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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Ernst Bloch

 

 

Esperanza. Es el concepto nuclear del imponente sistema filosófico que construyó Ernst Bloch. Y, desde ese sistema, nos llega un susurro fundamental, un consejo decisivo. Oigámoslo: el desafío del ser humano es saber esperar.

El futuro. Ernst Bloch lo considera como la dimensión verdaderamente auténtica del hombre, que es un ser fabuloso que vuela, por así decirlo, hacia su verdadera casa: el futuro (lo que ahora no es).

Se supone que, cuando hablamos de esperanza, partimos de un estado de carencia, de no presencia de lo esperado. Creo que estamos ante uno de los grandes temas ante los que se enfrenta la condición humana. La esperanza implica fe en que en el futuro se encarnará, se materializará, lo que ensoñamos en el presente. Pero esa tensión entre mundos (el “real”, “objetivo”) y el soñado/esperado produce dolor, ansiedad. Hay tradiciones de sentimiento y de pensamiento que aconsejan no tener ilusiones: no tener esperanza; aunque en realidad anuncian un gran paraíso para aquellos que sean capaces de renunciar a sus deseos… sugieren desear el no desear para alcanzar mucho más de lo que puede llegar a ser deseado desde la condición humana. Aquí cabría ubicar buena parte de las tradiciones budistas y al propio Schopenhauer. Es el esquema de la renuncia. Nietzsche hablaría de simple cobardía: moral de esclavos.

Bloch marca un camino contrario al de la renuncia. Más heroico. Más nietzscheano. La esperanza sería la esencia de la condición humana (y no solo de la humana). Pero no sería una esencia negativa, sino algo que abriría nuevos horizontes: una salvación, digamos, expansiva y, a la vez, puramente terrenal. Social, en el sentido marxista.

Ernst Bloch fue marxista. Pero su marxismo fue considerado como excesivamente original y heterodoxo. Él, sin embargo, creyó que su pensamiento era el que más respetaba la esencia de esa fe. Porque el marxismo cree en que cabe una transformación radical del estado de las cosas. Y Bloch sería materialista en el sentido en el que he tratado el concepto de materia en mi diccionario filosófico [Véase aquí]. Materia entendida como Hyle, una palabra griega que se ha traducido en el sentido de “materia prima con la que hacer cualquier cosa”.

La esperanza, según nos la permite pensar un marxista-“materialista” como Ernst Bloch, sería una fe, una confianza sacra, en las posibilidades creativas de la materia, de todo lo que hay. Una fe en la dimensión, digamos alquímica, del mundo entero. Hay que esperar lo inesperado, nos dice Bloch.

Eso es también la fe. La esperanza sería una fe en el futuro, sí, pero también, según entiendo yo a Bloch, una fe en la materia: un lugar mágico donde constantemente se estarían engendrando futuros gloriosos para la condición humana. Sugiero la lectura de la palabra fe en mi diccionario filosófico [Véase aquí].

El 27/02/2012 viví dentro de un sueño -no lúcido- que me tiranizaba con un motor argumental aparentemente imparable. Yo no podía ni imaginar ahí dentro que me esperaba un despertar. Y al hacerlo en esta dimensión desde la que ahora escribo he sentido la magia de “la materia”. Es decir: he sentido que aquí sí puedo tener esperanza, porque puedo hacer cosas, puedo transformar situaciones, puedo marcar caminos, me puedo atrever incluso a dirigir mis pasos hacia un futuro soñado, muy difícil, pero “trabajable”. Aquí. En “la materia”: esa sustancia alquímica donde todo es posible.

Creo que la última frase que he escrito no sería rechazada por Ernst Bloch (un gran creyente, pienso yo, en la magia de la materia). Pero tengo la sensación de que no en todos los “mundos” (sueños) se nos ofrece la materia para ser modelada. En el sueño que tuve aquella noche desde luego no era así. La materia era opaca, frenética en su mecanicismo, incontrolable casi por completo. Solo he tenido un momento en el que he podido subir unas escaleras volando. Pero aun así, era un sueño sin materia, en el sentido griego de sustancia para hacer cosas.

Ernst Bloch. La esperanza. Dejémonos tomar por esta poderosa palabra y por este sorprendente pensador marxista.

Algo sobre su vida

Ludwigshafen 1885-Tubinga 1977. Familia judía burguesa de clase media.

Fascinado desde muy joven con el materialismo histórico de Hegel. Y afectado por el contraste entre su ciudad “proletaria” (Ludwigshafen) y la “burguesa” Mannheim.

Estudia en Munich.

Se doctora en Würzburg (dirigido por  Oswald Külpe). En su tesis desarrolla ideas de los pensadores utópicos.

Discípulo de Simmel en Berlin y cercano al círculo de Max Weber en Heidelberg (allí, en esa preciosa ciudad para filósofos-caminantes, se relaciona con Jaspers y Lukács).

Miembro del partido comunista.

La llegada del nazismo le obliga al éxodo. Pasa por Suiza, por Austria, por Praga y, tras vivir un tiempo en New Hampshire, llega hasta Massachussetts.

En la Widener Library de la universidad de Harvard escribe su obra fundamental: El principio esperanza.

Finalizada la segunda guerra mundial entra como profesor en Leipzig, ya constituida la República democrática alemana (1949).

Tiene que abandonar su cátedra por discrepancias teóricas con otros seguidores del credo marxista. Se le acusa de revisionista y  de hereje. Se le confisca además su trabajo filosófico fundamental: Das Prinzip Hoffnung [El principio esperanza].

Creo que hay una película ineludible sobre aquella Alemania: La vida de los otros, de Florian Henckel von Donnersmack. Una de sus imágenes vuela sobre el cielo del texto que dedico a la palabra libertad [Véase aquí]. La reproduzco de nuevo. Por puro placer:

1961. Se levanta el muro de Berlin. Ernst Bloch está en Baviera. Decide no volver a aquella Alemania amurallada con ladrillos y con frases.

