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El odio es estupidez

En 1959, ante las cámaras de la BBC, el anciano Bertard Russell afirmó que el amor es sabiduría y que el odio es estupidez. Está todo dicho.

En España están proliferando últimamente discursos que incitan al odio (a la estupidez). Debemos pararlos. Es urgentísimo. El odio es el infierno, la negación absoluta de cualquier posibilidad de belleza, de cualquier posibilidad de alegría. Amar no lleva al paraíso: es ya el paraíso. Odiar es lo contrario de amar. Y no nos lleva al infierno: es ya el infierno. El odio es también ceguera, sueño oscuro. El rencor, como odio sostenido, implica el absurdo de mantener con vida un infierno en el interior de nuestro propio pecho. Amar implica convertir nuestro pecho en un amanecer (en un Génesis) perpetuo. Dicen los cristianos que su Dios creó el mundo por amor.

El caso es que toda vida nace del amor, del amor a la vida. Nadie nació con rencor. Hay que regresar siempre a la luz del amanecer de nuestra vida. Hay que morir incluso con esa luz: hay que morir naciendo. Conozco a muchos ancianos (algunos “alumnos” míos incluso) que no tienen resentimiento, que no tienen rencor hacia nada ni hacia nadie. Después de todo lo vivido. Y de todo lo sufrido. Esos ancianos son fabulosos gurús que no saben que lo son. Son elegancia.

Odiar es odiar-se; porque es lógica, física y metafísicamente insostenible que “el otro” exista como tal: que “el otro” sea una sustancia claramente diferenciada de nosotros mismos. El odio envenena la ecología de nuestra mente (o corazón, o alma… o la bailarina lógica que más guste). El odio es un estúpido desastre en nuestro cosmos interior.

La Filosofía es un arte -una especie de religión también- que ama la sabiduría. Cuanto más se ama más se sabe y cuanto más se sabe más se ama. Los discursos que incitan al odio parten del odio y, por lo tanto, de la estupidez. Se podría decir que precisamente por partir del odio ya muestran que están equivocados, que parten de la no-sabiduría. Que no tienen razón.

Serpean por internet correos colectivos en los que se dicen barbaridades de los políticos: que insultan públicamente a políticos que han sido elegidos democráticamente; y que insultan incluso a los que -siendo del “pueblo”- no se movilizan en no sé qué cruzada contra el Mal. Hay otros discursos que, por el contrario, insultan y denigran a aquellos que se sienten, por así decirlo, cátaros de la democracia (el 15-M). Esto es odio, estupidez, ceguera: enrabietados videojuegos de guerra que pueden terminar provocando mucho dolor. Dolor del de verdad.

En cualquier caso es gravísimo insultar a los políticos. Todos ellos son seres humanos. Se merecen un respeto infinito. Se merecen ser amados. Todos. Sí: todos (incluidos los que insultan a otros). Eso es la sabiduría. El odio es estupidez (digámoslo infinitas veces) y la estupidez es la negación de la condición humana. Se puede criticar una gestión -con mucha contundencia-desde el amor, desde el respeto. Todo esto puede sonar cursi, manido, denteroso por excesivamente edificante; pero no hay otro camino. De verdad que no lo hay. Esta civilización tiene una clave fundamental. Me refiero a la dignidad humana. Es una religión. El ser humano es sagrado (Bin Laden incluido). No se le puede no respetar, no se le puede negar un solo derecho fundamental (a Bin Laden -ese gran creyente en el Mal- se le negaron todos los derechos humanos… desde la creencia en el Mal).

Habrá quien piense que esta civilización se está cayendo ya. Y que no merece la pena “salvarla”; porque se trataría de una civilización muy mal planteada. Yo, en cambio, creo que hay mucho hecho y mucho por hacer. Hay mucha belleza (incluso política) que ya ha llegado (aunque muchos no la vean); y hay mucha belleza por llegar. Tengo hijos. Los amo intensamente. Y haré lo que sea necesario para que vean, para que valoren, la belleza (política) que ya hay; y para que tengan un futuro cuajado de bellezas (políticas) que ahora ni siquiera podemos imaginar.

No sé si es riguroso filosofar desde la condición de padre. Me consuelo pensando que, al fin y al cabo, la Filosofía partió siempre de un intensísimo amor hacia algo.

Traigo aquí de nuevo a mi querido Bertrand Russell. De verdad que creo que merece la pena escuharle.

* * * * * *

Bertrand Russell suele estar ubicado entre los filósofos irreligiosos.  Pero, en mi opinión, si observamos con cierto detenimiento el modelo de totalidad que ofrecen sus textos, podemos apreciar una gran devoción hacia una diosa descomunal (poderosísima) llamada “Lógica”: una diosa con la que el ser humano debe fundirse, místicamente, para alcanzar el prodigio -finito- de la plenitud. De la felicidad en definitiva.

Bertrand Russell soñó un paraíso lógico -proto/matemático- para él y para esos seres que tanto amó y en que tantas esperanzas depositó: los seres humanos. Y no sólo soñó ese paraíso, sino que puso todas sus frases al servicio de su construcción. ¿Paraíso lógico-matemático? Sí. Él lo conoció en la adolescencia y ese encuentro salvó su vida. Casi literalmente. Luego, tras ese encuentro, tras ese advenimiento, se trataba de salvar al resto de los seres humanos… sobre todo a aquellos cuyas conciencias y cuyos corazones estuvieran alejados de la diosa Lógica…. la más poderosa de las divinidades concebibles por el ser humano (tan poderosa que de ella dependería, en opinión de Russell, la existencia o no de ese Dios-padre en el que creerían las religiones monoteístas… y cuya existencia habrían afirmado algunos escolásticos por culpa de la deficiente lógica aristotélica).

Algo sobre su vida

(1872-1970) Russell murió con 98 años, enamorado de la vida, hasta el punto de afirmar que volvería a vivirla encantado si se le diese la opción. Russell se consideró a sí mismo un hombre feliz. Ni más ni menos. Pero esa proclamada felicidad estuvo precedida por una infancia y una adolescencia muy tristes, muy aburridas, casi desesperadas. Así se expresa él mismo en su obra La conquista de la felicidad (Espasa Calpe, traducción de Julio Huici):

Yo no nací dichoso. De niño, mi himno favorito era: “Cansado del mundo y con el peso de mis pecados”. A los cinco años yo pensaba que si había que vivir setenta no había pasado aún más que la catorceava parte de mi vida, y me parecía casi insoportable la enorme cantidad de aburrimiento que me aguardaba. En la adolescencia la vida me era odiosa, y estaba continuamente al borde del suicidio, del cual me libré gracias al deseo de saber más matemáticas. Hoy, por el contrario, gusto de la vida, y casi estoy por decir que cada año que pasa la encuentro más gustosa. Esto es debido, en parte, a haber descubierto cuáles eran las cosas que deseaba más y haber adquirido gradualmente muchas de ellas. En parte es debido a haberme desprendido, felizmente, de ciertos deseos (la adquisición del conocimiento indudable acerca de algo) como esencialmente inasequibles.

Russell perdió a sus dos padres cuando tenía menos de cuatro años y estuvo a cargo de su abuela. Su abuelo fue ministro con la reina Victoria. Su padre fue miembro del parlamento inglés y amigo y discípulo de Stuart Mill. Russell recibió una fabulosa formación intelectual -”liberal”- pero no disfrutó del conocimiento (del mundo en definitiva) hasta que conoció las matemáticas y, a partir de ellas, quiso saber cuáles eran sus fundamentos (el fondo de ese paraíso que olía a orden, a belleza, a eternidad, a algo distinto que lo que se presentaba como “realidad”). Estudió en el Trinity College y empezó a relacionarse con hombres cuya inteligencia vibraba en la misma frecuencia que la suya. Su tesis doctoral versó sobre Leibniz. Fue profesor de Wittegenstein. Y también de Mao en Pekín. Escribió obras fundamentales de la lógica y de la matemática del siglo XX (Los principios de las matemáticas; Principia Mathematica, este último en colaboración con Whitehead). Y entre sus múltiples publicaciones creo que merece destacarse -por ser deliciosamente erudita y divertida- The History of Western Philosophy.

Se caso cuatro veces, recibió el Premio Nobel, estuvo en la cárcel por su pacifismo, fue Lord… fue un hombre excepcional, divertido. Vivió casi toda su vida enamorado del amor humano -sobre todo del femenino- y creyó en las posibilidades de la vida humana.

Ideas fundamentales

1.- La metafísica del atomismo lógico. Russell, tras escapar del idealismo de Bradley, creyó (o necesitó creer) que la realidad era objetiva -independiente, en su ser, de si es o no percibida por el ser humano-; y que estaba compuesta, esa realidad verdadera, por elementos últimos e indivisibles (atomismo lógico). El ser humano percibiría esa realidad -el mundo- mediante la experiencia. Y la experiencia -según Russell- debería ser ordenada de la misma forma como se ordenan las matemáticas, las cuales, a su vez, siendo paradisíacas, curiosamente requerirían fundamentación (deberían ser “lógicas”). Así, Russell luchará por matematizar todo conocimiento humano (llevarlo en definitiva a ese orden celestial que a él le salvo la vida, casi literalmente). Respecto de la fundamentación lógica de las matemáticas, Russell tuvo que luchar contra terribles paradojas: parecía como si la diosa Lógica (esa omnipotencia incuestionable) no reconociera del todo -no sostuviera del todo- eso que se presenta como mundo: como si le hubiera abandonado en algunos de sus puntos estructurales.

