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Pensadores vivos: Patrick Harpur

Patrick Harpur

 

Patrick Harpur escribió en 2002 un libro que ofrecía, aparentemente, un gran secreto: El fuego secreto de los filósofos. Pero ya su prólogo advierte al lector de que el libro no será “un sendero directo de lucidez apolínea”, sino “un laberinto hermético”: “El secreto que demanda ser revelado de una sola vez, en una visión o en una obra de arte, sólo puede ser expuesto de manera indirecta”.

Esta obra ha sido publicada en español por la editorial Atalanta (2006) y la traducción ha sido realizada por Fernando Almansa Salomó. A esta edición se refieren las citas que realizaré en el presente artículo.

¿Cuál es el fuego secreto de los filósofos? ¿Quienes son esos “filósofos”? La respuesta a la segunda pregunta la ofrece Patrick Harpur con relativa claridad: esos “filósofos” serían los alquimistas y magos cuya casi total extinción inauguró la modernidad en Occidente. A mí me sorprende que se siga hablando de eso de “Occidente”. Es como si fuera imposible desactivar un cierto nivel de aturdimiento intelectual, de reflexión hechizada con leyendas. Y es éste precisamente uno de los grandes temas de los que se ocupa Harpur: las leyendas que, ubicuamente, parecen haber poseído la mirada y la inteligencia humanas. Pero, en cualquier caso, no tengo yo constancia de que este pensador cuestione, al menos de forma explícita, eso de “Occidente”.

La respuesta a la primera pregunta se ofrece de una forma más erótica, en un poético baile de velos que ocultan y subliman el desnudo integral de ese “fuego secreto” que todo ser humano quisiera conocer, dominar… ¿Para qué? ¿Para qué la sabiduría total? ¿Para ser más felices? ¿Es ese nuestro fin primordial? ¿Y si ese estado nos lo ofreciera una pastilla no adictiva y no perjudicial para la salud?

En la primeras páginas de este libro de Harpur encontramos ya lo que parece ser un primer destello del gran tesoro, del secreto fuego de los alquimistas: “El secreto es, ante todo, una manera de mirar”.

¿Qué manera es esa? ¿Es una manera de mirar que incendia lo que mira (o los moldes a través de los que se mira) y que nos devuelve a esa Firstness proto-paradisíaca a la que se refirió el brillantísimo Peirce? ¿Y qué es lo que hay que mirar después? ¿El Ser en su totalidad imparcelable? ¿Ocurrirá entonces que Dios mismo contemplará su propio rostro (su nada mágica) en el espejo de su propia carne imaginaria?

Quizás Harpur está proponiendo -en la línea de, entre otros, su tan citado y venerado William Blake- un desbrozamiento [Véase Karl Jaspers], una desinstalación, de ciertos modelos de mundo que, ostentando aparente objetividad, impiden ver la textura mágico-imaginativa de lo real, de todo lo que se presente como real y que se quiera oponer al mundo de “la fantasía” (entre comillas porque en realidad no habría otra cosa que fantasía).

Lo cierto es que los primeros capítulos de El fuego secreto de los filósofos se atreven a otorgar dignidad ontológica a seres como los elfos, las hadas, los duendes, los ángeles, los alienígenas, los zombis… Todos ellos “dáimones” en realidad; todos ellos, según Harpur, seres que no son ni materiales ni inmateriales: todos ellos intermediarios, uesebés, por así decirlo, entre el mundo “ordinario” (que sería en realidad una fantasía,  una leyenda capaz de auto-ocultarse) y el Otro Mundo, el cual, según Harpur, estaría construido, desde aquí, a partir de arquetipos de “este mundo”.

Para dejar espacio y otorgar legitimidad, digamos filosófica, e incluso “empírica”, a esas realidades “de fantasía” (elfos, etc.), Harpur hace un lúcido y bello esfuerzo:

“Tan fuerte es la literalidad de nuestra visión del mundo que es casi imposible para nosotros comprender que es exactamente eso: una visión, no el mundo. Pero es esa literalidad, con todas sus pretensiones de objetividad en los lugares más insospechados, lo que trataré de desmontar a lo largo de este libro” (p. 93).

Esos lugares insospechados son varias de las teorías que parecen estar nublando eso que sea “la conciencia occidental”. A saber: la teoría de la evolución de Darwin (ojo, no se presenta Harpur como creacionista), los modelos de la física moderna o el historicismo, entre otros. Merece la pena seguir a Harpur en sus mágicos razonamientos, en su heroico intento de recuperar la visión, el fuego, de esos alquimistas que se dice que fueron apartados, aunque no del todo, por la ciencia materialista y panmatematicista que, paradójicamente, huyó de la complejidad (de ahí su éxito, dice Harpur): una ideología deficitaria de formación filosófica que desde el principio no habría sabido distinguir entre lo real (?) y los modelos que van haciéndose de lo real (Harpur cita a Hawking y a Dawkings). Sugiero la lectura de mi artículo sobre Hawking, el cual no es tan cientista como parece [Véase aquí].

Alquimia. El fuego secreto de los filósofos. “Pero el fuego secreto va mucho más allá de la alquimia. Fue un secreto transmitido desde la antigüedad -algunos dicen que desde Orfeo, otros que desde Moisés, la mayoría que desde Hermes Trismegisto- en una larga cadena de eslabones que constituían lo que los filósofos llamaban la Cadena Áurea. Esta augusta sucesión de filósofos encarnó una tradición que nosotros hemos ignorado o etiquetado como “”esotérica””, incluso “”arcana””, pero que sigue discurriendo como una vena de mercurio por debajo de la cultura occidental, surgiendo de las sombras en épocas de inmensos cambios culturales” (pp. 21-22).

Sobre la tradición hermética hay una obra excepcional que necesitó diez años de trabajo de un profesor de Filosofía y de Historia en la universidad de California: Hermetica: The Greek Corpus Hermeticum and the Latin Asclepius in English Translation (Cambridge: Cambridge University Press, 1991), traducción e introducción de Brian P. Copenhaver. Se trata de una obra excepcional que ofrece una traducción de los textos fundamentales de la así llamada “tradición hermética”. En español hay una edición a cargo de Siruela (Madrid, 2000) que cuenta con una admirable traducción de Jaume Pòrtulas y Cristina Serna. Creo que merece la pena traer aquí la última frase del prefacio escrito por Brian P. Copenhaver: “Mi hijo, en particular, se convencerá por fin, cuando vea el libro publicado, de que fueron otros y no yo los que se inventaron el mito de Hermes Trismegisto”.

Mito por tanto. Fantasía que llegó a subyugar la inteligencia crítica del mismísimo Marsilio Ficino, entre otras inteligencias que suponemos acreditadas. La tradición alquímica sería ella misma mítica, legendaria, subyugante, y sería además el mito (esa cosa indefinible) su materia secreta, su fuego secreto.

