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Filosofía de la política: “Soy un parado”

 


Mi diccionario filosófico es, en realidad, un estudio teológico de la omnipotencia de la diosa Vak (la diosa védica de la palabra, del lenguaje que se sabe a sí mismo omnipotente). Y creo que esa diosa, como todas, solo tiene sentido si somos capaces de movilizarla al servicio de la plenitud -de la sacralización- de la condición humana. Soy consciente de la arbitrariedad, del antropocentrismo, y de la irracionalidad incluso, de este culto. Pero me es igual. No voy a renunciar a mi culto hacia lo humano. Ya es tarde. Amo demasiado a demasiada gente.

Y no conozco denigración más radical de la condición humana que la que se consigue con las palabras. “Poéticamente habitamos en la tierra” (Hölderlin). “Los hombres no hacen los discursos discursos, sino que los discursos hacen a los hombres” (Foucault). “Creer es crear”(Unamuno)…  Si es así, estemos atentos a las frases que vibran en ese sueño lógico-poético en el que estamos todos -prodigiosamente- colgados. Salgamos de las cárceles de palabras en las que, sin apenas darnos cuenta, por pura ‘obediencia poética’, confinamos la inmensidad de nuestro ser. Cárceles que, en definitiva, suponen una falta de respeto a nuestra dignidad.

Tengo la sensación creciente de que somos seres impresionantes, ilimitados, sacros. Nuestros límites no se conocen ni se conocerán jamás. Cuando un ser humano utilice para sí mismo el verbo “ser” debe apuntar al infinito.

Soy consciente del difícil momento que estamos viviendo. Pero me es imposible aceptar que un ser humano afirme:

“Soy un parado”.

A través de esas frases veo una autodenigración, una renuncia, una auto-falta de respeto, un hechizo poético necroseante de la dignidad humana. Un exceso de ‘obediencia poética’. Y más todavía: veo una suerte de grisácea estatalización del alma humana (o de la mente, para el que la palabra alma le produzca rechazo).

El ser de cada uno no puede estar narrado, esencializado, desde una normativa administrativo-laboral. Lo dice alguien que ejerció durante quince años como abogado. El hecho de que la “actividad profesional” de un ser humano no esté estructurada en virtud de un contrato por cuenta ajena no puede transmutar la sacra conciencia humana en conciencia esclavista, quejosa, resentida, autolimitada.

El hecho de no estar prestando servicios por cuenta ajena dentro del -imaginario- dualismo empresa/trabajador, no debe paralizar la creatividad, ni disminuir nuestra esencial monarquía (somos monarcas, todos, no lo olvidemos; monarcas que mantienen relaciones éticas con los demás). Disponemos de todas las mañanas del mundo para sacar un papel y un lápiz y mil ideas y soñar con los pies en la tierra, solos, o con otros monarcas. Hay que crear. No se puede estar ‘parado’. Incluso aunque no haya ayudas suficientes. Todos disponemos de ayudas suficientes en nuestro interior. Somos magos, no esclavos cuyo único objetivo es ser tratados lo mejor posible por un gran emperador (sea una empresa o una administración pública o los líderes de una ideología).

No quisiera ofender a nadie. Por favor. Mi intención es justamente la contraria. Pero creo de verdad que es una ofensa llamarle a alguien “parado”. Y que también lo es, hacia uno mismo, creerse “parado”. Está pendiente una nueva matriz narrativa desde donde re-vivificar eso que ahora llamamos “economía” o “política”. Hay nuevos cielos ideológicos por ser creados, narrados. Caben nuevas formas de ilusionarse colectivamente (no otra cosa es una civilización).

Lo más urgente es apostar por la grandiosidad de los seres humanos, de todos, y de sus inefables posibilidades. Pero hay que poner fin a la esclavitud (a la conciencia esclavista).

Creo que ése es el mensaje fundamental del gigantesco Nietzsche:

“El filósofo griego pasó por la vida con el secreto sentimiento de que había más esclavos de los que uno podría imaginar, es decir, cualquiera que no fuera filósofo era un esclavo; su orgullo aumentó, cuando consideró, que también los que eran los más poderosos del mundo formaban parte de sus esclavos. Este orgullo es también para nosotros ajeno e imposible. Ni siquiera como alegoría la palabra esclavo ejerce sobre nosotros toda su fuerza” [La Ciencia alegre, aforismo 18].

Creo que hay que hacer huelgas poéticas: dejar durante un día, al menos, los discursos de autodenigración, y de demonización, en los que actualmente vibran millones de almas humanas.

Hay que abandonar las cárceles de palabras. Y las demonizaciones irreflexivas. Es divertido luchar contra ‘los malos’ (y sirve además para cohesionar grupos de individuos con problemas de cohesión interna), pero me temo que no hay tantos malos. Quizás ninguno.

No creo en las conspiraciones. Me temo que todo es infinitamente más complejo. Nadie maneja los hilos aquí dentro, en el teatro del mundo. El presidente de Goldman Sachs está tan aturdido física y metafísicamente como un ‘parado’. Ardemos en un misterio descomunal. Diría quizás Ortega que braceamos como podemos. Tengamos compasión hacia nuestros compañeros en el misterio.

Sí creo que la única conspiración real se mueve entre los bastidores de esta misteriosa obra de teatro en la que vivimos (entre las inmensas olas del mar metafísico en el que todos braceamos lo mejor que podemos). Y siento, contundentemente, que se trata de una conspiración urdida por una omnipotencia que nos ama con desmesura.

Schopenhauer:

“[…] en el simple sueño la relación es unilateral, y es que solo un yo verdaderamente quiere y siente, mientras que los demás no lo hacen, pues son fantasmas; por el contrario, en el gran sueño de la vida tiene lugar una relación multilateral, toda vez que no solo uno aparece en el sueño del otro, sino que éste también aparece en el de aquel, de forma que, por medio de una verdadera harmonia praestabilita, cada uno sueña solo aquello que para él es adecuado según su propia guía metafísica, y todos los sueños-vida están entretejidos con una perfección tal, que cada uno experimenta solo lo que le es beneficioso y hace lo que es necesario para los demás […]” (Parerga y Paralipomena, pp. 232-233, según la edición de Arthur Hübscher de 1988).

Somos dioses. Dioses entrelazados.

Y como dioses que somos podemos crear un nuevo Matrix -un nuevo Maya- donde ilusionarnos todos juntos. No hay vida sin ilusión.

David López

Pensadores vivos: Stephen Hawking

 

 

La noche del 10 de septiembre de 2013, mi hijo Nicolás y yo, en vez de asomarnos al infinito de la imaginación humana (?) desde las páginas de un cuento de papel, salimos al jardín para contemplar el cielo medieval que todavía arde en Castilla la Vieja. La luna estaba en el centro de una gigantesca serie de anillos concéntricos, en los que creímos encontrar colores como el rojo, el malva, el marrón y hasta el oro. Nicolás estaba estremecido por aquella belleza. Papá, ¿cómo se ha hecho algo tan maravilloso en el cielo?, me preguntó. La verdad es que no sé cómo se ha hecho, le respondí. Y añadí: pero sí sé que es maravilloso.

El cielo tenía espacio de sobra en ese rincón de Castilla como para que brillaran también las estrellas. Las contemplamos arracimadas entre las ramas de los abedules: biología y astrofísica fundidas en un abrazo silencioso, glorioso. Y entonces recordé ese titánico agujero negro que los científicos han encontrado en el centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea (una anchísima calzada de piedras blancas en las que a veces se engancha la iglesia de Sotosalbos).

Dice Hawking que por esos agujeros negros quizás se puede salir de este universo y entrar en otro, pero que sería un camino sin retorno que él no está dispuesto a recorrer. Y dice también que los hay pequeños. Todo mundo estaría agujerado y conectado con otro mundo. Todo sería membranoso, transparente.

No obstante estas matematizadas afirmaciones que parecen ir cerrando la esencia de los cielos que arden sobre Castilla la Vieja (los que yo ahora más contemplo), el propio Hawking reconoce que la realidad de sus leyes, de sus verdades, son “dependientes de modelo”: la realidad depende del modelo que se utilice para analizarla, para mirarla, para decirla. Estaríamos ante una prodigiosa plasticidad: el cielo convertido en una pizarra donde juegan con sus tizas matemáticas los físicos teóricos: un lugar de fantasía capaz proporcionar a las tribus humanas modelos útiles para satisfacer sus necesidades (y no olvidemos que el ser humano necesita desear lo que no necesita).

Hawking es un pensador, un piadoso cientista, un poeta que se cree sus poesías (diría Machado), un ser humano que me ha proporcionado grandes momentos, grandes espectáculos de fantasía. Leí hace tiempo, extasiado, su Una breve historia del tiempo (1988). También extasiado, pero algo más crítico — algo mejor amarrado al mástil que utilizó Ulises para no ser mentalmente aniquilado por el canto de las sirenas — leí su obra El gran diseño (2010), la cual está redactada, y probablemente pensada, en colaboración con Leonard Mlodinow.

En esta obra se puede leer lo siguiente:

“Tradicionalmente, ésas son cuestiones para la filosofía, pero la filosofía ha muerto. La filosofía no se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física. Los científicos se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda del conocimiento”.

Pero lo cierto es que este libro, como cualquier otro libro de religión, ofrece un precioso templo para asomarse a lo que se transparenta desde el más allá de sus vidrieras, de sus dogmas arquitectónicos, protectores. Hay Filosofía en el pensamiento de Hawking; y en su religiosidad. Entendamos ahora la Filosofía como una mirada que mira las miradas, que contempla desde no se sabe dónde eso que se cree el físico (o algunos físicos) que es la Física, ‘la realidad’ de la que hay que ocuparse para “saber a qué atenerse” (diría Ortega y Gasset). La Filosofía, creo yo, intenta explicitar esa fantasía donde se cree que está cualquier emisor, o retransmisor, de modelos de mundo. La Filosofía aparta modelos, con respeto, con fascinación hacia la belleza de la Física, con admiración a su capacidad de poetizar la Nada Mágica (de interpretarla, si se quiere decir así). La Filosofía desbroza caminos (Jaspers) para que no se cierre el acceso a lo inefable, a lo metamodélico, a lo que de verdad es inmediato ahí, aquí. A lo que yo llamo “Nada Mágica”.

La Filosofía propicia un modelo de mente en el que se admite que todo es posible, porque, si somos serios y rigurosos, debemos afirmar que son lógica y empíricamente insostenibles todos los modelos conocidos de posibilidad. No sabemos qué es imposible porque no conocemos las reglas que rigen lo posible. Ese modelo de mente es el que en los comienzos de este siglo XXI está extendiéndose, como un bellísimo y sorprendente amanecer, entre los mejores científicos del momento. Hawking está en ese grupo, como veremos, pues ya no necesita pensar en una estructura legaliforme fija donde estaría desarrollándose eso que llamamos “mundo” o “realidad” o “vida”. La magia, lo prodigioso, la inmensidad, han inflacionado, como un Big Bang hawkingniano, en el pensamiento científico de principios del siglo XXI. Pienso yo.

Hawking. Es extraordinariamente sugestivo el conjunto formado por cuatro elementos que, simplificando, podríamos denominar “el cerebro”, “el cuerpo”, “la máquina” que sujeta a Hawking  y “la computadora” que le permite comunicarse con su mundo exterior. La religión de la Ciencia que anunció, entre otros, Francis Bacon, estaría ofreciendo una prueba de su verdad, de su eficacia. Su soteriología (su capacidad de salvación, o de acceso a paraísos todavía inéditos) quedaría demostrada en ese conjunto prodigioso. Sin el avance de la Ciencia, sin la aplicación de modelos matemáticos a una realidad observable que se supone intrínsecamente matematizada, sin esa progresiva Gnosis, no habría tenido lugar la creación del prodigio tecnológico que permite al cerebro de Hawking exteriorizar (encarnar en sonidos y en frases escritas) lo que ocurre en ese cerebro; aunque lo cierto es que en el modelo físico-metafísico de Hawking el cerebro humano es una máquina biológica carente de libertad, lo que, finalmente, lo ubicaría en el mismo nivel ontológico que la propia máquina que completa su cuerpo o, incluso, en un nivel inferior (por estar algo más atrás en la línea de la evolución).

La enorme importancia que Hawking otorga a la baconiana computadora que le permite hablar queda quizás constatada por el hecho de que en su página de internet, en la pestaña “About Stephen“, lo primero que aparece es “The computer“. Recomiendo entrar en esa página. Ofrece mucho. Y hay algunas sorpresas. El enlace es el siguiente:

www.hawking.org.uk

En esta página hay una lecture cuyo contenido me ha sorprendido favorablemente. Y me ha emocionado. Sinceramente. Digamos que me ha permitido ‘perdonar’ a Hawking esa gamberra y beata frase en la que se afirma que “la Filosofía ha muerto”.

Esa lecture se presenta en la página con el título Godel and de End of Physics, aunque luego el texto se titula Godel and the end of the universe. No sé si se trata de un despiste (?). Lo interesante de este texto, lo sorprendente, es que, habiendo sido dictado en 2002 (ocho años antes de la publicación de El gran diseño), Hawking afirme en él lo siguiente:

Some people will be very disappointed if there is not an ultimate theory that can be formulated as a finite number of principles. I used to belong to that camp, but I have changed my mind. I’m now glad that our search for understanding will never come to an end, and that we will always have the challenge of new discovery. Without it, we would stagnate. Godel’s theorem ensured there would always be a job for mathematicians. I think M theory will do the same for physicists. I’m sure Dirac would have approved.

Creo que lo decisivo aquí es que Hawking confiesa haber cambiado de opinión (eso le engrandece); y que se siente feliz ante el hecho de que nuestra búsqueda del conocimiento nunca llegará a su fin, que siempre tendremos el desafío de nuevos descubrimientos. Esto me recuerda esa alada imagen que ofreció Kant del ser humano: un ser que vuela hacia el infinito, que está condenado al pensamiento metafísico, al pensamiento que no puede ser constatado empíricamente, ni matemáticamente. Kant hubiera disfrutado mucho leyendo esta lecture de Hawking pues en ella, apoyándose en la incineración mística que Gödel provocó en la Matemática, se llega a sugerir que esta ciencia (la salvífica Matemática) no puede fundamentarse a sí misma. Y no solo eso: el propio Hawking da cuenta, como no podía ser de otro modo a comienzos del siglo XXI, de que ninguna ley o teoría científicas queda validada, demostrada, aunque sea capaz de explicar hechos y de realizar exitosas predicciones.