2.- Hechos y proposiciones. Una proposición es la unión de un sujeto y un predicado. Se dice algo de algo. Russell concibió lo real como compuesto por hechos atómicos (sin partes), los cuales podían ser nombrados por proposiciones también atómicas. Con las proposiciones atómicas (Sócrates es humano) cabría componer proposiciones moleculares (Sócrates fue humano y yo lo sé). Según Russell, en la realidad del mundo no hay hechos moleculares, sino simples (atómicos). Esos hechos se presentan ante la experiencia como datos sensibles y como estados mentales. Pero los hechos son en sí siempre, no dependen de la percepción, ni de la ideología, etc.

3.- La ciencia. Sólo esta forma de mirar al mundo -según Russell- proporcionaría un acceso a la verdad. El conocimiento sería la incorporación de datos verificables (los que reconoce la ciencia) a una matemática debidamente fundamentada en la Lógica (yo creo que esta palabra en Russell debe ir con mayúscula). Russell llegará a decir que, entre las clases más cultivadas, sólo el científico es feliz. Quizás porque se asoma a la objetividad, a lo otro, a lo que no es su ego hipertrofiado (caso de los artistas, según Russell). En mi opinión, la mirada de la ciencia, al ser algorítmica (al predeterminar su objeto, al llevar una teoría dentro) funciona como censura. Censura útil para ciertas necesidades no problematizadas como tales. Russell sólo aceptará como real -como “hecho”- lo que pueda bailar -y respirar- con su diosa -su salvadora de la adolescencia: la “Lógica”, la “Lógica matemática”. Y así, poco a poco, se podrá ir dibujando el corazón del mundo como un lugar de belleza, de armonía, de paz. Para todos esos seres excepcionales que son los seres humanos.

4.- La religión. En 1956 Paul Edwards publicó una antología de diversos ensayos de Russell bajo el título “Why I am not a Christian”. Todos ellos se ocupaban de temas teológicos y religiosos. En el prefacio que redactó Russell se pueden leer estas afirmaciones:

En los últimos años ha habido el rumor de que me he hecho menos contrario a la ortodoxia religiosa de lo que fui antes. Este rumor es completamente infundado. Pienso que las grandes religiones del mundo -budismo, hinduísmo, cristianismo, Islam y comunismo- son tanto falsas como dañinas.

Pero, como ya señalé al comienzo de este texto, si se observa el modelo de totalidad de Russell con cierto detenimiento lo que aparece es un esquema puramente religioso: hay una divinidad omnipotente (más aún que el Dios de los monoteísmos), un camino para fundirse con esa divinidad (el que marca la salvífica gnoseología de Russell) y una gloria alcanzable en virtud de esa fusión. Una gloria finita, sí, pero quizás por eso más gloriosa todavía. También hay en Russell una fe enorme. Y también un enorme amor hacia el ser humano (tanto que detestará explícitamente el cristiano discurso de la culpabilización, del terrible pecado, del horrible sexo). Russell amará al ser humano más de lo que desde algunas religiones monoteístas parece amar Dios a sus criaturas.

En una entrevista de la BBC (1959) Russell afirmó que el amor es sabio y el odio estúpido. Y que la caridad y la tolerancia son vitales para la continuidad de la vida humana en el planeta.

5.-  La felicidad. Russell creyó que la felicidad humana era posible. Y luchó por ella. Por la suya y por la de los demás (a los que vio en general muy desgraciados). Y todo ello a pesar de que, dentro de su modelo de totalidad, no se aprecian posibilidades de libertad, de maniobra, para esa porción temporal de materia matematizada que sería el ser humano. Creo que Russell ofreció una metafísica para fundamentar una soteriología cuya esencia sería la necesidad de una fusión mística con la Lógica del Ser. El hombre podría fundirse con el fondo omnipotente de lo real (la Lógica matemática) y, ahí, olvidado de su yo egoísta, fluir, bailar el prodigioso baile matemático que somete todo lo real. Se trataría de ser uno con la diosa venerada por el adepto-Russell. Ese sería el camino de la felicidad, de la plenitud -finita- a la que puede aspirar el ser humano. “La conquista de la felicidad”, de Russell, es una preciosa obra que termina así:

El hombre feliz es el que no siente el fracaso de unidad alguna, aquel cuya personalidad no se escinde contra sí mismo ni se alza contra el mundo. El que se siente ciudadano del universo y goza libremente del espectáculo que se le ofrece y de las alegrías que le brinda, impávido ante la muerte, porque no se siente separado de los que vienen en pos de él. En esta unión profunda e instintiva con la corriente de la vida se halla la dicha verdadera (traducción de Julio Huici).

“La corriente de la vida”. ¿Qué es eso? Russell la conceptúa, y la siente, lógica, más lógica incluso que las no tan lógicas matemáticas con las que él quiso ordenar nuestra experiencia de lo real. Estaríamos ante una propuesta mística, de fusión, con una divinidad no problematizada. Un salto a ciegas dentro de un sol que Russell sintió salvífico en el horror de su infancia y de su adolescencia.

Su encuentro con las bailarinas lógicas (Pendiente de completar)

Lógos ([Véase].

Religión [Véase].

Dios [Véase].

Hecho [Véase].

Matemáticas [Véase].

En el vídeo que ofrezco a continuación se puede escuchar al propio Russell hablando sobre la experiencia religiosa que supuso para él su encuentro con las diosas matemáticas:

Bertrand Russell en la BBC 1959

Bertrand Russell no fue cristiano -ni comunista- porque estaba convencido de que esos credos -entre otros- eran muy perniciosos para el ser humano (un fin en sí mismo, una delicadísima y vulnerabilísima porción de la -ferozmente mecánica- materia del universo). Amó tanto al ser humano que lo puso por delante de su propia salvación “eterna”.

Creo que Russell llevó hasta sus últimas consecuencias el mensaje fundamental de Cristo: “Ama al prójimo como a ti mismo”.

David López

Sotosalbos, 13 de agosto de 2012.

“Filósofos míticos del mítico siglo XX”: Heidegger.

 

 

Heidegger. El monstruo político y ético. El genio filosófico y poético.

Hasta donde yo sé, Heidegger fue nazi. No fue en absoluto un hombre ejemplar. Para leerle, para pensar con él, para admirarle como filósofo, sobre todo tras la publicación reciente de sus Cuadernos negros (que la editorial Trotta comenzó a ofrecer en español a partir de 2015), tenemos que sacar de nosotros mismos una gran generosidad; o transcender el principium individuationis y considerar que Heidegger no pensó, sino que lo hizo el Ser: el Ser fue nazi: el Ser lo es todo, lo hace todo).

Debo reconocer que a mí me gusta leer a Heidegger. Mucho más que a Wittgenstein [Véase], cuyas frases de acero me dejan las pupilas heladas. Heidegger tiene un logos erótico. Wittgenstein no. Caminar por las frases de Heidegger me recuerda mucho el caminar por las frases de María Zambrano [Véase] (salvando todas las distancias obvias). El caminante va entre nieblas/hadas/palabras, retorciéndose entre las frases, reptando, volando, soñando, viendo esencias y transparencias, dicciones y contradicciones. Y, a veces, ocurre un fogonazo de luz, y se ve más de lo que soporta la condición humana; y, otras veces, la oscuridad es absoluta, y uno atisba la nada (el “Ser”) que recorta nuestra existencia (finita según cree Heidegger).

Heidegger. Estamos ante un surtidor de frases filosóficas que repugnan tanto como atraen. Pero leer y pensar su pensamiento es una experiencia excepcional. Él mismo vivió su propio pensar como un gran acontecimiento, con alegría, con euforia: pensando a veces su propio pensamiento como proveniente de algo que no era él mismo, sino el Ser. El Ser…

Tengo la sensación de que estamos ante un chamán paleolítico capaz de desarticular el mundo entero (nuestro entero poetizar) y ofrecer uno nuevo: claro/oscuro, fértil y mágico como la propia Selva Negra donde nació ese mago de la gramática filosófica.

Pero, en realidad, si asumimos sus ideas y razonamos desde ellas, Heidegger nunca pensó ni escribió nada. Y nosotros no podemos pensar lo pensado por él, salvo que, quizás, lo sintamos en nuestro “hueco”: dejando que el Ser se piense, y se extasíe con su Poesía, dentro de nosotros, que seríamos “momentos”, finitud angustiada, donde podría mostrarse el Ser a sí mismo. Seríamos algo así como lugares del encuentro, consigo mismo, de algo que no es ni siquiera metafísico porque no es “cosa”. No está ahí ante ningún sujeto.

