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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Gilles Deleuze

 

 

Gilles Deleuze (1925-1995).

Me encontré con su pensamiento, con su deliciosa escritura, por primera vez, al leer su libro sobre Nietzsche. Lo leí en francés y lo disfruté enormemente. Deleuze tiene magia lingüística: tiene un poder y una belleza expresivos que se aflojan, que se contraen, con la traducción. Más de lo normal.

Deleuze no viajó. No salió apenas de París, donde nació, vivió y murió, como un sabio taoísta (el Tao Te Ching desaconseja los viajes), o como un chamán urbano: un salvaje en una jungla de edificios, de personas y de frases. Tenía una mirada humanísima, inteligente, serena, limpia, aparentemente omnicomprensiva, que contrastaba prodigiosamente, monstruosamente, con unas uñas larguísimas, salvajes, terribles. Se podría decir que los extremos de las manos de Deleuze eran hendiduras, sangrantes, en el concepto estético de hombre, de ciudadano. Ojos sin límite y uñas sin límite unidos por  un cerebro humanísimo, es decir: filosófico.

Deleuze estuvo cerca de las palpitaciones del mayo del 68. Fue incluso un inspirador de aquellas tormentas que sacudieron, una vez más, los prístinos cielos platónicos. Pero lo cierto es que más tarde se distanció de cualquier transgresión que pudiera convertir al ser humano en un loque (un harapo, un naufragio). Y llegó a afirmar que él mismo había abandonado la bebida porque esa adicción le impedía trabajar. Y es que, según este filósofo mítico del mítico siglo XX, trabajar sería lo principal.

No se refería, obviamente, a esa esclavista identificación entre el trabajo y el servicio por cuenta ajena: eso que esta civilización sigue entendiendo por “empleo”. Se refería, creo yo, a que ese mago que es el ser humano tiene la obligación —suya, no exigible a ningún otro— de mover sin cesar su varita mágica: hacia afuera, hacia adentro, sin dejarse caer, sin abandonarse, siempre resistiendo, siempre luchando. ¿Contra qué? Yo creo que, desde Deleuze, se podría decir que el ser humano debe luchar contra toda desvitalización del impulso creador. Contra toda tendencia profana. Contra todo desencanto. Deleuze leyó y amó mucho a Nietzsche. De él quizás sacó la idea de que el filósofo (que es un artista de los conceptos) tiene la misión de aumentar los hechizos del mundo. Más Creación, más libertad, más independencia, más soledad creativa, plenipotenciaria. Todo para alcanzar, para hacer posible, un pueblo todavía no pensando, que vibre en conceptos todavía no construidos.

En los próximos párrafos me ocuparé principalmente de cómo pensó Deleuze, cómo sintió, ese pensamiento extremo, ese sentimiento extremo, que llamamos “Filosofía”. Puede leerse [Aquí] el homenaje que hice en su momento a esa bailarina crucial en mi vida. Deleuze, cuatro años antes de morir, escribió un libro con su amigo Guattari en el que ambos intentaron decir qué era esa cosa (la Filosofía) que parece atreverse a decir lo que hay, el todo de lo que hay. Y no solo eso: también parece que se atreve a pensar qué es pensar; y qué significa que algo sea.

Ese libro lleva por título Quést-ce que la philosophie? En español hay una edición en Anagrama (¿Qué es la filosofía?, traducción de Thomas Kauf). Estamos ante la filosofía de la Filosofía. Nos queremos abismar en qué sea la Filosofía en sí. Filosofamos (todos, creo yo) pero en realidad no llegamos a contemplar el fondo del corazón de esa actividad prodigiosa.

¿Qué es filosofía? da título a una obra ambiciosa, sofisticada, difícil en ciertos momentos, que quiere decir por fin lo que puede ser dicho en el ámbito filosófico (Deleuze afirmó alguna vez que no hay que intentar entender todo lo que dice un libro). En ¿Qué es filosofía? hay momentos fabulosos, experiencias intelectuales que convierten lo real (incluido ese sujeto que ve lo real) en un huracán de mundos infinitos. Deleuze/Guattari empiezan el libro sublimando gnoseológicamente su propia vejez: “A veces ocurre que la vejez otorga, no la juventud eterna, sino una libertad soberana, una necesidad pura en la que se goza de un momento de gracia entre la vida y la muerte, y en el que todas las piezas de la máquina encajan para enviar un mensaje hacia el futuro que atraviesa las épocas [….]”. El libro arranca literalmente anunciando esta posición sublimadora de la vejez. Su primera frase es ésta:

“Tal vez no se pueda plantear la pregunta ¿Qué es la filosofía? hasta tarde, cuando llegan la vejez y la hora de hablar concretamente.”

Poco más abajo leemos:

“No estábamos suficientemente sobrios. Teníamos demasiadas ganas de ponernos a filosofar y, salvo como ejercicio de estilo, no nos planteábamos qué era la filosofía; no habíamos alcanzado ese grado de no estilo en el que por fin se puede decir: ¿pero qué era eso, lo que he estado haciendo durante toda mi vida?”

Respuesta que nos da el libro: la Filosofía es el arte de formar, de inventar, de fabricar conceptos. Vemos aquí, una vez más, ecos de Nietzsche (explicitados por Deleuze). Y yo veo al poderosísimo Novalis, creador del idealismo mágico: quizás uno de los seres humanos que con más seriedad, con más concreción, ha filosofado jamás.

Sigamos con Deleuze. Filosofar sería crear conceptos. Sería Neo-logía.

Pero el concepto de concepto que nos ofrece este filósofo al final de su vida (siempre cogido de la mano de su amigo Guattari) no es fácil de asimilar. Aun así, el erótico impulso de acompañar a Deleuze en su pensamiento, de entrar en su mirada cuando en ella parece estarse reflejando el infinito, ese impulso erótico, decía, ofrece un placer incalificable que, en mi opinión, solo es capaz de ofrecer la Filosofía.

A continuación trataré de ordenar algunas notas que he tomado con ocasión de la lectura de ¿Qué es filosofía? (con ocasión de los placeres sin adjetivo que me han provocado algunas de sus frases):

1.- La vejez como momento privilegiado para plantearse la gran pregunta. Recordemos que los Upanisad estaban básicamente destinados a las personas que ya habían cumplido todas las etapas de la vida y que se preparaban para salir de ella. El objetivo no era tanto pensar, como contemplar el pensamiento y, transparentado en él, y en el todo de eso que ahora llamamos “Naturaleza”, contemplar a Nirguna Brahman: lo no conceptuable, la inmanencia/transcendencia infinitas, el verdadero yo, el ser, la nada… la nada mágica, diría yo.

