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Las bailarinas lógicas /Un diccionario filosófico: “Arte”.

 

 

Lo que aparece sobre esta frase es una fotografía de un cuadro que pintó Leonardo DaVinci y que lleva por nombre Salvator Mundi. Un avatar de Dios (Jesucristo) hecho materia por un artista que ha sido divinizado por la historia de nuestra civilización. Se dice que, al día de la fecha, es el cuadro por el que más dinero se ha pagado jamás: 450 millones de dólares. Quizás estemos ante la porción de materia más cara del universo. Un cuadro. Materia transformada por la mano humana, por el corazón humano: materia mutada dispuesta a producir estados de conciencia excepcionales a quien la observe.

Estamos ante una obra de Arte. ¿Qué es el Arte?

La Real Academia Española ofrece esta sobria definición: “Manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”.

Esta Academia ofrece otras definiciones para el arte entendido como habilidad humana, como virtud, como técnica, etc. No me voy a ocupar de ellas aquí.  Mi propósito es aproximarme a eso que sea el “Arte” desde dos perspectivas: la metafísica (la filosófica) y la puramente física (si es que sostenemos que la Física no es, en realidad, una Metafísica).

Desde la Metafísica [Véase] surgen, como mínimo, estas preguntas: ¿Qué es el Arte, qué lugar ocupa en la gran dinámica de la totalidad? ¿Cabe dibujar un modelo de totalidad en el que incluir el fenómeno del Arte? ¿Es el Arte un fenómeno crucial, una muestra privilegiada,  para acometer una profunda antropología, o una psicología si se quiere, o incluso una sociología no cegada por los límites que impone su objeto de estudio?

Desde la Física, por su parte, surgen preguntas fascinantes: ¿Cómo visualizar, desde un punto de vista radicalmente físico, o materialista, el fenómeno del Arte: la inspiración, la creación, la comunicación de lo creado, la alteración del estado de conciencia del receptor de la obra? ¿Qué es, físicamente, molecularmente, o cuánticamente, una obra de Arte como la Piedad de Miguel Ángel o la Pasión según San Mateo de Bach? ¿Cómo visualizar a la vez, matemáticamente si se quiere, al creador de la obra, a la obra misma -vibrante, voraz- y al receptor? ¿Qué le pasa a la materia -a toda la materia implicada- cuando suena la Pasión según San Mateo de Bach? O dicho más descarnadamente: ¿Qué le pasa a la materia, a mi materia, cuando yo soy tomado, físicamente, por ese ser invisible que creó Bach y que nos acecha desde la zona invisible? [Véase  aquí “Física”].

La Pasión según San Mateo de Bach no existe, no tiene un lugar concreto en el mundo de lo perceptible: es, por así decirlo, una idea, en sentido platónico, creada por un ser humano (que es otra idea), y dispuesta a dar forma a la materia: es una especie de modelo de existencia (una forma de vibración artificial pre-programada), que no tiene, paradójicamente, existencia material. Ésta será mi tesis fundamental sobre el Arte.

Para contemplar el misterio del ARTE creo que puede ser útil hacer las siguientes paradas por la historia de la Filosofía:

1.- El rechazo del Arte por parte de Platón. El Demiurgo es un artesano.

2.- El Arte en el Romanticismo. La divinización del artista. Novalis: “La flor azul”.

3.- Hegel. Ofrece un soprendente placer la lectura su obra Vorlesungen über die Ästhetik [Lecciones sobre la estética]. En español hay una traducción de Manuel Granell (Espasa Calpe, Madrid, 1946).

4.- El caso de Schopenhauer. El artista copia las ideas mejor que la naturaleza; y ofrece al ser humano momentos en los que ya no sigue sometido a la tortura del deseo. La música como copia del corazón del mundo. El músico es el mejor filósofo.

5.- El caso de Nietzsche. “Sea yo el embellecedor del mundo”.

6.- Simone Weil [Véase]:   “La belleza del mundo es la sonrisa de ternura de Cristo hacia nosotros a través de la materia”

Y estas son mis ideas fundamentales sobre el Arte:

1.- El problema fundamental del fenómeno artístico es el de la creatividad y, por tanto, el de la libertad. Si la libertad individual es lógicamente insostenible [Véase “Libertad“], solo podemos pensar en un artista primordial, una omnipotencia sin esencia (Dios, Nada, lo que se quiera) actuando en las manos y en las neuronas y en los corazones de todos los artistas posibles. En la historia del Arte no se pueden apreciar momentos absolutamente creativos e innovadores: lo que se nos presenta es una especie de milimétrica evolución de especies estéticas, interpenetrándose y fecundándose ubícuamente. Cada artista se nutre del entorno, añade pequeñas modificaciones a lo que otros hicieron, siempre dentro de paradigmas en los que no puede no beber y que le beben a él mismo, con el huerto de su mente y de su alma superpoblado de semillas que traen los vientos que le rodean. Es difícil, o quizás imposible, ver creación pura. Jackson Pollock no innovó. Picasso tampoco. Ambos estuvieron sometidos a influencias que podrían ser visualizadas desde una perspectiva determinista. Pero existe, sin embargo, sorprendentemente, el fenómeno de la inspiración, de la posesión repentina, que Hegel describe con maestría. Se trata de un fenómeno que queda fuera del arbitrio humano: no se puede propiciar. No se puede alcanzar con el esfuerzo, ni con la reflexión, ni con la técnica. Cabría hablar de algo así como la “Gracia”.

