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Las bailarinas lógicas: “Espiritualidad”.

 

 

“Espiritualidad”. Una palabra quizás preciosa, pero también inquietante; y hasta saturante.

¿Qué es la “espiritualidad”? ¿Qué es “ser espiritual”? ¿Qué es no serlo? ¿Qué es un “camino de espiritualidad”? ¿Es mejor el espíritu que, por ejemplo, la materia? [Véase “Materia“]. ¿Alguien sabe qué es eso de “Epíritu” y qué no lo es?

Este texto tiene por cielo una fabulosa pintura de Rafael: El Éxtasis de Santa Cecilia. Schopenhauer hizo mención a esta obra de arte para anunciar el paso del tercer al cuarto libro de la primera parte de su obra capital (El mundo como voluntad y representación). Y dijo que, en ese cuarto y último libro, se iba a ocupar de “lo serio”. ¿Qué es lo serio? Para Schopenhauer “lo serio” era la salvación del ser humano. Y la mirada de Santa Cecilia dibujaría el vector crucial: la salida hacia arriba, el abandono del mundo (este mundo). Hemos de suponer que el cuadro de Rafael muestra un fenómeno puramente espiritual.

Pero cabría afirmar, quizás, que la mirada de Santa Cecilia implica una negación, una des-sacralización del mundo. En algún sentido podría decirse que es una mirada sacrílega, pues, como creyó Schopenhauer, esa mirada beatífica de Santa Cecilia va a propiciar, con un sutil movimiento ocular, un verdadero Apocalipsis: el fin del mundo ‘profano’, el fin de esta vida ‘material’ y ‘pecaminosa’.

A mí me aterra que ese Apocalipsis espiritual pudiera arrasar la sonrisa cotidiana de los niños al salir del colegio (me refiero a colegios normales, feorros incluso); y el abrazo de cualquier padre a sus hijos (padres incluso pecaminosos); y el latido del corazón soñador de una mujer metida en un atasco de Madrid, un atasco de coches mudos bañado por la catarata de luz de cualquier amanecer cotidiano: de este mundo, del mundo profano.

Antes de desarrollar algo más en detalle esta idea y esta emoción, creo que puede ser útil señalar algunos lugares de la historia del pensamiento universal:

1.- El dualismo metafísico (estructuralmente jerárquico) como presupuesto de la espiritualidad (y de la no-espiritualidad). Conexión con el actual debate sobre las relaciones entre “mente” y “cerebro” [Véase “Cerebro“]. El Samkya. Sócrates/Platón: hay que cuidar el alma, lo espiritual. El Hatha Yoga como espiritualización de la carne humana.

2.- El Willensgeist de Jakob Bohme. Sugiero una lectura lo más sosegada que sea posible del texto que ofrezco [aquí].

3.- El concepto de Geist en el idealismo alemán. El espíritu subjetivo de Fichte. El espíritu objetivo de Schelling. El espíritu absoluto de Hegel. El espíritu mágico de Novalis.

4.- Wilhelm Dilthey (1833-1911). Diferencia entre las ciencias del espíritu y las ciencias de la naturaleza. Las primeras se basarían en la experiencia interior. Las segundas en la exterior. Pero, en realidad, lo que Dilthey entiende por “ciencias la naturaleza” no son sino constructos -dibujos, esbozos, hipótesis poéticamente encadenadas- producidos dentro de lo que él cree que debe ser estudiado por las “ciencias del espíritu”.

5.- Max Scheler (1875-1928). No debe dejar de leerse esta obra: Die Stellung des Menschen im Kosmos [El puesto del hombre en el cosmos, editorial Losada]. El ser humano como animal espiritual: como animal que goza de una intuición emocional que le permite acceder a los valores eternos a los que debe someter su conducta. La espiritualidad como plenitud de lo humano. La espiritualidad como libertad, objetividad, conciencia de sí. Como algo muy vulnerable. Como conjunto de actos superiores de la persona (intelectuales y emocionales).  De la ética de Scheler me inquieta su fijismo -su inmovilismo- metafísico: hay unos valores eternos, ahí. Solo cabe intuirlos y aceptarlos, no crearlos, como sugirió ese gran amante de la vida y de la fertilidad metafísica que fue Nietzsche.

