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Las bailarinas lógicas: “Existencia”.

 

 

“Existencia”. ¿Se refiere esta bailarina lógica a lo que hay “ahí? ¿Ahí, dónde? ¿Qué es “haber ahí”? ¿Por qué y para qué hay “haber ahí”?

Parecería que el objetivo del conocimiento sería algo tan simple como saber qué existe, pero de verdad, y qué no existe. Y una vez sabido qué es lo que existe, y qué no, saber cómo funciona lo que existe; o bien para optimizar nuestras posibilidades vitales o bien para disfrutar del puro placer de saber qué es lo que hay (placer éste que, por cierto, optimiza nuestras posibilidades vitales).

Ricardo de San Víctor (1110-1173) en su obra De Trinitate señaló el prefijo crucial: “ex”. Este prefijo mostraría un origen, un flujo: un movimiento de “materia” entre dos polos. Digamos que la existencia sería algo que sale de algo… o, quizás, permitiría contemplar lo que “está ahí” como recién creado, recién creado en todo momento, con olor a nuevo. Siempre. Porque lo que está ahí no estaría “existiendo” sino siendo ex-istido. Creado. ¿Por “Quien”/”Qué”? ¿Para qué?

A partir de Kierkegaard se ha hablado de filosofías de la existencia. Y se ha dicho, con cierta unanimidad, que se trata de pensadores (“sentidores” diría yo) que consideraron que la existencia precede a la esencia: algo así como que lo primero que se muestra a la conciencia “humana” es el estar ahí del sujeto humano concreto, arrojado a una cosa -¿materia? ¿vida?- carente de esencia: de sentido, de Logos en definitiva [Véase “Logos“]. Más adelante intentaré compartir la sensación de que los filósofos existencialistas no se ven arrojados a una nada necesitada de sentido, sino a unos Logos (o Cosmos [Véase]) simplemente “feos”:  discursos finitizadores de sus mentes y de sus corazones, asfixiantes. El caso de Sartre en La Náusea me permitirá explicar mejor esta sensación.

“Existencia”. Hay ahí algo. Ahí. No “aquí”. Pero… ¿”Dónde” ocurre ese “ahí” y ese “aquí”? ¿A qué espacio, digamos, absoluto, se asoma la Filosofía cuando es practicada con cierta radicalidad?

Intentaré ordenar y compartir estas ideas a partir de este breve recorrido histórico por el concepto de existencia:

1.- Filosofía Samkya. Diferencia entre el Purusa y la Prakriti. Nuestro verdadero yo (el Purusa) estaría “existido”, salido de sí, alienado si se quiere, en lo que él no es: la materia (Prakriti/lo onírico en realidad). Habría que salvarse de lo “existido”. O, dicho de otra forma: habría que dejar de “existir” (de soñar mundos y personas y dioses), utilizando este verbo en sentido transitivo (con objeto directo).

2.- Platón. Lo que existe de verdad no está ahí. Lo que está ahí -en la caverna- no es la realidad verdadera. ¿Qué es entonces? ¿De qué está hecha la caverna de Platón?

3.- Los filósofos de la escolástica cristiana. Relación entre la existencia y la esencia. Señalaré, una vez más, que todo filósofo es escolástico (porque piensa a partir de un Logos del que no se puede desprender, si no quiere perder su propia individualidad como filósofo).

4.- Ricardo de San Víctor. “Ex-istencia”. ¿Es entonces eso que sea “Dios” el origen de toda existencia? ¿Como puede entonces “existir” Dios, “existir” no transitivamente?

5.- San Anselmo de Canterbury (1033-1109). La prueba de la existencia de Dios.

6.- El Libro de los veinticuatro filósofos: “Dios es aquello de lo que nada mejor se puede pensar”. Creo que este libro merece horas y días de estancia entre sus frases. “Dios” es uno de los seres cuya “existencia” más se debate entre los que luchan por pactar un modelo común -tribal, global, práctico, finito- de lo que existe. De “lo que está ahí”.

7.- Kant: decir que algo existe implica incurrir en una tautología. Y decir que algo no existe es incurrir en una contradicción. Todo existe. Cualquier cosa existe en el momento en que tiene un concepto. Habrá que determinar los modos -los lugares- de esa existencia. Me pregunto cómo atisvar lo otro -absolutamente otro- de cualquier existencia (incluidas las existencias imaginarias).

8.- Los filósofos existencialistas. “La existencia precede a la esencia”. ¿Aseidad para el ser humano?

9.- El caso de Sartre. La Náusea.

10.- El Dasein de Heidegger.

11.- El “compromiso ontológico”. Quine: las cosas que estamos comprometidos a decir que existen dependen del modo como utilizamos el lenguaje. Y ese uso sería siempre pragmático.  Considero que debe ser leída su obra Theories and Things, 1981. Hay una edición en español: Teorías y cosas (Universidad Nacional Autonoma de Mexico, 1986).

