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Curso online: Filosofía de la política (Un viaje filosófico por la historia de la Humanidad)

 

 

¿Quieres hacer conmigo un gigantesco viaje filosófico?

Es muy probable que la crisis provocada por el coronavirus ponga nombre a un nuevo capítulo de la historia de la Humanidad. Está todavía por ver cuál será la esencia, la textura fundamental, de ese nuevo capítulo, de esa nueva era.

Hoy, ahora mismo, muchos ciudadanos del mundo están asomados, con mirada filosófica, a sus ventanas (a las ventanas de sus casas y a las ventanas de sus dispositivos). Parecería que nos hemos puesto de verdad serios, graves, ante un futuro tan inquietante como fascinante. Hoy quizás sea el momento de plantearnos qué es exactamente eso de “Política”: ¿Cuál es la esencia, el motor crucial, de esos huracanes de ideas, de instituciones, de sueños y de demonologías recíprocas? ¿Cuál el sueño esencial, e irrenunciable, de la Humanidad? ¿Y qué es lo sagrado, lo intocable, de cada ser humano individual?

Este curso es un gigantesco viaje, un vuelo, y también un buceo ilimitado, a través de milenios, civilizaciones y mentes prodigiosas:

30 conferencias. 30 semanas. Todos los martes desde el 8 de septiembre de 2020 hasta el 6 de abril de 2021 (excepto el martes 5 de enero). A las 19:00 horas (Europe/Madrid). A través de la plataforma Zoom.

El objetivo, aparte del inmenso placer de volar y de bucear, es contemplar bajo la luz descomunal de la Filosofía las distintas ideas políticas y sus creadores, así como los sistemas en los que dichas ideas se han encarnado. O no.

Empezaremos por la China antigua, pasaremos por la India védica, por las antiguas Grecia y Roma y, casi tres mil años después, llegaremos hasta el momento presente. Bueno, mejor dicho: llegaremos a lo que dentro de ocho meses sea el momento presente.

“Bibliografía a la carta”. Esto significa que cada alumno me tendrá a su entera disposición (gratuitamente) para aconsejarle sobre textos que pudieran ser de su especial interés. Así podrá  realizar, por así decirlo, un viaje personal, único, dentro del que ofrece este curso.

Importe de la inscripción para el curso entero: 125 euros. En esta cantidad está incluida la posibilidad de participar activamente (vía chat) en las 30 conferencias, el acceso en diferido a aquellas a las que no haya podido asistir y, como he indicado anteriormente, mi atención personal (vía correo electrónico) para la “bibliografía a la carta”.

Es un honor para mí iniciar con vosotros esta nueva gran expedición a lo más profundo del misterio de eso que llamamos “Política”. Hay en los milenios de nuestra Historia tesoros de ideas y de sentimientos todavía no utilizados. O no lo suficientemente. Y necesitamos esos tesoros para construir nuestro futuro.

[La inscripción se puede realizar desde este enlace]

 

PROGRAMA

1.- Introducción. ¿Qué es la Política? ¿Cuáles son sus presupuestos metafísicos, físicos y antropológicos? El tema de la libertad. El tema del progreso. Sociedad versus individualidad. Libertad versus orden. Creatividad versus tradición.

2.- El confucianismo y el taoísmo en la China antigua. Estado versus Naturaleza. Orden social/orden cósmico.

3.- La regulación de la posibilidad anti-sistema en la India antigua: los renunciantes. 

4.- Los sofistas en la Grecia antigua. Escepticismo y nihilismo políticos versus esperanza en las reflexiones sobre política.

5.- Platón: Critón. La sacralización de las leyes. Libertad versus legalidad.

6.- Platón: República. ¿Cuál es el mejor sistema político?

7.- Aristóteles: Política. La facticidad de la esclavitud humana. 

8.- Cicerón. Inteligencia política en la Roma antigua. ¿Hay un Derecho natural -unas leyes eternamente  justas- que el ser humano puede descubrir en su conciencia si su intelecto es potenciado mediante la educación? 

9.- Agustín de Hipona: La ciudad de Dios. La fe en la llegada de un sistema político perfecto, sagrado, final. 

10.- Averroes. Exposición de la República de Platón. Brillantez política y metafísica desde el islam. 

11.- Kant: La paz perpetua. El misterio de la política contemplado desde las alturas de la filosofía kantiana. 

12.– Hegel: Lecciones de Filosofía de la historia universal ¿Cuál -y de qué/quién- es el plan secreto que se despliega en la historia?

13.- John Stuart Mill. La sacralización de la libertad (y de la dignidad) humana. La abolición de la enseñanza estatal. La abolición del Estado. ¿Estamos dispuestos a tanta libertad, a tanta responsabilidad? 

14.- El comunismo. Marx. Un análisis metafísico y soteriológico. 

15.- Nietzsche y su radical teoría de la libertad y la esclavitud. ¿Es posible crear un sistema político donde quepa el “Súper-ser humano” (el Übermensch)?

16.-  La Escuela de Frankfurt. Horkheimer. Cuando el marxismo ama apasionadamente al ser humano individual. [Leer artículo].

17.- Marxismo-leninismo. Nazismo. Fascismo. Una reflexión sobre la violencia. Ideologías contrarias al “No matarás”.

18.- “Sociedad abierta”. Henri Bergson [Leer artículo]. Karl Popper [Leer artículo].

19.- Ortega y Gasset: La rebelión de las masas. El peligro de los seres humanos-masa. La urgente necesidad de seres humanos-nobles. [Leer artículo].

20.- Simone Weil: El arraigo. Preludio a una declaración de deberes hacia el ser humano. [Leer artículo].

21.- Michel Foucault: Vigilar y castigar. Una teoría reticular sobre el poder. [Leer artículo].

22.- Lyotard [Leer artículo] versus Habermas [Leer artículo]. La condición postmoderna/Teoría de la acción comunicativa.

23.- Noam Chomsky. El socialismo libertario. [Leer artículo].

24.- Fukuyama: El fin de la historia y el último hombre/Nuestro futuro post-humano: Consecuencias de la revolución biotecnológica. [Leer artículo].

25.E. O. Wilson: La conquista social de la Tierra. Un gran sabio sobre el universo de las hormigas proponiendo ideas para la política humana. [Leer artículo].

26.- Martha Nussbaum. Political emotions: Por qué el amor es importante para la justicia. [Leer artículo].

27.- Yuval Noah Harari. Homo Deus: Breve historia del mañana.    

28.- Steven Pinker: En defensa de la Ilustración: Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso. El “nuevo libro favorito” de Bill Gates.

29.- Repercusiones políticas de la crisis del corona virus.

30.- Reflexiones finales. Vislumbres de la esencia y del futuro de la política. Un propuesta personal.

[La inscripción se puede realizar también desde este enlace]

 

 

 

Filósofos míticos del mítico siglo XX: Gilles Deleuze

 

 

Gilles Deleuze (1925-1995).

Me encontré con su pensamiento, con su deliciosa escritura, por primera vez, al leer su libro sobre Nietzsche. Lo leí en francés y lo disfruté enormemente. Deleuze tiene magia lingüística: tiene un poder y una belleza expresivos que se aflojan, que se contraen, con la traducción. Más de lo normal.

Deleuze no viajó. No salió apenas de París, donde nació, vivió y murió, como un sabio taoísta (el Tao Te Ching desaconseja los viajes), o como un chamán urbano: un salvaje en una jungla de edificios, de personas y de frases. Tenía una mirada humanísima, inteligente, serena, limpia, aparentemente omnicomprensiva, que contrastaba prodigiosamente, monstruosamente, con unas uñas larguísimas, salvajes, terribles. Se podría decir que los extremos de las manos de Deleuze eran hendiduras, sangrantes, en el concepto estético de hombre, de ciudadano. Ojos sin límite y uñas sin límite unidos por  un cerebro humanísimo, es decir: filosófico.

Deleuze estuvo cerca de las palpitaciones del mayo del 68. Fue incluso un inspirador de aquellas tormentas que sacudieron, una vez más, los prístinos cielos platónicos. Pero lo cierto es que más tarde se distanció de cualquier transgresión que pudiera convertir al ser humano en un loque (un harapo, un naufragio). Y llegó a afirmar que él mismo había abandonado la bebida porque esa adicción le impedía trabajar. Y es que, según este filósofo mítico del mítico siglo XX, trabajar sería lo principal.