7.- Raimon Panikkar. Merece ser leída, para el tema que nos ocupa, su obra Espiritualidad hindú (Kairós, 2005); y en especial su epílogo. Me parece especialmente luminosa, y generosa, esta frase (p. 323): “Una de las grandes intuiciones del hinduismo es el misterio pascual, esto es, la vivencia de que este mundo ha sido ya vencido, que la verdadera Vida [con mayúscula en el original de Panikkar] está ya aquí (que el Pantocrátor ha resucitado), y que estamos, por tanto, liberados de la cautividad del tiempo y de la esclavitud del espacio, que la victoria sobre este mundo que pasa y cuya figura es transitoria, es una realidad, porque la eternidad incide sobre el tiempo y nos libera con la verdadera libertad, que no es la criatural para hacer algo, sino la liberación de la pura creaturabilidad, para que el divino emerja en lo humano y la comunión sea perfecta. El fin del hombre no está en el futuro sino en el presente y es profundizando el presente (perforándolo) como se llega al núcleo tempiterno del ser humano”.

Raimon Panikkar ha fallecido hace unos días. Le deseo desde aquí un precioso y sereno regreso a la creatividad infinita.

Volvamos a la imagen de un padre que recoge a su hijo en el colegio. Y que le abraza. Y que siente su olor a mandarina y a goma de borrar y a patio y a eternidad. No hay que salvar este mundo. Hay que amarlo y perderse por el infinito de los momentos que ofrece. Incluidos los atroces: ese padre puede estar asumiendo torturas emocionales (sangrantes como heridas derivadas de instrumentos de hierro) como costes ínfimos de ese abrazo a su hijo.

Schopenhauer consideró la posibilidad de que a algún ser humano -insólito- le salieran bien las cuentas de la existencia. Y que le diera un sí a la vida entera (el sí que más tarde daría un enfermo llamado Nietzsche).

Voy a aprovechar el aparente orden que ofrecen los números para ordenar mis ideas:

1.- Cabría distinguir entre dos tipos de “espiritualidad”: la positiva y la negativa. El primero  diría un sí -sacralizaría- la vida (este sueño, este hechizo, y el mero hecho de que todo mundo sea precisamente un hechizo, una obra de arte en definitiva). El segundo diría un no -ofrecería un no- a la vida; y mostraría el camino para otra cosa, otra cosa mejor.

2.- El tipo de espiritualidad negativo me produce cierta claustrofobia: percibo en él el olor del confinamiento, de la aridez, de la pequeñez. Desde hace muchos años me han producido rechazo los discursos de “elevación”, los caminos que ascienden por niveles sucesivos de perfeccionamiento. No me ha gustado cómo miran hacia “abajo” los que creen estar ya en algún peldaño de una de las diferentes escaleras espirituales. En esas miradas he visto estandarización y ceguera. Muchos de los “iniciados”, de pronto, se han visto rodeados de familiares y amigos “ignorantes”, “materialistas”, etc. Y, de pronto, una tarde de domingo, el iniciado no ha sabido ver el último escalón de su escalera espiritual en el calor de la mano tendida por un cuñado insufrible. Las escaleras espirituales alejan, impiden acceder al infinito sagrado en el que arde cualquier rincón de  cualquier mundo, real o soñado o imaginado (todo ésto es lo mismo).

3.- También cabría distinguir entre espiritualidades “lógicas” y espiritualidades “meta-lógicas”. En las primeras el iniciado ofrece (en el sentido de “ofrenda”) su mente a una teoría omniabarcante. Y esa idea instaura la ficción de que hay un mundo profano que debe ser superado, una escalera para salir de él y una especie de “cielo” que aguarda al que culmine su proceso espiritual. Los adeptos se sentirán más arriba de la escalera en función de la proximidad que exista entre la idea que veneran (la bailarina que les ha tomado) y la forma completa de su mente. Sugiero leer ahora  la palabra [“Bailarina lógica“]

4.- Una espiritualidad meta-lógica es una disolución del dualismo espiritualidad-no espiritualidad: quedaría esa monstruosidad, sagrada ( o no) que es “lo que hay” (el Ser si se quiere). Y el filósofo no cobarde abriría las compuertas de su mente para que, al menos durante unos minutos, corriera por su interior esa brisa sublime pero insoportable; insoportable desde al menos desde la aparente finitud que parece configurar nuestra sensibilidad humana.

