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Las bailarinas lógicas: “Inteligencia”.

 

 

“Inteligencia”. El ojo rojo y frío que nos contempla desde el cielo de este texto pertenece a la película 2001 Odisea del espacio. Es algo así como la parte exterior del órgano de percepción de un ordenador — una “inteligencia artificial” — que ha tomado consciencia de sí misma, y que, al parecer, es capaz de auto-programarse al servicio de su propia supervivencia.

Mi intención es ocuparme de lo que haya detrás de la palabra “inteligencia” desde una perspectiva fundamentalmente metafísica: me interesa el modelo de totalidad que presupone ese fenómeno. El misterioso hecho de su existencia misma.

¿Qué es la inteligencia? ¿Es una buena herramienta para alcanzar la felicidad?

Sugiero la lectura de mi crítica sobre una interesante obra de José Antonio Marina que lleva por título Inteligencias fracasadas [Véase aquí]. Marina habla de una inteligencia social que podría estar influyendo decisivamente en nuestras vidas y que, a modo de mano de Escher, podría estar siendo influída a la vez por nuestra propia inteligencia individual (la otra mano de Escher). Pero ¿cual es el límite exterior de esa inteligencia social? Y, a la vez, ¿cuál es el límite interior de nuestra inteligencia individual?

¿De qué estamos hablando? ¿Podemos salir de los condicionamientos de nuestra inteligencia para acometer el análisis de eso que sea la inteligencia?

Etimología latina del vocablo: intus legere. Leer por dentro. ¿Leer qué? Creo que lo que se lee son ideas/conceptos a partir de los cuales se despliega una sucesión mecanizada de formas mentales. Así, la inteligencia  — la inteligencia humana, y otras también, como las artificiales — serían instrumentos de creación de mundos. Creo que no se comprende ni se conoce nada: se representa, se fabrica, demiúrgicamente, robotizadamente.

El shakesperiano ordenador de 2001 Odisea del espacio (cuyo nombre de pila era HAL) solo ‘ordenaba’ información siguiendo órdenes: las órdenes de sus constructores-programadores (sus dioses, supuestamente los seres humanos). Esos somos nosotros, en principio. Pero, ¿no estará nuestra inteligencia también programada? ¿Cabe desactivar esa programación? ¿Sería eso lo que el hinduismo denomina “Moksa” [Véase]?

Veo un despliegue casi infinito de sistemas inteligentes palpitando en el prodigioso cuerpo del Ser (del Todo/de lo que hay). Y no son sistemas de conocimiento, sino de Creación: una descomunal maquinaria de auto-inoculación de sueños por parte de Algo que no es inteligente (no puede serlo porque es libre) pero que goza de omnipotencia.

Antes de exponer con más detenimiento estas ideas creo que puede ser útil enfocar nuestra mirada filosófica a los siguientes lugares:

1.- San Agustín. Distinción entre intelligentia (o intelectus) y ratio. Ambas son facultades del alma. La ratio (la razón) sería simplemente una serie de movimientos de la mente, saltos entre una proposición a otra. La intelligentia sería una facultad superior a la ratio y permitiría una visión, una visión interior de las realidades que están en el alma, gracias a la intervención de lo divino. Eso sería la iluminación. ¿Y qué hay en nuestro interior? ¿Un programa? ¿Para qué? ¿Al servicio de qué? ¿De nuestra plenitud? ¿Somos seres creados por amor, para nuestra propia gloria existencial, o hemos sido creados (como los ordenadores) para ser esclavos, para solucionar problemas de seres que nuestro programa nos impide detectar, o que nos obliga a visualizar como benéficos sin serlo? Creo que San Agustín respondería que somos ordenadores (ordenados, mejor dicho) que han sido fabricados por amor.

2.- Averroes. Los seres humanos no piensan. Hay un intelecto común  — unitario — que piensa a través de ellos. Ese intelecto es la esfera inferior de toda la serie de inteligencias que han brotado de Dios. Cabría decir desde Averroes que la  así llamada inteligencia artificial es una esfera más en esa sucesión. Y que quizás lleve dentro el mismo impulso del que sale todo. Los ordenadores, por tanto, no serían obra del hombre, sino de eso que el hombre llama a veces Dios y a veces Universo y a veces Naturaleza y, muchas otras, Materia.

