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Las bailarinas lógicas: “Felicidad”.

 

 

 

 

“Felicidad”. Otra bailarina lógica. Un símbolo que quiere que creamos que existe algo nombrado por él: que existe aunque dicho símbolo no existiera.

¿Qué es la felicidad? La Real Academia define el ámbito de esta palabra así: “Estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien”. ¿De qué bien? ¿Calma? ¿Placer? ¿Es lo mismo la felicidad que el placer? ¿Hay algo que esté por encima de la felicidad? ¿Es buena la felicidad? ¿Es malo el sufrimiento?

Ayer por la mañana llovía en Sotosalbos. Y había poca luz. Pero aun así, la “Materia” parecía preñada de posibilidad, como siempre. Le había prometido a mi hijo Nicolás que íbamos a poner bolas de Navidad en su abedul. Y en el de su hermana Lucía. Todas de color oro. Como el sol que ocultaban las nubes.

Salimos a la calle, lloviendo, casi nevando. Me subí a una escalera y, con las manos embrutecidas por el frío, fui colocando bolas de oro falso en las ramas blancas de los abedules. Nicolás me asistía desde abajo. Con la mirada encendida. Vestido como un explorador del Ártico. Y, de pronto, se encendieron a la vez el sol y todas las bolas de oro que habíamos colocado en los abedules. Y también se encendió algo en mi interior. Una felicidad extrema. Casi insoportable.

Dijo en cierta ocasión Goethe algo así como que el ser humano no soporta una sucesión demasiado larga de días felices. Pero el que ha sufrido y sufre cada día no tiene problemas con la felicidad. La recibe como un regalo de los dioses. La celebra. La observa y la atesora como si fuera un precioso bebé nacido de un parto muy doloroso. Mi visión sobre el sufrimiento creativo (el Tapas hindú) se puede leer [aquí].

La felicidad existe. Y es un fenómeno misterioso y desconcertante. A los pesimistas, por miedo, por debilidad, les gusta minimizar su presencia en “lo real”. El sufrimiento también existe. Creo que no es necesario que, como hizo Schopenhauer, escriba miles de frases para convencer a los dudosos. Pero ambos fenómenos tienen fronteras muy gelatinosas y su hábitat son los sueños. Maya. Nuestra mente. El mundo. Es todo lo mismo.

La historia de las ideas y de las sensaciones está repleta de consejos para ser feliz. Para ser un “sabio feliz”. Al ocuparme de “Apara-Vidya” reivindiqué este tipo de sabiduría, digamos, “para soñadores”, para los que sabemos que estamos soñando pero que no nos importa. Supongo que muchas personas leerán con cierto interés el texto que estoy ahora redactando por si en él apareciese algún nuevo truco para conseguir, por fin, la felicidad… o, al menos, algo menos de sufrimiento.

Desde un punto de vista metafísico la pregunta crucial es si somos o no libres para escuchar consejos sobre la felicidad y para aplicarlos a nuestras “vidas”. Recomiendo leer “Libertad”. Si, como afirman gran parte de los físicos [Véase “Física”], todo está determinado por leyes matemáticas implacables, lo que ocurrirá a continuación es que yo voy a escribir exactamente lo que permitan esas leyes, las cuales tendrían tomada la estructura y el funcionamiento de mi cerebro. Y no solo eso, sino que el lector leerá y hará exactamente lo que permitan -lo que tengan “previsto”- esas mismas leyes. Así, finalmente, tanto los consejos para ser más felices -más sabios si se quiere- como las posibilidades de aplicación de esos consejos estarán ocurriendo mecánicamente. Se será o no feliz mecánicamente, algorítmicamente. En cualquier caso, habría que sentirse maravillado por lo que esas leyes son capaces de hacer con eso de la “materia”, pues gracias a su fuerza, a su autoridad, gracias al baile que consiguen que se produzca en el Ser -en “lo que hay”-, ocurren cosas como la sonrisa que alumbra estas frases.

