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Enfermedad, Medicina y Magia en el sistema filosófico de Schopenhauer

 

 

Schlüterhof des Berliner Stadtschlosses 

Eduard Gaertner, 1830

 

Enfermedad, Medicina y Magia en el sistema filosófico de Schopenhauer*

 

* Este artículo ha sido publicado en: Voluntas-Revista internacional de Filosofía, Vol. 11, Num. 3, 2020, pp. 17-27.

 

I. Introducción

Entre los años 1831 y 1832 una pandemia de cólera asoló Berlín y muchas otras ciudades del mundo. Hegel fue una entre sus miles de víctimas. Schopenhauer, que también vivía en aquella ciudad en aquel momento, sobrevivió, en su opinión porque tuvo un sueño premonitorio que le empujó a huir a Frankfort, donde permaneció hasta su muerte – por neumonía – en 1860.

Así narra el filósofo aquel sueño que, según su propia interpretación, le salvó de la letal pandemia:

Para servir a la verdad en todas sus formas y hasta la muerte, dejo por escrito que en la noche de fin de año entre 1830 y 1831 he tenido el siguiente sueño que presagiaba mi muerte en el presente año. – Entre los seis y los diez años tuve un amigo íntimo y permanente compañero de juegos, justo de la misma edad, que se llamaba Gottfried Jänisch, y que murió cuando yo, con diez años, estaba en Francia. En los últimos 30 años he pensado en él muy escasamente. – Pero en la noche antes señalada llegué a un país para mí desconocido. Un grupo de hombres permanecía de pie en el campo y entre ellos había uno maduro, delgado y alto, que me fue reconocible, no sé cómo, justamente como aquel Gottfried Jänisch, el cual dio la bienvenida.[1] (HN IV,1 46)

En anotaciones posteriores añadidas a este texto Schopenhauer afirma lo siguiente:

Este sueño contribuyó mucho a que yo abandonara Berlín tras la llegada del cólera. Pudo haber sido una verdad hipotética, y, por lo tanto, un aviso: esto es, que si me hubiera quedado, habría muerto por el cólera. Justo después de mi llegada a Frankfurt tuve una aparición de fantasmas absolutamente clara: eran (así yo lo creo) mis padres; y presagiaba [dicha aparición] que yo ahora sobreviviría a mi madre, que todavía estaba viva; mi padre, que ya estaba muerto, llevaba una luz en la mano. (HN IV,1 47)

Estas anotaciones no están sin embargo entre las que, en el mismo año 1831, Schopenhauer agrupó en su “Libro del cólera” [Cholera-Buch], título este que él explica con la frase: “porque fue escrito en la huida del cólera”. En este libro, que forma parte de su legado manuscrito y que consta de 81 notas, solo la última menciona la enfermedad que le da nombre, y contiene un simple dato empírico respecto a un tratamiento que, según el filósofo, ha salvado por completo a treinta enfermos de cólera. A saber: dos cucharadas de sal de cocina en seis onzas de agua cocida a fuego lento, tomadas de una vez, y, después, cada hora, una cucharada de la misma mixtura, pero fría (HN IV, 110).

Más allá de la plausible eficacia de este simplísimo tratamiento, llama la atención que Schopenhauer, quien antes de estudiar Filosofía en Berlín había estudiado Medicina en Gotinga, no incluyera en las otras 80 notas de su “Libro del cólera” ninguna otra reflexión sobre esta enfermedad en concreto, o sobre la pandemia que estaba devastando Berlín y muchas otras ciudades de Alemania y del mundo. Sorprende la frialdad, la serenidad intelectual, la falta de dramatismo con la que vivió aquella terrible pandemia. De hecho, en la primera de esas notas, el antiguo estudiante de Medicina se limita a ofrecer una explicación fisiológica de la caída del cabello por la edad, en absoluto conectada con el cólera (HN IV, 1 72). Sí encontramos, aparte de reflexiones metafísicas relacionadas con su propio sistema filosófico (ya casi por completo expuesto en la primera edición de su obra El mundo como voluntad y representación), varias referencias a los sueños, y a sus capacidades de premonición, así como al fenómeno de la aparición de fantasmas. No podía quizás ser de otra forma, toda vez que ambos fenómenos, a su modo de entender, le habían salvado la vida. También encontramos entre esas notas una (la 35) en la que se muestra la importancia que la Magia, en este caso denominada directamente “brujería” [Zauberei], tiene en el pensamiento de Schopenhauer, pues en dicha nota se afirma que la misma es “el inmediato reinado de la voluntad” sobre el mundo de la representación (HN IV,1 96).

El presente artículo pretende contemplar los fenómenos de la enfermedad y de la Medicina (y de los médicos) desde el sistema filosófico de Schopenhauer, y ponerlos en conexión con su particular concepción de la Magia.

El mundo perceptible, según este filósofo, es representación, concepto que equivaldría, según él mismo explica reiteradamente, al fenómeno kantiano. Lo perceptible sería por tanto simple apariencia, detrás de la cual habría algo, eso sí completamente real, que Kant denominó “cosa en sí” y Schopenhauer “voluntad”. En esa representación, y solo en ella, es donde ocurrirían, donde serían posibles, el principio de individuación (necesario para sostener la diferencia entre médico y enfermo), la causalidad, y las leyes de la naturaleza, entre las cuales estarían las que regularían, de forma aparentemente dictatorial, todos los organismos vivos, obviamente incluidos los humanos.

El problema hermenéutico que se plantea puede ser enunciado así: si el mundo como representación está sometido a leyes naturales perfectamente estructuradas y absolutamente ineludibles, y si debemos incluir también el comportamiento del enfermo y del médico dentro del ámbito de poder de esas leyes (dentro de esa perfecta estructura-mundo), la enfermedad, si es entendida como desequilibrio, aunque sea puntual y recuperable, aparece como algo imposible, ilógico.

Cierto es que Schopenhauer aceptó expresa y reiteradamente la posibilidad de dejar en suspenso las leyes de la Naturaleza (N, 104).  Esa sería para él la esencia de la Magia. Y consideró, además, de forma muy concreta, la plena eficacia de la magia curativa (N, 106). No obstante, ese fenómeno excepcional, si bien mostraría empíricamente la posibilidad de desactivación puntual del sistema-mundo (del mundo puramente físico, y por tanto también fisiológico), no resolvería la dificultad hermenéutica antes aludida, ya que, al considerarse la posibilidad misma de la existencia de la enfermedad, se seguiría presuponiendo la posibilidad de desequilibrio, de fallo, de a-sistematicidad, dentro del universo: dentro de la representación. Pero lo cierto es que en los textos de Schopenhauer tan impensable debería ser un fallo, un desequilibrio, una irregularidad, en el interior de una estrella como en el interior de un cuerpo humano.

 

II. Un muy breve esquema del sistema filosófico de Schopenhauer y del lugar de la Magia en el mismo

El sistema filosófico de Schopenhauer es, en buena medida, el desarrollo lógico, casi algorítmico, de una sola intuición, de un descubrimiento, de una ruptura de límites: su concepto de voluntad, que coincidiría con la cosa en sí de Kant y que estaría empíricamente disponible (casi por completo) en la experiencia más directa, más real, más íntima, de todo ser humano: su querer. Así, según Schopenhauer, él habría encontrado el gran secreto del mundo, y lo habría mostrado, lo habría por fin nombrado, con una palabra que expresaría, aunque de forma imperfecta, una experiencia real. Dicha palabra sería “voluntad” (W II, 220).

Ese concepto crucial en el sistema filosófico de Schopenhauer, tal como él lo configuró, ofrece grandes posibilidades para la reflexión filosófica, aunque también ha generado muchas dificultades hermenéuticas desde su aparición, por primera vez, en 1819. Dichas dificultades quedan en buena medida mitigadas si se considera que Schopenhauer utilizó su palabra fundamental para nombrar tres niveles ontológicos dentro de su sistema filosófico, que coincidirían además con tres niveles de subjetivad (toda vez que en dicho sistema solo lo subjetivo sería lo propiamente real).[2]

En su primer nivel semántico, la palabra voluntad de Schopenhauer se referiría a la sensación humana más básica: su querer o no querer, su voluntad de vivir, de seguir viviendo. También coincidiría con el cuerpo individual de cada ser humano concreto: su querer en ese nivel sería ese precisamente ese cuerpo, el cual se presentaría como la parte visible de una voluntad subyacente.

En el segundo nivel semántico se nombraría el mundo entero, que sería, en cuanto objetividad, en cuanto realidad perceptible por un sujeto, equivalente al total de su querer. El mundo sería algo querido; esto es: la objetivación concreta de un querer concreto (entre otros posibles). En ese nivel habría una subjetividad superior a la puramente humana, la cual dispondría del así llamado “Gran ojo del mundo”, que estaría formado por la suma de todos ojos de todos los animales, incluidos todos los seres humanos (HN 1, 347).

Y en el tercer nivel semántico Schopenhauer utilizaría su palabra fundamental para designar aquello que ya no es mundo, que ya no es ninguna objetividad, por ser precisamente la inextinguible fuente creadora y des-creadora de cualquier mundo, de cualquier objetividad, de cualquier forma de representación ante un sujeto (P I, 133). La voluntad, contemplada desde ese tercer nivel semántico, sería libre: en realidad la única posibilidad de libertad dentro del sistema filosófico de Schopenhauer. El ser humano individual dentro del mundo, por el contrario, no sería libre (E, 96-97). Debemos decir por lo tanto, que el médico, como ser individual, carecería de libertad dentro del sistema filosófico de Schopenhauer, pero, a la vez, sería obra (y estaría permanentemente en manos) de aquello que sí dispone de esa libertad.

Otro atributo de la voluntad en su tercer nivel semántico, crucial para el tema planteado en el presente artículo, es la omnipotencia. De hecho, en virtud del fenómeno de la Magia, la voluntad entraría en el mundo para dejar puntualmente en suspenso sus leyes naturales (N, 112.). Y entraría esa omnipotencia también en el mundo, según Schopenhauer, para provocar curaciones no permitidas (imposibles) en virtud de dichas leyes.

Para visualizar las dimensiones y las reglas interiores del sistema filosófico de Schopenhauer es crucial tener presentes las frases con las que culmina la segunda parte de su obra capital (El mundo como voluntad y representación):

[…] el acto de voluntad del que surge el mundo es el nuestro propio. Es libre: pues el principio de razón, el cual da significado a toda necesidad, es simplemente la forma de su manifestación. Justamente por eso es ésta, una vez ahí, en su desarrollo completamente necesaria: solo en consecuencia de esto podemos, a partir de dicha manifestación, conocer la complexión de ese acto de voluntad y, así, eventualiter[eventualmente] querer de otra manera. (W II, 743)

En el párrafo antes citado aparecería nuestra subjetividad esencial como fuente de todos los mundos, equivalente con nuestro yo más profundo, y como fuente también de toda Magia (y, por lo tanto, de toda posible magia curativa).

Un esquema del sistema filosófico de Schopenhauer, por breve que sea, no puede excluir el aspecto religioso del mismo. El libro cuarto de su obra capital (el más extenso por número de páginas) es el que se ocupa de ello, y es de hecho introducido como el que debe recibir la más seria atención de entre los cuatro que componen dicha obra (W I, 319). De hecho, el tercer libro de la misma finaliza con esta frase: “Hacia lo serio por lo tanto queremos nosotros también girar ahora” (W I, 316). “Lo serio”, digamos “lo sagrado”, es, en cualquier caso, algo determinante, hermenéuticamente ineludible, de todo el filosofar de Schopenhauer, una clave decisiva para entender su concepto de voluntad en el tercer nivel ontológico:

Yo digo que mi voluntad es absoluta, está por encima de todo mundo de los cuerpos y de toda Naturaleza, es originalmente sagrada, y su sacralidad no tiene límites: sino que más bien es el poder del mundo sobre mí el que tiene límites […]. (HN II, 364)

Y parece incluso que subyacería una infinita buena voluntad  -digamos simplemente “amor”- en el diseño del mundo en el que viven los seres humanos (incluidos por supuesto los médicos y los enfermos):

[…] en el simple sueño la relación es unilateral, y es que solo un yo verdaderamente quiere y siente, mientras que los demás no lo hacen, pues son fantasmas; por el contrario, en el gran sueño de la vida tiene lugar una relación multilateral, toda vez que no solo uno aparece en el sueño del otro, sino que este también aparece en el de aquel, de forma que, por medio de una verdadera harmonia praestabilita, cada uno sueña solo aquello que para él es adecuado según su propia guía metafísica, y todos los sueños-vida están entretejidos con una perfección tal, que cada uno experimenta solo lo que le es beneficioso y hace lo que es necesario para los demás […]. (P I, 232-233)

El amor metafísico que parece dar sentido al hecho de que sea diseñado un entramado tan prodigioso de sueños/vidas con el objetivo de que cada ser humano sueñe/viva lo que le es adecuado, sería el mismo que afloraría, que sería necesario, en las “curas por simpatía”, las cuales podrían ser denominadas, simplemente, “curas por amor”. De ellas nos ocupamos en el epígrafe IV. En cualquier caso, cabría afirmar que en ellas actuaría lo más profundo, lo más poderoso – y lo más bello – del sistema filosófico de Schopenhauer: lo sagrado.

 

III. La enfermedad, los médicos y el poder curativo de la naturaleza

En la redacción de su currículum vitae Schopenhauer da cuenta de los cursos a los que, entre los años 1809 y 1811, asistió como estudiante de Medicina en la universidad de Gotinga antes de decidir matricularse en la universidad de Berlín y dedicarse ya por completo a la Filosofía. Entre otros, encontramos los siguientes: Historia de la naturaleza, Mineralogía, Fisiología y Anatomía comparada (con Blumenbach) y Anatomía del cuerpo humano (con Hempel). Esos dos años no los considera Schopenhauer en absoluto perdidos, pues afirma con claridad que los conocimientos que adquirió en dichos cursos son necesariamente útiles para el filósofo (GB, 653).

Rüdiger Safranski se pregunta si la decisión de Schopenhauer de estudiar Medicina fue o no motivada por el deseo de su madre, la cual habría le recomendado “estudios con los que ganarse el pan” [Brotstudium]. Afirma asimismo Safraski, con razón, que por sus primeras anotaciones tenemos constancia de las inclinaciones hacia la Filosofía de Schopenhauer; y añade que ya el propio Kant había visto la Medicina como colindante con la Filosofía: que la habría elevado a una dignidad filosófica.[3]

A lo largo de sus textos encontramos, en cualquier caso, numerosas huellas de los conocimientos que poseía Schopenhauer sobre las ciencias de la naturaleza de su época; y, en concreto, sobre Fisiología, la ciencia que se ocuparía de esa concreta porción de la naturaleza que se mostraría en el cuerpo humano.[4] De hecho, el primer capítulo de la obra Sobre la voluntad en la Naturaleza lleva por título “Fisiología y patología”. Se trata del primer texto que publica Schopenhauer después de la primera edición de su texto capital (El mundo como voluntad y representación). En dicho capítulo, como en el resto, Schopenhauer quiere tan solo mostrar cómo los últimos avances de las ciencias de la naturaleza de su época han evidenciado su doctrina filosófica fundamental [Grundlehre]; esto es: que su concepto de voluntad coincide con la cosa en sí de Kant y que es lo que en realidad mueve todos los fenómenos de la naturaleza: el núcleo, la explicación final, la “x” de la misma. Y entre esos fenómenos de la naturaleza movidos por la omnipresente y omnipotente voluntad estaría, como no podía ser de otra forma, el organismo humano:

A partir de mi frase de que la voluntad sea la “cosa en sí” de Kant, o último sustrato de cada fenómeno, no había yo derivado que también en todas las inconscientes funciones internas del organismo la voluntad sería el agente […]. (N, 34)

Llegados a este punto, y si es la voluntad el agente de esas “funciones internas”, cabe preguntarse qué es exactamente la enfermedad para Schopenhauer. De estas palabras del filósofo podemos deducir que se trataría, simplemente, de un desorden en el organismo:

La voluntad por el contrario, como cosa en sí, no es nunca perezosa, es absolutamente incansable, su actividad es su esencia, nunca deja de querer, y cuando, durante el sueño, está liberada del intelecto y, por lo tanto no puede, a partir de motivos, actuar hacia afuera, actúa como fuerza vital [Lebenskraft], se ocupa mejor, sin ser molestada, de la economía interior del organismo y devuelve también de nuevo al orden, como vis naturae medicatrix, las irregularidades que han reptado dentro [de dicho organismo]. (W II, 240)

¿Cómo es posible entonces que ocurran semejantes irregularidades si el poder de la voluntad es ilimitado? ¿Cómo puede haber un fallo, un desequilibrio, en la objetivación de la voluntad? Por otra parte, hay que preguntarse también qué es eso de “naturaleza” para Schopenhauer, pues este filósofo, como acabamos de leer, le otorga a la misma decisivos poderes curativos. En el capítulo 6 de la segunda parte de su obra Parerga y paralipomena expresa Schopenhauer, casi telegráficamente, su concepción de la naturaleza:

La naturaleza es la voluntad, en tanto que [dicha voluntad] se contempla fuera de sí misma; por lo que su punto de mira debe ser un intelecto individual. Este es en cualquier caso su propio producto. (P II, 109)

Y sería la naturaleza (la voluntad) – en la mayoría de los casos – la que curaría a los enfermos, no los médicos, que cobrarían buena parte de sus honorarios por algo que ellos en realidad no hacen.  Habría además un error en la forma como los pacientes verían a los médicos:

Reconozco que hay excepciones, por tanto casos, en los que solo pueden ayudar los médicos: de hecho es la sífilis el triunfo de la Medicina. Pero la mayor parte de las recuperaciones son, con mucho, obra de la naturaleza, por la cual el médico presenta sus honorarios. […] Los pacientes del médico miran su propio cuerpo como si fuera un reloj, u otra máquina, la cual, cuando algo en ella se desordena, solo se puede volver a poner en funcionamiento cuando un mecánico la repara. Pero no es así: el cuerpo es una máquina que se repara a sí misma: la mayoría de los auto-instalados grandes y pequeños desórdenes, después de un periodo más o menos largo de tiempo, se eliminarán ellos solos mediante la vis naturae medicatrix. (PP II, 184)

Pero lo cierto es que en el sistema filosófico de Schopenhauer el médico, entendido como organismo vivo dotado de un cerebro vivo y, por tanto, de un intelecto (el que necesita para ejercer su profesión), es también naturaleza, es objetivación de la voluntad.  Su acto de curar a otro ser humano (digamos a otra “porción” de la naturaleza) sería por tanto, siempre, un acto de la propia naturaleza; en definitiva, como veíamos antes, de la voluntad.

