhauer). Nuestro Derecho (un prodigio que ha costado milenios construir) intenta corregir los abusos en los que pueden incurrir ‘los bancos’. Pero no es fácil. Tampoco es fácil controlar la codicia de los millones de Lazarillos que sonríen por España y por el mundo entero. La picaresca es graciosa pero nos hace mucho daño. Y presupone además miseria.

Si efectivamente la actual ley hipotecaria es injusta, habrá que modificarla. Los estados de Derecho son organimos vivos, autopoiéticos: pueden mejorarse a sí mismos hasta el infinito. El Parlamento tiene la última palabra. Hay que re-legitimar cada día (y en cada frase) a las personas que han sido elegidas por la mayoría de los votantes, aunque los elegidos piensen diferente que nosotros, aunque gobiernen de forma antitética a como creemos nosotros que hay que gobernar.

En cualquier caso hay que pagar las deudas a los bancos. Y a todos los acreedores. Vida o muerte, como Sócrates. Hay que cumplir nuestras promesas, nuestros compromisos. Creo que es un gran error legitimar el impago de los préstamos hipotecarios. Y es un gran error porque rebaja al ser humano a la condición de animal de granja: bobalicón, bondadoso, manipulable, incapaz de valerse por sí mismo. Los políticos están condenados a adular a los votantes, a consentirles, a mimarles en exceso, a debilitarles. Y no olvidemos que la violencia es siempre síntoma de la debilidad, del miedo, del aturdimiento, de la estupidez (el odio es siempre estupidez). Los políticos están oprimidos por ‘el Pueblo’ (aunque en casiones se consuelan corrompiéndose, lucrándose ilegítimamente). Y ‘el Pueblo’, en buena medida, está oprimido por narrativas indignas para la condición humana.

Creo que nuestra dignidad como seres humanos nos exige cumplir nuestros compromisos, pagar nuestras deudas. Veo con preocupación que crece el populismo y el bogomilismo en España. El populismo presupone que hay algo así como un organismo pluri-humano (‘el Pueblo’) que está formado por seres débiles, puros, ignorantes, manipulables, bondadosos como niños, que requieren mucha protección, mucha guía. Y presupone también -siempre- un enemigo: poderes que amenazan ese organismo santificado. El bogomilismo, por su parte, sería la creencia en que el poder está siempre en manos del Mal. Y que hay que exorcizar ese Mal. Los bogomilistas (que se cuentan por millones actualmente) dan por hecho ese poder (“los de arriba”) y se comportan frente a él como esclavos: esclavos enfadados porque no son bien tratados por sus señores (gobiernos, bancos, empresas): esclavos que, unidos, y gritando frases cortas, forcejean con ‘el poder’ en un insano juego de sometimiento erótico.

Creo que estar atentos a los discursos que nos denigran como seres humanos. Nadie es un parado. Y nadie es un trabajador, o un proletario, o un ciudadano. Somos grandes señores (el masculino es exigencia gramatical, no síntoma ideológico). Todos somos grandes señores. O, si se quiere evitar la tensión sexista-gramatical, podemos decir que somos grades personas. O también ‘monarcas’ que se vinculan entre ellos desde el amor y el respeto, que se exigen más a sí mismos que a los demás, que no piden por sistema… pero que están dispuestos a ayudarse entre sí, a ofrecer una mano cálida y fuerte en la oscuridad. Por amor, sin más. Y todo ello más allá del intolerable clasismo que presupone creer en que hay una lucha de clases.

Señores. O personas. Magos. Somos los poetas de nuestra propia vida: vida que podemos compartir con otros poetas (escribirla por ejemplo a cuatro manos, con una preciosa pareja…). El caso es que nadie nos obliga a encarnar ningún modelo de bienestar concreto. Nadie. Todos podemos vivir de alquiler, en casas muy pequeñas y muy baratas, o en monasterios en los que admitan niños, si queremos tener niños. O en refugios de montaña (yo consideré esa posibilidad hace años). O en auto-caravanas. O en mansiones de lujo, si podemos, ¿por qué no?

Dice el Tao Te Ching (en la traducción de Carmel Elorduy):

“El sabio cambia todo el día, sin ceder en su serena gravedad. Y si tiene magníficos palacios, sereno los habita, y de igual modo los abandona.”

El ser humano puede seguir siendo un dios aunque vaya montado en un burro. Pero, si es posible (digo yo) con un libro, de Kant por ejemplo, o del Maestro Eckhart, o de Ortega, o de Novalis, en las alforjas, junto a las hortalizas de un huerto. Da igual si propio o comunal.

También sigue siendo un dios si, montado en un burro, o simplemente caminando, sin libros, contempla en silencio -sin nada, en la nada- la grieta roja del infinito horizonte, o las hogueras blancas de un cielo estrellado.

Lo que quiero decir es que necesitamos alarmantemente poco para vivir en plenitud. El sistema económico en el que vibramos actualmente no es más que un juego. Jugamos a acumular cosas que no necesitamos y a creemos que las necesitamos. Está bien. Es un juego interesante, motivador, muy excitante. Es un juego nos mantiene activos, soñadores, luchadores. Es como un deporte. Un video-juego hipar-realista. Pero, por favor, que nadie sufra en exceso por dejar una casa ‘en propiedad’. No necesitamos tener casas en propiedad. No necesitamos casi nada para alcanzar la plenitud. Eso no quiere decir que no disfrutemos de nuestras casas cuando las tengamos.