2.- La filosofía como arte de formar conceptos. Deleuze (con Guattari) se apoya expresamente en esta cita de Nietzsche: “Los filósofos ya no deben darse por satisfechos con aceptar los conceptos que les dan para limitarse a limpiarlos y a darles lustre, sino que tienen que empezar por fabricarlos, crearlos, plantearlos y convencer a los hombres de que recurran a ellos. Hasta ahora, en resumidas cuentas, cada cual confiaba en sus conceptos como en una dote milagrosa procedente de algún mundo igualmente milagroso”. Fin de la cita de Nietzsche. Retumba el martillazo contra el esencialismo platónico: no habría por lo tanto un orden previo, una verdad previa, un firmamento de ideas eternas, eternamente verdaderas, que el filósofo debería ser capaz de alcanzar, de pasar a palabras, de comunicar a la tribu. El filósofo debería crear conceptos, sería de hecho un experto en conceptos. Se me ocurre decir que sería un experto en mundos, porque Deleuze, al pensar su concepto de concepto, parece que está pensando en mundos, en mundos reales, es decir virtuales, mutantes, delicuescentes, creados, mantenidos, destruidos, con el movimiento de la varita mágica de los filósofos. Sí, pero qué/quién crea en el crear de conceptos/mundos de los filósofos.

3.- La labor filosófica como actividad solitaria (yo diría incluso “eremítica”, aunque sea de forma disimulada). Deleuze se distancia expresamente de las propuestas de Habermas [Véase]: “La idea de una conversación democrática occidental entre amigos jamás ha producido concepto alguno” (P. 12). Quizás tenga razón aquí Deleuze. La conversación tiende a la homogeneidad, a la búsqueda inconsciente de lugares comunes donde asentar un vínculo humano, placentero, cariñoso, confinado. Quizás la Filosofía requiera una capacidad de puntual des-humanización, un baño solitario en los océanos meta-sociales y meta-cósmicos. No obstante, creo que cabe sentarse de vez en cuando entre amigos,  y mostrar, compartir, lo que se ha encontrado en esos océanos.

4. La Filosofía como actividad precisa. Ofrezco a continuación una larga cita: “Conocerse a sí mismo —aprender a pensar— hacer como si nada se diese por descontado -asombrarse, “asombrarse de que el ente sea”…, estas determinaciones de la filosofía y muchas más componen actitudes interesantes, aunque resulten fatigosas a la larga, pero no constituyen una ocupación bien definida, una actividad precisa, ni siquiera desde una perspectiva pedagógica. Cabe considerar decisiva, por el contrario, esta definición de la filosofía: conocimiento mediante conceptos puros. Pero oponer el conocimiento mediante conceptos, y mediante la construcción de conceptos en la experiencia posible o en la intuición, está fuera de lugar. Pues, de acuerdo con el veredicto nietzscheano, no se puede conocer nada mediante conceptos a menos que se los haya creado anteriormente, es decir construido en una intuición que le es propia: un ámbito, un plano, un suelo, que no se confunde con ellos, pero que alberga sus gérmenes y los personajes que los cultivan” (P.13). Veremos más adelante qué es eso del “plano”. Merece la pena pensar este fascinante pensamiento de Deleuze (y de Guattari).

5.- Sentido práctico de la Filosofía. Dice Deleuze que la afirmación de que la grandeza de la Filosofía estriba en que no sirve para nada “constituye una coquetería que ya no divierte ni a los jóvenes”. ¿Para qué entonces hay que fabricar conceptos? La respuesta la encontramos en la página 15: “Cuando de lo que se trata es de hacerse cargo del bienestar del hombre […].” Me parece ver aquí un intento de recuperación del filósofo-mago-sacerdote-médico presocrático. Nietzsche mismo se consideró a sí mismo médico, no filósofo. Se trataría de componer conceptos, mundos, planos de realidad -virtual siempre- donde el ser humano pudiera alcanzar su plenitud.

6.- “¿Qué es un concepto?” Así se titula uno de los capítulos del libro de Deleuze/Guattari que estoy tratando de descifrar. Y de amar. “No hay concepto simple. Todo concepto tiene componentes, y se define por ellos.” “Forma un todo, porque totaliza sus componentes, pero un todo fragmentario. Solo cumpliendo esta condición puede salir del caos mental, que lo acecha incesantemente, y se pega a él para reabsorberlo” (P.21). “En un concepto hay, la más de las veces, trozos de componentes procedentes de otros conceptos, que respondían a otros problemas y suponían otros planos. No puede ser de otro modo ya que cada concepto lleva a cabo una nueva repartición, adquiere un perímetro nuevo, tiene que ser reactivado y recortado” (P. 24).