En mi bailarina lógica “Física” (Véase) ofrezco reflexiones sobre algunas de las ideas que Hawking/Mlodinow han expuesto en El gran diseño. Las traigo aquí -creo que más pulidas y desarrolladas- y añado algunas más:

1.- “La filosofía ha muerto”. Lo dicen en la página 11. Pero esta obra tiene algo ‘cuántico’ (una cosa puede ser a la vez onda y partícula… la Filosofía está muerta y viva a la vez…). Creo que merece la pena reproducir aquí unas frases que aparecen en la p. 53 de El gran diseño (poético/chamánico) de Hawking/Mlodonow: “George Berkeley (1685-1753) fue incluso más allá cuando afirmó que no existe nada más que la mente y sus ideas. Cuando un amigo hizo notar al escritor y lexicógrafo inglés Samuel Johnson (1709-1784) que posiblemente la afirmación de Berkeley no podía ser refutada, se dice que Johnson respondió subiendo a una gran piedra para, después de darle a ésta una patada, proclamar: “lo refuto así”. Naturalmente, el dolor que Johnson experimentó en su pie también era una idea de su mente, de manera que no estaba refutando las ideas de Berkeley. Pero esta reacción ilustra el punto de vista del filósofo David Hume (1711-1776), que escribió que a pesar de que no tenemos garantías racionales para creer en una realidad objetiva, no nos queda otra opción sino actuar como si dicha realidad fuera verdadera”. No obstante estos breves temblores de lucidez, es cierto que esta obra de Hawking/Mlodinow no es filosófica, sino religiosa: no hay en ella un análisis o problematización de los presupuestos desde los que se construyen sus teorías: no hay conciencia del modelo de totalidad desde el que se generan sus modelos de universo o de multiverso. Hay devoción y fe. Que no es poco, por cierto.

2.- La teoría unificada — la así llamada teoría M — es plausible (p. 16). Predice que nuestro universo no es el único, que otros miles de millones de universos fueron creados de la nada (algo así como 10 elevado a la 500 universos). Hay que excluir la intervención de un Dios o cualquier otro ser sobrenatural. Me pregunto: ¿Qué es “natural”? ¿Lo visible? La “Naturaleza” que hoy describen los científicos ya no me parece ‘natural’ y, en cualquier caso, creo que la Física ha sido siempre una Metafísica pura y dura: ha ofrecido modelos de lo que no se ve (el electrón no se ve, ni la ley de la gravedad, ni el Bosón de Higgs) para explicar lo que se ve… No, es más: lo que se ve se ve así porque hay instalado un modelo de mirada. Volvemos a los universales [Véase “Universales“]. Y al “realismo dependiente de modelo” que propone Hawking.

3.- Miles de millones de millones de universos surgen naturalmente de la “ley física” (¡De la invisible ley de la gravedad!): “Cada universo tiene muchas historias posibles y muchos estados posibles en instantes posteriores, es decir, en instantes como el actual, transcurrido mucho tiempo desde su creación” (p. 16). El modelo de totalidad donde se vertebra la conciencia (al menos ‘pública’) de Hawking/Mlodinow tiene un presupuesto crucial y muy ‘ciudadano’, muy ‘socrático’: la ley. La Física se basa en la creencia en una Naturaleza legaliforme, determinista, donde no hay libertad, solo obediencia, obediencia a entes platónicos (las leyes físicas, o la teoría M) que no son visibles, sino presupuestas, narradas (esas leyes, esas diosas) por los chamanes de este credo eficacísimo en nuestra tribu… Tan eficaz como lo fueron y los son todos los credos en todas las tribus. Veo en la Física un monoteísmo radical, único en la historia de las religiones. Se trataría de admitir la existencia y el poderío absoluto de una especie de Faraón cósmico, no antrópico morfológicamente, que tendría sometidos todos los rincones posibles del Ser (de lo que hay), por muy descomunal que sea eso que hay: miles de millones de universos, todos existiendo a la vez: pero todos esclavizados en definitiva. Creo que algunos físicos tienen una conciencia esclavista: observan fascinados el reino de su señor invisible y se contentan con hacer predicciones, como esclavos que conjeturan cuándo vendrán sus amos a darles la comida o cuando llegará el momento de su ejecución.

4.- “Este libro está enraizado en el concepto de determinismo científico, que implica que la respuesta a la segunda pregunta es que no hay milagros, o excepciones a las leyes de la naturaleza”. La afirmación que acabamos de leer merece ser unida a ésta: “Si ya nos parece difícil conseguir que los humanos respeten las leyes de tráfico, imaginemos lo que sería convencer a un asteroide a moverse a lo largo de una elipse” (p. 29). Esta frase es contradictoria en una narración que establece el determinismo radical. Si no hay libertad en esta matriz matemática de multiversos que parece ser la “Naturaleza”, no cabe cumplir o no una ley de tráfico, la cual (me refiero a esa ley ‘humana’) estaría vertebrada en el descomunal corpus jurídico que amordazaría el Ser en su totalidad. Por otra parte: si todavía no conocemos las leyes de la Naturaleza (y ni siquiera sabemos si existen como tales), ¿cómo podemos saber qué las transgrede, qué es imposible?

5.- Ideas/sorpresa que he encontrado en este libro importante: “Los realistas estrictos a menudo argumentan que la demostración de que las teorías científicas representan la realidad radica en sus éxitos. Pero diferentes teorías pueden describir satisfactoriamente el mismo fenómeno a través de marcos conceptuales diferentes”. Y proponen estos autores una especie de estrategia gnoseológica que denominan “realismo dependiente de modelo” (p. 54). Esta estrategia nos exigiría aceptar que no hay teorías físicas válidas en sí (que no hay una verdad física fuera del cerebro humano, si es que es humana esa cosa). En la p. 59 se llega a decir incluso que, para teorizar el origen del universo, el modelo de Física de San Agustín es tan válido como el que acoge al Big Bang. (!)

6.- “El verdadero milagro”.  En la página 204 de El gran diseño (la última) leemos lo siguiente: “La teoría M es la teoría unificada que Einstein esperaba hallar. El hecho de que nosotros, los humanos -que somos, a nuestra vez, meros conjuntos de partículas fundamentales de la naturaleza-, hayamos sido capaces de aproximarnos tanto a una comprensión de las leyes que nos rigen a nosotros y al universo es un gran triunfo. Pero quizás el verdadero milagro es que consideraciones abstractas conduzcan a una teoría única que predice y describe un vasto universo lleno de la sorprendente variedad que observamos. Si la teoría es confirmada por la observación, será la culminación de una búsqueda que se remonta a más de tres mil años. Habremos hallado el Gran Diseño”. Este párrafo cierra el poema de Hawking y de Mlodinow. En él aparece algo -una emoción, un fascinante desconcierto- que permitió a Kant construir su teoría de los juicios sintéticos a priori. ¿Cómo es posible que sean válidas, demostrables, leyes, sistemas matemáticos, que alguien ha sacado en un papel, sin más, de forma abstracta, sin conexión con la experiencia exterior? A partir de aquí Kant realizó una verdadera revolución metafísica y física: las leyes de la Naturaleza las podemos descubrir simplemente pensando, escribiendo sobre un papel, o en una pizarra, porque la Naturaleza está dentro de nosotros: es un constructo nuestro. Las leyes de la Naturaleza las ponemos nosotros para, según Kant, ordenar algo misterioso que llega ‘de fuera’ (la cosa en sí).

7.- Universo/universos. Hawking me desconcierta cuando utiliza la palabra “universo”. No estoy seguro, pero tengo la sensación de que utiliza esa palabra para referirse a dos realidades distintas: 1.- Universo entendido como totalidad de lo que hay, como matriz absoluta de la que pueden brotar infinitos universos; y 2.- Universo como, por así decirlo, maquinaria legaliformizada, como mundo concreto con sus leyes físicas específicas, como ‘burbuja’ que puede salir o no de la nada. Lo sorprendente en Hawking es que parece dejar vigente la ley de la gravedad en el universo en sentido amplio, en lo que podríamos llamar “Gran Matriz” (al menos la ley de la gravedad cuántica, que es ahora la que está más legitimada en la Ciencia). Leamos el final de la página 203 y el comienzo de la 204:

“Cuerpos como las estrellas o los agujeros negros no pueden aparecer de la nada. Pero un universo entero sí puede. En efecto, como la gravedad da forma al espacio y al tiempo, permite que el espacio-tiempo sea localmente estable pero globalmente inestable. A escala del conjunto del universo, la energía positiva de la materia puede ser contrarrestada exactamente por la energía gravitatoria negativa, por lo cual no hay restricción para la creación de universos enteros. Como hay una ley como la de la gravedad, el universo puede ser y será creado de la nada en la manera descrita en el capítulo 6. La creación espontánea es la razón por la cual existe el universo. No hace falta invocar a Dios para encender las ecuaciones y poner el universo en marcha. Por eso hay algo en lugar de nada, por eso existimos”.

Pregunto: ¿Dónde está esa ley de la gravedad que rige el surgir o no de los universos, que parece darles permiso para ser o no? ¿En el universo en sentido amplio? ¿Y cómo conceptuar esa omnipotente ley? A mí me huele a una gran Diosa: una Diosa lógica porque parece que puede ser entendida por la lógica humana y expresada en palabras, o al menos en símbolos humanos. ¿La diosa Vak? Sugiero la lectura de la introducción a mi diccionario filosófico, accesible desde [Aquí].

8.- “Realismo dependiente de modelo”. Cito textualmente a Hawking (Mlodinow): “Según la idea de realismo dependiente de modelo introducida en el capítulo 3, nuestros cerebros interpretan las informaciones de nuestros órganos sensoriales construyendo un modelo del mundo exterior. Formamos conceptos mentales de nuestra casa, los árboles, la otra gente, la electricidad que fluye de los enchufes, los átomos, las moléculas y otros universos. Estos conceptos mentales son la única realidad que podemos conocer. No hay comprobación de realidad independiente del modelo. Se sigue que un modelo bien construido crea su propia realidad” (P. 194). Deleuze (con Guattari) afirmó que la labor propia de la Filosofía era la creación de conceptos. Dicho ahora desde Hawking: sería creación de lo único que luego podrá ser conocido (el objeto del conocimiento): “moléculas”, “átomos”, “la otra gente”… todo eso serían fantasías, creaciones, Mayas creados en virtud de una Creación que, si negamos la libertad al ser humano, debe ser llevada a una profundidad mayor que la que puede tener un agujero negro en el universo hawkiniano. ¿Quién/qué crea en el crear de los filósofos (Deleuze), o de los científicos (Hawking)? En cualquier caso, este último pensador, al redactar el párrafo antes transcrito, no ha considerado la posibilidad de que su modelo de cerebro-hombre-universo sea un modelo más, otra fantasía. Quizás quepa mirar ahí de otra forma, quizás sea superable esa imagen de cerebro-máquina formada por partículas que mira hacia fuera de sí mismo y que luego edita dentro sí misma un modelo-mundo. Como siempre, tengo la sensación de que lo que hay es infinitamente más complejo. Y más bello. Si cabe.

9.- Agujeros negros. Dice Hawking que permiten salir de un universo y entrar en otro. Apliquemos ahora lo que yo creo que es, dentro de su pensamiento, el universo como “burbuja”, como maquinaria legaliformizada (no como gran todo absoluto del que surgen y al que vuelven esas “burbujas”). Si recordamos ahora, por ejemplo, a Wittgenstein, o a Unamuno, y caemos en la obviedad de que todo “mundo” no es sino una narración, un límite de lenguaje, una tradición social…, podemos afirmar, sentir, que cabe salir de una de esas narraciones y entrar en otra, en otro mundo (pensemos en las conversiones religiosas que llevan a otro mundo). Se me ocurre que cabría también acceder a un hiper-agujero negro mediante el silencio de la meditación, o mediante ese taladro de palabras que es un Koan (Zen). En estos casos, a diferencia de la conversión religiosa, no se cambiaría de mundo, no se cambiaría de hechizo: se accedería a lo que no es solo ‘mundo’: a la fuente y soporte y destino de todos los mundos. Dicho quizás desde el modelo monoteísta: se pasaría de creer en Dios a sentir a Dios. Y, finalmente, a saberse Dios.

10.- Al final del libro de Hawking/Mlodinow aparece un glosario. En realidad, se trata de un desfile de bailarinas lógicas [Véase] seleccionadas para una determinada coreografía mental.

En cierta ocasión, explicando el decisivo tema de los “Universales” [Véase], pregunté a una alumna qué es lo que veía, en ese mismo instante, más allá de los posibles recortes que podía hacer su mente con el impacto brutal de ‘lo que se presenta’. Respondió: “Nada”. Esa fue la respuesta más sabia y libre que he oído jamás. Esto nos llevaría a la nada que quiso pensar Kitarô Nishida [Véase].

Lo que se nos presenta, creo yo, no es un “universo”, ni “Naturaleza”: es pura singularidad, puro infinito, pura no-legaliformidad, pura magia/creatividad/libertad.

En el glosario a que antes he hecho referencia aparece una curiosa bailarina lógica. Se llama “Renormalización”: “Técnica matemática diseñada para eliminar los infinitos que aparecen en las teorías cuánticas”.

Decir “la Filosofía ha muerto” (que es una gran estupidez dicha por Hawking) es una forma de re-normalización; porque la Filosofía nos abisma en la más prodigiosa e insoportable inmensidad.

Insoportable por excesivamente misteriosa y bella.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Simone Weil

 

 

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Simone Weil. Una preciosa mujer, una hipertrofia de la inteligencia y del amor: una hipertrofia de la humana capacidad de sacralizar al otro ser humano.

Un labios bellísimos, muy sensuales, dibujados con un pincel prodigioso. Unos labios que, al parecer, nadie besó.

El filósofo (a diferencia del “sabio”) ama lo que no sabe, sacraliza lo otro de lo ya conocido, ama el deseo en sí… el deseo de Verdad. El filósofo ama la Verdad. Quisiera tener una reproducción exacta del Ser en su mente. Por eso estudia tanto. Por eso pregunta y escucha tanto. Por eso no le vale cualquier cosa: todo modelo le parece pequeño en comparación con lo que intuye que de verdad está pasando. Con lo que de verdad hay.

El místico del amor (Simone Weil por ejemplo) incendia ese amor intelectual con el respeto a los demás seres humanos. El respeto…

Para Simone Weil el sufrimiento ajeno es muchísimo más doloroso que el propio. El propio es asumible, es incluso recibido como un regalo, como una sacra energía. El problema es aceptar el sufrimiento del otro, que es el que duele de forma atroz, que es el que parece negar el sentido de cualquier teología y, sobre todo, de cualquier teodicea.

Simone Weil me ayudó hace años a engranar la Mística con la Magia (dos temas fundamentales de mi Filosofía). La clave está en la dualidad Gravedad-Gracia, dualidad decisiva en mi concepción de lo que aquí está ocurriendo y en mi análisis metafísico de la Magia a través de las obras de Schopenhauer.

Escuchemos a Simone Weil, dejemos que caiga su nevada de flores de silencio en nuestro huerto, que es infinito (una flor de silencio es, para mí, una palabra, cualquier palabra, porque toda palabra lleva dentro un silencio abisal):

“El hombre que tiene contacto con lo sobrenatural es por esencia un rey, porque es la presencia dentro de la sociedad, bajo una forma infinitamente pequeña, de un orden que trasciende lo social”.

“El sufrimiento es un koan. Dios es el maestro que lo aloja en el alma como algo irreductible, y obliga a pensarlo.”

“Yo soy todo. Pero ese mismo yo es Dios. Y no es un yo”.

“Percibir al ser amado en toda su superficie sensible, como un nadador el mar. Vivir dentro de un universo que es él”.

“Tengo una especie de certeza interior creciente de que hay en mí un depósito de oro puro por transmitir. Solo que la experiencia y la observación de mis contemporáneos me persuaden cada vez más de que no hay nadie para recibirlo”.