Yo sostendré que sí somos libres para configurar un paraíso en el cosmos en el que estamos soñando. Y que somos algo así como magos capaces de reconfigurar, en cualquier momento, la textura de nuestro sueño (de nuestra vida). Y desde esa libertad -absurda lógicamente- me atreveré a compartir mis trucos para la felicidad, uno de los cuales es considerar el sufrimiento como una prodigiosa factoría de paraísos. Yo lo compruebo cada día.

Antes de exponer mis propias ideas sobre esa bailarina lógica llamada “Felicidad”, creo oportuno hacer un recorrido, aunque sea casi telegráfico, por los siguientes temas (no debemos olvidar que esto es un diccionario filosófico, por muy expresionista que se muestre en ocasiones):

1.- Buda: la vida es sufrimiento. Y el sufrimiento es malo. Hay que erradicarlo erradicando el deseo. Yo discrepo con la primera premisa del budismo. La vida es mucho más compleja y desbordante que lo que esa palabra -“sufrimiento”- puede llegar a abarcar nunca. En cualquier caso, creo que huir de sufrimiento afea la vida. Y la muerte.

2.- Heráclito: “Que a los hombres les suceda cuanto quieren no es lo mejor”. Ha habido muchas afirmaciones similares a lo largo de la historia del pensamiento. Cabría sospechar que hubiera una mano que guía nuestra vida mejor que lo que lo harían nuestras rabietas. Y que la guía hacia algo que no podemos ni imaginar (¿por lo maravilloso que va a ser?). Escuchemos de nuevo a Heráclito “el oscuro”: “A los hombres, tras la muerte, les esperan cosas que ni esperan ni imaginan”. Yo creo que eso está ya ahora. Que estamos ya en algo inimaginable. Sigo recomendando la edición comentada de Alberto Bernabé de los siempre sorprendentes “Fragmentos presocráticos” (Alianza Editorial, Madrid, 1988).

3.- Platón. Creo que merece acercarse a las ideas de este gran poeta desde una obra de Beatriz Bossi: Saber gozar (Trotta, Madrid, 2008). La idea clave que se expone en este libro sería que, según Platón (Sócrates) el sabio es un hedonista, un experto en placeres y que, como tal, sabe cómo conseguir una perfecta armonía entre placeres para que ninguno de ellos se convierta, paradójicamente, en una fábrica de sufrimiento. Mi crítica sobre esta interesante obra se puede encontrar en “Críticas literarias” [Véase aquí].

4.- Epicuro. Creo que para acercarse al pensamiento de este filósofo del placer puede ser de gran utilidad -y puede proporcionar gran placer- esta obra de Anthony A. Long: La filosofía helenística (Alianza universidad, Madrid, 1977). También me parece recomendable Epicuro, de Carlos García Gual (Alianza, Madrid, 2002). Y, por supuesto, Defensa de Epicuro contra la común opinión, de Francisco de Quevedo (Tecnos, Madrid, 2001). Epicuro (341-271 a. C.) quiso crear nuevas palabras, nuevas ideas, para evitar el sufrimiento humano. Así, creyó necesario decir -que se dijera, que se pensara- que los dioses no influyen ni en la Naturaleza ni en los asuntos humanos (así se acabaría con el sufrimiento derivado del miedo a los caprichos de esos seres). También creyó necesario que se dijera -que se pensase- que no hay nada experimentable por eso que sea el ser humano más allá de la muerte de su cuerpo físico. De esta forma creyó Epicuro que se acabaría la angustia por un juicio final que determinara si se ingresa o no en el infierno: que se alcanzaría el más preciado de todos los bienes: la paz mental.  Se podría decir, desde Maturana quizás, que Epicuro, como cualquier otra fuente de “palabras” -de Logos- sería un órgano al servicio del sistema viviente que nutre nuestros cerebros -las cajas de nuestros mundos_. [Véase “Cerebro”]. Epicuro generó las ideas que él creyó más útiles para alcanzar la felicidad, para evitar el miedo. Quizás cabría encontrar aquí la razón de que muchos físicos rechacen con tanta contundencia -e irracionalidad- la posibilidad de más experiencias tras la muerte del cuerpo físico y, sobre todo, que existan seres poderosos -dioses- detrás del baile de lo fenoménico.

