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Las bailarinas lógicas: “Estado”.

 

 

“Estado”. Dice el Tao Te Ching que es un aparato muy espiritual. Muy delicado. ¿Estará —ese “aparato”— también hecho con la misma materia con la que, según Shakespeare, se hacen los sueños? Creo que sí. El mundo es una red de sueños y soñadores.

Pero podría ser que, con ocasión de la histórica pandemia provocada por el coronavirus, esos sueños mutaran en pesadillas, que los Estados se hipertrofiaran y que el ser humano perdiera, por miedo, su sacra libertad: que dejara que el Estado entrara, y edificara, y gobernara, en los más sublimes valles y bosques de su alma. Sería un gran error, pues el Estado, por sí mismo, carece de vida, de alma, de magia, de sacralidad: no es nada sin el prodigio del ser humano individual. El Estado puede ser una amenaza real para la ecología del alma. Pero puede ser también un garante (una especie de macro-sacerdote) de esa sacra ecología.

“Estado”. ¿Qué es eso? ¿Alguien lo ha visto? ¿Alguien lo ha podido tocar, oler?

¿Es el Estado una creación humana o al revés?

La inquietante imagen que vive en el cielo de este texto corresponde a un fabuloso ser vivo denominado Dictyostelium discoideum. También conocido como “Moho del fango”. Supe de él leyendo Emergence, de Steven Johnson. Ese moho me parece una imagen perfecta de un Estado. Lo explicaré más adelante. Otra imagen perfecta de Estado es, en mi opinión, la que aparece en el video que incorporé en el texto que explica lo que entiendo por “Bailarina lógica” [Véase].

Antes de exponer mis ideas sobre eso que haya detrás de la palabra “Estado”, creo que puede ser muy útil, como propedéutica, caminar y escuchar por los siguientes parajes:

1.- El Tao Te Ching. “Poder amar al pueblo y gobernar el Estado, sin actuar”./ “El imperio es un aparato muy espiritual. No se puede manipular con él. Manipular con él es estropearlo. Cogerlo ya es perderlo”. (Tao Te Ching, traducción de Carmelo Elorduy, Tecnos, 2000). Creo que “manipularlo” es, simplemente, corromperlo. No ponerlo al servicio de la plenitud, de la sacralización del ser humano. Que el ser humano no sea el fin único del Estado, sino su medio, la materia de la que se nutra.

2.- Los sofistas de la antigua Grecia. El Estado sería equivalente a una mezcla de lo que ellos denominaron “Polis” y “Nomos”.  ¿Es el Estado —Polis/Nomos—el enemigo del hombre? ¿Es simplemente un instrumento en manos del poderoso? Protágoras de Abdera: el Estado sería un pacto colectivo derivado de la necesidad (de la connatural indigencia humana). Trasímaco: el que gobierna llama justo a lo que satisface su interés egoístas. Gorgias: el Estado al servicio del más fuerte; y el más fuerte es aquél—ser humano—que domine la palabra. Volvemos a nuestra diosa Vak (la palabra que habla y alardea de su propio poder en el Rig Veda). Tal como parece que pensaba Gorgias, el hombre (poderoso) se creería dueño de esa diosa. Foucault [Véase], o Levi-Strauss [Véase], entre muchos otros, creyeron, o al menos dijeron, lo contrario. ¿Es la palabra entonces la que gobierna los Estados, o gobiernan ellos en virtud de la palabra… estatalizada? Respecto de los tesoros de ideas disponibles en la antigua Grecia no dejéis de leer  estas dos obras: W. K. C. Guthrie: A History of Greek Philosophy (Cambridge University Press, 1969). Edición en español: Historia de la Filosofía Griega (Gredos, Madrid 1988); y Sofistas: testimonios y fragmentos (introducción, traducción y notas de Antonio Melero Bellido, Gredos, Madrid 1996).

3.- Agustín de Hipona y la Ciudad de Dios: el Estado sería una congregación de hombres que tienen unas creencias comunes. Y que comparten un objeto de su amor. San Agustín distingue entre una ciudad celeste espiritual (civitas coelestis spiritualis), una ciudad terrena espiritual (civitas terrena spiritualis) y una ciudad terrena carnal (civitas terrena carnalis). Hay una página en internet que me parece de enorme utilidad para quien quiera estudiar a este gran pensador cristiano: http://www.augustinus.it/. Y una obra de gran interés sobre la posible pervivencia y transformación del concepto de Ciudad de Dios a lo largo de la historia es la siguiente: E. Gilson,  Les métamorphoses de la cité de Dieu (Vrin, Paris 1952). Edición española: La metamorfosis de la ciudad de Dios (Rialp, Madrid 1965). En mis conclusiones afirmaré que todo proyecto político debe contar con un modelo de “Ciudad” ideal y amarlo. Y que cualquier Estado es, siempre, “civitas spiritualis”.

4.- Thomas Hobbes. Leviathan. El estado como monstruo necesario, y violento. Ese monstruo es es la única forma de frenar la “guerra de todos contra todos”. 

5.- Baruch Spinoza: Tratado teológico-político (Alianza editorial, Madrid 1986). Al final de esta obra se dice que “nada es más seguro para el Estado, que el que la piedad y la religión se reduzca a la práctica de la caridad y la equidad; y que el derecho de las supremas potestades, tanto sobre las cosas sagradas como sobre las profanas, solo se refiera a las acciones y que, en el resto, se conceda a cada uno pensar lo que quiera y decir lo que piense”. Creo que este consejo de Spinoza es de inmensa valía. Sin libertad de pensamiento y de expresión no hay persona humana.

6.- Nietzsche: Así habló Zarathustra. En el capítulo titulado “Sobre el nuevo ídolo”, el filósofo del martillo dice esto: “Ahí, donde termina el Estado, ¡mirad bien hermanos míos! ¿No veis el arco iris y los puentes del Super-ser humano”. (Edición de Colli y Montinari, Deutscher Taschenbuch Verlag, München 1999, p. 64). A partir de estas frases de Nietzsche cabría decir que todo Estado necesita de seres humanos que se aparten de él para, así, revivificarlo con nuevas ideas: nuevas cosas a las que amar colectivamente: nuevos sueños que soñar en red. Y ese apartarse del Estado no tendría que implicar un acto ni siquiera físico. Valdría una cierta capacidad mental de -relativa- desprogramación: de lúcida y revivificante distancia. Nietzsche en realidad se consideró una especie de terapeuta de la civilización: creyó en la creación de algo así como un “logos azul” que podría modificar el estado de conciencia de eso que, desde este nivel de conciencia, llamamos “Ser humano”.

7.- Simone Weil: “una vida colectiva que, aun animando calurosamente a cada ser humano, le deje a su alrededor espacio y silencio”. Creo que no pueden no leerse: La pesanteur et la grâce (Plon, Paris 1988). En español: La gravedad y la gracia (Traducción e introducción de Carlos Ortega, Trotta, Madrid 2007). Y: L’Enracinement, prélude à une déclaration des devoirs envers l’être humain. En español: Echar raíces (Presentación de Juan-Ramón Capella, Trotta, Madrid 2014).

8.- El moho del fango (Dictyostelium discoideum). Me parece muy interesante este libro: Steven Johnson: Emergence. The Connected Lives of Ants, Brains, Cities and Software (Scribner, New York, 2001). Edición española: Sistemas emergentes. O qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software (Turner-Fondo de Cultura Económica, Madrid 2003). La tesis fundamental de esta obra es que los sistemas (como las ciudades por ejemplo) se organizan “de abajo arriba”, sin una guía superior. Todo funcionaría perfectamente sin que nadie -ninguna inteligencia particular-sepa cómo funciona. El moho del fango sería un sistema biológico prodigioso: una congregación espontánea de seres vivos individuales que, temporalmente, dejan de ser varios y pasan a ser uno: pasan a querer, a amar, a ser, lo mismo. Yo sostendré que eso podría ser un Estado: ilusión colectiva. Pero frágil. Casi delicuescente.

Ofrezco a continuación algunas reflexiones personales:

1.- El tema del Estado -o la “Ciudad” en sentido amplio- me parece de importancia capital. El ser humano -el individuo- es social y esa sociedad, ese cuerpo, es determinante para sus posibilidades de desarrollo. Y viceversa.

2.- El Estado como objetivización y, a la vez, garante, de sueños colectivos, como una divinidad meta-antrópica, un Dios creado por el hombre y creador del hombre que usa la violencia, y el amor, a la vez, para cohesionar voluntades e ilusiones particulares. Pensemos en el cuadro de Escher en el que dos manos se pintan (se otorgan realidad, se configuran) recíprocamente.

3.- El Estado es un ser muy poderoso: controla, en buena medida, la educación: el programa básico de los soñadores. El Estado instala un cosmos entero en la conciencia de sus ciudadanos. Se puede decir que el universo entero es estatal, porque es un producto educacional. No sabemos como es el universo en sí: solo sabemos cómo es el universo que nos ha narrado el Estado.

5.- El Estado se crea discursivamente (se teoriza) a sí mismo, como un Dios con cierta aseidad. El Estado depende de los cerebros estatalizados de sus ciudadanos para existir en la materia, y también para recibir materia discursiva: el Estado es algo pensado, teorizado, por los ciudadanos estabilizados.

6.- Un buen Estado debe fabricar ilusiones permanentes. Ilusiones posibles. Un estado debe ser algo así como Dream Works. Su mayor amenaza no es, como dijo Hobbes, la guerra civil, sino el aburrimiento: la falta de ilusión: la ausencia de hechizos capaces de movilizarnos bioquímicamente (por utilizar una palabra aceptada hoy día por el sistema educativo de este Estado).

7.- Un fenómeno desconcertante, metafísicamente fabuloso: el Estado es una fuente poderosa de emisión de Logos (el sistema educativo, la Ley, medios de comunicación, etc.). Pero esa emisión, a la vez, está nutrida por la emisión lógica de sus ciudadanos: por lo que piensan y dicen. Estamos ante un flujo lógico impresionante y desbordante para nuestra inteligencia, digamos, estatalizada. El conjunto y la parte se autofecundan permanentemente: no se sabe dónde está el poder.

8.- ¿Cómo será el “Estado en sí”, esto es: no mirado a través de nuestra conciencia estatalizada?

9.- El Estado es un mito que se hace a sí mismo. Una fuerza invisible que modifica la materia al servicio de ese mito (armas, por ejemplo). Es pura magia pragmática al servicio de una idea. El Estado controla incluso la narración histórica. Es su raíz lógica. Su teogénesis. Creo que puede ser útil aquí leer la palabra “Historia” [Véase].

10.- “Ciudad de Dios”. Si por “Dios” entendemos la Idea superior a la que debe estar -o está de hecho- sometido todo lo que se entienda por “real”, cabría afirmar que todo modelo de Estado presupone la creencia en una “Ciudad de Dios”. 

11.- Creo que, mientras vivamos vertebrados con otros seres humanos, es crucial que amemos esa vertebración: que amemos el Estado; y que ese amor nos lleve a querer lo mejor para “él” (la mejor forma para “él” si se quiere, lo cual implicaría una constante vigilancia, y la asunción de algo así como un modelo ideal: una “Ciudad de Dios”). Y el Estado debe amar, incondicionalmente, a sus ciudadanos. A todos.

12.- ¿Cuáles son los límites físicos, o incluso espirituales, del Estado? ¿Cuáles las fronteras entre el Estado y la Naturaleza? Ninguna. Ya afirmé antes que tengo la sensación de que el universo (como modelo, como narración, como Cosmos) es estatal: forma parte de la estatalizada forma de mirar al infinito misterio (la magia) que nos envuelve y que nos constituye. [Véase”Naturaleza”].  Pero podría decirse también que esa infinita magia arde también (con fuego consciente) en todos los rincones lógicos y físicos y burocráticos de todos Estados. Esos seres “artificiales” no pueden escapar de la tormenta de prodigios que sacude todos los rincones de lo real. Nada puede hacerlo.

13.- Desde la Apara-Vidya [Véase] que yo venero, creo que un Estado debe tener un objetivo ineludible: encender los ojos, de los niños primero, y de los que no lo son después. Un Estado debe ser capaz de generar ilusiones sostenibles (para poder seguir soñando). Y, sobre todo, debe ser capaz de actualizar seres humanos (desarrollarlos en plenitud). Esa actualización, como diría Aristóteles, ocurre cuando el ser humano activa plenamente el filósofo que lleva dentro.

14.- Pero no solo la Filosofía debe ser propiciada y amada por el Estado, sino también la creatividad de sus individuos: precisamente de ahí obtiene él sus nutrientes, su vida misma, su textura onírica, su poderío ilusionante.