No se refería, obviamente, a esa esclavista identificación entre el trabajo y el servicio por cuenta ajena: eso que esta civilización sigue entendiendo por “empleo”. Se refería, creo yo, a que ese mago que es el ser humano tiene la obligación —suya, no exigible a ningún otro— de mover sin cesar su varita mágica: hacia afuera, hacia adentro, sin dejarse caer, sin abandonarse, siempre resistiendo, siempre luchando. ¿Contra qué? Yo creo que, desde Deleuze, se podría decir que el ser humano debe luchar contra toda desvitalización del impulso creador. Contra toda tendencia profana. Contra todo desencanto. Deleuze leyó y amó mucho a Nietzsche. De él quizás sacó la idea de que el filósofo (que es un artista de los conceptos) tiene la misión de aumentar los hechizos del mundo. Más Creación, más libertad, más independencia, más soledad creativa, plenipotenciaria. Todo para alcanzar, para hacer posible, un pueblo todavía no pensando, que vibre en conceptos todavía no construidos.

En los próximos párrafos me ocuparé principalmente de cómo pensó Deleuze, cómo sintió, ese pensamiento extremo, ese sentimiento extremo, que llamamos “Filosofía”. Puede leerse [Aquí] el homenaje que hice en su momento a esa bailarina crucial en mi vida. Deleuze, cuatro años antes de morir, escribió un libro con su amigo Guattari en el que ambos intentaron decir qué era esa cosa (la Filosofía) que parece atreverse a decir lo que hay, el todo de lo que hay. Y no solo eso: también parece que se atreve a pensar qué es pensar; y qué significa que algo sea.

Ese libro lleva por título Quést-ce que la philosophie? En español hay una edición en Anagrama (¿Qué es la filosofía?, traducción de Thomas Kauf). Estamos ante la filosofía de la Filosofía. Nos queremos abismar en qué sea la Filosofía en sí. Filosofamos (todos, creo yo) pero en realidad no llegamos a contemplar el fondo del corazón de esa actividad prodigiosa.

¿Qué es filosofía? da título a una obra ambiciosa, sofisticada, difícil en ciertos momentos, que quiere decir por fin lo que puede ser dicho en el ámbito filosófico (Deleuze afirmó alguna vez que no hay que intentar entender todo lo que dice un libro). En ¿Qué es filosofía? hay momentos fabulosos, experiencias intelectuales que convierten lo real (incluido ese sujeto que ve lo real) en un huracán de mundos infinitos. Deleuze/Guattari empiezan el libro sublimando gnoseológicamente su propia vejez: “A veces ocurre que la vejez otorga, no la juventud eterna, sino una libertad soberana, una necesidad pura en la que se goza de un momento de gracia entre la vida y la muerte, y en el que todas las piezas de la máquina encajan para enviar un mensaje hacia el futuro que atraviesa las épocas [….]”. El libro arranca literalmente anunciando esta posición sublimadora de la vejez. Su primera frase es ésta:

“Tal vez no se pueda plantear la pregunta ¿Qué es la filosofía? hasta tarde, cuando llegan la vejez y la hora de hablar concretamente.”

Poco más abajo leemos:

“No estábamos suficientemente sobrios. Teníamos demasiadas ganas de ponernos a filosofar y, salvo como ejercicio de estilo, no nos planteábamos qué era la filosofía; no habíamos alcanzado ese grado de no estilo en el que por fin se puede decir: ¿pero qué era eso, lo que he estado haciendo durante toda mi vida?”

Respuesta que nos da el libro: la Filosofía es el arte de formar, de inventar, de fabricar conceptos. Vemos aquí, una vez más, ecos de Nietzsche (explicitados por Deleuze). Y yo veo al poderosísimo Novalis, creador del idealismo mágico: quizás uno de los seres humanos que con más seriedad, con más concreción, ha filosofado jamás.

Sigamos con Deleuze. Filosofar sería crear conceptos. Sería Neo-logía.

Pero el concepto de concepto que nos ofrece este filósofo al final de su vida (siempre cogido de la mano de su amigo Guattari) no es fácil de asimilar. Aun así, el erótico impulso de acompañar a Deleuze en su pensamiento, de entrar en su mirada cuando en ella parece estarse reflejando el infinito, ese impulso erótico, decía, ofrece un placer incalificable que, en mi opinión, solo es capaz de ofrecer la Filosofía.

A continuación trataré de ordenar algunas notas que he tomado con ocasión de la lectura de ¿Qué es filosofía? (con ocasión de los placeres sin adjetivo que me han provocado algunas de sus frases):

1.- La vejez como momento privilegiado para plantearse la gran pregunta. Recordemos que los Upanisad estaban básicamente destinados a las personas que ya habían cumplido todas las etapas de la vida y que se preparaban para salir de ella. El objetivo no era tanto pensar, como contemplar el pensamiento y, transparentado en él, y en el todo de eso que ahora llamamos “Naturaleza”, contemplar a Nirguna Brahman: lo no conceptuable, la inmanencia/transcendencia infinitas, el verdadero yo, el ser, la nada… la nada mágica, diría yo.

2.- La filosofía como arte de formar conceptos. Deleuze (con Guattari) se apoya expresamente en esta cita de Nietzsche: “Los filósofos ya no deben darse por satisfechos con aceptar los conceptos que les dan para limitarse a limpiarlos y a darles lustre, sino que tienen que empezar por fabricarlos, crearlos, plantearlos y convencer a los hombres de que recurran a ellos. Hasta ahora, en resumidas cuentas, cada cual confiaba en sus conceptos como en una dote milagrosa procedente de algún mundo igualmente milagroso”. Fin de la cita de Nietzsche. Retumba el martillazo contra el esencialismo platónico: no habría por lo tanto un orden previo, una verdad previa, un firmamento de ideas eternas, eternamente verdaderas, que el filósofo debería ser capaz de alcanzar, de pasar a palabras, de comunicar a la tribu. El filósofo debería crear conceptos, sería de hecho un experto en conceptos. Se me ocurre decir que sería un experto en mundos, porque Deleuze, al pensar su concepto de concepto, parece que está pensando en mundos, en mundos reales, es decir virtuales, mutantes, delicuescentes, creados, mantenidos, destruidos, con el movimiento de la varita mágica de los filósofos. Sí, pero qué/quién crea en el crear de conceptos/mundos de los filósofos.

3.- La labor filosófica como actividad solitaria (yo diría incluso “eremítica”, aunque sea de forma disimulada). Deleuze se distancia expresamente de las propuestas de Habermas [Véase]: “La idea de una conversación democrática occidental entre amigos jamás ha producido concepto alguno” (P. 12). Quizás tenga razón aquí Deleuze. La conversación tiende a la homogeneidad, a la búsqueda inconsciente de lugares comunes donde asentar un vínculo humano, placentero, cariñoso, confinado. Quizás la Filosofía requiera una capacidad de puntual des-humanización, un baño solitario en los océanos meta-sociales y meta-cósmicos. No obstante, creo que cabe sentarse de vez en cuando entre amigos,  y mostrar, compartir, lo que se ha encontrado en esos océanos.

4. La Filosofía como actividad precisa. Ofrezco a continuación una larga cita: “Conocerse a sí mismo —aprender a pensar— hacer como si nada se diese por descontado -asombrarse, “asombrarse de que el ente sea”…, estas determinaciones de la filosofía y muchas más componen actitudes interesantes, aunque resulten fatigosas a la larga, pero no constituyen una ocupación bien definida, una actividad precisa, ni siquiera desde una perspectiva pedagógica. Cabe considerar decisiva, por el contrario, esta definición de la filosofía: conocimiento mediante conceptos puros. Pero oponer el conocimiento mediante conceptos, y mediante la construcción de conceptos en la experiencia posible o en la intuición, está fuera de lugar. Pues, de acuerdo con el veredicto nietzscheano, no se puede conocer nada mediante conceptos a menos que se los haya creado anteriormente, es decir construido en una intuición que le es propia: un ámbito, un plano, un suelo, que no se confunde con ellos, pero que alberga sus gérmenes y los personajes que los cultivan” (P.13). Veremos más adelante qué es eso del “plano”. Merece la pena pensar este fascinante pensamiento de Deleuze (y de Guattari).