5.- Schopenhauer. El mundo, la vida humana, y la de todos los seres de la naturaleza, es sufrimiento. Hay que dejar de querer para que este mundo se diluya. Lo curioso en Schopenhauer es que dedicara tantas páginas de su obra capital (El mundo como voluntad y representación) a dejar claro que este mundo es un horror, por mucho que queramos afirmar que hay niños en él que sonríen. Parecería, por lo tanto, que la cosa no está tan clara. Es el problema de los pesimistas, y de los optimistas también: no soportan la complejidad infinita que nos envuelve y que nos nutre. Y que nos mata. La complejidad infinita que, en realidad, constituye nuestro verdadero ser.

6.- Nietzsche. “Nos aspiro a la felicidad. Aspiro a mi obra”. Quizás esta frase podría provenir del Artista Primordial. Dios si se quiere. Un ser que, disponiendo ya de la felicidad infinita, decide, sorprendentemente, crear un mundo y meterse en él. Y crucificarse en él. Nietzsche quizás sea de los filósofos que más han sacralizado el sufrimiento: que más han sabido ver sus posibilidades alquímicas.

7.- Freud. No debería renunciarse al placer de leer este libro: La interpretación de los sueños (Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1983). Los sueños tienen una función terapéutica. Cabría decir que la vida sería el sumatorio de “realidades” que se armonizan en eso que sea nuestra conciencia. Cabría decir también que la felicidad está garantizada en el producto onírico final. ¿Qué sentirá quien esté soñando y viviendo todo a la vez?

Procedo ahora a exponer algunas ideas. Las voy a transcribir directamente, tal y como están en un cuaderno que me ha acompañado estos días de prodigio (un fin de semana con mis hijos, con el fuego encendido, rodeado de nieblas, fresnos y abedules con soles de plástico):

1.- No sé muy bien qué es exactamente eso de la “felicidad”. Yo puedo dar cuenta de momentos en los que se produce una especie de chasquido estructural: un sonido que parece provenir de las profundidades del Ser, un “Sí” que tiene fuerza suficiente como para embellecer todo lo vivido hasta ese momento. Sugiero la lectura de “Aufhebung”. Creo que hay momentos que tienen una textura arquitectónica prodigiosa. Y que hay que celebrarlos. Religiosamente. También creo que hay que celebrar los momentos en los que se está en el andamio, sufriendo, fabricando esos momentos prodigiosos: el “chasquido”.

2.- Creo -a pesar de la insostenibilidad lógica de la libertad en el mundo donde gobierna la lógica- que somos magos: ingenieros de nuestro propio sueño: los creadores de nuestro propio Maya. Y que podemos hacer cosas sorprendentes. No sólo cabe ser feliz aquí dentro, sino que cabe “felicitar” a los demas; esto es: insuflar no sé qué en la textura de los instantes en los que vamos entrando para que las demás personas reciban ese no sé qué y sientan una dulzura inesperada en la textura de sus respectivos sueños. Cabe embellecer mucho el sueño ajeno. Cabe amar.

3.- La vida es una experiencia impresionante. Una obra de arte que deja sin palabras a los artistas que viven entre sus óleos. La vida es una tempestad de armonías, un abrazo apasionado entre luces y sombras, dolor y placer, sabiduría y estupidez. No querer sufrir es no querer vivir. El que tiene fe -el que confía en lo real, en lo real en su totalidad, en su infinitud- no tiene miedo al sufrimiento, ni tiene miedo siquiera al miedo, ni al deseo: el que tiene fe se siente amado y asistido, en todo momento, por el infinito: Dios se aprieta, pero no se ahoga. Recordemos los momentos en los que, en un sueño, ya no resistimos más la hostilidad que nos rodea, y de pronto nos sabemos poseedores de un gran secreto: que cabe salirse del infierno, despertar… bueno, despertar no, sino cambiar de sueño. Seguir soñando, seguir disfrutando de la creatividad de Dios.