15.- Los estados totalitarios, hiper-colectivistas, primero secan los manantiales espirituales de sus ciudadanos y después, se secan ellos por completo.

16.- En “estado” de meditación desaparece el “Estado”. Pero, a su vez, un Estado debe ser capaz de entregar espacio y tiempo a sus ciudadanos para que puedan meditar. Pues será gracias a esos espacios, a esos silencios, como podrá entrar en el Estado la energía infinita de lo sagrado.

17.- Un Estado que propicie, con amor y con respeto, la Filosofía y el Arte sentirá muchos más vértigos, deberá asumir -él y sus ciudadanos- posturas mentales más difíciles, pero disfrutará -él y sus ciudadanos-, todos, del olor de la brisa de la fertilidad y de la belleza infinitas. Estará vivo de verdad: sublimado.

Cabría por tanto acuñar el concepto de “Estado sublimado” y luchar por su materialización: que ese Verbo se haga carne.

David López

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Pensadores vivos: Moisés Naím

 

 

Este artículo está dentro de mi intento de contemplar -y calibrar- eso que sea el pensamiento actual: por así decirlo, los cerebros que estén emitiendo ideas, visiones, incluso sentimientos, con especial fuerza, con especial lucidez. Ahora.

A comienzos de este año leí en el texto infinito que nos envuelve (y que intenta definirnos) que el “poderoso” dueño de FaceBook (Zuckerberg) ha decidido crear un club de lectura. Para ello tenía Zuckerberg que elegir un libro/un autor. Y los agraciados por esa decisión quasi-divina han sido Moisés Naím y su obra El fin del poder. 

He entrado en esta obra con gran interés, a pesar de que no soy asiduo a los ensayos sobre política (o geopolítica, o economía política, o socio-economía-política…).

Y he leído en Internet que Moisés Naím nació en Libia, de padres judíos que emigraron a Venezuela. Que en este país llegó a ser ministro de Fomento. Que ha sido también director del Banco Mundial y director de la revista Foreign Policy. Que se doctoró en el MIT. Que ha recibido el Premio Ortega y Gasset de periodismo… Y él mismo se presenta en la introducción del libro afirmando que conoció y conoce los lugares donde se reúnen los “poderosos” (?): Davos, FMI, Bildenberg, etc. Hay que escucharle.

Sobre todo después de afirmar (tras su experiencia como ministro):

“Tardé años en comprender del todo la lección más profunda que me dejó esa experiencia. Se trataba, como ya dije, de la enorme brecha entre la percepción y la realidad de mi poder. Sin embargo, en la práctica, no tenía más que una limitadísima capacidad de emplear recursos, de movilizar personas y organizaciones y, en términos generales, de hacer que las cosas sucedieran” (p. 13-14 de la edición de Debate, 2013).

Pero pocos párrafos más adelante, tras afirmar que el poder está “sufriendo mutaciones muy profundas”, nos dice Naím:

“De ninguna manera quiero decir que en el mundo no haya muchísima gente e instituciones con un inmenso poder”.

Yo, sin embargo, siento en el corazón de mi inteligencia, de forma creciente y desde hace muchos años, que esos poderes (los “de arriba”) no son poderosos. Ni malvados. Que lo que mueve la voluntad de los “poderosos” escapa a su voluntad consciente. ¿Qué/quién mueve el mundo? Depende de lo que entendamos por “mundo” y por “mover”.

Esta página intenta ser puramente filosófica. Esto significa que cualquier realidad que entre en ella será iluminada, simultáneamente, con todos los focos que yo tenga disponibles. Lo dijo Ortega y Gasset [Véase]: la Filosofía busca una imagen “enteriza” de la realidad. De ahí su imprecisión; y (diría yo) su gran capacidad de abrir bellísimos -y sobrecogedores- horizontes en los lugares más aparentemente confinados por un esquema.

La obra de Moisés Naím es brillante, estimulante, honesta creo; pero no es filosófica. Tampoco lo pretende, aunque, al apoyarse conceptualmente en eso que sea “el poder”, al abismarse en la ontología, acude a alguna cita de Nietzsche y a algún pensamiento aristotélico. También utiliza de forma muy oportuna una expresión de un amigo de Nietzsche (Jakob Buckhart), el cual advirtió del enorme daño civilizacional que pueden causar los “grandes simplificadores”.

Durante la lectura de El fin del poder he estado condicionado por una espera. Esperaba yo que Moisés Naím citara a Michel Foucault, el cual propuso al sueño lingüístico colectivo que nos cohesiona y que nos ilusiona un concepto extraordinariamente lúcido (lúcido aunque siempre dentro de este hechizo fabuloso del que no podemos salir). Me refiero al concepto de “microfísica del poder”. [Aquí se puede leer mi artículo completo sobre Michel Foucault].

Ideas fundamentales de El fin del poder

1.- Fin del poder. Ese es el título de la agraciada obra de Naím. Pero lo cierto es que no encontramos en ella esa posibilidad, ese proclamado final. Sí encontramos la idea de que estamos asistiendo a una degradación y a una mutación del poder: el poder cada vez sería más accesible, más difícil de mantener y más fácil de perder. Las barreras que “los poderosos de siempre” tienen estructuradas para proteger su codiciado poder estarían ahora más amenazadas que nunca. Y esto (que según Naím abre grandes posibilidades a la humanidad) generaría también amenazas que hay que considerar: el caos, la inestabilidad total, la inseguridad incluso física, etc.

2.- ¿Qué entiende Naím por “poder”? Hay un epígrafe concreto en la obra cuyo título es “Pero, ¿qué es el poder?” (p. 37). Y se nos ofrece la siguiente definición: “El poder es la capacidad de dirigir o impedir las acciones actuales o futuras de otros grupos o individuos. O, dicho de otra forma, el poder es aquello con lo que logramos que otros tengan conductas que, de otro modo, no habrían adoptado”. Estamos, me parece a mí, ante una concepción del poder que se concibe exclusivamente como acción hacia fuera. Que los otros hagan lo que queremos. Me temo que eso exige menos fuerza y pericia que conseguir que nosotros ejerzamos poder sobre nosotros mismos. Que nos obedezcamos. El Yoga, por ejemplo, ofrece enormes poderes (siddhi) para ser desplegados en el universo (siempre interior) del yogui. También eso que entiende Naím por “mundo real” es una edición, un modelo, creado en su cerebro (si es que seguimos las concepciones cerebralistas actuales). Y cierto es también que eso que sea el mundo donde ejercer o detener o controlar el poder, nunca dejará de ser otra cosa que una narración, una tradición social (más o menos convincente). El verdadero poder sería la capacidad de destruir o crear mundos enteros. O incluso de conservarlos, una vez reducidos (y sacralizados) con palabras, con sagradas escrituras [Véase “Upanayana”].

(Creo oportuno reproducir aquí un Twitt de Moisés Naím en el que, inducido por la poetisa norteamericana Muriel Rukeyser, parece haber recibido en el alma de su cerebro el impacto de la mirada de la diosa Vak):

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“The universe is made of stories, not atoms” Muriel Rukeyser

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3.- ¿Qué es lo que ha cambiado en ese mundo que Naím tiene por objetivo, exterior? (disculpad por favor este exceso puntual de idealismo berkeliano). Naím habla de una triple revolución, asumiendo el riesgo de proponer una tesis hermenéutica muy forzada, pero que sin duda puede ofrecer muchas posibilidades prácticas. Y utiliza una técnica, digamos “cabalística”, para exponer esa tesis (p.89): revolución del más, revolución de la movilidad y revolución de la mentalidad. Las “tres emes”.

– Primera eme: Más. Naím dice que vivimos en una época de abundancia. Dice que hay más de todomás bienes y servicios, más gente, mucha más, más partidos políticos, más estudiantes, más armas, más medicinas, más… Mucha más gente: dos mil millones más que hace dos decenios. Y se dice que la primera década del siglo XXI, a pesar de la crisis financiera, ha sido “la mejor de todas”: bajada espectacular de la pobreza en los países en vía de desarrollo, un aumento impactante de la clase media mundial (a la vez que se contrae la clase media de los países desarrollados). Se dice incluso que en 2013, en America Latina, “el número de personas que pertenecen a la clase media sobrepasó, por primera vez, a la población pobre”. Y que el 84 por ciento de la población mundial está alfabetizada. Y que hay una rápida expansión  de la población científica.  Y que los seres humanos “gozan ahora de una vida más larga y más saludable que sus antepasados, incluso que los más recientes de ellos” (p.93). Moisés Naím ofrece una clave para entender la degradación del poder: “cuando las personas son más numerosas y viven vidas más plenas, se vuelven más difíciles de regular, dominar y controlar”.

– Segunda eme: Movilidad. Habla Naím de las transformaciones que provoca la migración en las estructuras del poder, y de todo. Y estaríamos ante una migración planetaria con una rapidez y una intensidad nunca conocidas.

– Tercera eme: Mentalidad. Cree Naím que están ocurriendo decisivos cambios en la “mentalidad”, supongo que colectiva: “La inclinación de los jóvenes a poner en duda la autoridad y desafiar al poder se ve reforzada por las revoluciones del más y de la movilidad . No solo hay más personas menores de treinta años, sino que tienen más: tarjetas de llamadas prepago, radios, televisores, teléfonos móviles, ordenadores y acceso a internet, además de posibilidades de viajar y comunicarse con otros como ellos en su país y en todo el mundo” (p. 107).  “La incapacidad de Estados Unidos y de la Unión Europea de cortar la inmigración ilegal o el tráfico ilícito es un buen ejemplo de cómo el uso del poder vía la coacción y la fuerza no da tan buenos resultados” (p. 116).

4.- Apertura a un futuro absolutamente novedoso: “No será la primera vez que esto sucede. En otras épocas también hubo estallidos de innovaciones radicales y positivas en el arte de gobernar […] Ya va siendo hora de que haya otro […] Empujada por los cambios en la manera de adquirir, usar y retener el poder, la humanidad debe encontrar, y encontrará, nuevas formas de gobernarse”.

No parece sin embargo que Moisés Naím, en su optimista apertura a esas “innovaciones radicales”, quiera cuestionarse, por ejemplo, el modelo sociológico, económico (y antropológico) que permite seguir afirmando que existen seres humanos “desempleados”. No cuestiona por tanto el en mi opinión esclavista binomio empleado/desempleado. Tampoco cuestiona los partidos políticos como instrumentos fundamentales para la participación de los ciudadanos en eso de “la Democracia”.

Yo creo que el único camino ascendente para la Humanidad es la desactivación de los discursos de identificación de ser humano con cosas como “Estados”, “Naciones”, “clases sociales”, “religiones”, “ideologías”, “partidos políticos”. Está pendiente una política planetaria basada en el puro humanismo: una red de monarcas absolutos (diamantes ontológicos absolutos) vinculados entre sí por hilos de oro ético. Una política, si se quiere, basada en el amor (Martha Nussbaum, Political emotions: why love matters for justice, The Belknap Press of Harvard University Press,  Cambridge, Massachusetts, 2013).

Lo grande de El fin del poder de Naím es que no solo ofrece un erudito, ordenado y responsable análisis del hipercomplejo mundo humano actual,  sino que es también capaz de llevarnos a un misterioso piso de arriba, a un cuarto de magos donde quizás seamos capaces de crear una sociedad a la altura de lo más alto del ser humano. Será entonces el comienzo del verdadero poder, ejercido dentro de esos diamantes, e irradiado hacia los demás en forma de amor.

Y entiendo por amor un acto de voluntad en virtud del cual el ser humano es contemplado, y es tratado, como un templo sagrado.

David López

* Vuelvo a este artículo ocho años después para recomendar esta entrevista que Adriana Amado realizó a Moisés Naím: 

Entrevista a Moisés Naim. Adriana Amado. 2023

 

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Pensadores vivos: Peter Sloterdijk

 

 

Peter Sloterdijk (Karlsruhe, 1947) es un pensador que, desde hace varios años, me ha acompañado en muchos de mis solitarios desayunos ante los indecibles horizontes de Castilla, la Vieja. Me ha acompañado Sloterdijk, sin materia, desde la pantalla de mi ordenador, sentado él en un sofá de dos plazas colocado frente a otro sofá gemelo en el que siempre estaba mi tan admirado Rüdiger Safranski. Las dos plazas restantes las ocupaban los pensadores invitados. Me estoy refiriendo al programa Philosophisches Quarttet (ZDF). Este programa se dejó de emitir en 2012, pero gracias a YouTube se pueden rescatar muchas de sus emisiones, supongo que ya por los siglos de los siglos. ¿O no? ¿Qué sustituirá a eso de “Internet”? ¿Adónde vamos?