5.- Sentido práctico de la Filosofía. Dice Deleuze que la afirmación de que la grandeza de la Filosofía estriba en que no sirve para nada “constituye una coquetería que ya no divierte ni a los jóvenes”. ¿Para qué entonces hay que fabricar conceptos? La respuesta la encontramos en la página 15: “Cuando de lo que se trata es de hacerse cargo del bienestar del hombre […].” Me parece ver aquí un intento de recuperación del filósofo-mago-sacerdote-médico presocrático. Nietzsche mismo se consideró a sí mismo médico, no filósofo. Se trataría de componer conceptos, mundos, planos de realidad -virtual siempre- donde el ser humano pudiera alcanzar su plenitud.

6.- “¿Qué es un concepto?” Así se titula uno de los capítulos del libro de Deleuze/Guattari que estoy tratando de descifrar. Y de amar. “No hay concepto simple. Todo concepto tiene componentes, y se define por ellos.” “Forma un todo, porque totaliza sus componentes, pero un todo fragmentario. Solo cumpliendo esta condición puede salir del caos mental, que lo acecha incesantemente, y se pega a él para reabsorberlo” (P.21). “En un concepto hay, la más de las veces, trozos de componentes procedentes de otros conceptos, que respondían a otros problemas y suponían otros planos. No puede ser de otro modo ya que cada concepto lleva a cabo una nueva repartición, adquiere un perímetro nuevo, tiene que ser reactivado y recortado” (P. 24).

7.- “El plano de inmanencia”: “Los conceptos filosóficos son todos fragmentarios que no ajustan los unos con los otros, puesto que sus bordes no coinciden. Son más productos de dados lanzados por azar que piezas de un rompecabezas. Y sin embargo resuenan, y la filosofía que los crea presenta siempre un Todo poderoso, no fragmentado, incluso cuando permanece abierta: Uno-Todo ilimitado, Omnitudo, que los incluye a todos en un único y mismo plano. Es una mesa, una planicie, una sección. Es un plano de consistencia o, más exactamente, el plano de inmanencia de los conceptos, el planómeno”. “La filosofía es un constructivismo, y el constructivismo tiene dos aspectos complementarios que difieren en sus características: crear conceptos y establecer un plano” (P. 39).    Más citas directas: “El plano de inmanencia no es un concepto pensado ni pensable, sino la imagen del pensamiento, la imagen que se da a sí mismo de lo que significa pensar” (P. 41). Por el momento parece que no sería un concepto, ni el concepto de todos los conceptos, sino algo así —diría yo— como el huerto infinito (pero artificial) que cualquier concepto necesita para crear apariencia de existencia, de verdad, de totalidad. También me falta pensar con Deleuze/Guattari qué es para ellos el pensamiento: “Lo que el pensamiento reivindica en derecho, lo que selecciona, es el movimiento infinito o el movimiento del infinito. Él es el que constituye la imagen de pensamiento”. Creo que merece la pena traer más citas, seguir dejando que bailen la bailarinas de Deleuze y de Guattari: “Pero, pese a ser cierto que el plano de inmanencia es siempre único, puesto que es en sí mismo variación pura, tanto más tendremos que explicar por qué hay planos de inmanencia variados, diferenciados, que se suceden o rivalizan en la historia, precisamente según los movimientos infinitos conservados, seleccionados” (P. 43). “Evidentemente el plano no consiste en un programa, un propósito, un objetivo o un medio; se trata de un plano de inmanencia que constituye el suelo absoluto de la filosofía, su Tierra o su desterritorialización, su fundación, sobre los que crea sus conceptos” (P. 45). “El plano de inmanencia es como una sección del caos, y actúa como un tamiz. El caos, en efecto, se caracteriza menos por la ausencia de determinaciones que por la velocidad infinita a la que éstas se esbozan y se desvanecen […] El caos caotiza, y deshace en lo infinito toda consistencia. El problema de la filosofía consiste en adquirir una consistencia sin perder lo infinito en el que el pensamiento se sumerge (el caos en este sentido posee una existencia tanto mental como física). Dar consistencia sin perder nada de lo infinito es muy diferente del problema de la ciencia, que trata de dar unas referencias al caos a condición de renunciar a los movimientos y a las velocidades infinitas y de efectuar primero una limitación de velocidad […]” (PP. 46-47). Los planos de inmanencia… Deleuze/Guattari se atreven a afirmar que existe algo así como el mejor plano que ningún filósofo haya instaurado jamás. Su autor sería Spinoza -“el Cristo del los filósofos”- y así lo intentan pensar los autores de ¿Qué es filosofía?: “Podría ser lo no pensado en el pensamiento. Es el zócalo de todos los planos, inmanente a cada plano pensable que no llega a pensarlo. Es lo más íntimo dentro del pensamiento, y no obstante el afuera absoluto. Un afuera más lejano que cualquier mundo exterior, porque es un adentro más profundo que cualquier mundo interior […]”. “Lo que no puede ser pensado y no obstante debe ser pensado fue pensado una vez, como Cristo, que se encarnó una vez, para mostrar esta vez la posibilidad de lo imposible. Por ello Spinoza es el Cristo de los filósofos, y los filósofos más grandes no son más que apóstoles, que se alejan o acercan a este misterio. Spinoza, el devenir-filósofo infinito. Mostró, estableció, pensó el plano de inmanencia “mejor”, es decir el más puro, el que no se entrega a lo transcendente ni vuelve a conferir transcendencia, el que inspira menos ilusiones, menos malos sentimientos y percepciones erróneas” (P. 62).

Se me ocurre recordar que Spinoza hizo equivaler a Dios con ese plano, con esa radicalísima inmanencia, con ese fertilísimo e hiperordenado caos. Pero para verlo -a Dios- quizás habría que liberarse de todo concepto (¿se puede ver Él a Él mismo?). O, quizás, cabría ver cualquier concepto creado por cualquier filósofo como un fruto prodigioso, tembloroso, delicuescente, de ese Huerto Infinito.

Un concepto artificial (como todos) por el que lucharé mientras pueda es el de “ser humano”. Sujetaré la mano de todo aquel que pretenda deconstruirlo, de todo aquel que ose evidenciar su nada amenazada por las olas del infinito caos (del infinito, monstruoso, maravilloso Dios).

Deleuze insistió mucho en que la Filosofía consistía en la creación de conceptos. Y de planos de inmanencia. De acuerdo, pero ¿qué es crear? En una conferencia del 17 de marzo de 1987, impartida dentro del marco “Mardis de la Fundation“, Deleuze afirmó que “un creador solo hace lo que necesita absolutamente”. ¿Y de dónde le brota al creador esa necesidad absoluta? Quizás del propio Absoluto, cabría decir, que usa al creador como un pincel de carne para fabricar mundos, esto es: grupos entretejidos de conceptos artificiales, siendo ese artificio -ese Maya- la sublimación del propio Dios. Porque quizás un Dios no auto-limitado sería un loque: un harapo, un naufragio, un lugar donde no ocurre el prodigio creativo del trabajo.

Pensar, en cualquier caso, sería mucho más de lo que esa palabra es capaz de definir, precisamente porque la materia del pensamiento sería el infinito. Y, en mi caso, ese infinito estaría especialmente iluminado por el concepto de “ser humano” (eso que yo pienso que son mis hijos… Lucía y Nicolás). Todo por ellos. Todo por todos los hijos del mundo.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Marcuse

 

 

Marcuse (1898-1979).