En cualquier caso esa secreta tradición parece otorgar un poder excepcional a la imaginación, la cual, como bien habría visto Karl Jung, estaría siempre necesitada de arquetipos, de modelos. Sin ellos la imaginación sería impotente. ¿De dónde vienen esas formas que son necesarias para crear, para ver, mundos? ¿De dónde vienen los mitos que parecen serlo todo en el mundo humano? Levì-Strauss [Véase aquí] parece que se atrevió a acercarse a esta pregunta extrema. Él llegó a afirmar que los propios mitos se pensaban a sí mismos en los seres humanos (y el ser humano, como mito, habría que disolverlo para poder avanzar en la ciencia). ¿Quién/qué debería entonces realizar esa labor de disolución?

Lanzo ahora una respuesta más, una pincelada más, a otra pregunta. Me refiero a la pregunta de cómo es esa forma de mirar que parece coincidir con el fuego secreto de los filósofos. En mi opinión se trataría de contemplar, fascinados, la textura siempre legendaria de “lo real”. Y fascinarse también con sus transparencias: esas membranas que permiten atisbar lo que ya no es exactamente “mundo”, sino hábitat, matriz, sostén, origen y final, de todo “mundo”, entendiendo como mundo cualquier leyenda que haya conseguido tomar una conciencia.

Membranas que, según la Alquimia, creo yo, serían la extensión secreta de nuestras más secretas e invisibles manos: podemos transformar el mundo porque podemos transformarnos a nosotros mismos. La clave: una cirugía en nuestros ojos, quizás operando previamente nuestro corazón (amor, sentido de lo sagrado) y nuestra mente (lucidez filosófica… un pleonasmo).

Mi diccionario filosófico [Véase] puede ser considerado como una enamorada exposición de “transparencias”, de palabras-conceptos que luchan para que no se haga evidente su nada. Y su textura imaginativa. El mundo sería “nuestra” imaginación, “nuestra” representación. Schopenhauer inicia su magna obra así: Die Welt [El mundo] ist meine Vorstellung. “Vorstellung” es traducible como representación, imaginación, obra de teatro. ¿Quién dirige esa obra? ¿Quien la contempla? Schopenhauer dice que siempre tú, querido lector. Tú. Sí, ¿pero quién/qué eres tú en realidad?

Volvamos a Patrick Harpur: Membranas, dáimones, seres del Otro Mundo que entran y operan en éste. Patrick Harpur se ocupa con brillantez y erudición de esas realidades fronterizas (ángeles también, y vírgenes, y genios de los arroyos o de los árboles). Yo tengo la sensación de que todo, absolutamente todo lo que vemos, es fronterizo, daimónico. Así lo expresé en mi texto sobre la Cábala [Véase].

Y especialmente fronterizos me parecen los seres humanos, si se les mira, si se les escucha, des-esquematizamente, liberados de la caja sistémica donde les solemos coleccionar. Todos los seres humanos me parecen poseídos por algo inefable. Hay que escucharlos. Son chamanes que no saben que lo son. No solo hablan ellos cuando ellos hablan. No saben lo que dicen. Ni yo tampoco. Y es que nuestro hablar está tomado por lo que no es accesible al conocimiento puramente “humano”. Dice Harpur: “En cierto sentido, cada persona es Otro Mundo para las otras” (p. 88).

Siempre que se habla con alguien se está entrando en contacto con “El Otro Mundo”. Levinas diría que, a través del inefable rostro del otro ser humano, se entra en contacto con Dios [Véase Levinas].

En cualquier caso, creo que siempre que se mira en silencio cualquier rincón de “lo real” se accede a ese “Dios”, entendido en sentido metalógico [Véase aquí]. No así la televisión, la cual demoniza Harpur expresamente en su libro, y de la cual se confiesa adicto: son imágenes muertas, falsas, sin alma. Quizás por eso sientan tan mal si se las contempla en exceso. Curiosamente eso jamás ocurre si se contempla en exceso lo que no es televisivo, lo que no es puramente arquetípico (falso).

Comparto ahora una serie de notas que he tomado en distintos lugares de esta obra de Harpur (El fuego secreto de los filósofos):

1.- Los “sidhe”. Harpur se apoya en Lady Augusta Gregory, la cual describía a los sidhe de la tradición irlandesa como seres que cambian de forma: “[…] pueden mostrarse pequeños o grandes, o como pájaros, animales o ráfagas de viento” (p. 26). O también, dice Harpur, como hados o hadas. Parece que lo que hay, que es innombrable, se ofrece a encarnar cualquier sustantivo, cualquier nada lingüística. Tengo la sensación de que la mirada filosófica no cosmizada (no sometida a filtro, a ideas) termina por ver lo que hay como un gigantesco sidhe. Harpur agrupa los sidhe y todos lo demás seres “imaginarios” dentro del concepto de  “daimon”.

2.- El destierro de los dáimones. “El destierro de los dáimones en Europa empezó con el cristianismo” (p. 31). Creo que merece hacer referencia a uno de los más bellos cuentos que Margarite Yourcenar incluyó en su obra Cuentos Orientales. Me refiero al que lleva por título “Nuestra señora de las golondrinas”. Harpur (p. 32) ofrece un testimonio parecido al de Yourcenar, y que aparece en los Cuentos de Canterbury: “[…] la mujer de Bath describe cómo fue enviado un ejército de frailes […] para bendecirlo todo, bosques, ríos, ciudades, castillos, salas, cocinas y vaquerías […]”. Creo que “bendecir” es, simplemente, “decir bien”. Aquellos vehementes frailes eran algo así como un ejército de informáticos que querían apuntalar un mundo, en el sentido de narración, en el sentido de sistema ordenado de sustantivos.

3.- “Somos organismos fluidos que pasamos fácilmente de este mundo al otro, de la vida a la muerte” (p. 59). ¿Qué es “el Otro Mundo” según Harpur?

4.- El Otro Mundo. “[…] quiero examinar el reino en el que se dice que habitan los dáimones: el Otro Mundo” (p. 60). En mi opinión, desde el mito cerebralista-materialista actual cabría decir que esos seres “de fantasía” tienen un solo hábitat: el cerebro -no bien equilibrado- de quien cree en su existencia. Sugiero la lectura de mi artículo sobre el cerebro [Véase aquí]. No hay que confundir el cerebro “en sí”, con el modelo que él mismo se hace de sí mismo. Ese modelo sería una más de las fantasías que ese lugar misterioso es capaz de crear.

5.- Entrada al Otro Mundo. P. 61: Harpur habla de lugares que se suponían “puertas” de entrada a lo que no es ya este mundo. Habla del Purgatorio de San Patricio, en una cueva de una isla en el lago Derg (condado de Donegal, Irlanda). Y en la página 65 dice esto: “Pero, desde luego, existen hombres y mujeres daimónicas que pueden entrar a voluntad en el Otro Mundo”. Y también esto: “El Otro Mundo empieza donde termina éste”. Una frase que recuerda al primer Wittgenstein [Véase aquí]: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”.

