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Las bailarinas lógicas: “Física”.

 

 

“Física”. Durante muchos años esta bailarina lógica fue casi capaz de hechizarme del todo. De apresarme en su baile gigantesco pero finitizante. De separarme de la Filosofía: esa bailarina que es capaz de bailar en el infinito (en la no legaliformidad). Gozósamente. Valiéntemente. Entusiásticamente.

Física. Proviene de Physis, palabra griega para “Naturaleza”. ¿Alguien sabe o ha sabido jamás qué es eso de “Naturaleza”? Otra bailarina lógica. [Véase aquí].

En este texto me voy a ocupar de la Física. Con mayúscula. Como Filosofía. No me gustan las minúsculas. Presiento detrás de ellas una lima que me inquieta.

La imagen que flota en el cielo de este texto representa a uno de los físicos teóricos más importantes del siglo XX: Richard Feynman. Quisiera que se observase con atención su gesto extático, entusiástico, su mano extendida, bella, poderosa, hipnótica; y su vestimenta, en la que aparecen símbolos de su magia: de su Logos: del gran Logos de la Física. Quisiera que se viese en esa imagen a un chamán, a un sacerdote, poseído por una diosa matemática; porque las matemáticas serían, según este chamán, la única expresión posible del funcionamiento de la realidad, del universo: esa -según él- bellísima masa de átomos uniformes bailando al ritmo de leyes físicas, matemáticas…

Las teorías físicas de Richard Feynmann han servido de punto de apoyo para la última obra publicada por Stephen Hawking (que ha sido escrita, al parecer,  por él y por Leonard Mlodinow). La obra se titula, en español, El gran diseño; y es, en verdad, un gran diseño… poético: una combinación hechizante de símbolos: una combinación de “Universales” [Véase] que pretenden decir algo de lo inefable, finitizar el infinito, crear un cosmos donde fabricar y, a la vez, refugiar, una conciencia finitizada.

No pensaba leer la citada obra de Hawking y Mlodinow para escribir este texto. Tengo mi despacho abarrotado de libros de Física que merecerían mil años de vida en mil islas desiertas. Pero el jueves pasado se me estropeó, casualmente (mejor, causalmente), el coche. Y a partir de ese ‘hecho físico’ se desplegó una insólita cadena causal que culminó en un paseo por la calle Ferráz de Madrid. Y en un escaparate de esa calle me asaltó la portada de El gran diseño (Crítica, Barcelona 2010; traducción de David Jou i Mirabent). Decidí comprarlo —aunque desde el determinismo que este libro establece no tuve opción para no hacerlo— y decidí también, también sin libertad, dejarme devorar por él: por su Poesía voraz: por sus hechizantes combinaciones de “universales”. ¿Estaba ya en el gran diseño de los multiversos, ya programado, que yo leyera este libro?

La metafísica implícita en las ideas que expone este libro nos obliga a contestar que sí.

Llegué a mi casa, encendí el fuego y, en sincronía con mis abedules y un sol neblinoso, me puse a leer El gran diseño. En la frase número quince recibí el puñetazo de un patoso, como de bar de western light, sin mala intención, como recibido de un borracho bonachón, risueño, medio dormido:

“Tradicionalmente, ésas son cuestiones para la filosofía, pero la filosofía ha muerto. La filosofía no se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física. Los científicos se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda del conocimiento”.

Miré la foto de Mlodinow. El rostro de Hawking ya lo conocía. Es un icono del siglo XX, como el Che, Elvis o Bin Laden. Mlodinow, mucho menos conocido que Hawking, aparece en una de las solapas de este libro muerto de la risa. Respiré profundamente.

Esta obra de Hawking/Mlodinow está llena de bromas, chistes, caricaturas… y concluye con una frase en la que, tras dar las gracias a ciertos colaboradores, se dice: “Por otra parte, siempre supieron dónde hallar los mejores pubs“.

Pero aparte pubs, cervezas, risas y puñetazos bonanoches, este libro ofrece miradores privilegiados para asomarnos, desde la Filosofía (la mirada de las miradas), hacia eso que se cree el físico -o algunos físicos- que es la Naturaleza. No olvidemos que la Filosofía analiza, también, las miradas: intenta explicitar esa fantasía, esa ubicación invisible, donde se cree que está cualquier emisor de modelos de mundo. La Filosofía explicita la bellísima artificialidad de los modelos, con respeto, con fascinación hacia la belleza y la eficacia de la Física, desbroza caminos (Jaspers [Véase aquí]) para que no se cierre el camino a lo inefable, a lo metamodélico. A lo prodigioso. A lo real.