Creo que su obra Eros y civilización (1953) puede ser relacionada con las metafísicas de Platón y de Schopenhauer. Marcuse, desde los modelos de Marx y de Freud, propuso la creación de una cultura, de una civilización, capaz de sublimar, no reprimir, el Eros: esa pulsión fundamental del “ello” que, según Freud, estaría reprimida por el “super-yo” (la civilización represiva que el individuo humano tiene instalada dentro de su psique gracias a la fuerza de la educación, del terror, etc). Así, cabría afirmar que Marcuse propuso una titánica labor, digamos informática, de programación, de ingeniería psico-social: crear, desde la sociedad, un “super-yo” que permitiera la sublimación del “ello” humano. O, al menos, eliminar todo obstáculo a esa sublimación.

A Marcuse, al menos en Eros y civilización, parece estar convencido de que las sociedades “desarrolladas” sufren un “desorden general”, el cual sería reflejo del desorden individual propiciado por la -social- represión de la pulsión erótica. Y parece asimismo convencido de que la salvación estaría en liberar el Eros, hasta el punto de dejarle traspasar su objeto inmediato (digamos la genitalidad, la sexualidad más “animal”, fría, inconsciente, limitada) hasta llegar a todos los vínculos humanos, a todas las actividades e instituciones humanas.

¿Qué es el Eros?  Deseo, vínculo, arrastre hacia lo deseado… Búsqueda del placer. Busqueda del cielo. Vuelo hacia el cielo. ¿Cabe encontrar más placer en el deseo que en su satisfacción? Creo que sí. De ahí el éxito de los mercados, capaces de venderlo todo, incluida la posibilidad de su propia aniquilación.

Platón. Siempre sorprende la lectura, y la relectura, del discurso de Diotima que aparece en Banquete. El impulso erótico, el ser atraído por lo bello, si es seguido, y si se es capaz de no concentrarlo en un solo ser (como por ejemplo la persona a la que en este momento deseamos) nos elevaría, según Diotima-Platón, hasta la belleza en sí. De alguna forma el erotismo sería un camino de salvación, de elevación, si es seguido (gozado/sufrido) hasta sus últimas consecuencias. Rilke no tendría entonces razón cuando afirmó que la belleza era el comienzo de la tragedia. Desde el Platón de Diotima se podría decir que la belleza, y su erótico poder de arrastre, nos elevarían hasta la condición de dioses (entendidos como los que ya tienen la posesión de la belleza, los que no tienen que buscarla, los que ya disfrutan de la absoluta felicidad, de la plenitud). Diotima-Platón, no obstante, apuntan a una búsqueda de la belleza que transcendería -sin rechazarla, sin ignorarla- la bella forma de los cuerpos, de la carne,  y se adentraría eróticamente en la belleza del alma virtuosa hasta llegar a lo bello en sí. La idea de la Belleza.

¿No será que, en esa ascensión, se llegaría a ver que la belleza en sí es, precisamente, lo que se presenta ubícuamente, si se mira desde la belleza?

Schopenhauer, que leyó con intensidad y lucidez a Platón, ofreció una Física y una Metafísica donde el erotismo es radical. Todo se habría creado, y se estaría moviendo, por puro deseo (“El mundo es mi voluntad” leemos en los primeros párrafos de su obra capital). El erotismo genital en ese mundo schopenhaueriano sería una manifestación (y casi una “epifanía”) del descomunal erotismo metafísico que estaría en el fondo de toda realidad visible. Incluso el pensar, el intelecto, sería para Schopenhauer fruto, marioneta mejor dicho, del impulso erótico. Él llamo a ese impulso “voluntad” (Wille).

Marcuse fue un teórico, un analista, de eso que se ha llamado post-capitalismo. Desde su credo marxista (y desde su judaísmo) presupuso que estamos en una sociedad esclavizante, represiva, capitalista, sí, pero ya carente de proletariado. El proletariado… Esa masa humana inventada por Marx en su juventud, pensada como sufriente en virtud de la explotación y la pobreza, habría alcanzado un bienestar jamás soñado por Marx y, por lo tanto, habría perdido toda capacidad de generar energía revolucionaria. Marcuse pensó que la solución del capitalismo -alienante, represivo- estaría en ponerlo al servicio de fines que transcendieran las necesidades materiales: aumentos de la producción, crecimiento económico, etc., sí, pero dirigidos a sublimar el impuso erótico. En definitiva, creo yo: a aumentar la belleza, la sensación de belleza (no otra cosa es la belleza que un estado de conciencia).

O, quizás, sueña Marcuse con una sociedad que permitiera a los individuos crear belleza, soñarla, compartirla, tocarla con los dedos, sentirla en la piel, del cuerpo y del alma…

Algo sobre su vida

1898 (Berlín)-1979 (Stramberg).

Judío. Fue soldado en la primera guerra mundial. Estudió en Friburgo con Heidegger. Más tarde reconoció que este filósofo filonazi le había enseñado a leer textos.

1933. La victoria electoral y social de los nazis le obliga a huir de Alemania. Se refugia en Suiza y después en USA. En 1940 obtiene la ciudadanía americana. Trabaja para la US Office of Strategic Services (el embrión de la CIA). Realiza trabajos de análisis sobre la situación alemana.

Miembro destacado de la exiliada Escuela de Frankfurt. Amigo y admirador de Horkheimer.

Profesa en las universidades de Columbia, Harvard, Brandeis y California.

En los años sesenta -con setenta años- se convierte algo así como en el padre espiritual de las revueltas sociales (mayo 68). Marcuse nunca creyó que aquello fuera una revolución, pues, según él, no existía ningún sujeto de dicha presunta revolución.

Muere en Berlin, al parecer atendido por Habermas.

Algunos lugares de su pensamiento

1.- Erotización del yo y de la sociedad entera. En Eros y civilización (1955) Marcuse presupone un desequilibrio social vinculado con el desequilibrio de los individuos: “Por tanto, los problemas psicológicos se convierten en problemas políticos: el desorden privado refleja más directamente que antes el desorden de la totalidad, y la curación del desorden general depende más directamente que antes del desorden individual” (P. 19, Ariel, 2010).  Y la única posibilidad de crear orden estaría, según Marcuse, en la liberación del Eros: “Propongo en este libro la noción de una “”sublimación no represiva””: los impulsos sexuales, sin perder su energía erótica, transcienden su objeto inmediato y erotizan las relaciones normalmente no eróticas y antieróticas entre los individuos y entre ellos y su medio ambiente. En un sentido opuesto, uno puede hablar de una “”desublimación represiva””: liberación de la sexualidad en modos y formas que reducen y debilitan la energía erótica” (P. 17). En esta liberación, en esta hipererotización de lo humano, Marcuse incluye el “placer del pensamiento” (Ibíd.) En la introducción a este post he vinculado el Eros marcusiano con el de Platón y el de Schopenhauer. Quisiera ahora señalar que el concepto de “desublimación represiva” del Eros podría estar teniendo lugar en los estereotipados mercados de la pornografía virtual. El individuo liberaría el Eros genital sin que de ese proceso se derivaba una elevación para él y para su sociedad. De alguna forma el proceso erótico presupone sacralización de lo deseado. Y elevación hacia ello. También implicaría desde Platón y desde Marcuse un camino de salvación, de acceso a la libertad, de superación de lo fáctico. Quizás Marcuse esté proponiendo, simplemente, que todo lo hagamos por enamoramiento, por pasión. Que no otra cosa nos mueva como individuos y como sociedad.

