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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Ortega y Gasset

 

 

Ortega y Gasset es un pensador sorprendente (fertilísimo) y un escritor excepcional. Yo lo he leído casi siempre en contraste con María Zambrano. Y creo que ninguno de los dos se puede leer demasiado tiempo. Ortega y Gasset hace frases con demasiada solidez, con demasiada luz. María Zambrano, que huyó expresamente de “los infiernos de la luz”, ofrece en sus frases demasiados tramos de penumbra: tramos donde hay que andarse con cuidado para no pisar alguna misteriosa rana bañada por la luz de luna.

Pensar con Ortega vitaliza la mente, limpia el caos (el gran enemigo de los pitagóricos, y por lo tanto de los platónicos-dogmáticos): digamos que Ortega en cierta medida exorciza las sombras del irracionalismo, pero yo veo cierta bulimia de luz (esto es, un exceso de “verdad”). Parecería que Ortega siempre pensó con el cerebro duchado, limpio, musculado… sobre una mesa de madera sólida donde los documentos y las notas emularían el (anhelado) orden intrínseco y extrínseco del universo… pero a la vez sintiendo el latido viscoso de su propio corazón (y de todos los demás corazones que componen la sociedad humana); y sintiendo también eso que, simplificando mucho, algunos filósofos llaman “vida” (y que Ortega casi llevó a la nada de la Mística).

Ortega en cualquier caso me produce un gran placer intelectual: es algo así como un osteópata para los huesos de la mente. Y creo que su pensamiento político, hoy día sobre todo (tiempo de quejosos cenobios plurihumanos, esclavistas, suspicaces, resentidos, que se colectivizan, se unifican con frases muy cortas y sonidos muy estridentes), puede ser muy saludable.

Entre sus escritos puramente filosóficos yo destaco sin duda los que se agrupan bajo el título Qué es Filosofía. Se trata de una compilación de las once conferencias que Don José pronunció en 1929. La primera tuvo lugar en la universidad central de Madrid. Tras la renuncia de Ortega a su cátedra por razones políticas, aquellas conferencias siguieron en teatros: sala Rex, teatro Beatriz. Sobre la Razón Histórica (1944) es otra obra puramente filosófica de Ortega. Hay quien la considera decisiva para entender su pensamiento.

Estamos en cualquier caso ante un pensamiento delicioso. Y creo, insisto, que muy salubre; a pesar de sus a mi juicio alicortos acercamientos a la Mística.

Algunas de sus ideas

1.- “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Esta conocidísima frase la expresó Ortega en su primera obra publicada: Meditaciones del Quijote. Es una frase sugerente, pero excesivamente ilógica. Si aplicamos la simple teoría de los conjuntos, Ortega parece hablar de dos “yoes”: 1. Un yo “grande”, “global” “omniabarcante”; y 2.- Un yo “pequeño”, el que comparte el conjunto “yo grande” con eso que sea “la circunstancia”. Por otra parte, y como les ocurría a los existencialistas (y a los marxistas del negativismo) se corre el peligro de creer que eso de “circunstancia” puede ser narrado desde simplismos como “situación social”, “momento histórico”, etc. Nuestra “circunstancia” (entendida como lo que nos rodea, como aparente objetividad diferenciable de nuestro “yo pequeño”) podría ser algo inmensamente más grande y prodigioso de lo que se puede narrar desde el periodismo (Ortega fue un fabuloso periodista) o desde la Física (la enamorada de los modelos, de los bocetos, de los dibujos, de las reducciones en definitiva). Creo que el neologismo de Heidegger “In-der-Welt-sein” (estar-en-el mundo) [Véase], entendido como concepto unitario, no divisible ontológicamente, quizás fue menos “ilógico” que el de Ortega. Cierto es que el filósofo español quiso con su reputada frase estimular el sentido de lo social, el “compromiso”: no cabría una vida aislada dichosa, por así decirlo, porque estaríamos siempre en una circustancia que, casi como si fuera nuestro “cuerpo exterior”, requeriría nuestra atención y nuestro cuidado. Ortega fue claramente un filosofo involucrado en la política: creyente, podríamos decir, en que somos libres y capaces de configurar nuestros hábitats civilizacionales. Schopenhauer no lo creía. Yo sí.

