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Las bailarinas lógicas: “Sueño”.

 

Dicken´s Dream. Robert William Buss

Soñamos.

Es prodigioso el mero hecho de que algo así llegue a ocurrir, a ser siquiera posible.

Filósofo es aquel que no se acostumbra a lo prodigioso: aquel que no se acostumbra a lo que hay. Porque, finalmente, es incapaz de abarcar lo que hay en palabra alguna, en sistema alguno. 

En las notas que siguen expondré algunas reflexiones que, según creo ahora, se encaminan hacia una desactivación de los universales “Sueño” y “Vida” [Véase “Universalia“], y, quizás, a su sustitución por un neologismo que sería algo así como “Omni-vida”, entendiendo que no existe diferencia ontológica entre los distintos ‘lugares’ o ‘mundos’ en los que entramos y salimos a lo largo del tiempo infinito — y dentro del espacio, infinito también — de nuestra mente.

La experiencia total. ¿Cuáles son los límites de la vida? ¿Cuánto se vive en una vida; si incluimos todo lo que se sueña en ella? ¿Cuántos cómputos de tiempo? ¿Cuántas tramas? ¿Cuántas personas se es en el gran teatro de nuestra mente (o de nuestro “cerebro”, si se quiere soñar en red con los neurofisiólogos)? [Véase “Cerebro”].

La vida es sueño. Sí. Pero, ¿qué es eso de “la vida”? ¿Cómo jerarquizar los distintos mundos en los que entramos y de los que salimos? ¿Desde dónde estoy exponiendo estas preguntas? ¿Desde un sueño? 

Creo que sería más apropiado decir que el sueño es vida. Y eliminar eso de “solo fue un sueño”. Creo que un sueño es algo grande.

¿Podemos — como aseguran, entre otros, los budistas — despertar alguna vez, pero del todo? ¿Morir es despertar a otro sueño más ‘real’, más ‘de verdad’, que este en el que ahora escribo, y en el que tú, querido lector, me lees?

Algunos taoístas aseguran que somos — los seres humanos y sus mundos — el sueño de una mariposa: el sueño de algo que goza de una ligereza infinita. El sueño de una Nada… [Véase “Nada”].

Con ocasión de la bailarina lógica “Materia” [Véase], narro un sueño personal en el que, una vez alcanzada la consciencia de que estaba soñando, me deleité contemplando la materia onírica de unos árboles de mi infancia; e incluso sintiendo en mi piel una brisa ‘imaginaria’ que provocó en mí un estallido de belleza extrema. La noche 24 de mayo de 2011 tuve un sueño similar. También lúcido. Así lo recuerdo ahora:

Estoy en una casa que se supone que es la mía. Hay bastante gente dentro y también en el jardín. Entre esa gente están mis familiares más directos. De pronto, me doy cuenta, algo asustado y aturdido, de que esa no es exactamente mi casa. Empiezo a sospechar que estoy soñando. Se lo digo a mi hermano. Él no me cree. Intento convencerle a él y a más gente que ahora no recuerdo. Dudo de si estoy o no soñando. Me decido a hacer la prueba que siempre me funciona: levanto los brazos para echar a volar. Y vuelo. Me consuela saber que he acertado y que estoy en un sueño, lo cual, inmediatamente, me hace tomar consciencia de que tengo un enorme poder de configuración de esa realidad: que puedo hacer con ella casi lo que quiera. Pero recuerdo también, mientras voy volando, que debo mantener la calma y la concentración para no perder el poder. Paso volando junto a las ramas de unos árboles gigantescos. Me detengo, casi en meditación, para contemplar en detalle el prodigio de esa materia onírico-vegetal. Ante ese espectáculo, siento una emoción estético-metafísica realmente gloriosa: estoy contemplando la materia de los sueños.

Sigo mi vuelo y llego a una especie de chalet de montaña, aparentemente deshabitado, muy bello, iluminado con una luz entre verdosa y gris: la luz que nace y muere justo antes de los amaneceres. Veo un cartel con un teléfono. Me pregunto qué pasaría si yo marcara ese número. No lo hago. Me es igual. No me quiero distraer. Lo que me interesa es la contemplación pura de la materia que me envuelve. Sigo volando hacia no sé dónde.

Llego a una casa grande en cuyo tejado hay grandes cristaleras. Veo niños durmiendo. Ellos me descubren. No sé qué decir. Les digo finalmente que soy un ángel, que no se preocupen, que estoy para cuidarles, para que tengan una vida preciosa. Uno de ellos me dice que ya sabe quién soy porque me ha visto en una película. Al resto les doy igual. Entonces se me ocurre animarles a jugar conmigo. Pierdo algo de concentración y de control porque empiezo a sentir apego por esos niños. Me doy cuenta de que tengo que salir de ahí, urgentemente, pero no volando, porque ya he perdido el poder de volar. Salgo corriendo por una escalera grande, como de edificio de lujo en Berlín. Siento angustia. Quiero despertar. Quiero despertar urgentemente.