Para Heidegger, para aquel “in-der-Welt-sein” (estar en el mundo), para aquel Dasein (estar ahí), el fragmento poético que voy a reproducir a continuación proviene del Ser mismo; y ha tenido que fulminar a otro Dasein  (el poeta Hölderlin) para escucharse. Según Heidegger, lo que vamos a leer ahora es lenguaje sagrado, algo que no proviene de un ser humano sino del Ser mismo. Vamos a oír la energía con la que se constituyen las cosas, con lo que se crea y se da nombre a los dioses. El Logos del Logos. La Poesía. La Poesía de Hölderlin (un pararrayos del Ser):

Derecho es nuestro, de los poetas, de vosotros

los poetas, bajo las tormentas de Dios afincarnos,

desnuda la cabeza;

para así con nuestras manos, con nuestras

propias manos robar al Padre sus rayos;

robárnoslo a Él mismo;

y, envuelto en cantos,

entregarlo al Pueblo, cual celeste regalo.

Este fragmento lo he sacado de la siguiente obra: Heidegger, M., Holderlin y la esencia de la poesía (traducción, comentario y prólogo de Juan David García Bacca), Antropos, Barcelona 1989, p. 34.

Acabamos de vislumbrar el estatus metafísico que Heidegger otorga al lenguaje poético y al poeta (como ser humano-pararrayos abierto Ser; y reventado por su omnipotencia y su ansia creadora, creadora por la palabra: “al comienzo fue el Verbo”).

Heidegger es también un poeta, digamos, genésico: crea un Maya de significantes y significados que, si se lo deja vivir en la inteligencia del lector, se presenta como un universo fabuloso. Pero Heidegger es también un Shiva en la historia de la Filosofía: un destructor que quiere regresar al origen, a un mítico momento en la historia del pensamiento humano en el que este pensamiento no se habría perdido en las preguntas por los entes (no se habría denigrado a pensar solo lo útil). Heidegger pretende acabar de una vez por todas con lo que él entiende por Metafísica: el pensamiento que se ocupa del qué de las cosas, o del qué de la suma suprema de cosas (Cosmología), o de la cosa suprema (Teología). Heidegger reivindica un regreso a la pregunta por el ser; el hecho de ser: aquello en lo que participan todos los entes. Todos los entes (las cosas) son. Sí. ¿Pero que es ser? ¿En qué consiste el Ser (con mayúscula ahora si se quiere)? Porque, obviamente, hay algo en lugar de nada. ¿Qué es el Ser (en cuanto sustantivización del verbo “ser”)?

¿Estamos ante una pregunta absurda, como creen muchos? ¿Se ha sustantivizado un verbo -el verbo ser- de forma artificial para crear un falso problema en la Filosofía?

A Heidegger sus alumnos le apodaron “El mago secreto del pensamiento”. Pero, siendo coherentes con ese pensamiento, Heidegger nunca pensó, pues, si lo hubiera hecho, su pensamiento, desde los presupuestos de su propio pensamiento, no valdría nada. La buena Filosofía que Heidegger pudiera habernos aportado solo lo sería en la medida en que fuera Poesía. Poesía del Ser, no suya, lo que le exigiría apartarse. Silenciarse. Un pararrayos silencioso. Suicida. Un Dasein crucificado en un poetizar que no es suyo, sino de lo Impensable. De la Nada si se quiere.

Heidegger fue, como todos los grandes filósofos, un poeta. Y, como todos los grandes poetas, un filósofo.

Machado dijo: “Los grandes poetas son metafísicos fracasados. Los grandes filósofos son poetas que creen en la realidad de sus poemas”.

Y es que para Heidegger el ser humano (el Dasein) no puede acceder a la verdad, no puede conocer el Ser, lo que hay siempre (la base de las finitudes). Es el Ser mismo el que quiso desvelarse, a sí mismo, en Heidegger… a quien, según nos dijo este filósofo, solo debemos leerle si es poeta, porque solo la Poesía es Filosofía. Esta concepción de la Filosofía se acentúa en el “segundo Heidegger”… a partir de Sein und Zeit (1927). Se oye latir el corazón de Novalis. Y el de Nietzsche también.

Heidegger. El filósofo-nazi. El monstruo. El gran chamán de la Selva Negra. El poeta del Ser. Los nazis también fueron y son epifanías del Ser. No hay nada que no sea en el Ser.

Todo es en el Ser. Es prodigioso que haya algo en lugar de nada.

Algo sobre su vida

Messkrich 1889-Friburgo 1976. Nació el mismo año que Wittgenstein (el año en que el cerebro de Nietzsche se apagó para siempre… hacia el exterior al menos). Se dice que ambos — Heidegger y Wittgenstein — se disputan el primer puesto en la filosofía del siglo XX. Ambos tienen una biografía impactante. Ambos son grandes mitos del mítico siglo XX.

Familia católica. Él abandonó pronto el catolicismo (pero se enterró finalmente en este credo). Estudió Filosofía y Teología. Yo me atrevería a decir que estamos ante un caso claro de teólogo oculto, como lo son la mayor parte de los filósofos, incluidos por supuesto Marx y Sartre. Todos los poetas y filósofos son teólogos; y muchos luchan toda su vida para no serlo. O para no parecerlo, al menos.

El libro con el que Heidegger accede  a la docencia universitaria (titulado La doctrina de las categorías y del significado de Duns Escoto) concluye con una frase de Novalis que ya he traído aquí alguna vez:

En todas partes buscamos lo incondicionado, y lo único que encontramos siempre son cosas.

Discípulo de Edmund Husserl [Véase] le dedicó Sein und Zeit [Ser y Tiempo]: una obra fundamental del siglo XX. Inconclusa, como quizás lo está todavía ese siglo prodigioso.

Se afilió a partido nazi; y en 1933 — cuando Hitler ganó las elecciones — fue nombrado rector de la universidad de Friburgo. Abandonó su cargo muy pronto. En su “época nazi” escribe obras de enorme interés filosófico.

Es importante su relación (extramatrimonial) con Hanna Arendt. Su alumna y amante judía. Su musa. Una mujer hiperlúcida a la que debemos ideas  como la de “totalitarismo” (hizo equivaler a Stalin con Hitler en una época en la que la intelectualidad europea estaba hipnotizada por la escolástica marxista). Acuñó también lo de los “crímenes contra la humanidad” y lo de la “banalidad del mal”. Hanna Arendt, la filósofa judía, veneró a su maestro-amante nazi hasta su muerte.

Finalizada la segunda guerra mundial, y aniquilado el régimen nazi, Heidegger es apartado del mundo universitario. Está bajo sospecha. En los años cincuenta empieza poco a poco a ser rehabilitado, perdonado en parte, diríamos.

En su Selva Negra construyó una cabaña donde solía retirarse a pensar. Estamos ante un chamán, no hay que olvidarlo: retiro, silencio, soledad salvaje, desactivación del hechizo colectivo que es toda sociedad, fascinación ante el sublime espectáculo de su propio pensamiento. Heidegger, según Gadamer, tenía algo primitivo: le gustaba partir leña, vestirse como los granjeros, hablar como ellos. Heidegger quizás fue un salvaje. De ahí su fuerza. Su irresistible atractivo poético. La pre-socrática ambición de su mirada. Gadamer destacó la fuerza imaginativa que irradiaban los ojos de su maestro.

Murió en 1976. Está enterrado en su ciudad natal (Messkirch) y, al parecer, pidió que se oficiara una misa católica en su funeral.

Algunas de sus ideas

– ¿Tiene “ideas” Heidegger? A este filósofo se le acusa de realizar un uso extremo del lenguaje, que llega incluso a retorsiones y violencias intolerables. Karl Popper le agrupa, con Hegel, en un tipo de pensador deshonesto, que, al no expresarse inequívocamente, tampoco puede ser refutado inequívocamente. Lo cierto es que Heidegger expresamente calificó el afán de hacerse entender como el suicidio de la Filosofía. Él dijo que escribía para “los pocos”, “para los raros que tienen el valor supremo de la soledad para pensar la nobleza del Ser”. En realidad esos “pocos” serán los que quiera el Ser utilizar para autodesvelarse. La influencia del Maestro Eckhart aquí es enorme.

– La gran pregunta. Heidegger fue ayudante de Husserl, filósofo al que se tiene por fundador del método fenomenológico. Su máxima fue Zu den Sachen selbst [a las cosas mismas]. Se pretendía instituir un método de limpieza y organización del proceso del conocer, un poco al estilo de Descartes. Husserl al final lo reduce todo a una conciencia (que es lo último que queda incuestionable, mucho más allá del yo pienso de Descartes): una conciencia que recibe contenidos aquetipizados. El fenomenólogo pretende encontrar en la masa de contenidos de conciencia (el material a conocer) las esencias, los tipos de repetición… los quids… desencarnados de los hechos sin más. Heidegger afirma que ha utilizado este método para solucionar la pregunta que se hace al comienzo de su obra fundamental (El ser y el tiempo). La pregunta es sencilla y descomunal… ¿Qué es el Ser? O, planteada de otra forma: ¿Cuál es el sentido del ser, eso que no es ningún ente pero en lo que participa todo ente?