2.-El perspectivismo. Se suele decir que con este posicionamiento gnoseológico Ortega quiso superar la tensión entre el idealismo (el mundo existe solo en mi mente) y el realismo (el mundo es objetivo, exterior al ser humano, pero cognoscible por él). El perspectivismo apuntaría a una objetividad gigantesca -pero existente y con forma determinada- de la que cabría ir obteniendo “perspectivas” parciales. Creo que estamos ante un simple objetivismo; y, sobre todo, ante un “fijismo” físico-metafísico que convertiría el Ser en prisionero de una forma. Le estaríamos negando al Ser (a lo que hay) su libertad y su creatividad.

3.- El raciovitalismo. Es un concepto que parece definir al segundo Ortega (desde 1924 hasta su muerte). La Filosofía nace de la vida y debe ponerse a su servicio. El hombre filosofa como respira. El hombre necesita saber a qué atenerse, por eso cuestiona, razona. Pero la razón no está aislada de la vida: es viviente, está viva. Algo así encontramos en Nietzsche: el filósofo debe coadyuvar al hechizo que es la vida, ponerse al servicio del espectáculo (no de la Verdad, que nunca puede existir -aunque sí, ojo, la veracidad). Se trataría (en el caso de Nietzsche) de entusiasmar, de hechizar, de convertir el mundo en un fabuloso teatro de guiñol donde los seres humanos no salgan de su asombro, no dejen de maravillarse… ¿Para qué si no es todo esto?, me pregunto yo. ¿Para qué traemos niños a este mundo?

4.- La vida. Ortega -al menos en su segunda etapa- quiso filosofar desde eso de “la vida”; y poner la Filosofía así nacida al servicio de su matriz esencial. Pero fue lo suficientemente sutil como para intuir que la vida no era, en realidad, nada, sino un auto-fabricarse del hombre. Así, aunque Ortega negó toda transcendencia (todo “más allá” de lo dado), convirtió esa Vida-Nada inmanente en algo muy similar a lo que algunas tradiciones de la Mística han entendido por “Dios”. Mi problema -ya lo he repetido en varios lugares de este blog-  es que todavía no soy capaz de adscribir un significado al significante “vida”. Por eso he elegido el término “Hipervida” [Véase “Sueño”]: no creo que solo “vivamos”; o, mejor dicho quizás, no creo que “vivir” sea eso que entienden por tal los existencialistas (Ortega está entreverado de existencialismo). Yo no creo que nos despleguemos en un vector temporal ni en un marco espacial limitados (y susceptibles de incorporarse a una narración). Sospecho que creamos y habitamos a la vez muchos mundos, que somos algo así como los señores -y los esclavos- del infinito.

5.- Universo. Así lo entendió Ortega en la cuarta lección de las que, posteriormente, se editaron bajo el título ¿Qué es Filosofía?:

Entiendo por universo formalmente “todo cuanto hay”. Es decir, que al filósofo no le interesa cada una de las cosas que hay por sí, en su existencia aparte y diríamos privada, sino que, por el contrario, le interesa la totalidad de cuanto hay, y, consecuentemente, de cada cosa lo que ella es frente y junto a las demás, su puesto, su papel y rango en el conjunto de todas las cosas -diríamos la vida pública de cada cosa, lo que vale y representa en la soberana publicidad de la existencia universal. Por cosas entederemos no solo las reales físicas y anímicas, sino también las irreales, la ideales y las fantásticas, las transreales, si es que las hay. Por eso elijo el verbo “haber”; ni siquiera digo “todo lo que existe”, sino “todo lo que hay”.

Yo no creo que estemos en un “universo”, pero probablemente sí que “vivamos” (es decir “soñemos”) en lo que parece ser tal. Ortega parece que cree en “las cosas”: individualidades platónico-aristotélicas que, por cierto, solo pueden ser sostenidas desde las palabras. Ni siquiera el ser humano, en cuanto “cuerpo”, resiste una mirada demasiado atenta. De hecho hay miradas -no muy atentas por cierto- que ven ese cuerpo como una especie de océano donde palpitan miles de millones de seres vivos “individuales”… y no todos con el mismo código genético.

6.- Filosofía y Física. La Filosofía no sería un tipo de pensamiento que sigue pensando y explorando a partir de donde se ha quedado la Física. Estamos ante dos formas diferentes de pensar. Según Ortega, la Filosofía ofrece una verdad suficiente pero incompleta; la Física, por el contrario, ofrecería una verdad exacta pero insuficiente. La Filosofía según Ortega no sería una meta-física, sino una ante-física: se ocupa de algo mucho más cercano e inmediato que aquello de lo que se ocupan los métodos estandarizados de las ciencias naturales.