Una explícita concepción del médico como fruto de la naturaleza la encontramos en un autor especialmente admirado por Schopenhauer: Paracelso; el cual llega a afirmar lo siguiente:

El médico procede de la naturaleza, ella le hace; solo aquel que obtiene su experiencia de la naturaleza es un médico, y no aquel que con la cabeza y las ideas elaboradas escribe, habla y obra en contra de la naturaleza y de sus peculiaridades.

El médico no es más que servidor de la naturaleza, y no su dueño. Por eso corresponde a la Medicina seguir la voluntad de la Naturaleza.

Quien quiera ser un buen médico deberá anclar su fe en la “luz de la razón de la naturaleza”, sanar a partir de ella y no empezar nada sin ella[5]

Pero en la Medicina, en el misterio de la curación, no implica Paracelso solo al médico y a la naturaleza, sino también a Dios:

Porque no eres tú quien actúa a través de la Medicina, sino Dios, igual que es Él quien hace crecer el grano, y no el campesino.[6]

Con ocasión de la anterior cita de Paracelso es oportuno recordar que los textos de Schopenhauer permiten hacer una equivalencia entre su concepto de voluntad, contemplado en su tercer nivel ontológico (como sujeto esencial, omnipotente, libre, creador del mundo) y el concepto de Dios, siempre que este no sea llevado a una objetividad externa al abismo más profundo del ser humano, y de toda realidad.[7] Contra el teísmo en concreto, es decir, contra la posibilidad de un dios exterior, también se manifiesta Schopenhauer en una interesante anotación de su Libro del cólera: “El teísmo en sentido propio es por completo análogo a la afirmación de que después de su correcta construcción geométrica el centro de la esfera pudiera salir del centro de la misma” (HN IV,1 75). Y en ese mismo libro es donde encontramos una decisiva anotación en la que Schopenhauer otorga a su concepto de voluntad un atributo fundamental de Dios (del Dios de los escolásticos): la aseidad: ser por sí mismo, sin fundamento exterior a sí mismo (HN IV,1 102).

La enfermedad es, en cualquier caso, para Schopenhauer, argumento contra la existencia del mundo: es sufrimiento, tortura. En el “Libro del cólera” encontramos esta idea así expresada: “Mi frase de que toda felicidad es de naturaleza negativa, tiene también una confirmación en que los más altos bienes de la Humanidad – la salud y la libertad – son simples negaciones” (HN IV, 1 105). Pero, aunque la enfermedad es fuente de sufrimiento, es asimismo querida, como todo: como el todo-mundo que describe Schopenhauer con tintes tan tenebrosos en sus textos, en realidad para dejar claro “lo serio”, la urgencia de la salvación, la urgencia de no seguir queriendo un mundo así. ¿Querer de otra manera, que es lo que está sugiriendo la última frase de la obra capital de Schopenhauer, sería querer un mundo sin enfermedades? ¿Cómo es entonces que han sido queridas para este mundo?

El mundo que, según Schopenhauer, habría que dejar de querer (de representar) para podernos salvar, debemos recordar que es fruto de un solo acto libre del cual surge un mecanismo donde ninguna individualidad, sea humana o no, es libre. La ausencia total de libertad -dentro del mundo – implica y permite que nada ocurra en él de una forma diferente a la establecida en el acto de voluntad, ese sí por completo libre, del que deriva todo (W II, 743). Esa predeterminación es la que, por otra parte, daría sentido, razón de ser, a la clarividencia de los sonámbulos. Volvamos al “Libro del cólera”. En el apunte 47 se afirma que “por mucho que el curso de las cosas se presente como puramente casual, sin embargo no lo es, sino que, dado que todo está desde el principio predeterminado, todas esas mismas casualidades […] están empuñadas por una profunda, oculta necesidad […]” (HN IV, 1 101).  

¿Para qué entonces una magia curativa, entendida como suspensión puntual de leyes, no programada, del programado transcurso de la naturaleza y sus procesos de auto-recuperación de equilibrios? ¿Una rectificación, sobre la marcha, del devenir del mundo? ¿Por qué? ¿Para qué?

 

IV. La Magia como Medicina: el magnetismo animal y las curas por simpatía

Arthur Hübscher, cuya aportación a los estudios sobre Schopenhauer es incalculable, publicó en 1975 (en el Anuario de la Sociedad Schopenhauer, el cual él mismo dirigió durante 46 años) un artículo especial cuyo título es: “Filósofos y médicos”.[8] Es especial, y realmente excepcional dentro de la tradición editorial del citado anuario, porque en él encontramos un testimonio puramente personal, digamos casi íntimo, de la relación que, desde niño, Arthur Hübscher tuvo con la Medicina en general y con los médicos en particular. En ese artículo Hübscher atribuye a Schopenhauer (y se la atribuye a sí mismo también) la concepción del médico como alguien emparentado con el mago, y señala que dicho filósofo habría hablado de dones de adivinación que “permitirían al médico actuar correctamente cuando los fundamentos científicos son insuficientes”.[9] Afirma también Hübscher en el citado ensayo que la “misión del médico, así debemos entender a Schopenhauer, empieza más allá de los límites de un completo conocimiento científico”.[10] ¿Dónde ubicamos ese “más allá”? Hübscher no nos ofrece una respuesta explícita en su ensayo, pero parece estar sin duda insistiendo en su concepción del médico como un mago.

Como hemos señalado anteriormente, la Magia ocupa un lugar decisivo en el sistema filosófico de Schopenhauer. Los hechos mágicos, en concreto el magnetismo animal y las curas por simpatía, son para el filósofo la más palpable constatación de su doctrina fundamental de la omnipotencia de la voluntad; y son además la “metafísica práctica” (HN IV, 1 30). Se podría decir que, vistos desde los textos de Schopenhauer, son la única ocasión en la que es visible la entrada en el mundo de lo que ya no es mundo, de aquello que hay que concebir como la fuente creativa, sostenedora y, en su caso, aniquiladora, de cualquier mundo, de cualquier representación.[11]

Cierto es, no obstante, que Schopenhauer parece mostrar más interés por el magnetismo animal que por las curas por simpatía; y que ese superior interés, además, está más dirigido hacia las posibilidades de desactivación de los límites del espacio y del tiempo, y de las barreras que separan las voluntades de los seres humanos individuales, que a las de la curación de los mismos. De hecho, lo que más parece impresionarle al filósofo es el espectáculo de personas (algunos magnetizadores de la época) que son capaces de controlar a voluntad los movimientos corporales de otras. Incluso de cadáveres (N, 103).

El magnetismo animal al que hacen referencia los textos de Schopenhauer es el de la heterodoxa rama de Puységur, no el de su creador, Franz Anton Mesmer. Le interesa más al filósofo el fenómeno del hipnotismo, de la absorción de la voluntad del hipnotizado (normalmente más bien hipnotizada) por parte el magnetizador, que ese “éter que lo penetraría todo”, supuestamente descubierto por Mesmer y que, ya por fin, en opinión de su descubridor y sus miles de seguidores, lo curaría todo. De hecho, este médico dedicó un enorme esfuerzo en insistir que su gran modelo de Medicina era puramente científico y materialista. Schopenhauer por su parte rechazó explícitamente estos “materialistas principios argumentativos” (N, 99). Él vio en el magnetismo animal lo que no es materia, ni energía, ni “éter”. Él vio la entrada en el mundo de lo que ya no es mundo: la omnipotente libertad, capaz desactivar las leyes de la naturaleza y de provocar curas imposibles en virtud de dichas leyes.

Sí encontramos, no obstante, algunas indicaciones concretas sobre la dimensión puramente curativa del magnetismo animal. La clave estaría en el sueño. Schopenhauer atribuye al sueño profundo un descomunal poder curativo, y el trance hipnótico que el magnetizador provocaría en el ser humano magnetizado llevaría ese sueño a su profundidad máxima (a su máxima capacidad terapéutica). Pero solo algunos de estos sonámbulos inducidos, según Schopenhauer, tendrían acceso a la clarividencia (P I, 249, 273-275).

La medicina puramente mágica sería no obstante la que ocurriría en virtud de las así llamadas “curas por simpatía”. Schopenhauer no permite la más mínima duda sobre ellas (N, 106). Y su clave de funcionamiento, su radical eficacia, residiría (igual que en el magnetismo animal) en la voluntad del médico, eso sí, desprendida de todo aditivo intelectual, de todo pensar, digamos de toda legislación sobre lo que es posible y lo que no en el mundo como representación (N. 101,104). “La fuerza interior” del médico, que actúa inmediatamente en el individuo extraño, sería capaz de producir un efecto curativo (N, 107). El verdadero médico tendría, además, un don de adivinación, sin el cual no podría actuar correctamente (N, 13). Y es a ese don al que se refería Arthur Hübscher en su excepcional, personalísimo, artículo de 1975.

Sigue no obstante pareciendo incomprensible la posibilidad misma de la enfermedad, del desorden, dentro del mundo como representación.

 

V. Conclusión. Tres niveles ontológicos de la enfermedad en el sistema filosófico de Schopenhauer

Cabría quizás transcender las dificultades hermenéuticas mencionadas en los epígrafes anteriores si se considera que el sistema filosófico de Schopenhauer ofrece tres perspectivas del fenómeno – e incluso de la idea misma – de enfermedad, las cuales serían posibles porque dicho sistema se despliega en tres niveles ontológicos.

1ª.- Enfermedad como desequilibrio en el organismo humano, considerado como parte del mundo, como objetividad de una voluntad que aparece como individual. Desde esta primera perspectiva el médico es también otro cuerpo humano, cuyo cerebro (lugar del intelecto) ha sido formado gracias a los conocimientos científicos de cada época. Está vigente el principio de causalidad. La enfermedad tiene por lo tanto una causa eficiente y la terapia del médico se concibe como capaz de ser, a su vez, causa eficiente de la curación, esto es, de la recuperación del equilibrio perdido en ese organismo vivo que es su paciente. Lo decisivo en esta primera perspectiva es el conocimiento por parte de la ciencia médica de cómo funciona exactamente el cosmos fisiológico del cuerpo humano, y la recepción intelectual y buen uso que de dicho conocimiento haga el médico. Schopenhauer reconoce grandes éxitos a la Medicina (digamos “científica”), como vimos en el epígrafe, respecto a la enfermedad de la sífilis. No renuncia por lo tanto a dar un gran valor a esta primera perspectiva. De hecho, él la estudió durante dos años en la universidad de Gotinga y afirmó después el gran valor de estos estudios.

2ª.- Enfermedad como desorden de la naturaleza que ella misma soluciona, sin que sea necesaria la intervención del médico. Aquí el mundo hay que verlo como una totalidad ordenada.  Y como objetivación de una sola voluntad, ya no parcelable en individuos. En este nivel el médico ya no es el que actúa (en realidad ya no existe como individuo), sino la voluntad, llamada por Schopenhauer naturaleza en su dimensión objetiva. Y lo cierto es que, como señalábamos anteriormente, este filósofo considera que, en la mayoría de los casos, las enfermedades se curan así: por el curso normal de la naturaleza, sin la intervención del médico.

3ª.- Enfermedad como suceso en un universo cuyas leyes pueden quedar en suspenso, como tragedia (fuente de dolor y de desesperación) que puede ser borrada por la acción directa, libre, de lo que no está sometido a dichas leyes. El médico aparece en este nivel ontológico como una parte de la naturaleza muy especial, pues está conectada con el fondo abisal de la misma (en realidad con el sujeto esencial del médico, y de todo). El médico recibe de ahí sus dones adivinatorios. Dios actúa a través de él si se acepta la identidad entre el concepto de voluntad de Schopenhauer y el de un Dios no objetivable. Desde esta perspectiva lo que curará de verdad será la voluntad de curar del médico. A través del médico podrá ocurrir, de hecho, una cura imposible según las leyes que estructuran el mundo donde él y su paciente están incardinados. Estamos en un nivel ontológico donde puede ocurrir lo milagroso, lo aparentemente imposible, porque la omnipotencia que creó el mundo puede hacer cualquier cosa dentro de él.

Volvemos a preguntarnos: ¿Para qué una curación mágica? ¿Por qué no deja la voluntad (el sujeto esencial) que el mundo que creó siga su curso? ¿No estaba perfectamente diseñado? Recordemos una vez más la idea de los soñadores interconectados. Podría quizás pensarse, sin salirse del sistema filosófico de Schopenhauer, que la omnipotencia (la voluntad en su tercer nivel ontológico, el sujeto esencial) puede hacer modificaciones puntuales de su mundo creado en cualquier momento, como un escritor que tuviera la opción de corregir frases, situaciones, según él mismo las va leyendo, y las va sintiendo casi como reales. Y haría esas correcciones por amor quizás a sus criaturas artificiales (los seres humanos individuales). ¿Es la Magia entonces una modificación puntual del prefecto diseño de la red de seres humanos soñadores? ¿Es una asistencia permanente, viva, consciente, inteligentísima, recibida por los -sufrientes- seres humanos fenoménicos desde las profundidades mágicas, sacras, de su ser esencial?

Schopenhauer huye de Berlín después de pasar varios años en esa ciudad y de tener en ella sus primeros contactos con el magnetismo animal y, por lo tanto (según su propia concepción), con la Magia. Pero lo cierto es que respecto al cólera que provoca su huida de esa ciudad solo menciona, como hemos visto anteriormente, la terapia de beber agua cocida, y con sal. Sus reflexiones médicas quedan puramente ubicadas, por lo tanto, en el ámbito de las estrictas ciencias naturales, del más absoluto materialismo. En su “Libro del cólera” no abandona por tanto el filosofo, en ningún momento, la primera de las tres perspectivas que hemos sugerido anteriormente. Es a su intelecto puro (y al de todos los demás) al que apela Schopenhauer durante aquella pandemia de cólera. Y a la pura Química: a la pura materia del universo físico, no a la Metafísica o a la Magia.

No obstante, hay que señalar que, según el sistema filosófico de Schopenhauer, el cerebro humano (la cuna del intelecto puro, el lugar donde ocurrirían las ciencias de la naturaleza, el único lugar donde, para cualquier kantiano, es posible que se sostenga la materia) estaría tan intervenido por la omnipotencia de la voluntad como la vara mágica de los magnetizadores. Es de hecho el intelecto, como he señalado en el epígrafe III, un producto de la propia naturaleza (P II, 109) que ella misma puede utilizar para, digámoslo así, auto-equilibrarse.

Un apunte del “Libro del cólera” ya citado en los párrafos anteriores, el que afirma la imposibilidad de que el centro de una esfera pueda salir de la misma (HN IV,1 75), nos obliga, entre muchas otras decenas de citas repartidas por las obras de Schopenhauer, a ver esa ubicuidad de la voluntad (de la voluntad en el tercer nivel semántico). Estaría esa omnipotencia por tanto también plenamente activa en el cerebro individual del médico que practica la Medicina “científica”, digamos la que se apoya en los más estrictos principios de ratio et empire. Y cabría decir además que el amor hacia su paciente (como eco en el mundo de esa voluntad sagrada que es su verdadera fuente) podría elevar el intelecto del médico a su máxima potencia. Eso le permitiría (como por arte de Magia) encontrar los mejores métodos para detectar, para curar y para prevenir esa gran fuente de dolor humano que son las enfermedades.

 

Referencias

CORRÊA DA SILVA, Luan. Metafísica Prática em Schopenhauer (Tesis doctoral). Florianópolis 2017.