La obra de Sloterdijk me provoca un gran interés, a pesar de que este pensador legitima plenamente a Rajneesh-Osho como gran figura espiritual del siglo XX. Llega incluso Sloterdijk a considerar que Rajneesh-Osho como el Wittgenstein de la religión. Una afirmación para mí completamente inaceptable. Sí comparto con Sloterdijk la fascinación por Nietzsche, por Deleuze [Véase] y por Foucault [Véase]. A Heidegger [Véase] le considera el filósofo más relevante del siglo XX y le ubica al nivel de Nietzsche, Hegel y Platón. Yo tengo mis dudas. 

Me parece en cualquier caso decisiva, grandiosa y crucial esta pregunta de Sloterdijk: “¿Adónde venimos cuando venimos al mundo?” Esta pregunta fue tratada con especial profundidad por Kitaró Nishida [Véase]. Él habló de una Nada prodigiosa. Pero no de una desesperante nada de corte materialista-existencialista.

Esa Nada sería nuestro hábitat real — y a la vez nuestra esencia —: una “nada relativa” diría Schopenhauer, que es tal en cuanto que no es nada de lo que se conoce, de lo que es de este mundo, de lo que se puede incluso imaginar desde este mundo. Diríamos que su inmensidad revienta por dentro cualquier sustantivo, o cualquier sistema organizado de sustantivos. Una Nada sacra y sacralizante que es más de lo que cualquier ‘algo’ puede ser jamás. Ahí es donde estamos. Y eso es lo que somos. Me parece a mí.

Ofrezco unas breves reflexiones sobre algunas ideas de algunas obras de Sloterdijk. Estas ideas las he extraído básicamente de su obra capital: la trilogía Esferas. Las citas que aparecen en el presente texto se refieren a la edición alemana de Suhrkamp (Frankfurt am Main 1998). También haré referencias a un diálogo entre Sloterdijk  y Hans-Jürgen Heinrichs publicado en 2001 bajo el título Die Sonne und der Tod [El sol y la muerte]. Mis citas se refieren a la edición española de Siruela (Madrid 2003), la cual ofrece la traducción de German Cano. 

Estas son algunas de las ideas de Sloterdijk que burbujean por el momento en eso que sea mi mente (las traducciones de la trilogía Esferas, siempre muy mejorables, son mías):

1.- La metáfora de las esferas.

Esferas está compuesta por tres libros, tres metáforas esféricas: Burbujas, Globos y Espumas. Esferas… Serían hábitats geométricos artificiales — digamos míticos— pero imprescindibles para la vida humana. Creo que debe prestarse especial atención al prólogo que Sloterdijk ofrece como puerta de entrada a su trilogía, y en el que recuerda la famosa inscripción que, según se dice, se podía leer en la entrada de la academia de Platón: “Manténgase alejado de este lugar quien no sea geómetra”. Sloterdijk termina su prólogo afirmando que él redactaría así el cartel de entrada a su trilogía: “Manténgase alejado quien no esté dispuesto a elogiar la transferencia y a rechazar la soledad”.

2.- Transferencia [Übertragung]. Y Filosofía.

Oigamos a Sloterdijk en Burbujas (Primera parte de su trilogía): “De los excedentes del primer amor, el cual se desprende de su origen para, recomenzando libremente, avanzar en otro lugar, se nutre también el pensamiento filosófico, del que debe saberse especialmente que es un caso de transferencia de amor al todo. Nada ha dañado tanto el pensamiento filosófico como esa patética reducción temática que con razón y sin razón se basa en modelos psicoanalíticos. Por el contrario, hay que insistir en que la transferencia es la fuente formal de los procesos creadores, los cuales dan alas al éxodo de los seres humanos hacia lo abierto. No transferimos tanto incorregibles afectos [unbelehrbare Affekte] a personas extrañas, como tempranas experiencias espaciales a nuevos lugares y movimientos primarios a escenarios lejanos. Los límites de mi capacidad de transferencia son los límites de mi mundo” (p. 14).

3.- Estar en lo inmenso.

Así termina Burbujas: “De este modo cambia otra vez el sentido de En; teniendo en cuenta las guerras de globalización y los avances técnicos que darían su carácter a nuestro siglo, Ser-En significa: habitar lo inmenso. Kant había enseñado que la pregunta con la que el ser humano se asegura su lugar en el mundo debía ser: ¿Qué podemos esperar? Tras las des-fundamentaciones [Entgründungen] del siglo XX sabemos que la pregunta suena así: ¿Dónde estamos cuando estamos en lo inmenso?” (Burbujas, p. 644).

3.- Vida, construcción de esferas y pensamiento como distintas expresiones para lo mismo (Burbujas, p. 12). Me viene a la cabeza el comentario que Vivekananda hizo al segundo Yoga-Sutra de Pantañjali. Vivekananda afirmó en su ineludible obra Raja-Yoga (Ramakrishna-Vivekananda Center, Nueva York 1956) que el Yoga busca la eliminación de las formas de la mente, llamadas en sánscrito “Writtis” (literalmente “burbujas”). La eliminación de esas burbujas permitiría la contemplación de nuestro verdadero yo, el que es eterno, omnisciente, todopoderoso, libre… Cabría incluso confundirse, identificarse, con unas burbujas concretas de las que se forman en nuestra mente: identificarse con el yo ‘artificial’, el yo pensado, construido, burbujeante… Pero: ¿Quién/Qué fabrica esas burbujas tan hechizantes? Si, según Sloterdijk, la vida y el pensar y el construir esferas (burbujas) es lo mismo, ¿no podría apuntar el Raja Yoga a un estado de conciencia carente de vida?

4.- Esferas II (Globos).

Dice Sloterdijk: “Si te tuviera que expresar en una sola palabra el motivo dominante del pensamiento europeo en su época metafísica, dicha palabra solo podría ser: globalización”. “Tener un lugar en la Naturaleza significa, ahora, a partir del encuentro entre Ser y Círculo, tener un lugar en una gran bola, sea central o periférico” (Globos, pp. 47-48). Parecería, no obstante, que Sloterdijk fomenta una salida de cualquier modelo de “gran bola”: la libertad y el vuelo del pensamiento y del sentimiento humanos hacia “lo abierto”: lo no abarcado por geometría alguna, terrenos vírgenes para… ¿Crear nuevas esferas?… ¿Siempre por transferencia de ese primer amor sentido dentro del seno materno?

La Edad Moderna como cambio de situación cósmica del hombre. El modelo antiguo, según Sloterdijk, consideraba al planeta Tierra como la cloaca del cosmos en cuyo centro final estaría el infierno. Sloterdijk señala que la antigua imagen europea de mundo  sería “infernocéntrica”. Copérnico habría emancipado la Tierra, la habría sacado de esa miserable situación central. La Era Moderna, a diferencia de lo sostenido por Freud, no habría herido el narcisismo del ser humano al proclamar que la Tierra no era el centro del universo. La herida, según Sloterdijk, habría venido de la “incesante expansión del mecanismo, en detrimento de la ilusión del alma” (El sol y la muerte, pp. 187-193). Una humillación producida por las máquinas. 

Desaparición del firmamento, de la imagen de universo-contenedor. Según Sloterdijk la historia de las ideas en Europa habría dejado el globo terráqueo solo, en mitad de lo indefinible, del caos. Se perdería así “el confort del contenedor”, “la idea confortable de habitar en una casa bien organizada para todos”. Sloterdijk cree que con estas pérdidas — motivadas por las “evidencias” de la Ciencia — se “agudiza el problema de adónde vamos realmente cuando nosotros venimos al mundo”. Yo creo que creemos que venimos a la leyenda que nos cuenten los que nos acojan al nacer. Las leyendas serán nuestra comida, nuestra segunda matriz nutricia, en este caso puramente lógica. Esas leyendas quizás puedan ser ubicadas en una Biología, en un gran sistema secretor de fantasías. Pienso en una síntesis entre Levi-Strauss [Véase] y Humberto Maturana.

Máquinas enemigas del hombre. Sugiero aquí la lectura de mi aún no bien perfilada bailarina “Máquina” [Véase]. Yo creo que todo mundo (en cuanto conjunto ordenado de sustantivos) es una fantasía poética, una máquina poética, capaz de encajar en la primera definición que de máquina ofrece la Real Academia Española: “Artificio para aprovechar, dirigir o regular la acción de una fuerza”. Esa fuerza es la ilusión humana (ilusión de grandes placeres futuros, alcanzables, programables). Y es también el Eros. Ambos (Ilusión y Eros) requieren siempre un mundo montado y dado por real, una estructura de ideas ya convertida en cielo, algo que amar, un foco al que dirigir ‘nuestra’ energía. Cualquier arte-facto (si es que son obra del hombre, si es que son artificiales) sería un producto de esa gran máquina ilusionante, erotizante. No creo, por otra parte, que haya diferencia ontológica entre lo que Sloterdijk llama “máquina” o “mecanismo” y lo que llama “Naturaleza”. Bailarinas lógicas. La magia de Vak.

La globalización. “La globalización actual es la consecuencia del movimiento del capital especulativo que circunda la tierra bajo la forma de noticias a la velocidad de la luz. De ahí que este tipo de globalización equivalga a una suerte de destrucción del espacio. El concepto de globalización actual tiene, pues, connotaciones amenazadoras, por mucho que sea alabado por los retóricos del neoliberalismo como una gran oportunidad para la humanidad (El sol y la muerte, pp. 196-197). No veo yo claro que exista realmente algo novedoso en la historia de la humanidad que deba ser denominado “globalización”. En cualquier caso, Sloterdijk parece ser un filósofo del espacio, como Heidegger lo fue del tiempo. El problema es que no es fácil detener nuestra inteligencia en qué sea exactamente eso de “Espacio” o “Tiempo”. Son dos realidades que se presuponen, pero que no se pueden pensar, ni mirar, ni sentir siquiera, por mucho que leamos a Kant. E, incluso, a Newton.

4.- Esferas III (Espumas).

Según Sloterdijk este tercer libro ofrece “[…] una teoría de la época actual bajo el punto de vista de que la vida se despliega de forma multifocal, multiperspectivista y heterárquico. Su punto de partida está en una no-metafísica y no-holística definición de la vida: su inmunización ya no puede ser pensada con los medios de la simplificación ontológica, del resumen en la pulida bola total. Si la Vida opera sin límite formando múltiples imágenes espaciales, no es solo porque cada mónada tiene su propio medioambiente, sino más bien porque todas están entrelazadas con otras formas de vida y están compuestas por incontables unidades [de vida]” (Espumas,  pp. 24-25).

“La alegre imagen mental [Denkbild] espuma nos sirve para recuperar postmetafísicamente los descubrimientos premetafísicos del mundo” (Espumas, p. 26)

5.- El seno materno.

Según Sloterdijk los seres humanos vienen “de dentro”, y vienen demasiado pronto. En la medida en que son criaturas entregadas al éxtasis del mundo, los seres humanos quedan marcados por su nacimiento prematuro y por su inmadurez. “Las madres humanas conceden a sus descendientes un mecenazgo biológico al poner a su disposición sus propios cuerpos como refugios originarios, o a modo de un arca íntima, una ciudad previa a la ciudad; es más, incluso, como yo trato aquí de mostrar, como un cosmos previo al cosmos”. “¿Cómo puedo arrojar luz sobre el hecho de que tengamos que vérnolas con la sustitución de una forma pequeña relativamente maternal por otra forma más grande, relativamente no maternal? Y es que, a decir verdad, nunca podemos tener constancia del momento en el que comenzó a despuntar nuestra propia vida”. Ese misterioso momento estaría, según Sloterdijk, “lejos del recuerdo lingüísticamente organizado […]”. La más importante de todas las tesis filosóficas sería, para Sloterdijk: “el hombre viene al mundo”. Las citas anteriores pueden encontrarse en las páginas 199-201 de El sol y la muerte

6.- Biotecnología.