“La creencia productora de realidad es lo que se llama fe”.

“No hay equilibrio entre el hombre y las fuerzas de la naturaleza circundantes, que lo superan infinitamente en la inacción, sino únicamente en la acción por la cual el hombre recrea su propia vida: el trabajo”.

“La violencia del tiempo desgarra el alma; por el desgarramiento entra la eternidad”.

“Por su completa obediencia, la materia debe ser amada por quienes aman a su Señor, como un amante mira con ternura la aguja que ha sido manipulada por una mujer amada y muerta”.

“De manera general nada tiene valor cuando la vida humana no lo tiene”.

“El amor sobrenatural constituye una aprehensión de la realidad más plena que la inteligencia”.

“Tratar al prójimo desgraciado con amor es como bautizarlo”.

“La religión es un alimento”.

“La belleza del mundo es la sonrisa de ternura de Cristo hacia nosotros a través de la materia”.

“Experimento un desgarro que se agrava sin cesar, a la vez en la inteligencia y en el centro del corazón, por la incapacidad en que me encuentro de pensar al mismo tiempo, dentro de la verdad, la desgracia de los hombres, la perfección de Dios y el vínculo entre ambos”.

“Esclarecer nociones, desacreditar las palabras congénitamente vacías, definir el uso de otras mediante análisis precisos; he aquí, por extraño que pueda parecer, un trabajo que podría salvar vidas humanas”.

“Se pueden tomar casi todos los términos, todas las expresiones de nuestro vocabulario político, y abrirlos; en el centro se encontrará el vacío”.

 

Algo sobre su persona y sobre su vida

La vida de Simone Weil fue una parte esencial de su mensaje. Estamos ante una vida de “santa”: una vida “sobrenatural” cabría decir desde la propia concepción weiliana.

Albert Camus siempre tenía una foto de Simone en el escritorio. Él publicó la mayoría de sus obras. Creía imposible imaginar un renacimiento para Europa que no tuviera en cuenta las exigencias que Simone Weil definió en L´enracinement [El arraigo].

George Bataille: “Era tan tranquila como un sacerdote en confesión y se le podían contar enormidades”. La llamaba con desdén “la cristiana”. “Judía delgada… de carne amarillenta… sus cabellos cortos, lacios y despeinados le formaban unas alas de cuervo a cada lado del rostro.”

Alain (su profesor decisivo; que profesaba por su alumna una admiración casi entusiasta): “La marciana”, la “muchacha sorprendente”. Era dos años menor que sus compañeras en el colegio, pero se decía que “exaltaba la clase”.

Siempre con los pies desnudos, en invierno, con sandalias, siempre con la cabeza descubierta (y rellena de terribles jaquecas: salvo en el éxtasis estético que vivió en Italia –como María Zambrano- y cuando fue abrazada por Cristo, físicamente tomada, en la abadía de Soresmes…)

Jean Tortel habló de ella como una mujer “de mirada extraordinaria detrás de los inmensos anteojos, con la boca muy marcada, sinuosa, húmeda. Miraba a través de su boca. El conjunto ojos-boca contenía una exhortación, una petición y, al mismo tiempo, una ironía insoportable frente a las estupideces y las cosas indiferentes, mediocres… Ella llevaba todo hasta el fondo.”

Murió con 34 años. Nació en París 1909. Familia judía culta y muy moderna. Padre ateo confeso, madre rusa de familia rica y cultivada. Son naturistas: gimnasia todos juntos, muchos paseos, montaña…

Un hermano genial e insuperable: a los diez años aprende griego. Y crean un lenguaje entre los dos hermanos, solo para ellos. Algo parecido a la genial e hipersofisicada familia de Wittgenstein. En el liceo es brillantísima: exalta a la clase. Ella es dos años menor que el resto de los alumnos.

1925.  Tiene la suerte de tener como profesor al filósofo Émile Chartier (Alain).

Desde niña arde en ella un sentimiento de solidaridad extraordinario con “los desfavorecidos”. Trabaja en el campo. Consigue que la acepten unos pescadores de navío. El capitán decía que ella estaba obsesionada con que él pudiera convertirse en un explotador.

1931. Profesora de Filosofía. Quiere entrar en alguna organización sindical, luchar por la revolución obrera-marxista… (Las cosas están muy mal… hay que trabajar mucho y rápido para salvar la humanidad); promoción de la cultura: universidad obrera. Participa en manifestaciones, hace comunicados, artículos… por la revolución.

1932. Visita Berlin. Siente, proféticamente, la que se avecina: instauración de la fuerza irreflexiva que seduce a los débiles; sobre todo, a los débiles. Vuelve a Francia y rompe a llorar. Se enfrenta a los comunistas oficiales. Apoya a las minorías. Es hereje dentro de esa nueva religión. Aboga por reaccionar ante el burocratismo y el totalitarismo rusos. Hay quien la considera “el único cerebro del movimiento obrero desde hace años…” Se enfrenta a Troski. Quiso ser un soldado en esa revolución. Simone era hiperactiva, combatiente. ¿Contra el Mal?

1934. Se deja “crucificar” en “la Fabrica”. Es una experiencia desgarradora. Pide permiso en su escuela para investigar las condiciones de la opresión. Primero cargadora en Alshthom y luego obrera en Renault: “Gané la capacidad de bastarme moralmente a mí misma, de vivir en ese estado de humillación constante sin sentirme humillada a mí misma.”

1936. Participa en la guerra de España. Se enrola en la columna internacional de Buenaventura Durruti. Única mujer entre 22 hombres. Se horroriza ante la barbarie grupal: la ejecución de un niño falangista de 15 años que llevaba un colgante de la virgen. Las colectividades no piensan.

1938. Italia: contacto con la Belleza. Ese gigantesco misterio la salva del dolor de cabeza: “Allí, estando sola en la pequeña capilla de Santa María de los Ángeles […] algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a ponerme de rodillas”.

Sus dolores de cabeza la obligan a dejar la docencia. Se obsesiona con la política internacional. Pasa hambre, físicamente. Se opone a la declaración de la guerra al hostil gobierno alemán.

Decisivo: 17 de abril de 1938, en la abadía de Saint Pierre a Solesmes es tomada físicamente por Cristo. Habla de “una presencia más personal, más cierta, más real que la de un ser humano.” Empieza a estudiar Historia de las religiones, el Libro Egipcio de los Muertos, el libro de Job, el Cantar de los cantares. Entra en contacto con el Zen de la mano de Suzuki. Se fascina con los cátaros albiguenses.

Alemania acosa a Europa y al concepto de humanismo. Se deroga explícitamente, eufóricamente, el “No matarás”. Simone Weil no está de acuerdo con el pacifismo. Hay que luchar contra la Alemania nazi.

Aprende sánscrito. Lee el Bhagavad Gita. Aprende el Pater en griego y escribe, respecto de esa plegaria:

“La virtud de esa práctica es extraordinaria y me sorprende siempre, porque aunque la experimente cada día, siempre supera mis expectativas… el espacio se abre. La infinitud del espacio ordinario de la percepción es reemplazada por un infinitud a la segunda o a veces a la tercera potencia. Al mismo tiempo, esa infinitud de infinitud se colma de punta a punta con silencio, un silencio que no es ausencia de sonido[…]”

1942. Nueva York. No puede evitar ir a Harlem con los negros. Se vuelve a Londres y deja a sus padres para siempre. Se compromete dando opiniones para la nueva constitución de esa Francia aturdida por lo ocurrido con los nazis. Se limita a comer el mínimo de racionamiento en Francia. Está muy débil. El gobierno francés en el exilio le encarga un texto con el que reconstruir ese país tras la guerra. Simone Weil escribe sin parar. A la desesperada. Con urgencia. Está en juego la salvación de Europa, de Francia, de todos los seres humanos, del espíritu confundido en la materia. Lucha por un proyecto de enfermeras en el frente. No consigue nada inmediatamente.

Tuberculosis. Muere tranquila en un hospital inglés, en una habitación  con vistas al campo: con vistas a la destrucción de su yo, al no-tiempo… La eternidad, la luz. Dios.

Acuden seis personas al entierro. El cura se equivoca de tren y no llega. Ella dijo no haber querido el bautismo para solidarizarse con los desgraciados que no creen.

Sugiero ahora algunas claves  para leer a Simone Weil. Para pensar y para sentir con ella:

 

1.- Compasión. Política. Respeto.

Simone Weil está obsesionada, torturada, con el sufrimiento humano. Su solidaridad es extrema. También está obsesionada por estudiar lo que pasa de verdad, erradicar la imaginación, y actuar para modificar… Tiene un proyecto político (ciudad, arraigo humano fundamental). Cree que puede salvar Europa. Se la toma en serio… Camus. Para ella la ciudad es importante. Es comunista, siente la revolución obrera, siente la opresión, pero enseguida su sensibilidad y su inteligencia la empujan a salirse de las derivas totalitarias y crueles de esa religión. Es curioso que se obsesione con el sufrimiento humano ajeno, que quiera combatirlo (es una autentica voluntaria sin cuartel), pero a la vez que vea en el sufrimiento una ubicuidad, una cosa que mete Dios en el pecho del hombre, incluso una vía de salvación… Marx y Engels no querían mejorar las condiciones de los trabajadores para no aburguesarlos. Se trataba de aprovechar la desesperación proletaria como energía transformadora: una especie de colectivizado tapas creativo. [Véase “Tapas”].

Su propuesta de sociedad: libertad de pensamiento, de opinión. Y el respeto. Entiendo que estamos ante un tema esencial que ella ha sabido ver. A aquel niño falangista no se le respetó. El sistema se cae entero si no se diviniza al ser humano. El humor hostil: los programas del corazón en los que se tritura la dignidad humana (con o sin el consentimiento de la víctima) creo que tienen olor a metal y a sangre. A barbarie en el sentido weiliano. Es más relevante de lo que parece. Son sacrilegios. Así me tengo que expresar, apoyándome en la sensibilidad de Weil, que comparto plenamente. Son muy peligrosos esos programas. Y muy tristes. Humor triste. Humor sin amor.

2.- Fuerza.

Rechazo de la presunta grandeza de figuras como Alejandro, Cesar, Napoleón… Rechazo que comparto plenamente. Simone Weil quiere subvertir valores, mirar la historia de otra forma. El universo se impone con fuerza descomunal sobre el hombre. Pero hay un misterio: el de la santidad: lo sobrenatural.

3.- Palabras.

Simone Weil es neologista. Tiene que desmontar un mundo (un sistema de conceptos) para montar otro. Pero sigue siendo una creyente en La Verdad unificada. Es muy platónica. Muy pitagórica. Muy cartesiana (dualista). Cree que hay que estar atento, estudiar con detenimiento la “realidad”, absolutamente diferente al sueño, y revisar la semántica: hay palabras que dicen algo, que tienen referente objetivo, y otra que no. Cree que así se salvarán vidas. Estudia mucho: textos y realidades. Siente que está en juego la salvación del hombre y de la sociedad entera. Quizás hay una segunda Simone después de que la tomara Cristo: la Gracia. Eso desactiva los significantes: suspende la gravedad. Deja silencio e inmensidad metamoral y metaintelectual.

4.- La gravedad y la gracia.

A Simone Weil le impresiona una frase del profeta Isaías: “Aquellos que aman a Dios nunca están cansados”. Ella dirá que el santo es una especie de fenómeno sobrenatural en el tejido mecánico que es el universo. Tejido mecánico que, no obstante, ella dirá que es su segundo cuerpo. Y su belleza la considerará una sonrisa de Cristo. Estamos oprimidos por el universo hasta un nivel inimaginable: ciegas máquinas en manos de leyes ciegas. Una enorme fábrica que nos usa y nos tritura. Enrome fuerza inhumana. Eso es la gravedad, según Simone Weil. La gracia sería la irrupción de algo exterior (al mundo) que rescata, que asiste, que permite que ocurra lo imposible, tanto en el alma humana y como en el mundo material:

“Todos lo movimientos naturales del alma se rigen por leyes análogas a las de la gravedad material. Solo la gracia es una excepción.”

“Siempre hay que esperar que las cosas ocurran conforme a la gravedad, salvo intervención de lo sobrenatural.”

5.- Arraigo.

El arraigo. Preludio a una declaración de deberes hacia el ser humano, es una obra que escribió Simone Weil en Londres (1943), poco antes de morir. Lo hizo en plena segunda guerra mundial, enferma, por encargo del gobierno francés en el exilio. Camus vio en esa obra una relevancia civilizacional, sobre todo para la Europa que habría de surgir en caso de que el gobierno nazi perdiera la guerra. El arraigo fue publicada en 1949 por Gallimard gracias a Camus, otro gran enamorado del ser humano, por encima de todo, y muy a pesar de Sartre.

La obra consta de tres partes (1.- Las necesidades del alma, 2.- El desarraigo,  y 3.- El arraigo) precedidas de una introducción cuyos momentos fundamentales creo que son los siguientes (la traducción es mía, y es muy mejorable):

– Las obligaciones del ser humano están por encima de sus derechos. “Un hombre que estuviera solo en el universo no tendría derechos, pero sí obligaciones”. Se trata de obligaciones hacia los seres humanos (hacia uno mismo incluso). Esta obligación responde al destino eterno del ser humano. Las colectividades humanas no tienen ese destino eterno. Se trata de una obligación incondicional.

– “El hecho de que un hombre posea un destino eterno supone una única obligación; el respeto. La obligación no se cumple hasta que el respeto es realmente expresado, de una manera real y no ficticia; y no puede serlo sino a través de las necesidades terrenas del hombre”.

– La primera obligación: “Es por tanto una obligación eterna hacia el ser humano no dejarle sufrir de hambre cuando se tiene la ocasión de socorrerle. Siendo esta obligación la más evidente, debe servir de modelo para extraer la lista de deberes eternos hacia el ser humano. Para que se establezca con todo rigor, esta lista debe proceder de este primer ejemplo por la vía de la analogía”.

– Hay necesidades físicas (hambre, protección contra la violencia, ropa, calefacción, higiene, cuidados en caso de enfermedad). Otras necesidades tienen que ver con la vida moral.

– “El grado de respeto que es debido a las colectividades humanas es muy elevado”. Toda colectividad es única. “La alimentación que una colectividad suministra al alma de aquellos que son sus miembros no tiene equivalencia en el universo entero”. “Pues, por su duración, la colectividad penetra ya en el porvenir. Ella contiene el alimento, no solo para las almas de los que viven, sino también para aquellos seres que todavía no han nacido y que vendrán al mundo en el curso de los siglos”.

– “La colectividad tiene sus raíces en el pasado. Constituye el único órgano de conservación de los tesoros espirituales del pasado, el único órgano de transmisión por medio del cual los muertos pueden hablar a los vivos. Y la única cosa terrestre que tiene un vínculo directo con el destino eterno del hombre es la influencia de aquellos que han sabido alcanzar una conciencia plena de este destino, transmitida de generación en generación”.

– “A causa de todo esto, puede ocurrir que la obligación con respecto a una colectividad en peligro llegue hasta el sacrificio total. Pero esto no significa que la colectividad esté por encima del ser humano”.