2.- Razón y revolución. Hegel y el surgimiento de la teoría social (1941). Se trata de una obra en la que Marcuse evidencia su amor a Hegel. El epílogo, escrito en 1954 (poco antes de la publicación de Eros y civilización), me parece de un interés excepcional. En la primera página de ese epílogo Marcuse afirma que, a pesar de la derrota del fascismo y del nacionalsocialismo, la “libertad está en retirada, tanto en el dominio del pensamiento como en el de la sociedad”. Habría vuelto la esclavitud, una nueva esclavitud, esta vez, paradójicamente, provocada por la productividad, por el éxito del sistema capitalista. Hegel, por su parte, habría sido capaz de ver en “el poder de la negatividad” (en dar un no a cualquier estructura de la realidad social) el elemento fundamental de la vida del Espíritu: rechazo de lo que hay, pues todo estado de cosas sería una “barrera para el progreso llevado a cabo con libertad”. “La Razón es, por esencia, contradicción, oposición, negación, en tanto que la libertad no se haya hecho real”. Marcuse cree que en ese Occidente de la segunda mitad del siglo XX la negatividad se ha perdido. No habría ya clase revolucionaria porque los trabajadores habrían alcanzado un enorme bienestar material que les habría paralizado como sujeto revolucionario: “la mayoría de las clases trabajadoras quedaron convertidas en parte positiva de la sociedad establecida”. ¿Quién es el malo, quién es el opresor, a quién señalar?, le preguntamos a Marcuse. La respuesta podría estar en este enigmático párrafo (que no recuerda a algunos planteamientos de Horkheimer): “Pero, entonces, el desarrollo de la productividad capitalista detuvo el desarrollo de la conciencia revolucionaria. El progreso técnico multiplicó las necesidades y las satisfacciones, en tanto que su utilización convirtió tanto a las necesidades como a las satisfacciones en represivas: ellas mantienen por sí mismas el sometimiento y la dominación”. Estamos por tanto ante seres meta-humanos que nos estarían esclavizando. La última página del epílogo al que estoy haciendo mención especial contiene una frase que me parece de especial transcendencia: “El precondicionamiento de los individuos, su configuración como objetos de administración, parece ser un fenómeno universal. La idea de una forma diferente de Razón y de libertad, contemplada tanto por el idealismo como por el materialismo dialéctico, se presenta de nuevo como utopía. Pero el triunfo de las fuerzas regresivas y retardatarias no invalida la verdad de esta utopía”. He utilizado la traducción de Francisco Rubio Llorente (Alianza Editorial).

3.- Es muy sugerente la visión del arte que ofrece Marcuse. En esa actividad humana, que implica al creador y al contemplador de la creación, el impulso erótico estaría liberado de la represión social sin que por ello la sociedad estuviera amenazada de destrucción. Podría decirse quizás que, según Marcuse, el Arte permitiría compatibilizar la plenitud del hombre y la subsistencia de las sociedades humanas. Arte libre, tendría que ser. Esto es: vuelos imaginativos, hiper-eróticos, hacia los horizontes infinitos de la Belleza. La Filosofía, a mi juicio, presupone ese erotismo no reprimido ni represivo. Es amor, Eros. Prefiere desear la verdad que poseerla. Prefiere el vuelo que la llegada. Por eso es Filo-Sofía y no Sofía. La Filosofía ama. La Sofía (la sabiduría) es amada. Podría decirse que la sabiduría carece de corazón, de carencia.La satisfacción del Eros tiene algo de mortal, como lo tiene un orgasmo: el cielo y la tierra (lo real y lo deseado) se aniquilan entre sí, mueren de placer, abrazados. “Acaba ya si quieres”, le dijo San Juan de la Cruz a Dios en el poema Llama de amor viva.

4.- El hombre unidimensional (1964). Marcuse en esta obra desarrolla la idea de que las “sociedades industriales avanzadas” estarían ejerciendo un sutil totalitarismo, una represión de la libertad humana, mediante la creación de falsas necesidades y la integración del individuo en el sistema de producción y de consumo. Y ese individuo, según Marcuse, tendría un “universo unidimensional”, sería un “hombre unidimensional” con “encefalograma plano”. Dura acusación, duro desprecio, me parece, muy en la línea del ¡pecadores! que ha caracterizado la tradición sacerdotal. Cree Marcuse, además, que ese conformismo ha impedido la crítica social, ineludible, al parecer, según la metafísica hegeliana-marxista, para que ocurra el advenimiento de “la Libertad” (?)

¿Qué contenido tendría la libertad a la que apunta Marcuse? ¿Poder pensar fuera de los límites de lo permitido, de lo útil, de lo que un sistema opresor necesita que sea pensado para su propia perpetuación? El enemigo se ha vuelto muy complejo. Marcuse cree que el capitalismo triunfa oprimiendo, negando la libertad. La libertad… ese sería el punto final de esa odisea del Espíritu de la que parece hablar Marcuse desde Hegel. ¿Quién/qué se libera? ¿Dios mismo?

¿Cómo sería ese hombre libre en tanto que momento final de la dialéctica del Espíritu? ¿Un dios encarnado en su propia obra? Sartre presupuso ya esa libertad infinita en el hombre: presupuso que estamos condenados a la libertad. Que somos libres, lo cual no es insoportable. Marcuse, por el contrario, está inmerso en una narrativa de la esclavitud. Quizás sea durísimo aceptar que no somos esclavos, sino que nos gusta y nos conviene (por pura economía cerebral) creer que lo somos. Quizás sea más económico proyectar siempre fuera de nosotros, de nuestro reino, las causas de nuestras frustraciones. Y de nuestras posibles plenitudes. Véase la “auto-ayuda”, que, paradójicamente, consiste en hacer lo que otro, en un libro a la venta, nos dice que hagamos.

Marcuse ha hablado también de los individuos convertidos en “objetos de administración”. Privados de libertad. Yo hablaría incluso de una auto-privación de la dignidad, de la divinidad para alcanzar la comodidad, la pequeñez. Sobre esta auto-privación reflexiono en un texto de mi tribuna política que puede leerse [Aquí].

En unos meses publicaré un texto sobre el capitalismo, y lo incorporaré a mis bailarinas lógicas. Por el momento, y con ocasión de las ideas de Marcuse, puedo adelantar que ese sistema (?), si es que no se trata de una fantasía teorética, tiene éxito precisamente porque canaliza productivamente el erotismo: el deseo de tener, de poseer, de tocar, lo que no se tiene. Lo otro. Ahí lo decisivo es el dinero: una sustancia mágica (genésica, letal también)  donde lo cuantitativo equivale a lo cualitativo: una sustancia que es nada pero que ofrece posibilidades dentro de sistema que lo ofrece. Las sociedades siempre han sido capitalistas. Todas ellas han estado integradas por focos emisores de cielos accesibles a cambio de dinero, u otra cosa: cielos materiales, o espirituales. Toda sociedad ha excitado el deseo de lo innecesario, aunque quizás lo más necesario para un ser humano sea desear lo innecesario: la ilusión.

Cabría ver toda sociedad (probablemente todas son y han sido “capitalistas”) como un conglomerado de flautistas de Hammelin, de forma que todos estarían hechizando y siendo hechizados con sus capitalistas/consumistas flautas mágicas. El más “manipulador” director de una multinacional del automóvil a su vez estaría hechizado, encendido de deseo, no solo por los publicistas de las empresas de relojes o de zapatos, sino también por la oferta de placer de un vendedor de realidades espirituales (estados alterados de conciencia, sabiduría milenaria, etc). Todo hechizo ubicuo, todo deseo. Eso es Maya. Eso es cualquier sociedad y cualquier mundo.

Cabría llevar la propuesta hiper-erótica de Marcuse a sus límites máximos y encender con ella la conciencia entera. Todo sería deseo, deseo sagrado: deseo de lo que no se tiene (un Ferrari, una sociedad perfecta, una libertad inefable, una mente en paz) y, al la vez, deseo de lo que se tiene (si es que alguien sabe lo que tiene). Más aún: cabría desear el deseo en sí: la ilusión, el sano inconformismo. Aquí el marxismo culto, el mejor marxismo, muestra su grandeza filosófica.

Hemos de suponer que Dios, cualquier Dios, creó el mundo por inconformismo. Por deseo de encarnar en la materia el mundo por Él soñado. El Arte, la Filo-Sofía, el deseo erótico-corporal, presuponen deseo, arrastre hacia la Belleza. Hacia una Belleza que previamente se ha contemplado, como desde el lado exterior de un escaparate.

Quizás la clave no esté en la demonización del deseo (consumismo, etc), sino en su sacralización, su sublimación, por la vía de la ética. No es malo desear y comprarse un bellísimo Ferrari FF, sino el método, el cómo de esa adquisición. Puede haber más nobleza, más grandeza, en la posesión de ese Ferrari que en la posesión de unas sandalias. Todo depende de cómo se hayan conseguido esos -innecesarios, pero deliciosos- objetos. Las sandalias son también innecesarias. Recordemos la reforma del Carmelo.