7.- “El plano de inmanencia”: “Los conceptos filosóficos son todos fragmentarios que no ajustan los unos con los otros, puesto que sus bordes no coinciden. Son más productos de dados lanzados por azar que piezas de un rompecabezas. Y sin embargo resuenan, y la filosofía que los crea presenta siempre un Todo poderoso, no fragmentado, incluso cuando permanece abierta: Uno-Todo ilimitado, Omnitudo, que los incluye a todos en un único y mismo plano. Es una mesa, una planicie, una sección. Es un plano de consistencia o, más exactamente, el plano de inmanencia de los conceptos, el planómeno”. “La filosofía es un constructivismo, y el constructivismo tiene dos aspectos complementarios que difieren en sus características: crear conceptos y establecer un plano” (P. 39).    Más citas directas: “El plano de inmanencia no es un concepto pensado ni pensable, sino la imagen del pensamiento, la imagen que se da a sí mismo de lo que significa pensar” (P. 41). Por el momento parece que no sería un concepto, ni el concepto de todos los conceptos, sino algo así —diría yo— como el huerto infinito (pero artificial) que cualquier concepto necesita para crear apariencia de existencia, de verdad, de totalidad. También me falta pensar con Deleuze/Guattari qué es para ellos el pensamiento: “Lo que el pensamiento reivindica en derecho, lo que selecciona, es el movimiento infinito o el movimiento del infinito. Él es el que constituye la imagen de pensamiento”. Creo que merece la pena traer más citas, seguir dejando que bailen la bailarinas de Deleuze y de Guattari: “Pero, pese a ser cierto que el plano de inmanencia es siempre único, puesto que es en sí mismo variación pura, tanto más tendremos que explicar por qué hay planos de inmanencia variados, diferenciados, que se suceden o rivalizan en la historia, precisamente según los movimientos infinitos conservados, seleccionados” (P. 43). “Evidentemente el plano no consiste en un programa, un propósito, un objetivo o un medio; se trata de un plano de inmanencia que constituye el suelo absoluto de la filosofía, su Tierra o su desterritorialización, su fundación, sobre los que crea sus conceptos” (P. 45). “El plano de inmanencia es como una sección del caos, y actúa como un tamiz. El caos, en efecto, se caracteriza menos por la ausencia de determinaciones que por la velocidad infinita a la que éstas se esbozan y se desvanecen […] El caos caotiza, y deshace en lo infinito toda consistencia. El problema de la filosofía consiste en adquirir una consistencia sin perder lo infinito en el que el pensamiento se sumerge (el caos en este sentido posee una existencia tanto mental como física). Dar consistencia sin perder nada de lo infinito es muy diferente del problema de la ciencia, que trata de dar unas referencias al caos a condición de renunciar a los movimientos y a las velocidades infinitas y de efectuar primero una limitación de velocidad […]” (PP. 46-47). Los planos de inmanencia… Deleuze/Guattari se atreven a afirmar que existe algo así como el mejor plano que ningún filósofo haya instaurado jamás. Su autor sería Spinoza -“el Cristo del los filósofos”- y así lo intentan pensar los autores de ¿Qué es filosofía?: “Podría ser lo no pensado en el pensamiento. Es el zócalo de todos los planos, inmanente a cada plano pensable que no llega a pensarlo. Es lo más íntimo dentro del pensamiento, y no obstante el afuera absoluto. Un afuera más lejano que cualquier mundo exterior, porque es un adentro más profundo que cualquier mundo interior […]”. “Lo que no puede ser pensado y no obstante debe ser pensado fue pensado una vez, como Cristo, que se encarnó una vez, para mostrar esta vez la posibilidad de lo imposible. Por ello Spinoza es el Cristo de los filósofos, y los filósofos más grandes no son más que apóstoles, que se alejan o acercan a este misterio. Spinoza, el devenir-filósofo infinito. Mostró, estableció, pensó el plano de inmanencia “mejor”, es decir el más puro, el que no se entrega a lo transcendente ni vuelve a conferir transcendencia, el que inspira menos ilusiones, menos malos sentimientos y percepciones erróneas” (P. 62).

Se me ocurre recordar que Spinoza hizo equivaler a Dios con ese plano, con esa radicalísima inmanencia, con ese fertilísimo e hiperordenado caos. Pero para verlo -a Dios- quizás habría que liberarse de todo concepto (¿se puede ver Él a Él mismo?). O, quizás, cabría ver cualquier concepto creado por cualquier filósofo como un fruto prodigioso, tembloroso, delicuescente, de ese Huerto Infinito.

Un concepto artificial (como todos) por el que lucharé mientras pueda es el de “ser humano”. Sujetaré la mano de todo aquel que pretenda deconstruirlo, de todo aquel que ose evidenciar su nada amenazada por las olas del infinito caos (del infinito, monstruoso, maravilloso Dios).

Deleuze insistió mucho en que la Filosofía consistía en la creación de conceptos. Y de planos de inmanencia. De acuerdo, pero ¿qué es crear? En una conferencia del 17 de marzo de 1987, impartida dentro del marco “Mardis de la Fundation“, Deleuze afirmó que “un creador solo hace lo que necesita absolutamente”. ¿Y de dónde le brota al creador esa necesidad absoluta? Quizás del propio Absoluto, cabría decir, que usa al creador como un pincel de carne para fabricar mundos, esto es: grupos entretejidos de conceptos artificiales, siendo ese artificio -ese Maya- la sublimación del propio Dios. Porque quizás un Dios no auto-limitado sería un loque: un harapo, un naufragio, un lugar donde no ocurre el prodigio creativo del trabajo.

Pensar, en cualquier caso, sería mucho más de lo que esa palabra es capaz de definir, precisamente porque la materia del pensamiento sería el infinito. Y, en mi caso, ese infinito estaría especialmente iluminado por el concepto de “ser humano” (eso que yo pienso que son mis hijos… Lucía y Nicolás). Todo por ellos. Todo por todos los hijos del mundo.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: María Zambrano

 

 

María Zambrano.

Creo que en las galerías de “Eso” que algunos llaman “conciencia” o “cerebro” o “mente” o, simplente, “realidad objetiva”, se despliega siempre una fabulosa obra de arte. Arte sacro cabría decir. Me refiero a esas sombras en la caverna a las que Platón negó el ser, la dignidad ontológica. Es muy probable que tanto nuestro propio cuerpo como el de la persona a la que ayer amamos (pero a la que que hoy ya no podemos amar) no sean más que proyecciones mentales, nadas sublimadas por nuestro amor a la nada, por nuestro amor al arte, al espectáculo, a los sueños… Porque vivir es soñar. Y soñar es vivir. En realidad no vivimos ni soñamos exactamente, sino que “hiper-vivimos” [Véase “Sueño”].

En cualquier caso cabe amar las sombras, aunque sean temporales, pasajeras, escurridizas, temblorosas, imperfectas por definición. Eso sería la Poesía según María Zambrano: la capacidad de amar lo despreciado por la Filosofía sistémica (platónica): la capacidad de nombrar y amar lo que no es del todo, lo que es a medias, lo imperfecto… o lo que es pero no será más: la flor mortal.

Leer a María Zambrano es algo así como caminar denoche por un bosque inmune a la cartografía, bajo la luz de la luna, por temblorosos senderos en los que uno se encuentra, de pronto, con los ojos de un gato, o de una rana, o de Dios mismo, o de algunas de mis bailarinas lógicas, bellísimas por cierto al sentirse amadas, a pesar de ser simples sombras en la caverna. María Zambrano en su obra Filosofía y Poesía sacralizó las sombras de la caverna de Platón, y mostró una especie de (nietzscheana) soteriología de la condena: salvarse condenándose en los abismos del no-ser, de la apariencia, de las delicuescentes formas que van y vienen en el gran espectáculo del mundo. Un espectáculo tembloroso que María Zambrano quiso tocar con un logos también tembloroso. Una “razón poética” que, finalmente, apuntaba a algo concreto:

“Voy a seguir buscando la palabra perdida, la palabra única, secreto del amor divino-humano”.