– “Algunas colectividades, en lugar de servir de alimento, muy por el contrario ingieren las almas. Hay en este caso una enfermedad social, y la primera obligación es aplicar un tratamiento; en ciertas circunstancias puede ser necesario inspirarse en métodos quirúrgicos”.

– “También hay colectividades que alimenta insuficientemente el alma. Hay que mejorarlas”.

– O que matan el alma. Esas hay que destruirlas, según Simone Weil.

– “El primer estudio a realizar es el de las necesidades que son para la vida del alma lo que para la vida del cuerpo las necesidades de alimentación, de sueño y de calor. Hay que intentar enumerarlas y definirlas”.

– “La ausencia de un estudio semejante fuerza a los gobiernos, cuando tienen buenas intenciones, a moverse al azar”.

– “He aquí algunas pautas”, termina Simone Weil diciendo en su introducción. Y nos ofrece un listado de necesidades del alma que reproduzco a continuación: Orden, libertad, obediencia, responsabilidad, igualdad, jerarquía, honor, castigo, libertad de opinión, seguridad, riesgo, propiedad privada, propiedad colectiva y verdad. En esta lista no coloca Simone Weil la que según ella sería “quizás la más importante necesidad del ser humano”: el arraigo. “Un ser humano tiene una raíz por su participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad que conserva ciertos tesoros del pasado y ciertas premoniciones del futuro”.

Procedo a continuación a reflexionar sobre algunas de las necesidades del alma que listó Simone Weil:

1.- Orden.

Sería la primera necesidad del alma. Simone Weil es aquí sorprendente. Habla de la necesidad de un tejido social en el que “nadie se vea obligado a violar alguna rigurosa obligación para ejecutar otra obligación”. En realidad se está refiriendo a la necesidad de vivir en una sociedad justa, donde la justicia y la virtud se desplieguen en todas las direcciones (no solo jerárquicamente de arriba hacia abajo).

2.- Libertad.

Simone Weil concreta este concepto abisal en la posibilidad de elegir. Pero afirma que dado que vivimos en comunidades, es inevitable que existan reglas que limiten esas posibilidades de elección. Esas reglas deben ser suficientemente razonables y simples para que cualquier persona dotada de discernimiento las desee y vea la necesidad de que sean impuestas. Esas normas, según Simone Weil, deben emanar de una autoridad que no sea extranjera ni enemiga, una autoridad que sea amada como perteneciente a aquellos que ella dirige. La verdadera libertad requiere una incorporación de las reglas al propio ser del hombre. Solo el niño cree que le están limitando la libertad cuando no le dejan comer todo lo que quiere comer. “Aquellos a los que le falta la buena voluntad o que siguen en la infancia no serán nunca libres en ningún estado de la sociedad”.

3.- Seguridad.

“El miedo o el terror, como estados duraderos del alma, son venenos casi mortales”. Se me ocurre sugerir que la timidez sería un estado de miedo que sufre el individuo dentro del sistema social. El ser humano tiene miedo al ser humano. Y con razón. Las sociedades quizás nacieron para protegerse contra los peligros de lo no-humano, pero enseguida pudieron convertirse en lugares muy hostiles. El alma humana, en cualquier caso, según Simone Weil, necesitaría seguridad: hay que ofrecerle un hábitat donde el miedo no sea una constante. Pero tampoco resistiría ese alma humana la ausencia total de miedo, de riesgo.

4.- Riesgo.

“La protección de los hombres contra el miedo y el terror no implica la supresión del riesgo; sino que implica por el contrario la presencia permanente de una cierta cantidad de riesgo en todos los aspectos de la vida humana”. Creo que esta reinvidicación de Simone Weil tiene un interés excepcional. Nos equivocaríamos mucho si construyéramos Estados del bienestar en los que el alma humana lo tuviera todo asegurado, completamente protegido del riesgo de pérdida o de detrucción: la fuente de ingresos, los ahorros, la pareja, la propia salud, el propio Estado de Derecho… Se me ocurre sugerir que el alma humana requiere mantener un cierto tono muscular, un cierto estado de alerta. En caso contrario se pierde, enferma de aburrimiento y busca curar su aburrimiento con actividades que le pueden denigrar a él e, indirectamente, a la sociedad de la que es parte nutrida y nutriente.

5.-Verdad.

Simone Weil escribió: “La necesidad de verdad es la más sagrada de todas. Y sin embargo nunca se la menciona”. ¿Por qué utilizó la expresión “sagrada”? La necesidad de arraigo, por ejemplo, la adjetivó como “la más importante”. Pero no sagrada. En los párrafos que siguen a su sacralización de la Verdad Simone Weil no fundamenta, creo yo, esa sacralidad, aunque sí propone sistemas sociales de fomento y de custodia de ese culto, el culto a la Verdad, que es lo contrario de la mentira. Pero, ¿es verdad que el alma humana necesita la verdad?

¿Por qué la verdad es una necesidad “sagrada”? Quizás bastaría con apelar al concepto de respeto, que ya hemos visto que es un pilar fundamental de toda la Ética y toda la Política weilianas. A quien se le está mintiendo se le está faltando el respeto, bien porque se le está manipulando en su contra (se le está depredando, podríamos decir) o bien porque se está presuponiendo que el destinatario de la mentira carece de legitimidad comunicativa. En mi opinión la mentira consciente, cuando es de buena fe, es siempre una falta de respeto, una forma de opresión sutil que presupone la instauración de un plano inferior donde se ubica, de forma irrespetuosa, a la persona engañada. Es importante distinguir entre la verdad y la veracidad. La verdad solo la puede ofrecer el ignorante. La veracidad, por el contrario, es una exigencia ética: se comunica al otro ser humano lo que se tiene por verdad, no la Verdad con mayúscula. Digamos que al otro ser humano se le permite el acceso al corazón de nuestra mente.

“Algunas medidas fáciles de salubridad podrían proteger a la sociedad contra los atentados a la verdad”. Y Simone Weil propuso dos:

1.- Un tribunal custodio de esa “necesidad sagrada”. Cierto es que inquieta su idea de que ese tribunal persiga incluso los ensayos de intelectuales que, de buena fe, afirmen cosas erróneas.

2.- Prohibición de cualquier propaganda en medios de comunicación cotidianos. Solo estaría permitida la información no tendenciosa.

La propia Simone Weil se plantea la pregunta obvia: ¿Cómo garantizar la imparcialidad de este tribunal? La única garantía estaría, según esta pensadora, en que sus miembros “provengan de estratos sociales muy diferentes, dotados naturalmente de una inteligencia amplia, clara y precisa, y que se hayan formado en una escuela donde hayan recibido, no una formación jurídica, sino espiritual y, en segundo lugar, intelectual. Hace falta que se acostumbren a amar la verdad”.

Mi amiga Mónica Cavallé, tras una conversación en la que yo le manifestaba mi preocupación sobre el tema de la veracidad en la Política, me hizo llegar una carta de Unamuno fechada en 1908 -completamente desconocida por mí- en la que el filósofo explica lo que entiende como “la verdad en la vida y la vida en la verdad”. Recomiendo su lectura en Mi religión y otros ensayos, 1910. Y destaco dos frases:

“El culto a la verdad por la verdad misma es uno de los ejercicios que más elevan el espíritu y lo fortifica.”

“Pues el que no se acostumbra a respetar la verdad en lo pequeño, jamás llegará a respetarla en lo grande.”

Unamuno. Simone Weil. Amor a la verdad. Quizás ese tipo de amor podría reconfigurar por completo la sociedad humana, en particular la española de hoy. Tengo la sensación, por lo vivido hasta ahora, de que no se le tiene en general demasiado respeto a la Verdad. En demasiadas ocasiones se la profana invocando valores aparentemente superiores.

Está pendiente una gran revolución. Individual. Grandes manifestaciones en la mente y en el corazón de cada uno de nosotros. Hay que girar la cámara hacia dentro. Creo que podrían ocurrir prodigios. Y sigo sosteniendo, a pesar de todo, que a más verdad, más belleza.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: W.V. Quine

 

Quine. Un filósofo elegante, conservador, que al parecer no estuvo dispuesto a que eso de “lo que hay” -el mundo, la totalidad ordenada de lo existente- no fuera también elegante, limpio, “conservador”. Pero me temo que la elegancia, que a mí me fascina en todos los ámbitos, puede ser confinatoria, limitativa en exceso.

Creo que por amor al orden, por puro estéticismo ontológico, rechazó Quine lo que él llamó “universos superpoblados”, esto es, mundos donde cualquier cosa pudiera existir por el mero hecho de poder ser pensada o imaginada. Lo que hay es lo que hay. Sí: ¿pero qué hay? ¿Qué hay… ahí? ¿Ahí dónde? ¿En nuestra mente? No. Para Quine solo existe la materia, los objetos materiales, y otros objetos: los entes matemáticos. Todos objetivos, externos, independientes del ser humano (cuyos pensamientos y sentimientos son cosas que le ocurren a la materia).

Materialismo radical, sí. Pero: ¿qué es eso de la Materia? Sugiero la lectura de mi artículo sobre esa palabra mágica, más mágica de lo que parece [Aquí].

Creo que Quine debe ser contemplado dentro de esa estela de pensamiento y de sentimiento que Ryle denominó “The revolution in Philosophy“: un modelo de mente -o de corazón, o de materia cerebral… que surgiría en Inglaterra a principios del siglo XX como reacción al neohegelianismo de, por ejemplo, Bradley. En realidad the revolution in philosophy fue un freno a los excesos del idealismo: forma de pensar que sostendría, desde Kant, y desde Berkeley también, que no hay nada fuera de nuestra mente, o de nuestro espíritu: que “el mundo” es interior, siempre: digamos una obra de arte que tiene lugar en nuestra propia conciencia. No hago ahora mención de las concepciones físicas y metafísicas de la India antigua.

Uno de los primeros representantes de la revolución anglosajona contra el idealismo fue Moore [Véase]. Este filósofo no negó la espiritualidad el mundo que afirmaban, según él, los idealistas, pero se enfrentó a las tesis que sostenían que no hay un mundo objetivo ahí fuera. Su propuesta fue regresar al “sentido común”, al mundo que ha quedado nombrado con el uso normal de nuestro lenguaje. Fue consciente de que la realidad de ese mundo no se podía probar, pero alegó que tampoco se podía refutar, y su pragmatismo anglosajón le empujó a considerar que era mejor atenerse a ese mundo, darlo por real. Hay que ser prácticos, anglosajones.

“El mundo”. Una fabulosa palabra de la que todavía no me he ocupado en mi diccionario filosófico (Las bailarinas lógicas). Unamuno lo consideró una tradición social. El primer Wittgenstein, después de establecer cómo había que hablar de él, de ese artefacto gigantesco, terminó por decir que el mundo era irrelevante. Wittgenstein transcendió la ontología porque al final no creyó en ella. No creyó en que se pueda decir lo que hay. No se dice nada cuando se dice algo, aunque en el decir ya está presente lo indecible. Digamos el Prodigio que es lo que es.

Quine sí creyó en la ontología. Sí creyó, como Moore, que existe algo concreto fuera del observador que está ordenado lógicamente, y que se puede describir con un lenguaje, con un sistema de símbolos.

En este texto ofrezco solo algunos esbozos de lo que me hace pensar y sentir Quine. Adelanto ya lo esencial. Veo el mundo, cualquier mundo, mi mundo en concreto, como un prodigio extraordinariamente artificial: un hábitat de cosas que, si son miradas con atención, si se enfocan con la linterna de la Filosofía, se diluyen dentro de sus propios abismos ontológicos, se diluyen en la Nada Mágica de la que han nacido y a la que pueden volver en cualquier momento. Como sueños. Como Maya, la bailarina prodigiosa que se retira cuando ha sido descubierta la nada de su existencia. Pero lo cierto es que, una vez visto esto desde las cimas de la Filosofía radical, cabe algo así como un “regreso sacralizador ” al  interior de ese mundo artificial: ese conjunto de conceptos, ideas, universales, que sin duda podrían ser otros, que podrían diluirse en modelos de realidad plenamente legítimos, veraces.

Ocurre que en nuestros mundos (transmitidos socialmente, confeccionados por mitos, sostenidos por nuestra mirada ciega que no ve más que lo que una determinada estructura de ideas permite ver, es igual…); en nuestros mundos, decía, o al menos en el mío, ocurre que hay “cosas” y “personas” a las que amo intensamente. Y no estoy dispuesto a acceder a un nivel de lucidez metafísica que pudiera tener como consecuencia la disolución de esos seres en la Nada Mágica, o en Dios, es igual.

Insisto en la idea de “regreso sacralizador” al artificio del mundo. Esto implicaría ser conscientes de que nuestro mundo no es lo que hay “de verdad”, que está repleto de trampas ontológicas, pero que de todas formas es sagrado. Un mundo con nieve y estrellas y abedules, con gente, con caminos de montañas, con niños, con parejas de enamorados, con libros y bosques y amaneceres y lluvia, con ilusiones… Todo palabras, todo mitos hechizantes que pueden ser desactivados con la extrema lucidez filosófica, sí, pero por eso mismo “realidades” prodigiosas, por su vulnerabilidad, por su delicuescencia potencial.

Se ha dicho que Dios creó el mundo por amor. ¿Por amor a qué? Yo creo que lo creó para que pudiera haber amor. El amor presupone algo existente que pueda ser identificado y amado. Se ama dentro de los mundos, dentro de sistemas de universales. Se aman cosas, personas… Quine, como Moore, quisieron dejar con vida el mundo del sentido común, el construido colectivamente (se podría hablar hoy incluso de un “wiki-mundo”). Quisieron quizás seguir amando lo que de niños amaron, lo que les contaron sus padres, sus profesores, otros niños, o buena parte de ello. Yo también quiero. Ahora más que nunca, porque ahora más que nunca veo la infinita delicadeza, el infinito temblor ontológico, de cualquier realidad que se quiera sostener como mundo.

En cualquier caso el amor apuntala opciones hermenéuticas que se hayan tomado y aceptado frente al infinito texto que se nos presenta. La existencia de un hijo, tal cual, como ente individual, es una de esas opciones. Y ahí el amor se dispara, se dispara en el misterio, e impide renunciar a una ontología que podría ser desmontada en cualquier momento. Nuestro hijo puede ser también una nada material, una matemática forma de vibración de partículas subatómicas, un producto de un sueño de verano del que podemos despertar estupefactos. Puede ser cualquier cosa nuestro hijo. Sí. Pero también cabe sujetarlo en un mundo de unversales acceptados desde un sentido de lo sagrado-artificial.

Nuestros hijos existen. Aquí y en cualquier universo posible, en cualquier metafísica posible.

Eso es conservadurismo. Culto a Vishnú, el dios hindú que conserva los mundos. ¿Quién no quiere ser conservador cuando se trata de amor? Quine fue conservador en Política. Todo platonista lo es, como conservador fue Marx (conservador de un modelo de mirada fijo sobre la Historia y sobre las sociedades humanas). ¿Quién se atreve a abrir su mundo a la creatividad infinita, a que todo exista y sea posible? Cabría hablar de la “elegancia metafísica”. La elegancia implica siempre renuncia a los excesos, o quizás mejor aún: una cierta tendencia a no exhibir todo lo que se podría en función de unas determinadas capacidades.