La derecha a veces se excede en su culto a lo innecesario,  tiende a despreciar a los que no lo tienen y padece una especie de vértigo cósmico ante la posibilidad de perder lo que en realidad no necesita. La izquierda, por su parte, tiende a demonizar a los que poseen muchas cosas innecesarias, bajo la presuposición de que las han obtenido privando al Pueblo (o a los países pobres) de esas cosas innecesarias.

Imagino que, de pronto, un grupo de manifestantes se aburrieran de sostener la misma pancarta, de repetir la misma frase, de condenar a los mismos malos, y, con los ojos encendidos (con los ojos de un niño soñador), se fueran a un pueblo abandonado. Por ejemplo en Soria. Y crearan allí un mundo entero: una especie de monasterio autárquico, sin ayudas del Estado, sin discursos demonizadores del exterior: un monasterio de silencio (de silencio ideológico) donde cupiera la fraternidad, el respeto, la libertad… y la Filosofía. Para vivir en plenitud ‘solo’ necesitamos un cobijo caliente, comida sana, silencio nocturno, amor y Filosofía (lo que significa mantener al menos un rendija abierta al infinito en nuestra mente y en nuestro corazón). Con trabajo se puede conseguir cualquier cosa. Paracelso dijo algo así como que a la magia no le gustan los vagos. Y para trabajar duramente, de sol a sol, no hace falta estar empleado por otro.

En cualquier caso, creo que hay que cumplir los contratos. Hay que cumplir las reglas de los juegos en los que hemos decidido jugar. Nadie nos ha obligado a jugar ningún juego, pero si jugamos ha de ser con honradez. Y debemos asumir los riesgos del juego, como grandes señores. Las leyes de la Ética  me parecen más poderosas que las de la Física. La realidad que se representa en nuestra conciencia (o en nuestro cerebro si se quiere) está condicionada por nuestra Ética. La Ética fabrica realidad. Es pura magia.

El burro. Podemos ir en burro. O en un Ferrari. Es lo mismo en realidad. Ambos -burro y Ferrari- pueden ser la ilusión de nuestra vida, pueden motivarnos para trabajar duro cada día. Y ambos pueden también producir un tedio insufrible una vez poseídos. Todo es un juego: jugar a que necesitamos lo que no necesitamos.

Un juego que hay que jugar con honradez. Con grandeza. Tenemos mucha. Mucha más que el Sócrates de Platón (que fue reducido a idea por su excelso alumno).

Somos seres prodigiosos, irreductibles. Y somos grandes poetas. Por eso debemos calcular bien. Y pagar nuestras deudas, como Sócrates.

David López

Filósofos míticos del mítico siglo XX: María Zambrano

 

 

María Zambrano.

Creo que en las galerías de “Eso” que algunos llaman “conciencia” o “cerebro” o “mente” o, simplente, “realidad objetiva”, se despliega siempre una fabulosa obra de arte. Arte sacro cabría decir. Me refiero a esas sombras en la caverna a las que Platón negó el ser, la dignidad ontológica. Es muy probable que tanto nuestro propio cuerpo como el de la persona a la que ayer amamos (pero a la que que hoy ya no podemos amar) no sean más que proyecciones mentales, nadas sublimadas por nuestro amor a la nada, por nuestro amor al arte, al espectáculo, a los sueños… Porque vivir es soñar. Y soñar es vivir. En realidad no vivimos ni soñamos exactamente, sino que “hiper-vivimos” [Véase “Sueño”].

En cualquier caso cabe amar las sombras, aunque sean temporales, pasajeras, escurridizas, temblorosas, imperfectas por definición. Eso sería la Poesía según María Zambrano: la capacidad de amar lo despreciado por la Filosofía sistémica (platónica): la capacidad de nombrar y amar lo que no es del todo, lo que es a medias, lo imperfecto… o lo que es pero no será más: la flor mortal.

Leer a María Zambrano es algo así como caminar denoche por un bosque inmune a la cartografía, bajo la luz de la luna, por temblorosos senderos en los que uno se encuentra, de pronto, con los ojos de un gato, o de una rana, o de Dios mismo, o de algunas de mis bailarinas lógicas, bellísimas por cierto al sentirse amadas, a pesar de ser simples sombras en la caverna. María Zambrano en su obra Filosofía y Poesía sacralizó las sombras de la caverna de Platón, y mostró una especie de (nietzscheana) soteriología de la condena: salvarse condenándose en los abismos del no-ser, de la apariencia, de las delicuescentes formas que van y vienen en el gran espectáculo del mundo. Un espectáculo tembloroso que María Zambrano quiso tocar con un logos también tembloroso. Una “razón poética” que, finalmente, apuntaba a algo concreto:

“Voy a seguir buscando la palabra perdida, la palabra única, secreto del amor divino-humano”.

No sé si María Zambrano, que creía en Dios, que rezaba, llegó a sentir Eso en lo que creía, Eso a lo que hablaba mediante el rezo. En cualquier caso sí parece que fue una devota de las bailarinas lógicas. Esto dijo al recibir el premio Cervantes en 1988:

“Las palabras son la maravilla del mundo”.

Las suyas, en mi opinión, lo fueron. Y fueron prueba de lo que le pasa al lenguaje cuando quiere palpar lo que le envuelve, su matriz, su otro absoluto. También prueban lo que le pasa al lenguaje cuando quiere dar cuenta de ese amor que vincula al hombre con Dios.

Algo sobre su persona

Por algún misterio –todo es misterio y temblor en María Zambrano- su vida fue una temblorosa metáfora de su mapa fundamental de lo absoluto. Me refiero a la metafísca de flujos:  el exilio del alma (el neoplatonismo).