Fue profesor en Tubinga y permaneció en esta ciudad hasta su muerte.

Tras su muerte tres mil estudiantes le rindieron homenaje con antorchas encendidas. ¿Cabe pensar la juventud sin ilusiones, sin un apasionado enamoramiento en un futuro glorioso y no imposible?

Por cierto, ¿alguien sabe qué es imposible?

Muerte…

¿Aceptaría Bloch un futuro inesperado para sí mismo tras el acabamiento de su cuerpo, digamos, “presente”?

No olvidemos que hay muchos seres humanos cuya esperanza se focaliza precisamente en lo contrario: que no haya más vida. Que no haya nunca más un yo en un mundo. Hay muchos seres humanos que ensueñan una nada tras la muerte, o una especie de serena nada pétreo-vegetal, compartida, en esos monasterios de verdadero silencio que son los cementerios.

Ernst Bloch se casó tres veces: en 1913 con la escultora Else von Stritzky, que murió en 1921; en 1922 con la pintora Linda Oppenheimer, de la que se separó al nacer su hija (1928); y en 1933 con la arquitecta polaca Carola Piotrowska, con la que permaneció hasta su muerte: 44 años juntos.

Dijo Oscar Wilde algo así como que un segundo matrimonio es el triunfo de la esperanza sobre la experiencia. ¿Y un tercero qué es entonces?

Esperanza. Saber esperar la maravilla que está gestándose en el presente.

Algunas de sus ideas

– Esperanza. Es la idea y el ideal básico sobre los que Ernst Bloch edificó su gran sistema filosófico, comparable por su tamaño y su nivel de detalle a otros clásicos como los de Kant, Hegel o Schopenhauer. Bloch considera que nadie antes que él ha construido una filosofía de la esperanza. Y hace referencia a Heráclito, el cual habría afirmado algo así como que “quien no espera lo inesperado, no lo encontrará”. También vio Bloch una filosofía, no desarrollada, de la esperanza, en el Eros platónico y en la materia de Aristóteles, considerada como potencia, como capacidad de sacar de sí a los seres. La obra fundamental donde se edificó este sistema sobre la esperanza es la ya citada Das Prinzip Hoffnung [El principio esperanza]. Tiene cinco partes y cincuenta y cinco capítulos. La esperanza blochiana. Se trataría de un principio cósmico que empujaría hacia una realidad que todavía no es, pero que es esperada desde ese todavía no ser. La conciencia de ese futuro sería por tanto anticipatoria. Manifestaciones de esa conciencia anticipatoria serían detectables en el arte, en la religión, en nuestras ensoñanciones. La esperanza no obstante se apoyaría en una posibilidad real de transformación del estado actual de las cosas. El concepto de utopía será sublimado por Bloch, hasta el punto de que parecería que no cabe hablar de condición humana sin utopía. El ser humano tendría por tanto todavía mucho ante sí (yo creo que tiene mucho ante sí no solo en el futuro, sino también en el presente y en el pasado… es que el ser humano tiene mucho “delante”. Y dentro). La esperanza, en cualquier caso, será sentida y pensada por Bloch como una poderosísima palanca, capaz de levantar el mundo entero (el cual, desde el marxismo, es contemplado como algo negativo, opresor del ser humano, no capaz de ofrecer a este ser excepcional lo que él se merece). Pero no solo al ser humano lo movería la esperanza, sino a todos los demás seres: estaríamos ante el empuje del corazón mismo de las cosas. Sin duda nos acuden aquí otros conceptos como el Elan Vital de Bergson [Véase aquí] o la voluntad de Schopenhauer. Habría, según Bloch, un proceso de génesis que estaría latiendo en el corazón de todo lo existente. Y habría que aprender a vivir ahí (en esa pre-génesis): “Lo que importa es aprender a esperar”. Y sentir, quizás, una “corriente de calor” que, según Bloch, enarbola una esperanza indestructible de vida nueva.

– Apertura. La apertura consustancial del hombre hacia el futuro, aunque parte de la sensación de incompletitud, no es negativa según Bloch. Todo lo contrario: es emancipatoria, abre horizontes, evita restricciones, confinamientos (pensemos en el confinamiento del muro físico e ideológico de Berlin). Nuevos horizontes. Nuevos mundos que hay que saber esperar y que, según Bloch, serían consecuencia de una mutabilidad del mundo en el marco de sus leyes, las cuales, no obstante, podrán variar bajo condiciones nuevas, sin dejar de ser por ello leyes. Pensemos en los juegos del lenguaje de los que habló Wittgenstein [Véase aquí]: para los que los juegan funcionan como verdaderas leyes de la Física. Siempre mutables.

– El marxismo de Bloch. Muchos marxistas le acusaron de revisionista, de hereje, de no verdadero marxista. Los anti-marxistas le acusaron de marxista. Él estaría de acuerdo con esta segunda acusación, pues se consideró más cerca del pensamiento marxiano que los que le consideraban a él un hereje. En cualquier caso Bloch tomará de Marx el objetivo de transformar el mundo: y la Filosofía estaría al servicio de esa transformación (no de la mera contemplación y descripción de lo contemplado). Pero la filosofía de Bloch, me parece a mí, estaría más bien al servicio de la fe; de la fe en la esperanza: hay que esperar, pero activamente: hay que resistir -trabajando- dentro de ese motor mágico capaz de convertir la materia actual en eso que soñamos: el paraíso que está en el futuro. Marx, según Bloch, se había ocupado poco del futuro. Para Bloch el futuro es todo. Estamos ante un anti-conservadurismo radical, un progresismo místico. Se ha dicho también que la inclinación de Bloch hacia la metafísica sería una actitud poco marxista. Creo que esta consideración es errónea: el marxismo es una metafísica completa, pero dogmática, ya cerrada por dentro y por fuera; y quizás por eso mismo impide la práctica de la metafísica pura y dura: la que no se encapsula en sistemas.