¿Estamos dispuestos a que nuestros horizontes se expandan tanto, acojan tanto? Creo que no, por mucho que Gadamer, el gran hermenéuta, nos anime a ello. La belleza nos protege. Daremos paso a mundos que nos eleven en una sensación de belleza ya conocida. La Filosofía es un vuelo por el infinito, pero movido por el amor a la belleza, por la búsqueda de la belleza. Y lo curioso es que la Filosofía embellece todo lo que toca, convierte en sagrado cualquier texto (cualquier realidad). Sería en ese sentido una Hermenéutica, entendida en su sentido original: interpretación de textos sagrados. La Filosofía lo lee y lo interpreta todo como si todo fuera un texto sagrado.

Quine, su persona, su vida, su pensamiento y sus textos son también parte de ese texto sagrado. Intentaré leerlo con atención.

Algunos apuntes provisionales sobre sus ideas

1.- Afirma Quine que las teorías, o los lenguajes sobre la realidad, presuponen modelos ontológicos previos: modelos de lo que no se cuestiona que existe; y que nos obligan a aceptar que algo existe. Digamos que se presupone un sistema de universales antes de estar en condiciones de  afirmar que algo existe o que no existe (ese algo tiene que estar, por así decirlo, preconfigurado). Lo curioso es que Quine pertenece a la “revolution in Philosophy” anglosajona, la cual quiso desterrar para siempre la Metafísica y sus “falsos problemas”, pero terminó por enfrentarse a uno de los más fascinates problemas metafísicos: los universales [Véase].

2.- Quine, en el tema de los universales, es nominalista: cree que solo existe lo concreto, el árbol concreto, la flor concreta, y no la idea de árbol o de flor. En mi antes citado artículo sobre los universales expongo mi sensación de que el nominalismo es realismo radical. La flor concreta solo puede ser vista si se ha interiorizado un universal, una idea. La flor es siempre una idea. Lo que se presenta ahí es Nada (nada mágica y sagrada, pero Nada). Toda flor es una abstracción, como lo es toda persona que amemos. Abstraer es “sacar de”. Es una extracción. Pero el amor requiere el artificio de la abstracción… salvo que entremos quizás en un nivel de conciencia advaita y el amor se revierta sobre sí mismo.

3.- Oposición al dualismo que sostiene una clara diferencia entre enunciados analíticos y enunciados sintéticos. Un enunciado es algo que se dice de algo. Analíticos serían aquellos en los que lo que se dice de algo -el predicado- está ya presupuesto en el sujeto: “Sócrates es un ser humano”. Los enunciados sintéticos afirman algo que no está dentro del sujeto y que, para ser verificado, hay que acudir a la experiencia (hay que “ir a verlo”): “Sócrates tiene diamantes en los bolsillos”. Quine cree que los lenguajes científicos, o cualquier lenguaje sobre la realidad, es un todo, una especie de organismo, que, al ser confrontado con la realidad, experimenta modificaciones, como un todo, un todo que tendría un nucleo formado por mitos y ficciones.

4.- Quine en cualquier caso, como Popper, o como Feyerabend, creen en un mundo exterior y objetivo que es como es y que puede ser representado con un lenguaje, como conjunto de teorías que permitan predecir experiencias futuras a partir de las pasadas. Quine es un matemático, un creyente en el orden, en el Logos, en eso de la “Lógica”. Lo que hay es algo muy difícil de entender, de decir, pero ordenado, legaliforme, infinitamente regulado, como lo son los entes y los sistemas matemáticos.

5.- ¿Y la Filosofía? Parece que Quine la entendió como filosofía de la ciencia: “Philosophy of Science is philosophy enought”. El problema de este planteamiento, a mi juicio, es que presupone un modelo de totalidad previo, una fuerte metafísica no problematizada: el dualismo, la pasividad cognoscitiva del científico frente a lo que hay, la estructura lógica de lo que hay (esto es: que puede incorporarse a lenguajes, los cuales, a su vez, presuponen homogeneidad entre las mentes de los que participan en eso que se denomina “Ciencia”). ¿Y el individuo capaz de pensar y sentir cosas inaccesibles al resto? ¿Cómo puede ofrecer “Ciencia”?

Me parece que puede ser de interés hacer referencia ahora a la brillante entrevista que Bryan Magge realizó a Quine en 1987 (BBC-TV). Está disponible en YouTube. Ofrezco a continuación algunas de las ideas que surgen de esa entrevista:

1.- Según Quine la labor fundamental de la Filosofía tendría que ver con el conocimiento del mundo como sistema (y hace especial mención al “Sistema del mundo” que quiso dibujar Newton). Sería por tanto parte de la Ciencia, o continuación de la Ciencia. Me parece una labor preciosa la que ve Quine, pero en realidad está llamando Filosofía a lo que Novalis llamó “logología”: conocimiento de palabras. No sería conocimiento de “lo que hay”, sino de lo que hay en un constructo poético determinado, que parece estar “probado”, que parece ser el Ser: confusión entre el mapa y el territorio (y el territorio al que nos enfrentamos es, en mi opinión, demasiado inmenso, libre y fabuloso).

2.- Diferencia Ciencia/Filosofía. Esta última se ocuparía de cuestiones abstractas (no observables), como la noción de causa, por ejemplo. Y de cuestiones generales, como la explicación del todo de lo que existe como conjunto ordenado. La Ciencia se ocuparía de relaciones entre tipos de eventos observables. Creo que, en esta línea de diferenciación, cabría decir también que la Filosofía no aspira a dar respuesta a los “porqués”, sino que trata de visualizar el modelo de totalidad que está aceptando quien está dispuesto a responder a una pregunta. Y también es capaz de ver la metafísica en la que, inconsciente, duerme la Ciencia.

3.- Habría que excluir de la Filosofía preguntas que no admiten respuesta: ¿por qué empezó el mundo?, por ejemplo. Yo pienso lo contrario. Hay que tensionar el modelo que resulta de lo respondible con preguntas que no soporta.

4.- Quine se declara materialista. No existe más que objetos materiales y un tipo de objetos abstractos: los entes matemáticos. Los fenómenos mentales (mental events) son fenómenos materiales, alteraciones que tienen lugar en la materia que constituye el cerebro y la persona entera. Todos los pensamientos y sentimientos del hombre son cosas que le ocurren a la materia. Tema abstracción. Creo que debo insistir en que para mí todo “objeto físico” es una abstracción: algo extraído artificialmente del mágico magma infinito que nos envuelve y nos constituye.

5.- Rechazo del dualismo cuerpo-mente. Quine ve una continuación del “animismo primitivo”, rastreable según él en Tales de Mileto (“Todo está lleno de dioses”)… idea ésta de Tales que yo comparto por completo. Quine ve trazas de animismo incluso en los científicos conceptos de “causa” o de “fuerza”. Esto me parece muy interesante. Sobre la complejidad y la impensabilidad del concepto de causa quien mejor escribió fue Schopenhauer, en mi opinión. Y tengo la sensación creciente de que el anti-animismo de Quine es en realidad un animismo radical: sus “entes matemáticos” son fuerzas todopoderosas, invisibles, que sujetan el mundo, que lo mueven, y que podemos conocer, con mucho esfuerzo, en una suerte de teología. Para los creyentes en la realidad exterior de los entes matemáticos esos entes tienen atributos divinos. Intentaré desarrollar esta idea en posteriores escritos.

6.- Según Quine la voluntad humana no es libre. Lo que quiere lo quiere como consecuencia de una cadena causal materialista (y matematicista, podríamos añadir desde su cosmovisión). No existe la libertad. Cabría preguntarse desde esta negación de la libertad: ¿cómo es posible entonces que haya organizaciones de materia -los seres humanos- que se equivoquen y se crean que sí existe esa libertad? ¿Cómo puede equivocarse una porción del universo sobre sí mismo?

Finalmente quisiera insistir en la idea del “regreso sacralizador” al mundo artificial en el que vivimos: un “lugar” donde cabe amar individualidades que desaparacen, que se diluyen, si se desmonta un sistema de conceptos, de ideas (de universales): entes que Platón ubicó en el cielo. Se podría decir que el amor siempre requiere un cielo moldeado artificialmente.

¿Quién hace los cielos? ¿Podemos fabricar nuestro propio cielo? Paracelso, el mago, creyó que sí, con la magia de nuestra imaginación.

David López

 

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Escuela libre de Filosofía. Diez años de vuelos por el interior de la chistera del Gran Mago.

 

 

Hoy lunes, a las siete de la tarde, en Ámbito Cultural de Madrid, daré comienzo al décimo año de vuelos tripulados por la mágica Inmensidad que nos envuelve (y que nos constituye). Volveré a compartir mi estupor maravillado ante “la Cosa”, volveré a “hacerme” las preguntas extremas: ¿Dónde estamos? ¿Qué pasa aquí? ¿Qué es todo esto? ¿Quién/qué hace las preguntas? ¿A qué/quién? ¿No llevan ya las preguntas su propia respuesta al estar -preguntas y respuestas- sometidas a un Matrix lingüístico?

Y volveré a rendir un culto apasionado (y algo claustrofóbico) a la diosa Vak: la diosa védica de la palabra, esa que se atrevió a decir, hace milenios, desde la boca de los sacerdotes védicos, que vivimos en ella (en la palabra): que no hay otra cosa que lenguaje (hechizo poético en definitiva). Esto es una obviedad. Pero el problema, el gran desafío de la Filosofía, es saber (o “sentir”) qué es eso de “lenguaje”, de lenguaje más allá del lenguaje, más allá de su condición de sustantivo dentro de un sistema lingüístico: el lenguaje “en sí”. [Véase “lenguaje”].

El caso es que en la sala de Ámbito Cultural de Madrid he vivido momentos fabulosos. He comprobado qué le ocurren a los ojos de los seres humanos cuando se ponen de puntillas para asomarse a la Inmensidad, al prodigio de la Filosofía. Debo decir que en esa sala mágica de la calle Serrano de Madrid he llegado a la convicción de que cabe una sacra -y deliciosa- fraternidad de seres humanos que se permiten pensar de forma radicalmente libre; con una sola norma (una sola): el respeto.

Un año más, por lo tanto, para compartir prodigios y temblores, para asomarme con otros seres humanos al mismísimo taller de los mundos (a “la fabulosa mente de Dios”, por utilizar una potente metáfora… ¿qué otra cosa puedo utilizar?).

Seguiremos con los filósofos míticos del mítico siglo XX [Véase]. Y creo que me ocuparé de los siguientes:

1.- María Zambrano. Su concepto de piedad, de razón poética y su fotofobia final (los infiernos de la luz).

2. Ortega y Gasset. Un año más haremos una expedición a su sorprendente obra. Me ocuparé especialmente del concepto de “hombre-masa”.

3.- Unamuno. Me interesa profundizar en su idea de que la fe es crear lo que no se ve (yo me pregunto qué es lo que sí se ve). También me interesa de Unamuno su mágico catolicismo final.

4.- Lévinas. Indagaré su concepción del Otro y su esfuerzo por basar toda la Filosofía en el amor y en la ética. Creo que no se puede filosofar de otra forma.

5.- Gaston Bachelard. Me ocuparé de su poética del espacio. Y abriré una reflexión filosófica sobre la decoración (las casas): una actividad que me fascina.

6.- Habermas. Revisaré la posibilidad de sus propuestas de “democracia deliberativa” y de “acción comunicativa”. Y lo estudiaré en conexión con las propuestas políticas de Noam Chomsky.

7.- Hilary Putnam. Me ocuparé de su posición respecto a los conceptos de mente y cerebro.

8.- Simone Weil. Profundizaré en su política y en su mística.

9.- Nishida Kitarô. Me interesa su visión de la religión y su metafísica del trono imperial.

10.- Ayn Rand. Revisaré en detalle su “objetivismo” y su “egoísmo racional”. Me interesa especialmente su sacralización del capitalismo para problematizar este concepto, esta bailarina lógica aparentemente obvia (y a la vez quisiera problematizar, para no caer en la claustrofobia lógica, la aparente antítesis del capitalismo: el socialismo).

11.- Nishitani Keiji. Entraremos en su obra “¿Qué es religión”? Y veremos cómo miró este gigantesco filósofo japonés a gigantes como el Maestro Eckhart, Nicolás de Cusa, Schelling o Bergson.

 

Gracias, queridos filósofos, por acompañarme un año más -¡diez años ya!- en mis paseos por el interior de la chistera del Gran Mago (y por asomaros conmigo al ardiente borde exterior de ese lugar prodigioso).

Gracias.

 

David López

Madrid, a 10 de septiembre de 2012.

Filósofos míticos del mítico siglo XX: William James

 

William James. Creo que fue un psicólogo-filósofo muy generoso: legitimó gnoseológicamente cualquier experiencia humana. Luchó contra la censura en el mirar (y en el “ocurrir”). Y miró también hacia algo grande con lo que cabría establecer un vínculo -una privilegiada conexión que nos llenaría de energía-. Estamos ante la experiencia religiosa. ¿Qué es eso?

William James se estudia dentro de una corriente de pensamiento que se denominó a sí misma -por ocurrencia de Peirce- “pragmatismo”. Esta corriente midió los niveles de verdad de las ideas por su capacidad motriz: por su eficacia a la hora de enlazar hechos de modo satisfactorio, por su fuerza… A Unamuno se le suele relacionar con esta corriente. Él dijo eso de que “creer es crear”. Algo similar afirmó Paracelso.

Cabe preguntarse si esa “experiencia religiosa” que tanto interesó al médico-psicólogo-filósofo William James sería el resultado de la activación de una idea en la conciencia (de una idea poderosísima, eficacísima, la más eficaz entre las ideas) o si, por el contrario, sería algo que ocurriría solo bajo un cielo despejado (una conciencia provisionalmente despejada de ideas). ¿Podemos decir, a partir del pragmatismo que profesa William James, que la idea de Dios es la mejor para el ser humano? ¿Se puede insertar artificialmente… con frases, aunque se trate de frases provenientes de lo que ya no es mundo?

Me viene a la memoria un apunte secreto de Wittgenstein, tomado en el frente de batalla: “Hoy, durante un ataque de artillería por sorpresa, vuelvo a ir con los exploradores. Dios es lo único que el ser humano necesita.” Dios… La “idea” de Dios. Después de presentar al hombre “William James”, y antes de mostrar algunas de sus propuestas fundamentales, haré un breve repaso del tratamiento que Kant hizo de las ideas en su “Crítica de la razón pura”.

Algunas notas sobre su persona y su vida

1842 (Nueva York)-1910 (New Hampshire). Su padre es un excéntrico acomodado, muy vinculado a la teología del sueco Swedenborg (tan criticado en su tiempo por Kant). Su hermano llegará a ser uno de los más famosos escritores del siglo XX (Henry James). Un ambiente familiar repleto de estímulos intelectuales, de elitismo y de excentricidad. William James padece graves depresiones en su juventud. Se plantea incluso el suicido durante largos períodos de tiempo. Estudia en USA y en Alemania. Desarrolla una larga y prestigiosa carrera en Harvard: estudia medicina, fisiología y psicología. Allí será luego un reputado profesor en varias disciplinas: fisiología, anatomía, psicología y Filosofía.