Nació en Velez Málaga el 25 de abril de 1904. Su padre –Blas José-era un pedagogo de renombre en la época, relacionado con las élites intelectuales. Se trasladan a Segovia y allí estudia el bachillerato. Luego María Zambrano dirá que en Segovia el cielo se alzaba a la altura justa. Estoy de acuerdo. También conoce allí a Antonio Machado. Luego, en Madrid, estudia Filosofía con Ortega y con Zubiri. Se doctora en Filosofía y Letras con una tesis titulada La salvación del individuo en Spinoza, que se publicó en 1936. Cincuenta años después, en su nota a esa compilación de artículos titulada Hacia un saber sobre el alma, reconocerá su veneración hacia Spinoza y hacia Plotino.

Ortega le publicó sus primeros escritos en la Revista de Occidente. En los años anteriores al golpe de estado del general Franco, María Zambrano desarrolló una entusiasta actividad política e intelectual. Pero nunca fue encajable en ninguna ideología, por lo que tuvo que soportar durante muchos años el desprecio tanto de los que la consideraban roja como de los que la consideraban demasiado religiosa.

En 1936 se casó con el historiador Alfonso Rodríguez Aldava, recién nombrado secretario de la embajada de España en Santiago de Chile, y se fue con él a este país. Volvió en 1937 a España para ponerse del lado de la República.

En 1939, como tantos otros, tuvo que exiliarse de España para escapar del platonismo franquista: vía París hasta México. Allí tuvo la suerte de conocer a Octavio Paz, que le publicaría Filosofía y poesía en su revista.

Para María Zambrano el exilio, la huída/expulsión de su tierra-madre, fue una experiencia terrible –larguísima- que ella vivió como una metáfora inmanente, como una metafísica explícita. El exilio… el desgajamiento del alma humana… el dolor constante de la lejanía respecto del Uno-Amor (Plotino).

Vivió en varios países americanos como profesora de filosofía. El caso de Cuba es el más curioso: allí creen que María Zambrano es cubana; y la veneran en cierta medida.

Después de separarse de su marido, María Zambrano viajó a la Europa de la postguerra. En París encontró a su hermana medio loca, después de haber sido torturada por los nazis. Nunca se separaría de ella. Allí conoció a Albert Camus, el cual intentaría que la editorial Gallimard publicara El hombre y lo divino. Esta es la obra que Camus llevaba en el coche cuando se mató en 1960.

En 1953 se trasladó a Roma, hasta 1964, con demasiados gatos… los gatos… (caminar por sus frases es caminar entre gatos, que aparecen de repente, que me producen repulsión y fascinación al mismo tiempo, que me miran, mudos, como si supieran -ellos sí- el misterio absoluto).

Se dice que a María Zambrano la denunciaron en Roma por exceso de gatos, y tuvo que irse de esa ciudad-fruta, con su inseparable hermana. Luego se fue a Francia y vivió allí en la miseria. Su hermana murió en 1972. María Zambrano vivió sus últimos años de exilio en Suiza, en algo así como una chabola, mantenida por amigos.

Era un genio olvidado. Una exiliada exiliada del todo.

Aranguren, al parecer, fue el primero en pedir que alguien se dedicara a estudiar en profundidad su pensamiento. Luego, en 1977, Juan Fernando Ortega, propone que la universidad de Málaga la nombre doctora honoris causa. Alguien se opone.

Hay ya varias voces denunciando la situación. Savater publica en 1981 un artículo titulado “Los Guernicas que no vuelven”.

Ese mismo año empieza su gloria: le conceden el premio Príncipe de Asturias. La primera mujer. Tiene 77 años.

Pero no viene a España hasta 1984. La trae Jesús Moreno Sanz: uno de sus amigos y uno de los mejores especialistas actuales.

El Rey va a visitarla. Ella le dice: “Majestad, es usted el primer rey republicano que conozco.”

Más tarde, en 1988, María Zambrano recibe el Premio Cervantes, pero no puede recogerlo. Está demasiado débil. Su discurso, sin embrago, es imponente. Muere en 1991.

“Voy a seguir buscando la palabra perdida, la palabra única, secreto del amor divino-humano.” ¿La seguirá buscando todavía?

María Zambrano tiene una enorme influencia en los poetas actuales y en muchos pensadores.

Quizás debería decir que es María Zambrano un misterioso puente a una misteriosa libertad: formas de pensar aun no pensadas, ni siquiera por ella.

Algo sobre su pensamiento

Doña María no sistematizó su pensamiento: no hay ninguna obra que vertebre, que ordene, su cosmovisión, o sus respuestas a las clásicas preguntas de la Filosofía: ¿Qué es todo esto? ¿Qué soy yo? ¿Qué es conocer? ¿Es posible conocer? ¿Cómo conocemos? ¿Cómo hay que comportarse?

Sí parece claro que María Zambrano fue otra de las inteligencias post-racionalistas que quiso “salvar” a Occidente de los estragos causados por la razón sistémica de raigambre platónica, la cual habría mutilado muchas porciones de lo real y habría olvidado, por así decirlo, las entrañas del sujeto, los sentimientos, y los seres a medias. Para ello propondría una -¿nueva?- forma de “pensar” y de “expresar” la filosofía: la razón poética.

Hay muchos pensadores actuales que consideran que ésta es la aportación fundamental de nuestra pensadora de hoy.

¿Qué es la razón poética?