Sloterdijk considera la idea de que la creación, digamos, ‘natural’, fuera obra de un Dios chapucero, y se remite a teologías mediterráneas de los siglos II. y IV. a.C. “A partir de ese momento resultaba factible la idea de que lo existente podía haberse creado de la mano de un Dios chapucero […] Los modernos ingenieros genéticos argumentan aquí, dicho sea de paso desde una posición de fuerza, pues ellos pueden con toda razón apuntar al hecho, que los hombres aquejados de enfermedades hereditarias no representan buenos ejemplos de un arte divino de creación. Si estos hombres son simples productos defectuosos de una mano azarosa, ¿por qué no han de ser legítimas a priori las medidas encaminadas a la compensación del azar? […] Los cabalistas fueron los primeros a los que quedó claro que Dios no era ningún humanista, sino un informático. Él no escribe textos, escribe códigos. Quien pudiera escribir como Dios, daría al concepto de escritura un significado que ningún escribiente humano ha entendido hasta el momento. Los genetistas y los informáticos escriben ya de otra manera. También en este sentido ha comenzado una época poshumanística” (El sol y la muerte, pp. 133-136).

En 1999 Sloterdijk generó una polémica en Alemania con ocasión de su posicionamiento respecto de las cuestiones éticas que plantea la ingeniería genética. Ante la posibilidad de que el ser humano sea “chapucero” en sus obras, en la creación de sus “homúnculos”, propone Sloterdijk una moratoria; algo así como un tiempo prudencial para que la tecnología se desarrolle lo suficiente. Es interesante la forma cómo Sloterdijk conecta este debate con los clásicos debates teológicos. Los monoteísmos creacionistas considerarían que Dios despliega la Creación de forma perfecta, que no cabe la chapuza. Otras líneas teológicas sí considerarían la posibilidad de dioses chapuceros. La ingeniería genética convertiría de alguna forma al hombre en un Dios que podría mejorar las “chapuzas” que hace la Naturaleza (enfermedades hereditarias, v.gr.) pero que, a su vez, aun siendo ya Dios,  tendría que tener cuidado con sus propias chapuzas. Sí considera Sloterdijk que estamos en el fin de una civilización, de un mundo, y el comienzo de otro (una síntesis entre Naturaleza y tecnología). Y considera como fecha decisiva para ese cambio la clonación de la oveja Dolly (el primer mamífero clonado a partir de una célula adulta; 1996).

7.- Un conocimiento “extrafilosófico, preferentemente poético o mítico”.

“De ahí que Esferas sea, en términos generales, y a pesar de sus rasgos narrativos e imaginativos, una empresa que no descuida la argumentación y que no puede renunciar a tomar parte en el envite que se desarrolla en la cúspide de esa pirámide legitimadora de los juegos de la verdad” (El sol y la muerte, p. 202). Sloterdijk parece estar desplegando lo que María Zambrano [Véase] llamó “razón poética” (ya desplegada explícitamente por Nietzsche, entre otros, e inconscientemente por todos). En cualquier caso, creo yo, no habría posibilidad de salir de la gramática, de ese infinito reglado del que habla Chomsky [Véase]: ahí dentro — en el infinito modulado por la Gramática — debería ocurrir, si ocurre, que sea dicho lo que es, lo que hay, lo que pasa, y a quién le pasa, y dónde le pasa: que acontezca, por fin, el advenimiento de una semántica perfecta: que alguien diga el Ser. Hegel lo intentó.

8.- ¿Dónde estamos?, se pregunta Sloterdijk con genuino temblor filosófico.

Vuelvo a los primeros párrafos de este texto. Kitaró Nishida [Véase] se ocupó con brillantez de “la lógica del lugar”. Y propuso la expresión Zettai Mu. Estaríamos en la Nada, sí, pero esa nada superaría cualquier “algo” pensable o imaginable.

9.- Cuerpos sociales vertebrados por los grandes medios de masas como conjuntos dispuestos a autoexcitarse.

“Es precisamente aquí donde cabe cifrar la misión del filósofo en la sociedad […]: demostrar que un sujeto puede ser interruptor de la información, y no un simple canal de transmisión que sirva de paso a las epidemias traumáticas y oleadas de excitación. Los clásicos expresaban esto con la palabra reflexión”.

10.- Crítica de la razón participativa.

La cuestión de cómo pertenece el hombre al mundo, o a lo que sea que le envuelve y transciende. Sloterdijk está en contra de la recuperación de modelos pretéritos, de ideas históricamente pasadas, que sirvan para dar sentido a la participación del hombre en lo que le transciende, en el todo, por decir algo. A este respecto hace una lúcida referencia a la necesidad de simplificación (recordemos a María Zambrano afirmando que cuanto más miedo tiene el ser humano, más busca el sistema). Sloterdijk, por su parte, afirma que en “las reducciones de la complejidad solo cabe elegir entre lo terrible y lo no tan terrible del todo”. ¿Por qué terrible? Mi opinión es justamente la contraria. A más empatía con la complejidad, más belleza, hasta llegar a empatizar con la complejidad infinita que nos subsume y que nos nutre, lo cual implicaría la empatía con la belleza infinita, que es lo que hay; creo yo. Pero sigamos oyendo a Sloterdijk: “Lo que aquí está en liza no es sino una participación en la complejidad como tal”. “Al fin y al cabo, no podemos vivir en ninguna otra parte que no sea el caos, en una caos compensado, eso sí, con ordenaciones”. “En realidad, no son los dioses los que nos faltan, ellos no son más que grandes simplificadores; lo que falta es un arte del pensar que sirva para orientarnos en un mundo dotado de complejidad. Lo que falta es una lógica que fuera suficientemente poderosa y dúctil para empezar a acoger la complejidad, la ausencia de definición última y la inmersión”. “Yo preferiría hablar a este respecto de inteligencia informal, toda vez que bajo este epígrafe se incluyen las filosofías poéticas y el pensamiento ligado a las obras artísticas”. El sol y la muerte,  pp. 345-347.

Pero esa lógica que añora Sloterdijk para que el ser humano pueda por fin decir el mundo, no podrá ser otra cosa que una forma de hacer frases gramaticalmente correctas. Quizás Nietzsche se equivocó y sí cabe librarse de Dios aunque no nos hayamos librado de la Gramática. Del Dios contra el que lucha Nietzsche quizás sí, al menos en su versión menos profunda. Pero hay una Diosa de la que no podrá librase nunca la Filosofía, entendida como actividad lingüística. Me refiero a la diosa Vak: la Palabra consciente de sí misma. Quizás toda Filosofía no es más que una Teología cuyo objeto es esa diosa.

Novalis dijo que la Filosofía tradicional era Logología. Él quiso proponer otra: una Filosofía mágica, creadora de mundos, no ‘conocedora’ de mundos previos a la propia actividad filosófica.

Y el mundo ‘creado’ en los textos de Sloterdijk tiene una luz especial, tiene algo salvaje, gigantesco, muy atractivo y subyugante, en la línea salvaje de Heidegger. A mí me gusta leerle y escucharle, casi siempre, a pesar de lo mucho que discrepo con él.

Creo en cualquier caso que Sloterdijk es un pensador realmente vivo. Y vivificante. Es un placer leerle y escucharle, casi siempre, porque es realmente un filósofo.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Jean-François Lyotard

 

 

Lyotard (1924-1998). Le veo como un desbrozador de sendas a la transcendencia, como un contemplador maravillado del gran espectáculo “biológico” de las diversas especies discursivas que conviven en eso que sea “la sociedad humana”. Y me parece un brillante pensador. El brillo en el pensamiento tiene algo sublime, siempre, porque refleja lo que el pensamiento mismo no es capaz de pensar.

Lo sublime. Kant en su Crítica del juicio (primera sección, libro segundo) afirmó que un ancho océano enfurecido por las tormentas es un espectáculo horripilante; y que para sentir lo sublime ante ese espectáculo había que tener el ánimo colmado ya con algunas ideas. Yo creo que lo sublime es lo que siempre tenemos delante, la realidad pura y dura que se presenta en cada momento. Recuerdo que Jaspers [Véase], con cinco años, cogido de la mano de su padre, frente al Mar Báltico, contempló lo transcendente, lo sublime. Las ideas, en general, finitizan, doman el impacto brutal -y sagrado- de lo sublime.

Lyotard estudió y comentó la Crítica del juicio de Kant; e intentó actualizarla desde la perspectiva del inefable arte que ocurrió en el siglo XX. Creo que merecería la pena que alguien estudiara estos vínculos con rigor y con profundidad. Me refiero al vector Kant-Arte del siglo XX-Lyotard.

La Filosofía radical, tal y como yo la entiendo, y la venero, trata de mirar a lo sublime ubicuo e hiper-real. Y lo encuentra por todas partes.  La Mística sería la experiencia de saberse Eso sublime, esa Nada Mágica y descomunal. Lyotard vio en el arte del siglo XX un intento serio de expresar lo sublime, entendido como lo que transciende cualquier concepto, cualquier idea, cualquier limitación (digamos, desde Kant, cualquier “belleza”). Creo que a Lyotard le hubiera gustado que yo hubiera elegido una obra de Barnett Newman para cubrir el cielo de este texto. Y creo que es relevante el hecho de que este pintor estudiara Filosofía en Nueva York. Suya es la idea de que el impulso de los artistas es el regreso al jardín del Edén. Ellos serían, según Barnett Newman, los primeros hombres. Otra vez. Digamos que los artistas querrían recobrar la pureza previa a la ingestión de los frutos del árbol del conocimiento (el árbol de los conceptos).

Lyotard. La postmodernidad. Se suele hablar de “pensamiento débil”. Yo creo que estamos ante un pensamiento fuerte, tan fuerte como para resistir la inconmensurabilidad.

Aprovecho para recomendar un lúcido y vigoroso artículo de Félix Duque: “El paradigma postmoderno”. Está incluido en esa gran obra colectiva que se titula El legado filosófico y científico del siglo XX (Cátedra) y que ya he recomendado muchas veces. En ese artículo hay un párrafo que eleva a Felix Duque, y a Lyotard, juntos, a donde no puede evitar elevarse la mirada del filósofo. Leamos:

“Contra el intertextualismo cerrado, pues, Lyotard alude a un stásis, a una detención –y rebelión- subitánea de las cadenas sintagmáticas, para dejar entrever en esa rotura (en ese “rasgo”) lo indecible e irrepresentable: el id, el objeto oculto de todo deseo. Quede a juicio del lector si ese Objeto (como el “Objeto” lacaniano) remite a la vida o a la muerte, o si lo hace simultáneamente a ambas, al ápeiron cantado al alba de la filosofía occidental”.

Una grieta, una ventana, la transparencia de la piel de mis bailarinas lógicas…

La mayoría de los postmodernos son también postestructuralistas. Quizás por eso les parece tan provocativa su propuesta de heterogeneidad de juegos de lenguaje y, por lo tanto, de realidades. Recordemos al segundo Wittgenstein afirmando que las leyes de cualquier juego del lenguaje son vividas por los jugadores como leyes físicas.

Los estructuralistas aspiran a dejarlo todo dictatorialmente sometido a unas leyes ocultas, profundísimas, que lo tienen todo tomado. Unitariamente. Son, como tantos otros, unos monoteístas radicales.

Foucault, en Las palabras y las cosas: “Hoy podemos pensar únicamente en el vacío que ha dejado la desaparición del hombre.” En realidad se refería a una determinada esquematización de nuestra inmensidad. [Véase “Michel Foucault aquí].

Centrémonos en Lyotard. Su obra fundamental es La condición postmoderna. Informe sobre el saber. La escribió por encargo del Conseil des Universités del gobierno de Quebec: un informe sobre el saber en las sociedades más desarrolladas. Año 1979. Ofrezco a continuación algunas ideas de esta obra que me parecen especialmente fértiles (a partir de la edición de Cátedra, trad. Mariano Antolin Rato, 2000):

1.- Las verdades, los sistemas de realidad (como el implícito en la “modernidad”, o en el “proyecto ilustrado-cientista”), son “grandes relatos”, que, si se miden con sus propios criterios, resultan meras fábulas.

2.- ¿Dónde puede residir la legitimación después de los metarrelatos?, se pregunta Lyotard. Y rechaza explicitamente ese consenso obtenido por discusión que propone Habermas [Véase]. Lo rechaza Lyotard porque, según él, “violenta la heterogeneidad de los juegos del lenguaje”. “Y la invención siempre se hace en el disentimiento”.

3.-Lyotard dictamina la crisis de los relatos legitimadores del saber “valido” con esta sencillez:

“Simplificando al máximo, se tiene por postmoderna la incredulidad con respecto a los metarrelatos. Esta es, sin duda, un efecto del progreso de las ciencias; pero ese progreso a su vez, la presupone”. (P. 10).