– Religión. No cree Bloch que aliene al hombre (como lo creyeron Feuerbach, Marx, o Engels, entre otros), sino que, por el contrario, la religión es precisamente la reacción, la protesta, contra una existencia que no es propia del hombre.  Bloch critica tanto al ateísmo como al teísmo de la iglesia institucionalizada. Al ateísmo reprocha su capacidad de crear vacío [Hohlraum], un vacío que habría propiciado la irrupción de la barbarie nazi. Religión. Esperanza de plenitud. Bloch cita el Apocalipsis (21.5): “Y dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí que hago nuevas todas las cosas”. Tengo la sensación de que Bloch creyó que el ser humano -la sociedad humana- podría acceder a ese trono. En cualquier caso, Bloch vio en el Nuevo Testamento un fabuloso anuncio: la posibilidad de una nueva Jerusalem; que para el marxista Bloch debería ser por supuesto terrenal, pero humanísima. ¿Alguien se atreve a imaginar ese paraíso? ¿Sería realmente un paraíso ese lugar final? ¿No será ya el paraíso la propia esperanza del paraíso, si se vive con entusiasmo creador? ¿No estaremos ya en el paraíso?

– Utopía concreta [Konkrete Utopie]. Bloch comparte con Marx la idea de que la sociedad de su época estaría en la Prehistoria. Pero discrepará del gran gurú en su interés por el concepto de utopía (Engels y Marx se autoproclamaron “socialistas científicos”, los verdaderamente válidos frente a los “socialistas utópicos” y los “socialistas burgueses” (que estarían intentando mejorar las condiciones de los trabajadores, desactivando así la energía revolucionaria derivada de la desesperación). Bloch junta las palabras “utopía” y “concreta” para generar un concepto nuevo y sorprendente. Las utopías se suelen entender como fantasías irrealizables: Bloch apoya toda su propuesta filosófica en las utopías concretas, las realizables: las que palpitan en el prodigioso vientre de la materia.

– El Ser-en-lo Posible [In-Möglichkeit-Seiendes]. Bloch, con ocasión del concepto de materia (única realidad para un marxista), distinguió una derecha y una izquierda aristotélicas (siguiendo lo de la derecha y la izquierda hegelianas). La izquierda aristotélica se encontraría en la filosofía medieval persa y arábica, en la cosmología de Giordano Bruno y en el marxismo (particularmente en el suyo propio). La derecha aristotélica, por su parte, se manifestaría en la teología medieval cristiana. Diferencia fundamental, según Bloch: la izquierda aristotélica otorgaría el primado a la materia sobre la forma; la derecha a la forma sobre la materia. Podemos decirlo así también: los derechistas aristotélicos verían todo ya acaecido, ya derivado de lo posible. La materia sería pasiva, obediente a las formas. Los izquierdistas aristotélicos concebirían la materia como autocreadora, activa, capaz de sacar todavía de sí misma lo que nunca ha sido. La materia sería posibilidad [Möglichkeit].

Heimat. Esta palabra alemana la he traducido como “hogar”, aunque en rigor significa “patria”, “tierra de origen”, “origen”. Bloch apunta al acceso/regreso a lo que nos ilumina en la infancia. Leamos unas frases finales de El principio esperanza (ofrezco la versión alemana en primer lugar):

Der Mensch lebt noch überall in der Vorgeschichte, ja alles und jedes steht noch vor Erschaffung der Welt, als einer rechten. Die wirkliche Genesis ist nicht am Anfang, sondern am Ende, und sie beginnt erst anzufangen, wenn Gesellschaft und Dasein radikal werden, das heißt sich an der Wurzel fassen. Die Wurzel der Geschichte aber ist der arbeitende, schaffende, die Gegebenheiten umbildende und überholende Mensch. Hat er sich erfaßt und das Seine ohne Entäußerung und Entfremdung in realer Demokratie begründet, so entsteht in der Welt etwas, das allen in die Kindheit scheint und worin noch niemand war: Heimat.

Una traducción posible:

El ser humano vive aún por doquier en la Prehistoria, ya que todas y cada una de las cosas se encuentran todavía antes de la creación del mundo, de un mundo justo. El génesis verdadero no está al principio, sino al final, y no comienza a iniciarse hasta que la sociedad y el ser humano existente [Dasein] no se radicalizan, es decir, no se agarran a la raiz. La raiz de la historia, sin embargo, es el hombre trabajador, creador, transformador de circunstancias y enaltecedor. Si [el ser humano] se ha comprendido a sí mismo y ha fundamentado lo suyo, sin enajenación ni alienación, en una democracia real, entonces se origina en el mundo algo que a todos resplandece en la infancia y en lo cual todavía no estuvo nadie: Heimat [Hogar-Origen].

Estas frases de Bloch me han devuelto a unas reflexiones de Chantal Maillard. Las incluí en una crítica que se puede leer en la sección “Críticas literarias” de esta página. Y creo oportuno traer aquí estas frases:

Quizás así, sin palabras, sin abstracciones, libre y fresca, pueda Chantal Maillard regresar a un charquito de agua prodigioso; en Bélgica, en pleno centro de la pecaminosa Europa.

La poeta, en una entrevista, habló de ese charquito así:

“En ese charquito de agua lo que había era gozo, un gozo que solo puede tener el niño, antes del pensamiento, del juicio y del lenguaje”.

– Ensoñaciones [Tagträume]. Bloch les otorga una enorme relevancia metafísica e, incluso, epistemológica. Son fantasías que se presentan ante la conciencia despierta y que demuestran que hay mucho todavía por ocurrir: mucho prodigio (prodigio que él, como marxista, supeditará siempre a la consecución de una sociedad justa, verdaderamente democrática, que permita al individuo una plenitud compartida).