7.- Ideas y creencias. Las primeras se cuestionan, las segundas no porque son el hábitat, digamos mental,  y probablemente no solo mental, del ser humano. Las creencias son algo así como ese Lebenswelt (“mundo de la vida”) del que habló Husserl [Véase]. Una idea puede pasar a ser creencia cuando ya no se cuestiona. Pero puede ocurrir también lo contrario. La Filosofía pone todo en duda: evidencia la textura ideológica de lo incuestionado. Por eso, en mi opinión, se destesta cuando -por debilidad- se necesita dogma, creencia… y todos somos débiles en algún momento. Todos.  Y muchas veces. Una creencia sería una idea que ya ha tomado una conciencia. Sugiero la lectura de la bailarina lógica “Concepto” [Véase]. Cuando alguien afirma que “ha comprendido” en realidad ha sido “comprimido” por unas ideas: ha ingresado en un cielo protector pero cerrado. Todos los necesitamos, para dormir tranquilos; al menos por la noche, que no es poco.

8.- La Historia. Ortega escribió un prólogo brillante a la edición española de una obra excepcional de Hegel: las Lecciones sobre la filosofía de la historia universal (traducción de José Gaos). En ese prólogo toma Ortega una cita de Goethe utilizada a su vez por Hegel: “Todo hecho es ya teoría” . Y dice Ortega: “Hegel devuelve a los historiadores la acusación que estos dirigen a los filósofos de “introducir en la Historia invenciones a priori””. Ahora cita Ortega al propio Hegel: “El historiador corriente, mediocre, que cree y pretende conducirse receptivamente, entregándose a los meros datos, no es, en realidad, pasivo en su pensar. Trae consigo sus categorías y ve a través de ellas lo existente”. ¿Qué es un hecho? ¿Qué es la Historia? [Véase] “¿Cuál es la textura ontológica de esta?”, se pregunta Ortega mostrando un magistral manejo del arte de la Filosofía. Respecto de la filosofía de la Historia ofrezco mi crítica de un gran libro que escribió Jacobo Muñoz. Puede accederse a ella desde [Aquí].

9.- La rebelión de las masas. Con esta gran obra política, escrita y publicada en 1929 (en pleno auge de los totalitarismos europeos), Ortega alcanzó un merecido prestigio internacional. En ella describe al “hombre-masa” como aquel que manifiesta una “radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia […] El hombre masa es el niño mimado de la Historia”. Creo que la lectura de esta obra es urgente ahora en España.  Algunos miles de seres humanos, en nombre del “Pueblo”, desde una autoconciencia de ser “los puros”, y sin respetar el principio básico de la democracia (cada hombre un voto), parecen estar queriendo derribar el sistema entero porque creen que debería nutrirles más de lo que les nutre, convertir su vida en mejor de lo que es: son revueltas de faraones que, habiéndose olvidado sí mismos, de su grandeza, se comportan como esclavos -no siempre tan hipernutridos e hiperconsentidos como ellos quisieran-. El exceso de mimo puede provocar que se pierdan generaciones enteras: necrosea la musculatura del alma. En España (el país más generoso del mundo) nos ha perdido el exceso de mimo. Falta espíritu olímpico [Véase]. Falta nobleza (noble es aquel que se exije más a sí mismo que a los demás). Y creo que falta generosidad y ecuanimidad hacia “arriba”. Pero escuchemos a Ortega; con antención (La rebelión de las masas, primera párte, capítuo VI, último párrafo):

Mi tesis es, pues, esta: la perfección misma con que el siglo XIX ha dado organización a ciertos órdenes de la vida es origen de que las masas beneficiarias no la consideren como organización, sino como naturaleza. Así se explica y define el absurdo estado de ánimo que esas masas revelan: no les preocupa más que su bienestar y al mismo tiempo son insolidarias con las causas de ese bienestar. Como no ven en las ventajas de la civilización un invento y construcción prodigiosos, que solo con grandes esfuerzos y cautelas se puede sostener, creen que su papel se reduce a exigirlas perentoriamente, cual si fuesen derechos nativos. En los motines que la escasez provoca suelen las masas populares buscar pan, y el medio que emplean suele ser destruir las panaderías. Esto puede servir como símbolo del comportamiento que en más vastas y sutiles proporciones usan las masas actuales frente a la civilización que las nutre.