– El Dasein. Heidegger, en su esfuerzo por pensar el Ser, empieza por analizar fenomenológicamente (como contenido arquetipizado de conciencia) al ente que se hace esa pregunta: un ente que solemos llamar “ser humano”, pero que él bautiza con el nombre Da-sein. El “estar ahí”. La esencia fenomenológica del ser humano es que está ahí, arrojado al mundo… a que se las componga como pueda. Su ser es “in-der-Welt-sein”. Ese ente arrojado es el que se hace la pregunta por el Ser. Y no es un ente sin más, no es un ente más: su ser (su esencia como ente) es una posibilidad: puede actualizarse o no: es una trascendencia, un esencial salir de sí mismo para desplegar su proyecto en el tiempo, hacia el futuro, que es lo decisivo. El tiempo. El hombre debe conquistarse, actualizarse, en un brevísimo vector de tiempo. Puede también perderse. Aunque al final todos los Dasein se pierden en la nada de la muerte. El Dasein no es un ente como los demás, sino un existente: en su ser le va el ser.

– ¿Por qué hay algo? Ante la pregunta clave de la metafísica, planteada por Leibniz, de por qué hay algo, y no la nada, Heidegger considera que lo que hay que comprender es que es la nada la que sostiene todo y en la cual sobrenada todo ente.

– El conocimiento. ¿Para qué? Heidegger quiere rectificar a su maestro Husserl y a toda la filosofía occidental eliminando la posición cognoscitiva del ser humano en el mundo… No, para el Dasein el mundo no es algo para ser conocido objetiva y desinteresadamente, sino para ser utilizado: es utensilio. Algo tendrá sentido cuando sepamos qué hacer con ello. Hay que trascender el conocimiento útil y acometer el conocimiento del Ser.

– La muerte. El Dasein, que es esencialmente proyecto, posibilidad de actualización, se encuentra con que el mundo se le resiste. Pero, sobre todo, se encuentra con la evidencia de la muerte: el fin de toda posibilidad. La nada. Tomar consciencia de esa nada que determina por fuera toda existencia individual produce angustia. Y así debe ser, según Heidegger. La muerte. Ante ella todos los proyectos humanos son iguales: nada. Hay que soportar la verdad de la nada de la muerte que nos espera. Con angustia. Ese es el estado auténtico que nos permitirá vislumbrar quizás lo completamente otro de todo proyecto. El silencio.

– El Ser. Heidegger al final afirma que el Dasein, aunque sea un ente privilegiado (que se pregunta por el Ser y tiene esa cosa hiperpeligrosa del lenguaje) no puede decir-pensar el Ser. El segundo Heidegger, sin embargo, nos da algunas “indicaciones” sobre el Ser:

  • La existencia es una determinación inesencial del Ser.
  • Lo mejor para aprehender el Ser es no aprehenderlo.
  • El Ser es como una especie de luz, alojada en el lenguaje poético o creador.
  • Acceder al Ser no es conocerlo, sino habitarlo.
  • No es el fondo de las cosas, ni algo escondido.
  • Es la realidad misma.

El Ser de Heidegger… Muchos han sufrido mucho para atisvarlo. Él avisa no obstante que no hay nada que hacer si el Ser no quiere desvelarse a sí mismo.

¿Cómo? Puede hacerlo en la finitud del hombre mediante el rayo de la poesía. Eso sí: calcinando de plenitud a los poetas.

En 1947 en Carta sobre el Humanismo, Heidegger afirmó:

“Dicho sencillamente, el pensar es el pensar del Ser.” Se refiere al pensar de verdad, no al de Platón y sus seguidores. Es el Ser el que piensa en nuestro pensar.

Lo he recordado párrafos arriba: Heidegger leyó y veneró a Eckhart. Y estudió mucha mística.

Aquí está la clave de la denuncia que Heidegger hace a toda la metafísica occidental desde Platón. Fue este filósofo el que creó el equívoco. No es el ser humano, su mente finita y lingüística, quien accederá a la verdad, al Ser, finitándolo y cosificándolo por tanto. Parménides, Anaximando y Heráclito sí lo vieron claro: es el propio Ser el que se desvela, a sí mismo, o no, en esa finitud que es el Dasein, mediante el lenguaje sagrado de la Poesía, que puede incluso decir el Ser: lo que no puede ser dicho. La Poesía, que brota del Ser, lo puede acoger para que el propio Ser se lea, se escuche, en esos entes extraordinarios que son los poetas.

– Propuesta soteriológica de Heidegger: callarse, para escuchar al Ser. Mejor dicho quizás: callarse para que el Ser se escuche a sí mismo en el Dasein. Asumir la nada que se es en cuando ente. Dejar que la Poesía del Ser rellene nuestro silencio con el infinito del que proviene.

– Silencio. El paraíso soñado por los esclavos, y por los sacerdotes, de la diosa Vak.

Produce enorme angustia el final de El Acantilado de Hölderlin. El poeta se dirije así al dios del mar:

y si el tiempo impetuoso conmueve demasiado violentamente mi cabeza,

y la miseria y el desvarío de los hombres estremecen mi alma mortal,

¡déjame recordar el silencio en tus profundidades”.

Porque la locura no es silencio. Como no hay silencio en los sueños. Según Heidegger a Hölderlin el silencio le llegó con la muerte (lo cual es mucho suponer).

La nada. Dijo Heidegger: “Somos elipsis de la nada” (omisiones que no alteran su sentido)

Frutos de la nada, como dijo Eckhart.

Creo que la mejor imagen de un Dasein (de un ser humano) es la flor de un almendro: la nada reventada de belleza.

David López

 

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“Filósofos míticos del mítico siglo XX”: Karl Popper

 


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Karl Popper está entre los filósofos fascinados (excitados) por el espectáculo de lo que parece ser un progresivo desocultamiento de la verdad (un espectáculo muy erótico por cierto… la Diosa Verdad se desnuda muy lentamente, pero nunca del todo… y si lo hiciera, si se desnudara, según Popper tampoco podríamos saberlo). No sé si Popper concibió que pudiera verse ese prodigioso cuerpo completamente desnudo -me refiero a la  Verdad- pero sí hizo todo lo que pudo para ofrecer un método de acercamiento a ella… La diosa “Verdad”. ¿Cómo imaginarla siquiera? ¿Alguien se atreve?

Un nombre que vibra en la narración clásica de la Filosofía occidental es el de Parménides, el hiper-mítico “filósofo” presocrático. En el prefacio a su antología de ensayos sobre la ilustración presocrática (27 de febrero de 1993-un año antes de su muerte), Popper afirmó que con Parménides había aprendido “a mirar a Selene (la luna) y a Helios (el sol) con nuevos ojos; ojos iluminados por su poesía”. Y dijo que Parménides abrió sus ojos a “la belleza poética de la Tierra y los cielos estrellados”.

Popper fue un cosmólogo y un cosmófilo: un enamorado de un mundo poético capaz de ofrecer vivencias contundentes a pesar de su incapacidad de mostrarse como verdad final. A Popper le fascinaban las ideas y las teorías (las palabras, las poesías en definitiva) y creyó en la existencia de la Verdad -con mayúscula.

Un concepto fundamental en Popper (y en toda la epistemología del siglo XX) es el de “teoría”. No está claro qué es eso de “teoría” y, de hecho, cada una de las distintas corrientes epistemológicas ofrece su particular definición de ese concepto para ellas fundamental. “Teoría”, según la segunda definición que ofrece la Real Academia Española, puede significar lo siguiente: “Serie de leyes que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos”.

Y Popper ofreció una muy relevante teoría sobre las teorías: el falsacionismo (Falsifikationismus): toda teoría, para que sea científica, debe poder someterse a los hechos, debe ser falsable. No podemos saber nunca si una teoría es verdadera, pero sí podemos descartarla como falsa. Lo paradójico es que esta teoría de Popper no es falsable. No es científica por lo tanto. Quizás esto no preocuparía demasiado al propio Popper, pues este filósofo fue capaz de ver que la ciencia -la ciencia moderna- se apoya en una fe: en un sistema de creencias no verificables empíricamente: la creencia en que hay un cosmos ordenado, la creencia en que el mundo está ahí, objetivo, fuera de nosotros, la creencia en que existe la causalidad…

En cualquier caso Popper parece que creyó -o quiso creer, desde la fe- que vivimos bajo un cielo platónico: bajo una estructura ordenada y potencialmente cognoscible, al menos de forma parcial, e incluso expresable mediante teorías (esa mezcla entre tejidos matemáticos y tejidos de lenguaje común). Creyó también Popper que la ciencia avanza y que ese avance va ofreciendo porciones de la Verdad. ¿Y qué esperamos de la Verdad, de esa descomunal Verdad que sería el punto de llegada del método popperiano? ¿Qué haríamos con ella? Saquemos una vez más las alas de nuestra imaginación: ¿de qué seríamos capaces si supiéramos todos los secretos del universo, si tuviéramos todo el poder que esos secretos nos ofrecerían? ¿Para qué tanto poder?

¿Fabricaríamos mundos? ¿Nos meteríamos en ellos a jugar juegos diseñados por nosotros mismos? ¿Confeccionaríamos sueños artificiales para vivir en ellos todo lo que deseáramos? ¿Cómo desear algo desde la Omnipotencia implícita en la posesión de la Verdad absoluta?

