“Inteligencia”. El ojo rojo y frío que nos contempla desde el cielo de este texto pertenece a la película 2001 Odisea del espacio. Es algo así como la parte exterior del órgano de percepción de un ordenador — una “inteligencia artificial” — que ha tomado consciencia de sí misma, y que, al parecer, es capaz de auto-programarse al servicio de su propia supervivencia.
Mi intención es ocuparme de lo que haya detrás de la palabra “inteligencia” desde una perspectiva fundamentalmente metafísica: me interesa el modelo de totalidad que presupone ese fenómeno. El misterioso hecho de su existencia misma.
¿Qué es la inteligencia? ¿Es una buena herramienta para alcanzar la felicidad?
Sugiero la lectura de mi crítica sobre una interesante obra de José Antonio Marina que lleva por título Inteligencias fracasadas [Véase aquí]. Marina habla de una inteligencia social que podría estar influyendo decisivamente en nuestras vidas y que, a modo de mano de Escher, podría estar siendo influída a la vez por nuestra propia inteligencia individual (la otra mano de Escher). Pero ¿cual es el límite exterior de esa inteligencia social? Y, a la vez, ¿cuál es el límite interior de nuestra inteligencia individual?
¿De qué estamos hablando? ¿Podemos salir de los condicionamientos de nuestra inteligencia para acometer el análisis de eso que sea la inteligencia?
Etimología latina del vocablo: intus legere. Leer por dentro. ¿Leer qué? Creo que lo que se lee son ideas/conceptos a partir de los cuales se despliega una sucesión mecanizada de formas mentales. Así, la inteligencia — la inteligencia humana, y otras también, como las artificiales — serían instrumentos de creación de mundos. Creo que no se comprende ni se conoce nada: se representa, se fabrica, demiúrgicamente, robotizadamente.
El shakesperiano ordenador de 2001 Odisea del espacio (cuyo nombre de pila era HAL) solo ‘ordenaba’ información siguiendo órdenes: las órdenes de sus constructores-programadores (sus dioses, supuestamente los seres humanos). Esos somos nosotros, en principio. Pero, ¿no estará nuestra inteligencia también programada? ¿Cabe desactivar esa programación? ¿Sería eso lo que el hinduismo denomina “Moksa” [Véase]?
Veo un despliegue casi infinito de sistemas inteligentes palpitando en el prodigioso cuerpo del Ser (del Todo/de lo que hay). Y no son sistemas de conocimiento, sino de Creación: una descomunal maquinaria de auto-inoculación de sueños por parte de Algo que no es inteligente (no puede serlo porque es libre) pero que goza de omnipotencia.
Antes de exponer con más detenimiento estas ideas creo que puede ser útil enfocar nuestra mirada filosófica a los siguientes lugares:
1.- San Agustín. Distinción entre intelligentia (o intelectus) y ratio. Ambas son facultades del alma. La ratio (la razón) sería simplemente una serie de movimientos de la mente, saltos entre una proposición a otra. La intelligentia sería una facultad superior a la ratio y permitiría una visión, una visión interior de las realidades que están en el alma, gracias a la intervención de lo divino. Eso sería la iluminación. ¿Y qué hay en nuestro interior? ¿Un programa? ¿Para qué? ¿Al servicio de qué? ¿De nuestra plenitud? ¿Somos seres creados por amor, para nuestra propia gloria existencial, o hemos sido creados (como los ordenadores) para ser esclavos, para solucionar problemas de seres que nuestro programa nos impide detectar, o que nos obliga a visualizar como benéficos sin serlo? Creo que San Agustín respondería que somos ordenadores (ordenados, mejor dicho) que han sido fabricados por amor.
2.- Averroes. Los seres humanos no piensan. Hay un intelecto común — unitario — que piensa a través de ellos. Ese intelecto es la esfera inferior de toda la serie de inteligencias que han brotado de Dios. Cabría decir desde Averroes que la así llamada inteligencia artificial es una esfera más en esa sucesión. Y que quizás lleve dentro el mismo impulso del que sale todo. Los ordenadores, por tanto, no serían obra del hombre, sino de eso que el hombre llama a veces Dios y a veces Universo y a veces Naturaleza y, muchas otras, Materia.
3.- La inteligencia desde el punto de vista psicológico (o biológico si se quiere), como capacidad o función del cerebro (o del alma, o de la mente; como se quiera). [Véase “Cerebro“]. Desde esta perspectiva, se considera que la inteligencia es una capacidad de ciertos animales para captar el entorno en el que viven y poder adaptarse óptimamente a él. Se ha discutido mucho sobre las diferencias entre la inteligencia animal y la humana. Max Scheler [Véase] afirmó que lo que distingue al ser humano no es la inteligencia, sino la razón: la capacidad de aprehender esencias (el qué de las cosas, más allá de la utilidad que se pueda obtener por ese conocimiento). Así, desde Scheler, podría decirse quizás que hay un tipo único de inteligencia entre las inteligencias de la naturaleza: la de los filósofos (lo que, para mí, sería lo mismo que hablar de seres humanos en plenitud).
4.- Nietzsche. La inteligencia (la de los filósofos al menos) debe estar al servicio de la Vida (hay que escribir esta palabra con mayúscula cuando se cita a Nietzsche). Esa es su única razón de ser: coadyuvar a la obra maestra de la vida. La inteligencia no permite accesos a la verdad, sino que aumenta la capacidad de hechizo de la vida.
