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Las bailarinas lógicas : “Matemática”.

 

 

“Matemática”.

¿Por qué me produjo siempre tanto rechazo esta bailarina?

Recuerdo aquellas pizarras oscuras como universos sin estrellas y sin almas en las que los profesores dibujaban la antítesis del olor a lilas que, en mayo, salvaba mi colegio.

Recuerdo mi estupor ante aquellos cadáveres de tiza que bailaban, disciplinados, patéticos, fieles a un dios oculto y despiadado que castigaba a los impíos con un verano sin piscina infinita.

Yo siempre me salvé de esa condena, no por devoción, sino por instinto de supervivencia: de supervivencia de mis sentidos y de mi imaginación.

La Matemática.

¿Es la ciencia de lo real de verdad? ¿Estamos en algo sometido a leyes simbolizables matemáticamente? ¿Existen los entes matemáticos más allá de la razón puramente humana? ¿Lo que ocurre es solo lo que permite la Matemática que ocurra? ¿Cómo podemos fundamentar la propia Matemática?

Dijo Einstein que en “la medida en que las proposiciones matemáticas se refieren a la realidad, no son ciertas, y en la medida en que son ciertas, no son reales”.

¿Entonces?

Matemática. Matemáticas…

Decían mis profesores que eran imprescindibles y que a ellas -¿ellas, en femenino?- les debíamos las delicias de nuestra tecnología: los puentes, la luz artificial que alumbraba aquellas aulas, los aviones, los coches, los satélites que miraban a la pizarra sin fondo del universo… Pero no recuerdo que nadie me hablara de la música, o puede que sí lo hicieran, pero también sin vida. Y quizás por eso mi cerebro (mi huerto infinito), que solo quiere fertilidad, lo haya olvidado.

Dicen las leyendas de la historia de la Filosofía que en la puerta de la Academia de Platón había un cartel que decía:

“¡Que no entre quien no sepa geometría!”

Yo no hubiera entrado. Nunca. No sé geometría. Pero esta frustración hubiera sido mayor si ese requerimiento lo hubieran establecido Tales de Mileto, o Nagarjuna, o Eckhart, o Nietzsche, o la propia María Zambrano, que, ante mi asombro –mi asombro por ignorancia- terminó por ubicarse en la tradición órfico-pitagórica: los devotos de los números.

Para Leibniz la Música era un inconsciente ejercicio de Matemáticas. Schopenhauer no estaba de acuerdo: la Música, para aquel Nietzsche al revés, era una forma de filosofar.

Y es que para Schopenhauer la Música expresaba mejor que la Filosofía la esencia del mundo (la esencia del infierno, pues este mundo sería el mal… una sublimación del mal, podríamos decir, que ofrecería paraísos sensitivos en el infierno).

Octavio Paz, el embajador-poeta, definió la Poesía como una mezcla de pasión y cálculo. Esta reflexión me recuerda la bailarina “Infinito”, donde sentí que no cabe imaginar existencia sin límite: un cosmos –eso que hace posible que algo sea algo en algo- requiere un aparato matemático: un sistema de límites que dibujan y desintegran bailes y bailarines en el magma de la Materia.

¿Es un Logos -un Verbo- la Matemática? María Zambrano sintió que estaba antes el ritmo -la Música- que la propia palabra. Sería así quizás la Matemática el fondo, el esqueleto inerte pero dinámico, mutante, de ese fuego consciente, hiperregulado e hiperregulador, del que habló Heráclito.

Pero para mí la Matemática –esa osamenta de la Música- ha sido siempre lo contrario: traía el infierno a mi mundo sin infiernos (eliminaba su color y su calor: lo empequeñecía, le quitaba fecundidad y posibilidad). ¿Por qué? Intentaré entenderlo, espero, mientras preparo este texto sobre las Matemáticas.

Y creo que me será útil ordenarme –matematizarme- así:

1.- Cuestiones básicas de la filosofía de la Matemática: la naturaleza de los entes matemáticos; la fundamentación de la Matemática; relación entre la Matemática y las ciencias en plural; la relación entre la Matemática y la realidad.

2.- El gran descubrimiento de Galileo: reducir todo a cualidades primarias, a lo que se puede medir. La gran lucidez de Berkeley: no se pueden separar las cualidades primarias de las secundarias: ese mundo “primario” no existe, es una abstracción. Un error. Útil.

3.- Leibniz, Schopenhauer y la Música.

4.- María Zambrano y “los números del alma”. Debe leerse El hombre y lo divino. Y también este precioso ramo de lilas de Clara Janés: María Zambrano (Desde la sombra llameante), Siruela, 2010.

Comparto ahora algunas reflexiones personales (y provisionales… yo soy también, de hecho, meramente provisional):

1.- La Matemática simbolizaría la Música de fondo que mueve un determinado cosmos. En cualquier cosmos –en cualquier Maya- todo ocurre conforme a una Música, que es un sonido –un latido caliente- que proviene de un corazón. Un corazón vivo, o al menos ansioso de vida.

2.- Si me dejo arrastrar por el autohechizo lógico anterior –y me voy a dejar- llegaría a la conclusión de que la Matemática expresa los latidos del corazón de un Dios (Dios entendido, claro está, como “Dios lógico”).

3.- Razón tenían –solo razón- los que querían enseñarme a bailar Matemáticas. Son útiles. Recordemos la “Materia” [Véase]: esos leños para construir cosas, que se sujetan juntos si quien los coloca sabe de baile. En caso contrario los constructos de leños se desmoronan. Y estamos aquí para construir; porque quizás, como vimos con las palabras “Aufhebung” y “Fe”, estamos involucrados en una gigantesca y prodigiosa construcción.

3.- Al ocuparme de la palabra “Logos” [Véase] confesé mi fascinación, y mi amor incluso, hacia el Logos –el orden- que me rodeó y me sustentó tras una noche en la que mi conciencia se vio arrastrada por viscosas cataratas de sueños, digamos, “metalógicos” (o “metamatemáticos”). Los sueños no parecen disponer de ese esqueleto bailarín y apaciguador que es la Matemática.

4.- Si la Matemática es símbolo del latido del corazón de un Dios -de un Dios con más carne que ningún humano-, entonces aquellos garabatos de tiza en las pizarras de mi infancia estaban aún calientes, por así decirlo, por la ilusión, y por la pasión, implícitas en cualquier Creación.

5.- Yo nunca supe ver que lo que el profesor pintaba en la pizarra podía ser, quizás,  lo que hacía posible el olor de las lilas (y quizás también la mirada furtiva de una niña rubia, metafísica, que incendiaba mi pecho en aquellas clases de Matemáticas).

6.- Finalmente quisiera sugerir la posibilidad –ya teológica- de que quepan tantos sistemas matemáticos coherentes como Creaciones posibles en la mente de Dios (¿hay alguna imposible?). Los que sepan de Matemáticas quizás piensen en David Hilbert.

7.- El infinito puede ser finitizado –musicalizado- de infinitas formas. La Matemática sería una Música que pondría en movimiento una finitud, y que regularía sus posibles mutaciones. Pero lo haría desde dentro de un pecho: ese que quiso que existiera un mundo donde hubiera lilas y miradas incendiadas y cielos como pizarras.

Si Dios es un matemático, es sin duda un matemático apasionado; es decir: un músico.

David López

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