Un pensamiento que, según ella misma afirmaría más tarde, se atrevería a recorrer lugares donde Ortega no quería entrar. Una especie de “escapada” hacia el exterior del reconfortante –pero violentísimo- edificio que se había ido construyendo en Occidente a partir de la creencia en lo Uno, en lo “limpio” y “ordenado” y “disciplinado” y “homogéneo” y “cognoscible”, por así decirlo.

Para entender esa razón poética –y para experimentar inmensos placeres no solo intelectuales- es muy útil leer Filosofía y poesía.

María Zambrano creyó encontrar esta “razón poética” en la tradición literaria española: dando cuenta de lo desdeñado por la Filosofía: digamos la suciedad de lo que hay: la sobreabundancia de realidades que sólo pueden ser nombradas desde las metáforas, y las contradicciones: el magma caótico que sólo puede manejar la Poesía desde su renuncia a conocer, a apresar, a domar. La Poesía daría cuenta de la sobreabundancia de lo que se presenta, de lo que hay: no limpia ni doma. Daría cuenta del impacto brutal del misterio. Entero. En su más inabarcable sensualidad.

Literatura española… Unamuno… “Don Miguel” le llamaba ella; y le fascinaba el unamuniano concepto de “inhibición religiosa”. Pero hay una gran diferencia en el sentir de estos dos pensadores: Unamuno está obsesionado con la inmortalidad: quiere seguir viajando con su yoidad intacta hacia el infinito futuro. María Zambrano añora el abrazo de Dios. Quisiera regresar a su carne, descrearse… salir del exilio, doloroso, terrible, deshumanizado…. Aunque, eso sí, mientras tanto, según María Zambrano, habrá que amar, y hasta celebrar la Creación. No es como Schopenhauer: no considera la creación como una maquinaria atrozmente torturante que hay que detener cuanto antes.

La fotofobia de María Zambrano. El el prólogo de 1987 a su Filosofía y Poesía la filósofa afirmó lo siguiente:

“Pero sí veo claro que más vale condescender ante la imposibilidad, que andar errante, solo, perdido, en los infiernos de la luz”. María Zambrano amó el sueño y la noche.

La piedad. En El hombre y lo divino María Zambrano estudia el concepto de la piedad. Y afirma que consiste en tratar adecuadamente con “lo otro”. Es una mirada a lo desdeñado. Y en “lo otro” estaría tanto lo divino (lo suprahumano) como lo infrahumano: eso sería la raíz del sentimiento del amor. Y ese adecuado trato con lo divino sería la salvación del infierno causado por la razón occidental: terrorista de realidades y subrealidades y realidades a medias. Logos ajeno a la raíz del amor:

“Pues realidad es no sólo la que el pensamiento ha podido captar y definir sino esa otra que queda indefinible e imperceptible, esa que rodea a la conciencia, destacándola como isla de luz en medio de las tinieblas.”

Podríamos decir que realidad es también esa mujer soñada, ese sueño no alcanzado, que debe ser tan amado como si hubiera llegado a ser del todo.

La Aurora. María Zambrano dijo que era “luz sin memoria, que bendice nuestro sueño”. Clara Janés, que recoje esta cita en su obra María Zambrano (Desde la sombra llameante), llega a afirmar que la “intuición del alba es la misma intuición poética”. Y dice más, mucho más esta bellísima poeta española: “Sin formularlo, empecé a visitar a María siempre el día de Pascua. Sabía que ella me esperaba: era una celebración secreta, la de la fe en la génesis, en la poiesis, la poesía; la fe en la resurrección, los cabellos de María Magdalena avanzando hacia Cristo, esas hierbas, el reverdecer de la primavera que el celeste imán del tiempo hacía que ocupara una vez más su lugar y nos dictara el nuestro: comunicarlo, hacer de la voz el vehículo de aquella luz, aquel rumor que, día tras día, nos llamaba”.

Luz de la aurora. Luz que “bendice el sueño”. La intución de esa luz sería la misma intuición poética. ¿Y qué es eso? ¿Qué se intuye al alba? En mi opinión se intuye el olor mismo de la realidad pura y dura, lo que hay de verdad, lo que está pasando de verdad: que estamos en un Génesis infinito, en una (sacra) Poesía infinita: todo es Creación y hechizo… Y la palabra puede dar cuenta del resultado de ese hechizo, pero también ser el hechizo mismo. En cualquier caso no sabemos qué sea el lenguaje en sí. [Véase “Lenguaje”]

La razón poética de María Zambrano es ambiciosísima porque quiere nombrar lo que de verdad hay, la Física de verdad. Cabría incluso considerar a la razón poética como una metodología (cercana por cierto al empirismo radical de William James o al anti-intelectualismo de Bergson). Pero el objetivo sería el mismo que el de un físico anglosajón puro y duro: decir lo que hay, lo que pasa. llevar a símbolos nuestro hábitat absoluto.

Y lo que pasa, lo que hay, es Poesía [Véase]. Creación. Creación con mayúscula, creación ubícua, infinita, sacra. Esta es la verdadera Física. Y la verdadera Política. Todo.

Sugiero la lectura de la crítica que en su momento hice de la citada obra de Clara Janés (una obra deliciosa por cierto). La crítica puede leerse aquí:

https://bit.ly/2WGMaHq

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX

 

 

Este año me propongo incorporar nombres propios a mi diccionario filosófico. Quisiera visualizar a buena parte de los míticos filósofos del siglo XX como fabulosos –y siempre mutantes- constructos narrativos. Quisiera calibrar la fuerza hechizante de las redes lógicas que los mantienen vivos, como mitos, como nodos de energía filosófica que sostienen y vivifican nuestra civilización de palabras (nuestro lógico sueño compartido).

