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Diccionario filosófico: “Metafísica”.

 

 

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Metafísica.

A esta palabra, a esta bailarina lógica, se le ha dicho muchas veces que no baile. O que baile, al menos, fuera de la pista en la que bailan las bailarinas de la Verdad, esas que llevan como nombres “Hecho”, “Física”, “Matemática”, “Conocimiento”, “Pragmatismo”, “Positivismo”.

Se la ha expulsado, paradójicamente, desde posiciones metafísicas más o menos inconscientes.

Una aproximación simple a esta palabra: creer en la Metafísica es creer en que hay algo -que no se ve- que mueve lo que se ve. La Física moderna, que afirma estar liberada de toda Metafísica, cree que hay algo que no se ve -las leyes de la Naturaleza- que mueven todo lo que se ve.

La palabra parece que la inventó Andrónico de Rodas en el siglo I a.C. Bajo ese símbolo -“Metafísica”- se agrupó una serie de escritos de Aristóteles que se ocupaban de lo que este filósofo denominó “Filosofía primera”, “Teología” o “Sabiduría”. Estos libros fueron colocados después de los ocho que componían la “Física”. Así, una opción bibliotecaria instauró ya un visión sobre la totalidad: habría algo que estudiar, que pensar, que decir a otros, de lo que está detrás de la Física (entendiendo por “Física” lo que se presenta más o menos inmediatamente ante los sentidos).

Pero, ¿qué se presenta ante los sentidos? ¿Alguien lo sabe? ¿Qué vemos? ¿Alguien ve algo si se le pregunta qué ve, qué ve en la totalidad del ver?

Y, sobre todo: ¿cómo sabemos que, efectivamente, hay algo fuera de los sentidos “presentándose”, disponible para ser incardinado en un modelo mental de naturaleza verificable… con los sentidos? ¿Cómo salir de los sentidos para “ver” si hay algo más allá de ellos?

José Ferrater Mora, en su Diccionario de Filosofía, afirma que no hay nada que pueda llamarse “la metafísica”: “Hay modos de pensar filosóficos muy diversos que conllevan diversos tipos de metafísicas, a menudo incompatibles entre sí”. Bueno, esa fue su Metafísica: la creencia en que existe pensamiento humano y modos distintos de pensar lo pensable.

Un primer uso de la palabra Metafísica (un uso que creo que puede ser útil para vislumbrar el poderío de las bailarinas lógicas que bailan en este diccionario) sería el que la convierte en sinónimo de la palabra “Filosofía”, pero en el sentido de Filosofía radical: aquella que aspira a dibujar un modelo donde se expliquen todos  los hechos que se presentan en nuestra conciencia. Son muchos, ¿no? Salvo que hagamos el truco de coger sólo lo que interesa a nuestras hipótesis. a esos sistemas legaliformes en los que nos cobijamos. ¿Cabe vivir en la intemperie meta-sistémica? Sí. De hecho es ahí donde vivimos.

¿Diferencia entre Metafísica y Filosofía? Hay filosofías que niegan, o prohíben, la Metafísica.

La Metafísica (más allá de que sepamos cuál es su objeto de estudio) podría ser entendida como una especie de competición entre retratistas: dibujantes que aspiran a hacer el dibujo final: el dibujo donde se armonicen todos los dibujos. Así, un buen sistema metafísico -como el que intentó crear, entre otros, Schopenhauer- debería integrar y explicar el mundo entero (solo el mundo), incluidas las teorías metafísicas que compiten dentro de él, y el hecho de que exista esa competencia entre retratistas.

Pero la bailarina “Metafísica”, y también las que prohíben que baile, presuponen un modelo de totalidad. La negación de la Metafísica es una metafísica. Ese modelo de totalidad, en el caso de la Metafísica entendida como actividad filosófica radical, implica la aceptación del dualismo: hay un objeto (la realidad en sí) y hay un sujeto: el filósofo-metafísico (o el científico de la totalidad, si se quiere) que quiere conocer lo que hay y apresarlo en conceptos comunicables a otros pensadores de su tribu. Eso ya es dar por real ese dualismo. Eso es ya creer en una Metafísica.

¿Cabe, entonces, saber algo, sentir (intelectualmente si se quiere)  lo que hay? Pero, ¿qué hay? ¿Qué es el Ser? ¿Qué presupone el mero hecho de construir la pregunta sobre el “qué”?

¿No será que todo sistema metafísico es ya una forma de conocer, una música inconsciente desde la que mira al infinito (la Nada si se quiere)?

¿No será que eso que se denomina “Física” ofrece modelos que dan sentido a los hechos que una Metafísica, digamos “inconsciente”, suministra? Esto suena algo a Kant. Y a Berkeley. Pero no del todo.

Pero, ¿y si lo que hay fuera libre? Me refiero a la posibilidad de una Metafísica no legaliforme. Aseidad. Aquí ya nos alejaríamos de la Filosofía, incluso de la Teología, y nos adentraremos en ese camino de gloriosa disolución de toda legaliformidad que es la Mística: nos adentraríamos en el silencio del que nacen todos los modelos de totalidad: todas las metafísicas posibles: todas las formas que el infinito tiene de autoconfigurarse y de autocontemplarse.

Y todo por arte de Magia: la única realidad metafísica que considero seria.

Nos adentraríamos en esa Tiniebla a la que me refiero con ocasión de la palabra “Luz” [Véase].

Antes de desarrollar  con algo más de detalle las sensaciones que he expuesto anteriormente, creo que puede ser de gran utilidad hacer el siguiente recorrido:

1.- La Metafísica de Aristóteles. La ciencia que estudia las primeras causas. Estamos ante la “Filosofía primera”. Ante la Teología si se quiere. Creo que no debería uno perderse la joya editada por Gredos, a partir de la traducción trilingüe de  Valentín García Yebra. Dice Aristóteles (Libro I, 2):

Pues esta disciplina comenzó a buscarse cuando ya existían casi todas las cosas necesarias y las relativas al descanso y el ornato de la vida. Es, pues, evidente, que no la buscamos por ninguna otra utilidad, sino que, así como llamamos hombre libre al que es para sí mismo y no para otro, así consideramos a ésta como la única ciencia libre, pues ésta sola es para sí misma. Por eso también su posesión podría con justicia ser considerada impropia de un hombre. Pues la naturaleza humana es esclava en muchos aspectos; de suerte que, según Simónides, “sólo un dios puede tener este privilegio”, aunque es indigno de un varón no buscar la ciencia a él proporcionada. Por consiguiente, si tuviera algún sentido lo que dicen los poetas y la divinidad fuera por naturaleza envidiosa, aquí parece que se aplicaría principalmente, y serían desdichados todos los que en esto sobresalen. Pero ni es posible que la divinidad sea envidiosa (sino que, según el refrán, mienten mucho los poetas), ni debemos pensar que otra ciencia sea más digna de aprecio que ésta. Pues la más divina es también la más digna de aprecio. Y en dos sentidos es tal ella sola: pues será divina entre las ciencias la que tendría Dios principalmente, y la que verse sobre lo divino. Y ésta sola reúne ambas condiciones; pues Dios les parece a todos ser una de las causas y cierto principio, y tal ciencia puede tenerla o Dios solo o él principalmente. Así, pues, todas las ciencias son más necesarias que ésta; pero mejor, ninguna.