FLORSCHÜTZ, Gottlieb. “Schopenhauer und die Magie- die praktische Metaphysik? In: 93. Schopenhauer-Jahrbuch 2012, pp. 471-484.

HÜBSCHER, Arthur. „Philosophen und Ärzte”. In: Jahrbuch der Schopenhauer-Gesellschaft 1975.

LÓPEZ, David. El lugar de la magia en el sistema filosófico de Schopenhauer. Tesis doctoral presentada en la Escuela de Doctorado Internacional de la Universidad de Santiago de Compostela, 2020.

PARACELSO. Textos esenciales. Jolande Jacobi (edit.). Trad. Carlos Fortea. Siruela: Madrid 2007

SAFRANSKI, Rüdiger. Schopenhauer und die wilden Jahre der Philosophie. Eine Biographie. München: Carl Hanser Verlag, 1987.

[1] Todas las traducciones incluidas en este artículo son propias.

[2] Véase: LÓPEZ, David. El lugar de la magia en el sistema filosófico de Schopenhauer. Tesis doctoral presentada en la Escuela de Doctorado Internacional de la Universidad de Santiago de Compostela, 2020.

[3] SAFRANSKI, Schopenhauer und die wilden Jahre der Philosophie, 158-159.

[4] Sobre la gran relevancia de la Fisiología en el pensamiento de Schopenhauer véase: SEGALA, Marco. “The Role of Physiology in Schopenhauer’s Metaphysics of Nature”. In: Jahrbuch der Schopenhauer-Gesellschaft 2012, pp. 327-334.

[5] PARACELSO, Textos esenciales, 105.

[6] Ibíd., 10.

[7] La identidad entre Dios y el schopenhaueriano concepto de voluntad ha sido sostenida por autores como Paul Deussen, Carl Gustav Jung y Manuel Suances Marcos.

[8] HÜBSCHER, Arthur. „Philosophen und Ärzte”. In: Jahrbuch der Schopenhauer-Gesellschaft 1975, 17-32.

[9] Ibíd., 17

[10] Ibíd., 32.

[11] Sobre el concepto de metafísica práctica en Schopenhauer véanse: FLORSCHÜTZ, Gottlieb. “Schopenhauer und die Magie- die praktische Metaphysik? In: 93. Schopenhauer-Jahrbuch 2012, pp. 471-484. CORRÊA DA SILVA, Luan. Metafísica Prática em Schopenhauer (Tesis doctoral). Florianópolis 2017.

 

 

 

Una metafísica de la violencia

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La imagen que ocupa el cielo de este texto es un cuadro de Caspar David Friedrich titulado Abtei im Aichwald. En él se muestra un templo arrasado. Un ser humano es un templo, sagrado, por lo tanto no profanable. Ese es el principio fundamental sobre el que se construyen los sistemas jurídicos más avanzados del planeta.

Ese templo no deja de serlo aunque esté ideológicamente enfermo. A Bin Laden -ese templo incuestionable, ese “árbol de sangre”- se le asesinó de forma sacrílega. Él lo hizo con muchos más templos, con miles de templos, pero fue coherente con sus -esclavistas, miedosas, emponzoñadas- ideas. Los que le asesinaron y los que ordenaron ese asesinato no fueron coherentes con las suyas, que son justamente las que yo considero como las más avanzadas y más diamantinas de este planeta: los derechos humanos, la salvaguardia de los templos. A nadie se le ocurre derruir una pirámide de Egipto por el hecho de que en ella, o con ocasión de ella, se cometieran atrocidades.

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Pensadores vivos: Rüdiger Safranski

 

 

Rüdiger Safranski. Romanticismo. En esta obra narra cómo Herder a finales del siglo XVII salió de viaje por el mar, y cómo, en lo Inmenso, en lo Otro, se encontró a sí mismo. La subjetividad como lugar de prodigios, inmenso también, radicalmente humano, capaz de crear en esa Inmensidad mundos enteros.

Quiero traer aquí una vivencia personal. Ocurrió hace veinticinco años, en la cubierta de un barco que me llevaba a África, a mí y a mi moto, los dos dispuestos a atravesar el desierto de Sahara, una galaxia de mitos para mí en aquella época. Y sentí de pronto una brisa en la piel del cuerpo y del alma que no provenía de eso que, simplificando, mutilando, llamamos “mar”.

Volvamos a Rüdiger Safranski. En mi larga investigación sobre el poder de la magia en la Metafísica de Schopenhauer he tenido la suerte de leer una brillante obra de Rüdiger Safranski: Schopenhauer und die wilden Jahre der Philosophie. Eine Biographie (Carl Hanser Verlag, 1987) [Schopenhauer y los años salvajes de la Filosofía. Una biografía]. Hay una edición en español realizada por Tusquets (2008) y cuyo traductor es José Planells Puchades.

Mis tesis fundamentales sobre la piedra angular de la -bellísima- Metafísica de Schopenhauer discrepan completamente de las que Safranski expone en esta obra, pero no por ello dejo de aplaudir su enorme valor académico y estético, sobre todo por su energía filosófico-lingüística, por su singular pulso narrativo y reflexivo, por la limpieza y, a la vez, la capacidad de hechizo que tienen sus frases, muchas de las cuales son insólitamente cortas y simples para lo que es habitual en el lenguaje alemán. Y hay una frase en particular que irradia algo inefable sobre todas las demás. Es la primera:

“Este libro es una declaración de amor a la Filosofía”.

Es por tanto Rüdiger Safranski, como lo soy yo mismo, un enamorado de la Filosofía. ¿Cómo no serlo?

Más tarde disfruté también de forma excepcional con otra obra de Safranski: Romantik. Eine deutsche Affäre (Carl Hanser Verlag, 2007). La edición en español es una vez más de Tusquets (2009). La traducción la ha realizado Raúl Gabás.

También he disfrutado mucho escuchando a Safranski junto a Peter Sloterdijk en el programa televisivo Philosophischer Quarttet (ZDF). Este programa se emitió en la televisión alemana entre los años 2002 y 2012. Ahora hay mucho material disponible en YouTube. Desconozco si hay algo traducido al español.

Rüdiger Safranski (Rottweil, Alemania, 1 de enero de 1945). Estudió en Frankfurt y en Berlín Germanística, Historia, Historia del Arte y Filosofía. Tuvo entre otros profesores a Theodor Adorno. En 1976 se doctoró en la Universidad Libre de Berlín con una tesis cuyo título es Estudios sobre el desarrollo de la “Arbeiterliteratur” en la República Federal (Studien zur Entwicklung der Arbeiterliteratur in der Bundesrepublik). No sé cómo traducir “Arbeiterliteratur”. Quizás debería ser Literatura de/sobre los trabajadores. En cualquier caso no he tenido todavía el placer de leer la tesis de Safranski.

Es relevante señalar que fue Safranski uno de los socios fundadores del Partido Comunista alemán (Kommunistischen Partei Deutschlands).

Safranski se ha destacado internacionalmente como escritor de biografías. Aparte de la ya citada sobre Schopenhauer (1988), ha escrito sobre E.T.A. Hoffmann (1984), Heidegger (1994), Nietzsche (2000), Schiller (2004), Schiller y Goethe como amigos (2009) y, la última publicada, es sobre el propio Goethe individualmente (2013), el cual se presenta como un maestro de la vida, de la obra de arte que sería la vida. Estas biografías son una delicia para el lector, y en ellas Safranski ofrece mucho más que información: filosofa en privado, pero en voz alta, con gran elegancia, y con gran fuerza.

Aparte de su tesis doctoral, ha publicado también Safranski otras dos obras no biográficas: ¿Cuánta verdad necesita el ser humano? Sobre lo pensable y lo vivible [Wieviel Wahrheit braucht der Mensch? Über das Denkbare und das Lebbare. Hanser, München u. a. 1990]; y ¿Cuánta globalozación soporta el ser humano? [Wieviel Globalisierung verträgt der Mensch? Hanser, München u. a. 2003].

Expongo a continuación algunas consideraciones sobre las dos obras de Safranski con las que he dado comienzo a este artículo:

1.- Schopenhauer y los años salvajes de la Filosofía (Las citas que ofrezco se refieren a la edición alemana: Carl Hanser Verlag, 1987).

Tras su declaración de amor a la Filosofía, Safranski nos ofrece en esta obra una extensa y vibrante biografía de Schopenhauer y, a la vez, una imagen de su sistema filosófico. Esa imagen forma parte de una tradición hermenéutica que atribuye a Schopenhauer la idea de que el mundo, lo inmanente, agota lo existente, el ser en su totalidad.

Rüdiger Safranski afirma (p. 229) que la frase clave de Schopenhauer es de 1815 (“de la que todo lo demás se deriva”):

El mundo como cosa en sí es una gran voluntad, que no sabe lo que quiere; pues ella no sabe sino que simplemente quiere, justamente porque ella es una voluntad y no otra cosa.

Y dice Safranski:

Aunque Schopenhauer también partió de una filosofía trascendental, no llega a ninguna transparente trascendencia: el Ser no es sino ciega voluntad, algo vital, pero también opaco, que no señala hacia nada con sentido ni con designio. Su significado está en que no tiene significado, solo es. La esencia de la vida es deseo de vida, una frase que es confesadamente tautológica pues la voluntad no es nada sino vida. “Voluntad de vivir”, contiene solo una duplicidad lingüística. El camino hacia la “cosa en sí”, que también transita Schopenhauer, termina en la más oscura y espesa inmanencia: en la voluntad sentida en el cuerpo (p. 313).

En 2010 Rüdiger Safranski ha editado una selección de textos de Schopenhauer bajo el título Arthur Schopenhauer. Das große Lesebuch (Fischer Verlag, Frankfurt am Main, 2010). Y, sorprendentemente, en las páginas 23-24 encontramos a Safranski diciendo algo muy distinto a lo que acabamos de leer, dudando, arrastrado -supongo que gozósamente- por la enormidad todavía no bien medida de la metafísica de Schopenhauer:

El mundo de la voluntad quizás no es todo. Schopenhauer aclaró en un comentario a su obra principal: “que en mi filosofía el mundo no completa la total posibilidad del Ser”. Se trata de una sorprendente afirmación, pues significa que la negación [de la voluntad] no conduce a un muerto no-Ser [ersterbendes Nichtsein], sino a otro Ser. Cada gran filosofía tiene su inefabilidad, su misterio informulable. En el caso de Schopenhauer me parece que está en esta frase insinuado: “que en mi filosofía el mundo no completa la total posibilidad del Ser” [bei mir die Welt nicht die ganze Möglichkeit alles Seyns ausfüllt].

Esta crucial afirmación de Schopenhauer la encontramos en la página 740 de la segunda parte de su obra capital: El mundo como voluntad y representación (Sämtliche Werke, edición de Arthur Hübscher revisada por su mujer Angelika Hübscher, 7 volúmenes, F. H. Brockhaus, Mannheim, 1988).

En la Metafísica de Schopenhauer el “mundo” (lo que Schopenhauer entendía por mundo) es una parte minúscula de la totalidad, de lo que se es (de lo que somos) más allá de la puntualmente mundanal condición humana. De hecho, esa metafísica, ese modelo de totalidad construido con palabras que nos regalo Schopenhauer, tiene espacio semántico suficiente como para afirmar que somos en realidad una “Nada Mágica”, capaz, desde su omnipotencia, desde su libertad radical, de autoconfigurarse en cualquier modelo de mundo, en cualquier modelo de voluntad ya determinada.

La expresión “Nada mágica” es una propuesta mía, no de Schopenhauer: una herramienta hermenéutica que puede ser útil para vislumbrar el imponenente tamaño que tiene su sistema metafísico.

En cualquier caso esa herramienta hermenéutica ha sido decisiva para desarrollar mi trabajo Die Magie in Schopenhauers Metaphysik: ein Weg, um uns als „magisches Nichts“ zu erkennen [La Magia en la Metafísica de Schopenhauer: un camino para conocernos como “Nada mágica”]. Este trabajo, como ya he anunciado en posts anteriores, está a punto de ser publicado en Schopenhauer-Jahrbuch (Königshausen & Neumann, Würzburg). Muy pronto espero traer aquí ese texto -que está escrito en alemán- y una traducción al español. Creo que merece la pena. Es una delicia filosófica, un lujo para la mirada, seguir a Schopenhauer en su intento de legitimar recíprocamente la Magia y su sistema filosófico. Y creo, honestamente, que es precisamente la Magia la mejor puerta de entrada a esa soprendente galaxia de frases, la mejor perspectiva para contemplar lo que ahí emerge.

2.- Romanticismo.

Esta obra me ha ofrecido algunos contenidos interesantes sobre los vínculos entre la Magia y la Filosofía. Estos contenidos están en el sexto capítulo, que es el que Safranski dedica a Novalis. No es éste el momento de que exponga mi visión sobre la filosofía mágica de Novalis y su impactante similitud con el fondo del sistema filosófico de Schopenhauer (ambos quizás igualmente hechizados por ideas muy extremas del kantianamente hechizado Fichte).

Sí creo, no obstante, que merece la pena traer aquí una deslumbrante afirmación de Novalis:

“El mago más grande sería aquel que pudiera también hechizarse a sí mismo, de manera tal que sus hechizos se le presentaran como fenómenos autónomos creados por otros. ¿No será ese nuestro caso?”

La cita está disponible en: Novalis Schriften [Escritos de Novalis], edic. Richard Samuel-Paul Kluckhohn, 4 volúmenes, Bibliographisches Institut, Leipzig, 1928, vol.II, p. 394.

Sí, Novalis. Podría ser ese nuestro caso. Podría ser que estuviera ahí todo dicho. ¿Dicho por quién, a quién? ¿Por “qué” a “qué”?

Volvamos a Safranski. Romanticismo. Quisiera ofrecer ahora mis reflexiones sobre unos momentos de esa obra (la traducción es mía, y es dudosa):

– “El romanticismo es una época deslumbrante del espíritu alemán, con gran irradiación sobre otras culturas nacionales. El romanticismo como época ha pasado, pero lo romántico como mentalidad [Geisteshaltung] permanece […] Lo romántico es fantástico, ingenioso, metafísico, imaginario, impulsivo, exaltado, abismal. No está obligado al consenso, no necesita ser socialmente provechoso, ni siquiera estar al servicio de la vida. Puede amar la muerte. Lo romántico busca la intensidad hasta llegar al dolor y la tragedia. Con todo esto no es lo romántico especialmente adecuado para la Política. Cuando se derrama en la Política, debería estar unido a una fuerte dosis de realismo. Y es que la Política debería basarse en el principio de prevención del dolor, del sufrimiento y de la crueldad. Lo romántico ama lo extremo, una Política racional el compromiso” (p. 392).

– “Por otra parte no deberíamos perder lo romántico, pues la racionalidad política y el sentido de la realidad es demasiado poco para la vida. […] El romanticismo provoca curiosidad hacia lo completamente otro. Su desatada fuerza imaginativa nos ofrece el espacio de juego que necesitamos, si es que consideramos, con Rilke, que:

en el mundo interpretado

no nos sentimos confiados en nuestro hogar.

Es una traducción mía, muy criticable, incluso por mí mismo. Ofrezco el original:

daß wir nicht sehr verläßlich zu Haus sind

in der gedeuteten Welt.

Con esta frase de Rilke (que es un recorte sacado de la Primera Elegía de Duino) concluye la obra de Safranski. Cabría afirmar que es precisamente ese “mundo interpretado” lo que el propio Safranski denomina “realidad”, como algo contrapuesto a “lo romántico”. Tengo la sensación de que esos “mundos reales” son productos poéticos puntualmente aquietados por el consenso de las tribus humanas (por decirlo de alguna manera). El romanticismo como actitud filosófica, epistemológica incluso, intensifica la potencia de la mirada hasta el punto de dejar traslúcidos los tejidos de fantasía que constituyen las “realidades puras y duras”; y hasta el punto de tomar conciencia de la autoría de esos tejidos cosmizadores.

Parecería que Safranski quiere proponer una medida de higiene poética. Parecería que quiere crear un traje de máxima protección anti-vírica que impidiese la entrada de los virus imaginativos propios del romanticismo en el ámbito de la Política, esfera ésta donde solo habría que estar a los hechos de la realidad pura y dura y trabajar por un consenso destinado a la “prevención del dolor, del sufrimiento y la crueldad” (p.392).

No veo que el objetivo de la Política deba ser la prevención del dolor, del sufrimiento. Cuidado. El sufrimiento no voluntario es fuente de sublimación, de creatividad, de elevación. Sugiero la lectura de mi bailarina lógica “Tapas (Sufrimiento creativo)”. Se puede entrar en ella desde [Aquí].

El desafío, creo, no sería tanto crear ese himen entre dos mundos, como iluminarlos, ambos, con la luz de la Filosofía: saber que la Política está hechizada con bailarinas lógicas [Véanse aquí], saber que podemos analizar las consecuencias que su baile puede provocar en el sacro ser humano (mi humanismo es conscientemente irracional, y no puede fundamentarse a sí mismo), saber que contamos con una gran fuerza poética capaz de construir, de custodiar, de desinstalar si acaso, mundos enteros.