Ortega fue, sin duda, un gran pensador político. Y un buen antropólogo. Ineludible hoy en España, donde esas “masas orteguianas” -cuantiosas, pero minoritarias por cierto- se han autodivinizado. Se han fanatizado. Y pueden destruir las panaderías que les dan el pan.

10.- La Filosofía versus la Mística. Dijo Ortega:

El misticismo tiende a explotar la profundidad y especula con lo abismático; por lo menos, se entusiasma con las honduras, se siente atraído por ellas. Ahora bien, la tendencia de la filosofía es de dirección opuesta. No le interesa sumergirse en lo profundo, como a la mística, sino al revés, emerger de lo profundo a la superficie. Contra lo que suele suponerse, es la filosofía un gigantesco afán de superficialidad, quiero decir, de traer a la superficie y de tornar presente, claro, perogrullesco si es posible, lo que estaba subterráneo, misterioso, latente. Detesta el misterio y los gestos melodramáticos del iniciado.

La filosofía es un enorme apetito de transparencia y una resuelta voluntad de mediodía.

Podría ser que “el mediodía” al que se está refiriendo Ortega fuera una dogmática (ciega) activación de un cosmos noetos platónico: una luminosa excitación de un cielo: unas ideas ya hechas creencias, ya convertidas en matriz vital (ya convertidas en una cárcel para la mente).

Creo que la verdadera “transparencia”, y la verdadera “superficialidad”, nos ofrecen el espectáculo de una nada (aquí mismo), con olor a infinitud, a inefabilidad: a tinieblas mágicas.

En la superficie se ve la nada. Si te pregunto, querido lector, qué ves ahora mismo, en general, ahí, sin enfocar tu mirada desde ningún observatorio pre-esquematizado, probablemente me respondas: nada. No veo nada.

Estamos en la Mística. La verdadera superficialidad, entendida por lo que está aquí, ahora, palpable, es lo inefable. Esa tiniebla que es, en realidad, la verdadera luz (fuente de toda luz) [Véase “Luz”].

Luz. Somos -en cuanto seres humanos en el mundo- una luz irradiada por esa prodigiosa tiniebla que constituye nuestro yo esencial. Por eso creo que es un simplismo irrespetuoso llamar a un ser humano “ciudadano” o incluirlo en abstracciones disolventes como “Pueblo”. Insisto en que está pendiente una radical re-dignificación de la condición humana: poner al hombre a la altura de sí mismo (altura prodigiosa creo yo). El hombre-masa arruina toda posibilidad de crear una sociedad a la altura humana; y se arruina a sí mismo porque se transforma en un esclavo mendicante y resentido: renuncia a su libertad y a su honrabilidad y las pone al servicio de una masa en la que, normalmente, beben sangre faraones camuflados (los líderes populistas).

Seguiré pensando y anotando cosas aquí a lo largo de lo que me quede de vida. Y quedo abierto al debate: ese incómodo arado metafísico que fertiliza el huerto de nuestras mentes.

Por eso agradezco el interesantísimo comentario que sobre el texto del lunes pasado (un texto todavía en fase de obras) realizó Antonio Martín de Arriva. Tomo buena nota de sus ideas, las cuales me han ayudado a pulir algo más este ensayo.

Animo a todos los lectores a que hagan lo mismo. Sería para mí un fabuloso privilegio que este blog se convirtiera en un templo invisible donde celebrar el sacro ritual de la Filosofía: esa actividad que sublima la condición humana porque nos exige una constante apertura de la mente; y del corazón. Una actividad (una religión, por qué no) que puede ser salvífica hoy en España. Y es que tengo la sensación de que podría haber dado comienzo a un sutil “Big-Crunch” en las mentes y en los corazones. La crisis económica puede estar generando simplemente miedo. Y odio. Y el miedo-odio son la antítesis de la Filosofía (cuyo motor principal es la fasinación por lo otro, y por lo que no es “otro”, y por todo). El miedo, el odio, la conspiranoia, pueden desecar y envenenar un país entero. Debemos evitarlo con todas nuestras fuerzas. Por favor…

Dijo Ortega: “La vida es, esencialmente, un diálogo con el entorno; lo es en sus funciones fisiológicas más sencillas, como en sus funciones psíquicas más sublimes”.

Desde el odio no cabe dialogar; no cabe vivir, dicho incluso en un sentido radicalmente fisiologista.

Algunos alumnos míos me han confesado que la Filosofía -literalmente- les da la vida. Quizás sea porque no hay un diálogo con el entorno más radical que el que ofrece esta hiper-ciencia (esta religión).