Algunas de las reflexiones y sensaciones que me provocan las ideas de Bloch

1.- Comparto su veneración por la ilusión, por la esperanza. Creo que hay que atreverse a soñar nuestro futuro y a resistir el dolor, la ansiedad, que provoca el embarazo: la no materialización “exterior” de lo que soñamos, de lo que amamos antes de que nazca siquiera. Muchas tradiciones de renunciantes parten del miedo al dolor: no quiero hacerme ilusiones porque no quiero sufrir si no se cumplen. Creo que el sufrimiento en el embarazo, sin no es, digamos, extremadamente “insano”, sublima la condición humana. Saber esperar es saber creer. Saber vivir. Amar la vida (la “hiper-vida”). Tener fe. Soñar un futuro amado y momentáneamente incapaz de tomar la objetividad, aunque eso nos haga sufrir.

2.- Hay no obstante, creo yo, ciertos peligros en la soteriología de Bloch. Por un lado, exige aceptar como premisa mayor que lo que hay es indigno, incompleto, rechazable. Creo que este modelo de mente -este discurso- puede ser muy injusto, muy miserable, y que puede arruinar la propia vida y las de los que nos rodean. No veo incompatible una sacralización del presente con una sacralización del futuro. E incluso del pasado. Todo formando parte de una corriente prodigiosa donde anidan nuestros sueños.

3.- Creo que cabe sentir el presente que vivimos como un futuro soñado, esperado, heroicamente, por conciencias que nos han precedido. Hay momentos en los que ya se siente el olor de un futuro perfecto, donde lo que se presenta supera incluso cualquier esperanza pasada. La negatividad del marxismo -entre otras negatividades religiosas- me parece en ocasiones terriblemente injusta y ciega.

4.- Tengo la sensación de que cualquier sueño (cualquier futuro ensoñado y amado) accederá a lo objetivo y será vivido como tal. Eso sería un paraíso. Tengo la sensación de que todo momento presente está preñado de paraísos (que requieren sus infiernos para destacar así su paradisíaca luminosidad).

5.- Desde el concepto chino “Yin-Yang” [Véase aquí] cabe contemplar, serenamente, y con fascinación también, ese punto negro que hay siempre dentro de cualquier dimensión blanca: ese punto negro que nos incrusta en el alma astillas mágicas -y dolorosísmas- para que no dejemos de mover nuestras alas por el infinito.

Creo que debemos resistir el dolor -creativo- que produce tener una ilusión todavía no materializada, no encarnada en lo objetivo, no transformada ya en un Maya vivible como realidad absoluta. Creo que hay que resistir el dolor de la espera, del embarazo. Todo por ese mundo soñado, amado antes de nacer. Pero sabiendo, que cuando nazca ese mundo amado, tendrá dentro la astilla mágica de la negritud que muestra el símbolo de Yin-yang.

Un paraíso completamente blanco no sería un lugar donde vivir. Sería un infierno para la condición humana.

En cualquier caso: no tener ilusión es no tener vida (porque la vida, a su vez, no es más que una ilusión… sagrada).

Ayer domingo mi hijo Nicolás (5 años) localizó “casualmente” una caja donde guardo recuerdos de mis padres. E insistió -con la insistencia de los niños de cinco años- en que quería que le enseñara alguna de las cartas que hay esa caja mágica.

Y encontré una carta escrita por mi padre a mi madre en 1960 (yo nací en 1964). Mi padre, Alfonso, estaba en la montaña, junto a su tienda, en Gredos, solo, con las manos enamoradas escribiendo bajo la luna. Y le dice a mi madre que la quiere con toda su alma; y que sería maravilloso que ella estuviera allí. Y le dice también “soñar no cuesta nada”.

Mi madre  y mi padre estuvieron allí, en esas montañas, miles de veces, compartiendo cielos incendiados de estrellas y de silencio. Y siguen haciéndolo ahora.

Soñar no cuesta nada. Y puede fabricar un futuro prodigioso; que hay que valorar cuando se materializa (cuando se convierte en una fantasía en cuyo interior se puede ya vivir).

Hay sueños (“diurnos” o “nocturnos”) que vienen del  sagrado taller de los mundos y que preñan lo real con un futuro que parece imposible. ¿Quién no los ha tenido? Es como si el futuro -soñado, amado- quisiera empezar a fabricarse ya en su pasado y viajara hasta él. La clave quizás esté en recoger sin miedo esa semilla de oro y aguantar los preciosos -pero a veces intensos- dolores de la espera. Como lo hizo mi padre en 1960 bajo la luna de Gredos.

Esperanza. Gracias querido Ernst Bloch.

David López

 

 

Filósofos míticos del mítico siglo XX: Max Horkheimer

 

 

Max Horkheimer (1895-1973) fue una de las más interesantes inteligencias que brotaron del hechizo poético de Marx. Y uno de los más interesantes corazones.

Aunque, en realidad, Marx, a su vez, fue un poeta-hechicero hechizado por otros: Platón, Newton, Hegel, Feuerbach…

La sobrecogedora tormenta poética que sacude el infinito del Ser.

El baile de Vak (esa diosa védica que parece haber convertido mi diccionario filosófico en una teología).

Sugiero leer mi concepción de la palabra “Poesía” [Aquí].

El marxismo, como apasionada religión, se desgarra entre dos amores: uno tiene como imán eso que sea el “ser humano”. El otro tiene como imán la sociedad en su conjunto, el pueblo, la colectividad.