Desde el concepto del Maya hindú (y no solo desde ahí) se podría decir que ninguno de esos filósofos tuvo existencia individual; y que su pensamiento no fue suyo. ¿De quién fue entonces? ¿Qué fueron todos ellos? ¿En qué podrían llegar a convertirse si algún día se produce una mutación radical en eso que los cerebralistas denomina “cerebro humano”?

Desde la cosmovisión cerebralista, o fisicista, cabría visualizar el pensamiento filosófico del siglo XX como una forma determinada de interconectarse neuronas (materia legislada), en una serie de individuos, a lo largo de un vector de tiempo determinado.  [Véase “Cerebro“].

¿Y por qué el siglo XX? “Siglo XX” es otra bailarina lógica. Pero aun así, presenta, como narración al menos, como poesía comúmente aceptada, rasgos que me parecen excepcionales.

Creo que el siglo XX fue un siglo impresionante. Y que también lo fue la Filosofía que ocurrió en él. Como impresionante es, creo, la imagen que he elegido para el cielo de este texto. Ya la usé con ocasión de la palabra “Cultura” [Véase]. ¿Por qué esa imagen ahora, otra vez? Porque muestra un cuerpo humano trágicamente convertido en cultura pura y dura (un cuerpo transmutado ideológicamente). Michel Foucault dijo que el alma es la cárcel del cuerpo. Yo diría que tanto el “alma” como el“cuerpo” están en la misma cárcel: en la misma vivificante (y mortificante) matriz: el lenguaje: la diosa Vak; aunque es imposible, desde el lenguaje, decir qué sea eso del lenguaje [Véase “Lenguaje“].

En cualquier caso, creo que esa fotografía de Sid Vicious muestra un siglo impresionante, muy soñador, muy “lógico”, muy desgarrado por poesías [Véase “Poesía“].

 

 

Ofrezco a continuación la lista provional de filósofos. Están ordenados alfabéticamente; y limitados a 40, que es el número de conferencias que este año impartiré en Ámbito Cultural de Madrid (sin incluir la introductoria y la de conclusiones del curso):

 

– Adorno, Theodor.

– Althusser, Luis.

– Apel, Karl-Otto.

– Bachelard, Gaston.

– Baudrillard.

– Bergson, Henry.

– Buber, Martin.

– Chomsky, Noam.

– Deleuze, Gilles.

– Derrida, Jacques.

– Feyerabend.

– Foucault, Michel.

– Gadamer.

– Habermas.

– Heidegger.

– Horkheimer.

– Husserl.

– James, William.

– Jaspers, Karl.

– Lacan.

– Lévinas.

– Levi-Strauss.

– Lukács.

– Lyotard.

– Marcuse.

– Merlau Ponty.

– Moore.

– Nishida Kitaro.

– Ortega y Gasset.

– Popper.

– Putnam, Hilary.

– Quine.

– Ricoeur, Paul.

– Russell.

– Sartre.

– Scheller.

– Unamuno.

– Weil, Simone.

– Wittgenstein.

– Zambrano, María.

 

Sugiero a continuación algunos recursos bibliográficos:

 

1.- Bibliografía general:

 

  • Ferrater Mora, José: Diccionario de Filosofía, Círculo de lectores, Barcelona, 1991.
  • Garrido, Manuel; Valdés, Luis.M., Arenas, Luis. (coords.): El legado filosófico y científico del siglo XX, Cátedra, Madrid, 2005.
  • Reale, Giovani; y Antiseri, Darío: Historia del pensamiento filosófico y científico (tres tomos), Tomo III, Herder, Barcelona, 2005.
  • Sáez Rueda, Luis: Movimientos filosóficos actuales, Trotta, Madrid, 2001.
  • Sanchez Meca, Diego: Historia de la filosofía moderna y contemporánea, Dykinson, Madrid, 2010.
  • Muguerza, Javier y Cerezo, Pedro: La filosofía hoy, Crítica, Madrid, 2000.

 

2.- Recursos de internet:

 

http://www.iep.utm.edu (Recurso gratuito de internet, en inglés, que fue fundado por James Fieser y actualmente codirigido por él mismo y por Bradkey Dowden).

– http://plato.stanford.edu/ (Stanford University).

– http://www.ucl.ac.uk/philosophy/LPSG/contents.htm (University College London).

– http://www.information-philosophie.de/ (Recurso en alemán).

– http://la-philosophie.com (Recurso en francés).

– http://asterion.revues.org/ (Ecole Normale Supérieure de Lyon, en francés también).

 

 

3.- Revistas de Filosofía:

 

  • Revista de Filosofía (Universidad Complutense de Madrid, dirigida por Rafael V. Órden Jiménez).
  • Claves de la razón práctica (Dirigida por Javier Pradera y Fernando Savater).
  • Filosofía hoy (Dirigida por Pepa Castro).

 

 

 

En realidad, este año quiero ver qué les pasa a esos mitos, a esos seres de palabras, y a sus propias secreciones de palabras, cuando entren a bailar con mis bailarinas lógicas. Muchos de ellos ya están dentro desde hace tiempo, pero de forma parcial, como simples referencias; no de cuerpo entero.