Ahora creo que debo contar una experiencia personal. Si es que fue “personal”. Ocurrió hace dos inviernos, junto al lago de Juglar, en el Pirineo. Estaba completamente solo, rodeado por un océano de nieve blanca y olas de piedra infinita, bajo una catarata de silencio azul que provenía del cielo. Y me puse a meditar. A los pocos minutos sentí el latido de la Inmensidad latiendo dentro de los latidos de mi propio corazón. Y fui consciente, de pronto, de que había vivido en infinitos mundos bajo infinitas formas; y que lo iba a seguir haciendo. Eternamente. Sentí, plenamente, la inmortalidad de mi verdadero yo y, lo que quizás fue más insoportable todavía: sentí mi infinita creatividad.

Y decidí parar. Decidí abandonar aquel peldaño  final de la escalera. Y saltar desde ella hasta la inmanencia sublime de mis manos agrietadas por el frío del Pirineo.

A partir de entonces ubico lo sagrado en lo profano: en el olor a mandarina que percibo en el babi de mi hijo cuando voy a buscarle al colegio. Y en la cascada de luz naranja que retumba en los “materiales ” y “materialistas” atascos de Madrid.

La mirada de Santa Cecilia debe incendiarse “arriba” y volver “abajo”… para ver lo que no fue capaz de ver antes de ese incendio: antes de ese “incendio espiritual” que permite ver lo sagrado aquí.

Ahora.

En esta “llama de amor viva” que -ya- nos consume.

David López

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Las bailarinas lógicas: “Moksa”

 

Moksa. Es una palabra que proviene del sánscrito: una lengua que ha ofrecido, y sigue ofreciendo, grandes tesoros a la mente humana.

Y al corazón humano también.

Moksa se debe escribir con un punto bajo la “s”, pues se trata de una sibilante retrofleja que se pronuncia haciendo una cabriola con la lengua: algo así como doblarla y pegar su punta al fondo del paladar.

Significa “liberación”. La raíz es “muc” (desatar, liberar). Aprovecho para recomendar, otra vez, una obra imprescindible: Francisco Rodriguez Adrados: Védico y sánscrito clásico (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1992). También aprovecho para animaros a estudiar esas lenguas (esas llaves). ¿Por qué no?

Hay que liberarse del autoconfinamiento en la celda de lo que creemos posible.

Moksa. Una palabra, un concepto, cruciales en la filosofía india.

Liberación. ¿Liberación de qué? ¿Hacia qué? ¿Qué es lo que pasa, tan malo, que nos obliga a querer escapar?

Desatar, desatarse. ¿Qué/quién nos ata? ¿Qué/quién se desata? ¿Eso que se denomina “ser humano”?

Moksa es una palabra. Una bailarina lógica. Su objetivo, su razón de ser, como la de todas las demás bailarinas, es crear realidad: que su baile equivalga a lo real. Y ese baile presupone una especie de tensión dramática en la estructura de lo que hay: algo estaría en un estado de privación, de sufrimiento, de esclavitud; y ese algo podría salvarse, acceder a otra cosa que, en general, va a ser descrita como gloriosa: como felicidad infinita.

Moksa (liberación) es lo que ofrecen las así llamadas darsanas (con tilde sobre la primera “s” para indicar que es una sibilante palatal). ¿Será un concepto que debemos entender, o, todo lo contrario: un no-concepto? ¿Será algo que le va a ocurrir a nuestra mente (y corazón) como consecuencia de la instalación -encarnación neuronal- de un determinado conjunto de palabras (un Logos)?

¿Qué nos espera? ¿La gloria eterna? ¿El paraíso?

¿Cabe realmente el acceso a la felicidad absoluta? ¿Es eso el cielo? ¿Tienen sentido, dan cuenta de algo real y comprobable, las soteriologías?