12.- Reflexiones de Ferrater Mora en su Diccionario filosófico: “compromiso ontológico” como criterio para determinar qué entidades se admiten como que “existen” o “son”. La posibilidad de edificar lógicas sin presuposiciones existenciales ha mostrado cuán flexiblemente puede concebirse, o usarse (o dejar de usarse) “existir“.

Creo que debe destacarse la utilidad “práctica” que tuvieron las geometrías no euclidianas del siglo XX (geometrías no basadas en el espacio -o la arquitectura del espacio- que parece que está ahí: el existente de verdad).

Después de estas atalayas que acabamos de visualizar, procedo a mostrar mis ideas propias (o que creo que son propias):

1.- Considero necesario ampliar el concepto de “existencia”. Creo que “existir” debería ser un verbo transitivo: un verbo que requiera siempre objeto directo. Así, no cabría decir que algo del mundo existe (ahí, por sí solo), sino que es existido. Y quizás -por decir algo de “Dios” desde el lenguaje- cabría decir que Dios existe (crea, en definitiva), pero que no es existido: en cuanto Dios metalógico [Véase “Dios“]. El Dios “lógico” sí sería “existido” (su esencia tendría un armazón lógico, cultural, etc.)

2.- El existencialismo de los siglos XIX-XX (al menos ese) cabría mirarlo como lo que ocurre cuando eso que sea el “ser humano” (ese constructo lógico-cultural) se queda ante sí mismo (ante el “sí mismo” que resulta de la aplicación del Logos en el que vive… Europa, ateísmo, guerras, etc.) Lo curioso es que, aparte de enfangarse con un logos, digamos, feo, termina el filósofo existencialista por mirarse al ombligo: la persona individual, el sujeto libre, propietario, votante,  etcétera… y ocurre que, en ese ombligo ve un abismo de profundidad mayor que la que la mayoría de los teólogos fue capaz de atribuir al objeto de su estudio. Y en ese ombligo del filósofo existencialista se vislumbra algo tan fabuloso -y aterrador a la vez- como la aseidad: seríamos -los “seres humanos”- una especie de nada que se tiene que dar a sí misma el algo: una nada que se tiene que “existir” (crear en definitiva) a sí misma. Volvemos a la aseidad.

3.- En mi opinión,  el problema fundamental de los existencialistas es que no consiguieron componer (o “recibir” si se quiere) un logos estimulante: suficientemente hechizante. Creo que cabe hacer mención desde aquí a lo que parece que reclamaba Emilio Lledó en una obra cuya crítica puede leerse [aquí].

4.- Lo que yo siento -filosóficamente si se quiere- es algo así: estoy existiendo mundos (fantasías de nivel diverso, organizadas en un edificio descomunal y prodigioso). O, mejor, puedo decir que siento “algo” más íntimo que mi propio yo, una sombra descomunal, latiendo bajo los latidos de mi corazón y de mi cerebro y de todos mis mundos (“reales”, “imaginados”, “soñados”… todos ordenados en el gran edificio de mi existencia). Podría decir que David López (ese esquema cultural, esa forma, esa figura, esa “cosa” se se me presenta ante “mi” conciencia) está siendo existido. Puesto “ahí”. Ante mi conciencia  (que no es la conciencia de David López, sino que David López uno de los contenidos de mi conciencia. Es una ilusión. Una ilusión a la que puedo amar. O no).

5.- Cabría por tanto decir que “existir” y “crear” es lo mismo. Vivimos en una creación. Nuestra creación. Y probablemente nuestra fuerza creativa se esté desplegando en muchos planos de la materia: muchos mundos en los que existimos (en los dos sentidos) y en los que ocurre el prodigio de habitar fantasías sagradas.

6.- Porque creo que toda existencia es sagrada. Y que cabe vivirla así. Siempre. En cualquier rincón del infinito de la mente de “Dios” en el que nos encontremos (del Dios metalógico, quiero decir). Porque en cualquier rincón de ese infinito sigue pudiendo ser percibido el sublime olor de ese Ser -existente, transitivamente- del cual nada mayor puede ser pensado.

7.- Ese olor, por cierto, también está en otros lugares de lo que está siendo existido: como los sueños, las fantasías (¿tienen olor los mundos mentales que propician las novelas?), las ensoñaciones, o las meditaciones creativas (cuando ponemos en nuestra mente las cavernas platónicas que queremos).

No escribo más, por el momento. La verdad es que no tengo tiempo ahora. Espero completar estas notas cuando me decida a editar ordenadamente este diccionario filosófico (cuyo nombre creo que seguirá siendo “Las bailarinas lógicas”).