No sé si María Zambrano, que creía en Dios, que rezaba, llegó a sentir Eso en lo que creía, Eso a lo que hablaba mediante el rezo. En cualquier caso sí parece que fue una devota de las bailarinas lógicas. Esto dijo al recibir el premio Cervantes en 1988:

“Las palabras son la maravilla del mundo”.

Las suyas, en mi opinión, lo fueron. Y fueron prueba de lo que le pasa al lenguaje cuando quiere palpar lo que le envuelve, su matriz, su otro absoluto. También prueban lo que le pasa al lenguaje cuando quiere dar cuenta de ese amor que vincula al hombre con Dios.

Algo sobre su persona

Por algún misterio –todo es misterio y temblor en María Zambrano- su vida fue una temblorosa metáfora de su mapa fundamental de lo absoluto. Me refiero a la metafísca de flujos:  el exilio del alma (el neoplatonismo).

Nació en Velez Málaga el 25 de abril de 1904. Su padre –Blas José-era un pedagogo de renombre en la época, relacionado con las élites intelectuales. Se trasladan a Segovia y allí estudia el bachillerato. Luego María Zambrano dirá que en Segovia el cielo se alzaba a la altura justa. Estoy de acuerdo. También conoce allí a Antonio Machado. Luego, en Madrid, estudia Filosofía con Ortega y con Zubiri. Se doctora en Filosofía y Letras con una tesis titulada La salvación del individuo en Spinoza, que se publicó en 1936. Cincuenta años después, en su nota a esa compilación de artículos titulada Hacia un saber sobre el alma, reconocerá su veneración hacia Spinoza y hacia Plotino.

Ortega le publicó sus primeros escritos en la Revista de Occidente. En los años anteriores al golpe de estado del general Franco, María Zambrano desarrolló una entusiasta actividad política e intelectual. Pero nunca fue encajable en ninguna ideología, por lo que tuvo que soportar durante muchos años el desprecio tanto de los que la consideraban roja como de los que la consideraban demasiado religiosa.

En 1936 se casó con el historiador Alfonso Rodríguez Aldava, recién nombrado secretario de la embajada de España en Santiago de Chile, y se fue con él a este país. Volvió en 1937 a España para ponerse del lado de la República.

En 1939, como tantos otros, tuvo que exiliarse de España para escapar del platonismo franquista: vía París hasta México. Allí tuvo la suerte de conocer a Octavio Paz, que le publicaría Filosofía y poesía en su revista.

Para María Zambrano el exilio, la huída/expulsión de su tierra-madre, fue una experiencia terrible –larguísima- que ella vivió como una metáfora inmanente, como una metafísica explícita. El exilio… el desgajamiento del alma humana… el dolor constante de la lejanía respecto del Uno-Amor (Plotino).

Vivió en varios países americanos como profesora de filosofía. El caso de Cuba es el más curioso: allí creen que María Zambrano es cubana; y la veneran en cierta medida.

Después de separarse de su marido, María Zambrano viajó a la Europa de la postguerra. En París encontró a su hermana medio loca, después de haber sido torturada por los nazis. Nunca se separaría de ella. Allí conoció a Albert Camus, el cual intentaría que la editorial Gallimard publicara El hombre y lo divino. Esta es la obra que Camus llevaba en el coche cuando se mató en 1960.

En 1953 se trasladó a Roma, hasta 1964, con demasiados gatos… los gatos… (caminar por sus frases es caminar entre gatos, que aparecen de repente, que me producen repulsión y fascinación al mismo tiempo, que me miran, mudos, como si supieran -ellos sí- el misterio absoluto).

Se dice que a María Zambrano la denunciaron en Roma por exceso de gatos, y tuvo que irse de esa ciudad-fruta, con su inseparable hermana. Luego se fue a Francia y vivió allí en la miseria. Su hermana murió en 1972. María Zambrano vivió sus últimos años de exilio en Suiza, en algo así como una chabola, mantenida por amigos.

Era un genio olvidado. Una exiliada exiliada del todo.

Aranguren, al parecer, fue el primero en pedir que alguien se dedicara a estudiar en profundidad su pensamiento. Luego, en 1977, Juan Fernando Ortega, propone que la universidad de Málaga la nombre doctora honoris causa. Alguien se opone.

Hay ya varias voces denunciando la situación. Savater publica en 1981 un artículo titulado “Los Guernicas que no vuelven”.

Ese mismo año empieza su gloria: le conceden el premio Príncipe de Asturias. La primera mujer. Tiene 77 años.

Pero no viene a España hasta 1984. La trae Jesús Moreno Sanz: uno de sus amigos y uno de los mejores especialistas actuales.

El Rey va a visitarla. Ella le dice: “Majestad, es usted el primer rey republicano que conozco.”

Más tarde, en 1988, María Zambrano recibe el Premio Cervantes, pero no puede recogerlo. Está demasiado débil. Su discurso, sin embrago, es imponente. Muere en 1991.

“Voy a seguir buscando la palabra perdida, la palabra única, secreto del amor divino-humano.” ¿La seguirá buscando todavía?

María Zambrano tiene una enorme influencia en los poetas actuales y en muchos pensadores.

Quizás debería decir que es María Zambrano un misterioso puente a una misteriosa libertad: formas de pensar aun no pensadas, ni siquiera por ella.

Algo sobre su pensamiento

Doña María no sistematizó su pensamiento: no hay ninguna obra que vertebre, que ordene, su cosmovisión, o sus respuestas a las clásicas preguntas de la Filosofía: ¿Qué es todo esto? ¿Qué soy yo? ¿Qué es conocer? ¿Es posible conocer? ¿Cómo conocemos? ¿Cómo hay que comportarse?

Sí parece claro que María Zambrano fue otra de las inteligencias post-racionalistas que quiso “salvar” a Occidente de los estragos causados por la razón sistémica de raigambre platónica, la cual habría mutilado muchas porciones de lo real y habría olvidado, por así decirlo, las entrañas del sujeto, los sentimientos, y los seres a medias. Para ello propondría una -¿nueva?- forma de “pensar” y de “expresar” la filosofía: la razón poética.

Hay muchos pensadores actuales que consideran que ésta es la aportación fundamental de nuestra pensadora de hoy.

¿Qué es la razón poética?