3.- La inteligencia desde el punto de vista psicológico (o biológico si se quiere), como capacidad o función del cerebro  (o del alma, o de la mente; como se quiera). [Véase “Cerebro“]. Desde esta perspectiva, se considera que la inteligencia es una capacidad de ciertos animales para captar el entorno en el que viven y poder adaptarse óptimamente a él. Se ha discutido mucho sobre las diferencias entre la inteligencia animal y la humana. Max Scheler [Véase] afirmó que lo que distingue al ser humano no es la inteligencia, sino la razón: la capacidad de aprehender esencias (el qué de las cosas, más allá de la utilidad que se pueda obtener por ese conocimiento). Así, desde Scheler, podría decirse quizás que hay un tipo único de inteligencia entre las inteligencias de la naturaleza: la de los filósofos (lo que, para mí, sería lo mismo que hablar de seres humanos en plenitud).

4.- Nietzsche. La inteligencia (la de los filósofos al menos) debe estar al servicio de la Vida (hay que escribir esta palabra con mayúscula cuando se cita a Nietzsche). Esa es su única razón de ser: coadyuvar a la obra maestra de la vida. La inteligencia no permite accesos a la verdad, sino que aumenta la capacidad de hechizo de la vida.

5.- Bergson. La inteligencia se opone a la vida, es su enemiga porque quiere medirla, cortarla, organizarla, sistematizarla. La intuición, en cambio, sí es un acceso a lo real, lo cual, finalmente, es inefable. Creo que debe leerse Memoria y vida; textos escogidos por Gilles Deleuze (Alianza Editorial, 2004). Y parece que lo que Bergson entendió por intuición es lo que Agustín de Hipona llamó intelligentia.

6.- María Zambrano. La búsqueda de sistema es consecuencia del miedo. Cabría decir, desde esta filósofa, que hay un tipo de inteligencia que necesita construir rápidamente universos cerrados, acogedores: que no resiste el contacto con lo esencialmente ininteligible; es decir: con lo real.

7.- Cibernética. El término, según José Ferrater Mora (Diccionario filosófico), lo introdujo André Marie Ampère en 1834. Pero su significado actual se lo habría otorgado Norbert Wiener en su obra Cybernetics (1949). La idea fundamental que presenta este autor es la de “control” y, también, “autocontrol” de los organismos y las máquinas. Por control se entendería “el envío de mensajes que efectivamente cambian el comportamiento del sistema receptor”. ¿Funciona así la Gracia [Véase]? ¿Habrá algún tipo de inteligencia superior a la nuestra, creadora de la nuestra, que influya en nuestro comportamiento diario enviando mensajes al corazón de nuestro corazón? Más preguntas: ¿Cabe el autocontrol? ¿Cabe una auto-cibernética? El Hatha-Yoga respondería que sí. Sartre [Véase] quizás también. Y diría este filósofo que estamos condenados a la autoprogramación. Que no podemos contar con servicios exteriores de informática. Eso sería un ateísmo consecuente según Sartre, lo cual convertiría al hombre en una nada omnipotente idéntica a la de Dios.

8.- Steven Johnson. Sistemas emergentes (Turner-Fondo de Cultura Económica, Madrid 2001). Los sistemas inteligentes se auto-configuran y surgen  — en la Naturaleza, y en la sociedad — de abajo hacia arriba, de menor a mayor complejidad. Ningún elemento del sistema conoce las leyes que rigen ese sistema. La inteligencia brota ubicuamente, explota en todos los rincones de la materia. Volvemos al fuego de Heráclito.

A partir de aquí voy a exponer algunas ideas sueltas, todavía simples apuntes que requieren un trabajo posterior (como todo este diccionario en su totalidad):

1.- Creo que es de enorme interés la diferencia que San Agustín hizo entre intelligentia y ratio. El alma (la mente/el cerebro… como se quiera) tendría dos capacidades diferenciables. La primera permitiría ver ideas  — ver incluso sistemas enteros, legislaciones, algoritmos, ideologías, discursos implícitos en el pensar humano; incluido el propio —. La segunda es más robótica, más algorítmica: es una especie de energía motriz que, a partir de una o varias órdenes, va encadenando modelos mentales (argumentos, inferencias) y, a la vez, las emociones unidas a esos modelos. La intelligentia podría hacerse equivaler con la intuición (noesis). La ratio con la dianoia. Esta última es más obediente, más redundante, más práctica quizás cuando un cosmos ha sido ya asumido y de él depende la supervivencia de esa inteligencia misma. La otra está, por así decirlo, iluminada por una visión meta-racional. Estaríamos quizás ante la irrupción de algún mensaje que viene de no se sabe dónde: una semilla cosmogenésica con capacidad de desplegar un universo entero en nuestra mente con la ayuda de la razón, entendida como inteligencia sometida a algoritmo.

