Reproduzo a continuación mi crítica, publicada el pasado mes de marzo en Cuadernos Hispanoamericanos (Agencia Estatal de Colaboración Internacional para el Desarrollo):
Jacobo Siruela y la red de soñadores
“La historia de los sueños nunca ha sido escrita. Nadie hasta ahora ha emprendido una tarea tan inabarcable, tan insólita y, en cierta manera, tan insondable”.
Son las primeras frases escritas por Jacobo Siruela en El mundo bajo los párpados[1]. ¿Cabría escribir esa historia? ¿Cuántos sueños habrá segregado la especie humana desde que comenzó su soñar? ¿Habrá alguna conciencia capaz de visualizar ese grandioso espectáculo?
Quizás sí. Y quizás sea algo que Jacobo Siruela llama “Otredad” y, quizás, ese fabuloso espectáculo esté teniendo lugar en el templo del alma.
El mundo bajo los párpados analiza, y sacraliza, eso que sean los sueños –los sueños, en principio, “humanos”- en cinco capítulos no numerados.
El primero lleva por título “Los sueños y la historia” y en él se muestra cómo el transcurrir de los hechos de la Historia, digamos, canónica, estuvo afectado por los sueños de sus más conocidos protagonistas: Aníbal supo por Júpiter en un sueño que devastaría Italia, el general Patton llamaba a su secretario personal cuando un sueño le sugería una nueva estrategia, Bismark conquistó Austria influido por un sueño, Cromwell soñó de niño que le habían nombrado rey de Inglaterra… En este capítulo hay una narración muy impactante: la de un sueño y la muerte de Santa Perpetua. Y otra especialmente iluminadora: la de los irracionales sueños en los que Descartes fue tomado por el “Espíritu de la Verdad”. Lo último que nos ofrece este capítulo son historias de sueños inspiradores: Kepler, Haendel, Wagner, Berlioz, Mozart, Chopin, Stravinsky… “¿Debemos acaso continuar poniendo ejemplos?”, pregunta Jacobo Siruela. “¿No lo hemos visto con suficiente amplitud? El arte, la religión, la filosofía, la ciencia, lo política, incluso la guerra, es decir, cualquier actividad humana se ve periódicamente influida por ciertos “mensajes” oníricos plenos de sentido para el actor que los recibe en el escenario del sueño”.
¿Cuál sería el origen de esos mensajes? La respuesta me ha parecido encontrarla entre los velos y las frases del segundo capítulo, el cual lleva por título “El sueño y lo sagrado”. Aquí encontramos una erudita narración de los rituales oníricos de la Antigüedad, la mayoría de los cuales estaban destinados a curar enfermedades. Destacan las narraciones de templos y estatuas: las frases de Jacobo Siruela se mueven con singular eficacia y elegancia entre ellos. Es de celebrar su referencia a Mesmer, el mago/terapeuta del “magnetismo animal” que curaba a los enfermos con una varita mágica. Un absurdo. ¿Habrá algún método de curación que no sea absurdo? Jacobo Siruela no se hace esta pregunta, pero sí afirma (p. 120) que el tratamiento de Mesmer no tenía ningún efecto sobre los escépticos… ¿Qué es entonces lo que cura? ¿A qué fuerza se está apelando cuando se rinde culto a un dios de la curación como, por ejemplo, Asclepio? Pues al alma: “el único ámbito de lo sagrado, el único templo donde se constelan todos los dioses y los daímones, todas las tensiones de luz y oscuridad del mundo. En suma, incubar un sueño, en el sentido antiguo del término, era ponerse en contacto con todas las fuerzas ambivalentes de lo anímico, para alcanzar la unión de opuestos, esa misteriosa forma sagrada de completar el sentido del ser”. El alma… Lo sagrado… Jacobo Siruela parece consciente de que estas palabras pueden perturbar determinadas conciencias confinadas en determinados credos: “El hombre moderno suele sentir de forma natural un profundo rechazo hacia lo “sagrado”. Según su mentalidad, toda experiencia o manifestación psíquica que se sitúe más allá de los límites prefijados por el discurso de la razón empírica es ilusoria, subjetiva. Pero esto, más que un axioma sobre la naturaleza del psiquismo, responde más bien al deseo imperioso de que la realidad siempre se ajuste a los postulados racionales de las teorías consensuadas” (p.124).