Estoy seguro de que las bailarinas lógicas de mi diccionario filosófico ganarán mucho -sentirán y harán sentir mucho- con el baile que está a punto de empezar. Y espero que los lectores de este blog -tras la entrada en él de cuarenta filósofos del siglo XX- aumenten sus posibilidades de experimentar ese estupor maravillado -ese sublime vertigo/placer- que es capaz de provocar la Filosofía… siempre dentro de ese misterio infinito -pero mágico también- que es nuestra esencia y nuestra existencia.

 

 

David López

Sotosalbos, 12 de septiembre de 2011.

 

Las bailarinas lógicas: “Yo”.

 

 

“Yo”.

El yo… ¿Quién soy yo, pero de verdad? No tengo ni la menor idea; salvo que me deje subyugar, finitizar, momificar, por un discurso identitario (modelos biológicos, nacionalismos, ideologías políticas, grandes relatos, religiones, cosmovisiones varias…).

“Conócete a ti mismo”. “Llega a ser quien eres”. Nos asomamos — ¿en plural? — a uno de los más fabulosos misterios que puede resistir la inteligencia y el sentimiento humanos.

Hace años que quería escribir sobre esta bailarina lógica tan impresionante. Y es que me preocupan, de forma creciente, los discursos de negación del yo, porque suelen degenerar en una negación del tú y del él, realidades estas (para mí sagradas) que pueden terminar siendo digeridas, o convertidas en máquinas [Véase “Máquina“] por parte de egos ocultos (el ego oculto de un líder populista, por ejemplo, o de varios, organizados en ‘asambleas’ auto-sacralizadas, subyugadas bajo un discurso demonizante de todo aquello que las contradiga).

Parto por tanto de una posición irracional (conscientemente no autoproblematizada) que sacraliza las individualidades humanas: la mía, la tuya y la de ese tercero que ahora no forma parte de nuestro lazo comunicativo. Una posición irracional — puramente emocional, digamos — que sacraliza esas individualidades aunque sean física y metafísicamente insostenibles. [Véase “Ser humano“].

El yo es sagrado, sí, pero… ¿Qué es? ¿Qué estoy sacralizando exactamente?

Quizás un lugar misterioso donde ocurre el miedo, el amor, la ilusión, la soledad de un domingo por la tarde. Sobre todo la ilusión (que es el núcleo de todos los mundos y de todos los yoes que sueñan en ellos).

El yo. Una auto-mentira sagrada y teológicamente prodigiosa. Un cosmos falso, de cartón (como todo cosmos), donde habita y sueña y siente el ignorante (yo mismo por ejemplo, encantado además, nunca mejor dicho) y donde se despliegan los efectos de la sabiduría inferior [Véase “Apara Vidya“].

El yo. Una sensación fabricada desde los abismos creativos que rugen bajo nuestros pies. Una forma que tiene Dios de liberarse — momentáneamente — de su propia inmensidad.

El yo. Creo que estamos ante el espectáculo más fabuloso y sorprendente que puede presentarse ante nuestra conciencia (que no es exactamente “nuestra”).

Se supone que soy yo la persona que aparece en la fotografía que precede a este texto. ‘Yo’ miro esa imagen con cierto estupor porque no me identifico con ella. Esa imagen se me presenta como un recorte de lo real (de mi propio impacto óptico total), como una configuración de universales, como algo inserto en un universo newtoniano (tres dimensiones, etc.). Y es más: ese yo, ese reflejo óptico de mi yo, digamos, ‘corporal’, lo veo ahí, expuesto (como una mariposa atrapada) a ser clasificado en los tipos de yoes que me proporciona esta cultura.

Lo que aparece en esa fotografía es para mí un misterio infinito.

Antes de exponer algunas de mis ideas sobre eso que quiere nombrar la palabra “yo”, creo que puede sernos útil el siguiente recorrido:

1.- Budismo. Negación del yo. Desapego del “yo mental” (falso por tanto). El ignorante, el que no ha comprendido las verdades de Buda, cree tener un yo, ser un yo concreto: una substancia que permanece invariable. El sabio sabe que no la tiene (lo cual, en mi opinión, impediría hablar propiamente de “sabio”, pues carecería de un yo desde donde serlo). El ser humano, para liberarse del sufrimiento, debe desapegarse del yo. De acuerdo. Pero, insisto ¿qué es entonces un “sabio”, o un “ignorante”, si carecen en realidad de un yo? ¿Qué/quién se equivoca? ¿A qué/quién se dirige Buda? ¿Y qué/quién es ese sabio que en realidad no es él mismo?

2.- Vedanta advaita. Hipertrofia del yo. Nuestro verdadero yo es Atman; esto es, lo que palpita en las profundidades más radicales de nuestra yoidad aparente (la que se confina en Maya): nuestro verdadero yo más allá de los espejismos de la mente. Ese yo (intimísimo) coincide con Nirguna Brahman, algo innombrable cuya manifestación, digamos, mental, mostraría a un Dios creador y controlador de tantos mundos y dioses como granos de arena hay en todas las playas de este planeta (eso se afirma en algo nos textos de la tradición védica). Ante la pregunta “¿quién soy yo?” el vedanta advaita responde afirmando que eres  — soy/somos — algo más profundo y poderoso que cualquier Dios que pueda ser pensado.

3.- El yo en las filosofías de los monoteísmos. Nuestro verdadero yo sería el alma (algo eterno, desvinculable de la materia, nómada de los cielos y de los infiernos). Y sería algo creado por una omnipotencia con vocación no solo artística sino también moral.

4.- Descartes. Yo pienso, luego yo existo. Creo que ese yo cartesiano en realidad no pensaba, sino que era pensado. Mejor dicho quizás: ese “yo” era resultante, como todos, de una determinada configuración de universales. Era un producto poético: una narración de la época.