Creo que cabe ocuparse del concepto de Moksa hindú siguiendo este orden:

1.- Las seis darsanas básicas y sus propuestas para acceder a la liberación: Nyaya, Vaisesika, Samkya, Yoga, Mimansa y Vedanta.

2.- La perspectiva de S.D. Dasgupta, expresada en su obra A History of Indian Philosophy (Motilal Banarsidass Publishers, Delhi, 1922).

3.- La liberación hindú según es tratada por A. B. Keith en su obra Religion and Philosophy of the Veda (Harvard University Press, Cambridge, 1925).

4.- Moksa según la introducción de Nikhilananda a las Upanisads (Ramakrishna-Vivekananda Center, Nueva York, 1949). Cita de Gaudapada: no hay nadie que necesite salvación ni nadie que esté salvado.

5.- Mircea Eliade: El Yoga, Inmortalidad y libertad (editado en español por el Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1991).

6.- Raimon Panikkar: Espiritualidad hindú (Kairós, Barcelona, 2004): “El último fin del hombre es la beatitud suprema, idéntica a la liberación definitiva de cualquier ligamen de orden trascendente”. La “desnudez óntica total”.

Comparto ahora algunas “darsanas” personales.

1.- Al ocuparme de la palabra “concepto” [Véase] cité el Génesis (2.16-17): “De todos los árboles del paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres, morirás”. A partir de esta narración afirmé que un concepto es algo que toma la mente, no algo tomado por la mente. Moksa nunca puede ser un tipo de conocimiento, porque todo conocimiento es una forma de mente, o una música que regula distintas formas posibles, encadenadas [Véase “Logos“]. Y una forma de mente es siempre una forma de esclavitud, aunque esa esclavitud sea paradisíaca.

2.- Cabría preguntarse si hay algún concepto (o Logos completo como música de conceptos encadenados) que, conseguido por nuestra mente, permita el acceso a la salvación; esto es: la regeneración completa y la beatitud (digamos algo así como la felicidad absoluta). Creo que sí: los hay. Hay tipos de bailes de mente (Logos) que, encarnados en nuestras neuronas, transforman nuestro mundo: o crean un nuevo mundo. El mundo no es más que la encarnación de una forma determinada de encadenar formas mentales (conceptos). Ahí está la magia genésica de los distintos Logos. Cuesta instalarlos, cuesta mantenerlos, pero sin duda pueden propiciar estados de conciencia sublimes. Eso es el paraíso (mental, corporal incluso). Pero Moksa no es el paraíso, porque el paraíso todavía presupone una subjetividad, una individualidad anhelante de felicidad.

3.- Moksa es liberación: acceso a la libertad (a la natura naturans), a una libertad que se perdió, o que no se supo que se tenía. Moksa sería una toma de conciencia de esa monstruosa libertad que se tiene, que se es. Moksa es saber lo que se es. Conocerse. Sentirse. Sugiero ver la bailarinas “libertad” [aquí].

4.- Creo que esa libertad abisal permitirá amar a esa determinación inesencial de nuestro ser con la que ahora  nos identificamos. Y contemplarla con fascinación y respeto. Pero no “serla”. No confundir nuestro ser con la infinitas formas en que es capaz de existir. En realidad, Moksa implicaría saber que yo no soy David López y, aun así, amarlo, desde una distancia infinita, pero con infinita ternura.

5.- Moksa es un concepto que presupone sufrimiento. Aquí hay una obvia empatía intelectual y soteriológica con la visión budista: “todo es sufrimiento para el sabio”. Yo no estoy en absoluto de acuerdo con esta premisa, pero, en cualquier caso: ¿Es malo el sufrimiento? ¿Cabe que ocurra el prodigio del Moksa sin el sufrimiento?

6.- Moksa sería, desde la narración del Génesis, un estado en el que no se come el fruto del árbol prohibido (y no se es el fruto comido): ningún concepto apresa la conciencia “humana”. Así, cabría mirar el arbol, coger el fruto entre las manos, sentirlo, pero no finitizarse en él. Porque ese árbol es mi árbol: yo lo he creado (podría haber dicho el Maestro Eckhart).