En su obra “Principios de psicología” (1890) saca a la psicología de la Filosofía y la entrega a las ciencias experimentales (coloca la “mente” en un entorno físico, como si fuera una galaxia).

Entre 1901 y 1902 impartió las famosas conferencias Gifford sobre religión natural. A partir de ellas se editó una obra que considero ineludible: “Las variedades de la experiencia religiosa” (En español: edit. Península, Barcelona, 2002, traducción de  J. F. Ybars, Prólogo de José Luis L. Aranguren).

Otra obra en español que puede ser de gran interés: “Pragmatismo: un nuevo nombre para viejas formas de pensar” (Alianza).

Recomiendo finalmente una obra sobre la atmósfera intelectual que respiró William James (una obra merecedora del premio Pulitzer). Es de Luis Menand y lleva por título “The Metaphysical Club” (Farrar, Straus and Giroux, Nueva York, 2001).

Una breve referencia a Kant

Kant luchó contra sí mismo y contra los demás para poner freno a los excesos de la razón (Vernunft), la cual, como facultad humana irrenunciable, iría siempre más allá de lo que ofrece la experiencia sensible (que es la que permite hacer ciencia; conocimiento verificable). La razón sería según Kant la facultad de silogizar: deduce conclusiones (aparentes verdades) a partir de principios que considera indudables. Y esa facultad humanísima (la razón) tendría una estructura, digamos, predeterminada. Estaría “programada” en virtud de las ideas. De tres ideas en concreto: 1.- Idea de alma; 2.- Idea de mundo (o cosmos); 3.- Idea de Dios. Ninguna de estas piezas estructurales pueden demostrarse ni refutarse. Están más allá de la experiencia sensible (que es, insistamos, donde puede hablarse propiamente de “ciencia” o conocimiento verificable) y, además, tanto su afirmación como su negación pueden ser refutadas lógicamente. Pero, aun así, las ideas, esas tres ideas en concreto, son cruciales para el “sistema humano”: lo unifican, estimulan el intelecto (Verstand) y empujan -nos empujan- para que sigamos buscando… en una búsqueda que se dirige hacia el infinito.

Creo que el pragmatismo, como corriente filosófica, considerará modificable esa trinidad ideológica kantiana. Y establecerá un método de medición de la “verdad” de esas piezas estructurales (pero indemostrables). Así, una idea será “mejor” o “más verdad” que otra si proporciona plenitud, posibilidad, certidumbre, equilibrio, al ser humano (o a “la conciencia humana” si se quiere).

Esta breve referencia a Kant creo que nos permite visualizar un lugar decisivo en el sistema humano: su “cielo platónico”: la estructura de imanes metafísicos que van a arrastrar todo su razonar, todo su sentir, y todo su soñar. [Véase “Idea” y “Belleza” en mi diccionario filosófico].

Algunas de las propuestas fundamentales de William James

– Pragmatismo. El nombre lo acuñó Peirce (aunque luego lo quiso cambiar por “pragmaticismo”). William James ayudó mucho a la expansión de este posicionamiento gnoseológico: las ideas son verdad si funcionan como tales: el pragmatismo “aspira a la concreción y a los hechos, a la acción, a la fuerza”. Se busca libertad y posibilidad contra dogmas que puedan ser paralizadores para la condición humana. Estamos ante un método que mira resultados, consecuencias. Se renuncia a profundizar, a la metafísica en definitiva (a la verdad de verdad que buscan y a veces proclaman los dogmáticos). El ser humano necesita ver coherencia entre los hechos de su experiencia; y necesita vivir y avanzar entre ellos. Una buena idea es la que satisface necesidades humanas. Son herramientas, no “verdades” abstractas, no fines en sí mismas.

– Ética. La ciencia aquí no tiene nada que decir. Pero el ser humano se ve en la necesidad de tomar decisiones (William James no abandonó la creencia en la libertad humana, a pesar de arrojar la psique a la Física). Y creyó que hay que elegir aquellos ideales cuya puesta en práctica impida la destrucción de la menor cantidad posible de otros ideales. Y no solo eso: también deberían ser ideales que propicien un universo más rico en posibilidades (que son energía para el individuo). Las sociedades fenecen si los individuos no tienen impulso creativo e innovador. Nietzsche ya dijo que el filósofo debe coadyuvar a los hechizos: hacer lo más fascinante y atractivo posible eso del “vivir”. ¿A qué otra cosa cabe aspirar que no sea vivir en plenitud… aunque sea en mundos que ahora no podemos siquiera imaginar…? ¿Qué es “vivir”? Sugiero la lectura de la palabra [“Sueño”] en mi diccionario filosófico.

– El ”empirismo radical”. En sus Essays in Radical Empiricism (editados y publicados póstumamente por Ralph Barton Perry en 1912) William James hace un intento de legitimar todo tipo de experiencia. Estamos ante la gran generosidad a la que me refería al comienzo de este artículo.  Y estamos ante algo similar a lo que Jaspers consideró propio de la razón filosófica [Véase “Karl Jaspers“]. En definitiva: cabe abrir más los ojos, los de fuera y los de dentro. Y la Filosofía debe enlazar en lo posible lo que se va presentando en esa experiencia sin límites: esa experiencia “radical”. Pero hay que ser muy valientes. O tener mucha fe.

– La experiencia religiosa. James sorprendió al mundo con su desprejuiciado estudio del fenómeno religioso. En sus conferencias Gifford (editadas bajo el título “Las variedades de la experiencia religiosa”) ubicó esa experiencia en una zona íntima, no siempre comunicada, de la que habrían surgido los sistema religiosos. Y dio cuenta también de la dimensión patológica de algunas de esas experiencias; pero no por eso las desestimó como material para su investigación. Para William James esas experiencias -aunque patológicas algunas- tenían un gran valor para el conocimiento profundo de la condición humana. ¿Qué sería la “experiencia religiosa”? ¿Cómo describirla? Así lo hizo Willian James: sensación de existencia de algo más con lo que se establece conexión individual. De esta conexión se derivarían efectos físicos/psicológicos: 1.- Afluencia de energía; 2.- Paz; 3.- Amor: compasión hacia todo (una especie de empatía universal).

– La realidad de lo no visible. William James se ocupó del “sentimiento de presencia”. Se trata de una experiencia individual muy testimoniada. Esa “presencia” (cuando acontece) tiene para el individuo humano más “verdad” que cualquier discurso… y ocurre además rodeada por cualquier discurso es inmune a ellos. El racionalismo contra eso -contra la “verdad” de es experiencia- se convierte en pura palabrería. Pero, ¿presencia de qué? Me remito a la palabra “Dios” en mi diccionario filosófico.

– Estado de gracia/conversión. El individuo humano descubre de pronto en su interior un estado de amor y de humildad, de infinita confianza en Dios. ¿Confianza en “qué” exactamente? Creo que se trataría de confianza en la omnipotencia. Sentirse amado, asistido, por el poder absoluto.

– El todo de lo real. El yo consciente no abarcaría el todo del yo real. ¿Hasta dónde llega? ¿De qué es capaz? “Mientras tanto, las necesidades y experiencias prácticas de la religión me parecen satisfechas por la creencia de que más allá de todo hombre, y de alguna manera, en continuidad con él, existe un poder superior, amigo de él y de sus ideales; todo lo que exigen los hechos es que ese poder sea otro y superior a nuestros yoes conscientes”.

La presencia… Yo la he sentido algunas veces. Y he dado cuenta de esas experiencias en mi diccionario filosófico. Hay personas que me han asegurado que ellos también la ha sentido (“la presencia”), pero que no se habían atrevido nunca a confesarlo. Recuerdo ahora lo sentido por un alumno-amigo en la Antártida.

¿Qué era aquello? No lo sé. Nadie lo sabe. Pero considero que es lo más grandioso que se puede soportar desde la condición humana.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX

 

 

Este año me propongo incorporar nombres propios a mi diccionario filosófico. Quisiera visualizar a buena parte de los míticos filósofos del siglo XX como fabulosos –y siempre mutantes- constructos narrativos. Quisiera calibrar la fuerza hechizante de las redes lógicas que los mantienen vivos, como mitos, como nodos de energía filosófica que sostienen y vivifican nuestra civilización de palabras (nuestro lógico sueño compartido).

Desde el concepto del Maya hindú (y no solo desde ahí) se podría decir que ninguno de esos filósofos tuvo existencia individual; y que su pensamiento no fue suyo. ¿De quién fue entonces? ¿Qué fueron todos ellos? ¿En qué podrían llegar a convertirse si algún día se produce una mutación radical en eso que los cerebralistas denomina “cerebro humano”?

Desde la cosmovisión cerebralista, o fisicista, cabría visualizar el pensamiento filosófico del siglo XX como una forma determinada de interconectarse neuronas (materia legislada), en una serie de individuos, a lo largo de un vector de tiempo determinado.  [Véase “Cerebro“].

¿Y por qué el siglo XX? “Siglo XX” es otra bailarina lógica. Pero aun así, presenta, como narración al menos, como poesía comúmente aceptada, rasgos que me parecen excepcionales.

Creo que el siglo XX fue un siglo impresionante. Y que también lo fue la Filosofía que ocurrió en él. Como impresionante es, creo, la imagen que he elegido para el cielo de este texto. Ya la usé con ocasión de la palabra “Cultura” [Véase]. ¿Por qué esa imagen ahora, otra vez? Porque muestra un cuerpo humano trágicamente convertido en cultura pura y dura (un cuerpo transmutado ideológicamente). Michel Foucault dijo que el alma es la cárcel del cuerpo. Yo diría que tanto el “alma” como el“cuerpo” están en la misma cárcel: en la misma vivificante (y mortificante) matriz: el lenguaje: la diosa Vak; aunque es imposible, desde el lenguaje, decir qué sea eso del lenguaje [Véase “Lenguaje“].

En cualquier caso, creo que esa fotografía de Sid Vicious muestra un siglo impresionante, muy soñador, muy “lógico”, muy desgarrado por poesías [Véase “Poesía“].

 

 

Ofrezco a continuación la lista provional de filósofos. Están ordenados alfabéticamente; y limitados a 40, que es el número de conferencias que este año impartiré en Ámbito Cultural de Madrid (sin incluir la introductoria y la de conclusiones del curso):

 

– Adorno, Theodor.

– Althusser, Luis.

– Apel, Karl-Otto.

– Bachelard, Gaston.

– Baudrillard.

– Bergson, Henry.

– Buber, Martin.

– Chomsky, Noam.

– Deleuze, Gilles.

– Derrida, Jacques.

– Feyerabend.

– Foucault, Michel.

– Gadamer.

– Habermas.

– Heidegger.

– Horkheimer.

– Husserl.

– James, William.

– Jaspers, Karl.

– Lacan.

– Lévinas.

– Levi-Strauss.

– Lukács.

– Lyotard.

– Marcuse.

– Merlau Ponty.

– Moore.

– Nishida Kitaro.

– Ortega y Gasset.

– Popper.

– Putnam, Hilary.

– Quine.

– Ricoeur, Paul.

– Russell.

– Sartre.

– Scheller.

– Unamuno.

– Weil, Simone.

– Wittgenstein.

– Zambrano, María.

 

Sugiero a continuación algunos recursos bibliográficos:

 

1.- Bibliografía general:

 

  • Ferrater Mora, José: Diccionario de Filosofía, Círculo de lectores, Barcelona, 1991.
  • Garrido, Manuel; Valdés, Luis.M., Arenas, Luis. (coords.): El legado filosófico y científico del siglo XX, Cátedra, Madrid, 2005.
  • Reale, Giovani; y Antiseri, Darío: Historia del pensamiento filosófico y científico (tres tomos), Tomo III, Herder, Barcelona, 2005.
  • Sáez Rueda, Luis: Movimientos filosóficos actuales, Trotta, Madrid, 2001.
  • Sanchez Meca, Diego: Historia de la filosofía moderna y contemporánea, Dykinson, Madrid, 2010.
  • Muguerza, Javier y Cerezo, Pedro: La filosofía hoy, Crítica, Madrid, 2000.

 

2.- Recursos de internet:

 

http://www.iep.utm.edu (Recurso gratuito de internet, en inglés, que fue fundado por James Fieser y actualmente codirigido por él mismo y por Bradkey Dowden).

– http://plato.stanford.edu/ (Stanford University).

– http://www.ucl.ac.uk/philosophy/LPSG/contents.htm (University College London).

– http://www.information-philosophie.de/ (Recurso en alemán).

– http://la-philosophie.com (Recurso en francés).

– http://asterion.revues.org/ (Ecole Normale Supérieure de Lyon, en francés también).

 

 

3.- Revistas de Filosofía:

 

  • Revista de Filosofía (Universidad Complutense de Madrid, dirigida por Rafael V. Órden Jiménez).
  • Claves de la razón práctica (Dirigida por Javier Pradera y Fernando Savater).
  • Filosofía hoy (Dirigida por Pepa Castro).

 

 

 

En realidad, este año quiero ver qué les pasa a esos mitos, a esos seres de palabras, y a sus propias secreciones de palabras, cuando entren a bailar con mis bailarinas lógicas. Muchos de ellos ya están dentro desde hace tiempo, pero de forma parcial, como simples referencias; no de cuerpo entero.

Estoy seguro de que las bailarinas lógicas de mi diccionario filosófico ganarán mucho -sentirán y harán sentir mucho- con el baile que está a punto de empezar. Y espero que los lectores de este blog -tras la entrada en él de cuarenta filósofos del siglo XX- aumenten sus posibilidades de experimentar ese estupor maravillado -ese sublime vertigo/placer- que es capaz de provocar la Filosofía… siempre dentro de ese misterio infinito -pero mágico también- que es nuestra esencia y nuestra existencia.

 

 

David López

Sotosalbos, 12 de septiembre de 2011.

 

Las bailarinas lógicas: “Yo”.

 

 

“Yo”.

El yo… ¿Quién soy yo, pero de verdad? No tengo ni la menor idea; salvo que me deje subyugar, finitizar, momificar, por un discurso identitario (modelos biológicos, nacionalismos, ideologías políticas, grandes relatos, religiones, cosmovisiones varias…).

“Conócete a ti mismo”. “Llega a ser quien eres”. Nos asomamos — ¿en plural? — a uno de los más fabulosos misterios que puede resistir la inteligencia y el sentimiento humanos.

Hace años que quería escribir sobre esta bailarina lógica tan impresionante. Y es que me preocupan, de forma creciente, los discursos de negación del yo, porque suelen degenerar en una negación del tú y del él, realidades estas (para mí sagradas) que pueden terminar siendo digeridas, o convertidas en máquinas [Véase “Máquina“] por parte de egos ocultos (el ego oculto de un líder populista, por ejemplo, o de varios, organizados en ‘asambleas’ auto-sacralizadas, subyugadas bajo un discurso demonizante de todo aquello que las contradiga).

Parto por tanto de una posición irracional (conscientemente no autoproblematizada) que sacraliza las individualidades humanas: la mía, la tuya y la de ese tercero que ahora no forma parte de nuestro lazo comunicativo. Una posición irracional — puramente emocional, digamos — que sacraliza esas individualidades aunque sean física y metafísicamente insostenibles. [Véase “Ser humano“].