Pero despierto en otro sueño, y quiero tomar notas en él para aprovechar esas experiencias y poderlas traer a este diccionario filosófico. Hay muchos niños haciendo ruido y soy incapaz de concentrarme. Suena mi móvil. Es un mensaje de voz. Recuerdo de pronto haber soñado un tercer sueño en el que acababa de iniciar una apasionada relación sentimental con una mujer. Una mujer de ojos verdes, muy guapa y muy fea a la vez, que había conocido mientras dejaba una bolsa en el colegio de mi hijo. En el mensaje ella se lamenta de que yo no devolviera sus llamadas. Su voz es angustiosa. Yo sé — en el sueño — que esa mujer formaba parte de otro sueño distinto: un hechizo puntual destinado a diluirse en la nada como un arcoíris moribundo.

Desperté a este sueño desde el que ahora escribo.  Ya dentro de este mundo concreto sentí una mezcla de fascinación metafísica — y física — y también angustia ante la volatilidad de los mundos. Pero, sobre todo, sentí mucha tristeza por aquella mujer de nada que me amaba desde la nada ofreciéndomelo todo.

Los sueños. La vida. El amor…

Antes de exponer mis ideas, creo oportuno mencionar a los siguientes pensadores:

1.- Buda. El despierto. Pero… ¿Para qué despertar? ¿Para no sufrir? Sugiero seguir en la vida sabiendo que se trata de un sueño, de un sueño sagrado. Y ponerse a su servicio: aumentar sus hechizos (Nietzsche).

2.- Kant. Confesó que había despertado del “sueño dogmático” gracias a Hume. ¿Qué es un sueño dogmático? Las bailarinas lógicas (“Causalidad”, “Tiempo”, “Espacio”… y muchas más) hunden en ese sueño. Pero no se puede vivir sin ellas. Porque vivir es soñar. Porque vivir es estar hechizado.

3.- Schopenhauer. Leamos lo que escribió sobre el sueño este poderoso pensador en la primera parte de su obra Parerga y paralipomena (P I, 232-233, según la edición clásica de Arthur Hübscher, revisada por su mujer Angelika, y publicada en Mannheim en 1988):

“[…] en el simple sueño la relación es unilateral, y es que solo un yo verdaderamente quiere y siente, mientras que los demás no lo hacen, pues son fantasmas; por el contrario, en el gran sueño de la vida tiene lugar una relación multilateral, toda vez que no solo uno aparece en el sueño del otro, sino que éste también aparece en el de aquel, de forma que, por medio de una verdadera harmonia praestabilita, cada uno sueña solo aquello que para él es adecuado según su propia guía metafísica, y todos los sueños-vida están entretejidos con una perfección tal, que cada uno experimenta solo lo que le es beneficioso y hace lo que es necesario para los demás […].”

(La traducción es mía. Ofrezco a continuación el texto original en alemán para su cotejo):

“[…] im bloßen Traume das Verhältniß einseitig ist, nämlich nur ein Ich wirklich will und empfindet, während die Uebrigen nichts, als Phantome sind; im großen Traume des Lebens hingegen ein wechselseitiges Verhältniß Statt findet, indem nicht nur der Eine im Traume des Andern, gerade so wie es daselbst nötig ist, figuriert, sondern auch dieser wieder in dem seinigen; so daß, vermöge einer wirklichen harmonia praestabilita, jeder doch nur Das träumt, was ihm, seiner eigenen metaphysischem Lenkung gemäß, angemessen ist, und alle Lebensträume so künstlich in einander geflochten sind, daß Jeder erfährt, was ihm gedeihlich ist und zugleich leistet, was Andern nöthig […]”.

4.- Freud. 1900. Die Traumdeutung. La interpretación de los sueños. El sueño es una necesidad psíquica, una especie de prótesis metafísica, y su interpretación permite sanar… eso que sea “el alma”. Freud, que es un pensador excepcional, está no obstante hechizado  — acunado — por bailarinas como “Ciencia”. Es un ilustrado decimonónico: habla de “los antiguos”, que, en su supuesta ignorancia pre-científica, creyeron que los sueños podrían ser un lugar intervenido por divinidades exteriores, y que en los sueños había mensajes, y que anunciaban el porvenir… Freud escribió su libro sintiendo que no había habido avance desde Artemidoro de Daldis (s. II d. C.). Y considera que la materia de los sueños es la memoria, la cual almacenaría absolutamente todas las experiencias vividas por un ser humano desde su infancia (hasta las más nimias). Objetivo de la interpretación de los sueños: sanar. Utilizar el sueño (su recuerdo) para sacar a “la luz de la razón” (esa diosa exorcista) todo lo reprimido. Así se acabaría, según Freud, con el sufrimiento: volviendo consciente lo inconsciente. Su método consistía en sugerir que fuera el paciente-soñador quien interpretara su propio sueño, dejando que las imágenes salieran sin censura a la purificadora luz “de la razón”. Contra la ciencia de su época, Freud sí creyó que los sueños tenían sentido, pero rechazó el uso de claves interpretativas fijas porque las consideró simple superstición. Finalmente, Freud, en su obra La interpretación de los sueños, confirmó el sentido popular que, según él, siempre consideró los sueños como un espacio para la realización de deseos frustrados en la vida real. Y los “sueños de angustia” serían un fallo del sistema: lo deseado por el inconsciente sería insoportable; y se produciría, sin más, el despertar.