Un pensamiento que, según ella misma afirmaría más tarde, se atrevería a recorrer lugares donde Ortega no quería entrar. Una especie de “escapada” hacia el exterior del reconfortante –pero violentísimo- edificio que se había ido construyendo en Occidente a partir de la creencia en lo Uno, en lo “limpio” y “ordenado” y “disciplinado” y “homogéneo” y “cognoscible”, por así decirlo.

Para entender esa razón poética –y para experimentar inmensos placeres no solo intelectuales- es muy útil leer Filosofía y poesía.

María Zambrano creyó encontrar esta “razón poética” en la tradición literaria española: dando cuenta de lo desdeñado por la Filosofía: digamos la suciedad de lo que hay: la sobreabundancia de realidades que sólo pueden ser nombradas desde las metáforas, y las contradicciones: el magma caótico que sólo puede manejar la Poesía desde su renuncia a conocer, a apresar, a domar. La Poesía daría cuenta de la sobreabundancia de lo que se presenta, de lo que hay: no limpia ni doma. Daría cuenta del impacto brutal del misterio. Entero. En su más inabarcable sensualidad.

Literatura española… Unamuno… “Don Miguel” le llamaba ella; y le fascinaba el unamuniano concepto de “inhibición religiosa”. Pero hay una gran diferencia en el sentir de estos dos pensadores: Unamuno está obsesionado con la inmortalidad: quiere seguir viajando con su yoidad intacta hacia el infinito futuro. María Zambrano añora el abrazo de Dios. Quisiera regresar a su carne, descrearse… salir del exilio, doloroso, terrible, deshumanizado…. Aunque, eso sí, mientras tanto, según María Zambrano, habrá que amar, y hasta celebrar la Creación. No es como Schopenhauer: no considera la creación como una maquinaria atrozmente torturante que hay que detener cuanto antes.

La fotofobia de María Zambrano. El el prólogo de 1987 a su Filosofía y Poesía la filósofa afirmó lo siguiente:

“Pero sí veo claro que más vale condescender ante la imposibilidad, que andar errante, solo, perdido, en los infiernos de la luz”. María Zambrano amó el sueño y la noche.

La piedad. En El hombre y lo divino María Zambrano estudia el concepto de la piedad. Y afirma que consiste en tratar adecuadamente con “lo otro”. Es una mirada a lo desdeñado. Y en “lo otro” estaría tanto lo divino (lo suprahumano) como lo infrahumano: eso sería la raíz del sentimiento del amor. Y ese adecuado trato con lo divino sería la salvación del infierno causado por la razón occidental: terrorista de realidades y subrealidades y realidades a medias. Logos ajeno a la raíz del amor:

“Pues realidad es no sólo la que el pensamiento ha podido captar y definir sino esa otra que queda indefinible e imperceptible, esa que rodea a la conciencia, destacándola como isla de luz en medio de las tinieblas.”

Podríamos decir que realidad es también esa mujer soñada, ese sueño no alcanzado, que debe ser tan amado como si hubiera llegado a ser del todo.

La Aurora. María Zambrano dijo que era “luz sin memoria, que bendice nuestro sueño”. Clara Janés, que recoje esta cita en su obra María Zambrano (Desde la sombra llameante), llega a afirmar que la “intuición del alba es la misma intuición poética”. Y dice más, mucho más esta bellísima poeta española: “Sin formularlo, empecé a visitar a María siempre el día de Pascua. Sabía que ella me esperaba: era una celebración secreta, la de la fe en la génesis, en la poiesis, la poesía; la fe en la resurrección, los cabellos de María Magdalena avanzando hacia Cristo, esas hierbas, el reverdecer de la primavera que el celeste imán del tiempo hacía que ocupara una vez más su lugar y nos dictara el nuestro: comunicarlo, hacer de la voz el vehículo de aquella luz, aquel rumor que, día tras día, nos llamaba”.

Luz de la aurora. Luz que “bendice el sueño”. La intución de esa luz sería la misma intuición poética. ¿Y qué es eso? ¿Qué se intuye al alba? En mi opinión se intuye el olor mismo de la realidad pura y dura, lo que hay de verdad, lo que está pasando de verdad: que estamos en un Génesis infinito, en una (sacra) Poesía infinita: todo es Creación y hechizo… Y la palabra puede dar cuenta del resultado de ese hechizo, pero también ser el hechizo mismo. En cualquier caso no sabemos qué sea el lenguaje en sí. [Véase “Lenguaje”]

La razón poética de María Zambrano es ambiciosísima porque quiere nombrar lo que de verdad hay, la Física de verdad. Cabría incluso considerar a la razón poética como una metodología (cercana por cierto al empirismo radical de William James o al anti-intelectualismo de Bergson). Pero el objetivo sería el mismo que el de un físico anglosajón puro y duro: decir lo que hay, lo que pasa. llevar a símbolos nuestro hábitat absoluto.

Y lo que pasa, lo que hay, es Poesía [Véase]. Creación. Creación con mayúscula, creación ubícua, infinita, sacra. Esta es la verdadera Física. Y la verdadera Política. Todo.

Sugiero la lectura de la crítica que en su momento hice de la citada obra de Clara Janés (una obra deliciosa por cierto). La crítica puede leerse aquí:

https://bit.ly/2WGMaHq

David López

 

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Las bailarinas lógicas: “Luz”.

 

 

 

Luz.

En 1783 un poeta japonés llamado Buson, poco antes de morir, escribió esto:

        Últimamente las noches

        amanecen

        blancas como la flor del ciruelo.

Imagino al poeta irse muriendo bajo la luz blanca de una luna amanecida: irse muriendo, ir amaneciendo en otros mundos con otras luces. O, quizás, el poeta ya vio que la tiniebla es la luz: que la tiniebla es lo que ilumina, pero que no puede ser iluminado: que lo que nos ilumina proviene de lo que no podemos ver ni pensar.

“Luz”. Es otra palabra, otra bailarina lógica que va a bailar en este diccionario de transparencias y de abismos sin fondo.

¿Qué es la luz? ¿Se sabe? ¿Cómo la define el pacto lógico-social del momento? Veamos:

Real Academia Española:  “(Del lat. lux, lucis).  1. f. Agente físico que hace visibles los objetos”.

Pero, ¿cómo podemos saber que ese agente es físico si no lo vemos?