5.- Bergson. La inteligencia se opone a la vida, es su enemiga porque quiere medirla, cortarla, organizarla, sistematizarla. La intuición, en cambio, sí es un acceso a lo real, lo cual, finalmente, es inefable. Creo que debe leerse Memoria y vida; textos escogidos por Gilles Deleuze (Alianza Editorial, 2004). Y parece que lo que Bergson entendió por intuición es lo que Agustín de Hipona llamó intelligentia.
6.- María Zambrano. La búsqueda de sistema es consecuencia del miedo. Cabría decir, desde esta filósofa, que hay un tipo de inteligencia que necesita construir rápidamente universos cerrados, acogedores: que no resiste el contacto con lo esencialmente ininteligible; es decir: con lo real.
7.- Cibernética. El término, según José Ferrater Mora (Diccionario filosófico), lo introdujo André Marie Ampère en 1834. Pero su significado actual se lo habría otorgado Norbert Wiener en su obra Cybernetics (1949). La idea fundamental que presenta este autor es la de “control” y, también, “autocontrol” de los organismos y las máquinas. Por control se entendería “el envío de mensajes que efectivamente cambian el comportamiento del sistema receptor”. ¿Funciona así la Gracia [Véase]? ¿Habrá algún tipo de inteligencia superior a la nuestra, creadora de la nuestra, que influya en nuestro comportamiento diario enviando mensajes al corazón de nuestro corazón? Más preguntas: ¿Cabe el autocontrol? ¿Cabe una auto-cibernética? El Hatha-Yoga respondería que sí. Sartre [Véase] quizás también. Y diría este filósofo que estamos condenados a la autoprogramación. Que no podemos contar con servicios exteriores de informática. Eso sería un ateísmo consecuente según Sartre, lo cual convertiría al hombre en una nada omnipotente idéntica a la de Dios.
8.- Steven Johnson. Sistemas emergentes (Turner-Fondo de Cultura Económica, Madrid 2001). Los sistemas inteligentes se auto-configuran y surgen — en la Naturaleza, y en la sociedad — de abajo hacia arriba, de menor a mayor complejidad. Ningún elemento del sistema conoce las leyes que rigen ese sistema. La inteligencia brota ubicuamente, explota en todos los rincones de la materia. Volvemos al fuego de Heráclito.
A partir de aquí voy a exponer algunas ideas sueltas, todavía simples apuntes que requieren un trabajo posterior (como todo este diccionario en su totalidad):
1.- Creo que es de enorme interés la diferencia que San Agustín hizo entre intelligentia y ratio. El alma (la mente/el cerebro… como se quiera) tendría dos capacidades diferenciables. La primera permitiría ver ideas — ver incluso sistemas enteros, legislaciones, algoritmos, ideologías, discursos implícitos en el pensar humano; incluido el propio —. La segunda es más robótica, más algorítmica: es una especie de energía motriz que, a partir de una o varias órdenes, va encadenando modelos mentales (argumentos, inferencias) y, a la vez, las emociones unidas a esos modelos. La intelligentia podría hacerse equivaler con la intuición (noesis). La ratio con la dianoia. Esta última es más obediente, más redundante, más práctica quizás cuando un cosmos ha sido ya asumido y de él depende la supervivencia de esa inteligencia misma. La otra está, por así decirlo, iluminada por una visión meta-racional. Estaríamos quizás ante la irrupción de algún mensaje que viene de no se sabe dónde: una semilla cosmogenésica con capacidad de desplegar un universo entero en nuestra mente con la ayuda de la razón, entendida como inteligencia sometida a algoritmo.
2.- Considero que las inteligencias no se pueden medir más que desde dentro de sí mismas. Los criterios de medida están siempre cegados, sometidos, por el algoritmo que los posee, que les da existencia. Por eso creo que no se puede medir la inteligencia animal, ni la de las galaxias; si es que existen esas cosas más allá del algoritmo que tiene tomada mi lucidez; más allá del algoritmo que somete mi mente con una determinada estructura de universales [Véase “Universales“].
3.- Dios —entendido como “Dios metalógico” [Véase]— no puede ser inteligente porque no puede estar “ordenado”. Cabría considerarle, desde el algoritmo lingüístico que nos convoca en este texto, como la fuente no ordenada de toda posible ordenación. Una prodigiosa fuerza capaz de cualquier programa: capaz de crear cualquier inteligencia artificial. Pero la clave está en si ese ‘Ser’ ama o no (si se identifica o no con sus creaciones), si pone los programas al servicio de la plenitud existencial de sus criaturas.
4.- La Gracia sería, quizás, un mensaje privilegiado lanzado por el Gran Programadador a una de sus criaturas. La liberación (Moksa) sería la capacidad de des-programarse: de seguir consciente, en una finitud, mientras se recibe el impacto del infinito que constituye nuestro yo esencial.
La inteligencia es un misterio absoluto. Recuerdo que, de pequeño, con no más de cuatro años, contemplaba a los ‘mayores’ como si estuvieran hipnotizados, como si pertenecieran a un mundo empequeñecido, como si estuvieran ciegos, como marionetas en una sagrada función teatral. Pero eran marionetas que me amaban y a las que yo amaba. Ilimitadamente. Con el tiempo me fui integrando en esa obra de teatro y, de pronto un día, los niños aparecieron como seres con una inteligencia aún no desarrollada.
Tengo la intención de analizar en profundidad estas sensaciones abisales de mi infancia. Mi inteligencia actual no las entiende. Es como si formaran parte de otro mundo.
En un futuro intentaré desarrollar lo que entiendo por meta-inteligencia. Adelanto que sería algo así como una inteligencia que se observa a sí misma desde donde ninguna inteligencia puede llegar. Quizás haya que desarrollar también las posibilidades de un neologismo que sería “exteligencia”.
David López