Y estas son mis ideas sobre la palabra “Sueño”:

1.- El sueño/la vida son contenidos de conciencia  — no tengo otras palabras más adecuadas para decirlo. Creo que esos contenidos forman una fabulosa obra de arte que está siendo contemplada por ‘nosotros’ desde un lugar innombrable desde aquí. Esa gran Creación, esa descomunal sinfonía de mundos interconectados, incluye todo lo ‘vivido’ y ‘soñado’ por nosotros.

2.- No morimos porque no vivimos. “Vivir” es una palabra demasiado simple. “Soñar” y “morir” también lo son. Como he adelantado al comienzo de este texto, creo que sería más apropiado decir que “omni-vivimos”: entramos y salimos en y de realidades que nosotros mismos fabricamos desde donde somos Nada (desde donde somos Dios, si se quiere utilizar esta palabra).

3.- Creo que en nuestros sueños  — vida incluida — irrumpen mensajes y seres exteriores. O, mejor dicho quizás:  mensajes que nos mandamos a nosotros mismos desde otros lugares de nuestra conciencia infinita.

4.- Considero que no hay que descartar la posibilidad de que ‘alguien’ nos esté contemplando en este momento, con ternura, como cuando contemplamos a nuestros hijos dormidos. No es tampoco descartable que nos estén amando y cuidando desde donde quizás despertemos al morir.

5.- El sueño dogmático. Este diccionario filosófico muestra el poder narcotizante de las bailarinas lógicas (las palabras/los conceptos/ los universales/las ideas). Creo que todo kosmos noetos, en sentido platónico, es narcótico: todo cosmos es un sueño ordenado. Todo logos, si tiene la fuerza suficiente, sumerge en un profundo sueño dogmático. Kant, gracias a Hume, despertó de un sueño dogmático, pero entró en (y fabricó) muchos otros, todos preparados para causar hechizos en sus fabulosas obras filosóficas.

6.- La interpretación de los sueños. ¿Qué es “interpretar”? ¿Para qué “interpretar”? Unos mundos nutriendo a otros. Pero, ¿desde qué lógica? ¿No es la lógica, también, una alucinación de la mente? Quizás sí. Pero hay que vivir este sueño, este, y merece la pena buscar nutrientes, ideas, hitos, mensajes — lo que sea — en otros mundos. Creo, con Freud, que los sueños están al servicio de nuestra salud, entendiendo “salud” en un sentido ilimitado.

7.- Despertar. Dios se aprieta pero no se ahoga. Todos sabemos en el fondo, que, cuando un sueño (o un vivir en general) se pone demasiado duro, podemos salir de él: podemos diluirlo en la nada del sueño olvidado y reducido a simple materia onírica, a pura irrealidad.

8.- El silencio en el sueño. Los sueños, en general, son ruidosos, desasosegados, como caricaturas de este sueño/vida desde el que ahora escribo. En los sueños, generalmente, se siente muy poco sosiego, y muy poca libertad… ¿Cabe meditar dentro de un sueño?  Yo lo hice, después de saberme soñando en una especie de asamblea de dignatarios religiosos que tenía lugar dentro de lo que parecía una catedral. Fue una experiencia incomunicable ahora. En otra ocasión soñé con un pueblo rodeado por la luz y el silencio.  Todo era demasiado calmado. Demasiado maravilloso. Sentí que no estaba en un sueño ordinario; y me asusté muchísimo porque supe que aquello era la muerte. O algo relacionado con la muerte. Y yo no quería morir. Tenía una preciosa hijita de cuatro años. Elegí entonces  — por amor, por amor puro y duro — regresar a esta vida/sueño (a esta “Omni-vida”), renunciando a las delicias de aquel paraíso rural. Y letal.

9.- Creo que cabría diferenciar entre el sueño pasivo y el sueño activo. El Dios de los monoteísmos, el Dios Creador, antes de crear,  tuvo que soñar activamente (‘imaginar’) su Creación (o ‘ensoñar’ si se prefiere). No cabe pensar una Creación instantánea, no soñada activamente, esto es: no deseada una vez imaginada activamente. No se puede desear algo que no se ve previamente en la imaginación. El sueño pasivo, por su parte, sería una entrada en el fruto de la propia imaginación, con la conciencia autolimitada para percibir lo creado (la ‘realidad’) como algo ajeno objetivo, ‘ahí’. Ese podría ser el sentido mismo de la Creación. Y del mundo. De todos los mundos posibles. 

10.- El paraíso. No descarto su existencia; como sueño perfecto experimentable desde un nivel de conciencia todavía auto-hechizado. El paraíso como materialización de todo lo deseado ‘en vida’: como vivencia total de todo lo soñado (ensoñado) activamente: como último regalo del cerebro para sí mismo (si no se quiere salir del modelo fisicista-cerebralista).

11.- El sueño amado. Recuerdo haber sido arrastrado por cataratas de sueños sucesivos en los que una y otra vez creí que había despertado, por fin, a la verdadera realidad. Pero ninguno de ellos era el sueño amado. Y yo lo sabía. Hasta que regresé a este.

Este.