Wikipedia (español):  “Se llama luz (del latín lux, lucis) a la radiación electromagnética que puede ser percibida por el ojo humano. En física , el término luz se usa en un sentido más amplio e incluye el rango entero de radiación conocido como el espectro electromagnético, mientras que la expresión luz visible denota la radiación en el espectro visible”.

Hay mucha luz que no vemos.

En cualquier caso, tengo la sensación de que nadie sabe qué es la luz (porque es la luz lo que permite saber, lo que permite “ver cosas”, lo que ilumina el objeto que quiere ser aprehendido). La Ciencia, con su red de hipótesis/espejismo  la imagina -a la luz- surcando el universo entero, una y otra vez, como un huracán casi metafísico. Pero resulta que ahora ya (a partir de 1983) no sabe cuál es su velocidad porque ahora es la luz la medida de todas las cosas: lo que da estabilidad a la longitud de un metro. Más adelante contemplaremos la belleza de este espejismo.

La luz.

Dice la Real Academia Española que es un agente físico que hace visibles los objetos. ¿Es visible la luz en sí? ¿Con qué luz podremos ver esa luz que permite que se vea todo?

Decidí incorporar esta palabra a mi diccionario después de encontrarla en el de José Ferrater Mora. Recomiendo su lectura, aunque sea tan gélido como la luz del hielo. Intento no caer en la ingratitud. Y por él supe de la diferencia que algunos textos latinos medievales hicieron entre Lux y Lumen.

Lux sería la fuente luminosa: aquello de lo que brota esa sustancia prodigiosa. No es iluminable. No es visible.

Lumen sería el término que designaría los rayos luminosos: esos que rebotan entre los paisajes y las personas y los cielos y nuestros ojos configurando esa maravilla estética que llamamos “mundo”.

Puedo ir adelantando mis ideas básicas sobre lo que parece estarse nombrando con el vocablo “luz”:

        – No se sabe qué es la Lux (no lo sabe la Filosofía, ni la Teología, ni tampoco la Ciencia), pero todo es iluminación (Lumen): todo lo que se presenta como mundo (o como forma concreta en una conciencia).

        – Toda fuente de luz (estrellas, soles, velas, lámparas) es artificial. Es lunar si se quiere. Porque todo es artificial. Y toda aparente fuente de luz (estrellas, soles, velas, lámparas) es algo que se ve, que es observable,  por la luz… por otra luz que ya no es visible: la Lux, que es una tiniebla de la que brota luz infinita.

        Génesis, I, 3: Dijo Dios: “Haya luz”; y hubo luz. 

Quizás cabría decirlo así: “Dijo la Lux, haya Lumen; y hubo Lumen“: haya irradiación, desde la Tiniebla infinita,  de mundos observables desde dentro.

Antes de exponer con más detalle estas sensaciones, creo que puede ser útil hacer un recorrido, aunque sea incompleto y esquemático, por lo que la luz ha hecho sentir y pensar a algunos seres humanos:

1.- Platón. La caverna. Los prisioneros, si son capaces de librarse de sus cadenas, salen a la luz. Y son cegados por ella. La luz es la Verdad. Y la Belleza. Pero… ¿cómo saber que esa primera luz que ve el desdichado prisionero es la luz final, la Verdad? ¿No quedaría cegado también ese prisionero por una simple linterna? ¿Qué se quiere decir con expresiones como “y vi la luz”?

2.- San Mateo VI, 22: “la lámpara del cuerpo es el ojo”. Sí: una iluminación -tan sutil como el brillo de un viejo autobús-  nos puede encender enteros, convertirnos en un universo delicioso. Pero esa iluminación también puede entrar por el oído.

3.- San Juan I, 1-9: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él. Sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron. Hubo un hombre enviado de Dios, de nombre Juan. Vino éste a dar testimonio de la luz, para testificar de ella y que todos creyeran por él. No era él la luz, sino que vino a dar testimonio de la luz. Era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre”. Vemos, por tanto, una fusión lingüística entre Verbo y Luz: ambos creadores. Y la necesidad de que, a través de un hombre creado -Juan en este caso-, se dé testimonio del prodigio sagrado de la Luz. Quizás lo religioso no sea sino una sacralización de la luz (y de la tiniebla que permite la existencia de la luz).

 4.- El maniqueísmo. Manes (216-277 d. C.). En el origen hubo dos sustancias: Luz (el bien) y Oscuridad (el Mal; o la Materia). La gran lucha entre el Bien y el Mal (entre los ejércitos de la Luz y el Reino de las Tinieblas). No hay que extinguir el Mal, sino confinarlo en su reino. Desde ahí no podrá invadir el Reino de la Luz. La clave es la purificación. ¿La purificación de qué? Creo que se trata de purificaciones cósmico-lógicas: se apuntalan los discursos que rigen los cielos de las mentes de los que se creen en la luz. En una luz en concreto. Pero me temo que el maniqueísmo es ineludible. Todos somos y debemos ser maniqueos, al menos mientras nos creamos -y amemos- el sueño (la Creación) en la que vivimos. Bajo algún cielo hay que vivir y soñar. Y aquello que sea una grave amenaza para la estabilidad de ese sueño (un virus por ejemplo) será para nosotros la oscuridad. El Mal. [Véase “Mal“].  Stephan Zweig poetizó con maestría nuestro vínculo con la Tiniebla en esta obra: La lucha contra el demonio (Hölderlin.Kleist. Nietzsche), Acantilado.

5.- La Tiniebla. Dionisio Areopagita. Hay un libro sobre este poeta de la Tiniebla que creo que debe ser leído. Su autora es María Toscano: una teóloga/poetisa profunda y delicada que conocí  en Arenas de San Pedro, dentro del Círculo de Estudios Espirituales Comparados. El título de la obra es: Dionisio Areopagita. La Tiniebla es Luz (Herder) Reproduzo las frases con las que se presenta este libro en el gran mercado de las ideas y de las sensaciones:

En un mundo que percibe a Dios más como ausencia que como presencia, la actualidad de Dionisio consiste en hacernos patente que la luz está en la oscuridad. Nos muestra un camino, una forma de penetrar en el interior de la tiniebla luminosa en que acaba toda búsqueda. El mundo mediterráneo de los cinco primeros siglos fue un crisol de pensamiento vivo: la filosofía griega que culminaba en el neoplatonismo se encontraba con el cristianismo, el gnosticismo, el pensamiento hindú y el budista. Todo ello configuró el mundo de Dionisio Areopagita quien nos ha legado una obra imprescindible para entender las líneas maestras de la mística de Occidente. A pesar de que su persona permanece en la penumbra, el pensamiento de Dionisio Areopagita ha llegado hasta nuestros días. Filósofo, teólogo, místico, la huella del Areopagita es manifiesta en maestros como Eckhart, Nicolás de Cusa, San Juan de la Cruz o Giordano Bruno.