6.- Más sobre el Otro Mundo. P. 70: “El Otro Mundo, que nos rodea por completo, nos parecería un paraíso terrenal si simplemente limpiáramos “”las puertas de la percepción””, como dice Blake, y viéramos el mundo como realmente es, “”infinito””. Cabe no obstante preguntarse si la infinitud presupone la infinita belleza, o, más bien, el infinito horror.

7.- Imaginación como fundamento de la realidad “en la Florencia renacentista, y nuevamente entre los románticos ingleses y alemanes tres siglos después” (P. 72). Harpur parece ubicar esta metafísica en el corazón mismo de la tradición hermético-alquimista que custodiaría ese “fuego secreto de los filósofos”.

8.- “Todo está lleno de dioses”. P. 77. Harpur trae a su narración esta famosa frase atribuida a Tales de Mileto. Dioses y dáimones serían lo mismo: no del todo algo, no del todo nada.

9.- Los arquetipos. P. 79. Harpur cita las categorías a priori de Kant y las formas de Platón. Pero se apoya sobre todo en Jung, el cual habría otorgado personalidad a los arquetipos, y habría dicho que “se manifiestan como dáimones”. Hay otra cita de Jung: “Todo lo que sabemos es que sin ellos parecemos incapaces de imaginar […]. Si nosotros los inventamos, lo hacemos según moldes que ellos nos dictan” (p. 80).

10. Dáimones. El Otro Mundo. Los sueños. Dice Harpur: “Todos tenemos acceso cada noche al Otro Mundo mediante el sueño. Como los dáimones que contiene, el Otro Mundo de los sueños es movedizo, escurridizo y ambiguo” (p. 83).

11. “[…] el mundo en el que imaginamos que estamos es sólo una de las muchas maneras en que el mundo puede ser imaginado” (p. 88). De acuerdo. ¿Son mis hijos entonces seres imaginarios? ¿Podrían desaparecer si yo cambiara de mito, de filtro del infinito? Quizás. Pero el amor requiere algo existente que sea amado. El amor apuntala, ontologiza radicalmente el objeto amado. Volveré a este tema crucial al final del presente artículo.

12.- Física nuclear. Partículas subatómicas como dáimones. “Recapitulemos: los dáimones habitan otro mundo, a menudo subterráneo, que interactúa fugazmente con el nuestro. Son materiales e inmateriales, están y no están, son con frecuencia pequeños, siempre evasivos y de formas cambiantes; su mundo se caracteriza por las distorsiones de tiempo y espacio y, sobre todo, por una incertidumbre intrínseca” (pp. 103-104). “Incluso una mirada superficial al neoplatonismo, al gnosticismo y a la alquimia revelará una manera de imaginar que puede empezara resolver el dilema de los físicos nucleares. Pues tratan una realidad que puede estar ahí o no; que es subjetiva u objetiva (o quizás ambas cosas); que es literal y metafórica; que, si está ahí, sólo puede ser imaginada, y si no está, se imagina que está y por lo tanto, en otro sentido, sí que está; que es evasiva, ambigua, borrosa, que es, en pocas palabras, una realidad daimónica” (p. 108).

13.- Un dios oculto en el libro de Harpur: Hermes. Y un consejo: algo así como conócete a ti mismo pero, sobre todo, “qué ideas, que dioses nos gobiernan para que no gobiernen nuestras vidas sin que seamos conscientes de ello. Por ejemplo, el dios que está detrás de este libro es probablemente -justo es advertirlo- Hermes” (p. 123).

14.- Los mitos. Vivimos, todos, inevitablemente, en mitos. ¿Pero qué son esas “cosas”? ¿Palabras? ¿Lenguaje? Pero, ¿qué es el lenguaje “en sí”, fuera de lo que esa palabra es capaz de decir de sí misma? [Véase “Lenguaje”]. Harpur se refiere así a la posibilidad de teorizar sobre los mitos: “[…] la teorías sobre el mito son en sí mismas otras tantas variantes del mito, re-narraciones en el lenguaje del momento, aunque éste sea una jerga psicológica difícil de tragar. El mito, como la naturaleza, ofrece amablemente la “”prueba”” de la verdad de cualquier teoría que queramos mantener; pero esa teoría acabará refluyendo en las historias primigenias que giran a través de la tierra como grandes corrientes oceánicas” (p .126).

15. ¿Y entonces? ¿Estamos perdidos en la nada caótica de los mitos? “Sin embargo, en ningún caso los problemas pueden ser resueltos, porque no son problemas, sino misterios. Los mitos nos dicen que vivamos sin resoluciones, en un estado de tensión creadora con nuestra doble dimensión” (p. 133). Se refiere Harpur, creo, a nuestra imaginaria doble ubicación en lo que algunos mitos consideran “este mundo/el Otro Mundo”, o “Mundo celestial/Mundo inferior”. Pero no hay explicación. Todo es misterio. Creo oportuno mencionar ahora a María Zambrano [Véase aquí], la cual, con excepcional coherencia filosófica, vio la esencia misteriosa de lo real. Respecto a esa “tensión creadora de la que habla Harpur, sugiero la lectura de mi bailarina lógica “Tapas/Sufrimiento creativo”. [Véase aquí]. A este fenómeno, digamos “alquímico”, se refiere Harpur en la página 151: “Nos guste o no, sufrimos la enfermedad, el duelo, la traición y la angustia en medida suficiente. El secreto es utilizar esas experiencias para autoiniciarnos. Sin embargo, habitualmente se nos induce a buscarles remedio en lugar de sacarles provecho para autotransformarnos”. ¿No será ese el verdadero “fuego secreto de los filósofos”?

16.- La alquimia. La magia. Cita Harpur a Jung, el cual habría afirmado que la tarea oculta de la Obra (alquímica) sería “liberar a la materia de la opacidad del literalismo” (p. 227). Sí. Pero si se levanta el velo del literalismo (de confundir lo real con lo que se dice de lo real) entonces no queda tampoco eso de “materia” [Véase aquí “Materia“], sino, más bien, esa Nada prodigiosa sobre la que intentó filosofar, entre otros, Kitarô Nishida [Véase]. Esa Nada Mágica que algunos no tendrá problema en denominar “Dios”.

Concluyo con un tema crucial al que me he referido brevemente en el punto 11 de estas notas: el amor. Si el mundo en el que vivimos es un mito, una leyenda, una de las infinitas (?) formas posibles de imaginar un mundo, entonces mis hijos carecen de solidez ontológica. Son y no son, como los dáimones, como todo lo que se presenta como existente en mi conciencia. Creo entonces que el amor sería una fuerza capaz de solidificar existencias, encarnarlas, sublimarlas en el reino de lo indubitable: sacarlas del tembloroso muro de la caverna de Platón y llevarlas al luminoso y eterno cielo que pensó este filósofo.  El amor otorga la eternidad a lo amado. También el odio, que es lo contrario al amor, otorga esa eternidad a lo odiado, si bien confina en la eterna idiotez y en un, estúpido, infierno eternizado.