Yo en Horkeheimer -que dijo haber sido marxista solo para enfrentarse al nazismo- veo a un apasionado amante del ser humano. Y todo su esfuerzo intelectual lo desplegó al servicio de ese rincón mágico-sagrado del Ser. Horkheimer quiso estudiar bien lo que para él era un infierno: la sociedad tecnológica moderna (sobre todo la burguesa, pero también la comunista, que sería un capitalismo de Estado). Estudiar el infierno (el paraíso soñado por Francis Bacon habría resultado ser un verdadero valle lágrimas), evidenciar sus lugares de tortura y sus humillantes cárceles: cárceles invisibles, aparentemente amables e inocuas, que estarían arruinando una posibilidad fabulosa: la libertad del ser humano, el pleno despliegue de su dignidad, de su creatividad, de su ¿sacralidad?

¿Por qué es sagrado el ser humano? ¿En qué nos basamos para semejante afirmación? ¿Para qué tantas atenciones sociales, físicas y metafísicas?

Ya los austromarxistas (Max Adler, etc.) se vieron en la necesidad de fundamentar ese amor que late en el fondo del logos marxista. ¿En qué fundamentamos nuestro rechazo a que los seres humanos sean explotados, sin piedad, en una fábrica del Manchester decimonónico (por ejemplo)? ¿Qué más da? ¿No son los seres humanos, al fin y al cabo, materia organizada, átomos… nada… organizada, administrada, ciegamente obediente sin opción de no serlo?

Los austromarxistas se vieron obligados a acudir a Kant y a una de sus formulaciones del imperativo categórico: algo así como que el ser humano no puede ser nunca un medio para nada, sino un fin en sí mismo. Pero: ¿qué fin es ese? ¿Qué plenitud cabe imaginar para el ser humano?

Hay un marxismo radicalmente humanista. El de Horkheimer lo es, creo. Pero, como cualquier soteriología, la de Horkheimer insiste demasiado en los males del momento. Muchos malos, mucha amenaza, un Matrix hostil y carcelero del que hay que escapar, una vez “conocido” (más bien teorizado, esquematizado) en profundidad. No se puede huir de lo que no se conoce (de lo que no se vive como real). En esa sistemática demonización del “mundo real” comparte Horkheimer los latidos del corazón filosófico de Schopenhauer.

En mi opinión el discurso de Horkheimer, como el del marxismo en general (y el del cristianismo, y el de buena parte del budismo), quiere liberar desde un previo encarcelamiento de la conciencia que lo recibe: primero debo modelar tu mente para que te sientas, por ejemplo, “proletario”, y luego te salvo de esa misma cárcel mental que yo te he construido.

Nadie es “proletario”. Esa palabra la inoculó Marx en el sueño colectivo que nos agrupa gracias a sus estudios de Derecho Romano. Los proletarii eran ciudadanos romanos sin recursos económicos que, según afirman algunas narraciones, solo servían para generar prole (hijos) y nutrir así los ejércitos imperiales.

La fabricación poética (artificial) de la conciencia proletaria fue una de las labores más arduas a las que se enfrentaron Marx, Engels y Lenin (entre otros). Creo que la inclusión de una conciencia humana en una caja lógica, tan pequeña y humillante, ha sido uno de los mayores atentados a la condición humana que hayan hecho jamás los poetas. Pequeña y humillante porque así fue cualificada por esos mismos poetas. No porque, en sí, sea humillante, “inferior”, trabajar en una fábrica o no ser propietario de nada. De hecho a esa no-posesión de bienes apunta toda la soteriología marxista.

Horkheimer fue un pensador profundo. No lo he leído tanto como hubiese querido, pero yo diría que su denuncia básica apunta a un terrible poder explotador (no personalista): la razón ilustrada, instrumentista, que, según él, empezó a activarse desde la Grecia antigua: desde Jenófanes en concreto. Esa razón habría reducido la naturaleza a materia; y la inteligencia a mera herramienta destinada a someter la materia; y a explotar al hombre, que no sería más que materia organizada con algo más de complejidad que el resto.

En cualquier caso eso de “materia” es, en mi opinión, otra fantasía [Véase].

Horkheimer, creo, sugiere una nueva razón, un nuevo logos, donde habitar: un logos que propicie el despliegue, la plenitud, de algo que, desde el poetizar del propio Horkheimer, lleva por nombre “ser humano”. Y que se lo merece todo. Todo el esfuerzo intelectual posible, toda la poesía posible. Todo el amor posible.

Todo por él. Por el ser humano.

Algo sobre su vida

1895 (Stuttgart)-1973 (Nürberg).

Familia judía. Max trabajó en la fábrica de su acaudalado padre; y llegó incluso a tener en ella un puesto directivo.

1922. Se doctora promovido por Hans Cornelius (un profundo investigador de Kant).

1925. Habilitado como Privatdozent en Frankfurt.

1926. Se casa con la que en su día fue secretaria de su padre.

1930. Es nombrado profesor de filosofía social en la Johann Wolfgang Goethe-Universität en Frankfurt. Para Horkheimer la clave de la salvación humana estaría en el estudio de la sociedad. ¿Qué es una sociedad? Yo no lo sé. Luego me ocuparé de este abismo.

1930. Es nombrado director del Institut für Sozialforschung (Instituto para la investigación social), el cual había sido fundado gracias a la aportación económica del judío/marxista Félix José Weil.  Horkheimer desempeño ese cargo hasta la llegada de los nazis.

1932-1939. Se habla del “Círculo-Horkheimer”. Más tarde será la “Escuela de Frankfurt”. Es un grupo de críticos sociales basados en el marxismo y en las teorías freudianas que escriben en el Zeitschrift für Sozialforschung [Revista de investigación social].

Tras la llegada de Hitler, Max Horkheimer emigra a Nueva York junto con otros miembros de la Escuela de Frankfurt: Adorno, Marcuse, Erich Fromm… En la Columbia University retoma la dirección del Instituto para la investigación social.

1941. Se traslada a Los Ángeles (Pacific Palisades). Le sigue su amigo y colaborador Theodor Adorno. Es vecino de Thomas Mann.