Antes de exponer lo que siente mi mente cuando entra en ella a bailar la “Física”, quisiera sugerir los siguientes lugares de estudio:

1.- Los presocráticos. Sus obras fueron “sobre la Naturaleza”. Pero esa “Naturaleza” excedía, con mucho, lo que los físicos estudian hoy.

2.- Concepciones físicas de Platón. Cabría entender las sombras que se presentan en la caverna si se acude a conceptos matemáticos, los cuales tendrían su hábitat fuera de la caverna: fuera, por tanto, de lo que muchos físicos contemporáneos denominan “naturaleza” o “universo/multiverso”.

3.- La Física en Aristóteles: estudio de las causas segundas. El tema fundamental sería el estudio, la explicación, del movimiento… Pero todo, según este gigantesco filósofo, se movería hacia Dios, por atracción irresistible… hacia un Ser que en realidad no nos amaría, pero cuya belleza inefable tendría hechizado al universo entero.

4.- Nacimiento y desarrollo de la Física moderna: Galileo. Newton. La panmatematización de la Naturaleza. Elementos generalmente no problematizados de la Física moderna: la Matemática como lenguaje (y como esencia) de la Naturaleza; tiempo y espacio homogéneos y no causales; lo cualitativo siempre reducible a lo cuantitativo; materia corpuscular (esencialmente muerta e inconsciente) en movimiento; eliminación de la posibilidad de la acción a distancia; capacidad del hombre para explicar los fenómenos naturales mediante modelos; legaliformidad. Negación absoluta, por tanto, de la libertad y de la creatividad.

5.- La Física contemporánea. Reconocimiento de que toda Física teórica sería una creación de metáforas útiles: símbolos no representativos de ninguna realidad en sí, útiles para ubicarse en una Naturaleza inefable (tan inefable como el propio Dios), que se deja conocer y no conocer a la vez: una Naturaleza que no termina de ser ni objetiva ni subjetiva. Hay una obra de gran utilidad para sintonizar con el imponente logos [Véase “Logos“] que cosmiza actualmente la conciencia de muchos importantes físicos: Diccionario de lógica y filosofía de la ciencia (Alianza editorial). Los autores son Jesús Mosterín y Roberto Torretti.

Una parte de mis ideas sobre la bailarina lógica “Física” la voy a ir exponiendo en relación al libro de Hawking/Mlodinow. Debo reconocer que la lectura de esta obra me ha estimulado mucho. También me ha irritado. Pero mi enfado se ha ido aflojando cuando me he dejado llevar, acríticamente, festivamente, crédulamente,  por el gamberro y a la vez grave ritual desde donde estos dos chamanes anglosajones y baconianos han preparado sus brebajes de palabras. Brebajes que, como veremos, ofrecen a ‘nuestra’ mente (único hábitat de cualquier universo o multiverso) imágenes fabulosas: sueños prodigiosos: Ideas [Véase] capaces de enamorar a nuestra conciencia y de sacarla de paseo por el infinito.

Ofrezco a continuación mis comentarios a algunas de las ideas que Hawking/Mlodinow han expuesto en El gran diseño. Muchas de ellas, como se verá, son realmente sorprendentes por su radicalidad metafísica (no física):

1.- “La filosofía ha muerto”. Lo dicen en la página 11. Pero esta obra tiene algo ‘cuántico’ (una cosa puede ser a la vez onda y partícula… La Filosofía está muerta y viva a la vez…). Creo que merece la pena reproducir aquí, ahora, unas frases que aparecen en la p. 53 de El gran diseño –poético/chamánicode Hawking/Mlodonow: “George Berkeley (1685-1753) fue incluso más allá cuando afirmó que no existe nada más que la mente y sus ideas. Cuando un amigo hizo notar al escritor y lexicógrafo inglés Samuel Johnson (1709-1784) que posiblemente la afirmación de Berkeley no podía ser refutada, se dice que Johnson respondió subiendo a una gran piedra para, después de darle a ésta una patada, proclamar: lo refuto así. Naturalmente, el dolor que Johnson experimentó en su pie también era una idea de su mente, de manera que no estaba refutando las ideas de Berkeley. Pero esta reacción ilustra el punto de vista del filósofo David Hume (1711-1776), que escribió que a pesar de que no tenemos garantías racionales para creer en una realidad objetiva, no nos queda otra opción sino actuar como si dicha realidad fuera verdadera”. No obstante estos breves temblores de lucidez, es cierto que esta obra de Hawking/Mlodinow no es filosófica: no hay en ella un análisis o problematización lógicamente rigurosa de los presupuestos desde los que se construyen sus teorías: no hay conciencia del modelo de totalidad desde el que se generan sus modelos de universo o de multiverso.