Sólo me queda decir que estas notas surgieron en una madrugada de Sotosalbos. Eran las seis y palpitaba un silencio en el que parecía que podría haber nacido cualquier mundo: un silencio sagrado, genésico: un silencio-templo invisible donde (desde donde) existir en plenitud. En plenitud artística. ¿No es esa la plenitud de Dios -del Dios creador?

Había niebla mientras tomaba estas notas. Y un templo cercano. Dormido (una iglesia románica sin misa, sin Logos). Y había también estrellas, delicuescentes: dispuestas a dejar de existir para que el sol fuera existido.

Llevemos por último la Filosofía a dar cuenta de la sensación más intima que quepa nombrar: el existir: ¿podemos sentir ese flujo: ese salir mundo y ponerse “ahí” desde lo más “aquí” que cabe pensar? A esta sensación, si la tenemos, si la reconocemos, si la aislamos en su descarnada inmediatez, cabría denominarla “sensación existencialista radical”.

David López

 

Las bailarinas lógicas: “Dios”.

 

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La palabra “Dios”: la más fabulosa retorsión del lenguaje que cabe contemplar.

Me acerco ahora, aturdido, muy desconcertado, tropezando, a una bailarina extrema. Dicen que es la última en abandonar el baile de los mundos (de las dualidades, de las existencias, de las objetividades). Es la más grandiosa de todas las bailarinas posibles. El Maestro Eckhart quiso librarse de ella en un sermón del siglo XIV que se conoce como Beati pauperes spiritu. En este sermón aquel dominico dijo: “Pido a Dios que me libre de Dios”. ¿Para qué? ¿No es suficiente el cándido ateísmo? ¿Qué es eso de lo que quería liberarse el Maestro Eckhart?

Intentaré hablar de esa palabra prodigiosa; de ese símbolo que da cuenta de un concepto (de una forma de mente en definitiva). Pero de lo que haya detrás de ese símbolo, o de lo que quiera la mente (¿el cerebro?) capturar con ese concepto, es mejor callar.

“Dios”. ¿Qué burrada es esa? Hay quien se consuela sustituyendo este símbolo por otros aparentemente más asépticos y evolucionados como “Universo”, “Leyes Naturales”, “Naturaleza”, “Energía”, “Nada”, “Ser humano creador de la fantasía de los dioses”… Pero para no reventar filosóficamente en los abismos de estos sustantivos es imprescindible aflojar la lucidez filosófica. Y es que la tempestad física y metafísica de lo que hay es ineludible (si es que hay diferencia, por cierto, entre lo físico y lo metafísico).

No cabe pasar a palabras la hoguera mágica en la que estamos ardiendo –eso que sea lo que hay aquí ahora mismo-, pero sí cabe practicar la teo-logía en sentido literal y estricto: hablar de “Dios”. Hablar, solo hablar, solo secretar frases, más frases todavía, en el gran tejido de frases en el que está tejida nuestra inteligencia. Y hablar, solo hablar, de “Dios”: de la palabra “Dios”. No hay otra opción. ¿Y para qué este esfuerzo? ¿Para agotar a esa última bailarina con bailes imposibles, autocontradictorios, lógicamente letales (como haría el Zen con sus crueles koanes)? ¿O es que en todo decir se está trasparentando lo que no puede ser dicho, como si las frases humanas estuvieran flotando, convulsas, como algas lógicas, en un océano meta-lógico que lo empaparía todo con su olor inexpresable?

La imagen que he elegido para contemplar el baile de la más grandiosa de las bailarinas posibles muestra a un hombre rezando. No es éste el momento de reflexionar sobre qué sea eso de rezar. Valga simplemente decir que esta foto me ha permitido visualizar, quizás, lo que el Maestro Eckhart quiso retirar: la palabra “Dios”, que sin duda es el eje lógico de todas las palabras que contiene ese libro que sostiene el hombre de la foto.

Me impresiona la pureza geométrica del vector que trazan a la vez su cráneo, sus antebrazos, el libro y sus manos. ¿Se dirigen a la Omnipotencia suplicando amor? ¿Ofreciendo amor? ¿Suplicando favores? ¿Ofreciendo favores? Creo que el taller metafísico está en el libro. ¿Entra Dios, desde fuera, en la cabeza y en el corazón del hombre a través del libro? ¿O es lo contrario: que el hombre mediante el libro crea a Dios? ¿O es que ocurre todo a la vez; como por arte de Magia?

El Dios que presupone esta imagen es un Dios que yo quisiera llamar “lógico”: creador mediante el logos, o creado mediante el logos. Es igual: se trataría de un suceso mágico y sagrado, sí, pero meramente lingüístico. Que no es poco.

Estaríamos ante el Dios que puede existir. Ahí. En lo existente. O no existir. Existir o no existir en lo objetivo. En lo objetivo que se presenta ante el sujeto: la teatral Vorstellung a la que se refería Schopenhauer.