4.- La sociedad humana como un cañamazo, un tejido, de múltiples hebras, siendo cada ser humano un lugar por donde pasan y de donde salen millones de partículas lingüísticas, todas ellas fruto de juegos del lenguaje en el sentido del último Wittgenstein: símbolos sin significado “absoluto”. Lyotard dice que la materia social está formada por gigantescas nubes de partículas lingüísticas… y que hoy día, con el gigantesco desarrollo de las tecnología de las comunicaciones, asistimos a una atomización, heterogeneidad total, de juegos del lenguaje (yo creo que hay que hablar de juegos de mundos… con su materia propia).

5.- No hay reglas para todos… solo aquí y ahora… locales… mudables… no se pueden juzgar unos juegos con las reglas de otros… y menos con los juegos del racionalismo… que no puede legitimarse porque él mismo descubre que no es racional.

6.- Lyotard generó un gran revuelo al dictaminar que el discurso de la modernidad estaba desprestigiado, que había que buscar un tipo de justicia basada en el disenso y en la heterogeneidad más absoluta. Su rival más importante fue –y sigue siendo después de la muerte de Lyotard- Jürgen Habermas, el incansable defensor del potencial emancipatorio de la razón iluminista. Lyotard dice que el consenso obtenido por discusión que pretende Habermas violenta la heterogeneidad de los juegos del lenguaje, y “la invención siempre se hace en el disentimiento…” (P. 11)  Lyotard denuncia que ese movimiento para crear orden en todas las jugadas –lo que pretenden Habermas y otros pensadores- siempre produce desorden.

7.- El saber postmoderno hace “más útil nuestra sensibilidad ante las diferencias, y fortalece nuestra capacidad de soportar lo inconmensurable. No encuentra su razón en la homología de los expertos, sino en la paralogía de los inventores.” (P. 11).

8.- Al final del capítulo 2 (que lleva como título “El problema: La legitimación”) encontramos una pregunta decisiva y una respuesta sugerente: “¿Quién decide lo que es saber, y quién sabe lo que conviene decidir? La cuestión del saber en la edad de la informática es más que nunca la cuestión del gobierno”. Me parece crucial el tema de la decisión sobre qué hay que saber, porque saber es ver: se ve lo que se sabe. Los saberes estructuran la mirada.

9.- Lyotard se preguntó quién decide lo que hay que saber… y rechaza el saber impuesto, validado, por el poder: la legitimación del saber, tanto en materia de justicia social como de verdad científica, sería, según este pensador, optimizar las actuaciones del sistema, la eficacia… El saber es saber si es performativo: si es eficaz para el desarrollo del sistema donde se enuncie. Sí… pero, ¿alguien sabe en qué sistema estamos; y si es que estamos en un “sistema”?

10.- Saber narrativo/saber científico. “En origen, la ciencia está en conflicto con los relatos: Medidos por sus propios criterios, la mayor parte de los relatos se revelan fábulas. Pero, en tanto que la ciencia no se reduce a enunciar regularidades útiles y busca lo verdadero, debe legitimar sus reglas del juego. Es entonces cuando mantiene sobre su propio estatuto un discurso de legitimación, y se la llama filosofía” (P. 9.) “Hay, pues, una inconmensuralibilidad entre la pragmática narrativa popular, que es desde luego legitimante, y ese juego de lenguaje conocido en Occidente que es la cuestión de la legitimidad, o mejor aún, la legitimidad como referente del juego interrogativo” (P. 50). “No se puede, pues, considerar la existencia ni el valor  de lo narrativo a partir de lo científico, ni tampoco a la inversa: los criterios pertinentes no son los mismos en lo uno que en lo otro. Bastaría, en definitiva, con maravillarse ante esta variedad de clases discursivas como se hace ante la de las especies vegetales o animales” (P.55). Yo creo, a la vista de las reflexiones de Lyotard, que el saber científico es un saber narrativo, aunque con ciertas singularidades.

Me parece que la frase/lanzadera fundamental de La condición postmoderna es ésta:

“El saber postmoderno fortalece nuestra capacidad de soportar lo inconmensurable”.

¿Qué es “lo inconmensurable”? ¿Aquello que no puede compararse con nada de lo conocido? Mi sensación es que es eso precisamente lo que tenemos delante. Y dentro. Lo real de verdad (la realidad pura y dura) tiene un nivel de misterio y de prodigio y de grandiosidad no conmensurables (no comparables, no medibles) con nada dicho o sabido jamás.

¿Soportar? Relacionarse con lo inconmensurable puede suponer el acceso a una belleza insoportable.

En cualquier caso me parece imposible dar cuenta de la experiencia. De ahí ese temblor, ese desfallecimiento, de la buena Poesía; y de la buena Filosofía.

Pero, ¿cómo nombrar entonces (y por tanto ontologizar) a nuestro ser amado… a nuestros hijos, por ejemplo? ¿No tienen esencia? ¿No tienen realidad en sí, más allá del juego del lenguaje del que surjan como fenómeno puramente mítico, narrativo? ¿Amamos las resultantes fantasmagóricas de unos determinados juegos del lenguaje?

Si es así, nos vemos obligados a venerar, vencidos, a la diosa Vak: a eso que sea el lenguaje. El Verbo ese capaz de crear cualquier mundo, capaz incluso de crear eso que sean nuestro hijos.

Quizás sea un buen momento para proponer una definición del amor en cuanto vínculo con algo:

Sacralización de la mera existencia de algo (sin necesidad de fundamentarla racionalmente, ni míticamente siquiera) y vínculo religioso con esa existencia, de forma que esa existencia es un sol que aumenta la belleza de la luz interior de la conciencia: ese hábitat misteriosísimo.

Ver lo sublime ubícuo, por otra parte, nos abre al amor infinito; esto es: a la sacralización sin límite de todo lo que se presente en la conciencia (y de la conciencia misma).

Otra obra de Lyotard por la que he paseado es Lo inhumano (Charlas sobre el tiempo), 1988. En ella Lyotard da cuenta de una sospecha: “¿Y si, por una parte, los humanos, en el sentido del humanismo, estuvieran obligados a ser inhumanos? ¿Y si, por otra, lo propio del hombre fuera estar habitado por lo inhumano?”. Yo me pregunto, con ocasión de esta sospecha de Lyotard, si esa inhumanidad que puede habitar lo humano (y que según él es anterior a esa educación en la que tanta fe tiene el humanismo) es precisamente lo divino: el creativo y metamoral jardín del Edén (el momento previo a toda in-formación) en el que viven los niños, o al menos algunos niños. Yo sí estuve allí. Doy mi palabra. En la “Notas preliminares” a Lo inhumano recoge Lyotard algunas citas que yo creo que dan cuenta del sentimiento implícito en su hiperintelectualizado pensamiento. Las reproduzco:

Apollinaire: “Ante todo, los artistas son hombres que quieren llegar a ser inhumanos”.

Adorno: “El Arte se mantiene fiel a los hombres únicamente por su inhumanidad con respecto de ellos”.

Básicamente, Lyotard da cuenta de la siguiente paradoja del credo humanista: el ser humano, para serlo, tiene que ser educado, tiene que no ser “natural”, tiene que dejar de ser  lo que es de niño. ¿Y qué es de niño? ¿Un animal? Ese proyecto humanista, según Lyotard, se apoyaría en el terror de la educación: único método “humanista” para hacer posible que el hombre sea tal.

Creo que la mejor educación será aquella que active la “inhumana” magia de los niños, que la haga compatible con la de otros niños-magos, que la sublime en virtud de los valores del respeto, de la elegancia, de la generosidad. En mis textos filosófico-políticos sugiero una sociedad basada en monarcas vinculados entre sí, potenciados entre sí, por exquisitos vínculos éticos (no morales). Sugiero a este respeto la lectura de mi bailarina lógica “Moral” [Véase].

David López

 

 

 

Filósofos míticos del mítico siglo XX: Lyotard.

 

 

Lyotard (1924-1998). Le veo como un desbrozador de sendas a la transcendencia, como un contemplador maravillado del gran espectáculo “biológico” de las diversas especies discursivas que conviven en eso que sea “la sociedad humana”. Y me parece un brillante pensador. El brillo en el pensamiento tiene algo sublime, siempre, porque refleja lo que el pensamiento mismo no es capaz de pensar.

Lo sublime. Kant en su Crítica del juicio (primera sección, libro segundo) afirmó que un ancho océano enfurecido por las tormentas es un espectáculo horripilante; y que para sentir lo sublime ante ese espectáculo había que tener el ánimo colmado ya con algunas ideas. Yo creo que lo sublime es lo que siempre tenemos delante, la realidad pura y dura que se presenta en cada momento. Recuerdo que Jaspers [Véase], con cinco años, cogido de la mano de su padre, frente al Mar del Norte, contempló lo transcendente, lo sublime. Las ideas, en general, finitizan, doman el impacto brutal y sagrado de lo sublime.

Lyotard estudió y comentó la Crítica del juicio de Kant; e intentó actualizarla desde la perspectiva del inefable arte que ocurrió en el siglo XX. Creo que merecería la pena que alguien estudiara estos vínculos con rigor y con profundidad. Me refiero al vector Kant-Arte del siglo XX-Lyotard.

La Filosofía radical, tal y como yo la entiendo, y la venero, trata de mirar a lo sublime ubicuo e hiper-real. Y lo encuentra por todas partes.  La Mística sería la experiencia de saberse Eso sublime, esa Nada Mágica y descomunal. Lyotard vio en el arte del siglo XX un intento serio de expresar lo sublime, entendido como lo que transciende cualquier concepto, cualquier idea, cualquier limitación (digamos, desde Kant, cualquier “belleza”). Creo que a Lyotard le hubiera gustado que yo haya elegido una obra de Barnett Newman para cubrir el cielo de este texto. Y creo que es relevante el hecho de que este pintor estudiara Filosofía en Nueva York. Suya es la idea de que el impulso de los artistas es el regreso al jardín del Edén. Ellos serían, según Barnett Newman, los primeros hombres. Otra vez. Digamos que los artistas querrían recobrar la pureza previa a la ingestión de los frutos del árbol del conocimiento (el árbol de los conceptos).

Lyotard. La postmodernidad. Se suele hablar de “pensamiento débil”. Yo creo que estamos ante un pensamiento fuerte, tan fuerte como para resistir la inconmensurabilidad.

Aprovecho para recomendar un lúcido y vigoroso artículo de Félix Duque: “El paradigma postmoderno”. Está incluido en esa gran obra colectiva que se titula El legado filosófico y científico del siglo XX (Cátedra) y que ya he recomendado muchas veces. En ese artículo hay un párrafo que eleva a Felix Duque, y a Lyotard, juntos, a donde no puede evitar elevarse la mirada del filósofo. Leamos:

“Contra el intertextualismo cerrado, pues, Lyotard alude a un stásis, a una detención –y rebelión- subitánea de las cadenas sintagmáticas, para dejar entrever en esa rotura (en ese “rasgo”) lo indecible e irrepresentable: el id, el objeto oculto de todo deseo. Quede a juicio del lector si ese Objeto (como el “Objeto” lacaniano) remite a la vida o a la muerte, o si lo hace simultáneamente a ambas, al ápeiron cantado al alba de la filosofía occidental”.

Una grieta, una ventana, la transparencia de la piel de mis bailarinas lógicas…

La mayoría de los postmodernos son también postestructuralistas. Quizás por eso les parece tan provocativa su propuesta de heterogeneidad de juegos de lenguaje y, por lo tanto, de realidades. Recordemos al segundo Wittgenstein afirmando que las leyes de cualquier juego del lenguaje son vividas por los jugadores como leyes físicas.

Los estructuralistas aspiran a dejarlo todo dictatorialmente sometido a unas leyes ocultas, profundísimas, que lo tienen todo tomado. Unitariamente. Son, como tantos otros, unos monoteístas radicales.

Foucault, en Las palabras y las cosas: “Hoy podemos pensar únicamente en el vacío que ha dejado la desaparición del hombre.”  En realidad se refería a una determinada esquematización de nuestra inmensidad. Somos nadas mágicas autoconfigurables hasta el infinito: para “verlas” hay que acceder al silencio: el no/relato radical: la meditación.

Centrémonos en Lyotard. Su obra fundamental es La condición postmoderna. Informe sobre el saber. La escribió por encargo del Conseil des Universités del gobierno de Quebec: un informe sobre el saber en las sociedades más desarrolladas. Año 1979. Ofrezco a continuación algunas ideas de esta obra que me parecen especialmente fértiles (a partir de la edición de Cátedra, trad. Mariano Antolin Rato, 2000):

1.- Las verdades, los sistemas de “realidad”, son “grandes relatos” que, si se miden con sus propios criterios, resultan meras “fábulas” .