8.- ¿Cómo ocurre la salvación? ¿Cómo se “decide”? Aquí la palabra clave es “Gracia”. Si solo tiene libertad -aseidad- el “Dios metalógico” (esa Nada omnipotente), solo Él podrá decidir, en libertad, dónde es libre y donde no, y qué modelos de salvación va a autoinocularse en los infinitos cerebros y corazones en que puede autodifractarse. Por arte de Magia.

He puesto en el cielo de estas frases una fotografía de máscaras venecianas. Me han parecido imágenes de existencias abandonadas, contempladas ya desde fuera/arriba por una conciencia que se ha liberado de la ilusión de identificarse con ellas. Pero ahí están: vacías pero bellas, generosas en su oquedad metafísica, dispuestas, si Dios quiere, a seguir sirviéndole como ventanas en sus Creaciones.

Creo que un liberado podría detenerse en esta visión de sus máscaras. Con ternura. Y que podría ser quizás compasivo, cariñoso, respetuoso, con esas máscaras venecianas que alguna vez creyó que agotaban su ser.

David López

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La bailarinas lógicas: “Fe”

sumatorio-de-fes

 

Unamuno [Véase aquí] cosió esta frase en el tejido de mitos de que dispone ese precioso mito que llamamos “Humanidad”:

“La fe no es creer en lo que no se ve; sino crear lo que no se ve”.

Pero en realidad solo cabe crear lo que se ve en la imaginación. En la caja mágica de la esperanza.

Hay otra frase de Unamuno que dice más –más si cabe-: “Creer es crear”.

¿Debemos incluir también lo visible -“el mundo real”- en lo creable? ¿Qué es lo visible, por cierto? ¿No es algo que está ahí, siempre, cosmizado, independiente de lo que quiera creer o no el ser humano?

Parece que hay algo exclusivo del “ser humano” que ofrece posibilidades aterradoramente fértiles. Ese algo es de lo que pretendo ocuparme en este texto: la fe.

“Tú ten fe y verás cómo consigues lo que estás soñando”.

¿Qué es esa fuerza descomunal? ¿Dónde se ejerce, en qué espacio? ¿Dentro de nuestra mente? ¿Dentro de la mente de Dios? ¿Hay diferencia entre ambas?

La palabra fe se ha considerado en ocasiones como un tipo de creencia que se circunscribe a lo religioso. Pero, ¿qué es lo religioso? ¿Lo religioso es tomar conciencia de un vínculo con la Omnipotencia, con lo divino, con nuestro yo esencial –único-?

¿Se puede crear, mediante la fe, al propio Dios, en tanto “Dios existente” (yo le llamo “Dios lógico”), como aseguraron el Maestro Eckhart y el maestro Feuerbach?

La foto que sobrevuela estos apuntes muestra a un grupo de hombres construyendo un andamio en un espacio que parece infinito. Es una imagen que me produce un extraordinario sobrecogimiento estético y metafísico. Y es que veo en ella un sumatorio que resquebraja mi mente y la deja con olor a infinito; mejor dicho: a infinita creatividad. Si efectivamente nuestra fe, o nuestra voluntad de crear, tienen efectos creativos -configurativos de realidades objetivas-, cabría visualizar en un todo armónico la suma de los actos de fe de todos los seres humanos: de todos los que existieron y existirán (si es que insistimos en atribuirlos a ellos –a nosotros- esa facultad excepcional de creer/crear).

Uno de los obreros -uno de los creyentes- de la foto parece estar fabricando el propio sol, al propio Dios-Sol; o a lo mejor el sol como esfera ígnea dentro del dibujo mítico que la Ciencia hace todavía del universo. Ese obrero, en cualquier caso, parece estar creando un “sol”: un decisivo foco de fuerza en el todo en el que él cree.