El tercer capítulo de El mundo bajo los párpados se titula “El espacio onírico” y, tras un par de citas cruciales, empieza así: “¿Dónde estamos cuando soñamos? Parece una pregunta ociosa, pero ¿puede alguien contestarla?” En realidad esta pregunta de Jacobo Siruela cabría plantearla en cualquier “momento” de nuestra conciencia: ¿Dónde estamos ahora? Desde luego la Física moderna no tiene ninguna respuesta sólida que ofrecernos. En este capítulo encontramos un interesante estudio de los sueños lúcidos: la capacidad que tenemos algunas personas de saber, dentro del sueño, que estamos soñando: un fenómeno del que ya habrían dado cuenta San Agustín o Santo Tomas y que, por fin, habría sido “probado” científicamente (si es que la ciencia prueba alguna hipótesis). También se nos habla en este capítulo de la posibilidad de dirigir los sueños, a partir de las vivencias (las vivencias de sueños) y las teorías oníricas de un sinólogo del Collége de France: el marqués d´Hervey de Saint-Denys. Hay una gran pregunta-una pregunta infinita- que plantea Jacobo Siruela en la página 180: “La cuestión radica en conocer cuál es la naturaleza del autor de la obra que ahí se representa. ¿Quién es el autor de esa interminable serie de representaciones? Parece un chiste, pero el autor es otro [en cursiva]. La parte invisible y subyacente que está más allá de los sueños. Más allá de cualquier espacio interior.” Se abisma aquí Jacobo Siruela en la teología.
El cuarto capítulo se titula “Sueño y tiempo”. En él leemos (p. 193): “Los sueños no nacen ni se desarrollan en la dimensión espacio-temporal del mundo físico […] El tiempo onírico no pertenece al mundo físico sino al mundo psíquico, y toda su fenomenología ha de entenderse fuera de las leyes espacio-temporales de la materia, ya que la única y verdadera sustancia del tiempo onírico descansa en la experiencia interior”.
Esta ubicación de lo onírico fuera de lo “físico” quedará problematizada poco después por el propio Jacobo Siruela, el cual, para legitimar la posibilidad de los sueños premonitorios, narrará el progresivo agrietamiento del edificio de la Física clásica hasta llegar a la teoría de la sincronicidad que enunció Jung. De esta desbordante teoría habla Jacobo Siruela así (y así abandona esa idea de que los sueños y lo físico pertenecen a ámbitos diferenciados): “La teoría de la sincronicidad nos abre a una nueva (o antiquísima) visión de lo real, en la que en lugar de contemplar el universo como algo determinado por la causalidad, y la mente y la materia como dos realidades separadas, empezaremos a entender la existencia de un complejo pluriverso multidimensional, semejante a un organismo vivo de proporciones inimaginables. En el interior de ese universo psicofísico, eternamente creador, emergen de lo ignoto ciertos arquetipos o conjunciones significativas, que se manifiestan tanto en el plano psíquico como en el material, revelando así la unidad esencial de la naturaleza” (p. 240).
El quinto y último capítulo de El mundo bajo los párpados se titula “Sueño y muerte” y arranca junto a una foto de un hombre que no se sabe si duerme o si está muerto. ¿Qué tienen en común el sueño y la muerte? ¿Será que el abandono del cuerpo -del cuerpo soñado- no implica dejar de soñar, no impide soñar otros cuerpos en otros mundos? Jacobo Siruela se adentra en los espejismos de la vida, el sueño y la muerte así: “Si partimos del supuesto científico de que la estructura y composición de la materia es multidimensional, ¿por qué encerramos entonces la realidad psíquica en el estrecho ámbito del cerebro delimitado por las cuatro dimensiones que perciben nuestros sentidos?” (p. 289). Creo que es una pregunta excepcional: una posibilidad más de convertir la narración de la Física actual –y las actuales narraciones sobre la vida, los sueños y la muerte- en koanes zen: en bombas lógicas capaces de abrir ventanas prodigiosas.
La muerte… ¿iremos a la nada o a otra parte? Pero, por cierto: ¿dónde estamos ahora? Leamos a Jacobo Siruela: “Las viejas fórmulas ilustradas se han hecho rudimentarias y el universo se ha vuelto demasiado complejo. La visión materialista no tiene nada que ofrecer al respecto. Nada, salvo su creencia en la nada. Y ese frío concepto abstracto sólo sirve ya de escudo contra el miedo cerval que produce al materialista cualquier posibilidad, por remota que sea, de que su calculado programa sea falso, y que en lugar de desparecer en la nada oscura, como había planeado, la conciencia se vaya a otra parte…, como hacen las partículas elementales” (p. 293).
Sueño/muerte… sigamos leyendo: “Gemelo de la muerte, el sueño sería entonces esa huidiza morada plutónica en la que entramos cada noche, inocentes como niños, al cerrar tranquilamente los párpados”.
También cabría entrar en una obra literaria como el que se dispone a soñar. El mundo bajo los párpados es un lúcido sueño de palabras, muy bien construido por su demiurgo (Jacobo Siruela): un sueño de palabras que, sin duda, aportará muchos nutrientes a esa red de soñadores que constituye nuestra civilización actual.
David López
Sotosalbos, 18 de abril de 2011.