2.- El cuadro que vuela sobre este texto es, desde un punto de vista puramente “físico”, una porción de Materia [Véase]. Así, el comprador de algo así sabe que tiene, posee, retiene, una porción única del sólido del universo: un concreto recorte de ese gran tejido de átomos que, desde una perspectiva simplista pero útil, constituye el cosmos. Pero sabemos que esa solidez es solo aparente, o “exterior” (que es algo así como un velo). El cuadro en realidad está hirviendo en esa “nada” que, a duras penas, trata de matematizar la Física actual. El cuadro está abierto por dentro, abierto a una zona donde ya no se sabe muy bien si se puede seguir hablando de lo  físico (de lo objetivo) o de lo psíquico (subjetivo… ¿humano? ¿divino?… Nos perdemos ahí). Lo que sí parece aceptado es que los entes subatómicos que constituyen el cuadro aparecen y desaparecen, cambian… Pero el cuadro parece seguir siendo el mismo, como si la materia que su forma sujeta fuera siempre la misma. Pero no lo es.

3.- Las reflexiones anteriores nos obligan a considerar que una obra de arte es una idea, en sentido platónico (un arquetipo, una instrucción para moldear la materia). La obra de arte sería una idea, en principio inmutable, que toma la materia para existir. Podríamos decir, en parte desde Schopenhauer, que la obra de arte es un ser vivo (permanencia de la forma con cambio de la materia). Esta perspectiva es más evidente en el caso de la música. El genio musical crea una forma de modificar la vibración natural del entorno acústico que rodea al perceptor. La obra musical no es la partitura, sino una idea, invisible, unas instrucciones de modificación de la materia. Y cada vez que esa idea se cumple, cada vez que la materia es tomada por la idea, la obra de arte toma vida: dispone por fin de existencia en el mundo fenoménico. Y puede incluso tomar la materia neuronal de un ser humano y, ahí, seguir sonando, seguir teniendo vida, en eso que sea la materia de su imaginación.

4.- El Arte, su posibilidad misma, plantea una cuestión puramente metafísica: ¿Por qué existe? ¿Qué estatus ontológico cabe otorgarle en la totalidad de lo real? Un relato válido podría ser el siguiente: hay algo que se autosuministra contenidos de conciencia desde infinitos puntos. Ese auto-suministro podría dar sentido al hecho mismo de la existencia de un mundo. El Arte, la obra de Arte, cuando consigue su objetivo, genera plenitudes, momentos en los que un sí absoluto, un sí más afirmativo que el del propio Nietzsche, retumba por todos los rincones del Ser (o de “lo que hay”, si es que la palabra “Ser” produce empacho).

5.- Desde el materialismo determinista (la Física pura y dura, que en realidad es una pura y dura Matafísica) aparece el fenómeno del Arte como algo realmente fabuloso: un grupo de átomos genera una especie de ley, o algoritmo, capaz de modificar la estructura de su entorno (pensemos en una obra musical, o en una pintura, que puede ser copiada infinitas veces). Y hay otro grupo de átomos que percibe esas alteraciones programadas de su entorno, lo cual altera a su vez su propio ser (pensemos en las subidas de ritmo cardíaco, el rapto, la pérdida del yo ante la belleza excesiva de una pintura, el sobrecogimiento quasiletal que puede producir una obra poética o una canción). La Materia, según el materialismo, genera formas de modificación de su entorno y es capaz de fabricar el glorioso estremecimiento del Arte. Es sin duda la Materia, esa divinidad a la que rinden culto los materialistas, una fascinante divinidad.

6.- Es probable que los seres humanos, al morir,  nos muramos de belleza. A menos “yo” -en el mundo- más belleza del mundo.

7.- Cabe por tanto hacer una equivalencia entre el rapto que  produce la obra de arte y la propia muerte. El síndrome de Stendhal sería quizás una convulsión ante un exceso de Creación: algo así como si a Dios, el Creador, se le hubiera ido la mano con su Creación: demasiada plenitud para los espectadores. Para sí mismo en realidad, si tenemos presente la imposibilidad de superar el monismo metafísico.

8.- Hace algunos años impartí un curso que llevó por título “Obras maestras del arte filosófico”. Creo que cabe contemplar los grandes sistemas filosóficos como obras de arte, no solo poético, sino también arquitectónico: grandiosos edificios que pretenden ser la totalidad.

9.- 450 millones de dólares por un cuadro. ¿Cómo es posible? Hay respuestas fáciles, consoladoras: la vanidad humana, la locura y la codicia del mercado, la idiotez de la condición humana… Sí, todo esto es sostenible. Pero me temo que hay mucho más. El comprador de una obra de arte compra la más inmediata materilización de una idea (de una idea platónica). No puede comprar lo que sacudió a Leonardo DaVinci y al planeta en ese momento de creación, pero sí su primera entrada en la materia. El comprador de una obra de Arte compra un estado de conciencia comunicable: el estado de conciencia de lo que para él es una divinidad: un ser humano excepcional (o con momentos excepcionales) en el que ha ocurrido un suceso único, un impulso único de transmutación de lo perceptible. La nada de la pintura y el lienzo han sido sublimadas por la intervención de un ser divino, divinizado por la leyenda, por el mercado, por el arbitrio de otras divinidades, por el hecho mismo de que alguien haya pagado millones de dólares por su obra. Y cabría decir que el artista es una divinidad porque, de forma explícita, genera contenidos de conciencia, construye Mayas (realidades falsas, que, según Nietzsche, serían las únicas verdaderas, porque estarían al servicio de la vida, esto es, del hechizo).

Sobrecogimiento, catalizadores en la materia, plenitudes que casi matan. ¿De dónde sale todo esto? Es el tema de la creatividad. La magia. La omnipotencia. Nos despeñamos en la Teología y en la Mística.

David López