1947. Publica Eclipse of Reason. Publica también, con Adorno, Dialektik der Aufklärung [Dialéctica de la razón].

1949. Vuelve a la universidad de Frankfurt.

1950. Reabre el Instituto para la investigación social. De esta segunda etapa surgirán pensadores como Jürgen Habermas [Véase].

1951-1953. Rector de la Johann Wolfgang Goethe-Universität Frankfurt.

1954-1959. Es profesor en Frankfurt y en Chicago.

1973. Fallece y es enterado en el cementerio judío de Berna.

Algunas de sus ideas

– Escuela de Frankfurt. Su objetivo fue analizar (y demonizar) la sociedad tecnológica moderna (básicamente la burguesa): evidenciar sus contradicciones políticas y económicas. Siguiendo a Hegel (y en contra de, por ejemplo, Popper) se insistió en que la sociedad debía ser estudiada como conjunto. La polis… Ese misterio metafísico. Sugiero la lectura de la crítica que hice de una interesante obra de José María Ruiz Soroa. [Véase aquí].

– “Teoría crítica”. Su formulación es una de las aportaciones fundamentales de Horkheimer y puede decirse que constituye el pathos intelectual de la primera fase de la escuela de Frankfurt. En realidad, se trata de una re-interpretación del marxismo (si es que el marxismo no es, simplemente, una soteriología más, un camino más hacia eso que sea “la salvación”). Podemos leer la influyente formulación que Horkhiemer hizo de la “teoría crítica” en Tradionelle und kritische Theorie [Teoría tradicional y teoría crítica], ensayo publicado en el Zeitschrift für Sozialforschung VI, 2, (1937). Este ensayo aparece de nuevo en Kritische Theorie (1968). Según Horkheimer, la “teoría tradicional” ha brotado en una sociedad dominada por las técnicas de producción industrial, que llegarían hasta la cosificación del ser humano (su conversión en materia explotable). Y el teórico crítico sería aquel “cuya única preocupación se concentra en un desarrollo que lleve a una sociedad sin explotación”. Las teorías tradicionales, por tanto, parecerían ser, dentro de la -neomarxista- visión de Horkheimer, frutos de una forma de sociedad (de una forma de producir), que incluso llegaría a convertir los órganos humanos en prolongación de los instrumentos de que se sirve la tecnología para explotar la naturaleza (y al hombre como parte de ella). No es fácil ubicar esta “teoría crítica” en una metafísica (o al menos en una gnoseología). Lo cierto es que Horkheimer le otorga a su constructo filosófico una labor negativa, casi destructiva, respecto de un estado de cosas (social) que se visualiza como radicalmente rechazable (como inhumano); pero, a la vez, parece apostar por una nueva forma social, una nueva razón, un futuro donde ya sí se podría desplegar la plenitud humana. La sociedad industrializada estaría dentro de una lógica cruel. Logos. Poesía. ¿Se trata de crear un Logos no-cruel, humanísimo, y ofrecérselo a los seres humanos como hábitat poético? Horkheimer habla de un cambio histórico, de una revolución, no de un cambio en el contenido de las teorías (porque lo que fallaría, lo que nos estaría explotando, sería el impulso mismo del teorizar instrumentalista). Cabe quizás mirar a “teoría crítica” de Horkheimer como una especie de Shiva poético: destructor de un logos, de un cosmos, a partir de sus propios símbolos… palabras nuevas que destruyan las estructuras (sociales, económicas, etc.) de las que surgió ese logos inhumano, tecnológico, explotador de la naturaleza y del hombre. Un Shiva poético que estaría trabajando para un nuevo Brahma (el creador de los mundos).

– Una lectura que recomiendo: Adorno, Theodor y Horkheimer, Max. Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos.Trotta. Madrid, 1998.

– Contra el comunismo. El comunismo sería un capitalismo de Estado. Digamos que sería, paradójicamente, un capitalismo hipertrofiado.

– La Humanidad no se habría emancipado gracias a la Ilustración. Todo lo contrario. Asistiríamos, en el siglo XX, a una nueva barbarie. Lo que fallaría es el tipo de razón: la razón ilustrada cuyo objetivo habría sido dominar la naturaleza. Resultado: temor, desencanto. Nunca habría habido menos esperanzas. La naturaleza -incluida la humana- se habría degradado a materia. Creo que cabe recordar que la materia de la que hablan los marxistas es la corpuscular-newtoniana: muerte organizada, administrada, por implacables leyes (omnipotentes y despiadados capataces matemáticos).

– Más resultados: vacío espantoso. Ese vacío, según Horkheimer, se estaría queriendo llenar con cosas como la “astrología, el yoga o el budismo”. En mi opinión, sería justamente lo contrario: el vacío es siempre sacro, siempre que se trate de un vacío-silencio radical. El problema es que hay mundos-poesía que terminan por necrosearse: sus bailarinas lógicas [Véase] se presentarían ya como quasicadáveres que convertirían la mente humana en una lúgubre pista de baile. La nada mágica (que es nuestro verdadero ser) se auto-fabrica y se auto-hechiza en infiernos. Eso sí: infiernos cuyo fuego es siempre seminal, vivificador: los mundos de estreno, las prodigiosas Creaciones, brotan ahí. Horkheimer mismo parece estar soñando con una razón, nueva, futura, nacida de otra, cruel: una nueva razón que sirva de hábitat paradisíaco para el ser humano.

– Sobre el Yoga. Horkheimer parece haberlo mirado de forma despectiva. Pero el segundo yogasutra de Patañjali dice algo así como que “el Yoga es el control de la mente para que no adopte formas (writtis)”. No cabe una libertad mayor: se apunta a una conciencia que no está finitizada en ninguna estructura. Que se sabe el infinito. Que se sabe soñadora-creadora de todos los mundos posibles. E imposibles.