No hay vida humana sin ilusión, del tipo que sea. Todo rostro humano se embellece cuando, con mirada de niño,  arruga su nariz en el cristal del escaparate en el que se muestra su cielo soñado, su mundo soñado, carente aún de materia. Es cierto también que ese cristal es imaginario. Como todo. Pero así funcionan los mundos.

Así funciona, creo yo, la fascinante mente de Dios, que se autodifracta en las mentes de todos los hombres.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Jean-François Lyotard

 

 

Lyotard (1924-1998). Le veo como un desbrozador de sendas a la transcendencia, como un contemplador maravillado del gran espectáculo “biológico” de las diversas especies discursivas que conviven en eso que sea “la sociedad humana”. Y me parece un brillante pensador. El brillo en el pensamiento tiene algo sublime, siempre, porque refleja lo que el pensamiento mismo no es capaz de pensar.

Lo sublime. Kant en su Crítica del juicio (primera sección, libro segundo) afirmó que un ancho océano enfurecido por las tormentas es un espectáculo horripilante; y que para sentir lo sublime ante ese espectáculo había que tener el ánimo colmado ya con algunas ideas. Yo creo que lo sublime es lo que siempre tenemos delante, la realidad pura y dura que se presenta en cada momento. Recuerdo que Jaspers [Véase], con cinco años, cogido de la mano de su padre, frente al Mar Báltico, contempló lo transcendente, lo sublime. Las ideas, en general, finitizan, doman el impacto brutal -y sagrado- de lo sublime.

Lyotard estudió y comentó la Crítica del juicio de Kant; e intentó actualizarla desde la perspectiva del inefable arte que ocurrió en el siglo XX. Creo que merecería la pena que alguien estudiara estos vínculos con rigor y con profundidad. Me refiero al vector Kant-Arte del siglo XX-Lyotard.

La Filosofía radical, tal y como yo la entiendo, y la venero, trata de mirar a lo sublime ubicuo e hiper-real. Y lo encuentra por todas partes.  La Mística sería la experiencia de saberse Eso sublime, esa Nada Mágica y descomunal. Lyotard vio en el arte del siglo XX un intento serio de expresar lo sublime, entendido como lo que transciende cualquier concepto, cualquier idea, cualquier limitación (digamos, desde Kant, cualquier “belleza”). Creo que a Lyotard le hubiera gustado que yo hubiera elegido una obra de Barnett Newman para cubrir el cielo de este texto. Y creo que es relevante el hecho de que este pintor estudiara Filosofía en Nueva York. Suya es la idea de que el impulso de los artistas es el regreso al jardín del Edén. Ellos serían, según Barnett Newman, los primeros hombres. Otra vez. Digamos que los artistas querrían recobrar la pureza previa a la ingestión de los frutos del árbol del conocimiento (el árbol de los conceptos).

Lyotard. La postmodernidad. Se suele hablar de “pensamiento débil”. Yo creo que estamos ante un pensamiento fuerte, tan fuerte como para resistir la inconmensurabilidad.

Aprovecho para recomendar un lúcido y vigoroso artículo de Félix Duque: “El paradigma postmoderno”. Está incluido en esa gran obra colectiva que se titula El legado filosófico y científico del siglo XX (Cátedra) y que ya he recomendado muchas veces. En ese artículo hay un párrafo que eleva a Felix Duque, y a Lyotard, juntos, a donde no puede evitar elevarse la mirada del filósofo. Leamos:

“Contra el intertextualismo cerrado, pues, Lyotard alude a un stásis, a una detención –y rebelión- subitánea de las cadenas sintagmáticas, para dejar entrever en esa rotura (en ese “rasgo”) lo indecible e irrepresentable: el id, el objeto oculto de todo deseo. Quede a juicio del lector si ese Objeto (como el “Objeto” lacaniano) remite a la vida o a la muerte, o si lo hace simultáneamente a ambas, al ápeiron cantado al alba de la filosofía occidental”.

Una grieta, una ventana, la transparencia de la piel de mis bailarinas lógicas…

La mayoría de los postmodernos son también postestructuralistas. Quizás por eso les parece tan provocativa su propuesta de heterogeneidad de juegos de lenguaje y, por lo tanto, de realidades. Recordemos al segundo Wittgenstein afirmando que las leyes de cualquier juego del lenguaje son vividas por los jugadores como leyes físicas.

Los estructuralistas aspiran a dejarlo todo dictatorialmente sometido a unas leyes ocultas, profundísimas, que lo tienen todo tomado. Unitariamente. Son, como tantos otros, unos monoteístas radicales.

Foucault, en Las palabras y las cosas: “Hoy podemos pensar únicamente en el vacío que ha dejado la desaparición del hombre.” En realidad se refería a una determinada esquematización de nuestra inmensidad. [Véase “Michel Foucault aquí].

Centrémonos en Lyotard. Su obra fundamental es La condición postmoderna. Informe sobre el saber. La escribió por encargo del Conseil des Universités del gobierno de Quebec: un informe sobre el saber en las sociedades más desarrolladas. Año 1979. Ofrezco a continuación algunas ideas de esta obra que me parecen especialmente fértiles (a partir de la edición de Cátedra, trad. Mariano Antolin Rato, 2000):

1.- Las verdades, los sistemas de realidad (como el implícito en la “modernidad”, o en el “proyecto ilustrado-cientista”), son “grandes relatos”, que, si se miden con sus propios criterios, resultan meras fábulas.

2.- ¿Dónde puede residir la legitimación después de los metarrelatos?, se pregunta Lyotard. Y rechaza explicitamente ese consenso obtenido por discusión que propone Habermas [Véase]. Lo rechaza Lyotard porque, según él, “violenta la heterogeneidad de los juegos del lenguaje”. “Y la invención siempre se hace en el disentimiento”.

3.-Lyotard dictamina la crisis de los relatos legitimadores del saber “valido” con esta sencillez:

“Simplificando al máximo, se tiene por postmoderna la incredulidad con respecto a los metarrelatos. Esta es, sin duda, un efecto del progreso de las ciencias; pero ese progreso a su vez, la presupone”. (P. 10).

4.- La sociedad humana como un cañamazo, un tejido, de múltiples hebras, siendo cada ser humano un lugar por donde pasan y de donde salen millones de partículas lingüísticas, todas ellas fruto de juegos del lenguaje en el sentido del último Wittgenstein: símbolos sin significado “absoluto”. Lyotard dice que la materia social está formada por gigantescas nubes de partículas lingüísticas… y que hoy día, con el gigantesco desarrollo de las tecnología de las comunicaciones, asistimos a una atomización, heterogeneidad total, de juegos del lenguaje (yo creo que hay que hablar de juegos de mundos… con su materia propia).

5.- No hay reglas para todos… solo aquí y ahora… locales… mudables… no se pueden juzgar unos juegos con las reglas de otros… y menos con los juegos del racionalismo… que no puede legitimarse porque él mismo descubre que no es racional.

6.- Lyotard generó un gran revuelo al dictaminar que el discurso de la modernidad estaba desprestigiado, que había que buscar un tipo de justicia basada en el disenso y en la heterogeneidad más absoluta. Su rival más importante fue –y sigue siendo después de la muerte de Lyotard- Jürgen Habermas, el incansable defensor del potencial emancipatorio de la razón iluminista. Lyotard dice que el consenso obtenido por discusión que pretende Habermas violenta la heterogeneidad de los juegos del lenguaje, y “la invención siempre se hace en el disentimiento…” (P. 11)  Lyotard denuncia que ese movimiento para crear orden en todas las jugadas –lo que pretenden Habermas y otros pensadores- siempre produce desorden.

7.- El saber postmoderno hace “más útil nuestra sensibilidad ante las diferencias, y fortalece nuestra capacidad de soportar lo inconmensurable. No encuentra su razón en la homología de los expertos, sino en la paralogía de los inventores.” (P. 11).

8.- Al final del capítulo 2 (que lleva como título “El problema: La legitimación”) encontramos una pregunta decisiva y una respuesta sugerente: “¿Quién decide lo que es saber, y quién sabe lo que conviene decidir? La cuestión del saber en la edad de la informática es más que nunca la cuestión del gobierno”. Me parece crucial el tema de la decisión sobre qué hay que saber, porque saber es ver: se ve lo que se sabe. Los saberes estructuran la mirada.