5.- Kant. Este gran filósofo salvó a un yo libre, metafísico a su pesar, moralmente responsable, sí, pero no dentro del mundo que configura nuestra maquinaria psíquica. El problema es que la filosofía de Kant no permitía el principio de individuación fuera de esa maquinaria (fuera del único ámbito donde son posibles el tiempo y el espacio). No cabría hablar de yoes individualizados más allá de las construcciones que hace ‘nuestro’ cerebro. Kant, en mi opinión, obliga a hablar de un solo yo.

6.- Fichte. El yo sería la realidad fundamental (anterior a la distinción objeto-sujeto). La libertad es su esencia. Y ese yo se pone a sí mismo, a la vez que pone un no-yo. La libertad se autolimita a sí misma con la necesidad. Pero Fichte finalmente (sorprendentemente) creará un discurso en el que los yoes individuales de los seres humanos serían absorbidos por el yo  de la nación alemana.

7.- Kierkegaard/Unamuno. Solo existen individuos concretos. Eso veo yo también.

8.- Freud. Ello/Yo/Superyo. El Ello sería la zona inconsciente, motriz, lugar de pulsiones, lugar poderoso y peligroso que es podado, domado, socializado, por el Superyo (que sería el programa moral-social que ha sido capaz de instalarse en nuestra psique). El Yo sería un campo de batalla para titanes. Y una resultante de esa lucha. En cierto modo, un infierno puro y duro.

9.- Desde la cosmovisión fisicalista (la que subyace en la neurofisiología moderna), es muy difícil localizar (físicamente, dentro de su propio dibujo de totalidad) el yo del que emite verdades científicas.

Mis tesis fundamentales sobre el concepto filosófico del yo pueden presentarse así:

1.- Lo que nuestro yo sea en sí es un misterio absoluto. Pero, fenomenológicamente, en cuanto contenido de nuestra conciencia, siempre se presentará (se representará) como una fantasía. Una Creación. Una narración incluso. Muchos autores han destacado la dimensión histórica del yo. Aciertan en mi opinión. Nuestra auto-visualización está vertebrada por una narración que nos hacemos a nosotros mismos y a los demás. Esa narración es una leyenda  — que puede ser veraz [Véase “Verdad“] — pero que nunca puede liberarse de un sistema de universales [Véase], de un lenguaje, de una red de leyendas tribales, de una forma colectivizada de simplificar y aquietar el misterio infinito en el que ardemos. Y respiramos.

2.- Eso que ante nuestra conciencia se presenta como “yo” está, por tanto, sometido a discurso, a Poesía [Véase]. Y, según sea esa Poesía, ese Logos si se quiere [Véase “Logos“], así seré yo en mi conciencia. El problema es que no solo mi yo estará configurado por ese poetizar, sino también el tú y el él. En pocos meses, incluso días, el yo de un padre o de un hermano o de un amigo pueden denigrarse, demonizarse, como consecuencia de la instalación de un discurso concreto en la mente de quien antes los miraba sin recelo. La lucidez filosófica quizás permitiría calibrar los efectos de nuestros discursos sobre esos seres (para mí sagrados, insisto) que son los seres humanos individuales: esas obras de arte de algo que trasciende los yoes fenoménicos.

3.- Yo no soy quien aparece en la foto, ni soy David López. En realidad no tengo ni idea de quién/qué soy; porque si lo supiera estaría momificándome en mis propias frases. Se podría decir que existe, en ‘mi’ mente, o en ‘mi’ conciencia si se quiere, un yo construido, diariamente construido. Ese yo es una — muy trabajosa — obra de no sé muy bien quién o qué. Pero sí sé que debo amarla y respetarla (cosa, por cierto, más difícil de lo que parece). Los demás yoes también son obras. Obras de arte sagrado.

4.- La palabra “ego” (simplemente “yo” en latín) parece haber adquirido connotaciones negativas con el paso del tiempo. “Tener mucho ego” significaría incurrir en el pecado del culto al propio yo: un egoísmo a-social y destructivo para el propio egoísta. Pero tengo la sensación de que, paradójicamente, el que tiene mucho ego tiene muy poco ego. Se ha identificado, por completo,  con un producto de su mente. Ha comprimido en exceso su conciencia: se identifica compulsivamente con algo muy pequeño (por eso tiene tanto miedo, por eso necesita tantas cosas, por eso es incapaz de ser honorable). El egoísta vive en alarma permanente. En la mendicidad. No se puede permitir el gran lujo de ser generoso. El egoísta significa el desapego máximo que quepa concebir metafísica y teológicamente. Dios, por así decirlo, se ha desapegado casi por completo de su plenitud: ha huido de sí mismo, se ha perdido en los rincones más fríos de su propia secreción creativa, de su propio auto-hechizo.

5.- Pero el egoísmo más radical es el expansivo: el que retira los límites del yo fenoménico hasta el infinito, hasta su completa identificación con el Ser/la Nada [Véase]. Es en el regreso al yo verdadero: donde ocurre el prodigio gnóstico de reconocerse, de saberse lo que se es. De saber que se es ese Ser/Nada.

6.- La educación. Creo que educar significa optimizar yoes, actualizar sus posibilidades de vivir entusiásticamente y de provocar entusiasmos en otros yoes. La educación es una fábrica de yoes. La educación — humanista — es la actividad fundamental de toda sociedad humana que tenga conciencia de sí misma. La educación es una fábrica de fábricas de plenitud humana. De gloria humana. ¿De qué otra gloria cabe hablar?