Ese Dios puramente existente, esa maravilla física y metafísica, es la que han sentido algunos: una presencia inefable e hiper-real de la que William James se ocupó con valentía y brillantez en sus famosas conferencias sobre religión (Las variedades de la experiencia religiosa: estudio de la naturaleza humana, edit. Península, Barcelona 1986).

Pero ese Dios existente, y su mundo, y su ser humano amado, serían determinaciones inesenciales, aunque gloriosas diría yo, del Ser (o de lo que por tal entendió Heidegger). O de la Nada si se prefiere. A ese fondo de todos los fondos (Grunt), a esa fuente de todos los dioses y de todos los mundos (Nirguna Brahaman), a esa Nada Mágica, se dirige el místico: no el teólogo. Ni el filósofo. Ni siquiera el poeta.

Esa “cosa/Nada” [Véase “Ser/Nada“] ni existente ni no existente quisiera yo denominarla ahora, consciente del chirriar de mis grilletes lingüísticos, “Dios metalógico”. Sé que esto es una contradicción porque no se puede meter algo en una frase y decir que ese algo no es lingüístico. Pero creo que la expresión puede servir de herramienta para abrir alguna ventana en los muros de la mente.

En cualquier caso, si Dios existiera no sería Dios. ¿Qué es existir? ¿Estár ahí? ¿Dónde? ¿Una cosa más en el sumatorio de cosas que llegan a nuestra conciencia?

Creo que antes de desarrollar con algo más de claridad y de detalle estas ideas puede ser útil hacer las siguientes paradas:

1.- El libro de los veinticuatro filósofos. 

2.- El modelo de totalidad que presupone el ateísmo. ¿Qué tendría que experimentar un ateo para que afirmara la existencia de Dios? ¿La aparición de un gigantesco hombre barbudo entre las nubes? ¿Una voz que le hablara y que debatiera con él sobre peticiones vitales? ¿Cómo podría saber que eso es Dios -como omnipotencia libre y creadora de los mundos-? ¿Sería soportable un mundo en el que Dios fuera visible y audible? ¿No sería eso más bien una especie de monarquía tangible, cósmica, cuyo poder llegaría hasta el fondo de nuestra psique? Y si, efectivamente, a un ateo se le apareciera ese ser visible entre las nubes, ¿cómo podría saber que él mismo no está loco, o que es un loco más entre los locos en red de una colectividad humana enloquecida? Pregunta clave: ¿qué tendría que pasar para que un ateo afirmara la existencia de Dios? Pero Dios nunca podría “existir”, sino que sería, precisamente, lo que “ex-iste” las cosas: su manantial ubicuo [Véase “Existencia“].

3.- Kierkegaard: “Creer en Dios es creer en que todo es posible”: la apertura a lo imposible, a lo mágico, frente a la sumisión a un todo legaliforme.

Voy a compartir aquí, con quien me lea, una experiencia íntima. Creo que en Filosofía no podemos eludir la honradez empírica: hay que soportar –y comunicar a otros- lo que se experimenta (aunque se trate de un “hecho” incompatible como el tejido lógico más favorable para la supervivencia social). ¿Cabe hablar de “hechos” más allá de lo que permite experimentar nuestra mente lingüistizada? Quizás no. Pero en cualquier caso yo hablaré de lo que se me presentó, lo que irrumpió de forma absurda e inesperada, dando un paseo nocturno por los alrededores del aeropuerto de Lyon, hace ya casi veinte años:

Algo gigantesco que no era yo, algo/alguien consciente, vivo, casi carnal, que me amaba, lo tomo todo, lo fue todo, lo transparentó todo: los árboles, los postes de la luz, los surcos del sembrado que desdibujaba la noche, las estrellas, los edificios, los coches, los aviones… Fue una experiencia grandiosa que censuré durante años por exigencias de mi caja lógica.

¿Era aquello lo que la palabra “Dios” pretende significar? ¿Era aquello mi yo esencial (Atman-Brahman) que se traslucía a través de las imágenes de mi mente?

Yo no estaba rezando, no rezaba nunca, ni había texto alguno entre mis manos fabricando prodigios metafísicos. El único credo al que estaba adscrito era el cientista-ateísta. “Aquello” que tenía delante no me pidió ni me prometió nada. Sólo se mostró. Descomunal. Glorioso. Omnipotente. Omnisintiente. Siendo todo lo existente ahí, ante mí … y amándome de una forma casi insoportable.

Quizás el libro que sostiene el hombre de la foto está sirviéndole de dique, de filtro lógico, para no ser arrollado por eso que a mí se me presentó en Lyon.

Cabría decir, quizás, que la palabra “Dios” protege al hombre, y al lenguaje del hombre, y a las religiones del hombre, para no morir, todos abrasados -abrasados de belleza- en la hoguera mágica de lo Innombrable.

David López