9.- Lyotard se preguntó quién decide lo que hay que saber… y rechaza el saber impuesto, validado, por el poder: la legitimación del saber, tanto en materia de justicia social como de verdad científica, sería, según este pensador, optimizar las actuaciones del sistema, la eficacia… El saber es saber si es performativo: si es eficaz para el desarrollo del sistema donde se enuncie. Sí… pero, ¿alguien sabe en qué sistema estamos; y si es que estamos en un “sistema”?

10.- Saber narrativo/saber científico. “En origen, la ciencia está en conflicto con los relatos: Medidos por sus propios criterios, la mayor parte de los relatos se revelan fábulas. Pero, en tanto que la ciencia no se reduce a enunciar regularidades útiles y busca lo verdadero, debe legitimar sus reglas del juego. Es entonces cuando mantiene sobre su propio estatuto un discurso de legitimación, y se la llama filosofía” (P. 9.) “Hay, pues, una inconmensuralibilidad entre la pragmática narrativa popular, que es desde luego legitimante, y ese juego de lenguaje conocido en Occidente que es la cuestión de la legitimidad, o mejor aún, la legitimidad como referente del juego interrogativo” (P. 50). “No se puede, pues, considerar la existencia ni el valor  de lo narrativo a partir de lo científico, ni tampoco a la inversa: los criterios pertinentes no son los mismos en lo uno que en lo otro. Bastaría, en definitiva, con maravillarse ante esta variedad de clases discursivas como se hace ante la de las especies vegetales o animales” (P.55). Yo creo, a la vista de las reflexiones de Lyotard, que el saber científico es un saber narrativo, aunque con ciertas singularidades.

Me parece que la frase/lanzadera fundamental de La condición postmoderna es ésta:

“El saber postmoderno fortalece nuestra capacidad de soportar lo inconmensurable”.

¿Qué es “lo inconmensurable”? ¿Aquello que no puede compararse con nada de lo conocido? Mi sensación es que es eso precisamente lo que tenemos delante. Y dentro. Lo real de verdad (la realidad pura y dura) tiene un nivel de misterio y de prodigio y de grandiosidad no conmensurables (no comparables, no medibles) con nada dicho o sabido jamás.

¿Soportar? Relacionarse con lo inconmensurable puede suponer el acceso a una belleza insoportable.

En cualquier caso me parece imposible dar cuenta de la experiencia. De ahí ese temblor, ese desfallecimiento, de la buena Poesía; y de la buena Filosofía.

Pero, ¿cómo nombrar entonces (y por tanto ontologizar) a nuestro ser amado… a nuestros hijos, por ejemplo? ¿No tienen esencia? ¿No tienen realidad en sí, más allá del juego del lenguaje del que surjan como fenómeno puramente mítico, narrativo? ¿Amamos las resultantes fantasmagóricas de unos determinados juegos del lenguaje?

Si es así, nos vemos obligados a venerar, vencidos, a la diosa Vak: a eso que sea el lenguaje. El Verbo ese capaz de crear cualquier mundo, capaz incluso de crear eso que sean nuestro hijos.

Quizás sea un buen momento para proponer una definición del amor en cuanto vínculo con algo:

Sacralización de la mera existencia de algo (sin necesidad de fundamentarla racionalmente, ni míticamente siquiera) y vínculo religioso con esa existencia, de forma que esa existencia es un sol que aumenta la belleza de la luz interior de la conciencia: ese hábitat misteriosísimo.

Ver lo sublime ubícuo, por otra parte, nos abre al amor infinito; esto es: a la sacralización sin límite de todo lo que se presente en la conciencia (y de la conciencia misma).

Otra obra de Lyotard por la que he paseado es Lo inhumano (Charlas sobre el tiempo), 1988. En ella Lyotard da cuenta de una sospecha: “¿Y si, por una parte, los humanos, en el sentido del humanismo, estuvieran obligados a ser inhumanos? ¿Y si, por otra, lo propio del hombre fuera estar habitado por lo inhumano?”. Yo me pregunto, con ocasión de esta sospecha de Lyotard, si esa inhumanidad que puede habitar lo humano (y que según él es anterior a esa educación en la que tanta fe tiene el humanismo) es precisamente lo divino: el creativo y metamoral jardín del Edén (el momento previo a toda in-formación) en el que viven los niños, o al menos algunos niños. Yo sí estuve allí. Doy mi palabra. En la “Notas preliminares” a Lo inhumano recoge Lyotard algunas citas que yo creo que dan cuenta del sentimiento implícito en su hiperintelectualizado pensamiento. Las reproduzco:

Apollinaire: “Ante todo, los artistas son hombres que quieren llegar a ser inhumanos”.

Adorno: “El Arte se mantiene fiel a los hombres únicamente por su inhumanidad con respecto de ellos”.

Básicamente, Lyotard da cuenta de la siguiente paradoja del credo humanista: el ser humano, para serlo, tiene que ser educado, tiene que no ser “natural”, tiene que dejar de ser  lo que es de niño. ¿Y qué es de niño? ¿Un animal? Ese proyecto humanista, según Lyotard, se apoyaría en el terror de la educación: único método “humanista” para hacer posible que el hombre sea tal.

Creo que la mejor educación será aquella que active la “inhumana” magia de los niños, que la haga compatible con la de otros niños-magos, que la sublime en virtud de los valores del respeto, de la elegancia, de la generosidad. En mis textos filosófico-políticos sugiero una sociedad basada en monarcas vinculados entre sí, potenciados entre sí, por exquisitos vínculos éticos (no morales). Sugiero a este respeto la lectura de mi bailarina lógica “Moral” [Véase].

David López

 

 

 

Escuela libre de Filosofía. Diez años de vuelos por el interior de la chistera del Gran Mago.

 

 

Hoy lunes, a las siete de la tarde, en Ámbito Cultural de Madrid, daré comienzo al décimo año de vuelos tripulados por la mágica Inmensidad que nos envuelve (y que nos constituye). Volveré a compartir mi estupor maravillado ante “la Cosa”, volveré a “hacerme” las preguntas extremas: ¿Dónde estamos? ¿Qué pasa aquí? ¿Qué es todo esto? ¿Quién/qué hace las preguntas? ¿A qué/quién? ¿No llevan ya las preguntas su propia respuesta al estar -preguntas y respuestas- sometidas a un Matrix lingüístico?

Y volveré a rendir un culto apasionado (y algo claustrofóbico) a la diosa Vak: la diosa védica de la palabra, esa que se atrevió a decir, hace milenios, desde la boca de los sacerdotes védicos, que vivimos en ella (en la palabra): que no hay otra cosa que lenguaje (hechizo poético en definitiva). Esto es una obviedad. Pero el problema, el gran desafío de la Filosofía, es saber (o “sentir”) qué es eso de “lenguaje”, de lenguaje más allá del lenguaje, más allá de su condición de sustantivo dentro de un sistema lingüístico: el lenguaje “en sí”. [Véase “lenguaje”].

El caso es que en la sala de Ámbito Cultural de Madrid he vivido momentos fabulosos. He comprobado qué le ocurren a los ojos de los seres humanos cuando se ponen de puntillas para asomarse a la Inmensidad, al prodigio de la Filosofía. Debo decir que en esa sala mágica de la calle Serrano de Madrid he llegado a la convicción de que cabe una sacra -y deliciosa- fraternidad de seres humanos que se permiten pensar de forma radicalmente libre; con una sola norma (una sola): el respeto.

Un año más, por lo tanto, para compartir prodigios y temblores, para asomarme con otros seres humanos al mismísimo taller de los mundos (a “la fabulosa mente de Dios”, por utilizar una potente metáfora… ¿qué otra cosa puedo utilizar?).

Seguiremos con los filósofos míticos del mítico siglo XX [Véase]. Y creo que me ocuparé de los siguientes:

1.- María Zambrano. Su concepto de piedad, de razón poética y su fotofobia final (los infiernos de la luz).