2.- Considero que las inteligencias no se pueden medir más que desde dentro de sí mismas. Los criterios de medida están siempre cegados, sometidos, por el algoritmo que los posee, que les da existencia. Por eso creo que no se puede medir la inteligencia animal, ni la de las galaxias; si es que existen esas cosas más allá del algoritmo que tiene tomada mi lucidez; más allá del algoritmo que somete mi mente con una determinada estructura de universales [Véase “Universales“].

3.- Dios —entendido como “Dios metalógico” [Véase]— no puede ser inteligente porque no puede estar “ordenado”. Cabría considerarle, desde el algoritmo lingüístico que nos convoca en este texto, como la fuente no ordenada de toda posible ordenación. Una prodigiosa fuerza capaz de cualquier programa: capaz de crear cualquier inteligencia artificial. Pero la clave está en si ese ‘Ser’ ama o no (si se identifica o no con sus creaciones), si pone los programas al servicio de la plenitud existencial de sus criaturas.

4.- La Gracia sería, quizás, un mensaje privilegiado lanzado por el Gran Programadador a una de sus criaturas. La liberación (Moksa) sería la capacidad de des-programarse: de seguir consciente, en una finitud, mientras se recibe el impacto del infinito que constituye nuestro yo esencial. 

La inteligencia es un misterio absoluto. Recuerdo que, de pequeño, con no más de cuatro años, contemplaba a los ‘mayores’ como si estuvieran hipnotizados, como si pertenecieran a un mundo empequeñecido, como si estuvieran ciegos, como marionetas en una sagrada función teatral. Pero eran marionetas que me amaban y a las que yo amaba. Ilimitadamente. Con el tiempo me fui integrando en esa obra de teatro y, de pronto un día, los niños aparecieron como seres con una inteligencia aún no desarrollada.

Tengo la intención de analizar en profundidad estas sensaciones abisales de mi infancia. Mi inteligencia actual no las entiende. Es como si formaran parte de otro mundo.

En un futuro intentaré desarrollar lo que entiendo por meta-inteligencia. Adelanto que sería algo así como una inteligencia que se observa a sí misma desde donde ninguna inteligencia puede llegar. Quizás haya que desarrollar también las posibilidades de un neologismo que sería “exteligencia”.

 

Las bailarinas lógicas: “Hermenéutica”.

 

 

“Hermenéutica”.

Otra palabra. Otra bailarina que quiere vida en nuestra mente. Esta, al parecer, nos dirá cómo debemos contemplar los grandes ballets que nos ofrecen las demás… para que se queden bailando dentro de nosotros, tal y como bailan “fuera”. Yo no creo que las bailarinas lógicas -las palabras- puedan vivir fuera de una mente humana. Ese es su único hábitat posible. Su cielo y su tierra.

Una primera aproximación a la palabra “hermenéutica” podría ser considerarla un simple sinónimo de “interpretación”. La Real Academia da varios significados a este vocablo. El cuarto es el que considero más relevante desde un punto de vista filosófico:

“4. tr. Concebir, ordenar o expresar de un modo personal la realidad.”

Interpretación. Inter-penetración. Quizás la hermenéutica estudie un fenómeno vital extraordinario: el hombre y el texto inter-penetrándose, fecundándose recíprocamente, reconfigurándose el uno al otro hasta el infinito. Son los hombres los que hacen los discursos y los discursos los que hacen a los hombres.

Hermenéutica. Vamos a centrarnos, por el momento, en la interpretación de textos (de esas particulares configuraciones de lo real, de la Materia en definitiva). Pero, ¿qué es un texto en sí? ¿Qué es un texto más allá de lo que hace con él esa maquinaria de generación de realidades virtuales que es nuestro cerebro biológico? Si es que sabemos, a su vez, qué esa esa cosa -el cerebro- en sí.