2.- La teoría unificada —teoría M— es plausible (p. 16). Predice que nuestro universo no es el único, que otros miles de millones de universos fueron creados de la nada. Hay que excluir la intervención de un Dios o cualquier otro ser sobrenatural. Me pregunto: ¿qué es “natural”? ¿Lo visible? En realidad la Física ha sido siempre una Metafísica pura y dura: ha ofrecido modelos de lo que no se ve (el átomo no se ve, ni la ley de la gravedad) para explicar lo que se ve… No, es más: lo que se ve se ve así porque hay instalado un modelo de mirada. Volvemos a los universales [Véase “Universales“].

3.- Miles de millones de universos surgen naturalmente de la “ley física”. “Cada universo tiene muchas historias posibles y muchos estados posibles en instantes posteriores, es decir, en instantes como el actual, transcurrido mucho tiempo desde su creación” (p. 16). El modelo de totalidad donde se vertebra la conciencia de Hawking/Mlodinow tiene un presupuesto crucial y muy “ciudadano”: la ley. La Física se basa en la creencia en una naturaleza legaliforme, radicalmente determinista, donde no hay libertad, solo obediencia, obediencia a entes platónicos: las leyes físicas, o la teoría M, que no son visibles, sino presupuestas, narradas (esas leyes, esas diosas) por los chamanes de este credo eficacísimo en nuestra tribu… tan eficaz como lo fueron y los son todos los credos en todas las tribus. Veo en la Física un monoteísmo radical, único en la historia de las religiones, sobre todo en la Física que intenta no ser transcendente, la que intenta negar a un Dios o a un alma transcendente. Se trataría de admitir la existencia y el poderío absoluto de una especie de Faraón cósmico, no antrópico morfológicamente, que tendría sometidos todos los rincones posibles del Ser (de lo que hay), por muy descomunal que sea eso que hay: miles de millones de universos, todos existiendo a la vez, pero todos esclavizados en definitiva. Creo que algunos físicos tienen una conciencia esclavista: observan fascinados el reino de su señor invisible y se contentan con hacer predicciones, como esclavos que conjeturan cuándo vendrán sus amos a darles la comida o cuando llegará el momento de su ejecución.

4.- “Este libro está enraizado en el concepto de determinismo científico, que implica que la respuesta a la segunda pregunta es que no hay milagros, o excepciones a las leyes de la Naturaleza”. La afirmación que acabamos de leer merece ser unida a ésta: “Si ya nos parece difícil conseguir que los humanos respeten las leyes de tráfico, imaginemos lo que sería convencer a un asteroide a moverse a lo largo de una elipse” (p. 29). Esta frase es contradictoria en una narración que establece el determinismo radical. Si no hay libertad en esta matriz matemática de multiversos que parece ser la así llamada “Naturaleza”, no cabe cumplir o no una ley de tráfico, la cual estaría vertebrada en el descomunal corpus jurídico que amordazaría el Ser (lo que hay) en su totalidad.

5.- Ideas/sorpresa que he encontrado en este libro importante: “Los realistas estrictos a menudo argumentan que la demostración de que las teorías científicas representan la realidad radica en sus éxitos. Pero diferentes teorías pueden describir satisfactoriamente el mismo fenómeno a través de marcos conceptuales diferentes”. Y proponen estos autores una especie de estrategia gnoseológica que denominan “realismo dependiente de modelo” (p. 54). Esta estrategia nos exigiría aceptar que no hay teorías físicas válidas en sí (que no hay una verdad física fuera del cerebro humano, si es que es humana esa cosa). En la p. 59 se llega a decir incluso que, para teorizar el origen del universo, el modelo de Física de San Agustín es tan válido como el que acoge al Big Bang. (!)