¿Habrá algo -un Dios- que de verdad sepa qué pasa aquí, qué se está moviendo en este gigantesco océano? ¿Y será posible que ese conocimiento, esa macro-Verdad, sea accesible a la condición humana? Aristóteles, al parecer, creyó que sí. ¿No fue la suya una fe prodigiosa en el ser humano?

2.- La postura de Kant: la Metafísica, como ciencia, no permite conocer nada, pero es inevitable, y nos mueve, nos empuja, hacia el infinito. Kant prohíbe el baño en el océano metafísico que rodea la isla del conocimiento posible. Pero describe un enorme modelo de totalidad (un modelo metafísico) sin posibilidades de verificación fuera de la maquinaria psíquica que él mismo describe (una maquinaria psíquica, la humana, capaz de crear una naturaleza newtoniana dentro de sí misma, a partir de algo exterior que esa maquinaria no puede conocer; ni ver siquiera).

3.- Schopenhauer: la Metafísica sólo se ocupa del mundo. Ese es su límite como ciencia: la ciencia que más datos es capaz de recoger en sus modelos. La Metafísica completaría por tanto a la Física en su intento de convertir el mundo en conceptos comunicables.

4.- Los anti-metafísicos: de Hume al neopositivismo, pasando por Compte, y culminando en el Círculo de Viena (una red de mentes hechizadas por Wittgenstein; y abandonadas más tarde por su hechicero: abandonadas en el abismo de la falta de fe en “lo puesto”, en lo “físico de verdad”, en lo “no-metafísico”). Todas la posturas anti-metafísicas presuponen una metafísica, ferrea, que vertebra mentes y miradas: lo que el anti-metafísico llama “Física” es, en realidad, una fantasía provocada por una metafísica inconsciente.

5.- Ortega y Gasset: La “ante-física”. En varios lugares de este diccionario he recomendado esta obra excepcional: ¿Qué es filosofía? Bajo este título se agruparon once conferencias que impartió Don José en 1929. La primera tuvo lugar en la Universidad Central, que fue cerrada por razones no metafísicas. O quizás sí. Las demás fueron acogidas, primero en la sala Rex de Madrid y después, por el exceso de asistentes, en el teatro Beatriz. La Metafísica en el teatro. En el teatro del Mundo.

En la transcripción de lección cuarta se puede leer lo siguiente:

Donde acaba la física no acaba el problema; el hombre que hay detrás del científico necesita una verdad integral, y, quiera o no, por la constitución misma de su vida, se forma una concepción enteriza del Universo. Vemos aquí en contraposición dos tipos de verdad: la cíentífica y la filosófica. Aquella es exacta pero insuficiente, esta es suficiente pero inexacta. Y resulta que esta, la inexacta, es una verdad más radical que aquella -por tanto, y sin duda, una verdad de más alto rango-, no solo porque su tema sea más amplio, sino aun como modo de conocimiento; en suma, que la verdad inexacta filosófica es una verdad más verdadera.

Y leemos también en la transcripción de esa lección cuarta:

No será nuestro camino ir más allá de la física, sino al revés, retroceder de la física a la vida primaria y en ella hallar la raíz de la filosofía. Resulta esta, pues, no meta-física, sino ante-física. Nace de la vida misma y, como veremos muy estrictamente, esta no puede evitar, siquiera sea elementalmente, filosofar.

Pero en realidad Ortega está hechizando y siendo hechizado por una metafísica: ¿qué es eso de “la vida misma”? ¿Alguien lo sabe? Creo que la creencia de Ortega en eso de “la vida” como dato inmediato tiene una textura lingüística: es un modelo de totalidad fabricado por bailarinas lógicas (esos seres que contemplo, estupefacto, en el presente diccionario).

6.- La Física moderna:u conversión en pura especulación metafísica si consideramos las reflexiones de tres epistemólogos del siglo XX (Popper, Lakatos, Feyerabend). Considero que toda Física es siempre una Metafísica: básicamente porque sus postulados hablan de lo que se no ve: las leyes de la Naturaleza no son perceptibles, sino inducibles-deducibles. Como se quiera. ¿Postulables para dar explicaciones a las cosas, a las pocas cosas que se “ven”? No. No se ve nada. Para ver algo -para que haya cosas como “los átomos”- hay que dejar que funcione una maquinaria lingüística. Un sistema determinado de universales [Véase “Universales“].

Creo, además, que conocemos lo que nuestro cosmos [Véase cosmos] permite que conozcamos: él nos ofrece una determinada forma de cobijarnos (y de cobijar nuestro filosofar) en el infinito. Así, cualquier sistema metafísico, si es que ordena totalidades de hechos, está limitado a esos hechos, los cuales jamás serán todos los hechos. Porque todos los hechos no están ahí, sino que son construibles: son fruto de la Magia [Véase Magia]: de eso de verdad “serio” que está en el fondo de todo lo que ocurre ante cualquier conciencia.

En cualquier caso, la Metafísica -como mera actividad del intelecto si se quiere- es una de las actividades más sublimes que podemos practicar en cuanto seres humanos. Aunque sospecho que cuando se filosofa de verdad, cuando somos radicalmente metafísicos, no somos exactamente “humanos”; o mejor al reves, de acuerdo: dicho desde Aristóteles: cuando filosofamos -cuando somos metafísicos activos y conscientes- es cuando actualizamos plenamente nuestra condición de hombres: cuando damos nuestro máximo: cuando llegamos a ser quienes somos.

¿Y quienes somos? Creo que somos esa Tieniebla a la que me refiero en la palabra “Luz” [Veáse “Luz“]: algo incognoscible, inifinitamente misterioso y oscuro, pero capaz de irradiar luz para todos los mundos posibles.

E imposibles.

Fichte dijo que “nada ilumina al yo, sino que él mismo es luminoso y la absoluta luminosidad”.

La imagen que preside este texto se dice que corresponde a Aristóteles. Yo creo que este gran filósofo disfrutó, de verdad, quizás no de La Verdad, sino del inefable placer que se siente al mirar y pensar lo que se presenta en la inmensidad de “nuestra” conciencia.

El sublime placer de la Metafísica. La Metafísica no sirve para nada. Es un fin en sí mismo. Alguien podría llegar a pensar que quizás ese sea una de las razones por las que mereció la pena crear un mundo. Un mundo muy misterioso.

Coincido con Friedrich Schlegel en la idea de que un mundo que fuera plenamente conocido sería espantoso (por aburrido sobre todo).

Sin duda la inconoscibilidad radical del mundo -o de “lo que hay”- aumenta su fuerza y su belleza.