La hermenéutica, según nos dicen muchos textos, sería, entre otras cosas, la ciencia de la correcta interpretación de lo dicho por un ser humano. Y cabe sospechar que en ese decir haya cosas que escapen a su propio emisor. Gadamer [Véase] afirmó que el autor no es el mejor intérprete de su propia obra. ¿Que/Quién se expresa entonces en lo expresado por un ser humano? ¿Es esa “inteligencia social” a la que se refiere José Antonio Marina en su obra Culturas fracasadas? ¿Es el Ser que se habla a sí mismo a través de los poetas que configura para ese propósito? ¿La Materia [Véase] se habla a sí misma, se interpreta a sí misma, a través de símbolos que ella misma fabrica con su propio cuerpo físico?

¿No tendrán los textos una profundidad y una vitalidad que se nos escapa en este nivel de conciencia?

Creo oportuno reproducir aquí algunas de las ideas que expuse con ocasión de la palabra “Cábala” [Véase]:

“1.- Transparencia. Transparencias. El modelo del Ser (el modelo de totalidad) desde el que parece pensar y sentir el cabalista está construido con transparencias. Todo lo que se presenta ante el hombre -textos incluidos- sería transparente: sería una epidermis lógico-material que recubriría una especie de magma de mensajes: todo estaría hablando a través de transparencias: cualquier hecho, cualquier relación entre cosas, tendría significado, si se es lo suficientemente sabio para atravesar su epidermis: su velo lógico”.

“2.- Y transparentes serían también los textos, cualquier texto. Por ejemplo el Nuevo Testamento: según algunas escuelas cabalistas en ese texto Dios habría condensado toda la Verdad con mayúscula, y también todas las verdades con minúscula, incluidas las leyes de la Física y de la Política. Así, bastaría con retirar los velos lógicos que cubren ese texto absoluto para ser absolutamente sabio, o todo lo sabio que se puede ser desde la condición humana, que supongo que no será mucho (hay niveles de sabiduría que, según afirma la tradición cabalística, incineran al sabio en la hoguera del infinito).”

Hermenéutica. Queremos saber qué es lo que nos dicen los textos. Saberlo absolutamente. Queremos que sus símbolos sean capaces de reconstruir en nuestra mente los mundos que ellos llevan dentro. Queremos entrar en el texo y que el texto entre en nosotros (la inter-pretación). Y también queremos interpretar los hechos que configuran la trama de nuestra vida. ¿Para qué? ¿Cuántos hechos conforman nuestra vida? ¿Cómo aislarlos? Sugiero entrar en estas bailarinas: Hecho e Historia [Véanse aquí].

Antes de exponer mis propias ideas sobre esta bailarina, creo que es necesario hacer el siguiente recorrido:

1.- Schleiermacher: la interpretación no es algo externo a lo interpretado. Dilthey: con la hermenéutica, como ciencia, se puede entender a un autor mejor de lo que él se entiende a sí mismo (o una época histórica). Heidegger: el hombre va desarrollándose, creciendo, a través de la interpretación que realiza de sus experiencias.

2.-  Hans-Georg Gadamer: Wahrheit und Methode. Grundzüge einer philosophischen Hermeneutik, (Tübingen, 1960). En español: Verdad y método (Ediciones Sígueme, Salamanca, 1997). Gadamer -cuya imagen está en el cielo de este texto- reflexiona sobre lo que Heidegger entendió por “círculo hermenéutico”. El obstáculo mayor que debe superar el intérprete son sus prejuicios, sus precomprensiones y sus expectativas. Debemos ser conscientes de nuestros prejuicios (aunque será imposible eliminarlos del todo). Al entrar en un texto tenemos un proyecto hermenéutico -una primera hipótesis de sentido- que se va confrontando con la verdad de ese texto, y que va cambiando con las perspectivas desde las que ese texto va a ser visualizado. El intérprete debe estar lo más atento y desprejuiciado posible para escuchar lo que dice el texto. Gadamer cree en la alteridad del texto, en su objetividad, en su verdad accesible a través de una progresiva depuración de la ciencia hermenéutica. Yo también lo creo. Pero se necesita mucho silencio, mucha apertura, mucho amor incluso (amor entendido como capacidad de vínculo con lo otro, con lo que no se es, con lo que todavía no se ha pensado). [Véase aquí mi Gádamer dentro de mis “Filósofos míticos del mítico siglo XX”].