Popper me desconcierta en muchas ocasiones. La verdad es que aún no le he leído lo suficiente. No termino de ver su mirada. Sí parece estar claro que es un realista metafísico y epistemológico (cree en la existencia de un mundo objetivo teorizable)… cree que lo que hay tiene forma y se presenta objetivamente ante subjetividades que pueden conocer esa forma (aunque de forma conjetural, nunca con certeza plena).

Sospecho que las teorías, si son eficaces con sus hechizos, crean mundos: no son acercamientos a la verdad, sino configuraciones poéticas de la mente de un mago prodigioso que coincide con nuestro verdadero yo. Quizás Popper vería en estas afirmaciones una suerte de charlatanería con reminiscencias romántico-alemanas. Pero la visión de la ciencia como actividad basada en una fe (en un “auto-hechizo” en definitiva) me empujan a vislumbrar esos abismos mágicos en el fondo de la metafísica popperiana. Más adelante trataré de configurar una epistemología teológica a partir de ciertas intuiciones hindúes.

Con ocasión de Popper considero que pueden mostrarse dos distintos tipos de metafísicas: 1.- las metafísicas legaliformes (las que vertebran el Ser en leyes fijas, accesibles o no al ser humano); y 2.- Las metafísicas no legaliformes, que soportan pensar lo que hay como algo libre, creador, omnipotente, mágico en definitiva: capaz de segregar desde dentro de su nada mágica infinitas formas de orden, todas provisionales, todas aparentemente inamovibles cuando están activadas.

Popper fue un racionalista, “un racionalista crítico”. Pero leerle produce una fabulosa sensación de inmensidad, sobre todo cuando se opone al historicismo y al holismo. Según Popper la ciencia se enfrenta a una descomunal inmensidad: sólo puede ofrecer teorías sobre aspectos minúsculos de esa inmensidad, nunca sobre la totalidad. Lo que hay, según uno va pensando con Popper, se expansiona hasta convertir nuestra mente en una pura ventana, cuyo sentido sería tan solo dejar que pasara la brisa del infinito (una ventana de una casa donde cobijarse con otros seres humanos, donde poder compartir esa brisa, teorizarla, disfrutarla, sabiendo que jamás podrá ser apresada en un sistema).

Algo sobre su vida

Viena 1902/Londres 1994. Origen judío. Estudió Física, Matemáticas y Filosofía en Viena. Se acercó al marxismo, pero enseguida se volvió muy crítico con las derivadas violentas, dogmáticas y totalitarias de este credo. Colaboró en la clínica de terapia infantil de Adler. En 1928 se doctoró en Filosofía con una tesis titulada Sobre la cuestión del método de la psicología del pensamiento. Más tarde consigue la cátedra de Matemáticas y Física para educación secundaria. En 1934 se publica su obra capital: Die Logik der Forschung (Traducida en España como La lógica del descubrimiento científico). Se le vinculó con el Círculo de Viena. Es cierto que el contacto con este grupo de metafísicos que creyeron ser antimetafísicos aportó mucho a Popper, pero también lo es que Popper fue algo así como el adversario oficial de dicho grupo. El hecho de ser judío le obligó a emigrar a Nueva Zelanda con parte de su familia (otra parte, dieciséis en concreto, fueron asesinados por los nazis). Popper ejerció la docencia en el Canterbury University College de Christchurch. Allí escribió una obra de gran relevancia política: The Open Society and its Enemies [La sociedad abierta y sus enemigos]. En 1946, recién acabada la segunda guerra mundial, Popper recibe una oferta de la London School of Economics. Miembro de la Royal Society, nombrado Sir, miembro también de la Mont Pelerin Society… En la London School of Economics,  debido a la vehemencia con la que exponía sus puntos de vista, Popper se ganó el mote de “liberal totalitario”. Sus cenizas están en un cementerio de Viena, junto a las de su esposa.

Desde la epistemología popperiana no cabría encerrar eso que sean “las cenizas de un cuerpo humano” en ninguna teoría ya petrificada como “verdadera”. Las “cenizas” -y las “muertes”- podrían estar ubicadas en realidades inimaginables para cualquier teórico humano.

Ofrezco un vídeo a continuación donde cabe contemplar la parte de Popper que nos permiten ver las teorías a partir de las cuales miramos -recortamos, configuramos- el infinito de lo real. Es una entrevista que realizó Ernst Gombrich en 1988:

Entrevista a Popper por Ernst Grombrich

Hay otra entrevista que merece ser contemplada. Incluso si no se conoce el idioma alemán. El baile de la cara de Popper es muy interesante:

Entrevista a Popper. Podemos saber si está o no está lloviendo.

En la entrevista anterior Popper afirma que hay afirmaciones correctas y afirmaciones falsas. Podemos decir si está o no lloviendo. Pero se trata de afirmaciones sobre temas triviales, no sobre las complejidades a las que se asoma la ciencia. Ahí no cabe verificación. Wittgenstein [Véase] llegó a negar la posibilidad de disfrutar incluso de esa certeza de la certeza de que esté o no lloviendo.

Algunas de sus ideas

– Cosmología. Popper es un cosmófilo y trabaja para que la humanidad se acerque, con sus teorías, a una cosmología. En su obra La lógica de la investigación científica afirma Popper que el problema filosófico de entender el mundo (la cosmología) interesa  a todos los hombres que reflexionan; y dice también Popper: “tanto la filosofía como la ciencia perderían interés para mí si abandonaran tal empresa”. Hay cosmos, cree Popper: y cabe conocerlo. Y para ello marca una especie de camino casi imposible pero prodigioso hacia un milagro, digamos, semántico: que alguien diga el Ser, que diga como es, cómo se comporta, y que lo haga con frases humanas. Popper, ante la pregunta de dónde demonios estamos, creo que respondería: estamos en un cosmos, en algo ordenado según está ordenada la razón humana. Y ese algo existe objetivamente: no es interior, no es un producto imaginativo de una conciencia.

– Verdad. Existe. Con mayúscula. Y cabe acercarse a ella. Cabe casi palparla con las llemas de los dedos de las teorías humanas. En su obra Conjeturas y refutaciones dice Popper algo muy interesante: las teorías, aunque sean refutadas, aspiran a describir algo real. Ponerlas a prueba permite comprobar que hay una realidad con la que entran en conflicto. “Nuestras refutaciones, por tanto, nos muestran, por así decirlo, los puntos en los que hemos tocado la realidad”. Me pregunto si esa “realidad absoluta” a la que parece estarse refiriendo Popper nos sería algo así como una incineradora de ideas, de cosmologías: un horno de legaliformidades que nacen y mueren ahí mismo: una “llama de amor viva” (por utilizar la potente imagen de San Juan de la Cruz), capaz, a su vez, de sacar de ella infinitos modelos de verdad a través de eso que, desde determinado cosmos, parecen ser “seres humanos” creando, imaginando, hipótesis validas sobre lo real (en realidad poesías, según mi visión).

Falsifikationismus (Falsacionismo). Es quizás la propuesta fundamental de Popper. Y se trataría de una propuesta puramente metodológica: un camino hacia algo. Para Popper el esfuerzo filosófico fundamental debe estar enfocado hacia la obtención de teorías que se acerquen lo más posible a la verdad. El falsacionismo serviría para distinguir las teorías científicas (la relatividad de Einstein) de las que no lo son (psicoanálisis). Y para que una teoría sea científica debe presentarse de forma que pueda ser refutada por los hechos, aunque esa teoría no sea capaz luego de explicar demasiado. Habría teorías científicas mejores y peores, pero para ser científica una teoría, según Popper, debe ser falsable con los hechos. No obstante, que una teoría no sea científica -que sea puramente especulativa, o metafísica- no convierte, según Popper, a esa teoría en algo carente de significación. De hecho, habría muchas teorías científicas que tendrían su origen en teorías metafísicas (como la teoría corpuscular de Demócrito). El falsacionismo, según Popper (pero no según Lakatos) nos permite descartar teorías, pero no nos permite afirmar la veracidad de ninguna teoría: no podemos comprobar todas las consecuencias de una teoría, ni podemos considerar las infinitas teorías alternativas que podrían desmentir la que creemos válida. Popper nos asoma al abismo de la inmensidad de lo que hay. Nos arroja al océano de la infinita ignorancia. En cualquier caso, tengo la sensación de que el falsacionismo es una teoría no falsable: una teoría no científica que serviría para guiar esa búsqueda en la que está involucrada la Ciencia. ¿Qué busca? ¿Qué quiere?

– Contra la inducción. La inducción fue considerada por la ciencia moderna (Bacon, Galileo, Newton) como un método eficacísimo para descubrir las leyes del universo. Popper, despertando gracias a Hume del sueño dogmático, ve con claridad que una repetición de hechos, por muy larga que sea, no permite afirmar -dogmáticamente- una ley general que ordene esa repetición. Por muchas miles de veces que veamos cisnes blancos, no podemos afirmar que todos los cisnes son blancos. La ciencia, desde la concepción de Popper, avanzaría hacia la Verdad, pero nunca podría disfrutarla. ¿O sí? ¿Cómo sería ese disfrute? Vuelvo a las preguntas y a las propuestas que compartí al comienzo de este texto.