Trato de imaginar el rugido final de todos los actos de fe emanados de todos los seres humanos que existieron, que existen y que existirán. Y trato de pensar cuál puede ser la energía genésica resultante de ese gigantesco coro de sueños. Quizás cabría ver ahí la Creación con mayúscula (con un solo soñador de fondo, autodrifactado). Creación siempre viva, siempre fertilizando la nada. Creación ubicua y omnipotente, pero autodifractada en cada ser humano que es capaz de creer/crear: de tener “fe”.

Schopenhauer, en su obra Sobre la voluntad en la naturaleza, incluyó un sorprendente capítulo titulado “Magnetismo animal y magia”. Una sola convicción ilumina todas las frases de este capítulo. Es ésta: el ser humano tiene acceso en su interior a la omnipotencia: a algo capaz de dejar en suspenso las leyes de la naturaleza y de provocar fenómenos imposibles. Pero para ello hay que creer. Creer, por ejemplo, que una barra de metal puede curar (mesmerismo). Basta con creer. Y con imaginar. Creer en que lo imaginado puede fecundar la nada.

Imaginación. Fe. Esperanza de lo inesperable. ¿Alguien conoce los límites lógicos de lo esperable?

¿Y quién/qué cree en nuestro creer? ¿Quién sueña en nuestro soñar? ¿Cuánto hay todavía por crear? ¿Es el ser humano, como pensó Sartre, una nada que se tiene que configurar a sí misma, darse sentido a sí misma ante la -para Sartre-obvia inexistencia de Dios?

Quiero compartir el sobrecogimiento que me produce imaginar, atisbar, el sumatorio de actos de fe de todos los seres humanos, el estruendo de esa descomunal catarata de actos de fe (de sueños).

Mis ideas básicas se han desplegado, supongo que casi algorítmicamente, a partir de estas palabras de la Biblia: “Si no creeréis, no existiréis” (Isaías VII, 9)[1].

1.- Toda existencia (todo Maya/ toda bailarina) requiere fe (fe en que existe lo objetivo: un mundo que no depende de nosotros). Y dentro de lo existente estarían esos hombres a los que da el aviso el citado párrafo de la Biblia: si ellos no creen, no hay existencia, y sin existencia no existen ni ellos mismos: los seres humanos. Ellos deben creerse que su ser es ese: que son seres humanos fenoménicos, ahí, en los existente. En lo objetivo.

2.- Tener fe es creer en que lo que no se ve (postularlo). En este sentido la Ciencia siempre exige actos de fe. Popper habló de la religión de la ciencia.

3.- Sin fe (sin creación en definitiva) no existiría lo existente, lo objetivo: no habría ninguna bailarina bailando ante ningún sujeto. La fe, cuando es creadora, es la antítesis de la sabiduría (de la iluminación si se quiere). La sabiduría, cuando es absoluta, diluye el dualismo sujeto-objeto: incinera los mundos en la hoguera de la nada.

4.- El regreso a la Nada requiere la ausencia absoluta de fe: un nihilismo radical que permitiría, utilizando una expresión de D.T. Suzuki, estar con Dios antes de que Él dijera “hágase la luz”. [Véase “Nada”]

5.- Pero ahora, ahora que escribo esto, hay algo. Y ese algo, en caso de que efectivamente la fe sea creadora, habría que considerarlo fruto de la fe: de la fe de alguien… ¿Nuestra en el pasado? ¿De nuestros padres u otros seres que nos amaron y que mediante la fe nos fabricaron, o nos fabrican, esta realidad?

6.- Las masas de mitos que están ahí disponibles nos ofrecen modelos arquetípicos de realidad configurable en virtud de un acto de fe. Viviríamos en una especie de gigantesco mercado de sueños posibles. Un creador, un verdadero creador, sería alguien capaz de ofrecer sueños nuevos: nuevos modelos de mente: nuevas opciones de fe.

7.- Yo no sé qué se está construyendo con el soñar de todos los soñadores… con ese gigantesco andamio que están levantando, a la vez, todos los que creen en algo. ¿Qué está creando Dios a través del creer/crear de sus criaturas? ¿En qué cree Dios? ¿No sería maravilloso poder asomarse a su obra, con las manos entrecruzadas en la espalda, como si fuéramos jubilados?