– “Nostalgia de lo completamente otro”. Lo otro de lo que hay. Sí, Horkheimer, pero… ¿”Lo que hay” estás seguro que coincide con lo que esquematiza tu teoría social? ¿No podría ser “lo que hay” un absolutamente otro de tu teoría social… y de cualquier teoría? En mi opinión, cuando alguien presenta una actitud anti-sistema, acepta previamente un dogmatismo gnoseológico: sé cómo son las cosas -he visto “el sistema”- y lo rechazo. ¿Pero de verdad alguien puede afirmar que ha visto “el sistema”? ¿En qué “sistema” estamos?

– Solidaridad más allá de la clase. Aquí Horkhiemer es grande. El marxismo, en mi opinión, tiene el peligro de ser excepcionalmente clasista. Y, en ocasiones, despiadado con las clases por él demonizadas (una vez instauradas por su propio poetizar). Horkheimer habla de una solidaridad que surge del hecho de que todos los seres humanos deben sufrir y deben morir. Deben…

– Sueño de Horkheimer: un mundo en el que la vida humana sea más hermosa, más libre de dolor… ¿Sería hermosa una vida sin dolor? ¿Daría posibilidades de creación? ¿No era la creatividad algo que sublimaría la libertad humana? [Véase “Tapas”].

– Esperanza. Parece que Horkheimer la tuvo. Dijo que ese mundo en el que él sentía vivir no podía ser la última palabra… “La última palabra…”. Nietzsche exclamó alguna vez: “¡Cuántos dioses son todavía posibles!” Creo que cabría exclamar también: ¡Cuántas palabras -cuántas Poesías- están todavía pendientes de ser creadas… y habitadas!

– Pero creo que Horkheimer me diría que esas nuevas poesías deberían brotar del interior de cada ser humano: nunca venir impuestas por la sociedad. Cabe no obstante algo intermedio: recolectar poesías del huerto lógico de la sociedad. Y plantar ahí poesías nuestras. Para que las consideren otros. Y hacerlo en libertad.

El logos marxista es un modelo de mente. Un mundo entero con sus definiciones del Maligno (el inefable “Capital”). Un cielo platónico donde vivir hechizado.

Un concepto clave del marxismo es el de “explotación”. “Explotación por el poder”. ¿Qué poder? ¿Alguien de verdad sabe dónde está el poder dentro de eso que sean “las sociedades”?

La mayor explotación que yo he conocido es la que ejerce la diosa Vak (la diosa védica de la palabra). No sé quien/qué la gobierna a ella. Pero sí se que puede ser desactivada esa diosa -entera- con la meditación: el silencio radical: el acceso a un nivel de conciencia en el que “sabemos” que somos el infinito. Y que somos lo sacro.

La mayor liberación que puede ofrecerse a la “clase proletaria” es puramente lingüística: ningún ser humano es “proletario”. El verbo ser es una cosa muy seria.

En la escolástica se acuñó una frase decisiva para el que quiera pensar la libertad  en serio: Operari sequitur esse [el actuar es consecuencia del ser, del cómo se es]. Si se define y se programa un “ser” [soy proletario], el actuar queda igualmente definido y programado. Las posibilidades del ser humano quedan arruinadas. La esclavitud se ejerce desde las profundidades metafísicas de nuestra auto-definición (de  nuestra auto-creación).

Aunque cabe considerar la posibilidad de que nos fabriquemos infiernos -lingüísticos incluso- para, desde ahí, sublimar la belleza de los cielos.

¿Quién no ha experimentado el sedoso zarpazo de la belleza extrema, súbitamente, en un momento de extremo dolor, de extrema desesperación existencial?

Recuerdo ahora uno de esos zarpazos. Era de noche. El cielo estaba casi blanco de estrellas y mi pecho casi negro. Mi dolor de alma era muy intenso. Hacía viento. Y vi de pronto que las ramas blancas de un abedul se mezclaban con las estrellas blancas. El dolor se sublimó en algo que no sé si denominar “lo sagrado”. Y pensé que por un momento así merecía la pena la existencia del infierno (que era desde donde yo contemplaba aquel cielo).

Los miradores del infierno…

Espero incorporar muy pronto a mi diccionario filosófico las palabras “cielo” e “infierno”.

David López

 

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La bailarinas lógicas: “Fe”.

 

sumatorio-de-fes

 

“Tú ten fe y verás cómo se hacen realidad tus sueños”.

¿Tenemos a nuestra disposición, en cuanto seres humanos, esa fuerza descomunal? ¿Dónde se ejerce? ¿En qué espacio? ¿Con qué arcillas? ¿Arcillas de nuestra mente? ¿Arcillas de Dios?

Salvador Paniker, en una obra titulada Asimetrías, afirmó que la fe es la confianza en la realidad. Es una preciosa definición, aunque quizás pudiera estar sugiriendo cierto quietismo.

Sí parece, en cualquier caso, que la fe podría ser lo contrario del miedo, del miedo en sentido absoluto: de la desconfianza en la esencia más profunda de lo real. Y es sabido que la necesidad de sistema (de cobijo en cabañas de dogmas), e incluso la incapacidad de amar, podrían ser síntomas del miedo, esto es: de falta de fe; de fe en la realidad.

Unamuno [Véase]  nos ofrece sorprendentes (y bellísimas) reflexiones sobre el misterio de la fe en un texto publicado en 1900 bajo el título Tres ensayos (¡Adentro!; La ideocracia; La fe):

«P.—¿Qué cosa es fe?
R.—Creer lo que no vimos.»

¿Creer lo que no vimos? Creer lo que no vimos, no! sino crear lo que no vemos. Crear lo que no vemos, sí, crearlo, y vivirlo, y consumirlo, y volverlo a crear y consumirlo de nuevo viviéndolo otra vez, para otra vez crearlo… y así; en incesante torbellino vital. Esto es fe viva, porque la vida es continua creación y consunción continua, y, por lo tanto, muerte incesante. ¿Crees acaso que vivirías si a cada momento no murieses?