2.- Los saberes, que son juegos de palabras, son “vendibles”, aceptables como “saberes”, si se inscriben en una cosmovisión de las vigentes:

-Relato de las Luces: el héroe del saber trabaja para un buen fin épico-político, la paz universal, la igualdad universal, la emancipación del hombre…

-Marxismo: se apunta también salvación, al fin de la lucha de clases. Hay esperanza en el futuro comunista, socialmente salvífico.

– La dialéctica del Espíritu que se va a encontrar a sí mismo. Hegel, entre otros. Sugiero no olvidar la grandiosidad de Escoto Erígena.

3.-Lyotard dictamina la crisis de los relatos legitimadores del saber “valido” con esta sencillez:

“Simplificando al máximo, se tiene por postmoderna la incredulidad con respecto a los metarrelatos. Esta es, sin duda, un efecto del progreso de las ciencias; pero ese progreso a su vez, la presupone.” (P. 10).

4.- La sociedad humana como un cañamazo, un tejido, de múltiples hebras, siendo cada ser humano un lugar por donde pasan y de donde salen millones de partículas lingüísticas, todas ellas fruto de juegos del lenguaje en el sentido del último Wittgenstein: símbolos sin significado “absoluto”. Lyotard dice que la materia social está formada por gigantescas nubes de partículas lingüísticas… y que hoy día, con el gigantesco desarrollo de las tecnología de las comunicaciones, asistimos a una atomización, heterogeneidad total, de juegos del lenguaje (yo creo que hay que hablar de juegos de mundos… con su materia propia).

5.- No hay reglas para todos… sólo aquí y ahora… locales… mudables… no se pueden juzgar unos juegos con las reglas de otros… y menos con los juegos del racionalismo… que no puede legitimarse porque él mismo descubre que no es racional.

6.- Lyotard generó un gran revuelo al dictaminar que el discurso de la modernidad estaba desprestigiado, que había que buscar un tipo de justicia basada en el disenso y en la heterogeneidad más absoluta. Su rival más importante fue –y sigue siendo después de la muerte de Lyotard- Jürgen Habermas, el incansable defensor del potencial emancipatorio de la razón iluminista. Lyotard dice que el consenso obtenido por discusión que pretende Habermas violenta la heterogeneidad de los juegos del lenguaje, y “la invención siempre se hace en el disentimiento…” (P. 11)  Lyotard denuncia que ese movimiento para crear orden en todas las jugadas –lo que pretenden Habermas y otros pensadores- siempre produce desorden.

7.- El saber postmoderno hace “más útil nuestra sensibilidad ante las diferencias, y fortalece nuestra capacidad de soportar lo inconmensurable. No encuentra su razón en la homología de los expertos, sino en la paralogía de los inventores.” (P. 11).

8.- Al final del capítulo 2 (que lleva como título “El problema: La legitimación) encontramos una pregunta decisiva y una respuesta sugerente: “¿quién decide lo que es saber, y quién sabe lo que conviene decidir? La cuestión del saber en la edad de la informática es más que nunca la cuestión del gobierno”. Me parece crucial el tema de la decisión sobre qué hay que saber, porque saber es ver: se ve lo que se sabe. Los saberes estructuran la mirada.

9.- Lyotard se preguntó quién decide lo que hay que saber… y rechaza el saber impuesto, validado, por el poder: la legitimación del saber, tanto en materia de justicia social como de verdad científica, sería, según este pensador, optimizar las actuaciones del sistema, la eficacia… El saber es saber si es performativo: si es eficaz para el desarrollo del sistema donde se enuncie. Sí… pero, ¿alguien sabe en qué sistema estamos; y si es que estamos en un “sistema”?

10.- Saber narrativo/saber científico. “En origen, la ciencia está en conflicto con los relatos: Medidos por sus propios criterios, la mayor parte de los relatos se revelan fábulas. Pero, en tanto que la ciencia no se reduce a enunciar regularidades útiles y busca lo verdadero, debe legitimar sus reglas del juego. Es entonces cuando mantiene sobre su propio  estatuto un discurso de legitimación, y se la llama filosofía” (P. 9.) “Hay, pues, una inconmensuralibilidad entre la pragmática narrativa popular, que es desde luego legitimante, y ese juego de lenguaje conocido en Occidente que es la cuestión de la legitimidad, o mejor aún, la legitimidad como referente del juego interrogativo” (P. 50). “No se puede, pues, considerar la existencia ni el valor  de lo narrativo a partir de lo científico, ni tampoco a la inversa: los criterios pertinentes no son los mismos en lo uno que en lo otro. Bastaría, en definitiva, con maravillarse ante esta variedad de clases discursivas como se hace ante la de las especies vegetales o animales” (P.55). Yo creo, a la vista de las reflexiones de Lyotard, que el saber científico es un saber narrativo, aunque con ciertas singularidades.

Me parece que la frase/lanzadera fundamental de La condición postmoderna es ésta:

“el saber postmoderno fortalece nuestra capacidad de soportar lo inconmensurable”.

¿Qué es “lo inconmensurable”? ¿Aquello que no puede compararse con nada de lo conocido? Mi sensación es que es eso precisamente lo que tenemos delante, y dentro. Lo real de verdad (la realidad pura y dura) tiene un nivel de misterio y de prodigio y de grandiosidad no conmensurables (no comparables, no medibles) con nada dicho o sabido jamás.

¿Soportar? Relacionarse con lo inconmensurable puede suponer el acceso a una belleza insoportable.

En cualquier caso me parece imposible dar cuenta de la experiencia. De ahí ese temblor, ese desfallecimiento, de la buena Poesía; y de la buena Filosofía.

Pero, ¿cómo nombrar entonces (y por tanto ontologizar), a nuestro ser amado… a nuestros hijos, por ejemplo? ¿No tienen esencia? ¿No tienen realidad en sí, más allá del juego del lenguaje del que surjan como fenómeno puramente mítico, narrativo? ¿Amamos las resultantes fantasmagóricas de unos determinados juegos del lenguaje?

Si es así, nos vemos obligados a venerar, vencidos, a la diosa Vak: a eso que sea el lenguaje. El Verbo ese capaz de crear cualquier mundo, capaz incluso de crear eso que sean nuestro hijos.

Quizás sea éste un buen momento para proponer una definición del amor en cuanto vínculo con algo:

Sacralización de la mera existencia de algo (sin necesidad de fundamentarla racionalmente, ni míticamente siquiera) y vinculo religioso con esa existencia, de forma que esa existencia es un sol que aumenta la belleza de la luz interior de la conciencia: ese hábitat misteriosísimo.

Ver lo sublime ubícuo, por otra parte, nos abre al amor infinito; esto es: a la sacralización sin límite de todo lo que se presente en la conciencia (y de la conciencia misma).

David López

Sotoslabos, 22 de abril de 2013.

 

 

 

Tribuna política: “Europa”

Europa. Más Europa. Es el único camino. Precioso camino por cierto, aunque ahora no lo parezca. Así lo dicen, creo yo, los mitos de la Grecia Antigua.

Vivimos momentos históricos, fascinantes, hipercreativos, peligrosos también. Estamos contemplando, hoy mismo, el nacimiento de algo grande, excepcionalmente fecundo e ilusionador. Hay que poner todas nuestras factorías de sueños al servicio de esa ilusión: al servicio de Europa: un futuro gran país.

Hace algunos días me estremecí leyendo los mitos de los que brotó eso de “Europa”. Y, lo confieso: me sacudió la brisa del misterio, de lo imposible, de ese océano mágico cuyo olor imprega todo lo que pasa, ahí, en “el mundo objetivo”. O “dentro de nuestra conciencia”. Es igual. El caso es que me estremecí hasta el punto de no poder moverme, de no poder hablar, durante horas.

Y sigo hoy estremecido ante algo que no sé si llamar “lo sublime kantiano”. O “lo transcente de Jaspers” [Véase]. Es algo sobrecogedor, por su fuerza, por su misterio.

Vivimos en mitos, somos vivificados por los mitos, aunque no sabemos exactamente cuál es la profundidad ontológica (y hasta teológica) de esos seres de palabras. Yo me estremecí con los mitos griegos porque tuve la sensación, la convicción, de que esos seres ya profetizaron que Europa va a ser raptada. No hay otra salida. Pero se trata de un rapto por amor, por amor/deseo: un rapto que convertirá a Europa en la reina de un gran territorio, no solo geográfico.

La crisis económica -que ya ha producido suicidios, sobre todo anímicos e ideólogicos- va a ser, está siendo, un segundo gran “sufrimiento creativo” [Véase] para Europa, del que se derivarán mundos -cielos- que ahora apenas podemos vislumbrar. El primer “sufrimiento creativo” tuvo lugar con las guerras mundiales (esos estúpidos ritos de sangre).

En cualquier caso los cielos que se avecinan tendrán una gran belleza. Y serán un duro golpe para el pesimismo. El pesimismo no es sino miedo, como bien supo ver Kierkegaard al leer a Schopenhauer: miedo a la decepción, a que nuestro esfuerzo configurador de la realidad no tenga frutos (a que no seamos realmente poderosos). Pero yo creo -con Ernst Bloch [Véase]- que lo esencial de la condición humana es la esperanza, la apertura a un futuro mejor, soñado, trabajado. También creo, con Paracelso, que el trabajo es pura magia. Y trabajar no es solo realizar actitividades económicas remuneradas… Trabajar es, sobre todo, trabajarse, sublimarse, dignificarse, exigirse más a uno mismo que a los demás, des-esclavizarse (sobre todo des-esclavizarse de los discursos esclavistas, que son los más cómodos, y los más indignos para la condición humana).

¿Es serio afirmar que los mitos griegos ya narraron lo que está ocurriendo y lo que podría ocurrir en Europa?

En mis textos filosóficos intento mostrar que todo modelo de realidad está siempre amenazado, y sublimado, por el misterio infinito. No cabe descartar nada, dirían, por ejemplo, C.G. Jung o Feyerabend [Véase]. Por eso me voy a permitir considerar la hipótesis de que la propia narración del mito griego de Europa sirve para entender el presente y para canalizar con lucidez el futuro. Un futuro grandioso. ¿Por qué no?

Como sugiero con ocasión de las palabras “hermenéutica” [Véase] y “Cabalah” [Véase], podría ocurrir que todo texto fuera algo así como una membrana celular por la que podrían estar entrando informaciones desde un “exterior” que, “aquí”, apenas podemos imaginar. También podría ocurrir que lo que nos envuelve, eso que vemos como “realidad” (el tejido de sueños del que habló Shakespeare), fuera en su totalidad membrana: una red de infinitos uesebés por los que estaríamos recibiendo algo así como “nutrientes” (mensajes).

También creo que nos podemos permitir una lectura de los cielos, trascendiendo tanto el esquematismo de la astronomía como el de la astrología: pudiera ser que estemos en algo absolutamente otro de lo que describen esos esquemas de mirada. Cabe realizar una interpretación “política” de una de las lunas de Júpiter: la que se llama Europa, y que parece estár llena de agua (de vida).

Según buena parte de los mitos griegos que yo he leído, Europa era una bella y joven princesa que estaba jugando con sus amigas en la playa. Zeus se enamoró de ella (se sintió atraído por ella, quiso fecundarla) y, para no asustarla, se conviritó en un manso toro blanco. Que yo sepa nunca Zeus, en la Grecia antigua, adopta la forma de toro, salvo para raptar a Europa.

La joven princesa colocó una girnalda de flores en torno al cuello del toro y, así, decidió montarlo. Zeus entonces se lanzó al mar y llevó a Europa hasta la isla de Creta, donde tuvo lugar un fecundo acto amoroso bajo una platanera.

Europa en ese trayecto por el mar parece tranquila, confiada, enigmática (véase el precioso cuadro de Serov que vuela sobre este texto). Se habla de “el rapto de Europa”, incluso de “la violación de Europa”, pero lo cierto es que Zeus se mueve por amor (amor-deseo) y Europa se muestra en todo momento confiada, y hasta ilusionada. No consta que, en ningún momento, Europa quisiera bajarse del toro, renunciar a ese viaje por el mar: un viaje que hay que suponer difícil, trabajoso (el toro es un animal que tiene fuerza, capacidad de trabajo). También sorprende el hecho de que Zeus haga un viaje tan largo, haga tantos esfuerzos, para fecundar a Europa.

Europa, según los mitos más aceptados, era la hija de Agenor y Telefasa. Agenor fue un rey que puso fin a los ritos cruentos. La actual Europa nació del horror ante la Segunda Guerra Mundial: un rito cruento que, incluso hoy en día, tiene devotos. Los padres de la actual Europa se comportaron como Agenor.