Mi sueño amado es este: este desde el que escribo, porque en él están seres maravillosos por los que vale la pena asumir los dolores del ignorante (en sentido budista): de ese ‘estúpido’ que -por puro amor- no se desapega de su sueño amado.

Quisiera terminar este texto trayendo de nuevo las palabras de Schopenhauer sobre el sueño. Y es que tienen una fuerza y una belleza descomunales:

“[…] en el simple sueño la relación es unilateral, y es que solo un yo verdaderamente quiere y siente, mientras que los demás no lo hacen, pues son fantasmas; por el contrario, en el gran sueño de la vida tiene lugar una relación multilateral, toda vez que no solo uno aparece en el sueño del otro, sino que éste también aparece en el de aquel, de forma que, por medio de una verdadera harmonia praestabilita, cada uno sueña solo aquello que para él es adecuado según su propia guía metafísica, y todos los sueños-vida están entretejidos con una perfección tal, que cada uno experimenta solo lo que le es beneficioso y hace lo que es necesario para los demás […].”

David López

 

 

 

 

 

 

 

[:]

Las bailarinas lógicas: “Física”.

 

 

“Física”. Durante muchos años esta bailarina lógica fue casi capaz de hechizarme del todo. De apresarme en su baile gigantesco pero finitizante. De separarme de la Filosofía: esa bailarina que es capaz de bailar en el infinito (en la no legaliformidad). Gozósamente. Valiéntemente. Entusiásticamente.

Física. Proviene de Physis, palabra griega para “Naturaleza”. ¿Alguien sabe o ha sabido jamás qué es eso de “Naturaleza”? Otra bailarina lógica. [Véase aquí].

En este texto me voy a ocupar de la Física. Con mayúscula. Como Filosofía. No me gustan las minúsculas. Presiento detrás de ellas una lima que me inquieta.

La imagen que flota en el cielo de este texto representa a uno de los físicos teóricos más importantes del siglo XX: Richard Feynman. Quisiera que se observase con atención su gesto extático, entusiástico, su mano extendida, bella, poderosa, hipnótica; y su vestimenta, en la que aparecen símbolos de su magia: de su Logos: del gran Logos de la Física. Quisiera que se viese en esa imagen a un chamán, a un sacerdote, poseído por una diosa matemática; porque las matemáticas serían, según este chamán, la única expresión posible del funcionamiento de la realidad, del universo: esa -según él- bellísima masa de átomos uniformes bailando al ritmo de leyes físicas, matemáticas…

Las teorías físicas de Richard Feynmann han servido de punto de apoyo para la última obra publicada por Stephen Hawking (que ha sido escrita, al parecer,  por él y por Leonard Mlodinow). La obra se titula, en español, El gran diseño; y es, en verdad, un gran diseño… poético: una combinación hechizante de símbolos: una combinación de “Universales” [Véase] que pretenden decir algo de lo inefable, finitizar el infinito, crear un cosmos donde fabricar y, a la vez, refugiar, una conciencia finitizada.

No pensaba leer la citada obra de Hawking y Mlodinow para escribir este texto. Tengo mi despacho abarrotado de libros de Física que merecerían mil años de vida en mil islas desiertas. Pero el jueves pasado se me estropeó, casualmente (mejor, causalmente), el coche. Y a partir de ese ‘hecho físico’ se desplegó una insólita cadena causal que culminó en un paseo por la calle Ferráz de Madrid. Y en un escaparate de esa calle me asaltó la portada de El gran diseño (Crítica, Barcelona 2010; traducción de David Jou i Mirabent). Decidí comprarlo —aunque desde el determinismo que este libro establece no tuve opción para no hacerlo— y decidí también, también sin libertad, dejarme devorar por él: por su Poesía voraz: por sus hechizantes combinaciones de “universales”. ¿Estaba ya en el gran diseño de los multiversos, ya programado, que yo leyera este libro?

La metafísica implícita en las ideas que expone este libro nos obliga a contestar que sí.

Llegué a mi casa, encendí el fuego y, en sincronía con mis abedules y un sol neblinoso, me puse a leer El gran diseño. En la frase número quince recibí el puñetazo de un patoso, como de bar de western light, sin mala intención, como recibido de un borracho bonachón, risueño, medio dormido:

“Tradicionalmente, ésas son cuestiones para la filosofía, pero la filosofía ha muerto. La filosofía no se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física. Los científicos se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda del conocimiento”.

Miré la foto de Mlodinow. El rostro de Hawking ya lo conocía. Es un icono del siglo XX, como el Che, Elvis o Bin Laden. Mlodinow, mucho menos conocido que Hawking, aparece en una de las solapas de este libro muerto de la risa. Respiré profundamente.

Esta obra de Hawking/Mlodinow está llena de bromas, chistes, caricaturas… y concluye con una frase en la que, tras dar las gracias a ciertos colaboradores, se dice: “Por otra parte, siempre supieron dónde hallar los mejores pubs“.