– Contra la Cambridge-Oxford Philosophy. Popper afirmó que había que dejar de preocuparse por las palabras y sus significados, para centrarse en lo que para él era crucial: las teorías criticables, los razonamientos y su validez. No creyó Popper, como creo yo, que el lenguaje podría ser considerado una especie de protofísica: es dentro del lenguaje siempre donde trabaja el físico. El físico siempre trabaja en un sistema de universales [Véase]: no opera en lo que hay, sino en lo que un lenguaje determinado establece como lo que hay.

– Siempre se observa desde una teoría. No habría hechos puros. Popper propuso un experimento a sus lectores: “Observen, aquí y ahora”. Popper sabía que el lector se sentiría incómodo, deseoso de preguntar: “¿qué tengo que observar?”. Siempre se mira desde un presupuesto, desde una pregunta. Los experimentos de la ciencia buscan la solución de problemas teóricos, problemas que a su vez son considerados como relevantes para una determinada sociedad. Toda investigación intenta mejorar o corregir teorías anteriores. No parte de una mirada limpia. ¿Qué se vería si se mirara lo que hay desde un silencio teórico radical? ¿Qué cosas nos estarán rodeando sin que las podamos ver por carecer precisamente de una teoría que las destaque?

– La teorías. La imaginación. Popper afirmó que el origen de las teorías científicas puede ser de cualquier tipo. Pero que la clave estaría en la creatividad. Y en la imaginación. En mi opinión cabría exigirle a las teorías físicas actuales que expliquen su propio origen dentro de la materia: ¿cómo ocurre, físicamente, la génesis de las propias teorías de la Física?

– Determinismo/Libertad. En su obra The open universe. An argument for indeterminism (Routledge, New York, 1982), afirma Popper que no es determinista; y que quiere dejar un hueco en la física teórica y en la cosmología para el indeterminismo: el pasado, el presente y el futuro no estarían ya inmovilizados en una especie de película cinematográfica (p. 5). Y dice Popper estar profundamente interesado en la defensa de la libertad humana y de la creatividad humana (aunque, como es habitual en este pensador, se niega a entrar en cuestiones semánticas del tipo “¿qué entendemos por libertad o creatividad?”). Yo creo no obstante que esas cuestiones son decisivas. Y no termino de ver cómo es la libertad humana dentro del modelo de totalidad de Popper. Tampoco veo cómo se puede afirmar esa libertad si no contamos con una teoría probada sobre qué somos y dónde estamos y qué pasa en realidad cuando parece que pasa algo. En cualquier caso parece que Popper se niega a aceptar un futuro coexistente con el pasado; y, al referirse al determinismo religioso (Dios, creador, omnipotente y omnisciente, conoce ya el futuro) arguye que si efectivamente Dios conoce ya el futuro, entonces ese futuro está ya fijado, es inalterable, incluso para Dios (lo cual eliminaría su omnipotencia). Me vienen ahora a la memoria -a la conciencia- fenómenos que quizás sean comunes para todos los seres humanos (o para muchos, espero). Hay situaciones en las que nos vemos ante una encrucijada causal: sabemos que cabe hacer algo que puede provocar una concatenación de sucesos. Y los vemos, como una película entera. Somos algo así como omniscientes: el futuro nos es mostrado, pero decidimos no activarlo: no “crearlo” con nuestra decisión. Cabría por tanto se omnisciente de un futuro, omnipotente y, a la vez eliminar ese futuro. Soy consciente de la liviandad de mi argumento, pero creo que es oportuno traerlo aquí.

– Relojes y nubes. En la citada obra The open universe, ofrece Popper fuertes argumentos contra la teoría de que habría realidades sujetas a determinismo “científico” y otras libres del mismo. Popper utilizar las comillas para explicitar que la ciencia -la buena ciencia- no debe ser determinista. Y señala que el comportamiento de las nubes sería tan predecible como el de los relojes si nuestro conocimiento de las primeras fuera tan preciso como el de los segundos. Pero también dice que en realidad no conocemos en profundidad la situación inicial de ningún reloj, lo cual nos impide hacer predicciones sobre su comportamiento: no podemos saber exactamente lo que está influyendo  a nivel subatómico en sus manillas, etc…. Podemos predecir, según Popper, pero eso no nos permite admitir el determinismo “científico”: “El crecimiento continuo de nuestros poderes de predicción no constituyen ninguna razón válida para afirmar que el determinismo “científico” es válido” (p. 14). Popper fuerza mucho los cimientos de su propio método… problematiza aparentes obviedades, pero siempre dentro de un modelo de totalidad invariable: existencia del mundo objetivo, el cual estaría vertebrado en una Verdad que podría llegar a ser teorizada.

– Su fascinación por Parménides. Su debate con los presocráticos. Como ya indiqué al comienzo de este texto, disponemos de una antología de los ensayos que Popper dedicó a los pensadores presocráticos. Para estas notas estoy utilizando la edición española: El mundo de Parménides. Ensayos sobre la ilustración presocrática (traducción de Carlos Solís), Paidos, Barcelona, 1999. En el prefacio a dicha obra quizás esté todo Popper (una confesión final poco antes de su fallecimiento). Repito lo que escribí algunos párrafos más arriba: Popper afirmó que con Parménides había aprendido “a mirar a Selene (la luna) y a Helios (el sol) con nuevos ojos; ojos iluminados por su poesía”. Y dijo que Parménides abrió sus ojos a “la belleza poética de la Tierra y los cielos estrellados”. Poesía otra vez. Vak (la diosa védica de la palabra otra vez haciendo ostentación de su poder). Escribe Popper en el ensayo  siete de esta antología enamorada: “Las ideas, los productos y contenidos del pensamiento, ejercen una influencia casi omnipotente sobre las mentes humanas, así como la dirección que puede tomar la ulterior evolución de las mismas” (p. 195). Creo que es cierto. Pensemos en Kant, mirando fascinado un cielo estrellado, hiper-real, pero que en realidad era una poetización -una idea- de Newton. Sigamos con la antología. El ensayo número siete tiene un epígrafe que lleva por título “El conocimiento sin fundamentos”. Creo que aquí encontramos una especie de holografía de todo el pensamiento popperiano. Voy a reproducir íntegramente su primer párrafo:

“Lo que denomino la actitud racionalista crítica va un tanto más allá de la actitud de apreciar las ideas y su discusión crítica. El racionalismo crítico es consciente (cosa que no le ocurría a Parménides) de que nunca puede probar sus teorías, aunque en el mejor de los casos pueda refutar algunas de las de sus competidores. Así, el racionalista crítico nunca trata de establecer una teoría teoría acerca del mundo, pues no cree en las “fundamentaciones”. Con todo puede creer -como hago yo mismo- que si producimos muchas ideas en competición y las criticamos seriamente, con suerte puede que nos acerquemos a la verdad. Este es el método de conjeturas y refutaciones, es el método de correr muchos riesgos  produciendo muchas hipótesis (competidoras), es el método de cometer muchos errores y de tratar de corregir o eliminar algunos de esos errores mediante una discusión crítica de las hipótesis que compiten. Creo que este es el método de las ciencias naturales, incluida la cosmología, y pienso que también se puede aplicar a los problemas filosóficos. Sin embargo, en una época creí que la aritmética era diferente y que podía tener “fundamentos”.  Por lo que atañe a la aritmética, quien fuera mi colega, Imre Lakatos, me convirtió a la creencia contraria cuatro o cinco años de que escribiera la primera versión de su ensayo. A él le debo mi punto de vista actual de que no sólo las ciencias naturales (y, por supuesto, la filosofía), sino también la aritmética, carece de fundamentos. Con todo, ello no nos impide intentar siempre, como sugería Hilbert, “establecer lo fundamentos a un nivel más profundo, a la manera en que es preciso hacerlo con un edificio cuando aumentamos su altura”, siempre y cuando por “fundamentos” entendamos algo que no garantice la seguridad del edificio y que pueda cambiar de manera revolucionaria, como puede ocurrir en las ciencias naturales”. No obstante lo que acabamos de leer, tengo la sensación de que Popper rechaza la existencia de fundamentos para la ciencia -como camino hacia la Verdad- pero no que esa Verdad está perfectamente fundamentada. Tendré que pensar más sobre esto.

– El anti-historicismo. Popper, en su obra The Poverty of Historicism (1961), criticó duramente las concepciones historicistas; esto es: la creencia en que la Historia avanza en virtud de unas leyes -existentes en sí- que, además, el ser humano puede descubrir, lo cual le permitiría hacer predicciones. Popper consideró que esta creencia -esta superstición-tendría sus orígenes en Hegel y en Marx, ambos falsos profetas (y un deshonesto charlatán el primero). La Historia, según Popper, no tendría ley alguna. El futuro estaría siempre abierto. ¿Y por qué no dejó el cielo también abierto? ¿Por qué no escribió Popper una obra titulada “El ser abierto y sus enemigos”?