La madre de Europa se llamaba Telefasa. Ella intentó recuperar a su hija, salvarla de ese toro blanco que en realidad era un dios casi todopoderoso. Pero murió de agotamiento en Tracia (afortunadamente para el futuro de la bella Europa). Parece que la madre de Europa veía al toro blanco/Zeus como un enemigo. Tracia está en el norte de la actual Grecia. El maternalismo (exceso de mimo y de condescendencia) podría estar hoy agotándose en Grecia. Probablemente toca, para salvar Europa, que su madre se agote. Fin de los mimos discapacitantes. Europa necesita salir de los brazos de su madre para ser una mujer fértil. Un reina de verdad.

Zeus es el dios más poderoso de la mitología griega. Entre sus epítetos está “agoreo”: el que supervisa los negocios en el ágora y aplica sanciones a los comerciantes que no cumplen las normas (algo así como un super-auditor y, a la vez, un juez supremo en materia económica).

El comercio, los mercados… La gelatina mental colectiva en la que vivimos lleva discursos que demonizan los mercados, el comercio, etc. Sin embargo el mercado es un lugar donde se sublima la sociedad (y por tanto el individuo humano): es intercambio, posibilidad de despliegue de la ética, de la justicia, del enriquecimiento mutuo. En los mercados se intercambia de todo: comida, objetos, ideas, dioses, modelos de totalidad. El mercado es un diálogo que, si es fértil, si es respetuoso y abierto, sublima la condición humana.

Un diccionario muy recomendable sobre mitología griega y romana es el de Christine  Harrauer y Herbert Hunger. La edición española (Herder, 2008) cuenta con un prólogo de Javier Fernández Nieto en el que leemos una vitalizante cita de Ortega. Reproduzco su primera frase:

“La vida es, esencialmente, un diálogo con el entorno; lo es en sus funciones fisiológicas más sencillas, como en sus funciones psíquicas más sublimes”.

Hace dos días comenté con mi hija de dieciocho años parte de las ideas que quiero exponer en este texto. Ella me hizo llegar, con mucha lucidez, su euro-escepticismo. No cree en “los políticos”. Ve demasiada corrupción generalizada, a la vez que un exceso de ingenuo optimismo en su padre (que soy yo). Y tenía razón. Yo le dije -desde un optimismo a vida o muerte de padre que quiere lo mejor para sus hijos- que otro de los epítetos de Zeus es Horkios (el que vela por los juramentos). La corrupción política es, simplemente, un incumplimiento de juramentos. Europa requiere, efectivamente, un dios que vigile los juramentos de los políticos. Europa reinará y será fértil si Zeus ejerce como Horkios. Sin olvidar el amor, el deseo de fertilizar… Mi hija me sonrió algo más confiada. Me imagino a la princesa Europa esbozando la sonrisa de mi hija justo cuando accedió a montarse en el toro blanco.

Creo que Zeus se va a encarnar en un organismo internacional (un superministerio de economía, amoroso pero también antipático, muy concentrado en el control, la supervisión, etc.). Para ello deberá presentarse de forma amable (el toro blanco… envuelto en flores). El toro blanco podría representar el norte europeo (empuje, trabajo, exigencia, inflexibilidad, intransigencia con el error, con lo asistemático, con la falta de previsión…). Las flores podrían representar el sur (frescura, espontaneidad, presente efímero, sensual, no previsor, despreocupado…). Europa será rescatada si se auna el empuje -el trabajo- del norte, con la frescura, el color, la vitalidad del sur. Al norte (Alemania sobre todo) le falta con-descendencia. Al sur (España sobre todo) le falta con-ascendencia.

Puede incluso que la amabilidad, la “mansedumbre”, de ese mítico toro blanco la esté aportando en buena medida Angela Merkel. La actual canciller alemana representa algo así como la santidad en los paradigmas sociopolíticos actuales: es mujer (no sospechosa por tanto de superavits de testosterona) y fue ministra en carteras tan amables -tan achuchables- como la de “mujeres y juventud”, o la de “medioambiente, protección de la naturaleza y seguridad atómica”. No deja de ser curioso, además, que exista una orquídea que lleva su nombre: la Dentrobium Angela Merkel. Una flor más alrededor del cuello del toro blanco que raptará Europa. De otra forma no podría Zeus (Agorero y Horkios) llevarse a la princesa, sacarla de sus dulces, y ruinosos, juegos playeros.

Europa, tras el rapto, es fecundada por Zeus en Creta, y allí se hace reina. Tiene un hijo cuyo nombre puede inquietarnos: el Minotauro (que se alimenta con jóvenes vivos). Pero Zeus se retira finalmente, no sin antes dejar en el cielo una imagen eterna de ese toro que le sirvió para “raptar” a Europa. Esa imagen es la constelación Tauro. Europa por tanto deberá vivir ya siempre bajo un cielo en el que brille Agoreo y Horkios: un gran dios supervisor de las prácticas de los comerciantes y de aquellos que hacen juramentos (los políticos).

La retirada de Zeus podría simbolizar su papel de transición: era necesario que Agoreo y Horkios sacaran a Europa de su letárgica y bucólica playa, de sus juegos de recogida de flores, de los debilitadores mimos de su madre, y que la llevara a una tierra donde poder reinar, donde poder madurar, donde poder  ser fecundada de verdad.

Pero el mito sigue su curso -como sigue el curso giratorio del Yin-Yang [Véase]. De la luz de esa Europa-reina saldrá sombra: el Minotauro: un hijo de Europa que fue condenado por tramposo y que se alimentaba de personas en su cautiverio.

Podría ser que alguien quisiera a Europa para sí (que no la amara a ella en realidad) y que, en virtud de un verbo especialmente hechizante (populista, para hombres-masa), la convierta en un lugar de muerte mental, de denigración de la inmensidad humana. Habrá que estar atentos. El mejor supervisor es la Filosofía: es una ciencia experta en narrativas, en hechizos. Nietzsche (y Horkheimer, y también Foucault) nos empujaron a analizar las narrativas, las ideas, como si fueran el más importante manatial de agua del que beben las sociedades.

Veo al futuro Minotauro como un tramposo populista: un flautista de Hamelin capaz de empatizar con la tendencia populista a simplificar la realidad (a simplificar sobre todo la teoría del poder y del mal). Y le veo como alguien capaz de aumentar la intensidad de ese bogomilismo que apelmaza hoy en día millones de inteligencias. Los bogomilos fueron una secta de final de la edad media que creía -que sentía- que el poder en el mundo estaba en manos del Diablo. El futuro Minotauro europeo no devorará cuerpos humanos, sino algo mucho má suculento: sus mentes.

Eso es, simplemente, lo que yo leo en los mitos griegos, y lo que yo creo que están profetizando. Pero siempre cabe reorientar la Historia. Está en nuestras manos. Y somos magos. Creo que tenemos en nuestras manos los hilos de la “evolución creadora” [Véase “Bergson”].

Europa tiene unos atributos que pueden ser útiles para el resto del mundo: elegancia, sabiduría, serenidad: luz serena, antigua, melancólica, que alcanza su plenitud poética al atardecer. Europa es esa luz del atardecer.

Escuchemos otra vez a Ortega:

“La vida es, esencialmente, un diálogo con el entorno; lo es en sus funciones fisiológicas más sencillas, como en sus funciones psíquicas más sublimes”.

Europa tendrá vida si es raptada por el toro blanco del norte, si ese toro es embellecido -amansado- por las flores del sur y si en la nueva tierra, en el nuevo país, se dialoga, se escucha y se ama. Recordemos al viejo Russell [Véase] afirmando, con contundencia, que el odio es estupidez y el amor sabiduría. Nada peor, nada más estúpido, para Europa, para la entera Humanidad, y para cualquier individuo humano, que los discursos que incitan al odio.

Para salvar Europa -y a la entera Humanidad- habrá que poner fin al bogomilismo; esto es: los discursos de simplificación y demonización del poder que suelen agradar, y calmar, la vulgaridad del hombre-masa. Ortega, una vez más, nos ofrece un concepto que puede ser de gran utilidad para no dejar de soñar un futuro grandioso para la condición humana -individual y socializada-. El hombre-masa sería aquel que manifiesta una “radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia… El hombre masa es el niño mimado de la Historia”.

Por eso creo que Telefasa, la madre de Europa, tenía que agotarse en Tracia (no recuperar a su mimada hija). Tenía que prosperar el antipático Zeus (Agoreo y Horkios), disfrazado de toro (blanco). Europa se hará reina de un precioso territorio si sus habitantes (y sus corazones) se exigen más a sí mismos que a los otros; y si se superan los paralizantes mimos que caracterizan al hombre-masa (consumidor de las tóxicas narrativas bogomílicas).

Más Europa será más espacio para la grandeza humana. Estoy seguro de ello.

Ahora toca soñar (sin miedo), amar (sin mimos) y trabajar (trabajarse).

Todo esto creo yo haber oído en los mitos griegos sobre Europa. Y me he permitido a mí mismo aceptar la hipótesis de que esos mitos sean algo más que palabras.

La realidad pura y dura es la pura magia. Y es además una magia sacra.

David López

Sotosalbos, a 9 de julio de 2012.

Las bailarinas lógicas. Un diccionario filosófico. (Segunda parte).

 

        Damos comienzo a la segunda parte de Las bailarinas lógicas. Un diccionario filosófico. Este título se fue imponiendo a mediados del curso pasado, mientras volábamos por el interior sin fondo de más de cuarenta palabras en un proyecto filosófico que, incialmente, llevaba por título “Diccionario de los mundos”.

        Pero poco a poco me fue poseyendo una metáfora: las palabras como bailarinas lógicas, como seres capaces de modelar el infinito de nuestra mente: como seres capaces de narcotizarnos con su belleza y de instalarnos mundos enteros. Y me fue poseyendo también algo así como una mitología basada en el himno  10.125 del Rig Veda, el cual recoge esta afirmación de Vak (la diosa de la palabra):  

        “Aunque ellos no lo saben, habitan en mí”.

        Se refiere a “nosotros”. Pero, ¿quiénes/qué somos “nosotros”?

        En el curso pasado  mantuve este mantra sonando detrás de mis conferencias. Es de Michel Foucault y suena así:

        “No son los hombres los que hacen los discursos, sino los discursos los que hacen a los hombres”.

        Debeo reconocer que, tras la experiencia vivida con las primeras bailarinas lógicas, Vak (la palabra, el lenguaje) me produce una fascinación creciente; y su negación absoluta (eso innombrable que, absurdamente, nombramos con el símbolo “silencio”) cada vez me sobrecoge y, a la vez, me nutre más.

        También me sobrecoge y me nutre más cada día el espectáculo -al menos teorético- que ofrecen esos abrazos desesperados, frágiles como vidas, entre lo infinito y lo finito; entre lo que puede ser dicho y lo que no (si es que hay algo que puede ser dicho).

       

        Las bailarinas lógicas por cuyo interior volaremos este año son las siguientes:

 

        Apara-vidya

        Arte

        Avatar

        Cabalah

        Cerebro

        Egoísmo

        Empirismo

        Existencia

        Espiritualidad

        Estado

        Filosofía

        Física

        Felicidad

        Globalización

        Gracia

        Hermenéutica

        Humor

        Inteligencia

        Intuición

        Lenguaje

        Luz

        Lógica

        Máquina

        Meditación

        Metafísica

        Mística

        Moral

        Nada

        Naturaleza

        Piedad

        Política

        Razón

        Reiki

        Ser

        Silencio

        Sueño

        Teosofía

        Teurgia

        Verdad

        Writti

        Ying/Yang

        Yo

        Yoga

        Zen

                             —————————————————————————–

 

        La primera conferencia tendrá lugar el lunes trece de septiembre (a las siete de la tarde) en la sala de Ámbito Cultural en Madrid. En ella haré una presentación de las palabras que este año se unirán a mi diccionario filosófico.

        Este diccionario lo estoy elaborando también en la sede de la International Coach Federation (Calle Almagro, 3) y en los clubes de filósofos con los que vengo compartiendo Filosofía y amistad desde hace dos años.

        Una de las filósofas de uno de esos clubes me ha hecho llegar el video que aparece al final de estos párrafos. Sugiero ver en él a Vak (esa diosa que dice habernos atrapado)  dibujando mundos en la arena metafísica de nuestra mente. Aunque cabría sostener, con Novalis por ejemplo, que esas manos prodigiosas, y esa arena de inestabilidad y de fertilidad infinitas, pertenecen al mismo ser: a nuestro verdadero “yo”.

        A ese monstruo prodigioso y sagrado.