Pero aparte pubs, cervezas, risas y puñetazos bonanoches, este libro ofrece miradores privilegiados para asomarnos, desde la Filosofía (la mirada de las miradas), hacia eso que se cree el físico -o algunos físicos- que es la Naturaleza. No olvidemos que la Filosofía analiza, también, las miradas: intenta explicitar esa fantasía, esa ubicación invisible, donde se cree que está cualquier emisor de modelos de mundo. La Filosofía explicita la bellísima artificialidad de los modelos, con respeto, con fascinación hacia la belleza y la eficacia de la Física, desbroza caminos (Jaspers [Véase aquí]) para que no se cierre el camino a lo inefable, a lo metamodélico. A lo prodigioso. A lo real.

Antes de exponer lo que siente mi mente cuando entra en ella a bailar la “Física”, quisiera sugerir los siguientes lugares de estudio:

1.- Los presocráticos. Sus obras fueron “sobre la Naturaleza”. Pero esa “Naturaleza” excedía, con mucho, lo que los físicos estudian hoy.

2.- Concepciones físicas de Platón. Cabría entender las sombras que se presentan en la caverna si se acude a conceptos matemáticos, los cuales tendrían su hábitat fuera de la caverna: fuera, por tanto, de lo que muchos físicos contemporáneos denominan “naturaleza” o “universo/multiverso”.

3.- La Física en Aristóteles: estudio de las causas segundas. El tema fundamental sería el estudio, la explicación, del movimiento… Pero todo, según este gigantesco filósofo, se movería hacia Dios, por atracción irresistible… hacia un Ser que en realidad no nos amaría, pero cuya belleza inefable tendría hechizado al universo entero.

4.- Nacimiento y desarrollo de la Física moderna: Galileo. Newton. La panmatematización de la Naturaleza. Elementos generalmente no problematizados de la Física moderna: la Matemática como lenguaje (y como esencia) de la Naturaleza; tiempo y espacio homogéneos y no causales; lo cualitativo siempre reducible a lo cuantitativo; materia corpuscular (esencialmente muerta e inconsciente) en movimiento; eliminación de la posibilidad de la acción a distancia; capacidad del hombre para explicar los fenómenos naturales mediante modelos; legaliformidad. Negación absoluta, por tanto, de la libertad y de la creatividad.

5.- La Física contemporánea. Reconocimiento de que toda Física teórica sería una creación de metáforas útiles: símbolos no representativos de ninguna realidad en sí, útiles para ubicarse en una Naturaleza inefable (tan inefable como el propio Dios), que se deja conocer y no conocer a la vez: una Naturaleza que no termina de ser ni objetiva ni subjetiva. Hay una obra de gran utilidad para sintonizar con el imponente logos [Véase “Logos“] que cosmiza actualmente la conciencia de muchos importantes físicos: Diccionario de lógica y filosofía de la ciencia (Alianza editorial). Los autores son Jesús Mosterín y Roberto Torretti.

Una parte de mis ideas sobre la bailarina lógica “Física” la voy a ir exponiendo en relación al libro de Hawking/Mlodinow. Debo reconocer que la lectura de esta obra me ha estimulado mucho. También me ha irritado. Pero mi enfado se ha ido aflojando cuando me he dejado llevar, acríticamente, festivamente, crédulamente,  por el gamberro y a la vez grave ritual desde donde estos dos chamanes anglosajones y baconianos han preparado sus brebajes de palabras. Brebajes que, como veremos, ofrecen a ‘nuestra’ mente (único hábitat de cualquier universo o multiverso) imágenes fabulosas: sueños prodigiosos: Ideas [Véase] capaces de enamorar a nuestra conciencia y de sacarla de paseo por el infinito.

Ofrezco a continuación mis comentarios a algunas de las ideas que Hawking/Mlodinow han expuesto en El gran diseño. Muchas de ellas, como se verá, son realmente sorprendentes por su radicalidad metafísica (no física):

1.- “La filosofía ha muerto”. Lo dicen en la página 11. Pero esta obra tiene algo ‘cuántico’ (una cosa puede ser a la vez onda y partícula… La Filosofía está muerta y viva a la vez…). Creo que merece la pena reproducir aquí, ahora, unas frases que aparecen en la p. 53 de El gran diseño –poético/chamánicode Hawking/Mlodonow: “George Berkeley (1685-1753) fue incluso más allá cuando afirmó que no existe nada más que la mente y sus ideas. Cuando un amigo hizo notar al escritor y lexicógrafo inglés Samuel Johnson (1709-1784) que posiblemente la afirmación de Berkeley no podía ser refutada, se dice que Johnson respondió subiendo a una gran piedra para, después de darle a ésta una patada, proclamar: lo refuto así. Naturalmente, el dolor que Johnson experimentó en su pie también era una idea de su mente, de manera que no estaba refutando las ideas de Berkeley. Pero esta reacción ilustra el punto de vista del filósofo David Hume (1711-1776), que escribió que a pesar de que no tenemos garantías racionales para creer en una realidad objetiva, no nos queda otra opción sino actuar como si dicha realidad fuera verdadera”. No obstante estos breves temblores de lucidez, es cierto que esta obra de Hawking/Mlodinow no es filosófica: no hay en ella un análisis o problematización lógicamente rigurosa de los presupuestos desde los que se construyen sus teorías: no hay conciencia del modelo de totalidad desde el que se generan sus modelos de universo o de multiverso.