Afirma Safranski (p. 393) que la “tensión entre lo romántico y lo político pertenece a la todavía más abarcante tensión entre lo imaginable y lo vivible”. He traducido la palabra alemana “Vorstellbaren” como “imaginable”. “Vorstellung” puede traducirse al español, efectivamente, como “imaginación”, aunque también como “presentación”, “representación” o, incluso, como “obra de teatro”. Schopenhauer da comienzo a su obra capital afirmando “Die Welt ist meine Vorstellung“. Normalmente esta famosa frase se traduce como “El mundo es mi representación”. Podría traducirse también como “El mundo es mi imaginación”. No creo que el “mundo vivible” al que se refiere Safranski sea distinto que el imaginado. El peligro, en Política, está en dejarse atrapar por mundos imaginados por otros, sobre todo si esos mundos no son creados desde el amor, sino desde odio (es decir, desde la estupidez). La Filosofía sería experta en mundos, en tejidos de mundos. Y en amor también.

Por ello la Filosofía es ineludible para la Política.

Eso de “mundo” cabe también pensarlo como un sumatorio de sustantivos, una tradición social (Unamuno), una ficción que no ha nacido de un engaño deliberado sino de una multimilenaria epidemia de hechizos. No hay demonios conspiratorios, solo hombres de buena fe que no son lo suficientemente lúcidos como para saber que no hay demonios.

Sospecho, en cualquier caso, que lo que de verdad hay -la realidad pura y dura- nos es inimaginable.

“El mundo” es algo así como un dibujo, o una programación (autolimitación/protección) de la mirada. Por eso, en el fondo, lo vemos con cierta extrañeza, porque todos somos románticos, todos sentimos algo que no queda simbolizado en ningún sistema-mundo (“el mundo interpretado” al que parece que se refirió Rilke).

Todos, en algún momento, hemos sentido en la piel del alma la brisa de lo Inefable, de lo no interpretado. Por eso filosofamos con estupor maravillado.

Safranski filosofa con ese estupor, pero desde la calma. Es un gran placer tanto leerle como escucharle. Gracias amigo por tu precioso trabajo.

David López

 

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Pensadores vivos: Peter Sloterdijk

 

 

Peter Sloterdijk (Karlsruhe, 1947) es un pensador que, desde hace varios años, me ha acompañado en muchos de mis solitarios desayunos ante los indecibles horizontes de Castilla, la Vieja. Me ha acompañado Sloterdijk, sin materia, desde la pantalla de mi ordenador, sentado él en un sofá de dos plazas colocado frente a otro sofá gemelo en el que siempre estaba mi tan admirado Rüdiger Safranski. Las dos plazas restantes las ocupaban los pensadores invitados. Me estoy refiriendo al programa Philosophisches Quarttet (ZDF). Este programa se dejó de emitir en 2012, pero gracias a YouTube se pueden rescatar muchas de sus emisiones, supongo que ya por los siglos de los siglos. ¿O no? ¿Qué sustituirá a eso de “Internet”? ¿Adónde vamos?

La obra de Sloterdijk me provoca un gran interés, a pesar de que este pensador legitima plenamente a Rajneesh-Osho como gran figura espiritual del siglo XX. Llega incluso Sloterdijk a considerar que Rajneesh-Osho como el Wittgenstein de la religión. Una afirmación para mí completamente inaceptable. Sí comparto con Sloterdijk la fascinación por Nietzsche, por Deleuze [Véase] y por Foucault [Véase]. A Heidegger [Véase] le considera el filósofo más relevante del siglo XX y le ubica al nivel de Nietzsche, Hegel y Platón. Yo tengo mis dudas. 

Me parece en cualquier caso decisiva, grandiosa y crucial esta pregunta de Sloterdijk: “¿Adónde venimos cuando venimos al mundo?” Esta pregunta fue tratada con especial profundidad por Kitaró Nishida [Véase]. Él habló de una Nada prodigiosa. Pero no de una desesperante nada de corte materialista-existencialista.

Esa Nada sería nuestro hábitat real — y a la vez nuestra esencia —: una “nada relativa” diría Schopenhauer, que es tal en cuanto que no es nada de lo que se conoce, de lo que es de este mundo, de lo que se puede incluso imaginar desde este mundo. Diríamos que su inmensidad revienta por dentro cualquier sustantivo, o cualquier sistema organizado de sustantivos. Una Nada sacra y sacralizante que es más de lo que cualquier ‘algo’ puede ser jamás. Ahí es donde estamos. Y eso es lo que somos. Me parece a mí.

Ofrezco unas breves reflexiones sobre algunas ideas de algunas obras de Sloterdijk. Estas ideas las he extraído básicamente de su obra capital: la trilogía Esferas. Las citas que aparecen en el presente texto se refieren a la edición alemana de Suhrkamp (Frankfurt am Main 1998). También haré referencias a un diálogo entre Sloterdijk  y Hans-Jürgen Heinrichs publicado en 2001 bajo el título Die Sonne und der Tod [El sol y la muerte]. Mis citas se refieren a la edición española de Siruela (Madrid 2003), la cual ofrece la traducción de German Cano. 

Estas son algunas de las ideas de Sloterdijk que burbujean por el momento en eso que sea mi mente (las traducciones de la trilogía Esferas, siempre muy mejorables, son mías):

1.- La metáfora de las esferas.

Esferas está compuesta por tres libros, tres metáforas esféricas: Burbujas, Globos y Espumas. Esferas… Serían hábitats geométricos artificiales — digamos míticos— pero imprescindibles para la vida humana. Creo que debe prestarse especial atención al prólogo que Sloterdijk ofrece como puerta de entrada a su trilogía, y en el que recuerda la famosa inscripción que, según se dice, se podía leer en la entrada de la academia de Platón: “Manténgase alejado de este lugar quien no sea geómetra”. Sloterdijk termina su prólogo afirmando que él redactaría así el cartel de entrada a su trilogía: “Manténgase alejado quien no esté dispuesto a elogiar la transferencia y a rechazar la soledad”.

2.- Transferencia [Übertragung]. Y Filosofía.

Oigamos a Sloterdijk en Burbujas (Primera parte de su trilogía): “De los excedentes del primer amor, el cual se desprende de su origen para, recomenzando libremente, avanzar en otro lugar, se nutre también el pensamiento filosófico, del que debe saberse especialmente que es un caso de transferencia de amor al todo. Nada ha dañado tanto el pensamiento filosófico como esa patética reducción temática que con razón y sin razón se basa en modelos psicoanalíticos. Por el contrario, hay que insistir en que la transferencia es la fuente formal de los procesos creadores, los cuales dan alas al éxodo de los seres humanos hacia lo abierto. No transferimos tanto incorregibles afectos [unbelehrbare Affekte] a personas extrañas, como tempranas experiencias espaciales a nuevos lugares y movimientos primarios a escenarios lejanos. Los límites de mi capacidad de transferencia son los límites de mi mundo” (p. 14).

3.- Estar en lo inmenso.

Así termina Burbujas: “De este modo cambia otra vez el sentido de En; teniendo en cuenta las guerras de globalización y los avances técnicos que darían su carácter a nuestro siglo, Ser-En significa: habitar lo inmenso. Kant había enseñado que la pregunta con la que el ser humano se asegura su lugar en el mundo debía ser: ¿Qué podemos esperar? Tras las des-fundamentaciones [Entgründungen] del siglo XX sabemos que la pregunta suena así: ¿Dónde estamos cuando estamos en lo inmenso?” (Burbujas, p. 644).

3.- Vida, construcción de esferas y pensamiento como distintas expresiones para lo mismo (Burbujas, p. 12). Me viene a la cabeza el comentario que Vivekananda hizo al segundo Yoga-Sutra de Pantañjali. Vivekananda afirmó en su ineludible obra Raja-Yoga (Ramakrishna-Vivekananda Center, Nueva York 1956) que el Yoga busca la eliminación de las formas de la mente, llamadas en sánscrito “Writtis” (literalmente “burbujas”). La eliminación de esas burbujas permitiría la contemplación de nuestro verdadero yo, el que es eterno, omnisciente, todopoderoso, libre… Cabría incluso confundirse, identificarse, con unas burbujas concretas de las que se forman en nuestra mente: identificarse con el yo ‘artificial’, el yo pensado, construido, burbujeante… Pero: ¿Quién/Qué fabrica esas burbujas tan hechizantes? Si, según Sloterdijk, la vida y el pensar y el construir esferas (burbujas) es lo mismo, ¿no podría apuntar el Raja Yoga a un estado de conciencia carente de vida?

4.- Esferas II (Globos).

Dice Sloterdijk: “Si te tuviera que expresar en una sola palabra el motivo dominante del pensamiento europeo en su época metafísica, dicha palabra solo podría ser: globalización”. “Tener un lugar en la Naturaleza significa, ahora, a partir del encuentro entre Ser y Círculo, tener un lugar en una gran bola, sea central o periférico” (Globos, pp. 47-48). Parecería, no obstante, que Sloterdijk fomenta una salida de cualquier modelo de “gran bola”: la libertad y el vuelo del pensamiento y del sentimiento humanos hacia “lo abierto”: lo no abarcado por geometría alguna, terrenos vírgenes para… ¿Crear nuevas esferas?… ¿Siempre por transferencia de ese primer amor sentido dentro del seno materno?

La Edad Moderna como cambio de situación cósmica del hombre. El modelo antiguo, según Sloterdijk, consideraba al planeta Tierra como la cloaca del cosmos en cuyo centro final estaría el infierno. Sloterdijk señala que la antigua imagen europea de mundo  sería “infernocéntrica”. Copérnico habría emancipado la Tierra, la habría sacado de esa miserable situación central. La Era Moderna, a diferencia de lo sostenido por Freud, no habría herido el narcisismo del ser humano al proclamar que la Tierra no era el centro del universo. La herida, según Sloterdijk, habría venido de la “incesante expansión del mecanismo, en detrimento de la ilusión del alma” (El sol y la muerte, pp. 187-193). Una humillación producida por las máquinas. 

Desaparición del firmamento, de la imagen de universo-contenedor. Según Sloterdijk la historia de las ideas en Europa habría dejado el globo terráqueo solo, en mitad de lo indefinible, del caos. Se perdería así “el confort del contenedor”, “la idea confortable de habitar en una casa bien organizada para todos”. Sloterdijk cree que con estas pérdidas — motivadas por las “evidencias” de la Ciencia — se “agudiza el problema de adónde vamos realmente cuando nosotros venimos al mundo”. Yo creo que creemos que venimos a la leyenda que nos cuenten los que nos acojan al nacer. Las leyendas serán nuestra comida, nuestra segunda matriz nutricia, en este caso puramente lógica. Esas leyendas quizás puedan ser ubicadas en una Biología, en un gran sistema secretor de fantasías. Pienso en una síntesis entre Levi-Strauss [Véase] y Humberto Maturana.

Máquinas enemigas del hombre. Sugiero aquí la lectura de mi aún no bien perfilada bailarina “Máquina” [Véase]. Yo creo que todo mundo (en cuanto conjunto ordenado de sustantivos) es una fantasía poética, una máquina poética, capaz de encajar en la primera definición que de máquina ofrece la Real Academia Española: “Artificio para aprovechar, dirigir o regular la acción de una fuerza”. Esa fuerza es la ilusión humana (ilusión de grandes placeres futuros, alcanzables, programables). Y es también el Eros. Ambos (Ilusión y Eros) requieren siempre un mundo montado y dado por real, una estructura de ideas ya convertida en cielo, algo que amar, un foco al que dirigir ‘nuestra’ energía. Cualquier arte-facto (si es que son obra del hombre, si es que son artificiales) sería un producto de esa gran máquina ilusionante, erotizante. No creo, por otra parte, que haya diferencia ontológica entre lo que Sloterdijk llama “máquina” o “mecanismo” y lo que llama “Naturaleza”. Bailarinas lógicas. La magia de Vak.

La globalización. “La globalización actual es la consecuencia del movimiento del capital especulativo que circunda la tierra bajo la forma de noticias a la velocidad de la luz. De ahí que este tipo de globalización equivalga a una suerte de destrucción del espacio. El concepto de globalización actual tiene, pues, connotaciones amenazadoras, por mucho que sea alabado por los retóricos del neoliberalismo como una gran oportunidad para la humanidad (El sol y la muerte, pp. 196-197). No veo yo claro que exista realmente algo novedoso en la historia de la humanidad que deba ser denominado “globalización”. En cualquier caso, Sloterdijk parece ser un filósofo del espacio, como Heidegger lo fue del tiempo. El problema es que no es fácil detener nuestra inteligencia en qué sea exactamente eso de “Espacio” o “Tiempo”. Son dos realidades que se presuponen, pero que no se pueden pensar, ni mirar, ni sentir siquiera, por mucho que leamos a Kant. E, incluso, a Newton.

4.- Esferas III (Espumas).

Según Sloterdijk este tercer libro ofrece “[…] una teoría de la época actual bajo el punto de vista de que la vida se despliega de forma multifocal, multiperspectivista y heterárquico. Su punto de partida está en una no-metafísica y no-holística definición de la vida: su inmunización ya no puede ser pensada con los medios de la simplificación ontológica, del resumen en la pulida bola total. Si la Vida opera sin límite formando múltiples imágenes espaciales, no es solo porque cada mónada tiene su propio medioambiente, sino más bien porque todas están entrelazadas con otras formas de vida y están compuestas por incontables unidades [de vida]” (Espumas,  pp. 24-25).

“La alegre imagen mental [Denkbild] espuma nos sirve para recuperar postmetafísicamente los descubrimientos premetafísicos del mundo” (Espumas, p. 26)

5.- El seno materno.

Según Sloterdijk los seres humanos vienen “de dentro”, y vienen demasiado pronto. En la medida en que son criaturas entregadas al éxtasis del mundo, los seres humanos quedan marcados por su nacimiento prematuro y por su inmadurez. “Las madres humanas conceden a sus descendientes un mecenazgo biológico al poner a su disposición sus propios cuerpos como refugios originarios, o a modo de un arca íntima, una ciudad previa a la ciudad; es más, incluso, como yo trato aquí de mostrar, como un cosmos previo al cosmos”. “¿Cómo puedo arrojar luz sobre el hecho de que tengamos que vérnolas con la sustitución de una forma pequeña relativamente maternal por otra forma más grande, relativamente no maternal? Y es que, a decir verdad, nunca podemos tener constancia del momento en el que comenzó a despuntar nuestra propia vida”. Ese misterioso momento estaría, según Sloterdijk, “lejos del recuerdo lingüísticamente organizado […]”. La más importante de todas las tesis filosóficas sería, para Sloterdijk: “el hombre viene al mundo”. Las citas anteriores pueden encontrarse en las páginas 199-201 de El sol y la muerte

6.- Biotecnología.

Sloterdijk considera la idea de que la creación, digamos, ‘natural’, fuera obra de un Dios chapucero, y se remite a teologías mediterráneas de los siglos II. y IV. a.C. “A partir de ese momento resultaba factible la idea de que lo existente podía haberse creado de la mano de un Dios chapucero […] Los modernos ingenieros genéticos argumentan aquí, dicho sea de paso desde una posición de fuerza, pues ellos pueden con toda razón apuntar al hecho, que los hombres aquejados de enfermedades hereditarias no representan buenos ejemplos de un arte divino de creación. Si estos hombres son simples productos defectuosos de una mano azarosa, ¿por qué no han de ser legítimas a priori las medidas encaminadas a la compensación del azar? […] Los cabalistas fueron los primeros a los que quedó claro que Dios no era ningún humanista, sino un informático. Él no escribe textos, escribe códigos. Quien pudiera escribir como Dios, daría al concepto de escritura un significado que ningún escribiente humano ha entendido hasta el momento. Los genetistas y los informáticos escriben ya de otra manera. También en este sentido ha comenzado una época poshumanística” (El sol y la muerte, pp. 133-136).

En 1999 Sloterdijk generó una polémica en Alemania con ocasión de su posicionamiento respecto de las cuestiones éticas que plantea la ingeniería genética. Ante la posibilidad de que el ser humano sea “chapucero” en sus obras, en la creación de sus “homúnculos”, propone Sloterdijk una moratoria; algo así como un tiempo prudencial para que la tecnología se desarrolle lo suficiente. Es interesante la forma cómo Sloterdijk conecta este debate con los clásicos debates teológicos. Los monoteísmos creacionistas considerarían que Dios despliega la Creación de forma perfecta, que no cabe la chapuza. Otras líneas teológicas sí considerarían la posibilidad de dioses chapuceros. La ingeniería genética convertiría de alguna forma al hombre en un Dios que podría mejorar las “chapuzas” que hace la Naturaleza (enfermedades hereditarias, v.gr.) pero que, a su vez, aun siendo ya Dios,  tendría que tener cuidado con sus propias chapuzas. Sí considera Sloterdijk que estamos en el fin de una civilización, de un mundo, y el comienzo de otro (una síntesis entre Naturaleza y tecnología). Y considera como fecha decisiva para ese cambio la clonación de la oveja Dolly (el primer mamífero clonado a partir de una célula adulta; 1996).