3.- Harold Bloom. How to read and Why (Scribner, New York, 2000). En español: Cómo leer y por qué (Anagrama, Barcelona, 2000; traducción de Marcelo Cohen). Este gran intérprete de las sagradas escrituras que se agrupan dentro del “Canon occidental” afirma lo siguiente en las pp. 26-27 de la citada edición española:

“Sin embargo, el motivo más profundo y auténtico para la lectura personal del tan maltratado canon es la búsqueda de un placer difícil. Y no patrocino precisamente una erótica de la lectura, y pienso que “dificultad placentera” es una definición plausible de lo sublime; pero depende de cada lector que encuentre un placer todavía mayor. Hay una versión de lo sublime para cada lector, la cual es, en mi opinión, la única trascendencia que nos es posible alcanzar en esta vida, si se exceptúa la trascendencia todavía más precaria de lo que llamamos “enamorarse”. Hago un llamamiento a que descubramos aquello que nos es realmente cercano y podamos utilizar para sopesar y reflexionar.  A leer profundamente, no para creer, no para contradecir, sino para aprender a participar de esa naturaleza única que escribe y lee. A limpiarnos la mente de tópicos, no importa qué idealismo afirmen representar. Sólo se puede leer para iluminarse a uno mismo: no es posible encender la vela que ilumine a nadie más”.

Creo que sí cabe. Y que, de hecho, Harold Bloom nos ha iluminado con muchas velas de palabras: nos ha mostrado caminos de tinta donde, yo al menos, he encontrado sublimes placeres.

Voy a exponer a continuación algunas reflexiones personales en torno a los textos y su interpretación:

1.- Como he adelantado al comienzo de estas notas, creo que hay que asumir que todo texto -propio o ajeno- es virtual: una secreción realizada por nuestra “mente”; o, si se quiere, por eso que sea la cerebro “en sí” [Véase “Cerebro“]. Toda lectura sería por tanto “interior”. El propio texto tendría una materia virtual (como así nos exigen pensar hoy los cientistas, v. gr. Richard Dawkins). No hay que olvidar que el texto es algo que le ocurre a la materia según ésta es visualizada por un materialista. El texto está ya “dentro” cuando se lee.

2.- Cómo sea el texto en sí es un fabuloso misterio (como todo, por otra parte). Y el autor mismo es un espectador -estupefacto- de lo que parece ser su propia secreción lingüística. El autor no sabe qué es eso que está brotando de su aparente interior. Como tampoco sabe ni podrá saber jamás qué es él mismo.

3.- Los cabalistas miran a través de los símbolos de los textos, a través de su aparente realidad, y encuentran verdades decisivas: mensajes de Dios… y hasta al propio Dios, o casi, toda vez que, según esta tradición, contemplar a Dios implica dejar de ser. Los textos serían entonces transparencias, transparencias en la materia de nuestra mente… membranas a través de las cuales nos entraría algo así como “nutrientes”. Pensemos en las membranas de las células.

4.- Los textos son para mí en este momento de mi vida lo mismo que fueron en mi niñez: pura naturaleza: materia prodigiosa para ser contemplada en silencio, con fascinación, con todos los sentidos activados. Sin miedo. Sin hambre. Con fe. Hoy los veo -a los textos- tejidos con la misma materia con la que Shakespeare creyó que estaban tejidos los sueños. De los textos de mi niñez lo que más recuerdo es su olor. Intenté evocar ese olor en este cuento:

https://www.davidlopez.info/?page_id=175

5.- Uno de los desafíos hermenéuticos más fascinantes es el que se refiere a nuestra propia vida, vista si se quiere como texto de experiencias fijado en nuestra memoria. Pero lo que hemos vivido es casi infinito -quizás infinito. Así, creo que en nuestra mano está poetizar nuestro pasado, embellecerlo hasta sus límites, sin que para ello se deban falsear realidades. Yo nunca gané el torneo de Roland Garrós. Pero mi pecho vibró muchas veces con el pecho de los tenistas que allí jugaron.    Creo que cabe sublimar, sacralizar, nuestra vida mediante un esfuerzo poético, devoto.