David López

 

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“Filósofos míticos del mítico siglo XX”: Heidegger.

 

 

Heidegger. El monstruo político y ético. El genio filosófico y poético.

Hasta donde yo sé, Heidegger fue nazi. No fue en absoluto un hombre ejemplar. Para leerle, para pensar con él, para admirarle como filósofo, sobre todo tras la publicación reciente de sus Cuadernos negros (que la editorial Trotta comenzó a ofrecer en español a partir de 2015), tenemos que sacar de nosotros mismos una gran generosidad; o transcender el principium individuationis y considerar que Heidegger no pensó, sino que lo hizo el Ser: el Ser fue nazi: el Ser lo es todo, lo hace todo).

Debo reconocer que a mí me gusta leer a Heidegger. Mucho más que a Wittgenstein [Véase], cuyas frases de acero me dejan las pupilas heladas. Heidegger tiene un logos erótico. Wittgenstein no. Caminar por las frases de Heidegger me recuerda mucho el caminar por las frases de María Zambrano [Véase] (salvando todas las distancias obvias). El caminante va entre nieblas/hadas/palabras, retorciéndose entre las frases, reptando, volando, soñando, viendo esencias y transparencias, dicciones y contradicciones. Y, a veces, ocurre un fogonazo de luz, y se ve más de lo que soporta la condición humana; y, otras veces, la oscuridad es absoluta, y uno atisba la nada (el “Ser”) que recorta nuestra existencia (finita según cree Heidegger).

Heidegger. Estamos ante un surtidor de frases filosóficas que repugnan tanto como atraen. Pero leer y pensar su pensamiento es una experiencia excepcional. Él mismo vivió su propio pensar como un gran acontecimiento, con alegría, con euforia: pensando a veces su propio pensamiento como proveniente de algo que no era él mismo, sino el Ser. El Ser…

Tengo la sensación de que estamos ante un chamán paleolítico capaz de desarticular el mundo entero (nuestro entero poetizar) y ofrecer uno nuevo: claro/oscuro, fértil y mágico como la propia Selva Negra donde nació ese mago de la gramática filosófica.

Pero, en realidad, si asumimos sus ideas y razonamos desde ellas, Heidegger nunca pensó ni escribió nada. Y nosotros no podemos pensar lo pensado por él, salvo que, quizás, lo sintamos en nuestro “hueco”: dejando que el Ser se piense, y se extasíe con su Poesía, dentro de nosotros, que seríamos “momentos”, finitud angustiada, donde podría mostrarse el Ser a sí mismo. Seríamos algo así como lugares del encuentro, consigo mismo, de algo que no es ni siquiera metafísico porque no es “cosa”. No está ahí ante ningún sujeto.

Para Heidegger, para aquel “in-der-Welt-sein” (estar en el mundo), para aquel Dasein (estar ahí), el fragmento poético que voy a reproducir a continuación proviene del Ser mismo; y ha tenido que fulminar a otro Dasein  (el poeta Hölderlin) para escucharse. Según Heidegger, lo que vamos a leer ahora es lenguaje sagrado, algo que no proviene de un ser humano sino del Ser mismo. Vamos a oír la energía con la que se constituyen las cosas, con lo que se crea y se da nombre a los dioses. El Logos del Logos. La Poesía. La Poesía de Hölderlin (un pararrayos del Ser):

Derecho es nuestro, de los poetas, de vosotros

los poetas, bajo las tormentas de Dios afincarnos,

desnuda la cabeza;

para así con nuestras manos, con nuestras

propias manos robar al Padre sus rayos;

robárnoslo a Él mismo;

y, envuelto en cantos,

entregarlo al Pueblo, cual celeste regalo.

Este fragmento lo he sacado de la siguiente obra: Heidegger, M., Holderlin y la esencia de la poesía (traducción, comentario y prólogo de Juan David García Bacca), Antropos, Barcelona 1989, p. 34.

Acabamos de vislumbrar el estatus metafísico que Heidegger otorga al lenguaje poético y al poeta (como ser humano-pararrayos abierto Ser; y reventado por su omnipotencia y su ansia creadora, creadora por la palabra: “al comienzo fue el Verbo”).