4.- Creo, no obstante lo afirmado antes, que cabe aplicar la inteligencia -la prudencia del sabio socrático, o del confuciano, o del que sea- a la vida. Creo que con algunos trucos la vida puede ser hermosa, que el sabio, efectivamente, sabe cómo ser feliz aquí dentro.

5.- El consejo para ser feliz que me parece más útil es el siguiente: autarquía: que tu felicidad no dependa de nadie: sé feliz amando, dando, sin pedir nada a cambio, sin sacar después la cuenta. El amor, aunque sea una palabra que produzca algo de agotamiento, y que empalague -a mí a veces mucho-, es decisivo para la felicidad. Quien no ama está como condenado en vida. La gente infeliz que me rodea tiene grandes problemas para dar amor. O lo da sintiendo que está siendo demasiado generoso. También veo que tienen muchos problemas con la felicidad los que se creen muy buenos y los que ya se sienten en alguna verdad absoluta: desde sus casitas de chocolate lógico ven el mundo lleno de pecadores, de ignorantes, de malos, etc… Un mundo muy feorro y amenazante, un mundo “impuro” del que ellos quieren salir: un mundo que ya no tiene el olor a eterna primavera que había en el paraíso, esa forma de mente en la que todavía no había “conceptos”. Chantal Maillard habló alguna vez de un charquito al que se asomó de pequeña, en Bélgica, y su anhelo de regresar a aquel paraíso pre-conceptual. Sugiero la lectura de la crítica que hice de su libro Adios a la India [Véase “Críticas literarias”].

Los soles que se encendieron ayer en el cielo, en los abedules y en los ojos de mi hijo  no pueden ser ignorados por la Filosofía. Son un misterio absoluto. Un exceso de belleza que parece forzar cualquier modelo lógico. La felicidad es un misterio absoluto. Pero yo no sentí sólo felicidad en aquel momento.

Había algo más.

Algo que espero tocar algún día con las manos de mis frases.

David López

 

Las bailarinas lógicas : “Logos”.

 

 

Ayer, justo antes de dormirme, miré hacia los árboles, las algas lógicas y las estrellas que rodeaban mi casa.

El viento sacudía con fuerza las formas de las cosas, como si quisiera liberarlas de sus nombres.

Acababa de dar un paseo –otro más- por las frases que Guthrie dedicó a Heráclito en su majestuosa Historia de la filosofía griega[1]. Poco antes había paseado por un libro, sólido y luminoso, de Alberto Bernabé: De Tales a Demócrito (Fragmentos presocráticos)[2]. Y también allí había repensado lo pensado por Heráclito.

Heráclito el oscuro: el profeta del fuego lógico.

Este “filósofo” griego afirmó que se había investigado a sí mismo. Y que este “orden del mundo, el mismo para todos, no lo hizo Dios ni hombre alguno, sino que fue siempre, es y será; fuego siempre vivo, prendido según medidas y apagado según medidas”.

Fuego finitizado, ordenado… ordenador.

A ese orden, a ese fuego lógico, a ese Dios que “no quiere y quiere verse llamado con el nombre Zeus”, se le ha llamado también Logos.

Logos: palabra, razón de ser de todo lo que se presenta, lo dicho, lo pensado en el pensar y el pensar mismo, el hijo de Dios y Dios al mismo tiempo…

El sistema lingüístico… Matrix.

En este texto voy a tratar de asomarme a esta palabra –Logos- desde la propia palabra. Desde dentro. ¿Cómo asomarse desde dentro a un cosmos?