David López

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Nueva crítica literaria: Jacobo Muñoz ante el infinito de la Historia.

 

Os ofrezco a continuación una crítica que ha sido publicada en el número 726 de Cuadernos Hispanoamericanos (Agencia Española de Cooperación Internacional). Las demás críticas que he realizado son accesibles desde [aquí].

Y os deseo, de paso, un año que justifique y que dé un enorme valor a vuestra vida entera.

* * * * *

Jacobo Muñoz frente al infinito de la Historia

Jacobo Muñoz ([1]) se ha enfrentado al infinito de la Historia en un libro importante, un libro que, en mi opinión, debe ser leído en este momento histórico. Su título es Filosofía de la Historia (Origen y desarrollo de la conciencia histórica). Y creo que debe ser leído porque ofrece una rigurosa amplificación y una fecunda problematización de nuestra mirada a “lo histórico”,  a lo que “de verdad” ha pasado, a eso que, en muchos casos, fabrica el sentir –soñar/amar/odiar- de los hombres y de los pueblos.

Vivimos tiempos, especialmente en España, en los que el debate político se nutre, con renovada pasión, de relatos históricos estandarizados. Son tiempos éstos, como todos, que requieren sosiego y lucidez: lucidez para no vivir con los ojos y los corazones demasiado empequeñecidos por una teoría histórica.

En la obra de Jacobo Muñoz leemos lo siguiente: “Todo hecho es ya teoría”.

Se trata de una cita de Goethe, inquietante, fértil, exigente en exceso. Como oportunamente destaca Jacobo Muñoz, esta cita la utilizó Ortega en su introducción a las Lecciones de Filosofía de la Historia de Hegel.

Ortega también utilizó esta cita de Hegel:

“El historiador corriente, mediocre, que cree y pretende conducirse receptivamente, entregándose a los meros datos, no es, en realidad, pasivo en su pensar. Trae consigo sus categorías y ve a través de ellas lo existente”.

Pero tanto Ortega como Hegel, a pesar de su potencia filosófica, y de su capacidad para tomar cierta distancia de las teorías y sus hechizos, creyeron en la Historia en sí: en que efectivamente ha habido una racional (y por tanto cognoscible/lingüistizable/colectivizable) concatenación e interrelación de hechos concretos, ontológicamente independientes del hecho (también histórico) de ser o no pensados por un ser humano. Y que merece la pena estudiar esos hechos concatenados, narrarlos, incorporarlos a los planes de estudio.

Jacobo Muñoz también parece creer en la utilidad, en la salubridad, de las ciencias que se ocupan de la Historia y, por tanto, de los relatos históricos. Esto nos dice en los últimos párrafos de su obra:

“No hará falta insistir más, llegados a este punto de nuestro razonamiento, en la crisis contemporánea de la creencia en un curso histórico único, pautado por una lógica interna llamada a encaminarlo hacia un determinado fin, sea la salvación, el progreso o el reino de la libertad –de la “verdadera historia”, como escribió Marx-. Ni en la consiguiente puesta en cuestión de una cultura, de un sentido de nuestro vivir en el tiempo e incluso –o sobre todo- de nuestra percepción del futuro, totalmente desvalorizado hoy en nombre de un presente casi eternizado […] Y si el pasado queda así, y en este preciso sentido, abierto, abierto queda también el futuro, con la consiguiente incitación a asumir, más allá de la cultura de la necesidad y el automatismo, de la redención y la promesa, una cultura de la conjetura racional, del método de ensayo y error, de la precisión y del reconocimiento de la complejidad. Resultaría difícil, por todo ello, poner en duda que la verdad histórica, entendida más como una instancia normativa capaz de alentar un proceso inacabable que como algo ya definitivamente conseguido, no puede ser monopolio de nadie y sí obligación de todos”.

Habría, por tanto, una verdad histórica (una “Historia en sí”) dispuesta a ser reconstruida, y estudiada, tanto en sus hechos aislados como en las leyes internas que enhebrarían esos hechos. Y ese estudio –“inacabable”- sería algo necesario, ineludible, para que los seres humanos (en conjunto, hemos de suponer) caminen hacia un futuro mejor.

¿Qué es un futuro mejor?

En este libro de Jacobo Muñoz podemos encontrar, entre otras muchas cosas, diversos modelos de “futuro mejor”, según han ido apareciendo a lo largo de la Historia. Pero “Historia” es una palabra ambigua. Y es de enorme relevancia filosófica tomar conciencia de esa ambigüedad (p. 14):

“Importa partir del reconocimiento –una vez más- de una ambigüedad. Ambigüedad no por repetidamente citada menos relevante para, y aún determinante de, la problemática que nos ocupa. Máxime cuando en este caso se trata de una doble ambigüedad. Como “historia” hay que entender tanto las res gestae, lo acontecido como tal, el flujo histórico en su propia materialidad, cuanto la “narración”, “reconstrucción” o “estudio científico” de ese acontecer ya consumado, la historia rerum gestarum. Reconstrucción discursiva, desde luego, y en consecuencia sujeta a la lógica misma de la palabra”.

Consciente de esta ambigüedad, y desde ella, Jacobo Muñoz describe así su libro (p. 13):

“Las siguientes páginas, escritas en un momento de incertidumbre y perplejidad, de escepticismo histórico, de presunta posthistoire e incluso de puesta en cuestión –una vez más- del sentido mismo de la historia como disciplina, están dedicadas a las grandes filosofías especulativas de la historia, en el orden de su sucesión efectiva, y al proceso de constitución de la historia como “ciencia” a partir de y en cierto modo contra aquellas. Un proceso que no deja de ofrecerse él mismo como un interesante objeto de estudio no sólo para el filósofo de la historia –tanto si se reconoce como tal, como si lo es, al modo de Jacob Burckhardt, a pesar suyo-, sino, y además, en grado no menor, para cuantos se limitan a hacer suyo el imperativo de “pensar históricamente””.

Esa sucesión de filosofías especulativas de la Historia la despliega Jacobo Muñoz en seis capítulos a lo largo de los cuales fluyen frases arquitectónicamente imponentes, construidas a partir un exquisito dominio del lenguaje, sin miedo a utilizar una puntuación compleja (muy dinámica, muy proteica), aunque, en ocasiones, las subordinadas son demasiado largas e incómodas.

Sirva el siguiente párrafo tanto como prueba de lo dicho, como de explicación de qué es eso de “Filosofía de la Historia” según Jacobo Muñoz (p. 16):

“Como “filosofía de la historia” cabe, en efecto, entender tanto la reflexión de cuño teológico o metafísico-especulativo, según las épocas y los autores, sobre el sentido del acontecer histórico, de acuerdo con la tesis, mil veces defendida y mil veces reelaborada, de la existencia de un principio en base al que “se ponen en relación acontecimientos y consecuencias históricas, refiriéndolos a un sentido último” [la cita es de Herder], cuanto, más “contemporáneamente” la reflexión crítica, de segundo orden o propiamente “metalingüística”, acerca del discurso histórico como tal”.