2. Ortega y Gasset. Un año más haremos una expedición a su sorprendente obra. Me ocuparé especialmente del concepto de “hombre-masa”.

3.- Unamuno. Me interesa profundizar en su idea de que la fe es crear lo que no se ve (yo me pregunto qué es lo que sí se ve). También me interesa de Unamuno su mágico catolicismo final.

4.- Lévinas. Indagaré su concepción del Otro y su esfuerzo por basar toda la Filosofía en el amor y en la ética. Creo que no se puede filosofar de otra forma.

5.- Gaston Bachelard. Me ocuparé de su poética del espacio. Y abriré una reflexión filosófica sobre la decoración (las casas): una actividad que me fascina.

6.- Habermas. Revisaré la posibilidad de sus propuestas de “democracia deliberativa” y de “acción comunicativa”. Y lo estudiaré en conexión con las propuestas políticas de Noam Chomsky.

7.- Hilary Putnam. Me ocuparé de su posición respecto a los conceptos de mente y cerebro.

8.- Simone Weil. Profundizaré en su política y en su mística.

9.- Nishida Kitarô. Me interesa su visión de la religión y su metafísica del trono imperial.

10.- Ayn Rand. Revisaré en detalle su “objetivismo” y su “egoísmo racional”. Me interesa especialmente su sacralización del capitalismo para problematizar este concepto, esta bailarina lógica aparentemente obvia (y a la vez quisiera problematizar, para no caer en la claustrofobia lógica, la aparente antítesis del capitalismo: el socialismo).

11.- Nishitani Keiji. Entraremos en su obra “¿Qué es religión”? Y veremos cómo miró este gigantesco filósofo japonés a gigantes como el Maestro Eckhart, Nicolás de Cusa, Schelling o Bergson.

 

Gracias, queridos filósofos, por acompañarme un año más -¡diez años ya!- en mis paseos por el interior de la chistera del Gran Mago (y por asomaros conmigo al ardiente borde exterior de ese lugar prodigioso).

Gracias.

 

David López

Madrid, a 10 de septiembre de 2012.

Filósofos míticos del mítico siglo XX

 

 

Este año me propongo incorporar nombres propios a mi diccionario filosófico. Quisiera visualizar a buena parte de los míticos filósofos del siglo XX como fabulosos –y siempre mutantes- constructos narrativos. Quisiera calibrar la fuerza hechizante de las redes lógicas que los mantienen vivos, como mitos, como nodos de energía filosófica que sostienen y vivifican nuestra civilización de palabras (nuestro lógico sueño compartido).

Desde el concepto del Maya hindú (y no solo desde ahí) se podría decir que ninguno de esos filósofos tuvo existencia individual; y que su pensamiento no fue suyo. ¿De quién fue entonces? ¿Qué fueron todos ellos? ¿En qué podrían llegar a convertirse si algún día se produce una mutación radical en eso que los cerebralistas denomina “cerebro humano”?

Desde la cosmovisión cerebralista, o fisicista, cabría visualizar el pensamiento filosófico del siglo XX como una forma determinada de interconectarse neuronas (materia legislada), en una serie de individuos, a lo largo de un vector de tiempo determinado.  [Véase “Cerebro“].

¿Y por qué el siglo XX? “Siglo XX” es otra bailarina lógica. Pero aun así, presenta, como narración al menos, como poesía comúmente aceptada, rasgos que me parecen excepcionales.

Creo que el siglo XX fue un siglo impresionante. Y que también lo fue la Filosofía que ocurrió en él. Como impresionante es, creo, la imagen que he elegido para el cielo de este texto. Ya la usé con ocasión de la palabra “Cultura” [Véase]. ¿Por qué esa imagen ahora, otra vez? Porque muestra un cuerpo humano trágicamente convertido en cultura pura y dura (un cuerpo transmutado ideológicamente). Michel Foucault dijo que el alma es la cárcel del cuerpo. Yo diría que tanto el “alma” como el“cuerpo” están en la misma cárcel: en la misma vivificante (y mortificante) matriz: el lenguaje: la diosa Vak; aunque es imposible, desde el lenguaje, decir qué sea eso del lenguaje [Véase “Lenguaje“].

En cualquier caso, creo que esa fotografía de Sid Vicious muestra un siglo impresionante, muy soñador, muy “lógico”, muy desgarrado por poesías [Véase “Poesía“].

 

 

Ofrezco a continuación la lista provional de filósofos. Están ordenados alfabéticamente; y limitados a 40, que es el número de conferencias que este año impartiré en Ámbito Cultural de Madrid (sin incluir la introductoria y la de conclusiones del curso):

 

– Adorno, Theodor.

– Althusser, Luis.

– Apel, Karl-Otto.

– Bachelard, Gaston.

– Baudrillard.

– Bergson, Henry.

– Buber, Martin.

– Chomsky, Noam.

– Deleuze, Gilles.

– Derrida, Jacques.

– Feyerabend.

– Foucault, Michel.

– Gadamer.

– Habermas.

– Heidegger.

– Horkheimer.

– Husserl.

– James, William.

– Jaspers, Karl.

– Lacan.

– Lévinas.

– Levi-Strauss.

– Lukács.

– Lyotard.

– Marcuse.

– Merlau Ponty.

– Moore.

– Nishida Kitaro.

– Ortega y Gasset.

– Popper.

– Putnam, Hilary.

– Quine.

– Ricoeur, Paul.

– Russell.

– Sartre.

– Scheller.

– Unamuno.

– Weil, Simone.

– Wittgenstein.

– Zambrano, María.

 

Sugiero a continuación algunos recursos bibliográficos:

 

1.- Bibliografía general:

 

  • Ferrater Mora, José: Diccionario de Filosofía, Círculo de lectores, Barcelona, 1991.
  • Garrido, Manuel; Valdés, Luis.M., Arenas, Luis. (coords.): El legado filosófico y científico del siglo XX, Cátedra, Madrid, 2005.
  • Reale, Giovani; y Antiseri, Darío: Historia del pensamiento filosófico y científico (tres tomos), Tomo III, Herder, Barcelona, 2005.
  • Sáez Rueda, Luis: Movimientos filosóficos actuales, Trotta, Madrid, 2001.
  • Sanchez Meca, Diego: Historia de la filosofía moderna y contemporánea, Dykinson, Madrid, 2010.
  • Muguerza, Javier y Cerezo, Pedro: La filosofía hoy, Crítica, Madrid, 2000.

 

2.- Recursos de internet:

 

http://www.iep.utm.edu (Recurso gratuito de internet, en inglés, que fue fundado por James Fieser y actualmente codirigido por él mismo y por Bradkey Dowden).

– http://plato.stanford.edu/ (Stanford University).

– http://www.ucl.ac.uk/philosophy/LPSG/contents.htm (University College London).

– http://www.information-philosophie.de/ (Recurso en alemán).

– http://la-philosophie.com (Recurso en francés).

– http://asterion.revues.org/ (Ecole Normale Supérieure de Lyon, en francés también).

 

 

3.- Revistas de Filosofía:

 

  • Revista de Filosofía (Universidad Complutense de Madrid, dirigida por Rafael V. Órden Jiménez).
  • Claves de la razón práctica (Dirigida por Javier Pradera y Fernando Savater).
  • Filosofía hoy (Dirigida por Pepa Castro).

 

 

 

En realidad, este año quiero ver qué les pasa a esos mitos, a esos seres de palabras, y a sus propias secreciones de palabras, cuando entren a bailar con mis bailarinas lógicas. Muchos de ellos ya están dentro desde hace tiempo, pero de forma parcial, como simples referencias; no de cuerpo entero.

Estoy seguro de que las bailarinas lógicas de mi diccionario filosófico ganarán mucho -sentirán y harán sentir mucho- con el baile que está a punto de empezar. Y espero que los lectores de este blog -tras la entrada en él de cuarenta filósofos del siglo XX- aumenten sus posibilidades de experimentar ese estupor maravillado -ese sublime vertigo/placer- que es capaz de provocar la Filosofía… siempre dentro de ese misterio infinito -pero mágico también- que es nuestra esencia y nuestra existencia.

 

 

David López

Sotosalbos, 12 de septiembre de 2011.