Y también lo hace en un capítulo de su obra Del sentimiento trágico de la vida que lleva por título “Fe, Esperanza y Caridad”:

“La fe nos hace vivir mostrándonos que la vida, aunque depende de la razón, tiene en otra parte su manantial y su fuerza, en algo sobrenatural y maravilloso. Un espíritu singularmente equilibrado y muy nutrido de ciencia, el del matemático Cournot, dijo: ya que es la tendencia a lo sobrenatural y a lo maravilloso lo que da vida, y que a falta de eso, todas las especulaciones de la razón no vienen a parar sino a la aflicción del espíritu (Traité de l´enchainement dans les sciences et dans l´histoire, & 329). Y es que queremos vivir.

“Más, aunque decimos que la fe es cosa de la voluntad, mejor sería decir acaso que es la voluntad misma, la voluntad de no morir, o más bien otra potencia anímica distinta de la inteligencia, de la voluntad y del sentimiento. Tedríamos, pues, el sentir, el conocer, el querer y el crecer, o sea, crear. Porque no el sentimiento, ni la obediencia, ni la voluntad crean, sino que se ejercen sobre la materia dada ya, sobre la materia dada por la fe. La fe es poder creador del hombre. […] La fe crea, en cierto modo, su objeto. Y la fe en Dios consiste en crear a Dios y como es Dios el que nos da la fe, es Dios el que nos da la fe en El, es Dios el que está creando a sí mismo de continuo en nosotros”.

En su obra Sobre la voluntad en la naturaleza, Schopenhauer incluyó un sorprendente capítulo titulado “Magnetismo animal y magia”. Una sola convicción ilumina todas las frases de este capítulo: el ser humano tiene acceso en su interior a la omnipotencia; a algo capaz de dejar en suspenso las leyes de la naturaleza y de provocar fenómenos imposibles. Pero, para ello, hay que creer. Creer, por ejemplo, que una barra de metal puede curar (mesmerismo). Basta con creer. Y con imaginar. Creer en que lo imaginado puede fecundar la nada.

Imaginación. Fe. Esperanza de lo inesperable. ¿Alguien conoce los límites lógicos de lo esperable?

¿Y quién/qué cree en nuestro creer? ¿Quién sueña en nuestro soñar? ¿Cuánto hay todavía por crear? ¿Es el ser humano, como pensó Sartre [Véase], una nada que se tiene que configurar a sí misma, darse sentido a sí misma ante la (para Sartre-obvia) inexistencia de Dios?

Llegados a este punto, creo que el concepto “fe”  se despliega en tres niveles semánticos, e incluso ontológicos y hasta éticos:

1.- Fe como creencia acrítica, perezosa, tribal, cobarde incluso: creencia de que determinadas teorías, modelos, ideas, son correctos, deben ser creídos. Hay que tener fe en lo dicho por otros.

2.- Fe como confianza en la realidad (en el sentido mencionado al comienzo de este artículo). Se siente, se está convencido, de que estamos en una especie de glorioso diamante, que la omnipotencia infinita nos ama. Que el infinito misterio es, a la vez, glorioso y que está atento a cada uno de nosotros.

3.- Fe como consciencia de que se tiene acceso a la omnipotencia, de que, mediante una especie de ritual de esfuerzo, cabe conseguir cosas que parecen imposibles. Estaríamos aquí quizás ante un Tapas consciente [Véase Tapas]. Creo que en este último nivel —que, en mi opinión, es el más elevado en todos los sentidos— cabe ubicar el trabajo. La fe sin trabajo no es verdadera fe.

La foto que sobrevuela estos apuntes muestra a un grupo de hombres construyendo un andamio en un espacio que parece ilimitado. Es una imagen que me produce un extraordinario sobrecogimiento estético y metafísico. Y es que veo en ella un sumatorio que resquebraja mi mente y la deja con olor a infinito; mejor dicho: a infinita creatividad. Si efectivamente nuestra fe tiene efectos creativos (configurativos de realidades objetivas), cabría visualizar en un todo armónico la suma de los actos de fe de todos los seres humanos: de todos los que existieron y existirán (si es que insistimos en atribuirlos a ellos —a nosotros— esa facultad excepcional de creer/crear).

Uno de los obreros (uno de los creyentes) de la foto parece estar fabricando el propio sol, al propio Dios-Sol. O, quizás, el sol como esfera ígnea dentro del dibujo mítico que la ciencia hace todavía del universo. Ese obrero, en cualquier caso, parece estar creando un decisivo foco de fuerza dentro del todo en el que él cree.

Trato de imaginar el rugido final de todos los actos de fe emanados de todos los seres humanos que existieron, que existen y que existirán. Y trato de pensar cuál puede ser la energía genésica resultante de ese gigantesco coro de sueños. Quizás cabría ver ahí la Creación con mayúscula (con un solo soñador de fondo, autodrifactado). Creación siempre viva, siempre fertilizando la nada. Creación ubicua y omnipotente, pero autodifractada en cada ser humano que es capaz de creer/crear: de tener “fe”.

La fe de Dios en la posibilidad de hacer real lo que Él imagina.

Yo no sé qué se está construyendo con el soñar de todos los soñadores… con ese gigantesco andamio que están levantando, a la vez, todos los que creen en algo. ¿Qué está creando Dios a través del creer/crear de sus criaturas? ¿En qué cree Dios? ¿No sería maravilloso poder asomarse a su obra, con las manos entrecruzadas en la espalda?

Tener fe es confiar en que algo grandioso se está construyendo, siempre, a golpe de sueños. A golpe de creencias. Y que estamos implicados en esa grandiosa construcción.

Por último, quiero compartir el estupor maravillado que me produce imaginar, atisbar, el sumatorio de actos de fe de todos los seres humanos, el estruendo de esa descomunal catarata de actos de fe (de sueños).

David López