Filosofía. Historia. Tiempo. Lenguaje. Podría decirse que Jacobo Muñoz, en este libro, ha posado sus ojos de filósofo en lo que ya no es (el “pasado”/la nada), y en las teorías, también pretéritas, sobre eso que sea “la Historia” (su “textura ontológica”, diría Ortega). Y lo ha hecho desde un “presente” (¿el suyo? ¿el de todos?) que él define como de “incertidumbre y perplejidad” (p. 13).

Pero cabría decir también que eso que ahora ya no es, eso del “pasado de la Humanidad” y sus hechos, tiene riqueza suficiente para ser configurado –discursivamente- hasta el infinito. Y sin renunciar por ello a la honesta y rigurosa búsqueda de la verdad. La Historia, en cuanto narración (incluidas las narraciones sobre las narraciones), aunque mire para atrás, es algo que ocurre siempre en el presente. Ahí, en el presente, es donde se siente y se configura el pasado. Ahí es donde vibran los efectos de las narraciones (siempre superables, siempre expuestas a ser falsas, siempre sospechosas de estar al servicio del poder; o de los distintos poderes, políticos, intelectuales,  que quieren todo para ellos). Cabría decir que la “Historia” solo afecta al presente, solo ocurre en el presente: que el pasado es inefable. O, al revés, que es el presente el que decide qué ocurrió en el pasado: que es el presente, por así decirlo, la clave genésica de lo histórico. En esta cita de Orwell, recogida por Jacobo Muñoz al comienzo de su obra (p. 11), podría estar retirado un velo crucial:

“Quien controla el pasado controla el futuro, y quien controla el presente controla el pasado”.

Pero, ¿quién/”qué” controla el presente?… este presente. ¿Quién/qué, por lo tanto, decide qué ocurrió en eso que sea “el pasado” y decide lo que podemos esperar del futuro?

Hay un momento en este buen libro de Filosofía que puede ofrecer alguna luz para acometer esta pregunta; aunque sea una luz en cierta forma “inhumana” (P. 292):

“Optaba así [se refiere a Lévi-Strauss], como tantas veces se ha señalado, por el sistema frente al viejo sujeto intencional, consciente y protagonista, como es bien sabido. Nada más lógico: si Saussure representaba para Lévi-Strauss la “gran revolución copernicana” en el ámbito de los estudios del hombre es precisamente por “haber enseñado que la lengua no es tanto propiedad del hombre como éste propiedad de la lengua”, lo que para él no viene a significar sino que “la lengua es un objeto que tienes sus leyes, que el hombre mismo ignora, pero que determina rigurosamente su modo de comunicación con los demás y, por tanto, su manera de pensar”.

Estamos ante una idea –ciertamente espeluznante, pero también prodigiosa- que fue proclamada hace milenios en la India, y recogida en el Rig Veda (10.125). Es el himno a Vak (la palabra). O de Vak, en realidad: “Ellos no lo saben, pero habitan en mí”.

En cualquier caso, el hábitat de palabras que ha escrito Jacobo Muñoz (o que la palabra ha escrito a través de eso inefable que sea Jacobo Muñoz) ofrece una gran experiencia filosófica. Y poética. Si es que seguimos manteniendo la distinción entre Filosofía y Poesía.

 

David López

Sotosalbos, enero de 2011.

 


*Jacobo Muñoz: Filosofía de la Historia (Origen y desarrollo de la conciencia histórica), Biblioteca Nueva, Madrid, 2010.

Las bailarinas lógicas. “Filosofía”.

 

 

“Filosofía”.

Estoy perdidamente enamorado de esta bailarina lógica. Desde hace más de treinta años. Y ya para siempre. Eternamente, espero.

La conocí en 1978. Yo tenía catorce años y ella varios miles. Ocurrió en el instituto Jaime Ferrán de Villalba (Madrid). A partir de entonces el mundo, y mi mente, y quizás mi corazón, iniciaron una expansión infinita. O, mejor dicho, un regreso a inmensidades que sentí cuando era un niño de pocos años (no más de seis).

Recuerdo a dos profesores de aquel instituto, pero no sus nombres. Uno de ellos había trabajado en la ONU, tenía gafas redondas y convocó un concurso filosófico con el lema “Libertad y autoridad”. Yo me presenté con un trabajo en el que afirmé que era necesaria la autoridad porque no había libertad: que el hombre libre no necesita la autoridad. Sigo pensando lo mismo. Gané aquel concurso y sentí una enorme felicidad.

Sí recuerdo haber leído a Locke pensando el pensamiento. Y a Nietzsche gritando eso de que Dios había muerto. También recuerdo haber pasado decenas de horas virtuales en las habitaciones, y en las terrazas, y en los jardines, de la Montaña Mágica de Thomas Mann. O haberme sorprendido de que el Sidhartha de Hemann Hesse sufriera tanto con su hijo al final de la novela, a pesar de ser tan sabio, a pesar de haber vivido y pensado y aprendido tanto en aquel territorio casi imaginario cuyo nombre era  “India”. ¡La India!

Ahora, treinta y tantos años después, ese final de novela lo tengo muy presente. Ahora sé lo que se puede llegar a amar a un hijo. Ahora sé que Maya duele como nada puede doler jamás. Solo en Maya se puede sufrir. Solo en Maya se puede encontrar lo sagrado. Solo en Maya se puede amar. Dios sin Maya (sin mundo) no es nada. Es una infinita tristeza, una infinita y atroz soledad.

Este texto, y las conferencias que saldrán de él, quiero que sean un homenaje, una declaración de amor. Un agradecimiento. La Filosofía me ha proporcionado momentos que yo no creía posibles. Y desde hace algunos años tengo el privilegio de compartir esos momentos con otros cerebros y otros corazones.

Recuerdo ahora las miles de horas de soledad, normalmente rodeado por paisajes solitarios, sin espacio delimitado, sin tiempo confinado y depredado. Recuerdo haberme tumbado en el suelo, estupefacto, muchas veces, ante la contemplación de alguna Inmensidad atrapada en algún sistema filosófico: frases expandidas al máximo, palpando lo inefable, adoptando posturas yóguicas casi imposibles, para decir lo que hay. Esto. Y ofreciendo un fabuloso espectáculo estético: el lenguaje hipertrofiado, el lenguaje rugiendo dentro de sí mismo para decir Todo: serlo Todo: y hacerlo además sin quedar incinerado en el Todo.

La Filosofía: sentir la brisa que entra en la mente y en el alma y en el cuerpo cuando el lenguaje deja sitio al Infinito: cuando lo atrae con sus temblorosas manos de palabras, cuando deja huecos y transparentes los conceptos de mente y alma y cuerpo y cualquier otro, incluido el concepto de concepto.