¿Qué siento en ‘mi’ mente cuando la bailarina “Física” entra a bailar en ella? Algo así:

Claustrofobia, admiración, rebeldía y mucho respeto por la gran cantidad de honestidad y de trabajo que despliegan sus fieles.

Se podría decir que hay que agradecer a la Física (y a la tecnología que se basa en esta ciencia) el que podamos volar: gracias al conocimiento de las leyes de la Naturaleza parece que —nosotros— hemos podido fabricar aviones.

Pero nosotros, los “seres humanos”, en realidad no hemos construido los aviones. Ni los teléfonos móviles. Ni los ordenadores. Ni internet. Según el determinismo radical desde el que está poetizado el libro de Hawking/Mlodinow, los aviones se han construido en el mismo taller matemático (la misma factoría lógica) de la que han brotado las galaxias, los mares o las sonrisas de los niños: todo lo que hay en todos los rincones de todos los universos posibles es consecuencia necesaria del despliegue de una diosa descomunal que mantiene atrapado y sacudido todo lo existente.

El Gran Algoritmo.

Y no solo no hemos construido (nosotros) los aviones, sino que tampoco hemos generado ninguna teoría física: los cerebros de Hawking y de Mlodinow estarían programados para generar unas ideas concretas, no otras, sobre qué demonios sea esto de la “Naturaleza” y qué leyes la dirigen. Hawking/Mlodinow serían chamanes anglosajones poseídos por una diosa matemática omnipotente, poseídos para cantar, para poetizar, para hechizar, con símbolos pre-programados, al servicio siempre del despliegue esa diosa implacable.

Tengo la sensación de que la Física teórica —como cualquier otro chamanismo lógico, como cualquier otra magia de palabras— mete conceptos en la mente del feligrés y crea en ella mundos fabulosos, eficacísimos siempre. Todas las Físicas han funcionado siempre: son pócimas de ideas, y las ideas mueven con más poder que cualquier “ley natural”.

Cualquier Física teórica, como la que nos ofrecen con tanto buen humor Hawking y Mlodinow, es Poesía [Véase], baile lógico: una coreografía concreta para símbolos arbitrarios: un coreografía para bailarinas lógicas admisibles en un determinado ritual religioso.

Al final del libro de Hawking/Mlodinow aparece un “glosario”. En realidad se trata de un desfile de bailarinas lógicas, de sacerdotisas, seleccionadas para este baile de la mente. Todas atentas a los movimientos de esa mano que aparece en el cielo de estas frases.

En cierta ocasión, explicando el decisivo tema de los “Universales” [Véase], pregunté a una alumna qué es lo que veía, en ese mismo instante, más allá de los posibles recortes que podía hacer su mente con el impacto brutal de “lo que se presenta”. Respondió: “Nada”. Esa fue la respuesta más sabia y libre que he oído jamás. Esto nos llevaría a la nada que quiso pensar Kitarô Nishida [Véase].

Para mí —para mi conciencia si se quiere, y si es mía— lo que se nos presenta no es un “universo”, ni “Naturaleza”: es pura singularidad, puro infinito, pura no-legaliformidad, pura magia/creatividad/libertad.

En el glosario a que antes he hecho referencia aparece una curiosa bailarina. Se llama “Renormalización”: “técnica matemática diseñada para eliminar los infinitos que aparecen en las teorías cuánticas”.

Decir “la Filosofía ha muerto”, que es lo que dice Hawking, es una forma de re-normalización; porque la Filosofía nos abisma en la más prodigiosa e insoportable inmensidad.

Yo no eliminaría los infinitos. Sacaría a la mente de sus cobijos. Esas “apariciones” coinciden con lo que Simone Weil llamó Gracia [Véase]. Son irrupciones de lo sagrado, del inquietante “Demonio” al que se refirió Stephen Zweig, pero vivifican los universos cerrados en los que, con su mejor intención, nos quieren co-esclavizar los físicos-esclavos. Aunque me temo que no hay “renormalización” capaz de quitar el olor a Infinito que tiene cualquier rincón de cualquier universo (de cualquier casita de chocolate para la mente).

Ese olor, ese olor sagrado, silencioso, hiperfértil (fascinante y desasosegante a la vez), es el que yo quisiera que tuviera este diccionario filosófico. Por eso lucho contra la “renormalización” de mi mente, y ofrezco en este blog mis crónicas de esa lucha.

David López

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