“Progreso”. Otra bailarina lógica dispuesta a hacernos creer que hay algo real simbolizado por ella.
En la imagen que sobrevuela estas frases se ve a un centauro salido de la imaginación del pintor John La Farge. A una centaura en realidad. Es muy probable que algún día veamos a esos seres galopando y charlando y pensando por nuestros parques. Y que alguien bostece a su paso (eso que sea el ser humano tiene una capacidad infinita para rutinizar prodigios) [Véase “Ser humano”]. También imagino a alguien bostezando, devorado por lo prosaico, en una casa de cristal construida en un anillo de Saturno.
Progreso. Una asociación mental casi mecánica nos lleva a reflexionar sobre el progreso tecnológico o científico. ¿Hasta dónde puede llegar esa magia baconiana? ¿Qué nuevas esencias — en sentido aristotélico — vamos a ser capaces de crear con la materia que nos es dada? [Véase “Materia”].
Otro progreso: el de las sociedades humanas (países desarrollados/no desarrollados/en vías de desarrollo). ¿Cómo se mide eso? ¿Está más desarrollado un alto ejecutivo de Google que un cazador-recolector del paleolítico? ¿Por qué? ¿De qué se trata con todo eso del “desarrollarse”? ¿Hacia qué vamos?
Y otro: el progreso personal. ¿Hacia dónde debe progresar el ser humano para alcanzar su plenitud? ¿Cabe progreso personal en una sociedad sin progreso?
Se supone que creer en el progreso es creer en que puede aumentar —progresivamente — el número de personas felices en la humanidad. Y también, la profundidad y la calidad de esa felicidad. Pero ¿es buena tanta felicidad? ¿O es que hay algo mejor que la felicidad? Quizás sí: la libertad, la creatividad, la admiración, el estupor maravillado ante el baile de Maya.
Pero, en cualquier caso: ¿Qué es lo que progresa en el progresar humano (en previsión de que en algún momento ya no podamos seguir sosteniendo el universal “humano”)? ¿Cabe hablar de un progreso en Dios? Sí. Escoto Erígena, entre muchos otros pensadores, imaginó (sintió quizás) la posibilidad de que Dios recorriera una especie de odisea metafísica hasta llegar a su plenitud. Son las odiseas del Ser.
¿Hay opción para no progresar?
Ofrezco a continuación algunos esbozos de mis ideas sobre eso que haya detras de la bailarina “Progreso”:
1.- La gran pregunta es si el ser humano puede o no intervenir en las cadenas causales que, según los materialistas, mueven todo. Si no hay libertad, lo más que cabe esperar es que esas cadenas deterministas nos ofrezcan momentos de felicidad creciente para un número creciente personas y de sociedades (el presupuesto básico del progreso humano).
2.- Tanto los feligreses del progresismo (todo lo pasado fue peor y lo nuevo, lo ‘moderno’, es bueno de por sí), como los que anhelan la restauración, o la conservación, de ideales pretéritos, se mueven hacia algo: hay una Idea [Véase] que imanta su acción y su corazón. Avanzan hacia algo. Y ese algo es un constructo poético [Véase Poesía]. Las disputas políticas son disputas poéticas. Ganará — moverá más mentes y cuerpos — el político que ofrezca más posibilidades de soñar, de ilusionarse.
3.- Se progresa o no hacia algo: hacia la plena encarnación de una idea de hombre y de sociedad (de cosmos en realidad). Una idea previamente encarnada en nuestra mente por obra de algún poderoso Verbo (humano o no humano). Cabría decir que todo se mueve arrastrado por amor hacia una Idea, con mayúscula. Progresar sería reconfigurar lo real para acercarlo a lo ideal (a un mito, a un constructo poético necesitado de materia, de realidad).
4.- El progreso presupone tiempo. Si, con Kant, y no solo con él, negamos la existencia del tiempo más allá de eso que sea la maquinaria cognitiva del ser humano, nos vemos obligados a hablar de algo así como un progreso (cambios sucesivos hacia plenitudes) en nuestra conciencia: en nuestras propias secreciones mentales. Así, la sociedad, el cosmos entero, progresarían dentro de nosotros. ¡Qué lugar prodigioso somos! Aunque no sepamos en realidad lo que somos…
5.- El progreso también presupone carencia previa; esto es: la descripción de un estado de pre-plenitud. De carencia anhelante. ¿Cuál es el cielo de la ciencia? (por cierto: el cielo, como el infierno, es un lugar donde ya no hay esperanza). ¿Qué cielo espera alcanzar la mágica ciencia de Francis Bacon, esa magia de la que se dice que sí funciona de verdad? De pronto imagino algo así como una red de magos sin materia condicionada (natura naturata), creando, siendo lo que quieran ser en cualquier universo posible, e imposible. Felices, si quieren. O infelices. ¿Es esa una sociedad absolutamente tecnológica y libre? ¿No será eso lo que está ya pasando detrás del velo de lo fenoménico?
6.- ¿Y si ya se hubiera progresado del todo? ¿Y si la iluminación consistiera en sentir/saber que ya se tiene la plenitud absoluta? ¿Hay algo más que pueda ofrecer el progreso científico y político de lo que ya se siente en un estado de meditación profunda? Quizás sí: el Arte; y amar a ‘lo otro’ (aunque sea un hechizo de Maya). Me refiero a los niños, a la Naturaleza… a los cuerpos y los corazones de otros seres humanos, y también de otros seres no humanos: amar la vida en definitiva: amar a Maya. Al precio que sea, como diría Nietzsche.
7.- Recuperándonos del abismo meta-filosófico de la Mística, ya con los pies en la sólida tierra de Maya, cabría preguntarse por el tipo de sociedad, por la idea de belleza social, a la que debemos tender (y que debemos plantar en el precioso huerto del alma de nuestros hijos). Aristóteles pensó que el ser humano se actualiza en cuento tal —alcanza su plenitud esencial — cuando filosofa.
8.- Quizás cabría medir el progreso de una sociedad por el brillo de los ojos de sus miembros. Yo he visto un brillo muy especial (sublime realmente) en los ojos de las personas que practican la Filosofía; la Filosofía radical: esa que se atreve a mirar y a pensar ,y a amar incluso, la inmensidad que somos y que nos envuelve. También veo eso brillo en los niños. No en todos, desgraciadamente. Bochornosamente. No hay progreso posible que no considere prioritaria la risa y la ilusión de los niños.
Sentido del humor y sentido del amor.
Creo que hay que apostar por una sociedad de filósofos; de filósofos capaces de amar (y de reír y de soñar y hacer soñar); que sería como decir que hay que apostar por una sociedad de seres humanos plenos. Aunque quizás esa plenitud lleve implícita la posibilidad de autoconfigurar su cuerpo (su parte visible, pantallable) y convertirse en un centauro: un centauro-filósofo capaz de galopar, con los ojos encendidos de Metafísica, por un prado infinito.
Si ese futuro centauro es capaz de filosofar, de amar y de soñar (y de hacer soñar)… llevara entonces a un ser humano dentro: será un ser humano. Si no, ya sí habrá ocurrido el fin del hombre.
David López