El día en que conocí la Filosofía, en ese instituto de pueblo, gélido en invierno como el universo de Pascal, sentí que alguien muy poderoso y muy cercano había empezado a descorrer las cortinas de mi habitación; y que irrumpía en ella una mañana sin límites, un horizonte de belleza insoportable. Luego he ido descubriendo que la Filosofía es un vuelo prodigioso por los infinitos -y sagrados- modelos de finitud que pueden configurarse en eso que sea “nuestra mente”; si es que es algo distinto de la mente del propio Dios (conceptos huecos, nadas vibrando en la Nada Mágica, pero siendo capaces de ofrecer la apariencia de una existencia). Así debe ser.

Aristóteles siempre me ha impresionado con esta afirmación del comienzo de su Metafísica: “y tal ciencia [la Filosofía] puede tenerla o Dios solo o él principalmente. Así, pues, todas las ciencias son más necesarias que ésta; pero mejor, ninguna”.

Quizás sea la Filosofía una ciencia de Dios y sobre Dios: un autoconocimiento imposible: una angustiosa, descomunal, prodigiosa, retorsión del Ser sobre sí mismo.

En este momento la Filosofía es para mí, literalmente, “amor a la sabiduría”, pero siendo consciente de que toda sabiduría es ignorancia fundamental, hechizo necesario para vibrar vitalmente en un mundo: para ser algo en algo: para disfrutar de ese misterio ontológico que denominamos, a la ligera, “vivir”. La Filosofía sería para mí, en este momento, “amor a la ignorancia”, pues toda sabiduría es ignorancia sagrada, útil, creacional.

Acabo de enunciar la idea fundamental que desarrollaré en este texto. Pero antes quisiera detenerme en los siguientes lugares:

1.- Etimología de la palabra. Del griego: amor a la sabiduría. Según Cicerón, Diógenes Laercio y Jámblico, fue Pitágoras el primero en llamarse a sí mismo “filósofo”, amante de la sabiduría. En el pensamiento/sentimiento de lo que hoy llamamos India antigua la palabra sería Dharsana: “mirada”.

2.- El Nasadiya Sukta del Rig Veda (10.129). La gran pregunta. ¿De dónde ha salido todo esto (dioses incluidos)? ¿Lo sabe alguien? ¿Lo sabe el que lo mira todo desde arriba? Quizás tampoco lo sabe.

3.- ¿La Filosofía nació en Grecia? ¿Hubo Filosofía anteriormente, en otros lugares del planeta, como Egipto, Persia, China o India? ¿Existe algo identificable como “filosofía oriental”?

4.- Los que primero filosofaron: el mito del paso del mito al logos. Esta idea, esta sensación, me acompaña desde hace muchos años. Espero desarrollarla con cierto rigor en un futuro próximo.

5.- El caso Sócrates-Platón. La filosofía como impulso erótico hacia las ideas. [Véase “Idea” y “Belleza“].

6.- Aristóteles. La Metafísica. La ciencia que estudia las primeras causas. O, mejor, en singular: la primera causa: “Dios” [Véase]. En mis cursos de Filosofía siempre, al final, terminamos hablando de ese abismo. Es ineludible porque filosofar es, básicamente, preguntarse qué demonios es todo esto: qué está pasando aquí. Pero de verdad… Y, sobre todo, qué/quién tiene el poder. ¿El poder de qué?

7.- Ibn Arabí. El estupor maravillado. Ante lo que hay. Esta barbaridad. Por favor. Deja de leer y levanta la mirada a tu alrededor. Siente el “Esto”. La “Cosa”.

8.- Schopenhauer. El mejor filósofo es el músico: es el que expresa con más precisión la esencia del mundo. Pero en la metafísica de Schopenhauer el mundo no agota la totalidad del Ser.

9.- Nietzsche. El filósofo aumenta los hechizos al servicio de la vida: no es un desvelador de verdades, sino un artista constructor de verdades. Hay fertilidad disponible para eso y para mucho más.

10.- Ortega y Gasset. ¿Qué es filosofía? Estas once conferencias impartidas por Ortega y Gasset en 1929 constituyen una obra maestra del arte filosófico. No pueden dejarse de leer. Dice Ortega, entre muchas otras cosas: “El hombre se instalaba dentro de la física y cuando esta concluía seguía el filósofo todo derecho, en una especie de movimiento de inercia, usando para explicar lo que quedaba una suerte de física extramuros. Esta física más allá de la física era la metafísica -por tanto una física fuera de sí. Pero lo dicho antes anuncia que nuestro camino es el opuesto. Hacemos que el físico -y lo mismo el matemático, o el historiador, o el artista, o el político-, al notar los límites de su oficio, retroceda al fondo de sí mismo […] No será nuestro camino ir más allá de la física, sino al revés, retroceder de la física a la vida primaria y en ella hallar la raíz de la filosofía. Resulta ésta pues, no meta-física, sino ante-física.”

11.- María Zambrano. Filosofía y Poesía. Una vez más en este diccionario filosófico. También: Algunos lugares de la Poesía.

12.- Jean-FranÇois Lyotard: Porquoi philosopher?  “Pero nos preguntábamos si sirve de algo filosofar, pues la filosofía, según su propio testimonio, no encierra historial alguno, no concluye ningún sistema y, rigurosamente hablando, no conduce a nada”. Yo recuerdo a una señora que, tras un año de curso de Filosofía, me preguntó: Entonces, ¿qué? ¿Cuál es la conclusión? Yo no supe qué contestar y me limité a compartir una sensación: hemos nadado juntos por la Inmensidad. Hemos braceado por el Infinito. Para mí, al menos, ha sido una experiencia sublime, y no sólo en sentido kantiano.

Ahora procedo a exponer ideas propias. Algunas las he expresado varias veces, incluso han dado título a cursos enteros. Son éstas:

1.- La Filosofía para mí es una experiencia extrema: la más extrema que puede soportar mi mente. A partir de ahí -de ese límite- ubico la experiencia mística: esa llama de amor viva que incinera la nave del filósofo y al filósofo mismo [Véase “Cábala”]. De eso no se puede hablar. Pero de Filosofía sí. Y cuando el lenguaje filosofa construye edificios prodigiosos. Vivificantes para nuestras ilusiones.

2.- “Modelo de totalidad”. Es un concepto que acuñé hace algunos años y que desarrollé a lo largo de un curso entero (cuarenta conferencias creo que fueron). Mi intención era detectar desde dónde -desde qué previa estructura de la totalidad- se creen que están emitiendo su Filosofía cada uno de los grandes filósofos. Y qué se creen ellos ser cuando están segregando ideas. Este concepto, esta herramienta hermenéutica, me ha sido de una gran utilidad para, en lo posible, “entrar” en la mente de los filósofos -y de los “místicos” y de los “científicos”-. No se trata tanto de entender sus propuestas o sus descripciones sistematizadoras, sino su previo hábitat físico y metafísico, tal y como sus mentes lo tienen instalado.