Yo haría cualquier cosa en mi taller alquímico interior con tal de que mis hijos -y otras muchas personas a las que amo sin límite- no se diluyeran en un magma onírico-imaginativo. Cualquier cosa. Se dice que Dios creó el mundo -un mundo, un solo mundo- por amor. ¿Qué amaba Dios antes de crear el mundo? ¿No será que crea un mundo en el interior de un ser al que ama (el “ser humano”), un mundo que, finalmente, condenaría a su “portador” a un inevitable paraíso final?

Gracias queridos amigos por vuestra lectura, desde tantos países del mundo.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Claude Levì-Strauss.

 

 

Levì-Strauss. Un mito del siglo XX.

Mitos. Cuentos. Explicaciones míticas que hace el ser humano de sí mismo, y de sus sociedades, y de lo que le envuelve (¿naturaleza? ¿universo? ¿qué mito elegimos?). Levì-Strauss se fascinó con los mitos: le subyugó su belleza, y sobre todo su posible orden intrínseco (que le permitiría explicar incluso sus leyes de transformación). Se podría decir que este pensador quiso analizar las coreografías de mis bailarinas lógicas [Véase] porque intuyó en esas coreografías el mismo orden prodigioso, la misma perfección natural, biofísica, que la que él imaginó, tumbado en un prado, en plena segunda guerra mundial, mientras contemplaba un diente de león (esa esfera que agrupa semillas aladas con forma de neuronas estilizadas, geométricas, casi inmateriales… y que soplamos pidiendo deseos). Yo lo hago, desde luego.

En esta sección de mi blog estoy estudiando a varios filósofos del siglo XX desde la presuposición de que estamos ante mitos (simples narraciones). Todos ellos se presentan como cuentos. Cuentos dentro de cuentos. ‘Simples’ frases a las que se les otorga un nivel mayor o menor de veracidad (como ocurre, por otra parte, con cualquier mito). De hecho, lo que yo voy a hacer aquí es combinar símbolos y ofrecer un producto narrativo que quiere no ser ficticio. Ningún mito quiere ser ficticio. Y quizás cabría clasificarlos no por su nivel de verdad, sino por su nivel de veracidad: por el sentimiento de verdad que está teniendo lugar en el emisor del mito concreto (emisor o conservador del mismo). Tengo la sensación de que todas las cosmologías (todas, la de Hawking incluida) son mitos: narraciones en las que el lenguaje, como sistema, quiere hacer suyo aquello de lo que él mismo brota: su matriz innombrable. El fondo envolvente de todos los mundos.

Y, como afirmé con ocasión de la bailarina lógica “Lenguaje” [Véase], no sabemos qué es el lenguaje en sí, fuera del mito, de la narración que hace sobre sí mismo. Estamos en la teología de la diosa Vak: misterio absoluto. Fuerza absoluta. O casi.

Levì-Strauss se suele ubicar como fundador del estructuralismo y, en cierto sentido (contra Sartre), como enemigo del humanismo. Pero el conjunto de su obra nos lleva a una imagen fabulosa (y por cierto humanísima, porque brota del propio Levì-Strauss, si es que aceptamos que este pensador fue humano y que tuvo algún tipo de individualidad). Esa imagen —que yo siento como fabulosa—surge en nuestra mente si nos permitimos pensar que no solo lo que, desde ciertos mitos, llamamos “naturaleza” estaría ordenado desde unos niveles de perfección inaprensibles por el ser humano, sino que incluso la propia cultura estaría tomada, musicalizada, por ese orden prodigioso. Y es más: hasta los mitos (los cuentos que usan las civilizaciones para expicarse a sí mismas y lo que las rodea) estarían sometidos a leyes, leyes que a su vez habría que incardinar en las leyes de la naturaleza. Cabría decir quizás, desde el ‘último Levì-Strauss’, que el pensamiento y el sentimiento humanos solo son los que permite que sean la gran estructura donde ocurre todo.

Hay quien ha visto aquí un sujeto transcendental kantiano, pero muy alejado de todo antropocentrismo: el ser humano, en el fondo, sería una estructura que abarcaría mucho más que lo humano. Algo perfectamente ordenado: orden infinito (pero ya no “humano”).

Así, quizás, cuando soplamos un diente de león, y pedimos un deseo, ese pedir, y ese sentir, estarían perfectamente vertebrados con el diente de león (“metonímicamente relacionados”, habría que decir desde Levì-Strauss). Todo siendo lo mismo, bailando la misma música prodigiosa. Todo debiendo ser objeto de una nueva ciencia unificada (que superaría la antropología y las ciencias de la naturaleza… y también el dualismo cultura-natura). Algo así parece que intuyó finalmente Levì-Strauss, cuyas últimas obras ofrecen una borrosa frontera entre la naturaleza y la cultura.

Algo sobre su vida

Bruselas 1908-París 2009.

Origen judío. Su padre era pintor de retratos.

Durante la primera guerra mundial vivió con su abuelo, que era un rabino de la sinagoga de Versalles.

Estudió Derecho y Filosofía en la Sorbone. Siguió con la Filosofía. Dijo en 1972 que le movió el gusto por las ideas, la diversidad de sus intereses y, también, el hecho de que era una carrera fácil.

Interesado por la política, se acercó al marxismo. Leyó a Marx y a Engels. Claude Levì-Strauss habla de una gran influencia.

También leyó con pasión a Freud. Fue una auténtica revelación intelectual: sobre todo la visión freudiana de que bajo el caos aparente del psiquismo humano  puede haber un orden oculto.

Orden. Estructura.

Paul Nizan le habló de la etnología, como una posible salida a sus estudios de Filosofía.

Desde 1935 hasta 1938 fue profesor de sociología en la universidad de Sao Paulo, en Brasil (como miembro de una misión cultural francesa). Desde allí, junto a su mujer (Dina Dreyfus), hizo viajes de investigación en los que conoció a los Boroboro (una tribu indígena en la que Levì- Strauss encontró una complicada y sutilísima civilización). Posteriormente estudiaría a los Navikwara: una tribu no prehistórica (según Levì-Strauss todas las tribus tendrían historia) que podría considerarse la forma mínima de cultura (el mínimo para poder hablar de sociedad).

1939. Se alista voluntariamente en el servicio militar. Empieza la segunda guerra mundial. En la frontera entre Bélgica y Luxemburgo Levì-Strauss tiene, por así decirlo, una revelación estructuralista (aunque todavía no conoce esta palabra). Motivo: un diente de león en un prado. Su perfección estructural. Imposible que algo así fuera fruto del azar.