        Vamos a ver (o, mejor dicho, querer ver) una encarnación de Vak. Se llama Kseniya Simonova y lo que va a modelar en la arena de nuestra mente es la invasión de Ucrania por los alemanes:

       

        Gracias Daphne.

       

        David López

        Sotosalbos, 12 de septiembre de 2010.

Las bailarinas lógicas: “Poesía”.

 

 

Poesía. Póiesis es la palabra griega. Significa “creación”  en sentido extenso. La poética sería crear algo con la palabra.

Impresiona la palabra Póiesis si se la relaciona con Hyle (materia). Hyle se utilizaba para compartir un concepto que sería algo así como “materia prima para construir cualquier cosa”. Mis reflexiones sobre la materia se pueden leer [aquí].

¿Cabe analizar filosóficamente eso que sea la Poesía? ¿Cabe ubicarla en un modelo de totalidad? Creo que sí. Aunque ese modelo de totalidad, finalmente, se hará con palabras. Palabras siempre creativas.

Una pregunta fundamental es si las cosas y el mundo están ya, ahí, antes de ser nombrados, o no.  ¿Hay “cosas” y “mundos de cosas” o lo que hay es materia: materia prima para construir, crear, mundos de cosas con la palabra? ¿No es “mundo” una palabra? ¿No es “nación” una palabra? ¿No son “hombre” y “humanismo” también palabras? Sí, son palabras, constructos poéticos que maximizan sus hechizos para que no se evidencie su origen poético: quieren ser metalingüísticos: quieren tener un ser en sí más allá de que un poeta les de un nombre. Pero no lo tienen. Lo que haya más allá del lenguaje no puede decirlo el lenguaje.

Y ni siquiera puede el lenguaje decirse a sí mismo.

Un primer acercamiento filosófico a esta flor azul nos obliga a deternernos en una obviedad: eso que comúnmente se entiende por Poesía se presenta, fenomenológicamente al menos, como una simple combinación de palabras: símbolos acústicos o gráficos que, en contacto con nuestro cerebro, y una vez decodificados, pueden provocar modificaciones en nuestro estado de conciencia.

Y, algunas veces, el lenguaje, la Poesía, puede reventarnos de belleza por dentro. En esos momentos el poeta es un mago porque transmuta nuestros estados de conciencia, nos sublima, a nosotros, y también eso que llamamos mundo. Pero la Poesía no siempre consigue hacer Magia con nuestra psique y con nuestro sistema sanguíneo. Todo lo contrario: la mayoría de las veces los constructos de palabras que se presentan explícitamente como “poemas” son tediosos, absurdos, azucarados en exceso, ácidos en exceso, necroseados… ¿De qué depende que ocurra el milagro poético? Me refiero al milagro de que unas simples palabras -símbolos combinados- nos provoquen estupor maravillado. Hagamos una prueba. Dejemos que nos posean estas palabras de Hölderlin:

En suave azul florece

con su metálico techo la torre de la Iglesia.

¿Qué nos ha pasado? ¿Ha retumbado en nuestra kantiana bóveda interior algo así como un trueno de belleza casi mortal? ¿O no hemos sentido nada porque no compartimos con Hölderlin su vibración poético-símbolica, sus miradas, sus sobrecogimientos cósmico-cristianos?

En este  texto intentaré compartir mi sensación -¿pre-poetizada ya por algún poeta cuyas poesías hayan anidado en mi interior?- de que todo es Poesía: incluido ese ámbito de lo “real” que denominamos “prosaico”. En uno de sus más famosos poemas Bécquer dice:

¿Qué es poesía? –dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú.

Creo que ese “tú” es todo. No solo la belleza femenina que suponemos brillando y vibrando en torno a esa pupila azul. Todo: el “mundo” y sus “cosas”, los “dioses” (dioses lógicos, lógicamente) y hasta algo que podríamos llamar nuestro “yo objetivo” o “lógico”: esa cosa con la que nos identificamos, que observamos, desde una mirada tomada por una forma de poetizar.

¿Diferencia entre Logos y Poesía? Quizás la Poesía se hace Logos cuando ya ha nacido y no quiere cambiar ni morir. Cuando se aferra a una forma (o, mejor, a una forma concretas de ser música). El Logos es el resultado del poetizar. El poetizar, si es auténtico, sería libre, genésico… o apocalíptico. Por eso los dogmatismos -los totalitarismos de la mente- quieren (necesitan) expulsar a los poetas. Porque por las bocas de los poetas pueden entrar nuevas formas de decir el mundo: nuevas músicas, quizás imbailables para nuestros cuerpos actuales.

Pero, ¿qué/quién habla a través de los poetas? ¿Son los poetas, los verdaderos poetas, esclavos de la creativa libertad de los dioses? ¿Son elegidos? ¿Elegidos para qué? ¿Para aumentar la potencia de los hechizos de lo real? ¿Por qué quieren tenernos hechizados en deliciosas cavernas platónicas?

Creo que cabe acerarse a la Poesía desde las palabras de estos poetas:

1.- Platón (con la lectura de su diálogo Ion).

2.- Novalis: Henrich von Ofterdingen: el fondo de lo real es la Poesía (y la Magia).

3.- Heidegger [Véase aquí]. Qué es Poesía. El poetizar como fundamento de todo lenguaje y como actividad del Ser (no del hombre).

4.- María Zambrano [Véase aquí]. Filosofía y Poesía (ineludible). También lo es Algunos lugares de la Poesía. En esta antología hay un texto que lleva por título San Juan de la Cruz: de la “noche oscura” a la más clara mística. Sobre esta deliciosa pócima de palabras hice yo una crítica que se puede leer [Aquí].

5.- Baudrillard. Todo es mapa. Ya no hay territorio. Y el mapa es además falso. Braceamos, perdidos, desconcertados, engañados por mentirosos que han sido a su vez previamente engañados… en un océano de símbolos entremezclados que nos han alejado de lo real. De lo real de verdad. Sostendré que Baudrillard fue un dogmático pesimista que no soportó la fertilidad ubicua de las palabras: que no soportó las consecuencias del eterno poetizar que arde en el fondo de lo real.

Algunas de mis ideas sobre eso que sea el misterio de la Poesía:

1.- Hölderlin -cuyo retrato vigila este texto- dijo: “Poéticamente habita el hombre sobre la tierra”. Tenía razón. Y de hecho, “hombre”, “habitar” y “tierra” son constructos poéticos. Muy antiguos -fundacionales diría Heidegger-, pero no por ello menos creativos, menos artísticos, menos hechizantes.

2.- Creo que sería útil distinguir entre Poesía consciente (o explícita) y Poesía inconsciente (o implícita). La primera la encontramos en las combinaciones de palabras que se presentan como poemas (o, en sentido más amplio, como obras literarias de ficción). En la segunda estaría, según Machado, la Filosofía (“Los grandes filósofos son poetas que creen en la realidad de sus poemas”). Yo creo que habría que extender también la Poesía (inconsciente, implícita) a las teorías científicas y a los constructos matemáticos. El universo de Aristóteles ahora nos parece una fantasía. Pero era evocador. Hacía sentir ahí dentro todo un mundo. Las cosmovisiones actuales también son poesías. Inconscientes. Platón, el gran político-poeta, no quiso más Poesía. Quiso que su poetizar -el suyo y el de los suyos- fuera ya Logos: fuego eterno, matemático, dando orden inamovible al cosmos eterno.

3.- Desde el discurso del materialismo cerebralista (que es también Poesía) se podría decir que un poema -explícito- ofrece un determinado recorrido de conexiones neuronales. Así, leyendo a Rilke, o a San Juan de la Cruz -o a Marx, otro poeta- nos veríamos obligados a componer conceptos, y relaciones entre conceptos, que nos provocarían sensaciones singulares. O no. En algunos casos, esas sensaciones nos elevarían, transmutarían nuestra conciencia: nos llevarían a una especie de paraíso lógico.

4.- Los universales [Véase]. Cabe preguntarse por el origen de esas formas de recortar -de crear- lo real. Quizás el poeta más poderoso sea aquel capaz de instaurar nuevos universales (nuevas cosas, nuevos dioses, nuevos hombres), con energía, con Magia, tanta que se presentarán como obvios para los miembros de su “alga lógica” (cerebros en red, cerebros y corazones que vibran en un mismo tejido lingüístico-poético). El que cree en la realidad de los universales -el que cree que las cosas existen en sí, antes del lenguaje- está ortorgando una especie de eternidad y autonomía meta-antrópica a un Poema: un Poema que querría alcanzar ese estado de divinidad que tendría el Logos [Véase Logos].

5.- Se ha dicho muchas veces, y desde hace milenios, que los poetas están en manos de los dioses. O del Uno primordial. O del Ser. No es una hipótesis descartable. Cabría imaginar que las mentes de los hombres -y los corazones también- estuvieran manipulados por inteligencias no accesibles a la nuestra  (programadores sobrehumanos entrando en el sistema de nuestras mentes). O por poderosísimas fuerzas de la naturaleza igualmente inaccesibles a nuestra inteligencia. Uno primordial. Ser. Dios. Dioses. Naturaleza. Vida. Leyes (teoría “M”). Todo palabras. Todo Poesía. Todo Magia (otra palabra más).

6.- Heidegger pensó que el hombre (el hombre post-socrático al menos) ya no escucha a los verdaderos poetas (a los dioses en definitiva) porque se pierde en lo humano (lo útil). La Poesía probablemente es anterior a lo humano (a lo que ahora metemos en el conjunto que preside este universal). Foucault lo dijo así: “no son los hombres los que hacen los discursos, sino los discursos los que hacen a los hombres”. ¿Y de dónde salen esos discursos capaces de crear hombres?

7.- No existiría lo “prosaico” (ni siquiera sería prosaica la prosa del manual de un frigorífico). Todo se mira y se siente a través de un lenguaje, de un resultado concreto del poetizar. Lo prosaico sería algo así como un poetizar inconsciente, rutinizado, mimético y robotizado, ya deslucido y desdivinizado por el uso. Decir, simplemente, que “el vaso está lleno de agua” es reproducir, inconscientemente, un poetizar. Y creo que no debería olvidarse -al hablar- el origen divino de ese acto genésico que es el poetizar. Recomiendo leer mis notas sobre “Cosa” [aquí].

Poesía. Palabras. Palabras. Pero, ¿cabe poetizar el silencio? ¿No es el silencio otra palabra, otro “concepto” [véase]? Creo que no. Quien medita, quien medita de verdad, sabe que el silencio al que se llega en meditación es “algo” mucho más allá del silencio que puede crear el lenguaje. Y se llega a “Eso” si se es capaz de desactivar todas las poesías: incluidas las que explican y celebran el prodigio de la propia meditación.

Uno de los espectáculos más impresionantes que se presenta ante mi conciencia es, sin duda, lo que le ocurre al lenguaje cuando quiere decir lo que hay, en su totalidad: el Ser, o Dios, o … En esos momentos el lenguaje -el poetizar- se retorsiona, ruge, suda, explota dentro de sí mismo en infinitos y deslumbrantes bigbangs lógicos, fabrica fabulosos paraísos lógicos; y también infiernos. Pero nunca puede ver nada fuera de sí mismo, porque el lenguaje -y sus Poesías- no ven, sino que fabrican la mirada. Todo se ve -en realidad se crea- a través de ellos. Incluso crea a ese niño abandonado en la selva que no conoce el lenguaje pero que, sin embargo, ve, y sobrevive. No. Ese “niño” y esa “selva” son constructos poéticos. Lo que se vea desde eso que haya detrás de las palabras “niño abandonado en la selva” es inefable; incluso si aceptamos la -kantiana- hipótesis de Chomsky de que todos los seres humanos nacemos ya, de serie, con el lenguaje aprendido.

Retorsión. Sudor lógico. Estallidos infinitos canalizados por algoritmos sintácticos. Creatividad -si es que eso es posible- desde sistemas con leyes lógicas determinadas a priori. Es el espectáculo que ofrecen los sistemas filosóficos: esos imponentes poemas. Pero la inefabilidad es ubícua; y el lenguaje más excelso es aquel que, desde la lucidez y la impotencia, desde la docta ignorancia, desde la pobreza absoluta a la que se refería Eckhart, se serena y, en silencio, asumiendo su nada, su materia onírico-mágica, trata de oír, oler, eso que haya más allá de las palabras.

En esos momentos, un árbol deja de ser un “árbol” y el poeta que lo contempla deja de ser un “ser humano”.

Y ambos -árbol y poeta- se disuelven en lo sagrado.

David López

 

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