3.- “Obras maestras del arte filosófico”. Es el título de un curso al que dediqué también un año entero. En esa ocasión quise visualizar las propuestas de los grandes filósofos como si fueran obras de arte. Pero no solo de arte “poético”, sino, sobre todo, arquitectónico: me fascinan, además de forma creciente, esos edificios en los que se quiere apresar lo que hay: esos “sistemas” que tratan de sobrevivir, de mantenerse en pie, entre las gigantescas olas físicas y metafísicas que zarandean el Ser.

4.- “Bailarina lógica”. Es otro de los conceptos que han surgido espontáneamente de mi actividad filosófica. En él se basa este diccionario. Sugiero leer la explicaciones y las emociones que comparto [Véase Bailarina lógica].

5.- “Filosofía”. En este momento es para mí, literalmente, “amor a la sabiduría” (pero desde fuera de la “sabiduría”…. no se puede amar algo desde dentro). [Véase “Concepto” y “Cosmos“]. La Filosofía la entiendo como amor a los hechizos, a los infinitos cosmizados. Amor a la vida. Y, en mi caso concreto, amor -a muerte- hacia la vida que estoy viviendo en este rincón prodigioso de la Inmensidad.

6.- La Filosofía ofrece el espectáculo de los flujos entre la Apara-Vidya y la Para-Vidya [Véase]: es un ojo misterioso que contempla lo que ocurre en el espacio infinito de la mente (por utilizar una palabra que ya presupone un modelo de totalidad).

7.- ¿Qué no es Filosofía? El pensamiento algorítmico que busca sus nutrientes en los discursos que se le van presentando. Aquí hay miedo, hambre, inseguridad: se buscan materiales para solidificar los diques de contención intra-cósmica. No se oye. No interesa ver, sino resguardarse, comer, no sufrir.

8.- Es común decir que andamos buscando, buscando la verdad, y que no la encontramos, pero que la encontraremos algún día (si seguimos subiendo no sé qué escaleras). El buscador en realidad no busca verdades, sino calma, o quizás también, en ocasiones, ilusión, antídotos contra el aburrimiento. La verdadera Filosofía, en mi opinión, se practica desde un encuentro radical y desbordante: la experiencia de la existencia. Repito lo que escribí en “Existencia” [Véase]. No se puede encontrar nada más descomunal. El lenguaje luego, aturdido, sobre-excitado, quiere atrapar lo que le tiene a él atrapado: lo que le envuelve y, a la vez, lo constituye (soy consciente de que estoy tratando al lenguaje, gramaticalmente, como si fuera una persona).

9.- Es común encontrar la palabra “Filosofía” unida a la palabra “problema”. “Problemas filosóficos”. José Ferrater Mora, en su impecable Diccionario de Filosofía, al ocuparse de esta palabra, empieza diciendo: “Entre los problemas que se plantean con respecto a la filosofía figuran […]”. Para mí la Filosofía -siempre en mayúscula- ha sido siempre un regalo, una especie de sustancia mágica, vivificadora. Sé que algunos de vosotros habéis notado, cuando practicamos la Filosofía, como si de pronto desembocara en vuestro pecho un manantial de agua fresca y como si surgieran decenas de arco iris en los horizontes de vuestra mente. Podríamos decir que la Filosofía es el mejor antídoto posible contra la claustrofobia mental, contra el enrarecimiento de la atmósfera de nuestro cerebro. Y de nuestro corazón también. Quizás sea, dicho desde el modelo de totalidad cientista-cerebralista, que la Filosofía propicia, exige, una plasticidad cerebral casi infinita. Y eso no es sino un regreso al prodigioso mundo en el que vivimos cuando éramos niños: cuando el universo no estaba casi seco, reducido.

10.- Creo que los “sistemas de verdad” que busca el buscador -esas casitas de chocolate ontológico- no solo pueden necrosear los paisajes de nuestra mente, sino que, además, niegan la libertad y la creatividad del Ser. De lo que hay. Soy consciente de que estoy emitiendo una especie de “Verdad”. Pero no tengo forma de salir del lenguaje si quiero seguir practicando la maravilla de Filosofía.

Alguna vez he confesado a algún alumno, a algún amigo, lo que siento. Ahora lo voy a hacer, digamos, públicamente. Siento una sobreabundancia de “encuentros” y una dificultad, gloriosa pero agotadora, de gestionar esos “encuentros”: de pasarlos a textos, de compartirlos con los seres a los que amo: los seres humanos: vosotros.

Muchas veces  me siento como cuando era un niño y los Reyes Magos habían llenado de tesoros el salón de mi casa. Es como si ese momento se hubiera prolongado eternamente. Y me falta tiempo -y energía- para ocuparme de tanto tesoro. A veces siento incluso cierta ansiedad. Y mucho cansancio. El Yoga es el que se encarga de custodiar mi cordura. O eso espero al menos.

Lo confieso: no sé qué hacer con tanto encuentro: con tantas imágenes prodigiosas de esa Inmensidades que nos rodean y que nos constituyen. Por eso es para mí un verdadero regalo, casi una terapia, casi un sacramento, que haya gente que quiera compartir conmigo esas Inmensidades: y que quiera llevárselas al salón de sus mentes y de sus corazones.

Por último, quiero dar las gracias a la Filosofía, a esa fabulosa bailarina lógica: me ha regalado una vida impresionante; aunque un poco dura, por trabajosa.

Y quiero daros las gracias a todos vosotros (alumnos y lectores) por acompañarme con tanto cariño, con tanta paciencia y con tanto respeto.

Gracias desde el fondo sin fondo de mi corazón.

David López

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Las bailarinas lógicas: “Universalia”.

 

 

Universalia. Es una palabra que nombra un problema filosófico: una preciosa y revitalizante tarea para el pensamiento. Algunos filósofos, como Ernst Cassirer, consideraron que el problema de los universales es un pseudo-problema. ¿Cuál es ese problema que quizás ni siquiera exista?

Yo, en cualquier caso, no creo que estemos ante un problema, sino ante un prodigio que ofrece extraordinarias posibilidades cognitivas. Y sensitivas.

¿Existe, más allá del lenguaje, eso de “flor” o “agua” o “dinosaurio” o “cuatro” o, incluso, “hombre”? Platón intentó introducir en el pensamiento humano la certeza de que existen las ideas en sí, con independencia de que sean o no pensadas por los seres humanos y registradas o no en los lenguajes de los seres humanos. Schopenhauer, milenios después, al dibujar su modelo físico y metafísico, no supo muy bien dónde ubicar esos escurridizos seres platónicos.

No les gusta a las bailarinas lógicas que las toquen. Ellas están para bailar y hechizar: para que haya algo en lugar de nada, y para propiciar estupor maravillado.

San Pedro Damián (1007-1072 A. D.) afirmó en su obra Sobre la perfección monástica que los estudios gramaticales los había iniciado el Diablo. Quizás tuviera razón: el lenguaje podría ser más de lo que imaginamos. Algo divino (creador de nuestro ser y del ser del mundo entero). 