Al ser judio, y tras la constitución del filo-nazi régimen de Vichy en Francia, Levì-Strauss huye hacia América. Es un viaje complejo que empieza en Marsella. Le acompañan otros intelectuales acosados. Llega a Nueva York. Gracias a la fundación Rockefeller puede profesar en la New School of Social Research. Le piden que modifique su nombre en lo posible para evitar las risas de los alumnos (que enseguida lo relacionarían con la marca de pantalones vaqueros). En la New School of Social Research conoce a Jakobson. Es un encuentro decisivo. Levì-Strauss querrá llevar el método del estructuralismo lingüístico a la antropología.

Junto a Jacques Maritain y otros fundó la Escuela libre de estudios superiores en Nueva York.

En 1948 es nombrado subdirector del Musée de L´Homme en París. Viaja a Pakistán.

Poco después es nombrado director de la École practique des hautes études, en la que permanece hasta 1974 como responsable del programa de ciencias de religiones comparadas.

1955. Tristes trópicos. Se trata de un libro de viajes y de poesía y de ciencia y de Filosofía, todo mezclado, creando un texto que tuvo un enorme éxito. Hay quien ha hablado de Tristes trópicos como una de las más grandes obras literarias del siglo XX. Dijo Levì-Strauss que lo había escrito a partir, simplemente, de lo que se le pasaba por la cabeza. Pero habría que decirle, a Levì-Strauss, que según el estructuralismo que él abanderaba, esa cabeza carecía de sujeto: sus pensamientos eran de la estructura en la que quedaba diluido -y vertebrado- ese yo aparente. ¿Aparente para qué-quien?

1958. Antropología estructural. En esta obra Levì-Strauss explica su intento de llevar la lingüística estructural de Jakobson a la antropología.

1962. El pensamiento salvaje. El título se refiere a la flor que lleva ese nombre. El pensamiento, como flor, y nuestro pensar humano, serían igualmente salvajes, estructurales, no subjetivos, libres, conscientes: no humanos en definitiva.

1964-1971. Publica sucesivamente los cuatro tomos su gran obra Mitológicas. Son obras de arte antropológico que se apoyan en la música.

1972. 27 de julio. Concede una larga entrevista para ARTE France (Archives du XXe siècle; Unitè de programme Actualités Culturelles). [Puede verse aquí].

1973. Miembro de la Real Academia Francesa. Recibe el premio Erasmus.

Levì-Strauss sigue escribiendo y publicando obras hasta casi su muerte.

No tuvo Levì-Strauss una opinión positiva de su siglo, ni del ‘avance’ de la tecnología. De hecho afirmó que una cultura en la que las cartas tardaran más tiempo en llegar sería una cultura más equilibrada. Y que el exceso de comunicación impedía aprovechar la fecundación propia que se deriva de toda comunicación. Habló incluso de cierta sordera fecunda: momentos de no comunicación. Lo dijo en 1972, aterrado por el ruido del Tsunami comunicativo que se avecinaba, sin él poderlo ver todavía: teléfonos móviles, Internet, Twitter, Face-book, etc… Hipercomunicación que quizás él consideraría yerma (no fecunda, por exceso de velocidad, por falta de sosiego reflexivo).

Habló de cierta sordera para crear. Crear, sí. Quizás es lo que fue Levì-Strauss: un creador, no un investigador… aunque me temo que todo investigador que descubre algo nuevo lo crea, y lo crea a partir del tejido fantástico que recibe de otros creadores: tejido que esquematiza la barbaridad, el prodigio, la inmensidad, que nos envuelve y nos constituye.

Murió en París. Sus últimos días los vivió paseando por el bosque. Le enterraron en un cementerio junto a ese bosque. Metonimia: todo dentro de la misma secuencia, del mismo sistema: un cementerio sería tan “bosque” como el musgo o como un diente de león.

Algunas de sus ideas

– Estructualismo: todo es orden subyacente en el aparente caos de los fenómenos. Ningún elemento de la estructura tiene sentido por sí, sino por sus relaciones con el resto. Todo es sintaxis, vínculo. No hay elementos que tengan sentido en sí mismos (ni siquiera la propia estructura lo tiene). En las relaciones de parentesco, el individuo es lo que resulta de la trama de vínculos que configuran su familia “cercana” y “lejana”: piezas cuya razón es la estructura. Ellas solas son impensables, inexpresables.

-Estructura. Modelos. Orden. Panmatematización objetivista. Me viene a la cabeza Spinoza. Jacobi -contra Goethe y otros- le acusó de ateo: Dios no puede estar confinado -no puede ser– un orden: un maravilloso universo matematizado. El panteísmo sería ateísta, creo, si no acepta libertad y magia ubicuas (meta-orden absoluto).En cualquier caso, si todo es estructura, ¿dónde está la creatividad, la magia…? Cabe pensar en inteligencias capaces de crear estructuras: orden en el caos (en un caos infinitamente fértil). Y capaces de intervenir en esas estructuras sin estar sometidos a ellas (algo así sería el Dios de los monoteísmos). En cualquier caso Levì-Strauss, frente a Sartre, habría destacado el fondo inconsciente, estructural -inhumano podríamos decir- de los (regladísimos) comportamientos humanos. El problema está en que todos los estructuralistas, con cierta ingenuidad, habría convertido sus modelos (sus hipótesis) en realidades absolutas, las habrían ontologizado, quedando prisioneros de sus propios mitos.

– El fin del hombre. La desaparición del sujeto. Si se quiere estudiar científicamente al hombre hay que disolverlo. Son ideas fundamentales del estructuralismo. Se plantea un problema de “estructura metafísica”: ¿Quién habla? ¿Dónde se autoubica Levì-Strauss en su propio modelo de totalidad (su modelo metafísico)?  ¿Qué/”quién” se equivoca cuando se cree tener una subjetividad consciente, libre, creadora, rectora (junto con otras) de la Historia? ¿Se equivoca una pieza de la estructura? ¿Cómo puede haber error dentro de la perfección estructural? ¿Para qué habla Levì-Strauss? ¿A “qué”/”quién” habla?

– Antropología estructural. Levì-Strauss quiso llevar el estructuralismo lingüístico de Jakobson a la antropología. La revolución copernicana, en su opinión, habría tenido lugar, a principios de siglo, con la obra de Saussure (Cours de linguistique générale). La lengua como sistema de relación entre símbolos (como sintaxis): ningún elemento de la lengua tiene valor en sí mismo, sino por el vínculo que mantiene con los demás dentro de un sistema. Es el fin de la concepción sustancialista que otorga valor en sí mismo a cada uno de los elementos del lenguaje. La distinción de Saussure entre lengua y habla  será aprovechado por Levì-Strausss para contemplar las sociedades como el que contempla un lenguaje: la sintaxis subyacente en las sociedades se manifestaría en cada uno de los comportamientos sociales de sus miembros.  Y toda la Humanidad compartiría, según Levì-Strauss, una misma mentalidad: unas formas invariables y ahistóricas a partir de las cuales se despliegan las relaciones de parentesco, los modos de cocinar, de vestirse, de intercambiar bienes y hasta de narrar mitos. Esas formas invariables serían descriptibles con la objetividad que Levì-Strauss cree que tiene la ciencia. Así, se podrían ofrecer modelos antropológicos fijos y reglas que determinen las variaciones posibles en esos modelos.