6.- El siglo de las luces. Voltaire, el profeta de la luz de la razón (de una razón) no incorporó la palabra “luz” en su diccionario. La Ilustración fue una luz que, por miedo, negó la Tiniebla: la aniquiló: no la dejó vivir en su reino. Y esto propició su propia asfixia: porque cualquier cosmos lógico [Véase “Cosmos” y “Logos“] necesita nutrirse de lo oscuro, de lo que no ve: necesita respetarlo, venerarlo, vincularse religiosamente a ello (nutricionalmente). La Ilustración, por miedo a la Oscuridad, creó un mundo de luz sin oxígeno: un cosmos cerrado, frío, invivible: es el “desencantamiento” del que habló Max Weber. Y el hombre -eso que sea el hombre- puede soportar cualquier cosa excepto el desencantamiento.

7.- El romanticismo alemán. Recomiendo este libro excepcional: Rudiger Safranski: Romanticismo (Tusquets, Barcelona, 2009). La traducción al español es de Raúl Gabás. En las páginas 112 y siguientes encontramos lúcidas reflexiones sobre las fascinación por la noche (por lo que no se ve, por lo que no se entiende) que experimentó Novalis. Y en la página 175 aparecen estas frases del Lowell de Ludwig Tieck:

Odio a los hombres que, con su pequeño sol de imitación, arrojan luz en todo crepúsculo íntimo y expulsan los deliciosos fantasmas de sombras, que habitan tan seguros bajo la glorieta abovedada. En nuestro tiempo ha surgido una especie de día, pero la iluminación romántica de la noche y de la mañana era más bella que la luz gris del cielo nublado.

Fichte, uno de los más poderosos hechiceros del romanticismo alemán, habló así de la luz y de nuestro yo transcendental:

 Nada ilumina al yo, sino que él mismo es luminoso y la absoluta luminosidad.              

 8.- María Zambrano. Leemos estas frases en su introducción a Hacia un saber sobre el alma (1987):

 Sin parangonearme con este ejemplar humano me atrevo a decir, ya que no se trata de ser más ni menos, de haber pasado toda mi vida en esa fidelidad a lo esencial de la actitud filosófica, es decir, de la ética del pensamiento mismo, de esa ética cuya pureza diamantina encontramos en la Ética de Spinoza y en el adentramiento singular, único, de Plotino, mediador de todo el pensamiento antiguo y aún de su recóndita religión para entregarlo más puro e intacto a la nueva época cristiana, ya que si no abrazó la naciente religión no fue por aquejamiento del ánimo sino por amor a la pureza del pensamiento. Y así, como se sabe, en la nueva y triunfante religión, ya católica, la filosofía de Plotino ocupa un lugar decisivo en su teología: el Deus de Deo, Lumen de lumine del símbolo de Nicea es literalmanete de Plotino. En definitiva, lo que se encuentra en Plotino es la universalidad de una religión de luz. Religión que tantas veces, rebosando el cerco de la Filosofía, se encuentra en algunos poemas, en algunos poetas, como la clave última de su poesía. Así en Federico García Lorca, cuando un poema dice, como clave última de todo su sentir: “Voy buscando una muerte de luz que me consuma”.

Pero no es esa luz final, poetizante, y principial, la única que ocupa el pensamiento de María Zambrano, sino también otra, que ella considera “infernal”.   También en 1987, en un prólogo a su magistral obra Filosofía y Poesía, Doña María confiesa lo siguiente:

Pero sí veo claro que vale más condescender ante la imposibilidad, que andar errante, perdido, en los infiernos de la luz.

Creo que esos infiernos a los que se refirió María Zambrano son los sistemas lógicos cerrados -ella hizo una equivalencia entre miedo y sistema. Un sistema cerrado sería un cielo tapado por ideas: un cosmos asustadizo, cobijado en una caverna de palabras por miedo a la intemperie de la noche (sin saber quizás que quizás la noche es Dios). Sin saber que la Fe es confianza en la Tiniebla.

 9.- La luz desde el discurso cientista actual. Vuelvo a recomendar esta compañía de bailarinas cientistas: Diccionario de Lógica y Filosofía de la Ciencia (Jesús Mosterín y Roberto Torretti, Alianza Editorial, Madrid, 2002). Está escrito desde la generosidad y la devoción. Es una gran herramienta para entender el poetizar -y el ver y el demostrar- de la Ciencia actual. Hay dos bailarinas cuyo baile conjunto produce estupor maravillado (la sensación básica del filósofo). Una es “Velocidad de la luz”. La otra es “Metro”. Al parecer, desde 1983 es el metro el que puede tener una medida concreta gracias a la luz y su vuelo por el espacio. Ahora es la luz la medida de todas las cosas… visibles. La definición que este diccionario da de “luz” es la siguiente: “Radiación electromagnética, particularmente la visible para el ojo humano, con frecuencias comprendidas aproximadamente entre 3,8 x 10 [a la catorce] Hz y 7,7 x 10 [a la catorce también] Hz.” Y ya está. Pero… ¿qué es exactamente una radiación electromagnética?

¿Es la luz -la iluminación- algo que brota del más oscuro centro de la Materia (sea lo que sea eso de “Materia”)?

Mis sensaciones con ocasión de la luz son las siguientes (por el momento):

1.- La tiniebla es fuente de luz infinita. Y la luz es irradiación desde la Tiniebla. Todo -lo que existe- es luz. La Tiniebla no existe. Está más allá de la tensión dialéctica existencia/no existencia. El que busca la luz -el que ansía conocimiento/o salvación- es un ser hecho de luz que busca luz en la luz. Ese es el misterio descomunal de la existencia misma de la ignorancia y, por lo tanto, de la existencia misma, en el Todo, de ese fenómeno que es la Filosofía, o la Ciencia o la Teología. Un texto filosófico es algo que escribe la luz, en la luz, para la luz (entendida como Lumen, como irradiación).