7.- Un conocimiento “extrafilosófico, preferentemente poético o mítico”.

“De ahí que Esferas sea, en términos generales, y a pesar de sus rasgos narrativos e imaginativos, una empresa que no descuida la argumentación y que no puede renunciar a tomar parte en el envite que se desarrolla en la cúspide de esa pirámide legitimadora de los juegos de la verdad” (El sol y la muerte, p. 202). Sloterdijk parece estar desplegando lo que María Zambrano [Véase] llamó “razón poética” (ya desplegada explícitamente por Nietzsche, entre otros, e inconscientemente por todos). En cualquier caso, creo yo, no habría posibilidad de salir de la gramática, de ese infinito reglado del que habla Chomsky [Véase]: ahí dentro — en el infinito modulado por la Gramática — debería ocurrir, si ocurre, que sea dicho lo que es, lo que hay, lo que pasa, y a quién le pasa, y dónde le pasa: que acontezca, por fin, el advenimiento de una semántica perfecta: que alguien diga el Ser. Hegel lo intentó.

8.- ¿Dónde estamos?, se pregunta Sloterdijk con genuino temblor filosófico.

Vuelvo a los primeros párrafos de este texto. Kitaró Nishida [Véase] se ocupó con brillantez de “la lógica del lugar”. Y propuso la expresión Zettai Mu. Estaríamos en la Nada, sí, pero esa nada superaría cualquier “algo” pensable o imaginable.

9.- Cuerpos sociales vertebrados por los grandes medios de masas como conjuntos dispuestos a autoexcitarse.

“Es precisamente aquí donde cabe cifrar la misión del filósofo en la sociedad […]: demostrar que un sujeto puede ser interruptor de la información, y no un simple canal de transmisión que sirva de paso a las epidemias traumáticas y oleadas de excitación. Los clásicos expresaban esto con la palabra reflexión”.

10.- Crítica de la razón participativa.

La cuestión de cómo pertenece el hombre al mundo, o a lo que sea que le envuelve y transciende. Sloterdijk está en contra de la recuperación de modelos pretéritos, de ideas históricamente pasadas, que sirvan para dar sentido a la participación del hombre en lo que le transciende, en el todo, por decir algo. A este respecto hace una lúcida referencia a la necesidad de simplificación (recordemos a María Zambrano afirmando que cuanto más miedo tiene el ser humano, más busca el sistema). Sloterdijk, por su parte, afirma que en “las reducciones de la complejidad solo cabe elegir entre lo terrible y lo no tan terrible del todo”. ¿Por qué terrible? Mi opinión es justamente la contraria. A más empatía con la complejidad, más belleza, hasta llegar a empatizar con la complejidad infinita que nos subsume y que nos nutre, lo cual implicaría la empatía con la belleza infinita, que es lo que hay; creo yo. Pero sigamos oyendo a Sloterdijk: “Lo que aquí está en liza no es sino una participación en la complejidad como tal”. “Al fin y al cabo, no podemos vivir en ninguna otra parte que no sea el caos, en una caos compensado, eso sí, con ordenaciones”. “En realidad, no son los dioses los que nos faltan, ellos no son más que grandes simplificadores; lo que falta es un arte del pensar que sirva para orientarnos en un mundo dotado de complejidad. Lo que falta es una lógica que fuera suficientemente poderosa y dúctil para empezar a acoger la complejidad, la ausencia de definición última y la inmersión”. “Yo preferiría hablar a este respecto de inteligencia informal, toda vez que bajo este epígrafe se incluyen las filosofías poéticas y el pensamiento ligado a las obras artísticas”. El sol y la muerte,  pp. 345-347.

Pero esa lógica que añora Sloterdijk para que el ser humano pueda por fin decir el mundo, no podrá ser otra cosa que una forma de hacer frases gramaticalmente correctas. Quizás Nietzsche se equivocó y sí cabe librarse de Dios aunque no nos hayamos librado de la Gramática. Del Dios contra el que lucha Nietzsche quizás sí, al menos en su versión menos profunda. Pero hay una Diosa de la que no podrá librase nunca la Filosofía, entendida como actividad lingüística. Me refiero a la diosa Vak: la Palabra consciente de sí misma. Quizás toda Filosofía no es más que una Teología cuyo objeto es esa diosa.

Novalis dijo que la Filosofía tradicional era Logología. Él quiso proponer otra: una Filosofía mágica, creadora de mundos, no ‘conocedora’ de mundos previos a la propia actividad filosófica.

Y el mundo ‘creado’ en los textos de Sloterdijk tiene una luz especial, tiene algo salvaje, gigantesco, muy atractivo y subyugante, en la línea salvaje de Heidegger. A mí me gusta leerle y escucharle, casi siempre, a pesar de lo mucho que discrepo con él.

Creo en cualquier caso que Sloterdijk es un pensador realmente vivo. Y vivificante. Es un placer leerle y escucharle, casi siempre, porque es realmente un filósofo.

David López

 

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Las bailarinas lógicas: लीला (“Lila”).

 

लीला

“Lila”. Las dos vocales se pronuncian largas, sin prisa, como si estuviéramos en un ritual de magia sacra. Es una palabra que en sánscrito significa, entre otras cosas, juego. Juego sagrado. ¿Juego de quién? ¿Dónde? ¿Juego de Dios en la mente del hombre? ¿Por qué y para qué ese juego?

¿Y qué es, exactamente, eso de “jugar”?

Una pregunta fundamental en Filosofía es la siguiente: ¿Qué pasa aquí? ¿Qué es todo esto que se nos presenta como mundo ante la conciencia? ¿Cuál es el gran secreto del mundo? Por cierto: ¿Lo queremos saber?

Quizás esta preciosa palabra sánscrita nos ofrezca una sobrecogedora  inmersión en el  corazón del mismísimo Dios.

“Lila”. Ella quiere decirnos que estamos dentro de un juego: dentro del juego de Brahman. Dentro de nuestro propio juego. Porque somos, en realidad — en nuestro ser verdadero — un mago descomunal auto-ocultado que opera en su propia carne/mente.

Me encontré por vez primera con una versión escrita de esta idea leyendo un libro de Luis Renou (El hinduismo, Paidós, Barcelona 1991). Y leí lo siguiente:

“El Linga-purana hace hablar a éste [a Brahman] en los siguientes términos: ‘La conciencia fue creada por mí, y también la noción-de-yo en sus tres formas, la cual proviene de la conciencia; de ahí los cinco elementos sutiles, de ahí el espíritu y los sentidos corporales, el éter y las demás esencias, y lo que de ellas ha surgido: todo eso lo he creado yo, jugando” (p. 64).

Jugando.

Y pensé entonces en la seriedad y la inmensidad de mis juegos de niño. Yo recuerdo haber permanecido eternidades en mi habitación, con no más de cuatro años, sintiendo que estaba en el taller de los dioses: una zona muy seria, seria de verdad, fabricando realidad: entrando y saliendo de ella, con mis soldados y mis indios y mis vaqueros de plástico.

Un niño jugando en solitario es un Dios visible, disfrazado de animal vulnerable, que opera (que oficia) en un mundo invisible para los adultos.

Muchos años más tarde — ya autoexpulsado de ese taller sagrado — me sorprendí, casi me asusté, leyendo estas frases de Novalis:

“La naturaleza es, por tanto, puramente poética, y así el cuarto de un mago, de un físico, un cuarto de niños, un trastero y una despensa” (Novalis; Escritos escogidos, edición de Ernst-Edmund Keil y Jenaro Talens, Visor, 1984, p.120).

Y, finalmente, creo que debo decir que he sentido algo inexpresable ante los fenómenos de Second Life o los SIMS.

Este diccionario lo he ido denominando “Las bailarinas lógicas”. El término lo tomé precisamente de la mitología hindú: quería visualizar las palabras-bailarinas como sacerdotisas de un juego que Vak (la diosa de la palabra) juega en nuestra mente. Pero ¿es nuestra nuestra mente?

“Lila”. Antes de exponer mis ideas sobre esta palabra crucial, creo que debemos detenernos en los siguientes lugares:

1.- “Lila” en en el hinduismo. Se dice que como concepto aparece, por primera vez, en el Brahmasutra 2.1.33. El Gita, por su parte, en mi opinión, explicita una especie de videojuego sagrado. Hay que jugar al karma, pero con distancia, con conciencia de su sagrada artificialidad. Brahman sería el gran mago que se transforma a sí mismo en el mundo. La fuerza dinámica del juego-mundo sería karma (acción condicionada y condicionante… todo conectado con todo en el gran juego del universo). Hay instrucciones para jugar bien. Instrucciones que se envía el Gran Jugador a sí mismo.

2.- El libro de Job (en mi opinión, un desagradable juego entre Dios y el Demonio). Estudié este libro de la Biblia con especial profundidad gracias a un brillante curso de doctorado que impartió la profesora Isabel Cabrera en la Universidad Complutense de Madrid (“Un modelo para el estudio de la mística”). Hoy creo que, dentro de la narración cristiana, la histórica entrada de Dios en el mundo — Jesucristo — podría significar un insólito acto de amor (compasión, identidad incluso) hacia simples criaturas de su propio juego creativo.

3.- Novalis. En el fondo del mundo habría un mago jugando. Recomiendo, aparte de la ya citada, estas dos publicaciones:

  • Novalis (Plilosophical writings), traducción de Margaret Mahony Stoljar, State University of New York Press, Albany, 1997.
  • Novalis (Gesammelte Werke), edición de Hans Jürgen Balmes, Fischer Verlag, Frankfurt, 2008.

4.- Schiller. “Expresado con toda brevedad, el ser humano sólo juega cuando es hombre en el pleno sentido de la palabra, y sólo es enteramente ser humano cuando juega”. Esta frase de Schiller la recoge Rüdiger Safranski en su obra Romantik (Eine deutsche Affare). Edición española: Rüdiger Safranski: Romanticismo (Una odisea del espíritu alemán), Tusquets, Barcelona 2009. Schiller cree que en el juego del arte el ser humano es verdaderamente libre. La belleza -el arte bello- conduce a la libertad porque aumenta la sensibilidad. Y el juego crea distancia, perspectiva, civilización en su grado máximo. El hombre como “homo ludens”. Safranski utiliza estas palabras: (p. 43 edición española): “Por ejemplo, la sexualidad se sublima como juego erótico, ya así deja de ser meramente animal para volverse verdaderamente humana”. Sobre Schiller, aparte la ya citada de Safranski, creo que pueden ser interesantes las siguientes publicaciones:

  • Schiller: Cartas sobre la educación estética del hombre (trad. J.Feijóo y J. Seca), Anthropos, Barcelona 1990. Esta obra está disponible, gratis, y en su versión original aquí: http://gutenberg.spiegel.de/buch/3355/1
  • Rüdiger Safranski: Friedrich Schiller, oder die Erfindung des deutschen Idealismus, Munic, Hanser, 2004. Edición española: Rüdiger Safranski: Schiller o la invención del idealismo alemán, Tusquets, 2006.
  • F. C. Beiser: Schiller as philosopher, Oxford University Press, 2008.
  • Schiller: arte y política, Antonio Rivera García (editor), Editum (Ediciones de la Universidad de Murcia), 2010.

* Mi artículo sobre Rüdiger Safraski puede leerse [Aquí].

5.- Kierkegaard. Dios creó el mundo por aburrimiento. Más adelante me ocupo brevemente de esta sorprendente palabra (y del sorprendente concepto que ella simboliza)

6.- Sartre. En su obra “La náusea” este filósofo expresa el hastío ante un determinado cosmos, ante una determinada configuración de universales [Véase “Universales”]. Le acecha un aburrimiento pre-creacional. Necesita un juego que le estimule para seguir jugando el juego de la vida. Necesita un nuevo mundo con sus desafíos lúdicos. [Véase “Ser/Nada”].

7.- Emilio Lledó [Véase]. En su obra Ser quien eres (Ensayos para una educación democrática), este autor apuntaba la necesidad de un nuevo discurso.  Nuevos hechizos en realidad (nuevos juegos en nuestra mente). Sugiero la lectura de la crítica que en su día hice de la citada obra de Emilio Lledó. Se puede acceder a ella desde [Aquí].

Lo que el baile -el juego- de la palabra “Lila” provoca en mi mente y en mi corazón es más o menos lo siguiente:

1.- ¿Qué es, exactamente, “jugar”? Creo que con esa palabra nos referimos a la creación de dificultades artificiales, inexistentes, para generar determinadas emociones. Se juega para emocionarse (para provocar determinadas secreciones hormonales, dirían quizás los materialistas/hormonalistas). Quizás no se pueda vivir, en un cuerpo físico, sin determinadas secreciones. El sistema humano no estaría preparado para la ausencia de peligros, desafíos, conquistas, victorias, etc. Estamos ante creaciones de realidades virtuales. Jugar sería huir del aburrimiento, del horror del no-horror, del no-estímulo, de la no-vida. Una definición de juego podría ser esta: “creación artificial de situaciones estimulantes”. En cualquier caso, no debemos olvidar que los animales también juegan.

2.- La clave de un buen juego estaría en ilusionar. La vida es ilusión en el sentido más amplio que pueda tener esta palabra. El mejor juego es el que más ilusiona: el que permite entrar -virtualmente- en un mundo de promesas y de amenazas.

3.- Pero creo que también se juega cuando no se juega. El juego meramente artificial supliría carencias del juego de la vida. ¿Qué juego es ese? ¿A qué estamos jugando? Creo que se trata de la lucha, constante, fascinante, por fabricar nuestro cosmos soñado, por hacerlo visible, habitable, para nosotros, y para nuestros seres queridos. Jugamos a cosmizar el infinito, el caos que nos amenaza. Jugamos el gran juego de la vida, que es jugar con Dios a que se perfeccione su Creación.

4.- La palabra española “aburrimiento” lleva dentro  el prefijo ab (que suele significar la idea de separación o abstracción respecto de algo) y el verbo horrere (que significa “tener miedo”). “Separase, abstraerse del miedo”. No emociones ante algo supuestamente amenazante. Quizás lo único de lo que carece Dios es de carencia, y de amenaza, y de otredad. Quizás todo esto, para recibir existencia, requiere una fabuloso acto de auto-engaño, de auto-olvido: la omnipotencia quiere sacar de sí un lugar donde jugar a la impotencia. Y crea un mundo, que no es sino un fabuloso juego sagrado.La gran amenaza (decía Schopenhauer). Creo que dentro de no muchos años habrá seres humanos bostezando de tedio -sufriendo de absurdidad- frente a los ventanales de una casa construida en algún anillo de Saturno, al atardecer. El ser humano rutiniza, banaliza, cualquier prodigio. Por eso tiene que crear nuevos mundos, para no aburrirse. Tiene que crear nuevos cielos y nuevos infiernos muy ilusionantes. Las grandes narraciones de las ideologías políticas juegan ahí: creando grandes malos, grandes amenazas, grandes causas… para jugar, para seguir vibrando de emoción en el juego sagrado de la vida.

5.- En estados de meditación profunda no existe el aburrimiento, quizás porque no hay separación de nada [Véase “Meditación“]. Se podría decir entonces que solo se aburre la mente, o una determinada función del cerebro. Pero siempre regresamos al mundo -yo al menos-porque amamos este juego, esta ilusión. Lo cierto es que si convertimos la meditación en un elemento fundamental de nuestra rutina diaria, el juego de la vida aumenta su capacidad de fascinarnos. Y no sólo eso, sino que aumentan también nuestras capacidades de jugar bien. Es curioso: el juego de la vida se puede jugar mejor o peor. Si se juega bien, hay grandes premios: grandes experiencias. Y las instrucciones del juego están repartidas en varios soportes. Recordemos el Gita, entre otros manuales de ayuda.

6.- Las bailarinas lógicas. Los hechizos de las palabras. Los juegos del lenguaje. Creo sostenible que el mundo entero que se presenta como tal ante “nuestra conciencia” -el universo, todos los dioses o no dioses, materia o energía, etc.- no es más, ni menos, que un juego del lenguaje: un gran juego de bailarinas lógicas a las órdenes de Vak (que sería uno de los avatares de Brahman; o de Dios, si se quiere). Nuestro mundo es un juego de palabras. Un juego del lenguaje, si se quiere evocar a Wittgenstein.

Y creo que cabe crear nuevos juegos, nuevos mundos, nuevos cielos bajo los que seguir ilusionándose sin perder el respeto al principio de veracidad. Caben honestas irrupciones de prodigios todavía por estrenar. Me refiero a nuevas ilusiones para ser compartidas por eso que llamamos “Humanidad” [Véase].

Porque creo que sin ilusión no hay sacralidad; y que sin sacralidad no hay Humanidad.

David López

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Las bailarinas lógicas: “Naturaleza”.

 

 

19 de marzo de 2020.

Reviso el texto de mi bailarina lógica “Naturaleza” encerrado en una casa; aunque lo cierto es que no hay rincón del espacio que no tenga un tamaño infinito, sobre todo si en ese espacio hay seres amados. Visibles o invisibles. El amor amplifica y embellece el espacio. Los dos verbos hasta el infinito.