6.- Hasta hace algunos años practiqué la crítica literaria. Espero recuperarla en breve. Fue una preciosa actividad; pero también enormemente compleja y extenuante. Para mí el esfuerzo mayor fue compatibilizar el respeto (y hasta el amor) hacia el autor con la honestidad intelectual. No creo en una crítica literaria que no se despliegue en un plano fraternal, que no presuponga que todos los seres humanos compartimos un mundo, un nivel de conciencia, un sueño en red si se quiere: un gran grupo de personas en torno a un gigantesco fuego. A partir de ahí surge otra dificultad: escuchar, callarse, reducir al mínimo posible los prejuicios ideológicos y morales… y estar predispuesto a que emerja lo prodigioso. O no. En este momento de mi vida ya no soy capaz de escuchar un texto que desafine formalmente: que esté mal escrito, que no haya sido capaz de interiorizar la belleza de la gramática. Tampoco sigo leyendo un texto que sea irrespetuoso con el ser humano en general. Esos son dos grandes prejuicios, pero soy consciente de ellos. Habrá otros muchos que no detecte.

7.- Hay autores, como Heidegger, o como Zubiri, o incluso María Zambrano en ocasiones, que parecen no tener en cuenta al lector y lo someten a una cierta tortura oscurantista (que Ortega entendería como falta de cortesía). Pero esos textos, incluso aunque no sean comprendidos, funcionan muchas veces como misteriosas pócimas lógicas que propician sublimes estados de conciencia. Cabría incluso hablar de una lógica inconsciente, musical, completamente abstracta, incapaz de proporcionar “verdades” o “soluciones” pero eficacísima para elevar el grado de magia de lo real (el grado de “vida” en definitiva).

8.- Una pregunta importante sería: ¿Qué queremos de un texto? Harold Bloom habla de placeres inefables, y de la posibilidad de participar de lleno en la naturaleza humana (esa que lee y escribe textos). Muchos buscan ideas para no sufrir, sobre todo para no sufrir de aburrimiento. Muchos buscan la frase decisiva que les asome a la Verdad Final. Cabe sospechar, desde las teorías de Maturana sobre la autopoiesis de los sistemas vivientes, que los textos -como los atardeceres o el olor de los trigales- los segrege biológicamente eso que sea nuestro cerebro, para optimizar la vitalidad del sistema viviente que lo nutre. Así, me vería obligado a sospechar que todo lo que he leído en mi vida lo he escrito yo… bueno, “yo” no,  porque ese “yo” que creo ser también sería una fantasía creada por ese cerebro biológicamente prodigioso.

9.- Heidegger pronunció una muy famosa conferencia en Roma en 1936 que se publicó en 1944 con el título “Hölderlin y la esencia de la poesía”. Contamos con una edición y traducción realizada por David García Bacca (Antropos, 1989). En esta obra dice Heidegger (p. 31 ed. española):

“Que la realidad de verdad del hombre es, en su fondo, “poética”. Por poesía estamos ahora, con todo, entendiendo ese nombrar fundador de Dioses y fundador también de la esencia de las cosas. “Morar poéticamente” significa, por otra parte, plantarse en presencia de los dioses y hacer de pararrayos a la esencial inmanencia de las cosas.”

Considero que la metáfora del pararrayos puede mostrar nuestra ubicación en la descomunal y tormentosa galaxia de palabras que ha segregado y segrega la especie humana. Considero que tenemos que ser pararrayos valientes, con capacidad de exposición, conscientes de nuestra fuerza. Y recibir los rayos de los textos sin miedo. Somos nodos hermenéuticos. Y creo que debemos estar atentos a la salubridad de lo que sale de nosotros. Recordemos esa frase mágica que dice “una palabra tuya bastará para sanarme”. También hay palabras que enferman.

Cabría por último tener algo así como “fe lógica”, la cual implicaría sacralizar todos los textos que se presenten en nuestra realidad: todos serían regalos de lo inefable (del “sistema viviente” si nos queremos poner muy “biológicos”). Y todos ellos serían membranas a través de las cuales nos estaría alimentando Eso inefable.

Yo de niño metía la nariz entre las páginas de los libros y sospechaba que ahí había algo sagrado, poderosísimo, oculto: una fuente inagotable de mundos para ser vividos desde ese estupor maravillado que, según supe más tarde, caracteriza a los filósofos; esto es: a los seres humanos en plenitud.

David López

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