El yo es sagrado, sí, pero… ¿Qué es? ¿Qué estoy sacralizando exactamente?

Quizás un lugar misterioso donde ocurre el miedo, el amor, la ilusión, la soledad de un domingo por la tarde. Sobre todo la ilusión (que es el núcleo de todos los mundos y de todos los yoes que sueñan en ellos).

El yo. Una auto-mentira sagrada y teológicamente prodigiosa. Un cosmos falso, de cartón (como todo cosmos), donde habita y sueña y siente el ignorante (yo mismo por ejemplo, encantado además, nunca mejor dicho) y donde se despliegan los efectos de la sabiduría inferior [Véase “Apara Vidya“].

El yo. Una sensación fabricada desde los abismos creativos que rugen bajo nuestros pies. Una forma que tiene Dios de liberarse — momentáneamente — de su propia inmensidad.

El yo. Creo que estamos ante el espectáculo más fabuloso y sorprendente que puede presentarse ante nuestra conciencia (que no es exactamente “nuestra”).

Se supone que soy yo la persona que aparece en la fotografía que precede a este texto. ‘Yo’ miro esa imagen con cierto estupor porque no me identifico con ella. Esa imagen se me presenta como un recorte de lo real (de mi propio impacto óptico total), como una configuración de universales, como algo inserto en un universo newtoniano (tres dimensiones, etc.). Y es más: ese yo, ese reflejo óptico de mi yo, digamos, ‘corporal’, lo veo ahí, expuesto (como una mariposa atrapada) a ser clasificado en los tipos de yoes que me proporciona esta cultura.

Lo que aparece en esa fotografía es para mí un misterio infinito.

Antes de exponer algunas de mis ideas sobre eso que quiere nombrar la palabra “yo”, creo que puede sernos útil el siguiente recorrido:

1.- Budismo. Negación del yo. Desapego del “yo mental” (falso por tanto). El ignorante, el que no ha comprendido las verdades de Buda, cree tener un yo, ser un yo concreto: una substancia que permanece invariable. El sabio sabe que no la tiene (lo cual, en mi opinión, impediría hablar propiamente de “sabio”, pues carecería de un yo desde donde serlo). El ser humano, para liberarse del sufrimiento, debe desapegarse del yo. De acuerdo. Pero, insisto ¿qué es entonces un “sabio”, o un “ignorante”, si carecen en realidad de un yo? ¿Qué/quién se equivoca? ¿A qué/quién se dirige Buda? ¿Y qué/quién es ese sabio que en realidad no es él mismo?

2.- Vedanta advaita. Hipertrofia del yo. Nuestro verdadero yo es Atman; esto es, lo que palpita en las profundidades más radicales de nuestra yoidad aparente (la que se confina en Maya): nuestro verdadero yo más allá de los espejismos de la mente. Ese yo (intimísimo) coincide con Nirguna Brahman, algo innombrable cuya manifestación, digamos, mental, mostraría a un Dios creador y controlador de tantos mundos y dioses como granos de arena hay en todas las playas de este planeta (eso se afirma en algo nos textos de la tradición védica). Ante la pregunta “¿quién soy yo?” el vedanta advaita responde afirmando que eres  — soy/somos — algo más profundo y poderoso que cualquier Dios que pueda ser pensado.

3.- El yo en las filosofías de los monoteísmos. Nuestro verdadero yo sería el alma (algo eterno, desvinculable de la materia, nómada de los cielos y de los infiernos). Y sería algo creado por una omnipotencia con vocación no solo artística sino también moral.

4.- Descartes. Yo pienso, luego yo existo. Creo que ese yo cartesiano en realidad no pensaba, sino que era pensado. Mejor dicho quizás: ese “yo” era resultante, como todos, de una determinada configuración de universales. Era un producto poético: una narración de la época.

5.- Kant. Este gran filósofo salvó a un yo libre, metafísico a su pesar, moralmente responsable, sí, pero no dentro del mundo que configura nuestra maquinaria psíquica. El problema es que la filosofía de Kant no permitía el principio de individuación fuera de esa maquinaria (fuera del único ámbito donde son posibles el tiempo y el espacio). No cabría hablar de yoes individualizados más allá de las construcciones que hace ‘nuestro’ cerebro. Kant, en mi opinión, obliga a hablar de un solo yo.

6.- Fichte. El yo sería la realidad fundamental (anterior a la distinción objeto-sujeto). La libertad es su esencia. Y ese yo se pone a sí mismo, a la vez que pone un no-yo. La libertad se autolimita a sí misma con la necesidad. Pero Fichte finalmente (sorprendentemente) creará un discurso en el que los yoes individuales de los seres humanos serían absorbidos por el yo  de la nación alemana.

7.- Kierkegaard/Unamuno. Solo existen individuos concretos. Eso veo yo también.

8.- Freud. Ello/Yo/Superyo. El Ello sería la zona inconsciente, motriz, lugar de pulsiones, lugar poderoso y peligroso que es podado, domado, socializado, por el Superyo (que sería el programa moral-social que ha sido capaz de instalarse en nuestra psique). El Yo sería un campo de batalla para titanes. Y una resultante de esa lucha. En cierto modo, un infierno puro y duro.

9.- Desde la cosmovisión fisicalista (la que subyace en la neurofisiología moderna), es muy difícil localizar (físicamente, dentro de su propio dibujo de totalidad) el yo del que emite verdades científicas.

Mis tesis fundamentales sobre el concepto filosófico del yo pueden presentarse así:

1.- Lo que nuestro yo sea en sí es un misterio absoluto. Pero, fenomenológicamente, en cuanto contenido de nuestra conciencia, siempre se presentará (se representará) como una fantasía. Una Creación. Una narración incluso. Muchos autores han destacado la dimensión histórica del yo. Aciertan en mi opinión. Nuestra auto-visualización está vertebrada por una narración que nos hacemos a nosotros mismos y a los demás. Esa narración es una leyenda  — que puede ser veraz [Véase “Verdad“] — pero que nunca puede liberarse de un sistema de universales [Véase], de un lenguaje, de una red de leyendas tribales, de una forma colectivizada de simplificar y aquietar el misterio infinito en el que ardemos. Y respiramos.

2.- Eso que ante nuestra conciencia se presenta como “yo” está, por tanto, sometido a discurso, a Poesía [Véase]. Y, según sea esa Poesía, ese Logos si se quiere [Véase “Logos“], así seré yo en mi conciencia. El problema es que no solo mi yo estará configurado por ese poetizar, sino también el tú y el él. En pocos meses, incluso días, el yo de un padre o de un hermano o de un amigo pueden denigrarse, demonizarse, como consecuencia de la instalación de un discurso concreto en la mente de quien antes los miraba sin recelo. La lucidez filosófica quizás permitiría calibrar los efectos de nuestros discursos sobre esos seres (para mí sagrados, insisto) que son los seres humanos individuales: esas obras de arte de algo que trasciende los yoes fenoménicos.

3.- Yo no soy quien aparece en la foto, ni soy David López. En realidad no tengo ni idea de quién/qué soy; porque si lo supiera estaría momificándome en mis propias frases. Se podría decir que existe, en ‘mi’ mente, o en ‘mi’ conciencia si se quiere, un yo construido, diariamente construido. Ese yo es una — muy trabajosa — obra de no sé muy bien quién o qué. Pero sí sé que debo amarla y respetarla (cosa, por cierto, más difícil de lo que parece). Los demás yoes también son obras. Obras de arte sagrado.

4.- La palabra “ego” (simplemente “yo” en latín) parece haber adquirido connotaciones negativas con el paso del tiempo. “Tener mucho ego” significaría incurrir en el pecado del culto al propio yo: un egoísmo a-social y destructivo para el propio egoísta. Pero tengo la sensación de que, paradójicamente, el que tiene mucho ego tiene muy poco ego. Se ha identificado, por completo,  con un producto de su mente. Ha comprimido en exceso su conciencia: se identifica compulsivamente con algo muy pequeño (por eso tiene tanto miedo, por eso necesita tantas cosas, por eso es incapaz de ser honorable). El egoísta vive en alarma permanente. En la mendicidad. No se puede permitir el gran lujo de ser generoso. El egoísta significa el desapego máximo que quepa concebir metafísica y teológicamente. Dios, por así decirlo, se ha desapegado casi por completo de su plenitud: ha huido de sí mismo, se ha perdido en los rincones más fríos de su propia secreción creativa, de su propio auto-hechizo.

5.- Pero el egoísmo más radical es el expansivo: el que retira los límites del yo fenoménico hasta el infinito, hasta su completa identificación con el Ser/la Nada [Véase]. Es en el regreso al yo verdadero: donde ocurre el prodigio gnóstico de reconocerse, de saberse lo que se es. De saber que se es ese Ser/Nada.

6.- La educación. Creo que educar significa optimizar yoes, actualizar sus posibilidades de vivir entusiásticamente y de provocar entusiasmos en otros yoes. La educación es una fábrica de yoes. La educación — humanista — es la actividad fundamental de toda sociedad humana que tenga conciencia de sí misma. La educación es una fábrica de fábricas de plenitud humana. De gloria humana. ¿De qué otra gloria cabe hablar?

7.- Meditación. A lo largo de los dos años en los que impartí cursos de meditación, pude constatar algo decisivo: a más silencio mental, a más relajación, a menos miedo y menos deseo, más porciones del yo (del yo meta-fenoménico) irrumpen en la conciencia. La mayoría de las personas, después de un día intenso de meditación, afirmaron que nunca se habían sentido más ellas mismas, más cerca de ellas mismas, más grandes… Y algunas afirmaron también que ese yo subyacente, sin límites temporales ni espaciales, era un lugar glorioso, un paraíso misteriosamente auto-ocultado.

8.- Los límites del yo. El fenómeno identitario ofrece un espectáculo filosófico fascinante e inquietante a la vez. Vemos, cotidianamente, yoes adscritos a sueños colectivos, como bandadas de peces que vibran y se mueven juntos, sincronizados, por el fondo del océano. Creo que cuanto menos yo metafenoménico sienta un ser humano en el interior de su pecho, más va a necesitar instalarse identidades culturales estandarizadas (ideologías, religiones, modas, conspiranoias colectivizadas…).

9.- El fenómeno nacionalista (españolismo por supuesto incluido) me parece antropológicamente, y metafísicamente, sobrecogedor: un grupo de seres humanos, aterrados por el infinito, incorporan a su yo individual un paquete de abstracciones culturales (narraciones históricas, leyendas sobre malos y buenos, un concreto perímetro geográfico, bailes folklóricos, un lenguaje) y, en el caso de que algo amenace esa identidad, esa fantasía multi-yoica, ejercerán una enorme violencia defensiva. En muchas ocasiones, incluso física. Me parece que es válida la siguiente fórmula: a más pequeñez yoica, a más miedo, a más carencia óntica, más necesidad de identidades colectivistas, victimistas casi siempre, filosóficamente yermas siempre.

10.- Discursos yoizantes. Son los discursos los que hacen a los hombres. Es una famosísima frase de Foucault que repito y pienso mucho [Véase “Foucault”]. El yo fenoménico, el que se nos presenta ante eso que sea la conciencia, se fabrica así, con palabras. El yo fenoménico es la obra de arte de un discurso tribal. Voy a exponer algunas de esas tribales conformaciones yoicas: “Yo soy un trabajador”; “Yo soy mortal”; “Yo tengo un alma inmortal”; “Yo soy materia”; “Yo soy cristiano”; “Yo soy ateo”; “Yo soy un parado”. Para atravesar la sacra mariposa del yo en el alfiler de la frase “Yo soy un parado” se debe reducir lo real, el misterio de lo real, a un modelo muy concreto y muy artificial: un modelo estatal, economico-céntrico, laboralista, excesivamente tribal y narcotizante para el infinito que es el individuo humano. [Véase “Soy un parado”].

11.- Hay discursos de liberación del ser humano que primero lo podan, lo esclavizan (lo convierten en miembro de una no explícita casta de esclavos) y luego le ofrecen vías de salvación. Soy consciente de la seriedad de este tema hoy en España. Y soy consciente del riesgo que asumo al escribir estas frases. Pero debo escribirlas, porque creo, de corazón, que un ‘parado’ puede liberarse del discurso que ha metido su yo verdadero (esa inmensidad prodigiosa; esa inmensa posibilidad de autocreación) en un cepo discursivo. Que me disculpe por favor aquella persona que, al leer esto, se pueda sentir ofendida. Mi intención es la contraria: que vea más ofensivo auto-contemplarse como un ‘parado’. Insisto: creo que nadie debería auto-mutilarse (condicionarse, esclavizarse) con el yo que ofrecen determinadas ideologías no explícitas. Creo que está pendiente un nuevo Logos yoizante en nuestra preciosa tribu.

12.- ¿Qué se ama cuando se ama a alguien? ¿Amamos a una resultante discursiva, a una secreción de nuestra mente ideologizada? Creo que, cuando amamos plenamente a un ser humano, estamos amando, al menos, dos cosas a la vez. La primera es eso que se nos presenta, a nosotros, en la mente: ya simplificado, juzgado, podado, lavado, epistemológicamente aquietado en virtud del sistema de ideas que haya tomado nuestro cielo. La segunda es lo que, aún siendo individual, parece palpitar detrás de esa proyección mental, de ese espejismo sagrado. Estaríamos amando algo muy misterioso, gigantesco: no de este mundo. Pero ese amor, creo, solo cabe desplegarlo desde el desapego: un desapego que surge de saber que no se es nadie, pero que, desde esa Nada (o Ser), cabe amar a esos seres prodigiosos, esos momentos metafísicos imposibles, absurdos lógicamente, donde ocurre la sensación del yo individual.

Termino estas notas compartiendo la sensación (creciente con los años) de que el amor a los yoes individuales, como ofrenda, como acto de voluntad, otorga  fuerza y belleza a esos yoes: los apuntala, los sacraliza, los convierte en lugares donde vivir puntuales paraísos. Amar a los yoes (el nuestro incluido) es algo así como completar y sublimar su estatus ontológico en cuanto sacras obras de arte.

Rezar por un yo individual  — aunque ese yo sea una fantasía — sería  fertilizarlo, inundarlo de cielos.

Bendecirlo.

Ese rezo no requiere, necesariamente, una adscripción a religiones institucionalizadas (incluidas las religiones ateísticas). Todas ellas suministran cajas demasiado pequeñas para cobijar nuestro yo.

 

David López

 

[Echa un vistazo a mis cursos]

 

La bailarinas lógicas: “Fe”.

 

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“Tú ten fe y verás cómo se hacen realidad tus sueños”.

¿Tenemos a nuestra disposición, en cuanto seres humanos, esa fuerza descomunal? ¿Dónde se ejerce? ¿En qué espacio? ¿Con qué arcillas? ¿Arcillas de nuestra mente? ¿Arcillas de Dios?

Salvador Paniker, en una obra titulada Asimetrías, afirmó que la fe es la confianza en la realidad. Es una preciosa definición, aunque quizás pudiera estar sugiriendo cierto quietismo.

Sí parece, en cualquier caso, que la fe podría ser lo contrario del miedo, del miedo en sentido absoluto: de la desconfianza en la esencia más profunda de lo real. Y es sabido que la necesidad de sistema (de cobijo en cabañas de dogmas), e incluso la incapacidad de amar, podrían ser síntomas del miedo, esto es: de falta de fe; de fe en la realidad.