El Estado [Véase] —apoyado incluso en su para él irrenunciable ejército, y también en la práctica totalidad de las mentes que lo alimentan y son alimentadas por él—  no me permite salir de esta casa, salvo por razones de fuerza mayor. Ni siquiera para ir a la montaña. Ni siquiera se me permite pasear por “la Naturaleza”. Y es que al parecer un elemento de eso (de “la Naturaleza”) llamado coronavirus, podría ser una amenaza real para nuestro actual modelo de civilización.

Ese ser (el coronavirus) es invisible para nuestros ojos desnudos, pero, una vez visto con nuestros ¿artificiales? instrumentos [Véase “Maquina”],cabría decir que se trata de una especie de micro-planeta, o micro-monstruo geométrico, del que emergen algo así como llamaradas de fuego sólido, quieto, o cuernos, o quizás dientes, o anzuelos, con los que ese ser trata de agarrarse a ¿nuestro? cuerpo para conseguir vida en él, para reproducirse. Para serlo todo. Todo quiere serlo todo.

¿Es el coronavirus una especie de demonio? ¿Es natural? ¿Es bueno/malo? ¿O es que solo el ser humano puede ser bueno/malo? ¿No somos nosotros también Naturaleza? ¿No estamos nosotros también regidos hasta lo más profundo de nuestras entrañas moleculares por las mismas leyes que estructuran los virus, el vuelo de los pájaros al amanecer o la perfección matemática de los anillos de Saturno? ¿Cómo es posible que, siendo parte de la biomasa de este planeta, se nos acuse a los seres humanos de ser una amenaza para la sacra estructura de dicha biomasa?

Algunas configuraciones biológicas de este planeta afirman que la propia especie humana es un virus para dicho planeta: para esa esfera prodigiosa a la que, por otra parte, se le atribuye consciencia, y, a la vez, una sacra mezcla de pureza y bondad, amenazadas ambas, al parecer, por nosotros, los asimétricos, pecadores y viscosos humanos. Y esa cosa (“el planeta consciente”) se estaría enfadando: estaría reaccionado con la furia letal del dios del Antiguo Testamento. ¿Somos entonces un virus consciente? ¿Malo? ¿Por lo tanto libre? ¿Nos  ha creado ese dios-Planeta? ¿Se equivocó entonces al hacerlo? ¿Quiere ahora ese enfurecido/moralista/esférico dios reparar su error, arrancar sin piedad esa página de su novela cósmica (esa en la que nos escribió)  y mandarnos a la nada de la muerte biológica para que, por fin, esa esfera, ese dios/planeta, pueda dar sus vueltas limpio ya, por fin, de pecado: diverso, cuajado de prístinas especies vegetales y animales, ya sí equilibrado, ya por fin de nuevo paradisíaco, en torno a la estrella solar?

¿Cabe por tanto atribuir responsabilidad, margen de maniobra, a un virus (al virus humano)? ¿Cabe libertad en una parte, solo una, de esa inter-penetrada amalgama de materia que se dice que es la biomasa? [Véase “Libertad”]

¿Es el coronavirus natural? ¿No lo es también el flujo de pensamientos que acuden ahora a mi mente y que provocan este golpeteo de mis dedos en el teclado de mi ordenador portátil?

¿Qué demonios es eso de “Naturaleza”? ¿Qué demonios es el coronavirus?

La humanidad, como consecuencia de esta pandemia, está autoinoculándose diversas narrativas, muchas de ellas auténticas demonologías. Y toda demonología presupone (y desencadena) siempre un elevadísimo grado de miedo y de estupidez. La Filosofía, que es la antítesis absoluta del miedo y la estupidez, puede servirnos para mirar a trasluz el tejido de esas secreciones, esos plásticos de palabras, que en muchos casos podrían arruinar los más excelsos océanos de nuestra mente.

En cualquier caso creo que estamos ante un nuevo, vertiginoso giro de ese símbolo descomunal que la antigua filosofía china llamó Taijitu: el que explicita la dinámica Yin-Yang [Véase “Yin-Yang”]. Nos espera una nueva configuración de las luces y las sombras del Ser (toda sombra lleva una intensa luz dentro; y toda luz una intensa sombra dentro). Nos esperan nuevas bellezas en definitiva.  Nuevas grandiosas obras de arte cósmico. Nuevas ocasiones para experimentar ese “estupor maravillado” que Ibn Arabi consideró característico de los grandes filósofos: un estupor maravillado que sin duda cabe sentir contemplando esta increíble -y aterradora- criatura de la “Naturaleza”:

“Naturaleza”. Del griego Physis. Del latín Natura.

Un nombre, una bailarina lógica, con la que, desde que dejé la sabiduría de mi misteriosa infancia, mi mente se ha creído que podía atrapar algo que estaba ahí, ahí delante, y detrás, y alrededor, ¿y dentro?, provocándome grandes sensaciones. “Amar la Naturaleza”. Yo la he amado locamente. Y la sigo amando de la misma forma. Ella —¿es hembra?— me ha proporcionado momentos que, por sí solos, han justificado el hecho mismo de vivir. Pero la Naturaleza también me ha proporcionado momentos terribles. En alguna ocasión, incluso, estuvo a punto de matarme: de digerirme, de transformarme dentro de su —poderoso, fascinante, sagrado, despiadado— taller de alquimia.   Recuerdo la espantosa belleza de las rocas y de los musgos y del cielo y del agua que me acompañaban, impasibles, mientras me iba muriendo de hipotermia en un paraje natural de sublime belleza, hace ahora trece años. Me salvé de milagro. ¿O realmente fallecí y no lo sé?

“Naturaleza”. ¿Qué se ama cuando se ama eso de la “Naturaleza”? ¿Es lo mismo que amar a “Dios˝? ¿Qué demonios es eso de la “La Naturaleza”? ¿Tiene acaso un “ser”? ¿Tiene sentido practicar una ontología de la Naturaleza?

Muchos de los pensadores/sentidores que la narración canónica de la filosofía occidental denomina “los presocráticos” titularon sus obras así: “Sobre la naturaleza”. En general quisieron ofrecer frases que simbolizaran el todo: lo que  hay, ahí, en su conjunto más omniabarcante, y en su composición más íntima.

La “Naturaleza”. ¿Cómo es posible que haga sentir tanto, tanta belleza y tanto horror, a la vez? ¿Qué tiene? Para empezar, se podría decir, desde el modelo de mente de los filósofos naturalistas, que nos tiene a nosotros mismos. Y a ellos, claro, con sus propias teorías sobre lo natural. Sería una religiosidad extrema. Un vínculo (inevitable, inmune por completo a la falta de fe) entre el ser humano y todo lo que hay.

Este texto está encabezado por un conocido cuadro de Caspar David Friedrich en el que se representa a un ser humano contemplando la Naturaleza. Pero también cabría afirmar que la pintura muestra, simplemente, Naturaleza (ser humano incluido). O más aún: cabría afirmar que es también “Naturaleza” el conjunto formado por ese cuadro, sus óleos, la tela, el bastidor… y los óleos interiores de la fantasía del pintor… y estas mismas frases (como un oleaje de símbolos mojando la retina de quien ahora las lee)… y también los óleos psíquicos que pintan el alma de ese lector.

¿Qué es “Naturaleza”? ¿Qué no lo es?

Naturaleza. Natura. Hay quien ha considerado este concepto como contrario a “Cultura” (los sofistas de la antigua Grecia, o los taoístas, entre otros).

La tesis fundamental que intentaré expresar en este texto (aunque todavía como simple borrador) es la siguiente:

La “Naturaleza” es artificial. Es un producto cultural: una opción ideológico-metafísica entre las muchas que ha ido generando y proponiendo el pensamiento del ser humano. La “Naturaleza” es una leyenda, un hechizo, como lo son todos los bailes de todas las bailarinas lógicas que jadean en este diccionario. La “Naturaleza” es el personaje (casi siempre no antrópico) de un cuento: una fantasía, como cualquier cosa que quiera presentarse como no infinitamente misteriosa. Aún así, creo que merece la pena adentrarse en esa leyenda: quizás también las leyendas sean “naturales”, tanto como las algas y los cetáceos que vibran, sueñan y son soñados en los oceános.

Antes de desarrollar con algo más de detalle esta tesis/sensación, creo necesario hacer el siguiente recorrido:

1.- Diferencia entre “naturaleza”, en minúscula, como esencia de las cosas y “Naturaleza”, en mayúscula, como cosmos (complexum omnium substantiarum). La ontología sería la disciplina filosófica que estudia el “qué” de cada cosa; su esencia, su substancia: su “naturaleza” (con minúscula).  No entro ahora a calibrar y diferenciar esas bailarinas metafísicas. Por otra parte, la “Naturaleza” (con mayúscula) sería, desde algunos modelos de mente,  todo lo que hay (o una región, una parte, de ese todo): un todo, o parte del todo, que estarían determinados por el tiempo, el espacio y la causalidad, siempre bajo el yugo de  leyes deterministas (o estadísticas, si es que se aceptan las propuestas de Heisemberg). Esa Naturaleza, esa fantasía en realidad, la estaría estudiando y dominando la Ciencia (la Física, la Biología, la Química, etc.) Así, desde esta cosmovisión (desde este hechizo) la esencia (la “naturaleza”) de todo sería la propia “Naturaleza” (ahora otra vez en mayúscula) según ese hechizo la describe: legaliforme, causal, formada por piezas — o energías, o leyes — inertes, absurdas, pero capaces de fabricar vida, inteligencia y conciencia.

2.- Civilización indo-aria. Las cuatro fases de la vida. Según señala Nikhilananda en la introducción a su edición de las Upanisad (Ramakrishna Vivekananda Center, Nueva York 1949, p. 4) el Veda ofrece un modelo de vida que, en su tercera fase temporal, abriría al ser humano la salida a “la selva” (al “campo” diríamos ahora). Esto está programado para el momento en el que ya han aparecido las primeras canas y la piel se ha arrugado (y los hijos son ya adultos). Del “campo” (de la “Naturaleza”) de esa civilización, tal y como fue vivida por algunos de sus miembros, surgieron unos textos, unas sagradas revelaciones, que llevan por nombre “Aranyaka”. De ellos se derivaron, en muchos casos, las Upanisad. En español hay una cuidada edición, a cargo de Consuelo Martín, de una de las primeras: Brihadaaranyaka Upanisad (Gran Upanisad del bosque), Trotta, 2002. Es curioso: se trataba de retirarse a la “Naturaleza” para contemplar a Brahman (Dios, más o menos), una vez apaciguado (no extinguido del todo) el ruido moral y religioso de la civilización. La Naturaleza como lugar privilegiado para la contemplación del Absoluto. Mucha gente me ha confesado que sólo en la Naturaleza ha podido sentir algo que, quizás, podría ser realmente excepcional, religioso, sagrado, o místico si se quiere. Hay quien ha sentido algo así en el cuerpo -natural ¿no?- de otra persona, gracias a eso que llamamos, muy esquemáticamente, “sexo”.

3.- El romanticismo alemán. Fue, entre otras cosas, una guerra poética para liberar la “Naturaleza” del cepo ontológico que había fabricado el cientismo materialista, el cual habría reducido esa “cosa” que tanto nos hace sentir a una especie de maquinaria de piezas muertas (átomos, moléculas), sacudidas por leyes ciegas e inconscientes. Contra esta —útil, solo útil, momentáneamente útil— poetización de lo que hay y envuelve al ser humano, los románticos habrían querido recuperar el misterio, la magia, la consciencia no humana, la inefabilidad, la libertad, la creatividad, lo sagrado: habrían querido hacer un boca a boca, urgente, apasionado, voluptuoso, a todas las hadas cuyo pecho había sido atravesado por los alfileres del materialismo cientista. Sigo recomendado, entre otras, la siguiente obra editada en español: Rüdiger Safranski: Romanticismo (Una odisea del espíritu alemán), Tusquets, Barcelona, 2009. Mi artículo sobre Rüdiger Safranski puede leerse [Aquí]

4.- Ludwig Feuerbach: La esencia de la religión (Páginas de Espuma, Madrid 2005; edición y traducción de Tomás Cuadrado). Feuerbach dio comienzo a esta obra afirmando lo siguiente: “El ente distinto e independiente de la esencia humana o Dios (en cuya descripción consiste La esencia del cristianismo), el ente que no posee esencia humana, propiedades humanas, individualidad humana no es otro, en realidad, que la naturaleza”. Y define así Feuerbach esa cosa que no es Dios ni es el hombre: “Para mí ‘naturaleza’ (exactamente igual que ‘espíritu’) no es más que un término general para designar entes, cosas, objetos que el hombre diferencia de sí mismo y de sus propias producciones y que agrupa así bajo el nombre colectivo de ‘naturaleza’; pero en absoluto un ente universal, extraído y separado de la realidad, ni personificado o mistificado.”

La guerra de los poetas por configurar y, después, aquietar, el Kósmos Noetós (la arquitectura ideológica) de la mente humana. Para Feuerbach la “Naturaleza” (sus entes… sus universales en realidad [Véase Universales]) son el ens realissimum: lo absolutamente real. No hay otra cosa. No cabe lo “sobrenatural”. Pero tampoco se nos aclara qué es lo “natural”.

5.- El movimiento ecologista. Creo que debe leerse -y analizarse críticamente, desapasionadamente- este polémico y conocido libro: Bjorn Lomborg: El ecologista escéptico (editado en España por Espasa, Pozuelo de Alarcón 2003). Lomborg sostiene en esta obra que el planeta en el que vivimos no está tan mal como afirma la mayoría de los movimientos ecologistas. Todo lo contrario: está cada vez mejor, y cada vez más gente vive mejor en él, lo cual no significa que no haya problemas y que no haya que seguir luchando para resolverlos. Lomborg -un profesor danés de estadística- se basa en informes oficiales emitidos por organismos internacionales. Carezco de recursos, por el momento, para valorar esta obra. Pero creo que debe ser leída, como praxis de una actitud filosófica que esté siempre atenta a la posibilidad de que las cosas no sean como parecen: una respetuosa, y analítica, y valiente, puesta en cuestión de lo no cuestionado.

6.- Otra obra que recomiendo especialmente, con ocasión de la palabra “Naturaleza”, está escrita, con extraordinaria belleza, por alguien que afirma no amar especialmente la Naturaleza. La obra es ésta: Felipe Fernández-Armesto: Civilizaciones (La lucha del hombre por controlar la Naturaleza), Taurus, Madrid 2002. Se trata, según afirma su propio autor (p. 16), de una “historia de la naturaleza, incluyendo en ella al hombre. A diferencia de otros intentos anteriores de escribir la historia comparada de las civilizaciones, éste está organizado en función de los diferentes entornos y no de periodos o sociedades”. La lucha del hombre contra la Naturaleza. ¿Es eso real? ¿Es eso posible siquiera? Felipe Fernández-Armesto cree que es lo definitorio de las civilizaciones. Y dice (p. 21): “Me emocionan las ruinas porque las veo como heridas que la civilización ha sufrido dentro de una batalla perdida contra la naturaleza. Por otra parte, el conocimiento de lo salvaje me merece todo el respeto e incluso la veneración, y me emocionan igualmente las heridas que el hombre inflige a la naturaleza”. Gran y apasionante batalla. ¿Es real? ¿No es el hombre, también, Naturaleza? ¿La Naturaleza guerreando contra sí misma? ¿O es que hay algo en el hombre -algo no natural, pecaminoso si se quiere- que amenaza el orden natural?

Expongo a continuación algunas ideas provisionales que provoca en mi mente la bailarina “Naturaleza”:

1.- Ya lo he repetido a lo largo de este breve texto: yo he sentido grandes cosas “ahí”. Grandes de verdad. Pero, ¿ahí dónde? Respondo (me respondo): ha sido en lugares solitarios, muy abiertos, poco o en absoluto transformados por el ser humano. Daba igual si era un bosque, un llano desértico, una montaña, un río o una playa salvaje. ¿Por qué ahí? Se me ocurren algunas respuestas para salir del paso: por la cantidad y la pureza del oxígeno; por la descontaminación psíquica; por la desactivación de la vigilancia civilizatoria. No sé. Quizás se trate de lugares donde no ruge el alga lógica de la Humanidad (esa red psíquica, esos “ruidos” casi metafísicos, que emana las colectividades humanas y sus obras). Insisto: no sé.

2.- En cualquier caso, es simplemente una opción ideológica (o metafísica) sostener el dualismo que separa ontológicamente al hombre de la Naturaleza (una metafísica que está, curiosamente, implícita en el movimiento ecologista). Así, desde el naturalismo (como corriente filosófica) cabría reducir todo -todo- incluido el ser humano y sus sueños, a la Naturaleza. A “lo natural”. No habría entonces lucha alguna entre el hombre y la Naturaleza. El ser humano no sería -según consideran los movimientos ecologistas- el único malo posible dentro del orden natural: la única amenaza el sagrado equilibrio de la Naturaleza. El comportamiento -“anti-ecológico”- del ser humano sería tan natural y tan armónico como una esperada lluvia de primavera o los primeros brotes de los castaños.