2.- La teoría unificada —teoría M— es plausible (p. 16). Predice que nuestro universo no es el único, que otros miles de millones de universos fueron creados de la nada. Hay que excluir la intervención de un Dios o cualquier otro ser sobrenatural. Me pregunto: ¿qué es “natural”? ¿Lo visible? En realidad la Física ha sido siempre una Metafísica pura y dura: ha ofrecido modelos de lo que no se ve (el átomo no se ve, ni la ley de la gravedad) para explicar lo que se ve… No, es más: lo que se ve se ve así porque hay instalado un modelo de mirada. Volvemos a los universales [Véase “Universales“].

3.- Miles de millones de universos surgen naturalmente de la “ley física”. “Cada universo tiene muchas historias posibles y muchos estados posibles en instantes posteriores, es decir, en instantes como el actual, transcurrido mucho tiempo desde su creación” (p. 16). El modelo de totalidad donde se vertebra la conciencia de Hawking/Mlodinow tiene un presupuesto crucial y muy “ciudadano”: la ley. La Física se basa en la creencia en una naturaleza legaliforme, radicalmente determinista, donde no hay libertad, solo obediencia, obediencia a entes platónicos: las leyes físicas, o la teoría M, que no son visibles, sino presupuestas, narradas (esas leyes, esas diosas) por los chamanes de este credo eficacísimo en nuestra tribu… tan eficaz como lo fueron y los son todos los credos en todas las tribus. Veo en la Física un monoteísmo radical, único en la historia de las religiones, sobre todo en la Física que intenta no ser transcendente, la que intenta negar a un Dios o a un alma transcendente. Se trataría de admitir la existencia y el poderío absoluto de una especie de Faraón cósmico, no antrópico morfológicamente, que tendría sometidos todos los rincones posibles del Ser (de lo que hay), por muy descomunal que sea eso que hay: miles de millones de universos, todos existiendo a la vez, pero todos esclavizados en definitiva. Creo que algunos físicos tienen una conciencia esclavista: observan fascinados el reino de su señor invisible y se contentan con hacer predicciones, como esclavos que conjeturan cuándo vendrán sus amos a darles la comida o cuando llegará el momento de su ejecución.

4.- “Este libro está enraizado en el concepto de determinismo científico, que implica que la respuesta a la segunda pregunta es que no hay milagros, o excepciones a las leyes de la Naturaleza”. La afirmación que acabamos de leer merece ser unida a ésta: “Si ya nos parece difícil conseguir que los humanos respeten las leyes de tráfico, imaginemos lo que sería convencer a un asteroide a moverse a lo largo de una elipse” (p. 29). Esta frase es contradictoria en una narración que establece el determinismo radical. Si no hay libertad en esta matriz matemática de multiversos que parece ser la así llamada “Naturaleza”, no cabe cumplir o no una ley de tráfico, la cual estaría vertebrada en el descomunal corpus jurídico que amordazaría el Ser (lo que hay) en su totalidad.

5.- Ideas/sorpresa que he encontrado en este libro importante: “Los realistas estrictos a menudo argumentan que la demostración de que las teorías científicas representan la realidad radica en sus éxitos. Pero diferentes teorías pueden describir satisfactoriamente el mismo fenómeno a través de marcos conceptuales diferentes”. Y proponen estos autores una especie de estrategia gnoseológica que denominan “realismo dependiente de modelo” (p. 54). Esta estrategia nos exigiría aceptar que no hay teorías físicas válidas en sí (que no hay una verdad física fuera del cerebro humano, si es que es humana esa cosa). En la p. 59 se llega a decir incluso que, para teorizar el origen del universo, el modelo de Física de San Agustín es tan válido como el que acoge al Big Bang. (!)

¿Qué siento en ‘mi’ mente cuando la bailarina “Física” entra a bailar en ella? Algo así:

Claustrofobia, admiración, rebeldía y mucho respeto por la gran cantidad de honestidad y de trabajo que despliegan sus fieles.

Se podría decir que hay que agradecer a la Física (y a la tecnología que se basa en esta ciencia) el que podamos volar: gracias al conocimiento de las leyes de la Naturaleza parece que —nosotros— hemos podido fabricar aviones.

Pero nosotros, los “seres humanos”, en realidad no hemos construido los aviones. Ni los teléfonos móviles. Ni los ordenadores. Ni internet. Según el determinismo radical desde el que está poetizado el libro de Hawking/Mlodinow, los aviones se han construido en el mismo taller matemático (la misma factoría lógica) de la que han brotado las galaxias, los mares o las sonrisas de los niños: todo lo que hay en todos los rincones de todos los universos posibles es consecuencia necesaria del despliegue de una diosa descomunal que mantiene atrapado y sacudido todo lo existente.

El Gran Algoritmo.

Y no solo no hemos construido (nosotros) los aviones, sino que tampoco hemos generado ninguna teoría física: los cerebros de Hawking y de Mlodinow estarían programados para generar unas ideas concretas, no otras, sobre qué demonios sea esto de la “Naturaleza” y qué leyes la dirigen. Hawking/Mlodinow serían chamanes anglosajones poseídos por una diosa matemática omnipotente, poseídos para cantar, para poetizar, para hechizar, con símbolos pre-programados, al servicio siempre del despliegue esa diosa implacable.