Creo que el tema de los universales tiene un interés extraordinario: agranda la mirada, la libera, la abre a otros mundos, y propicia la irrupción en nuestra conciencia de lo inefable (de lo divino si se quiere). La meditación requiere un silencio total: un silencio que desactiva los universales, que diluye la aparente división del mundo en “cosas” recortables en virtud de sustantivos. Ese es el Gran Silencio desde donde es posible sentir lo que hay.

Antes de exponer algunos apuntes y vértigos personales, sugiero prestar atención a las siguientes referencias:

1.- El estatus ontológico de los universalia. ¿Existen en sí mismos? Todo parece que empezó con la traducción que Boecio (477-524 A. D.) realizó del Isagoge de Porfirio (234-305 A. D.). El Isagoge es un texto que pretende unir la lógica aristotélica con el neoplatonismo. Y reinará durante casi toda la Edad Media.

2.- La solución nominalista: universalia post rem. Roscelino de Compiegne (1050-1120 A. D.): los universales son flatus vocis (emisiones de voz vacías, sin nigún valor semántico, no se refieren a nada). Solo existen las cosas individuales. 

3.- La solución realista: universalia ante rem. Guillermo de Champeaux (1070-1121 A. D.): los universales existen antes que las cosas concretas -que el león concreto, que el ejecutivo concreto- pero su existencia es de otro tipo (no estarían situados en el espacio/tiempo). ¿Dónde entonces? El mundo de las ideas según Platón.

4.- Posición intermedia. El realismo moderado. Pedro Abelardo (1079-1142 A. D.): (desde Aristóteles) el universal es lo predicable de varios entes. No es, por tanto, una cosa. En realidad solo existen individuos compactos (materia con forma). En el proceso cognoscitivo se extraen aspectos aislados -color, tamaño, etc- que permiten encontrar similitudes entre individuos: rasgos comunes que permitirán hablar de especies (mujeres, nubes). 

5.- Nietzsche. Fröhliche Wissentschaft [La ciencia alegre]. Aforismo 121: “Nos hemos construido un mundo a medida para poder vivir -suponiendo que hay cuerpos, líneas, superficies, causas y efectos, movimiento y reposo, forma y contenido. ¡Ahora nadie podría vivir sin esos artículos de fe! Pero no por eso quedan demostrados. La vida no es un argumento; entre las condiciones de la vida podría estar el error”. Aforismo 189:  “Es un pensador: esto quiere decir que es un experto en hacer las cosas más simples de lo que son”.

6.- Epistemología del siglo XX: instrumentalistas versus realistas. ¿Las teorías científicas -esas redes coherentes de universales- describen lo que hay? ¿Existe, en sí, más allá de los cálculos, la ley de la gravedad? 

Y estas son mis reflexiones:

1.- El nominalismo es absurdo. No cabe hablar de leones concretos antes de que esté activada en la mirada el universal “león”. El león individual es el efecto de la interiorización de un universal: es consecuencia de una programación de la mente/la mirada, es una forma de crear individualidades.

2.- Los universalia son disciplinas de la mirada. Son tijeras metafísicas que recortan lo que se presenta ante la conciencia en aparentes individualidades que se repiten. Quizás sería mejor hablar de tijeras “ante-físicas”, apoyándonos en un lúcido neologismo de Ortega y Gasset [Véase].

3.- Los universalia no son anteriores ni posteriores a las cosas. Las “cosas” son palabras. Va todo en la misma frase. Tampoco sale de la frase la palabra “realidad”. El lenguaje no tiene palabra para nombrar lo que haya fuera de él.

4.- El mundo mismo es una abstracción: es una especie de lámina donde se han pegado los recortables exigidos por la estructura de nuestros universales lingüísticos. Podríamos decir que el “mundo” (lo que parece que hay ante el observador humano), es lo que le pasa a lo inefable cuando es observado a través del filtro de las palabras. Si se pudiera mirar sin palabras, accederíamos al infinito. No veríamos “nada”, en el sentido de que no veríamos la concreción de ningún universal, ni presente ni futuro. Nos veríamos a nosotros mismos tal y como somos “en realidad”: sin forma, libres, omnipotentes, no legaliformes. Nadas mágicas.

5.- Toda cosa concreta es ya un universal: una serie de impactos sensibles, desplegados en un vector de tiempo, son luego agrupados en una unidad. Pensemos en una persona concreta (Juan, María): suponemos que es una cosa concreta, siempre, eso que se nos presenta, eso que vemos, pero en realidad experimentamos una pluralidad de impactos espacio/temporales que luego agrupamos en una unidad. ¿Cómo sabemos que es la misma cosa esa Sofía de la playa, hace diez años, que la que ahora nos habla en un bar? Y es más, ¿cómo sostener la concreción (la multi-individualidad que sostienen los nominalistas) si tenemos presente que Sofía es una manada de células individuales? ¿Y cómo podemos recortar a Sofía en el magma meta-material que se vislumbra en el interior de los átomos?

6.- Cabe preguntarse de dónde salen los universalia (esas formas de finitizar el infinito). Una respuesta podría ser que surgen de nuestra adaptación al medio. El universal víbora me permite predecir el comportamiento de ese reptil y no cometer el error de acariciarlo, con ternura, cuando me lo encuentro bajo los cielos de Segovia. Podría decirse que una buena interiorización de la estructura de los universales me permite sobrevivir. Sí. Pero sería un grave error equiparar lo que hay con el dibujo de mundo que surge de mis necesidades de superviviencia biológica (de supervivencia en esta forma, en esta finitud). Recordemos el aforismo de Nietzsche (el 121 de la Ciencia alegre).

7.- Más aún: yo mismo, mi yo, digamos objetivo, ante mi conciencia (esa caja que no veo pero que recoge todos los mundos), es un universal: he agrupado en una unidad millones de impactos y he creído que eso soy yo: las imágenes y sensaciones del cuerpo, los recuerdos, los pensamientos. Aquí cabría remitirse a Hume y al budismo. Y nos abismaríamos en esta idea del Maestro Eckhart: “yo he querido que exista Dios y yo mismo”.

8.- Ya nos adentramos en la hoguera lógica de la Mística. Ya atisbamos lo que pasa si nos atrevemos a desactivar los universales. Ese es el objetivo de los koanes en el Zen.

9.- Un artista, si es verdaderamente creador, sería capaz de incorporar nuevos universalia a otras mentes que estén en red con la suya. ¿Cuántos universales son todavía posibles? O, lo que es lo mismo: ¿cuántos mundos son todavía posibles?

10. Los universalia son, a su vez, un universal (un género). Como lo es el universal “cosa concreta” o “individuo”. Aquí entramos en paradojas matemáticas. A las bailarinas lógicas, como a los magos, no les gusta ser contempladas desde demasiado cerca.

Cabría decir, dentro de la prodigiosa cárcel de universales desde la que escribo, que hay algo descomunal, infinito, que fabrica, desde la omnipotencia y la libertad,  algo así como máquinas metafísicas para mirarse a sí mismo. Para mirarse/ o finitizarse/ o crearse. Es lo mismo. Las formas de aparente autofinitización de ese infinito serían eso que desde este mundo (desde este lenguaje) llamamos “universales”.