– Los mitos. A Levì-Strauss le fascinaban, por su belleza, por su posible orden interno, y porque podrían dar sentido a la pregunta sobre lo bello en sí. Serían productos “culturales”. No “naturales”. Pero sometidos a leyes inmutables, como lo está la propia naturaleza (al menos la naturaleza que mira el científico del siglo XX). Esos cuentos aparentemente arbitrarios se repiten por varias culturas y explican, entre otras cosas, el origen del mundo, de las cosas del mundo, del fuego, de “los hombres” (que serían otro mito)… El objetivo sería encontrar sus elementos básicos (mythemes): piezas esenciales que se mantienen invariables en diferentes mitos. Levì-Strauss creyó haber encontrado en los mitos estructuras fijas y reglas -fijas por tanto- de transformación: los Boroboro habrían transformado el mito sobre el origen del fuego de cocina en mito sobre el origen de la lluvia y de la tempestad. Y lo habrían hecho según leyes de transformación que Levì-Srauss consideró inmutables. Levì-Strauss no se planteó el cómo de la creación por el hombre de los mitos, sino que consideró que eran los propios mitos los que se pensaban en el hombre. No sabemos quién narra, no sabemos qué es un narrador más allá de lo que el mito desde el que narra el narrador dice de ese mismo narrador. La diosa Vak es poderosísima. [Véase aquí la presentación de mi diccionario filosófico]. En cualquier caso, Levì-Strauss quiso otorgar una dimensión filosófica a los mitos, a esas narraciones aparentemente fantásticas y arbitrarias en las que vibran “las sociedades humanas”: esos sueños colectivos.

– El humanismo. Oposición a un humanismo renacentista exacerbado que ubicaría al hombre por encima del resto de la naturaleza y que lo llevaría a extinguir sin piedad especies y, también, civilizaciones distintas de la occidental-humanista. El humanismo sería, paradójicamente, inmoral. Por otra parte, sería un método ineficaz para conocer al hombre (el cual, como elemento, que estaría dentro de estructuras muy profundas, no detectables a través de la mera introspección que caracterizaría, según Levì-Strauss, el pensar de algunos filósofos). Polémica con Sartre. Disolución del subjetivismo. ¿Desde dónde? ¿Desde dónde habla el estructuralismo? ¿Hay varias estructuras? ¿Hay una sola? ¿Habla siempre Ella -la “estructura”- a través del pensador que se autoconsidera estructuralista? ¿Nos deslizamos -en los textos de Levì-Strauss- hacia ese Ser heideggeriano que habla y piensa, él solo, en todo pensar y hablar de los seres humanos (los Dasein)?

– Cultura y naturaleza. Levì-Strauss, al menos hasta mediados de los años setenta, creyó en estas dos regiones, digamos, “del mundo” (o del Ser si se quiere). La naturaleza estaría regida por leyes (universales, inapelables podríamos decir). La cultura estaría estructurada en normas, las cuales, en principio, parecerían no universales. Y no inapelables. Pero si para Levì-Strauss la mente es un producto material -naturaleza-, también lo son sus productos. Por eso quiso estudiar los mitos (productos culturales) como si fueran flores, flores mutantes, mutantes según leyes fijas que él quiso descubrir, como si fuera un botánico de cuentos. Y, mientras mantuvo la dicotomía naturaleza-cultura, Levì-Strauss afirmó que la mujer estaba más cerca de la primera (de la naturaleza), y que el paso a la segunda -al menos en las tribus americanas- se convierte en un problema de educación de las hijas.

En el pensamiento de Levì-Strauss el ser humano es rescatado de su aislamiento ontológico (de exilio de la naturaleza) y es devuelto al interior de una gigantesca flor: un diente de león podría ser, ese mismo que, con su perfección estructural, subyugó al joven antropólogo en un prado de la frontera entre Luxemburgo y Bélgica.

Dijo Levì-Strauss que al principio del mundo el hombre no existía; y que tampoco estirará al final.

Regreso a la flor absoluta.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX

 

 

Este año me propongo incorporar nombres propios a mi diccionario filosófico. Quisiera visualizar a buena parte de los míticos filósofos del siglo XX como fabulosos –y siempre mutantes- constructos narrativos. Quisiera calibrar la fuerza hechizante de las redes lógicas que los mantienen vivos, como mitos, como nodos de energía filosófica que sostienen y vivifican nuestra civilización de palabras (nuestro lógico sueño compartido).

Desde el concepto del Maya hindú (y no solo desde ahí) se podría decir que ninguno de esos filósofos tuvo existencia individual; y que su pensamiento no fue suyo. ¿De quién fue entonces? ¿Qué fueron todos ellos? ¿En qué podrían llegar a convertirse si algún día se produce una mutación radical en eso que los cerebralistas denomina “cerebro humano”?

Desde la cosmovisión cerebralista, o fisicista, cabría visualizar el pensamiento filosófico del siglo XX como una forma determinada de interconectarse neuronas (materia legislada), en una serie de individuos, a lo largo de un vector de tiempo determinado.  [Véase “Cerebro“].

¿Y por qué el siglo XX? “Siglo XX” es otra bailarina lógica. Pero aun así, presenta, como narración al menos, como poesía comúmente aceptada, rasgos que me parecen excepcionales.

Creo que el siglo XX fue un siglo impresionante. Y que también lo fue la Filosofía que ocurrió en él. Como impresionante es, creo, la imagen que he elegido para el cielo de este texto. Ya la usé con ocasión de la palabra “Cultura” [Véase]. ¿Por qué esa imagen ahora, otra vez? Porque muestra un cuerpo humano trágicamente convertido en cultura pura y dura (un cuerpo transmutado ideológicamente). Michel Foucault dijo que el alma es la cárcel del cuerpo. Yo diría que tanto el “alma” como el“cuerpo” están en la misma cárcel: en la misma vivificante (y mortificante) matriz: el lenguaje: la diosa Vak; aunque es imposible, desde el lenguaje, decir qué sea eso del lenguaje [Véase “Lenguaje“].

En cualquier caso, creo que esa fotografía de Sid Vicious muestra un siglo impresionante, muy soñador, muy “lógico”, muy desgarrado por poesías [Véase “Poesía“].

 

 

Ofrezco a continuación la lista provional de filósofos. Están ordenados alfabéticamente; y limitados a 40, que es el número de conferencias que este año impartiré en Ámbito Cultural de Madrid (sin incluir la introductoria y la de conclusiones del curso):

 

– Adorno, Theodor.

– Althusser, Luis.

– Apel, Karl-Otto.

– Bachelard, Gaston.

– Baudrillard.

– Bergson, Henry.

– Buber, Martin.

– Chomsky, Noam.

– Deleuze, Gilles.