Tengo la sensación de que la Física teórica —como cualquier otro chamanismo lógico, como cualquier otra magia de palabras— mete conceptos en la mente del feligrés y crea en ella mundos fabulosos, eficacísimos siempre. Todas las Físicas han funcionado siempre: son pócimas de ideas, y las ideas mueven con más poder que cualquier “ley natural”.

Cualquier Física teórica, como la que nos ofrecen con tanto buen humor Hawking y Mlodinow, es Poesía [Véase], baile lógico: una coreografía concreta para símbolos arbitrarios: un coreografía para bailarinas lógicas admisibles en un determinado ritual religioso.

Al final del libro de Hawking/Mlodinow aparece un “glosario”. En realidad se trata de un desfile de bailarinas lógicas, de sacerdotisas, seleccionadas para este baile de la mente. Todas atentas a los movimientos de esa mano que aparece en el cielo de estas frases.

En cierta ocasión, explicando el decisivo tema de los “Universales” [Véase], pregunté a una alumna qué es lo que veía, en ese mismo instante, más allá de los posibles recortes que podía hacer su mente con el impacto brutal de “lo que se presenta”. Respondió: “Nada”. Esa fue la respuesta más sabia y libre que he oído jamás. Esto nos llevaría a la nada que quiso pensar Kitarô Nishida [Véase].

Para mí —para mi conciencia si se quiere, y si es mía— lo que se nos presenta no es un “universo”, ni “Naturaleza”: es pura singularidad, puro infinito, pura no-legaliformidad, pura magia/creatividad/libertad.

En el glosario a que antes he hecho referencia aparece una curiosa bailarina. Se llama “Renormalización”: “técnica matemática diseñada para eliminar los infinitos que aparecen en las teorías cuánticas”.

Decir “la Filosofía ha muerto”, que es lo que dice Hawking, es una forma de re-normalización; porque la Filosofía nos abisma en la más prodigiosa e insoportable inmensidad.

Yo no eliminaría los infinitos. Sacaría a la mente de sus cobijos. Esas “apariciones” coinciden con lo que Simone Weil llamó Gracia [Véase]. Son irrupciones de lo sagrado, del inquietante “Demonio” al que se refirió Stephen Zweig, pero vivifican los universos cerrados en los que, con su mejor intención, nos quieren co-esclavizar los físicos-esclavos. Aunque me temo que no hay “renormalización” capaz de quitar el olor a Infinito que tiene cualquier rincón de cualquier universo (de cualquier casita de chocolate para la mente).

Ese olor, ese olor sagrado, silencioso, hiperfértil (fascinante y desasosegante a la vez), es el que yo quisiera que tuviera este diccionario filosófico. Por eso lucho contra la “renormalización” de mi mente, y ofrezco en este blog mis crónicas de esa lucha.

David López

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La bailarinas lógicas: “Empirismo”.

 

 

“Empirismo”.

Existe un debate entre empiristas y racionalistas desde, al menos, eso que se denomina “la Antigüedad”, la Antigüedad griega en concreto. Los empiristas han creído, y siguen creyendo, que todo conocimiento proviene de los sentidos y que, además, debe ser verificado por esos mismos sentidos. Los racionalistas -al menos los que son considerados como tales en oposición a los empiristas puros- sospechan de la capacidad de los sentidos para acceder a lo real, hasta el punto de que algunos, como Platón, acusarán a esos sentidos de engañosos (carceleros).

Al ocuparnos de la palabra “cerebro” [Véase] tuvimos que considerar la hipótesis de que eso que suponemos que es nuestro cerebro no reciba lo que entendemos propiamente como realidad (“realidad exterior”), sino que, en cierto modo, la fabrique; eso sí: al servicio de algo “real” que, por ejemplo Humberto Maturana, denomina “sistema viviente”.

Antes de mostrar lo que experimento en mi conciencia cuando lo que supongo que es mi mente es tomado por la palabra “empirismo”, creo que puede ser muy útil hacer un recorrido por los siguientes temas:

1.- Aristóteles versus Platón. ¿Nacemos sabiéndolo todo ya… o no sabiendo nada en absoluto?

2.- Locke. A las ideas complejas no les corresponde nada real. Sólo hay una idea compleja que sí tiene equivalente en la realidad exterior a nuestro entendimiento: la idea de “substancia” (el soporte material de cualidades). Pero Locke admitió, sin darse cuenta, la existencia de otras muchas ideas complejas: la idea de que existen ideas simples y complejas; la idea de que existe un entendimiento -una mente- que capta realidades exteriores a la suya, etc.

3.- Berkeley. Estamos ante uno de los filósofos más brillantes que nos ofrece la narración canónica de la historia de la Filosofía occidental. Se propuso refutar a Locke con esta obviedad (obviedad al menos entre los empiristas): sólo existe percepción, nada más. No podemos ir más allá. La materia es nuestra mente, y nuestra mente es como un teatro en el que Dios despliega su imaginación (sus obras de arte en definitiva).