– El anti-holismo. En mi opinión aquí Popper estuvo inmenso. Los holistas serían aquellos que creerían que lo que hay puede ser completamente conocido; e, incluso, transformado gracias a ese conocimiento. Hay quien dice “cuando ya comprendes…” Para Popper no podemos conocer ni siquiera porciones minúsculas de la realidad. Las teorías de que disponemos solo se ocupan de parcialidades, y son además falsables hasta el infinito (nunca dispondremos de todos los hechos, ni de todas las teorías posibles). El holismo además, según Popper, puede empujar a un totalitarismo en política. Yo creo que hay totalitarismo peores que los de la política: me refiero a los totalitarismos del alma, de la mente: las robotizaciones, mineralizaciones, de la nada mágica que constituye nuestro verdadero ser.

– Agnosticsimo. Popper apenas se pronunció sobre el tema “Dios” o “religión”. Sí se distanció expresamente de las religiones clásicas (cristianismo, judaísmo) y del arrogante ateísmo. Veo el agnoscitismo de Popper como una mística del silencio. Vínculo sereno con el misterio infinito. Quizás Popper vibró ahí. Entusiásticamente.

– “La sociedad abierta y sus enemigos”. Una obra crucial del siglo XX. Popper se presenta como un pensador comprometido con el proyecto humano. Cree que un intelectual puede aportar ideas útiles para su sociedad. Y él cree en la libertad: toda sociedad debe propiciar las condiciones óptimas para el despliegue de la libertad humana; y también para que sea posible evolucionar (cambiar) sin derramamiento de sangre. Todo ello dentro de un templo colectivo llamado “razón”: cabe razonar, desde la libertad, y evolucionar, aprovechando los recursos que va ofreciendo la investigación científica a partir de teorías que, si bien nunca sabemos si son verdaderas del todo, sí son útiles para lo que la sociedad humana va necesitando en cada momento. Popper no obstante sí legitimó la violencia, siempre que su objetivo fuera crear un estado de cosas en virtud del cual fueran posibles las reformas sin violencia. Popper fue un gran enemigo de los totalitarismos en política. Por eso fue tan crítico con el marxismo, aunque vio en esta religión algunos presupuestos muy válidos. Sería Platón, según Popper, el gran impulsor de los totalitarismos. En mi opinión el totalitarismo de Platón alcanzaría el mismo cielo. No creería Popper, como sí lo hizo Kepler, que las estellas son Jesucristo: pura magia que nos ama. No veo a Popper dispuesto a luchar por una liberación -una desteorización radical- del cielo. Al trasluz de las frases de Popper se atisba un cielo descomunal, fascinante por su complejidad (más fascinante incluso de lo que parece ser el propio Dios desde algunas teologías), pero no libre.

Algunas ideas mías

– Todas las teorías de ese credo autodenominado “Ciencia moderna” son metafísicas: ofrecen modelos de lo invisible (de todo en realidad, porque no vemos nada). Y toda metafísica se presenta ante la tribu (ante la sociedad) como un preparado lingüístico: son poesías [Véase “Poesía“]. Pero poesías capaces de crear un mundo entero en la conciencia, mundos habitables, pero temblorosos siempre. Las teorías/poesías que va suministrando la Ciencia son Verbo en el sentido que esta palabra tiene en el famoso arranque del Evangelio de San Juan: “Al comienzo fue el Verbo”.

– Toda teoría científica inscribe un cielo, no lo describe. Me fascina imaginar cuántos cielos físicos están todavía por ser descritos/inscritos.

– Desde cierta teología hindú cabría ensayar una epistemología. Me refiero a la trinidad Brahma-Vishnú-Shiva. Se trata de tres lados de un mismo triángulo prodigioso. Brahma es el creador de los mundos (imaginemos a Newton creando la mecánica clásica o a Einstein creando la teoría de la relatividad). Vishnú es el custodio de los mundos (imaginemos a todos los profesores de Física, a los filósofos paradigmáticos, a los buenos ciudadanos que sienten ese mundo creado y lo protegen con vehemencia). Shiva es el destructor de los mundos (toda teoría del mundo, todo paradigma, todo cielo platónico, termina por ser destruido: pensemos en Copérnico dinamitando el universo geocéntrico y produciendo estupor horrorizado a poetas como John Donne). Lo prodigioso es que esas tres divinidades hindúes son en realidad una, que opera así, como un artista que estuviera creando, custodiando y destruyendo universos de arena en las infinitas playas de su propia mente.

– Hay leyes más poderosas que las de la Física. Me refiero a las de la Ética y a las de la Lúdica. El conocimiento de las leyes de la Física permiten crear una bomba capaz de desintegrar una ciudad entera con todos sus habitantes. Pero esa bomba es incapaz de modificar la estructura misma del universo donde ella ha explotado. Eso que sea el ser humano, sin embargo, en virtud de un gesto ético puede modificar radicalmente la textura de la materia en la que vive: la simple transmutación del rencor por amor tiene efectos genésicos: trans-físicos. Sugiero leer las últimas frases de la obra capital de Schopenhauer (El mundo como voluntad y representación). Creo que una bomba no altera el orden de los cielos. Pero la Ética sí, porque la Ética es, en realidad, una poderosísima Alquimia: cambia mundos enteros.

¿Y la Lúdica? ¿Qué es eso? Me remito a la palabra “Lila” de mi diccionario filosófico [Veáse]. Creo que estamos en un juego sagrado, y que tiene leyes: se da lo que se recibe, el infierno se configura con el egoísmo, la ilusión fabrica realidades, el respeto/amor sacraliza lo resptado/amado y lo transforma que un surtidor de luz que afluye a nuestro propio cosmos artificial y lo transmuta en paraíso… Las leyes de la Lúdica.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: William James

 

William James. Creo que fue un psicólogo-filósofo muy generoso: legitimó gnoseológicamente cualquier experiencia humana. Luchó contra la censura en el mirar (y en el “ocurrir”). Y miró también hacia algo grande con lo que cabría establecer un vínculo -una privilegiada conexión que nos llenaría de energía-. Estamos ante la experiencia religiosa. ¿Qué es eso?

William James se estudia dentro de una corriente de pensamiento que se denominó a sí misma -por ocurrencia de Peirce- “pragmatismo”. Esta corriente midió los niveles de verdad de las ideas por su capacidad motriz: por su eficacia a la hora de enlazar hechos de modo satisfactorio, por su fuerza… A Unamuno se le suele relacionar con esta corriente. Él dijo eso de que “creer es crear”. Algo similar afirmó Paracelso.

Cabe preguntarse si esa “experiencia religiosa” que tanto interesó al médico-psicólogo-filósofo William James sería el resultado de la activación de una idea en la conciencia (de una idea poderosísima, eficacísima, la más eficaz entre las ideas) o si, por el contrario, sería algo que ocurriría solo bajo un cielo despejado (una conciencia provisionalmente despejada de ideas). ¿Podemos decir, a partir del pragmatismo que profesa William James, que la idea de Dios es la mejor para el ser humano? ¿Se puede insertar artificialmente… con frases, aunque se trate de frases provenientes de lo que ya no es mundo?

Me viene a la memoria un apunte secreto de Wittgenstein, tomado en el frente de batalla: “Hoy, durante un ataque de artillería por sorpresa, vuelvo a ir con los exploradores. Dios es lo único que el ser humano necesita.” Dios… La “idea” de Dios. Después de presentar al hombre “William James”, y antes de mostrar algunas de sus propuestas fundamentales, haré un breve repaso del tratamiento que Kant hizo de las ideas en su “Crítica de la razón pura”.

Algunas notas sobre su persona y su vida

1842 (Nueva York)-1910 (New Hampshire). Su padre es un excéntrico acomodado, muy vinculado a la teología del sueco Swedenborg (tan criticado en su tiempo por Kant). Su hermano llegará a ser uno de los más famosos escritores del siglo XX (Henry James). Un ambiente familiar repleto de estímulos intelectuales, de elitismo y de excentricidad. William James padece graves depresiones en su juventud. Se plantea incluso el suicido durante largos períodos de tiempo. Estudia en USA y en Alemania. Desarrolla una larga y prestigiosa carrera en Harvard: estudia medicina, fisiología y psicología. Allí será luego un reputado profesor en varias disciplinas: fisiología, anatomía, psicología y Filosofía.

En su obra “Principios de psicología” (1890) saca a la psicología de la Filosofía y la entrega a las ciencias experimentales (coloca la “mente” en un entorno físico, como si fuera una galaxia).

Entre 1901 y 1902 impartió las famosas conferencias Gifford sobre religión natural. A partir de ellas se editó una obra que considero ineludible: “Las variedades de la experiencia religiosa” (En español: edit. Península, Barcelona, 2002, traducción de  J. F. Ybars, Prólogo de José Luis L. Aranguren).

Otra obra en español que puede ser de gran interés: “Pragmatismo: un nuevo nombre para viejas formas de pensar” (Alianza).

Recomiendo finalmente una obra sobre la atmósfera intelectual que respiró William James (una obra merecedora del premio Pulitzer). Es de Luis Menand y lleva por título “The Metaphysical Club” (Farrar, Straus and Giroux, Nueva York, 2001).