3.- La “Naturaleza”, como adelanta al comienzo de este texto, es un producto cultural. Una fantasía. Una palabra con la que se ha sustituido a otras como Dios o Tao o Brahman (palabras que, por otra parte, nunca pudieron decir nada de su objeto).

Una mirada no ideologizada hacia eso que llamamos “Naturaleza” nos muestra, aquí, en lo que hay, el infinito inefable, que yo siento “sagrado”, por decir algo desde el lenguaje.

David López

 

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Las bailarinas lógicas: “Luz”.

 

 

 

Luz.

En 1783 un poeta japonés llamado Buson, poco antes de morir, escribió esto:

        Últimamente las noches

        amanecen

        blancas como la flor del ciruelo.

Imagino al poeta irse muriendo bajo la luz blanca de una luna amanecida: irse muriendo, ir amaneciendo en otros mundos con otras luces. O, quizás, el poeta ya vio que la tiniebla es la luz: que la tiniebla es lo que ilumina, pero que no puede ser iluminado: que lo que nos ilumina proviene de lo que no podemos ver ni pensar.

“Luz”. Es otra palabra, otra bailarina lógica que va a bailar en este diccionario de transparencias y de abismos sin fondo.

¿Qué es la luz? ¿Se sabe? ¿Cómo la define el pacto lógico-social del momento? Veamos:

Real Academia Española:  “(Del lat. lux, lucis).  1. f. Agente físico que hace visibles los objetos”.

Pero, ¿cómo podemos saber que ese agente es físico si no lo vemos?

Wikipedia (español):  “Se llama luz (del latín lux, lucis) a la radiación electromagnética que puede ser percibida por el ojo humano. En física , el término luz se usa en un sentido más amplio e incluye el rango entero de radiación conocido como el espectro electromagnético, mientras que la expresión luz visible denota la radiación en el espectro visible”.

Hay mucha luz que no vemos.

En cualquier caso, tengo la sensación de que nadie sabe qué es la luz (porque es la luz lo que permite saber, lo que permite “ver cosas”, lo que ilumina el objeto que quiere ser aprehendido). La Ciencia, con su red de hipótesis/espejismo  la imagina -a la luz- surcando el universo entero, una y otra vez, como un huracán casi metafísico. Pero resulta que ahora ya (a partir de 1983) no sabe cuál es su velocidad porque ahora es la luz la medida de todas las cosas: lo que da estabilidad a la longitud de un metro. Más adelante contemplaremos la belleza de este espejismo.

La luz.

Dice la Real Academia Española que es un agente físico que hace visibles los objetos. ¿Es visible la luz en sí? ¿Con qué luz podremos ver esa luz que permite que se vea todo?

Decidí incorporar esta palabra a mi diccionario después de encontrarla en el de José Ferrater Mora. Recomiendo su lectura, aunque sea tan gélido como la luz del hielo. Intento no caer en la ingratitud. Y por él supe de la diferencia que algunos textos latinos medievales hicieron entre Lux y Lumen.

Lux sería la fuente luminosa: aquello de lo que brota esa sustancia prodigiosa. No es iluminable. No es visible.

Lumen sería el término que designaría los rayos luminosos: esos que rebotan entre los paisajes y las personas y los cielos y nuestros ojos configurando esa maravilla estética que llamamos “mundo”.

Puedo ir adelantando mis ideas básicas sobre lo que parece estarse nombrando con el vocablo “luz”:

        – No se sabe qué es la Lux (no lo sabe la Filosofía, ni la Teología, ni tampoco la Ciencia), pero todo es iluminación (Lumen): todo lo que se presenta como mundo (o como forma concreta en una conciencia).

        – Toda fuente de luz (estrellas, soles, velas, lámparas) es artificial. Es lunar si se quiere. Porque todo es artificial. Y toda aparente fuente de luz (estrellas, soles, velas, lámparas) es algo que se ve, que es observable,  por la luz… por otra luz que ya no es visible: la Lux, que es una tiniebla de la que brota luz infinita.

        Génesis, I, 3: Dijo Dios: “Haya luz”; y hubo luz. 

Quizás cabría decirlo así: “Dijo la Lux, haya Lumen; y hubo Lumen“: haya irradiación, desde la Tiniebla infinita,  de mundos observables desde dentro.

Antes de exponer con más detalle estas sensaciones, creo que puede ser útil hacer un recorrido, aunque sea incompleto y esquemático, por lo que la luz ha hecho sentir y pensar a algunos seres humanos:

1.- Platón. La caverna. Los prisioneros, si son capaces de librarse de sus cadenas, salen a la luz. Y son cegados por ella. La luz es la Verdad. Y la Belleza. Pero… ¿cómo saber que esa primera luz que ve el desdichado prisionero es la luz final, la Verdad? ¿No quedaría cegado también ese prisionero por una simple linterna? ¿Qué se quiere decir con expresiones como “y vi la luz”?

2.- San Mateo VI, 22: “la lámpara del cuerpo es el ojo”. Sí: una iluminación -tan sutil como el brillo de un viejo autobús-  nos puede encender enteros, convertirnos en un universo delicioso. Pero esa iluminación también puede entrar por el oído.

3.- San Juan I, 1-9: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él. Sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron. Hubo un hombre enviado de Dios, de nombre Juan. Vino éste a dar testimonio de la luz, para testificar de ella y que todos creyeran por él. No era él la luz, sino que vino a dar testimonio de la luz. Era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre”. Vemos, por tanto, una fusión lingüística entre Verbo y Luz: ambos creadores. Y la necesidad de que, a través de un hombre creado -Juan en este caso-, se dé testimonio del prodigio sagrado de la Luz. Quizás lo religioso no sea sino una sacralización de la luz (y de la tiniebla que permite la existencia de la luz).

 4.- El maniqueísmo. Manes (216-277 d. C.). En el origen hubo dos sustancias: Luz (el bien) y Oscuridad (el Mal; o la Materia). La gran lucha entre el Bien y el Mal (entre los ejércitos de la Luz y el Reino de las Tinieblas). No hay que extinguir el Mal, sino confinarlo en su reino. Desde ahí no podrá invadir el Reino de la Luz. La clave es la purificación. ¿La purificación de qué? Creo que se trata de purificaciones cósmico-lógicas: se apuntalan los discursos que rigen los cielos de las mentes de los que se creen en la luz. En una luz en concreto. Pero me temo que el maniqueísmo es ineludible. Todos somos y debemos ser maniqueos, al menos mientras nos creamos -y amemos- el sueño (la Creación) en la que vivimos. Bajo algún cielo hay que vivir y soñar. Y aquello que sea una grave amenaza para la estabilidad de ese sueño (un virus por ejemplo) será para nosotros la oscuridad. El Mal. [Véase “Mal“].  Stephan Zweig poetizó con maestría nuestro vínculo con la Tiniebla en esta obra: La lucha contra el demonio (Hölderlin.Kleist. Nietzsche), Acantilado.

5.- La Tiniebla. Dionisio Areopagita. Hay un libro sobre este poeta de la Tiniebla que creo que debe ser leído. Su autora es María Toscano: una teóloga/poetisa profunda y delicada que conocí  en Arenas de San Pedro, dentro del Círculo de Estudios Espirituales Comparados. El título de la obra es: Dionisio Areopagita. La Tiniebla es Luz (Herder) Reproduzo las frases con las que se presenta este libro en el gran mercado de las ideas y de las sensaciones:

En un mundo que percibe a Dios más como ausencia que como presencia, la actualidad de Dionisio consiste en hacernos patente que la luz está en la oscuridad. Nos muestra un camino, una forma de penetrar en el interior de la tiniebla luminosa en que acaba toda búsqueda. El mundo mediterráneo de los cinco primeros siglos fue un crisol de pensamiento vivo: la filosofía griega que culminaba en el neoplatonismo se encontraba con el cristianismo, el gnosticismo, el pensamiento hindú y el budista. Todo ello configuró el mundo de Dionisio Areopagita quien nos ha legado una obra imprescindible para entender las líneas maestras de la mística de Occidente. A pesar de que su persona permanece en la penumbra, el pensamiento de Dionisio Areopagita ha llegado hasta nuestros días. Filósofo, teólogo, místico, la huella del Areopagita es manifiesta en maestros como Eckhart, Nicolás de Cusa, San Juan de la Cruz o Giordano Bruno.

6.- El siglo de las luces. Voltaire, el profeta de la luz de la razón (de una razón) no incorporó la palabra “luz” en su diccionario. La Ilustración fue una luz que, por miedo, negó la Tiniebla: la aniquiló: no la dejó vivir en su reino. Y esto propició su propia asfixia: porque cualquier cosmos lógico [Véase “Cosmos” y “Logos“] necesita nutrirse de lo oscuro, de lo que no ve: necesita respetarlo, venerarlo, vincularse religiosamente a ello (nutricionalmente). La Ilustración, por miedo a la Oscuridad, creó un mundo de luz sin oxígeno: un cosmos cerrado, frío, invivible: es el “desencantamiento” del que habló Max Weber. Y el hombre -eso que sea el hombre- puede soportar cualquier cosa excepto el desencantamiento.

7.- El romanticismo alemán. Recomiendo este libro excepcional: Rudiger Safranski: Romanticismo (Tusquets, Barcelona, 2009). La traducción al español es de Raúl Gabás. En las páginas 112 y siguientes encontramos lúcidas reflexiones sobre las fascinación por la noche (por lo que no se ve, por lo que no se entiende) que experimentó Novalis. Y en la página 175 aparecen estas frases del Lowell de Ludwig Tieck:

Odio a los hombres que, con su pequeño sol de imitación, arrojan luz en todo crepúsculo íntimo y expulsan los deliciosos fantasmas de sombras, que habitan tan seguros bajo la glorieta abovedada. En nuestro tiempo ha surgido una especie de día, pero la iluminación romántica de la noche y de la mañana era más bella que la luz gris del cielo nublado.

Fichte, uno de los más poderosos hechiceros del romanticismo alemán, habló así de la luz y de nuestro yo transcendental:

 Nada ilumina al yo, sino que él mismo es luminoso y la absoluta luminosidad.              

 8.- María Zambrano. Leemos estas frases en su introducción a Hacia un saber sobre el alma (1987):

 Sin parangonearme con este ejemplar humano me atrevo a decir, ya que no se trata de ser más ni menos, de haber pasado toda mi vida en esa fidelidad a lo esencial de la actitud filosófica, es decir, de la ética del pensamiento mismo, de esa ética cuya pureza diamantina encontramos en la Ética de Spinoza y en el adentramiento singular, único, de Plotino, mediador de todo el pensamiento antiguo y aún de su recóndita religión para entregarlo más puro e intacto a la nueva época cristiana, ya que si no abrazó la naciente religión no fue por aquejamiento del ánimo sino por amor a la pureza del pensamiento. Y así, como se sabe, en la nueva y triunfante religión, ya católica, la filosofía de Plotino ocupa un lugar decisivo en su teología: el Deus de Deo, Lumen de lumine del símbolo de Nicea es literalmanete de Plotino. En definitiva, lo que se encuentra en Plotino es la universalidad de una religión de luz. Religión que tantas veces, rebosando el cerco de la Filosofía, se encuentra en algunos poemas, en algunos poetas, como la clave última de su poesía. Así en Federico García Lorca, cuando un poema dice, como clave última de todo su sentir: “Voy buscando una muerte de luz que me consuma”.

Pero no es esa luz final, poetizante, y principial, la única que ocupa el pensamiento de María Zambrano, sino también otra, que ella considera “infernal”.   También en 1987, en un prólogo a su magistral obra Filosofía y Poesía, Doña María confiesa lo siguiente:

Pero sí veo claro que vale más condescender ante la imposibilidad, que andar errante, perdido, en los infiernos de la luz.

Creo que esos infiernos a los que se refirió María Zambrano son los sistemas lógicos cerrados -ella hizo una equivalencia entre miedo y sistema. Un sistema cerrado sería un cielo tapado por ideas: un cosmos asustadizo, cobijado en una caverna de palabras por miedo a la intemperie de la noche (sin saber quizás que quizás la noche es Dios). Sin saber que la Fe es confianza en la Tiniebla.

 9.- La luz desde el discurso cientista actual. Vuelvo a recomendar esta compañía de bailarinas cientistas: Diccionario de Lógica y Filosofía de la Ciencia (Jesús Mosterín y Roberto Torretti, Alianza Editorial, Madrid, 2002). Está escrito desde la generosidad y la devoción. Es una gran herramienta para entender el poetizar -y el ver y el demostrar- de la Ciencia actual. Hay dos bailarinas cuyo baile conjunto produce estupor maravillado (la sensación básica del filósofo). Una es “Velocidad de la luz”. La otra es “Metro”. Al parecer, desde 1983 es el metro el que puede tener una medida concreta gracias a la luz y su vuelo por el espacio. Ahora es la luz la medida de todas las cosas… visibles. La definición que este diccionario da de “luz” es la siguiente: “Radiación electromagnética, particularmente la visible para el ojo humano, con frecuencias comprendidas aproximadamente entre 3,8 x 10 [a la catorce] Hz y 7,7 x 10 [a la catorce también] Hz.” Y ya está. Pero… ¿qué es exactamente una radiación electromagnética?

¿Es la luz -la iluminación- algo que brota del más oscuro centro de la Materia (sea lo que sea eso de “Materia”)?

Mis sensaciones con ocasión de la luz son las siguientes (por el momento):

1.- La tiniebla es fuente de luz infinita. Y la luz es irradiación desde la Tiniebla. Todo -lo que existe- es luz. La Tiniebla no existe. Está más allá de la tensión dialéctica existencia/no existencia. El que busca la luz -el que ansía conocimiento/o salvación- es un ser hecho de luz que busca luz en la luz. Ese es el misterio descomunal de la existencia misma de la ignorancia y, por lo tanto, de la existencia misma, en el Todo, de ese fenómeno que es la Filosofía, o la Ciencia o la Teología. Un texto filosófico es algo que escribe la luz, en la luz, para la luz (entendida como Lumen, como irradiación).

2.- La Fe es la confianza en la luz que envuelve y dirige el baile prodigioso de las luces y las sombras. La Fe sería algo así como confianza en la radiación ubícua de luz en la Creación. En toda Creación. Y en toda Descreación también: en la vida y en la muerte. También podría decirse que la Fe es confianza en la Tiniebla; y en sus irradiaciones lumínicas. En las dos cosas.

3.- Las palabras -esas vibraciones- comparten la naturaleza (física si se quiere) de la luz (en cuanto Lumen). Dan vida. Ofrecen mundos enteros. La música es también, como la luz y la palabra, una forma de vibración que tiene eso que sea la Materia (esa inefabilidad fabulosa): [Véase” Materia“].

 4.- La luz (Lumen) es siempre artificial: artificialidad sagrada: es siempre creada, irradiada desde el fondo invisible de lo visible. Sin embargo la Lux -lo que ilumina- no es visible, sino Eso -infinitamente oscuro- que permite la visibilidad: la existencia de las cosas y sus mundos ante un observador. También tenebroso: Él no puede mirarse a sí mismo, porque Él es la fuente de la luz.

5.- Los universos cerrados -o aparentemente cerrados- ofrecen también una luz que parece propia. “He visto la luz” dice el recién llegado (el recién cegado). Son cobijos cósmicos para reposar en nuestro vuelo por el infinito. “El que comprende…” El que comprende, en mi opinión, comprime su conciencia. Por miedo a la no-comprensión. Por miedo a la oscuridad exterior (que no es sino un infinito de luz). Creo que la Filosofía puede servir para abrir las ventanas de los universos demasiado cerrados, para que entre otra vez la luz, esa luz invisible de la que han nacido: el oxígeno que, aunque letal sin duda, es también su única fuente de vida. Muchas sectas ofrecen luz; hablan y hasta desprecian a los que viven “en las sombras”. Muchos sectarios dicen haber visto la luz. La paz lógica -el sosiego de la finitización y la fanatización- puede encender una vela provisional en nuestra conciencia. Pero esa vela termina por consumir el oxígeno de todo nuestro universo. No hay que temer al “exterior”. A la Tiniebla. Ella permite hablar de la “luz”. Es la matriz nutricia de todos los universos.

6.- Buena parte de los físicos se ven obligados actualmente a aceptar la doble naturaleza corpuscular y ondulatoria de la luz. Si aceptamos su naturaleza corpuscular, cabría afirmar que nuestra relación con la luz es táctil, voluptuosa: nuestros ojos son tocados por fragmentos de luz que pueden haberse desprendido de las estrellas. Cabría por tanto sentir cómo nos tocan las estrellas -y las personas de la calle- en la piel de nuestros ojos. O mejor aún: cabría considerar nuestra relación con el universo entero como un ser tocados por la luz (por distintas longitudes de onda; o por fragmentos de luz).