4.- Hume. Hace casi veinte años quise iniciar una tesis doctoral a partir de lo que me parece un evidente error de este filósofo. Hume afirmó que el ser humano recibe impresiones (impactos sensitivos) del exterior, no ideas. Y que las ideas son los recuerdos de esas impresiones. Pero no problematizó Hume el dogma (muy empirista por cierto) de la pluralidad de impresiones. Para hablar de impresiones en plural antes ha de haberse instalado, dogmáticamente, un sistema de universales en el entendimiento humano. Kant afirmó que Hume le había despertado del sueño dogmático. Eso es imposible. No se puede despertar del sueño dogmático, al menos si se quiere seguir viviendo (soñando, es lo mismo). En algún cosmos (subyugado por algún Logos) hay que vivir.

5.- Empirismo lógico. El Círculo de Viena. La fe en la verificación por los sentidos compartidos tribalmente. La demonización de la Metafísica (de otras metafísicas en realidad).

6.- El “empirismo radical” de William James. Merecen ser leídos los Essays in Radical Empiricism, editados y publicados póstumamente por Ralph Barton Perry en 1912. En esa obra encontramos una legitimación de todo tipo de experiencia. Es oportuno relacionar esta forma de empirismo con la que el propio James sugiere en Las variedades de la experiencia religiosa.

Esto es lo que experimento en mi conciencia al reflexionar sobre eso que sea el “empirismo”:

1.- En primer lugar el “empirismo” se me presenta como un credo (una fe, una autofinitización del pensamiento y del sentimiento). De ahí el sufijo “ismo”. Y es un credo cuyos presupuestos no son verificables empíricamente; a saber:  a) que mi “mente” o “entendimiento” o “cerebro” (o lo que sea) está siendo impactado por algo exterior; b) que “eso” captura la realidad tal y como es (o al menos, una parte de ella); y c) que lo que hay está ahí, objetivo, activo, sin que yo intervenga en su configuración -esto es: que percibimos, pero que no creamos lo real-.

2.- Los empirismos que se han ido proclamando a lo largo de la historia del pensamiento primero instalan, dogmáticamente, un modelo de mirada; y luego verifican que lo que se ve desde ese modelo de mirada es lo real (lo único existente por tanto).

3.- Pero si se mira sin filtro, sin modelo de mirada, sin un cosmos que finitice nuestro pensamiento y nuestro sentimiento, lo que se ve es la nada, el infinito. Eso es la Mística. Una vez más nos traga el agujero negro por el que desaparecen todos los universos que es capaz de fabricar el pensamiento humano.

4.- Una cuestión decisiva, por lo menos desde el paradigma de la ciencia actual, es si nuestro “cerebro” [Véase]  percibe realidad o si, por el contrario, la crea. Aunque cabría una tercera posibilidad: que primero creara realidad (contenidos de conciencia) y que, después, la percibiera. Quedaría no obstante la siguiente pregunta abisal: ¿De dónde saca el “cerebro”  tanta fuerza genésica?

4.- Mientras nos mantengamos en el nivel de conciencia que reconoce la existencia de otros seres humanos en el mundo -un nivel, digamos, no advaita – creo que debemos esforzarnos en embellecer la experiencia ajena. Estaríamos ante un tipo de arte que podríamos llamar “genésico”, pues su objetivo sería crear mundos, mundos maravillosos si nos es posible, en la conciencia ajena. En la conciencia de los que amamos (de los que, lógicamente, amamos dentro del cosmos en el que vibran nuestras emociones). Y dentro de este tipo de arte estaría, por ejemplo, la sonrisa con la que una madre recoge a su hijo en el colegio (sonrisa que permanecerá eternamente en la conciencia de ese ser humano, como un sol eterno, calentando e iluminando su vida hasta, al menos, su muerte). O un gesto amable en la calle; o un perdón inmerecido; o una mesa con flores en una casa donde nunca hubo flores. Obras de arte genésico: fabricación de la experiencia ajena. Empirismo activo, creativo, amoroso, que operaría directamente en los barros de la conciencia ajena.

5.- Llegados a este punto cabría decir que el verdadero empirismo (“radical” lo denominó William James) debería dar cuenta de cualquier contenido en nuestra conciencia, incluidos los sueños y los fenómenos que no sean compartidos, ni comunicables, tribalmente. E incluso aquellos que no se pueda reproducir, que solo hayan ocurrido una vez y que sean, incluso, imposibles (imposibles desde una determinada legaliformidad). [Véase “Parapsicología”].

Ahora quisiera compartir una experiencia radical: la experiencia de la experiencia. Quisiera que el lector de estas líneas fuera consciente del impacto unitario, de la placa total de eso que llama “mundo”, o “realidad”; y que en esa placa total incorporara también sus impresiones internas (y que las dejara de considerar “internas”). Quisiera llamar a esta experiencia la “sensación total”: la sensación de que hay “Cosa”. Para ello hay que olvidar la concreta parcelación de ese impacto en “cosas” (sustantivos). Sería algo así como experimentar el todo sin activar el lenguaje que lo ordena. No estoy refiriéndome a la conciencia advaita: la superación del dualismo sujeto-objeto. Quiero dejar ahí, quieto, palpitante, el hecho mismo de la experiencia.

Hume habló de impresiones, en plural, como lo primigenio. Pero, antes del lenguaje, antes del pensamiento, solo hay una impresión. Muy sutil. Pero descomunal.

David López