7.- Meditación. A lo largo de los dos años en los que impartí cursos de meditación, pude constatar algo decisivo: a más silencio mental, a más relajación, a menos miedo y menos deseo, más porciones del yo (del yo meta-fenoménico) irrumpen en la conciencia. La mayoría de las personas, después de un día intenso de meditación, afirmaron que nunca se habían sentido más ellas mismas, más cerca de ellas mismas, más grandes… Y algunas afirmaron también que ese yo subyacente, sin límites temporales ni espaciales, era un lugar glorioso, un paraíso misteriosamente auto-ocultado.

8.- Los límites del yo. El fenómeno identitario ofrece un espectáculo filosófico fascinante e inquietante a la vez. Vemos, cotidianamente, yoes adscritos a sueños colectivos, como bandadas de peces que vibran y se mueven juntos, sincronizados, por el fondo del océano. Creo que cuanto menos yo metafenoménico sienta un ser humano en el interior de su pecho, más va a necesitar instalarse identidades culturales estandarizadas (ideologías, religiones, modas, conspiranoias colectivizadas…).

9.- El fenómeno nacionalista (españolismo por supuesto incluido) me parece antropológicamente, y metafísicamente, sobrecogedor: un grupo de seres humanos, aterrados por el infinito, incorporan a su yo individual un paquete de abstracciones culturales (narraciones históricas, leyendas sobre malos y buenos, un concreto perímetro geográfico, bailes folklóricos, un lenguaje) y, en el caso de que algo amenace esa identidad, esa fantasía multi-yoica, ejercerán una enorme violencia defensiva. En muchas ocasiones, incluso física. Me parece que es válida la siguiente fórmula: a más pequeñez yoica, a más miedo, a más carencia óntica, más necesidad de identidades colectivistas, victimistas casi siempre, filosóficamente yermas siempre.

10.- Discursos yoizantes. Son los discursos los que hacen a los hombres. Es una famosísima frase de Foucault que repito y pienso mucho [Véase “Foucault”]. El yo fenoménico, el que se nos presenta ante eso que sea la conciencia, se fabrica así, con palabras. El yo fenoménico es la obra de arte de un discurso tribal. Voy a exponer algunas de esas tribales conformaciones yoicas: “Yo soy un trabajador”; “Yo soy mortal”; “Yo tengo un alma inmortal”; “Yo soy materia”; “Yo soy cristiano”; “Yo soy ateo”; “Yo soy un parado”. Para atravesar la sacra mariposa del yo en el alfiler de la frase “Yo soy un parado” se debe reducir lo real, el misterio de lo real, a un modelo muy concreto y muy artificial: un modelo estatal, economico-céntrico, laboralista, excesivamente tribal y narcotizante para el infinito que es el individuo humano. [Véase “Soy un parado”].

11.- Hay discursos de liberación del ser humano que primero lo podan, lo esclavizan (lo convierten en miembro de una no explícita casta de esclavos) y luego le ofrecen vías de salvación. Soy consciente de la seriedad de este tema hoy en España. Y soy consciente del riesgo que asumo al escribir estas frases. Pero debo escribirlas, porque creo, de corazón, que un ‘parado’ puede liberarse del discurso que ha metido su yo verdadero (esa inmensidad prodigiosa; esa inmensa posibilidad de autocreación) en un cepo discursivo. Que me disculpe por favor aquella persona que, al leer esto, se pueda sentir ofendida. Mi intención es la contraria: que vea más ofensivo auto-contemplarse como un ‘parado’. Insisto: creo que nadie debería auto-mutilarse (condicionarse, esclavizarse) con el yo que ofrecen determinadas ideologías no explícitas. Creo que está pendiente un nuevo Logos yoizante en nuestra preciosa tribu.

12.- ¿Qué se ama cuando se ama a alguien? ¿Amamos a una resultante discursiva, a una secreción de nuestra mente ideologizada? Creo que, cuando amamos plenamente a un ser humano, estamos amando, al menos, dos cosas a la vez. La primera es eso que se nos presenta, a nosotros, en la mente: ya simplificado, juzgado, podado, lavado, epistemológicamente aquietado en virtud del sistema de ideas que haya tomado nuestro cielo. La segunda es lo que, aún siendo individual, parece palpitar detrás de esa proyección mental, de ese espejismo sagrado. Estaríamos amando algo muy misterioso, gigantesco: no de este mundo. Pero ese amor, creo, solo cabe desplegarlo desde el desapego: un desapego que surge de saber que no se es nadie, pero que, desde esa Nada (o Ser), cabe amar a esos seres prodigiosos, esos momentos metafísicos imposibles, absurdos lógicamente, donde ocurre la sensación del yo individual.

Termino estas notas compartiendo la sensación (creciente con los años) de que el amor a los yoes individuales, como ofrenda, como acto de voluntad, otorga  fuerza y belleza a esos yoes: los apuntala, los sacraliza, los convierte en lugares donde vivir puntuales paraísos. Amar a los yoes (el nuestro incluido) es algo así como completar y sublimar su estatus ontológico en cuanto sacras obras de arte.

Rezar por un yo individual  — aunque ese yo sea una fantasía — sería  fertilizarlo, inundarlo de cielos.

Bendecirlo.

Ese rezo no requiere, necesariamente, una adscripción a religiones institucionalizadas (incluidas las religiones ateísticas). Todas ellas suministran cajas demasiado pequeñas para cobijar nuestro yo.

 

David López

 

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