7.- Hay un tipo de luz que quizás no pueda meterse en una ecuación. Me refiero a la que se siente en el fondo del “alma”. Ocurre que esa luz puede variar su intensidad en función de lo que se va presentado en el espectáculo -exterior e interior- de la vida. Así, cuando vamos a recoger a un ser querido a la salida de un vuelo, toda la luz del mundo parece concentrarse en su rostro, en su sonrisa, en su abrazo. Esa luz cabe dirigirla -conscientemente- a cualquier porción del infinito que nos rodea. Y esa porción lo nota, queda iluminada por ese acto nuestro de voluntad lumínica.

8.- Los mundos -los cosmos- tienen su sistema de iluminación propio. Cada cielo de ideas proyecta su peculiar sistema de luces sombras en todo lo que se presenta como realidad única ante la conciencia que ha sido tomada por ese cielo ideológico. Una mujer en top-less puede, bajo un determinado cielo ideológico, ser una sombra, una degeneración lógico-moral. Bajo otro cielo, en cambio, puede ser un lugar luminoso, fresco, limpio, libre: una epifanía de la feminidad sagrada que nos dio la vida y nos nutrió al comienzo de nuestra vida. Lo curioso es que ese iluminarse o ensombrecerse de lo real en función de las ideas tiene una manifesfación física: es visible.

9.- Siempre he sentido una casi insoportable fascinación por la luz; bueno, dicho con mayor rigor quizás: por las iluminaciones (Lumen). En mi novela El bosque de albaricoques quise apresar un instante de luz prodigiosa que me inundó frente de un valle de Gredos donde vibran los sueños y las cenizas de mis padres. Era una luz de color oro que irradiaba desde dentro de toda la materia: rocas, nubes, gotas de lluvia, líquenes. Aquella luz me pareció excesiva. A veces la Creación (este sueño/este Maya) muestra un exceso de amor y de talento por parte de su Creador. Un exceso de luz.

10.- Alguna pareja de enamorados ha sentido, de pronto, en un abrazo, ser físicamente atravesados por una gigantesca estaca de luz. Luego se han mirado aturdidos -abrumados por la inefabilidad de lo real- y han decidido no hablar de ello. El misterio de la luz.

En cualquier caso, contemplar las iluminaciones es algo prodigioso. El veinte de febrero, tras un fatigoso día de estudio,  salí a pasear en radical soledad por los paisajes que rodean mi casa de Sotosalbos. Quería atrapar alguna luz y transmutarla en frases. Con las manos muy frías sobre una libreta mojada tomé algunas notas que luego apenas he podido descifrar. A partir de ellas se me ha ocurrido escribir esto aquí:

 

        Última luz de este día de invierno.

        Luz que empieza a renunciar a sí misma.

        Llueve luz y misterio en el silencio de la tierra y de los musgos.

        Las montañas son transparentes como las nieblas

        y como los brazos de los árboles.

        Luz pastel, y azul, y gris.

        Luz infinita en el silencio infinito, creándolo todo.

        Los árboles -iluminados- estiran sus brazos para buscar más luz.

        Más luz todavía.

        Más belleza todavía.

Por último,  quisiera compartir un misterio. Cuando entra y sale gente de esto que llamamos “mundo”, o “vida”, o “realidad”, ocurre a veces -al menos eso es lo que yo he visto- una mutación en la luz ambiente: la luz se sublima. Es como si, en esos momentos fronterizos, se hubiera abierto y cerrado alguna puerta que desde aquí no puedo teorizar: como si irrumpiera de pronto y de forma fugaz un tipo de luz que sólo existe en la zona no visible.

Creo que la Filosofía debe colocar en su mesa de trabajo todos los hechos y sensaciones, aunque no disponga de modelos donde ubicarlos.

David López

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Las bailarinas lógicas: “Globalización”.

 

 

“Globalización”. Una bailarina nueva (dice ella ser): una bailarina que lleva las fragancias del final del siglo veinte. ¿Estamos ante una palabra necesaria para nombrar un fenómeno insólito en la historia de eso que sea la humanidad? ¿O, como dijo Martin Wolf en el Financial Times, “la globalización revela, si no un mito, al menos un abuso del lenguaje”)?

La cita de Martin Wolf la he obtenido de Wikipedia-Francés. Se podría quizás afirmar que Wikipedia es una de las manifestaciones más paradigmáticas de la globalización. Por eso me ha parecido oportuno acudir a cuatro relevantes rincones de esa galaxia semántica (español, francés, inglés y alemán) para buscar el origen de nuestra bailarina. Pero Wikipedia, paradójicamente, no ha globalizado sus criterios en las distintas lenguas en las que se expresa.

En Wikipedia-español se ubica la génesis del fenómeno en 1989, coincidiendo con la caída del muro de Berlín y la afirmación, por parte de Francis Fukuyama [Véase], de que se había llegado al fin de la historia; esto es: a un sistema de democracia liberal-capitalista modelizado por USA. También se cita a Marshall  Mac Luhan (que habría hablado de “Aldea Global” en 1961) y a Rüdiger Safranski (que habría considerado el surgimiento de una comunidad mundial de “aterrorizados” a partir de las bombas atómicas que se lanzaron sobre Japón en 1945). [Véase aquí mi artículo sobre Rüdiger Safranski].

En Wikipedia-francés se utiliza el término “mondialisation” y se ofrecen interesantes ideas sobre la oportunidad de este término. Con titubeos, parecen también ubicar la génesis de nuestra bailarina en la ocurrencia de Mac Luhan: la “Aldea global” (1961).

En Wikipedia-inglés (el idioma de la globalización) se hace referencia al Oxford English Diccionary, el cual dice que nuestra bailarina nació en un ensayo titulado “Towards new education” (1952).

Y, por último, en Wikipedia-alemán se afirma que la palabra globalización —Globalisierung— apareció por primera vez en 1961 en un léxico inglés; pero que, antes de que apareciera esa palabra, ya se había discutido mucho antes sobre el concepto. Así, Jaspers, en su escrito Die geistige Situation der Zeit (1932) [La situación espiritual del momento]  utilizó el término “Planetarisch” para referirse a la relevancia que estaban adquiriendo la economía y la tecnología en esos primeros años del siglo XX.

Esto es un diccionario filosófico, un intentó de levantar con las manos de nuestra inteligencia el cuerpo de las bailarinas lógicas, ponerlas al trasluz, y, desde el respeto y la fascinación, ver sus transparencias, su hechizante nada.

Antes de exponer mis ideas sobre la globalización, creo que puede ser muy útil ocuparse de los siguientes autores y temas:

1.- Joseph E. Stieglizt: Globalization and its Discontents (2002). Edición española: El malestar en la globalización (Taurus, Madrid 2002). Stiegliz obtuvo el premio Nobel de Economía en 2001, fue asesor económico de Clinton y vicepresidente senior del Banco Mundial. No podemos no escucharle. Bueno, ni a él ni a nadie. Somos filósofos, no sabios con el cosmos ya entendido. Stieglizt dice en esta obra cosas así: a.- Algunas decisivas instituciones transnacionales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional se están convirtiendo en simples herramientas al servicio de poderosísimos intereses financieros (que deberían velar por el equilibrio económico y luchar por la igualdad, pero que están destrozando la economía de la mayoría de los países); b.- La globalización es el efecto que en la humanidad están teniendo las nuevas tecnologías de la información, sobre todo Internet: miles de millones de contactos entre seres humanos recorriendo el planeta a velocidad de vértigo, como si fueran neuronas en un cerebro (y por esos espacios se mueve el dinero con una ferocidad infinita); c.- Se están alcanzando niveles terribles de pobreza (la alarma es absoluta); d.- Los inicios del FMI y del BM fueron más o menos buenos pero, en los ochenta, un brote de ideología neoliberal llevó la economía de mercado al tercer mundo, con resultados desastrosos (“los boxeadores son muy duros”); e.- El FMI y el BM están gestionados por personas que representan gigantescos intereses financieros (“corazones de hielo y temple de golf”).

3.- Noam Chomsky [Véase aquí]. Su obra sobre las estructuras de la sintaxis, publicada en 1957, en mi opinión, nos obligaría a sostener que todos los seres humanos nacen ya globalizados, pues compartirían una especie de sistema operativo-lingüístico común: un cosmos, en definitiva. No obstante, Noam Chomsky es un enérgico activista que lucha por la globalización de sus ideas: derechos humanos, libertad, etc. (Algo similar hizo Voltaire en el siglo XVIII desde su atalaya de Suiza). En España se publicó, bajo el inelegante título “Cómo nos venden la moto” (Icaria),  un ensayo muy interesante de Noam Chomsky (“El control de los medios de comunicación”) junto a otro de Ignacio Ramonet (“Pensamiento único y nuevos amos del mundo”). Noam Chomsky afirma en esta obra: “La propaganda es a la democracia lo que la cachiporra al estado totalitario”. Ignacio Ramonet, por su parte, nos dice cosas así: a.- El pensamiento único es el de la rentabilidad, que comparten, por cierto, los medios de comunicación (y es el que legitima la bulimia de los monstruos financieros que se están comiendo el planeta); b.- Al finales del siglo XX el poder se movió, ya no está en manos de los políticos, sino en las de los monstruos de las finanzas y en las de los medios de comunicación (creadores de “realidad”); c.- Ignacio Ramonet cita palabras de Butros Butros Ghali, antiguo secretario general de la ONU: “La realidad del poder mundial escapa con mucho a los Estados. Tanto es así que la globalización implica la emergencia de nuevos poderes que trasciende las estructuras estatales”. Me pregunto si no habrá poderes todavía más “transcendentes” y, por tanto, decisivos en la configuración de la realidad social. Estamos en Filosofía, no lo olvidemos: no podemos comprimir nuestra mirada en exceso.

4.- Samuel Huntington: The clash of civilizations and the remaking of world order (Simon & Schuster, Nueva York 1996). Edición española: El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial (Paidós, Barcelona 1997). Se trata de uno de los libros más polémicos del final del inefable siglo XX. Yo tardé en decidirme a leer esta obra, por prejuicios ideológicos (si los juicios son temerarios, los prejuicios son un suicidio intelectual). Ideas básicas que yo encontré en El choque de civilizaciones: a.- La civilización occidental (demócrata-liberal) está en decadencia y no debe seguir intentando su globalización; b.- Sí habría una esencia de lo occidental, dentro de la cual el cristianismo sería un elemento fundamental; c.- Consejo concreto: “El curso prudente para Occidente no es intentar detener el cambio en el poder, sino aprender a navegar entre escollos, soportar las miserias, moderar sus empresas y salvaguardar su cultura”; d.- Idea nuclear: “El multiculturalismo dentro del país amenaza a los USA y a Occidente; el universalismo fuera de él amenaza a Occidente y al mundo”; e.- Un debate, respetuoso, entre civilizaciones que no se quieren cambiar unas a otras, que no se juzgan, pero que se unen contra la barbarie. ¿Qué es la barbarie?, me pregunto yo. ¿La antítesis del respeto? Kant consideró el respeto como la más alta de las virtudes humanas.

5.- Un libro interesante —y teológicamente sorprendente— sobre el tema que nos ocupa es Capitalismo funeral,  de Vicente Verdú (Anagrama). La crítica que hice  para Cuadernos hispanoamericanos puede leerse [Aquí].

6.- Creo que es también oportuno citar la obra de Steven Pinker que lleva por título Enlightenment Now: The Case for Reason, Science, Humanism, and Progress (Pinguin Books-Viking, 2018). Según Pinker, los valores que él considera constitutivos de la Ilustración (razón, ciencia y humanismo) se han extendido por todo el planeta (se han globalizado) y eso ha provocado una mejora, planetaria, en temas como la salud, la paz, el acceso a la educación, el acceso al agua potable, e, incluso, de la felicidad. Nunca el ser humano, en la práctica totalidad del planeta, habría vivido mejor que ahora, y ello sería así gracias a la globalización de unos valores: los de la Ilustración.

Ofrezco ahora mis reflexiones:

1.- Las ideas, las mercancías, los dioses, los sistemas políticos, los vínculos emocionales (también el odio y la indiferencia) presuponen una matriz antropo-socio-lógica (cosmo-lógica en realidad). La globalización es absoluta, en mi opinión —en mi “sensación más radical”— y, además, no cabe salida. Dios no puede huir de sí mismo. Se podría decir incluso que no hay conexión entre partes de la sociedad humana —o de la materia cósmica en general—, porque para que haya conexión debe existir previamente un conjunto de elementos aislados, susceptibles de ser o no conectados. Creo que, si somos intelectualmente serios, no podemos abstraer lo social de lo material, y lo material, hoy, como vimos en “Física” [Véase], arde de magia [Véase].

2.- El tema de la globalización, como tantos otros, debe ser estudiado desde la “Apara-vidya” [Véase]. Hay una serie de presupuestos, metafísicamente insostenibles, que hay que aceptar para poder seguir debatiendo: 1.- Que el ser humano es libre para canalizar la Historia; 2.- Que es también libre y suficientemente lúcido para saber, más o menos, qué está pasando en el momento histórico en el que vive; 3.- Que sus ideas, sus pensamientos, son suyos, y que pueden tener relevancia en la estructura de ideas que vertebran las conciencias humanas en cuya red está colgado eso que en esas conciencias se presenta como “mundo”.

3.- Considero que, en el tema de la “globalización”, el concepto de “idea” es crucial [Véase “Idea“]. En realidad, asistimos a una lucha entre bailarinas lógicas por conquistar el cielo lógico de nuestra conciencia. Según Platón, vivimos bajo una especie de cielo de ideas, las cuales sirven de arquetipos para las cosas, imperfectas siempre, de este mundo. Un demiurgo (un artesano) ha creado este mundo usando esas ideas/modelo. Lo que veo es una fabulosa batalla para alcanzar ese cielo y poblarlo de ideas: ideas a las que se quisiera otorgar el poder de configurar nuestro cosmos social: la “Humanidad”. Así, por ejemplo, Noam Chomsky lucha para llenar ese cielo colectivo con ideas como “democracia”, “libertad humana”, “laicismo” o “derechos humanos”. Otros, como los grupos islamistas, quieren transmutar ese cielo en un Corán. Muchos cristianos, por su parte, quieren que ese cielo crucial (el cielo de la conciencia humana) sea rellenado por el mensaje de Cristo, tal y como ellos, en concreto, lo interpretan. Muchos grupos “anti-globalización” luchan para que no se “globalicen” ideas (o formas de vivir, de poseer, etc ) que a ellos no les gustan.

4.- ¿Cabría aspirar a un pacto sobre la estructura del cielo; del cielo “lógico”, quiero decir: sobre las ideas básicas que vetebrarían una ilusión común para las conciencias de todos los seres humanos que se reconocen como tales en este universo? Quizás sí: por puro instinto de supervivencia. Quizás, efectivamente, nos acerquemos a un planeta-Estado [Véase “Estado“]. Yo, desde luego, haré todo lo posible para que en ese estado casi esférico al ser humano individual se le deje ser filósofo: se le deje actualizar toda la potencia de sus ojos y de su corazón.  Y una idea que yo propongo para ese cielo común: el respeto. Casi por encima del amor.  El respeto es la sacralización del otro, de lo otro.

5.- Los físicos sueñan con una teoría -—un fórmula matemática— que muestre la hiper-globalización de un orden inmutable en todos los rincones de lo que hay (incluidas las sociedades humanas y su Historia). Yo, por el contrario, sueño —y siento— una globalización absoluta de la no-legaliformidad, de la libertad, de la creatividad, de la Magia.

6.- Ya lo he afirmado en otros lugares: a mí aquí me huele a sudor de bailarina lógica, a hechizos, a Inmensidad. A mí aquí me huele a algo descomunal que podría quizás llamar Dios si esta palabra no designara un concepto demasiado lógico, cosmizado… globalizado.

7.- Cabría decir también que la globalización es una fuerza de esquematización, de finitización, de parcelación de las miradas de los miembros de la Humanidad. Toda globalización, en realidad, como antes apuntaba, quiere aquietar (cerrar) el cielo (las ideas). Dicho de otra forma: toda globalización quiere que se afiance un sistema de universales [Véase “Universales“].

8.- Una última reflexión. Creo que la decisiva. Si, como dicen algunos científicos —y muchos filósofos—, eso que entiendo yo como mundo es algo que crea mi cerebro a partir de un material exterior que me es incognoscible, puedo entonces afirmar que ese mundo está globalizado en mí: que lleva mi olor, mi luz, mi dolor, mi ilusión. Según lo anterior, un largo paseo por lo que mi cerebro me dice que es una montaña, me podría proporcionar un estado, digamos, químico, una luz que afectaría al mundo entero: a mi mundo entero. Se podría decir que no hay un mundo humano en sí (o que, al menos, no es pensable desde nuestro cerebro). El mundo siempre está globalizado porque en él se despliega nuestra química cerebral, afectada por lo que ingerimos, por lo que respiramos, por la música que escuchamos, por la televisión que vemos, o incluso por la piel de otro ser humano que nos esté tocando y amando desde esa zona inimaginable que está más allá de nuestro cerebro. Y más: ese mundo del que hablamos, que sentimos, con sus políticos y sus convulsiones financieras, también estará globalizado dentro de nosotros en virtud de las ideas que hayan tomado nuestro cielo.

David López

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