– Derrida, Jacques.

– Feyerabend.

– Foucault, Michel.

– Gadamer.

– Habermas.

– Heidegger.

– Horkheimer.

– Husserl.

– James, William.

– Jaspers, Karl.

– Lacan.

– Lévinas.

– Levi-Strauss.

– Lukács.

– Lyotard.

– Marcuse.

– Merlau Ponty.

– Moore.

– Nishida Kitaro.

– Ortega y Gasset.

– Popper.

– Putnam, Hilary.

– Quine.

– Ricoeur, Paul.

– Russell.

– Sartre.

– Scheller.

– Unamuno.

– Weil, Simone.

– Wittgenstein.

– Zambrano, María.

 

Sugiero a continuación algunos recursos bibliográficos:

 

1.- Bibliografía general:

 

  • Ferrater Mora, José: Diccionario de Filosofía, Círculo de lectores, Barcelona, 1991.
  • Garrido, Manuel; Valdés, Luis.M., Arenas, Luis. (coords.): El legado filosófico y científico del siglo XX, Cátedra, Madrid, 2005.
  • Reale, Giovani; y Antiseri, Darío: Historia del pensamiento filosófico y científico (tres tomos), Tomo III, Herder, Barcelona, 2005.
  • Sáez Rueda, Luis: Movimientos filosóficos actuales, Trotta, Madrid, 2001.
  • Sanchez Meca, Diego: Historia de la filosofía moderna y contemporánea, Dykinson, Madrid, 2010.
  • Muguerza, Javier y Cerezo, Pedro: La filosofía hoy, Crítica, Madrid, 2000.

 

2.- Recursos de internet:

 

http://www.iep.utm.edu (Recurso gratuito de internet, en inglés, que fue fundado por James Fieser y actualmente codirigido por él mismo y por Bradkey Dowden).

– http://plato.stanford.edu/ (Stanford University).

– http://www.ucl.ac.uk/philosophy/LPSG/contents.htm (University College London).

– http://www.information-philosophie.de/ (Recurso en alemán).

– http://la-philosophie.com (Recurso en francés).

– http://asterion.revues.org/ (Ecole Normale Supérieure de Lyon, en francés también).

 

 

3.- Revistas de Filosofía:

 

  • Revista de Filosofía (Universidad Complutense de Madrid, dirigida por Rafael V. Órden Jiménez).
  • Claves de la razón práctica (Dirigida por Javier Pradera y Fernando Savater).
  • Filosofía hoy (Dirigida por Pepa Castro).

 

 

 

En realidad, este año quiero ver qué les pasa a esos mitos, a esos seres de palabras, y a sus propias secreciones de palabras, cuando entren a bailar con mis bailarinas lógicas. Muchos de ellos ya están dentro desde hace tiempo, pero de forma parcial, como simples referencias; no de cuerpo entero.

Estoy seguro de que las bailarinas lógicas de mi diccionario filosófico ganarán mucho -sentirán y harán sentir mucho- con el baile que está a punto de empezar. Y espero que los lectores de este blog -tras la entrada en él de cuarenta filósofos del siglo XX- aumenten sus posibilidades de experimentar ese estupor maravillado -ese sublime vertigo/placer- que es capaz de provocar la Filosofía… siempre dentro de ese misterio infinito -pero mágico también- que es nuestra esencia y nuestra existencia.

 

 

David López

Sotosalbos, 12 de septiembre de 2011.

 

Nueva crítica literaria: Jacobo Muñoz ante el infinito de la Historia.

 

Os ofrezco a continuación una crítica que ha sido publicada en el número 726 de Cuadernos Hispanoamericanos (Agencia Española de Cooperación Internacional). Las demás críticas que he realizado son accesibles desde [aquí].

Y os deseo, de paso, un año que justifique y que dé un enorme valor a vuestra vida entera.

* * * * *

Jacobo Muñoz frente al infinito de la Historia

Jacobo Muñoz ([1]) se ha enfrentado al infinito de la Historia en un libro importante, un libro que, en mi opinión, debe ser leído en este momento histórico. Su título es Filosofía de la Historia (Origen y desarrollo de la conciencia histórica). Y creo que debe ser leído porque ofrece una rigurosa amplificación y una fecunda problematización de nuestra mirada a “lo histórico”,  a lo que “de verdad” ha pasado, a eso que, en muchos casos, fabrica el sentir –soñar/amar/odiar- de los hombres y de los pueblos.

Vivimos tiempos, especialmente en España, en los que el debate político se nutre, con renovada pasión, de relatos históricos estandarizados. Son tiempos éstos, como todos, que requieren sosiego y lucidez: lucidez para no vivir con los ojos y los corazones demasiado empequeñecidos por una teoría histórica.

En la obra de Jacobo Muñoz leemos lo siguiente: “Todo hecho es ya teoría”.

Se trata de una cita de Goethe, inquietante, fértil, exigente en exceso. Como oportunamente destaca Jacobo Muñoz, esta cita la utilizó Ortega en su introducción a las Lecciones de Filosofía de la Historia de Hegel.

Ortega también utilizó esta cita de Hegel:

“El historiador corriente, mediocre, que cree y pretende conducirse receptivamente, entregándose a los meros datos, no es, en realidad, pasivo en su pensar. Trae consigo sus categorías y ve a través de ellas lo existente”.

Pero tanto Ortega como Hegel, a pesar de su potencia filosófica, y de su capacidad para tomar cierta distancia de las teorías y sus hechizos, creyeron en la Historia en sí: en que efectivamente ha habido una racional (y por tanto cognoscible/lingüistizable/colectivizable) concatenación e interrelación de hechos concretos, ontológicamente independientes del hecho (también histórico) de ser o no pensados por un ser humano. Y que merece la pena estudiar esos hechos concatenados, narrarlos, incorporarlos a los planes de estudio.

Jacobo Muñoz también parece creer en la utilidad, en la salubridad, de las ciencias que se ocupan de la Historia y, por tanto, de los relatos históricos. Esto nos dice en los últimos párrafos de su obra:

“No hará falta insistir más, llegados a este punto de nuestro razonamiento, en la crisis contemporánea de la creencia en un curso histórico único, pautado por una lógica interna llamada a encaminarlo hacia un determinado fin, sea la salvación, el progreso o el reino de la libertad –de la “verdadera historia”, como escribió Marx-. Ni en la consiguiente puesta en cuestión de una cultura, de un sentido de nuestro vivir en el tiempo e incluso –o sobre todo- de nuestra percepción del futuro, totalmente desvalorizado hoy en nombre de un presente casi eternizado […] Y si el pasado queda así, y en este preciso sentido, abierto, abierto queda también el futuro, con la consiguiente incitación a asumir, más allá de la cultura de la necesidad y el automatismo, de la redención y la promesa, una cultura de la conjetura racional, del método de ensayo y error, de la precisión y del reconocimiento de la complejidad. Resultaría difícil, por todo ello, poner en duda que la verdad histórica, entendida más como una instancia normativa capaz de alentar un proceso inacabable que como algo ya definitivamente conseguido, no puede ser monopolio de nadie y sí obligación de todos”.