2.- La Fe es la confianza en la luz que envuelve y dirige el baile prodigioso de las luces y las sombras. La Fe sería algo así como confianza en la radiación ubícua de luz en la Creación. En toda Creación. Y en toda Descreación también: en la vida y en la muerte. También podría decirse que la Fe es confianza en la Tiniebla; y en sus irradiaciones lumínicas. En las dos cosas.

3.- Las palabras -esas vibraciones- comparten la naturaleza (física si se quiere) de la luz (en cuanto Lumen). Dan vida. Ofrecen mundos enteros. La música es también, como la luz y la palabra, una forma de vibración que tiene eso que sea la Materia (esa inefabilidad fabulosa): [Véase” Materia“].

 4.- La luz (Lumen) es siempre artificial: artificialidad sagrada: es siempre creada, irradiada desde el fondo invisible de lo visible. Sin embargo la Lux -lo que ilumina- no es visible, sino Eso -infinitamente oscuro- que permite la visibilidad: la existencia de las cosas y sus mundos ante un observador. También tenebroso: Él no puede mirarse a sí mismo, porque Él es la fuente de la luz.

5.- Los universos cerrados -o aparentemente cerrados- ofrecen también una luz que parece propia. “He visto la luz” dice el recién llegado (el recién cegado). Son cobijos cósmicos para reposar en nuestro vuelo por el infinito. “El que comprende…” El que comprende, en mi opinión, comprime su conciencia. Por miedo a la no-comprensión. Por miedo a la oscuridad exterior (que no es sino un infinito de luz). Creo que la Filosofía puede servir para abrir las ventanas de los universos demasiado cerrados, para que entre otra vez la luz, esa luz invisible de la que han nacido: el oxígeno que, aunque letal sin duda, es también su única fuente de vida. Muchas sectas ofrecen luz; hablan y hasta desprecian a los que viven “en las sombras”. Muchos sectarios dicen haber visto la luz. La paz lógica -el sosiego de la finitización y la fanatización- puede encender una vela provisional en nuestra conciencia. Pero esa vela termina por consumir el oxígeno de todo nuestro universo. No hay que temer al “exterior”. A la Tiniebla. Ella permite hablar de la “luz”. Es la matriz nutricia de todos los universos.

6.- Buena parte de los físicos se ven obligados actualmente a aceptar la doble naturaleza corpuscular y ondulatoria de la luz. Si aceptamos su naturaleza corpuscular, cabría afirmar que nuestra relación con la luz es táctil, voluptuosa: nuestros ojos son tocados por fragmentos de luz que pueden haberse desprendido de las estrellas. Cabría por tanto sentir cómo nos tocan las estrellas -y las personas de la calle- en la piel de nuestros ojos. O mejor aún: cabría considerar nuestra relación con el universo entero como un ser tocados por la luz (por distintas longitudes de onda; o por fragmentos de luz).

7.- Hay un tipo de luz que quizás no pueda meterse en una ecuación. Me refiero a la que se siente en el fondo del “alma”. Ocurre que esa luz puede variar su intensidad en función de lo que se va presentado en el espectáculo -exterior e interior- de la vida. Así, cuando vamos a recoger a un ser querido a la salida de un vuelo, toda la luz del mundo parece concentrarse en su rostro, en su sonrisa, en su abrazo. Esa luz cabe dirigirla -conscientemente- a cualquier porción del infinito que nos rodea. Y esa porción lo nota, queda iluminada por ese acto nuestro de voluntad lumínica.

8.- Los mundos -los cosmos- tienen su sistema de iluminación propio. Cada cielo de ideas proyecta su peculiar sistema de luces sombras en todo lo que se presenta como realidad única ante la conciencia que ha sido tomada por ese cielo ideológico. Una mujer en top-less puede, bajo un determinado cielo ideológico, ser una sombra, una degeneración lógico-moral. Bajo otro cielo, en cambio, puede ser un lugar luminoso, fresco, limpio, libre: una epifanía de la feminidad sagrada que nos dio la vida y nos nutrió al comienzo de nuestra vida. Lo curioso es que ese iluminarse o ensombrecerse de lo real en función de las ideas tiene una manifesfación física: es visible.

9.- Siempre he sentido una casi insoportable fascinación por la luz; bueno, dicho con mayor rigor quizás: por las iluminaciones (Lumen). En mi novela El bosque de albaricoques quise apresar un instante de luz prodigiosa que me inundó frente de un valle de Gredos donde vibran los sueños y las cenizas de mis padres. Era una luz de color oro que irradiaba desde dentro de toda la materia: rocas, nubes, gotas de lluvia, líquenes. Aquella luz me pareció excesiva. A veces la Creación (este sueño/este Maya) muestra un exceso de amor y de talento por parte de su Creador. Un exceso de luz.

10.- Alguna pareja de enamorados ha sentido, de pronto, en un abrazo, ser físicamente atravesados por una gigantesca estaca de luz. Luego se han mirado aturdidos -abrumados por la inefabilidad de lo real- y han decidido no hablar de ello. El misterio de la luz.

En cualquier caso, contemplar las iluminaciones es algo prodigioso. El veinte de febrero, tras un fatigoso día de estudio,  salí a pasear en radical soledad por los paisajes que rodean mi casa de Sotosalbos. Quería atrapar alguna luz y transmutarla en frases. Con las manos muy frías sobre una libreta mojada tomé algunas notas que luego apenas he podido descifrar. A partir de ellas se me ha ocurrido escribir esto aquí:

 

        Última luz de este día de invierno.

        Luz que empieza a renunciar a sí misma.

        Llueve luz y misterio en el silencio de la tierra y de los musgos.

        Las montañas son transparentes como las nieblas

        y como los brazos de los árboles.

        Luz pastel, y azul, y gris.

        Luz infinita en el silencio infinito, creándolo todo.

        Los árboles -iluminados- estiran sus brazos para buscar más luz.

        Más luz todavía.

        Más belleza todavía.

Por último,  quisiera compartir un misterio. Cuando entra y sale gente de esto que llamamos “mundo”, o “vida”, o “realidad”, ocurre a veces -al menos eso es lo que yo he visto- una mutación en la luz ambiente: la luz se sublima. Es como si, en esos momentos fronterizos, se hubiera abierto y cerrado alguna puerta que desde aquí no puedo teorizar: como si irrumpiera de pronto y de forma fugaz un tipo de luz que sólo existe en la zona no visible.

Creo que la Filosofía debe colocar en su mesa de trabajo todos los hechos y sensaciones, aunque no disponga de modelos donde ubicarlos.

David López

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