Y la mente humana sería esa prodigiosa máquina metafísica: el taller de los mundos (si es que es solo “humana” nuestra mente).

 

David López

 

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Las bailarinas lógicas: “Historia”.

 

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Me ha parecido oportuno unir a estas dos bailarinas lógicas: “Hecho” e “Historia”. Pedirles que bailen juntas ante nosotros.

Creo que un significado básico de “Historia” podría ser “sucesión de hechos susceptible de ser incorporada a una narración”. Otro podría ser “estudio del ser de eso que se despliega, se articula, en hechos narrables”.

Me gustaría reiterar que para ver –y para abrazar en lo posible- estas y otras palabras –a estas y a otras bailarinas lógicas- estoy nutriéndome de una preciosa, aunque gélida, galaxia lógica que me acompaña desde hace décadas: el Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora. Mando una sonrisa, desde aquí hacia allí. Allí donde este filósofo pueda haber perpetuado su conciencia. Allí donde pueda recibir mi agradecimiento.

¿Tenemos historia más allá de nuestra muerte –o de nuestra vida, de nuestra vida visible por otros aquí-? Algunas religiones creen que sí. Otras dicen creen que es mejor creer que no.

Ortega y Gasset, en su introducción a las Lecciones de Filosofía de la Historia de Hegel, citó a Goethe así[1]:

“Todo hecho es ya teoría.”

Y aclara esta cita con un pie de página en el que afirma lo siguiente:

“Hegel devuelve a los historiadores la acusación que estos dirigen a los filósofos de introducir en la Historia invenciones a priori”.

 

Y sigue Ortega citando a Hegel:

“El historiador corriente, mediocre, que cree y pretende conducirse receptivamente, entregándose a los meros datos, no es, en realidad, pasivo en su pensar. Trae consigo sus categorías y ve a través de ellas lo existente”.

Pero tanto Ortega como Hegel, a pesar de su lucidez filosófica, creyeron en la historia en sí: en que efectivamente ha habido una concatenación de hechos concretos, independientes del hecho de ser o no pensados por un ser humano.

¿Qué es un hecho? ¿Qué es la Historia?

 

“¿Cuál es la textura ontológica de esta?”, se pregunta Ortega en esa introducción a la obra de Hegel.

 

Y sigo yo preguntándome: ¿Estamos ante un fenómeno puramente narrativo, un prodigio poético de descomunal influencia en los corazones de los humanos, o realmente hay algo objetivo que se ha desplegado y se despliega en ese misterioso río entre físico y metafísico que es el tiempo?

Por el momento, me voy a acercar así a la palabra “hecho”:

1.- El hecho como fuente de lo verdadero: “Es un hecho”.

 

2.- Tipos de hechos: humanos y naturales. Reflexiones sobre el principio antrópico: el dualismo hombre-materia y la libertad.

 

3.- Wittgenstein: “El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas”.

 

4.- El “hecho atómico” como relación entre cosas. Pero, ¿qué es una cosa?

 

5.- Los cartógrafos de Borges. Baudrillard. Los “conspiranoicos”: el poder miente y manipula ubicuamente.

 

6.- ¿Cuál es El Hecho Total: Eso (Esto) no parcelado con las tijeras de los universales? ¿Qué ha pasado siempre y pasa ahora y pasará siempre? ¿Pasa algo en realidad, en el sentido de acceder al ser y dejar de serlo?

Después de abrazar a la bailarina “Hecho” -y sentir el temblor de su nada-creo que cabe acercarse así a la bailarina “Historia”:

1.- Preguntas cruciales: ¿Existe la historia en sí, objetiva, más allá del pensamiento humano, más allá de la forma que tienen los lenguajes de recortar el infinito a través de los universales? ¿Es la historia humana un momento de la historia natural, un salto cualitativo en el devenir mecanicista que según algunos caracteriza a la naturaleza no humana?

 

2.- Filosofía formal de la Historia y filosofía material de la historia.

 

3.- Visiones de la Historia: “causalidad en la historia”, “motores de la historia”, “fases de la historia”… “fines de la historia”.

 

4.- El problema de la existencia del tiempo más allá de la mente humana.

Ahora algunos apuntes sobre mi propia visión sobre la Historia:

Siento, en mi mente, que, sin faltar a la honestidad ni al rigor ni al equilibrio mental, cabe la propuesta de modelos de pasado absolutamente diferentes de los que ahora están canonizados socialmente: modelos, además, escrupulosamente respetuosos con los “hechos” e implacablemente coherentes con la lógica que exigen las colectividades científicas.

 

Me parece que la narración canónica actual está construida con espejismos como “Edad Media”, “Renacimiento”, “Oriente”, “Occidente”, “Progreso”, “Lucha de clases”, “Capitalismo”, “Consumismo”, etc.

 

Pero, a su vez, los “modelos de pasado” que van a irrumpir estarán construidos con otros espejismos, otras palabras huecas pero poderosísimas. Y honestas.

 

Lo “ocurrido” es inefable, infinito. Lo que ocurre también lo es. Pero hay que vivir en algún cosmos. No cabe existencia sin cosmos; y no cabe cosmos sin hechizos.

 

Estas reflexiones son extensibles a lo que podríamos denominar historia vital de cada individuo pensante en un cosmos concreto. Creo que cabe la posibilidad de embellecer, desde el culto a la verdad, la autonarración vital: ponerla al servicio de la vida, de la ilusión, de la fascinación…Considero que toda vida ofrece material suficiente para transmutarla en belleza. Y hacerlo, además -insisto- sin faltar a la verdad de los “hechos”.

 

Esa posibilidad de transmutación poética de la propia vida podría ser considerada como una manifestación de nuestra condición de magos. Y una manifestación, también, del sentido de lo sagrado.

 

La fotografía que he elegido esta vez muestra un simple abrazo. Es lo que siento que pasa cuando abrazo con las manos de mi mente a cualquiera de las bailarinas lógicas. Es terrible y maravilloso a la vez: se diluyen, muestran la nada de su carne de palabras: su piel de arco iris.

 

Y es que la Filosofía tiene algo de terrible, pero también ofrece un erotismo extremo, cercano a lo divino: hay un momento en ese abrazo en el que siento que esa piel de arco iris que tienen las bailarinas lógicas palpita, suda, ama. Y la bailarina descansa un rato en los brazos de mi mente, agotada de tanto bailar, preparada para mostrar su no-ser: preparada para disolverse en el magma lógico de mis pensamientos.

 

Pero, en verdad, el objetivo que me propongo en este diccionario no es disolver a estos seres prodigiosos, sino explicitar su gloriosa materia onírica, su poder genésico, su capacidad de inocular mundos en las mentes.

David López

[1] Hegel, G.W.F., Lecciones sobre filosofía de la historia universal (traducción de José Gaos, introducción de José Ortega y Gasset), Alianza editorial, Madrid 1980.

 

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