Habría, por tanto, una verdad histórica (una “Historia en sí”) dispuesta a ser reconstruida, y estudiada, tanto en sus hechos aislados como en las leyes internas que enhebrarían esos hechos. Y ese estudio –“inacabable”- sería algo necesario, ineludible, para que los seres humanos (en conjunto, hemos de suponer) caminen hacia un futuro mejor.

¿Qué es un futuro mejor?

En este libro de Jacobo Muñoz podemos encontrar, entre otras muchas cosas, diversos modelos de “futuro mejor”, según han ido apareciendo a lo largo de la Historia. Pero “Historia” es una palabra ambigua. Y es de enorme relevancia filosófica tomar conciencia de esa ambigüedad (p. 14):

“Importa partir del reconocimiento –una vez más- de una ambigüedad. Ambigüedad no por repetidamente citada menos relevante para, y aún determinante de, la problemática que nos ocupa. Máxime cuando en este caso se trata de una doble ambigüedad. Como “historia” hay que entender tanto las res gestae, lo acontecido como tal, el flujo histórico en su propia materialidad, cuanto la “narración”, “reconstrucción” o “estudio científico” de ese acontecer ya consumado, la historia rerum gestarum. Reconstrucción discursiva, desde luego, y en consecuencia sujeta a la lógica misma de la palabra”.

Consciente de esta ambigüedad, y desde ella, Jacobo Muñoz describe así su libro (p. 13):

“Las siguientes páginas, escritas en un momento de incertidumbre y perplejidad, de escepticismo histórico, de presunta posthistoire e incluso de puesta en cuestión –una vez más- del sentido mismo de la historia como disciplina, están dedicadas a las grandes filosofías especulativas de la historia, en el orden de su sucesión efectiva, y al proceso de constitución de la historia como “ciencia” a partir de y en cierto modo contra aquellas. Un proceso que no deja de ofrecerse él mismo como un interesante objeto de estudio no sólo para el filósofo de la historia –tanto si se reconoce como tal, como si lo es, al modo de Jacob Burckhardt, a pesar suyo-, sino, y además, en grado no menor, para cuantos se limitan a hacer suyo el imperativo de “pensar históricamente””.

Esa sucesión de filosofías especulativas de la Historia la despliega Jacobo Muñoz en seis capítulos a lo largo de los cuales fluyen frases arquitectónicamente imponentes, construidas a partir un exquisito dominio del lenguaje, sin miedo a utilizar una puntuación compleja (muy dinámica, muy proteica), aunque, en ocasiones, las subordinadas son demasiado largas e incómodas.

Sirva el siguiente párrafo tanto como prueba de lo dicho, como de explicación de qué es eso de “Filosofía de la Historia” según Jacobo Muñoz (p. 16):

“Como “filosofía de la historia” cabe, en efecto, entender tanto la reflexión de cuño teológico o metafísico-especulativo, según las épocas y los autores, sobre el sentido del acontecer histórico, de acuerdo con la tesis, mil veces defendida y mil veces reelaborada, de la existencia de un principio en base al que “se ponen en relación acontecimientos y consecuencias históricas, refiriéndolos a un sentido último” [la cita es de Herder], cuanto, más “contemporáneamente” la reflexión crítica, de segundo orden o propiamente “metalingüística”, acerca del discurso histórico como tal”.

Filosofía. Historia. Tiempo. Lenguaje. Podría decirse que Jacobo Muñoz, en este libro, ha posado sus ojos de filósofo en lo que ya no es (el “pasado”/la nada), y en las teorías, también pretéritas, sobre eso que sea “la Historia” (su “textura ontológica”, diría Ortega). Y lo ha hecho desde un “presente” (¿el suyo? ¿el de todos?) que él define como de “incertidumbre y perplejidad” (p. 13).

Pero cabría decir también que eso que ahora ya no es, eso del “pasado de la Humanidad” y sus hechos, tiene riqueza suficiente para ser configurado –discursivamente- hasta el infinito. Y sin renunciar por ello a la honesta y rigurosa búsqueda de la verdad. La Historia, en cuanto narración (incluidas las narraciones sobre las narraciones), aunque mire para atrás, es algo que ocurre siempre en el presente. Ahí, en el presente, es donde se siente y se configura el pasado. Ahí es donde vibran los efectos de las narraciones (siempre superables, siempre expuestas a ser falsas, siempre sospechosas de estar al servicio del poder; o de los distintos poderes, políticos, intelectuales,  que quieren todo para ellos). Cabría decir que la “Historia” solo afecta al presente, solo ocurre en el presente: que el pasado es inefable. O, al revés, que es el presente el que decide qué ocurrió en el pasado: que es el presente, por así decirlo, la clave genésica de lo histórico. En esta cita de Orwell, recogida por Jacobo Muñoz al comienzo de su obra (p. 11), podría estar retirado un velo crucial:

“Quien controla el pasado controla el futuro, y quien controla el presente controla el pasado”.

Pero, ¿quién/”qué” controla el presente?… este presente. ¿Quién/qué, por lo tanto, decide qué ocurrió en eso que sea “el pasado” y decide lo que podemos esperar del futuro?

Hay un momento en este buen libro de Filosofía que puede ofrecer alguna luz para acometer esta pregunta; aunque sea una luz en cierta forma “inhumana” (P. 292):

“Optaba así [se refiere a Lévi-Strauss], como tantas veces se ha señalado, por el sistema frente al viejo sujeto intencional, consciente y protagonista, como es bien sabido. Nada más lógico: si Saussure representaba para Lévi-Strauss la “gran revolución copernicana” en el ámbito de los estudios del hombre es precisamente por “haber enseñado que la lengua no es tanto propiedad del hombre como éste propiedad de la lengua”, lo que para él no viene a significar sino que “la lengua es un objeto que tienes sus leyes, que el hombre mismo ignora, pero que determina rigurosamente su modo de comunicación con los demás y, por tanto, su manera de pensar”.

Estamos ante una idea –ciertamente espeluznante, pero también prodigiosa- que fue proclamada hace milenios en la India, y recogida en el Rig Veda (10.125). Es el himno a Vak (la palabra). O de Vak, en realidad: “Ellos no lo saben, pero habitan en mí”.

En cualquier caso, el hábitat de palabras que ha escrito Jacobo Muñoz (o que la palabra ha escrito a través de eso inefable que sea Jacobo Muñoz) ofrece una gran experiencia filosófica. Y poética. Si es que seguimos manteniendo la distinción entre Filosofía y Poesía.

 

David López

Sotosalbos, enero de 2011.

 


*Jacobo Muñoz: Filosofía de la Historia (Origen y desarrollo de la conciencia histórica), Biblioteca Nueva, Madrid, 2010.