8.- Salvador Paniker, en una obra titulada Asimetrías[2], afirmó que la fe es la confianza en la realidad. Es una preciosa definición.

Tener fe es confiar en que algo grandioso se está construyendo, siempre, a golpe de sueños. A golpe de creencias. Y que estamos implicados en esa grandiosa construcción.

David López

 

[1] Se trata de una cita de la Biblia que he encontrado en la siguiente obra: Raimon Panikkar, Mito, fe y hermenéutica, Herder, Barcelona, 2007. En ella hay un profundo estudio del fenómeno de la fe.

[2] En la sección de críticas literarias se pueden leer mis comentarios a esta obra.

 

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Las bailarinas lógicas/Un diccionario filosófico: “Dharma”. Notas sueltas

desembarco-normandia-soldado-dubitativo

Dharma. No es posible una traducción de esta palabra sánscrita. Pero cabe aproximarse al concepto que ella propone con vocablos como “ley”, “orden”, “religión”, “deber”, “justicia”, “mérito moral” o “virtud”.

Gavin Flood, en su obra El hinduismo [1], afirma que la finalidad del dharma es “producir lo que es bueno”. ¿Bueno para qué? ¿Para la creación de un cosmos? ¿Para su mantenimiento? ¿Para su destrucción? ¿Qué es lo que hay que hacer?

Una de las obras fundamentales de Lenin -y del inefable siglo XX- lleva por título ¿Qué hacer? En ella presupone, a diferencia del profeta Marx, que, si no se hacen bien las cosas, lo mismo la Historia no culmina en una sociedad comunista.

Volvamos al hinduismo. Dharma también se traduce como “camino” (similar al Tao chino): el camino que cada uno debe encontrar y debe seguir. ¿Para qué? Bueno, al parecer, para salvarse, para glorificarse, él, y el propio cosmos (Rita) que le alimenta a él, que le da sentido, que le permite ser algo, luchar por algo, soñar algo: el Dharma sería un orden divino, invulnerable, que protege a quien lo protege.

Pero, si es invulnerable, ¿para qué protegerlo?

La fotografía que he elegido para asomarme a eso que sea el dharma fue tomada en 1945. En Normandía. Corresponde al desembarco “dharmico” de un grupo de soldados. Algunos, como se ve, están ya en el agua. Sus cuerpos, temblorosos, jadeantes, cumplidores, cubiertos por ropas robotizantes y por armas lógicas, están ya sacudidos por la fría inestabilidad del océano –Anrita– y por el miedo a la muerte. A recibirla y a darla. Uno de los soldados parece que se ha quedado en la embarcación, que no se decide a ofrecer su corazón al sacerdote que está oficiando en este sangriento rito salvífico. Los ojos del soldado rezagado miran hacia sus compañeros de dharma; y también hacia un espacio metafísicamente prodigioso: una simbiosis de luz y de tinieblas donde los desgarros mutuos generan una belleza que no parece ser de este mundo. Allí están combatiendo dos ejércitos, dos custodios de dos universos no compatibles. El idioma sánscrito tiene una palabra para ese espacio moral y letal: Dharmakshetra (o Kurukshetra). Se trata de un campo donde los Paandavas luchan contra los Kauravas para reestablecer el orden divino.

El orden divino: dharma. Más bien: el ordenar, la acción ordenar que culminaría en un cosmos. Y que lo mantendría como tal. El orden divino que aquellos soldados querían reestablecer lleva nombres-dioses como “Democracia”, “Libertad”, “derechos humanos” … Se trata de un cosmos (Rita) que requiere, para su sustento, que se cumpla el dharma. Que todos sus componentes cumplan su dharma. ¿Aquellos soldados estaban siguiendo su dharma? ¿El suyo propio o el que les impuso su sociedad? ¿Hay diferencia?

Raimon Panikkar [2] afirma que el hinduismo es simplemente dharma. Y que si eso que llamamos desde fuera “hinduismo” pudiera elegir un nombre para sí mismo, el nombre elegido sería: sanaatana dharma (orden perenne).

 

Orden perenne. Eterno. Inamovible.

 

Y dice también Panikkar en el libro citado que el hombre debe conocer cuál es su propio