Está claro que voy a fracasar. Pero quizás sea capaz de compartir mi reverencia, mi sobrecogimiento, ante las bailarinas de fuego.

¿O es una sola que las agrupa todas? ¿Es una bailarina que integra en un cuerpo monstruoso el cuerpo de todas las bailarinas lógicas que podamos imaginar? Dijo Orígenes que el Logos es la idea de todas las ideas.

A continuación ofrezco algo de orden sobre lo que soy capaz de pensar y sentir con ocasión de ese Gran Fuego ordenador que sería el Logos:

1.- El Logos, pensado como totalidad lógica (como sistema), como fuego único (razón única) del mundo, otorga forma –realidad- a un cosmos y regula sus posibilidades de cambio. Un logos es una forma entre las infinitas posibles de encadenar conceptos (formas de mente): es un baile en definitiva: o una sucesión de modelos de conexión neuronal.

2.- El logos sería algo así como la música de fondo (eterna e inmutable según Heráclito y muchos otros) que establece las coreografías posibles (los movimientos posibles) en un determinado cosmos: en una determinada finitud. Esas coreografías posibles, no obstante, generan un infinito dentro de la finitud (me remito a la presentación de mi conferencia sobre el infinito). La música del Logos, ese dictado permanente, suena en el infinito: le permite finitizarse, ser algo en la nada mágica (por arte de magia).

3.- El logos –la Palabra/El Verbo- es Dios en cuanto que es creadora, conservadora y destructora de mundos (recordemos la trinidad hindú). Pero no es omnipotente porque puede ser desactivado por la magia del silencio.

4.- Ya he afirmado en otros textos que, en mi opinión, somos Magos. Desde este análisis del concepto “Logos”, siento que somos Magos lógicos, en el sentido de que podemos entrar con las manos de nuestras frases en la maquinaria configuradora de mundos que hay en las mentes de los que nos escuchan. Por eso considero que el acto de hablar es sagrado. Cada frase que emitimos debe considerarse algo sagrado.

5.- El silencio desintegra los mundos, los devuelve al pecho lógico de eso que es el fondo de todo: nuestro verdadero yo; que no es un yo, ni es Dios: es una Nada donde “sentimos” que estamos en nuestro verdadero ser: libre, omnipotente, eterno: creador de infinitos Logos… de infinitos modelos de fuego lógico.

Esta noche el viento no ha parado de rugir bajo las estrellas y sobre la fría tierra de Segovia. No ha parado de poner a prueba la solidez lógica del mundo (de mi mundo). De hecho, aturdido por el ruido, he tenido sueños viscosos, absurdos, dolorosos, donde yo no recordaba la solidez cósmica que había abandonado al entrar en mi cama: nadaba en un océano donde era imposible hacer pie.

Al despertar –al hacer pie, o al creerme que lo hacía- he comprobado que todo seguía ahí: los árboles, el invierno, los libros, los vínculos anímicos con mis seres queridos.

Vak –la Palabra, la diosa del orden- me ha sonreído. Y yo a ella. Gracias querida amiga.

El amor a mi mundo me impide perdirle al Logos, por el momento, que se retire: que deje mi conciencia abierta al Silencio radical de Dios (del Dios metalógico): que se aparte para que yo pueda arder, ya, en lo que San Juan de la Cruz denominó “Llama de amor viva”.

Por el momento prefiero arder –dionisíaca pero cosmizadamente- en esa llama de lógica viva a que se refería Heráclito.

Prefiero arder, todavía, en la Palabra.

En el Logos: ese fuego legaliforme: letal y cordial a la vez.

David López

[1] W.K.C. Guthrie: Historia de la filosofía griega (seis volúmenes), Gredos, Madrid, 1984.

[2] Alberto Bernabé: De Tales a Demócrito (Fragmentos presocráticos), Alianza editorial,  Madrid, 1988.

[3] Wendy Doniger: The Rig Veda, Penguin Books, London, 1981.