Heidegger es también un poeta, digamos, genésico: crea un Maya de significantes y significados que, si se lo deja vivir en la inteligencia del lector, se presenta como un universo fabuloso. Pero Heidegger es también un Shiva en la historia de la Filosofía: un destructor que quiere regresar al origen, a un mítico momento en la historia del pensamiento humano en el que este pensamiento no se habría perdido en las preguntas por los entes (no se habría denigrado a pensar solo lo útil). Heidegger pretende acabar de una vez por todas con lo que él entiende por Metafísica: el pensamiento que se ocupa del qué de las cosas, o del qué de la suma suprema de cosas (Cosmología), o de la cosa suprema (Teología). Heidegger reivindica un regreso a la pregunta por el ser; el hecho de ser: aquello en lo que participan todos los entes. Todos los entes (las cosas) son. Sí. ¿Pero que es ser? ¿En qué consiste el Ser (con mayúscula ahora si se quiere)? Porque, obviamente, hay algo en lugar de nada. ¿Qué es el Ser (en cuanto sustantivización del verbo “ser”)?

¿Estamos ante una pregunta absurda, como creen muchos? ¿Se ha sustantivizado un verbo -el verbo ser- de forma artificial para crear un falso problema en la Filosofía?

A Heidegger sus alumnos le apodaron “El mago secreto del pensamiento”. Pero, siendo coherentes con ese pensamiento, Heidegger nunca pensó, pues, si lo hubiera hecho, su pensamiento, desde los presupuestos de su propio pensamiento, no valdría nada. La buena Filosofía que Heidegger pudiera habernos aportado solo lo sería en la medida en que fuera Poesía. Poesía del Ser, no suya, lo que le exigiría apartarse. Silenciarse. Un pararrayos silencioso. Suicida. Un Dasein crucificado en un poetizar que no es suyo, sino de lo Impensable. De la Nada si se quiere.

Heidegger fue, como todos los grandes filósofos, un poeta. Y, como todos los grandes poetas, un filósofo.

Machado dijo: “Los grandes poetas son metafísicos fracasados. Los grandes filósofos son poetas que creen en la realidad de sus poemas”.

Y es que para Heidegger el ser humano (el Dasein) no puede acceder a la verdad, no puede conocer el Ser, lo que hay siempre (la base de las finitudes). Es el Ser mismo el que quiso desvelarse, a sí mismo, en Heidegger… a quien, según nos dijo este filósofo, solo debemos leerle si es poeta, porque solo la Poesía es Filosofía. Esta concepción de la Filosofía se acentúa en el “segundo Heidegger”… a partir de Sein und Zeit (1927). Se oye latir el corazón de Novalis. Y el de Nietzsche también.

Heidegger. El filósofo-nazi. El monstruo. El gran chamán de la Selva Negra. El poeta del Ser. Los nazis también fueron y son epifanías del Ser. No hay nada que no sea en el Ser.

Todo es en el Ser. Es prodigioso que haya algo en lugar de nada.

Algo sobre su vida

Messkrich 1889-Friburgo 1976. Nació el mismo año que Wittgenstein (el año en que el cerebro de Nietzsche se apagó para siempre… hacia el exterior al menos). Se dice que ambos — Heidegger y Wittgenstein — se disputan el primer puesto en la filosofía del siglo XX. Ambos tienen una biografía impactante. Ambos son grandes mitos del mítico siglo XX.

Familia católica. Él abandonó pronto el catolicismo (pero se enterró finalmente en este credo). Estudió Filosofía y Teología. Yo me atrevería a decir que estamos ante un caso claro de teólogo oculto, como lo son la mayor parte de los filósofos, incluidos por supuesto Marx y Sartre. Todos los poetas y filósofos son teólogos; y muchos luchan toda su vida para no serlo. O para no parecerlo, al menos.

El libro con el que Heidegger accede  a la docencia universitaria (titulado La doctrina de las categorías y del significado de Duns Escoto) concluye con una frase de Novalis que ya he traído aquí alguna vez:

En todas partes buscamos lo incondicionado, y lo único que encontramos siempre son cosas.

Discípulo de Edmund Husserl [Véase] le dedicó Sein und Zeit [Ser y Tiempo]: una obra fundamental del siglo XX. Inconclusa, como quizás lo está todavía ese siglo prodigioso.

Se afilió a partido nazi; y en 1933 — cuando Hitler ganó las elecciones — fue nombrado rector de la universidad de Friburgo. Abandonó su cargo muy pronto. En su “época nazi” escribe obras de enorme interés filosófico.