Unamuno [Véase]  nos ofrece sorprendentes (y bellísimas) reflexiones sobre el misterio de la fe en un texto publicado en 1900 bajo el título Tres ensayos (¡Adentro!; La ideocracia; La fe):

«P.—¿Qué cosa es fe?
R.—Creer lo que no vimos.»

¿Creer lo que no vimos? Creer lo que no vimos, no! sino crear lo que no vemos. Crear lo que no vemos, sí, crearlo, y vivirlo, y consumirlo, y volverlo a crear y consumirlo de nuevo viviéndolo otra vez, para otra vez crearlo… y así; en incesante torbellino vital. Esto es fe viva, porque la vida es continua creación y consunción continua, y, por lo tanto, muerte incesante. ¿Crees acaso que vivirías si a cada momento no murieses?

Y también lo hace en un capítulo de su obra Del sentimiento trágico de la vida que lleva por título “Fe, Esperanza y Caridad”:

“La fe nos hace vivir mostrándonos que la vida, aunque depende de la razón, tiene en otra parte su manantial y su fuerza, en algo sobrenatural y maravilloso. Un espíritu singularmente equilibrado y muy nutrido de ciencia, el del matemático Cournot, dijo: ya que es la tendencia a lo sobrenatural y a lo maravilloso lo que da vida, y que a falta de eso, todas las especulaciones de la razón no vienen a parar sino a la aflicción del espíritu (Traité de l´enchainement dans les sciences et dans l´histoire, & 329). Y es que queremos vivir.

“Más, aunque decimos que la fe es cosa de la voluntad, mejor sería decir acaso que es la voluntad misma, la voluntad de no morir, o más bien otra potencia anímica distinta de la inteligencia, de la voluntad y del sentimiento. Tedríamos, pues, el sentir, el conocer, el querer y el crecer, o sea, crear. Porque no el sentimiento, ni la obediencia, ni la voluntad crean, sino que se ejercen sobre la materia dada ya, sobre la materia dada por la fe. La fe es poder creador del hombre. […] La fe crea, en cierto modo, su objeto. Y la fe en Dios consiste en crear a Dios y como es Dios el que nos da la fe, es Dios el que nos da la fe en El, es Dios el que está creando a sí mismo de continuo en nosotros”.

En su obra Sobre la voluntad en la naturaleza, Schopenhauer incluyó un sorprendente capítulo titulado “Magnetismo animal y magia”. Una sola convicción ilumina todas las frases de este capítulo: el ser humano tiene acceso en su interior a la omnipotencia; a algo capaz de dejar en suspenso las leyes de la naturaleza y de provocar fenómenos imposibles. Pero, para ello, hay que creer. Creer, por ejemplo, que una barra de metal puede curar (mesmerismo). Basta con creer. Y con imaginar. Creer en que lo imaginado puede fecundar la nada.

Imaginación. Fe. Esperanza de lo inesperable. ¿Alguien conoce los límites lógicos de lo esperable?

¿Y quién/qué cree en nuestro creer? ¿Quién sueña en nuestro soñar? ¿Cuánto hay todavía por crear? ¿Es el ser humano, como pensó Sartre [Véase], una nada que se tiene que configurar a sí misma, darse sentido a sí misma ante la (para Sartre-obvia) inexistencia de Dios?

Llegados a este punto, creo que el concepto “fe”  se despliega en tres niveles semánticos, e incluso ontológicos y hasta éticos:

1.- Fe como creencia acrítica, perezosa, tribal, cobarde incluso: creencia de que determinadas teorías, modelos, ideas, son correctos, deben ser creídos. Hay que tener fe en lo dicho por otros.

2.- Fe como confianza en la realidad (en el sentido mencionado al comienzo de este artículo). Se siente, se está convencido, de que estamos en una especie de glorioso diamante, que la omnipotencia infinita nos ama. Que el infinito misterio es, a la vez, glorioso y que está atento a cada uno de nosotros.

3.- Fe como consciencia de que se tiene acceso a la omnipotencia, de que, mediante una especie de ritual de esfuerzo, cabe conseguir cosas que parecen imposibles. Estaríamos aquí quizás ante un Tapas consciente [Véase Tapas]. Creo que en este último nivel —que, en mi opinión, es el más elevado en todos los sentidos— cabe ubicar el trabajo. La fe sin trabajo no es verdadera fe.

La foto que sobrevuela estos apuntes muestra a un grupo de hombres construyendo un andamio en un espacio que parece ilimitado. Es una imagen que me produce un extraordinario sobrecogimiento estético y metafísico. Y es que veo en ella un sumatorio que resquebraja mi mente y la deja con olor a infinito; mejor dicho: a infinita creatividad. Si efectivamente nuestra fe tiene efectos creativos (configurativos de realidades objetivas), cabría visualizar en un todo armónico la suma de los actos de fe de todos los seres humanos: de todos los que existieron y existirán (si es que insistimos en atribuirlos a ellos —a nosotros— esa facultad excepcional de creer/crear).

Uno de los obreros (uno de los creyentes) de la foto parece estar fabricando el propio sol, al propio Dios-Sol. O, quizás, el sol como esfera ígnea dentro del dibujo mítico que la ciencia hace todavía del universo. Ese obrero, en cualquier caso, parece estar creando un decisivo foco de fuerza dentro del todo en el que él cree.

Trato de imaginar el rugido final de todos los actos de fe emanados de todos los seres humanos que existieron, que existen y que existirán. Y trato de pensar cuál puede ser la energía genésica resultante de ese gigantesco coro de sueños. Quizás cabría ver ahí la Creación con mayúscula (con un solo soñador de fondo, autodrifactado). Creación siempre viva, siempre fertilizando la nada. Creación ubicua y omnipotente, pero autodifractada en cada ser humano que es capaz de creer/crear: de tener “fe”.

La fe de Dios en la posibilidad de hacer real lo que Él imagina.

Yo no sé qué se está construyendo con el soñar de todos los soñadores… con ese gigantesco andamio que están levantando, a la vez, todos los que creen en algo. ¿Qué está creando Dios a través del creer/crear de sus criaturas? ¿En qué cree Dios? ¿No sería maravilloso poder asomarse a su obra, con las manos entrecruzadas en la espalda?

Tener fe es confiar en que algo grandioso se está construyendo, siempre, a golpe de sueños. A golpe de creencias. Y que estamos implicados en esa grandiosa construcción.

Por último, quiero compartir el estupor maravillado que me produce imaginar, atisbar, el sumatorio de actos de fe de todos los seres humanos, el estruendo de esa descomunal catarata de actos de fe (de sueños).

David López

 

 


Las bailarinas lógicas: “Dios”.

 

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La palabra “Dios”: la más fabulosa retorsión del lenguaje que cabe contemplar.

Me acerco ahora, aturdido, muy desconcertado, tropezando, a una bailarina extrema. Dicen que es la última en abandonar el baile de los mundos (de las dualidades, de las existencias, de las objetividades). Es la más grandiosa de todas las bailarinas posibles. El Maestro Eckhart quiso librarse de ella en un sermón del siglo XIV que se conoce como Beati pauperes spiritu. En este sermón aquel dominico dijo: “Pido a Dios que me libre de Dios”. ¿Para qué? ¿No es suficiente el cándido ateísmo? ¿Qué es eso de lo que quería liberarse el Maestro Eckhart?

Intentaré hablar de esa palabra prodigiosa; de ese símbolo que da cuenta de un concepto (de una forma de mente en definitiva). Pero de lo que haya detrás de ese símbolo, o de lo que quiera la mente (¿el cerebro?) capturar con ese concepto, es mejor callar.

“Dios”. ¿Qué burrada es esa? Hay quien se consuela sustituyendo este símbolo por otros aparentemente más asépticos y evolucionados como “Universo”, “Leyes Naturales”, “Naturaleza”, “Energía”, “Nada”, “Ser humano creador de la fantasía de los dioses”… Pero para no reventar filosóficamente en los abismos de estos sustantivos es imprescindible aflojar la lucidez filosófica. Y es que la tempestad física y metafísica de lo que hay es ineludible (si es que hay diferencia, por cierto, entre lo físico y lo metafísico).

No cabe pasar a palabras la hoguera mágica en la que estamos ardiendo –eso que sea lo que hay aquí ahora mismo-, pero sí cabe practicar la teo-logía en sentido literal y estricto: hablar de “Dios”. Hablar, solo hablar, solo secretar frases, más frases todavía, en el gran tejido de frases en el que está tejida nuestra inteligencia. Y hablar, solo hablar, de “Dios”: de la palabra “Dios”. No hay otra opción. ¿Y para qué este esfuerzo? ¿Para agotar a esa última bailarina con bailes imposibles, autocontradictorios, lógicamente letales (como haría el Zen con sus crueles koanes)? ¿O es que en todo decir se está trasparentando lo que no puede ser dicho, como si las frases humanas estuvieran flotando, convulsas, como algas lógicas, en un océano meta-lógico que lo empaparía todo con su olor inexpresable?

La imagen que he elegido para contemplar el baile de la más grandiosa de las bailarinas posibles muestra a un hombre rezando. No es éste el momento de reflexionar sobre qué sea eso de rezar. Valga simplemente decir que esta foto me ha permitido visualizar, quizás, lo que el Maestro Eckhart quiso retirar: la palabra “Dios”, que sin duda es el eje lógico de todas las palabras que contiene ese libro que sostiene el hombre de la foto.

Me impresiona la pureza geométrica del vector que trazan a la vez su cráneo, sus antebrazos, el libro y sus manos. ¿Se dirigen a la Omnipotencia suplicando amor? ¿Ofreciendo amor? ¿Suplicando favores? ¿Ofreciendo favores? Creo que el taller metafísico está en el libro. ¿Entra Dios, desde fuera, en la cabeza y en el corazón del hombre a través del libro? ¿O es lo contrario: que el hombre mediante el libro crea a Dios? ¿O es que ocurre todo a la vez; como por arte de Magia?

El Dios que presupone esta imagen es un Dios que yo quisiera llamar “lógico”: creador mediante el logos, o creado mediante el logos. Es igual: se trataría de un suceso mágico y sagrado, sí, pero meramente lingüístico. Que no es poco.

Estaríamos ante el Dios que puede existir. Ahí. En lo existente. O no existir. Existir o no existir en lo objetivo. En lo objetivo que se presenta ante el sujeto: la teatral Vorstellung a la que se refería Schopenhauer.

Ese Dios puramente existente, esa maravilla física y metafísica, es la que han sentido algunos: una presencia inefable e hiper-real de la que William James se ocupó con valentía y brillantez en sus famosas conferencias sobre religión (Las variedades de la experiencia religiosa: estudio de la naturaleza humana, edit. Península, Barcelona 1986).

Pero ese Dios existente, y su mundo, y su ser humano amado, serían determinaciones inesenciales, aunque gloriosas diría yo, del Ser (o de lo que por tal entendió Heidegger). O de la Nada si se prefiere. A ese fondo de todos los fondos (Grunt), a esa fuente de todos los dioses y de todos los mundos (Nirguna Brahaman), a esa Nada Mágica, se dirige el místico: no el teólogo. Ni el filósofo. Ni siquiera el poeta.

Esa “cosa/Nada” [Véase “Ser/Nada“] ni existente ni no existente quisiera yo denominarla ahora, consciente del chirriar de mis grilletes lingüísticos, “Dios metalógico”. Sé que esto es una contradicción porque no se puede meter algo en una frase y decir que ese algo no es lingüístico. Pero creo que la expresión puede servir de herramienta para abrir alguna ventana en los muros de la mente.

En cualquier caso, si Dios existiera no sería Dios. ¿Qué es existir? ¿Estár ahí? ¿Dónde? ¿Una cosa más en el sumatorio de cosas que llegan a nuestra conciencia?

Creo que antes de desarrollar con algo más de claridad y de detalle estas ideas puede ser útil hacer las siguientes paradas:

1.- El libro de los veinticuatro filósofos. 

2.- El modelo de totalidad que presupone el ateísmo. ¿Qué tendría que experimentar un ateo para que afirmara la existencia de Dios? ¿La aparición de un gigantesco hombre barbudo entre las nubes? ¿Una voz que le hablara y que debatiera con él sobre peticiones vitales? ¿Cómo podría saber que eso es Dios -como omnipotencia libre y creadora de los mundos-? ¿Sería soportable un mundo en el que Dios fuera visible y audible? ¿No sería eso más bien una especie de monarquía tangible, cósmica, cuyo poder llegaría hasta el fondo de nuestra psique? Y si, efectivamente, a un ateo se le apareciera ese ser visible entre las nubes, ¿cómo podría saber que él mismo no está loco, o que es un loco más entre los locos en red de una colectividad humana enloquecida? Pregunta clave: ¿qué tendría que pasar para que un ateo afirmara la existencia de Dios? Pero Dios nunca podría “existir”, sino que sería, precisamente, lo que “ex-iste” las cosas: su manantial ubicuo [Véase “Existencia“].

3.- Kierkegaard: “Creer en Dios es creer en que todo es posible”: la apertura a lo imposible, a lo mágico, frente a la sumisión a un todo legaliforme.

Voy a compartir aquí, con quien me lea, una experiencia íntima. Creo que en Filosofía no podemos eludir la honradez empírica: hay que soportar –y comunicar a otros- lo que se experimenta (aunque se trate de un “hecho” incompatible como el tejido lógico más favorable para la supervivencia social). ¿Cabe hablar de “hechos” más allá de lo que permite experimentar nuestra mente lingüistizada? Quizás no. Pero en cualquier caso yo hablaré de lo que se me presentó, lo que irrumpió de forma absurda e inesperada, dando un paseo nocturno por los alrededores del aeropuerto de Lyon, hace ya casi veinte años:

Algo gigantesco que no era yo, algo/alguien consciente, vivo, casi carnal, que me amaba, lo tomo todo, lo fue todo, lo transparentó todo: los árboles, los postes de la luz, los surcos del sembrado que desdibujaba la noche, las estrellas, los edificios, los coches, los aviones… Fue una experiencia grandiosa que censuré durante años por exigencias de mi caja lógica.

¿Era aquello lo que la palabra “Dios” pretende significar? ¿Era aquello mi yo esencial (Atman-Brahman) que se traslucía a través de las imágenes de mi mente?

Yo no estaba rezando, no rezaba nunca, ni había texto alguno entre mis manos fabricando prodigios metafísicos. El único credo al que estaba adscrito era el cientista-ateísta. “Aquello” que tenía delante no me pidió ni me prometió nada. Sólo se mostró. Descomunal. Glorioso. Omnipotente. Omnisintiente. Siendo todo lo existente ahí, ante mí … y amándome de una forma casi insoportable.

Quizás el libro que sostiene el hombre de la foto está sirviéndole de dique, de filtro lógico, para no ser arrollado por eso que a mí se me presentó en Lyon.

Cabría decir, quizás, que la palabra “Dios” protege al hombre, y al lenguaje del hombre, y a las religiones del hombre, para no morir, todos abrasados -abrasados de belleza- en la hoguera mágica de lo Innombrable.

David López