Es importante su relación (extramatrimonial) con Hanna Arendt. Su alumna y amante judía. Su musa. Una mujer hiperlúcida a la que debemos ideas  como la de “totalitarismo” (hizo equivaler a Stalin con Hitler en una época en la que la intelectualidad europea estaba hipnotizada por la escolástica marxista). Acuñó también lo de los “crímenes contra la humanidad” y lo de la “banalidad del mal”. Hanna Arendt, la filósofa judía, veneró a su maestro-amante nazi hasta su muerte.

Finalizada la segunda guerra mundial, y aniquilado el régimen nazi, Heidegger es apartado del mundo universitario. Está bajo sospecha. En los años cincuenta empieza poco a poco a ser rehabilitado, perdonado en parte, diríamos.

En su Selva Negra construyó una cabaña donde solía retirarse a pensar. Estamos ante un chamán, no hay que olvidarlo: retiro, silencio, soledad salvaje, desactivación del hechizo colectivo que es toda sociedad, fascinación ante el sublime espectáculo de su propio pensamiento. Heidegger, según Gadamer, tenía algo primitivo: le gustaba partir leña, vestirse como los granjeros, hablar como ellos. Heidegger quizás fue un salvaje. De ahí su fuerza. Su irresistible atractivo poético. La pre-socrática ambición de su mirada. Gadamer destacó la fuerza imaginativa que irradiaban los ojos de su maestro.

Murió en 1976. Está enterrado en su ciudad natal (Messkirch) y, al parecer, pidió que se oficiara una misa católica en su funeral.

Algunas de sus ideas

– ¿Tiene “ideas” Heidegger? A este filósofo se le acusa de realizar un uso extremo del lenguaje, que llega incluso a retorsiones y violencias intolerables. Karl Popper le agrupa, con Hegel, en un tipo de pensador deshonesto, que, al no expresarse inequívocamente, tampoco puede ser refutado inequívocamente. Lo cierto es que Heidegger expresamente calificó el afán de hacerse entender como el suicidio de la Filosofía. Él dijo que escribía para “los pocos”, “para los raros que tienen el valor supremo de la soledad para pensar la nobleza del Ser”. En realidad esos “pocos” serán los que quiera el Ser utilizar para autodesvelarse. La influencia del Maestro Eckhart aquí es enorme.

– La gran pregunta. Heidegger fue ayudante de Husserl, filósofo al que se tiene por fundador del método fenomenológico. Su máxima fue Zu den Sachen selbst [a las cosas mismas]. Se pretendía instituir un método de limpieza y organización del proceso del conocer, un poco al estilo de Descartes. Husserl al final lo reduce todo a una conciencia (que es lo último que queda incuestionable, mucho más allá del yo pienso de Descartes): una conciencia que recibe contenidos aquetipizados. El fenomenólogo pretende encontrar en la masa de contenidos de conciencia (el material a conocer) las esencias, los tipos de repetición… los quids… desencarnados de los hechos sin más. Heidegger afirma que ha utilizado este método para solucionar la pregunta que se hace al comienzo de su obra fundamental (El ser y el tiempo). La pregunta es sencilla y descomunal… ¿Qué es el Ser? O, planteada de otra forma: ¿Cuál es el sentido del ser, eso que no es ningún ente pero en lo que participa todo ente?

– El Dasein. Heidegger, en su esfuerzo por pensar el Ser, empieza por analizar fenomenológicamente (como contenido arquetipizado de conciencia) al ente que se hace esa pregunta: un ente que solemos llamar “ser humano”, pero que él bautiza con el nombre Da-sein. El “estar ahí”. La esencia fenomenológica del ser humano es que está ahí, arrojado al mundo… a que se las componga como pueda. Su ser es “in-der-Welt-sein”. Ese ente arrojado es el que se hace la pregunta por el Ser. Y no es un ente sin más, no es un ente más: su ser (su esencia como ente) es una posibilidad: puede actualizarse o no: es una trascendencia, un esencial salir de sí mismo para desplegar su proyecto en el tiempo, hacia el futuro, que es lo decisivo. El tiempo. El hombre debe conquistarse, actualizarse, en un brevísimo vector de tiempo. Puede también perderse. Aunque al final todos los Dasein se pierden en la nada de la muerte. El Dasein no es un ente como los demás, sino un existente: en su ser le va el ser.

– ¿Por qué hay algo? Ante la pregunta clave de la metafísica, planteada por Leibniz, de por qué hay algo, y no la nada, Heidegger considera que lo que hay que comprender es que es la nada la que sostiene todo y en la cual sobrenada todo ente.

– El conocimiento. ¿Para qué? Heidegger quiere rectificar a su maestro Husserl y a toda la filosofía occidental eliminando la posición cognoscitiva del ser humano en el mundo… No, para el Dasein el mundo no es algo para ser conocido objetiva y desinteresadamente, sino para ser utilizado: es utensilio. Algo tendrá sentido cuando sepamos qué hacer con ello. Hay que trascender el conocimiento útil y acometer el conocimiento del Ser.

– La muerte. El Dasein, que es esencialmente proyecto, posibilidad de actualización, se encuentra con que el mundo se le resiste. Pero, sobre todo, se encuentra con la evidencia de la muerte: el fin de toda posibilidad. La nada. Tomar consciencia de esa nada que determina por fuera toda existencia individual produce angustia. Y así debe ser, según Heidegger. La muerte. Ante ella todos los proyectos humanos son iguales: nada. Hay que soportar la verdad de la nada de la muerte que nos espera. Con angustia. Ese es el estado auténtico que nos permitirá vislumbrar quizás lo completamente otro de todo proyecto. El silencio.

– El Ser. Heidegger al final afirma que el Dasein, aunque sea un ente privilegiado (que se pregunta por el Ser y tiene esa cosa hiperpeligrosa del lenguaje) no puede decir-pensar el Ser. El segundo Heidegger, sin embargo, nos da algunas “indicaciones” sobre el Ser:

  • La existencia es una determinación inesencial del Ser.
  • Lo mejor para aprehender el Ser es no aprehenderlo.
  • El Ser es como una especie de luz, alojada en el lenguaje poético o creador.
  • Acceder al Ser no es conocerlo, sino habitarlo.
  • No es el fondo de las cosas, ni algo escondido.
  • Es la realidad misma.

El Ser de Heidegger… Muchos han sufrido mucho para atisvarlo. Él avisa no obstante que no hay nada que hacer si el Ser no quiere desvelarse a sí mismo.

¿Cómo? Puede hacerlo en la finitud del hombre mediante el rayo de la poesía. Eso sí: calcinando de plenitud a los poetas.

En 1947 en Carta sobre el Humanismo, Heidegger afirmó:

“Dicho sencillamente, el pensar es el pensar del Ser.” Se refiere al pensar de verdad, no al de Platón y sus seguidores. Es el Ser el que piensa en nuestro pensar.

Lo he recordado párrafos arriba: Heidegger leyó y veneró a Eckhart. Y estudió mucha mística.

Aquí está la clave de la denuncia que Heidegger hace a toda la metafísica occidental desde Platón. Fue este filósofo el que creó el equívoco. No es el ser humano, su mente finita y lingüística, quien accederá a la verdad, al Ser, finitándolo y cosificándolo por tanto. Parménides, Anaximando y Heráclito sí lo vieron claro: es el propio Ser el que se desvela, a sí mismo, o no, en esa finitud que es el Dasein, mediante el lenguaje sagrado de la Poesía, que puede incluso decir el Ser: lo que no puede ser dicho. La Poesía, que brota del Ser, lo puede acoger para que el propio Ser se lea, se escuche, en esos entes extraordinarios que son los poetas.

– Propuesta soteriológica de Heidegger: callarse, para escuchar al Ser. Mejor dicho quizás: callarse para que el Ser se escuche a sí mismo en el Dasein. Asumir la nada que se es en cuando ente. Dejar que la Poesía del Ser rellene nuestro silencio con el infinito del que proviene.

– Silencio. El paraíso soñado por los esclavos, y por los sacerdotes, de la diosa Vak.

Produce enorme angustia el final de El Acantilado de Hölderlin. El poeta se dirije así al dios del mar:

y si el tiempo impetuoso conmueve demasiado violentamente mi cabeza,

y la miseria y el desvarío de los hombres estremecen mi alma mortal,

¡déjame recordar el silencio en tus profundidades”.

Porque la locura no es silencio. Como no hay silencio en los sueños. Según Heidegger a Hölderlin el silencio le llegó con la muerte (lo cual es mucho suponer).

La nada. Dijo Heidegger: “Somos elipsis de la nada” (omisiones que no alteran su sentido)

Frutos de la nada, como dijo Eckhart.

Creo que la mejor imagen de un Dasein (de un ser humano) es la flor de un almendro: la nada reventada de belleza.

David López

 

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