Una breve referencia a Kant

Kant luchó contra sí mismo y contra los demás para poner freno a los excesos de la razón (Vernunft), la cual, como facultad humana irrenunciable, iría siempre más allá de lo que ofrece la experiencia sensible (que es la que permite hacer ciencia; conocimiento verificable). La razón sería según Kant la facultad de silogizar: deduce conclusiones (aparentes verdades) a partir de principios que considera indudables. Y esa facultad humanísima (la razón) tendría una estructura, digamos, predeterminada. Estaría “programada” en virtud de las ideas. De tres ideas en concreto: 1.- Idea de alma; 2.- Idea de mundo (o cosmos); 3.- Idea de Dios. Ninguna de estas piezas estructurales pueden demostrarse ni refutarse. Están más allá de la experiencia sensible (que es, insistamos, donde puede hablarse propiamente de “ciencia” o conocimiento verificable) y, además, tanto su afirmación como su negación pueden ser refutadas lógicamente. Pero, aun así, las ideas, esas tres ideas en concreto, son cruciales para el “sistema humano”: lo unifican, estimulan el intelecto (Verstand) y empujan -nos empujan- para que sigamos buscando… en una búsqueda que se dirige hacia el infinito.

Creo que el pragmatismo, como corriente filosófica, considerará modificable esa trinidad ideológica kantiana. Y establecerá un método de medición de la “verdad” de esas piezas estructurales (pero indemostrables). Así, una idea será “mejor” o “más verdad” que otra si proporciona plenitud, posibilidad, certidumbre, equilibrio, al ser humano (o a “la conciencia humana” si se quiere).

Esta breve referencia a Kant creo que nos permite visualizar un lugar decisivo en el sistema humano: su “cielo platónico”: la estructura de imanes metafísicos que van a arrastrar todo su razonar, todo su sentir, y todo su soñar. [Véase “Idea” y “Belleza” en mi diccionario filosófico].

Algunas de las propuestas fundamentales de William James

– Pragmatismo. El nombre lo acuñó Peirce (aunque luego lo quiso cambiar por “pragmaticismo”). William James ayudó mucho a la expansión de este posicionamiento gnoseológico: las ideas son verdad si funcionan como tales: el pragmatismo “aspira a la concreción y a los hechos, a la acción, a la fuerza”. Se busca libertad y posibilidad contra dogmas que puedan ser paralizadores para la condición humana. Estamos ante un método que mira resultados, consecuencias. Se renuncia a profundizar, a la metafísica en definitiva (a la verdad de verdad que buscan y a veces proclaman los dogmáticos). El ser humano necesita ver coherencia entre los hechos de su experiencia; y necesita vivir y avanzar entre ellos. Una buena idea es la que satisface necesidades humanas. Son herramientas, no “verdades” abstractas, no fines en sí mismas.

– Ética. La ciencia aquí no tiene nada que decir. Pero el ser humano se ve en la necesidad de tomar decisiones (William James no abandonó la creencia en la libertad humana, a pesar de arrojar la psique a la Física). Y creyó que hay que elegir aquellos ideales cuya puesta en práctica impida la destrucción de la menor cantidad posible de otros ideales. Y no solo eso: también deberían ser ideales que propicien un universo más rico en posibilidades (que son energía para el individuo). Las sociedades fenecen si los individuos no tienen impulso creativo e innovador. Nietzsche ya dijo que el filósofo debe coadyuvar a los hechizos: hacer lo más fascinante y atractivo posible eso del “vivir”. ¿A qué otra cosa cabe aspirar que no sea vivir en plenitud… aunque sea en mundos que ahora no podemos siquiera imaginar…? ¿Qué es “vivir”? Sugiero la lectura de la palabra [“Sueño”] en mi diccionario filosófico.

– El ”empirismo radical”. En sus Essays in Radical Empiricism (editados y publicados póstumamente por Ralph Barton Perry en 1912) William James hace un intento de legitimar todo tipo de experiencia. Estamos ante la gran generosidad a la que me refería al comienzo de este artículo.  Y estamos ante algo similar a lo que Jaspers consideró propio de la razón filosófica [Véase “Karl Jaspers“]. En definitiva: cabe abrir más los ojos, los de fuera y los de dentro. Y la Filosofía debe enlazar en lo posible lo que se va presentando en esa experiencia sin límites: esa experiencia “radical”. Pero hay que ser muy valientes. O tener mucha fe.

– La experiencia religiosa. James sorprendió al mundo con su desprejuiciado estudio del fenómeno religioso. En sus conferencias Gifford (editadas bajo el título “Las variedades de la experiencia religiosa”) ubicó esa experiencia en una zona íntima, no siempre comunicada, de la que habrían surgido los sistema religiosos. Y dio cuenta también de la dimensión patológica de algunas de esas experiencias; pero no por eso las desestimó como material para su investigación. Para William James esas experiencias -aunque patológicas algunas- tenían un gran valor para el conocimiento profundo de la condición humana. ¿Qué sería la “experiencia religiosa”? ¿Cómo describirla? Así lo hizo Willian James: sensación de existencia de algo más con lo que se establece conexión individual. De esta conexión se derivarían efectos físicos/psicológicos: 1.- Afluencia de energía; 2.- Paz; 3.- Amor: compasión hacia todo (una especie de empatía universal).

– La realidad de lo no visible. William James se ocupó del “sentimiento de presencia”. Se trata de una experiencia individual muy testimoniada. Esa “presencia” (cuando acontece) tiene para el individuo humano más “verdad” que cualquier discurso… y ocurre además rodeada por cualquier discurso es inmune a ellos. El racionalismo contra eso -contra la “verdad” de es experiencia- se convierte en pura palabrería. Pero, ¿presencia de qué? Me remito a la palabra “Dios” en mi diccionario filosófico.

– Estado de gracia/conversión. El individuo humano descubre de pronto en su interior un estado de amor y de humildad, de infinita confianza en Dios. ¿Confianza en “qué” exactamente? Creo que se trataría de confianza en la omnipotencia. Sentirse amado, asistido, por el poder absoluto.

– El todo de lo real. El yo consciente no abarcaría el todo del yo real. ¿Hasta dónde llega? ¿De qué es capaz? “Mientras tanto, las necesidades y experiencias prácticas de la religión me parecen satisfechas por la creencia de que más allá de todo hombre, y de alguna manera, en continuidad con él, existe un poder superior, amigo de él y de sus ideales; todo lo que exigen los hechos es que ese poder sea otro y superior a nuestros yoes conscientes”.

La presencia… Yo la he sentido algunas veces. Y he dado cuenta de esas experiencias en mi diccionario filosófico. Hay personas que me han asegurado que ellos también la ha sentido (“la presencia”), pero que no se habían atrevido nunca a confesarlo. Recuerdo ahora lo sentido por un alumno-amigo en la Antártida.

¿Qué era aquello? No lo sé. Nadie lo sabe. Pero considero que es lo más grandioso que se puede soportar desde la condición humana.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: Husserl

 

 

Husserl. Un gran filósofo cuya gigantesca obra quizás todavía no ha sido leída y pensada por nadie en profundidad (bueno, quizás nadie lo ha hecho del todo con ningún gran filósofo). Está todo por ser leído y pensado otra vez. Todo.

Husserl quiso ver. ¿Ver qué? Los “fenómenos”:  lo que se manifiesta ante nuestra conciencia. 

Y, para ver eso, quiso poner todas las creencias entre paréntesis, no para negarlas sin más, sino para que no impidieran la visión. 

Desde los planteamientos que estoy desarrollando en esta especie de diccionario filosófico (“Las bailarinas lógicas”), Husserl, aunque enamorado de esas bailarinas, finalmente les pidió por favor que se sentaran, que se apartaran, para poder contemplar con serenidad el lugar donde todas ellas bailan: la infinita pista de baile. Nuestra conciencia subjetiva. Esa pista de baile sería, creo, para Husserl, la única realidad evidente. Y la realidad absoluta. Siempre está ahí, acogiendo bailarinas lógicas. O no.

Pero, ¿de dónde vienen esas bailarinas lógicas capaces de vertebrar un mundo entero dentro de una conciencia?

Husserl, al principio, quiso ir a “las cosas mismas”. Aspiró a una ciencia radical que ofreciera un conocimiento limpio e indubitable, más limpio e indubitable que el que daba por verdadero la propia ciencia físico-matemática (demasiado ingenua, objetivista, dogmática, esquematizadora, alejada de la vida de verdad). Y, al final, terminó Husserl contemplando su propia sala de baile: eso que, desde su propio Lebenswelt (su propio mundo vital), él denominó “conciencia transcendental” (la que transciende cualquier cosa que pueda ocurrir en ella). La “subjetividad absoluta”. 

Pero antes de llegar a tanto, Husserl contempló esencias, arquetipos: las formas  como se presentan los hechos en nuestra conciencia. Porque habría algo robotizado en el espectáculo de nuestra vida, tanto interior como exterior. La existencia de arquetipos identificables, describibles, nos permite clasificar todo lo que nos ocurre: un hecho psíquico (o emocional si se quiere) lo denominamos “esperanza”, otro lo denominamos “tristeza”, otro “nostalgia”, otro “pasión sexual”, otro “lago”… Impresiona sin duda la estructuración arquetípica de nuestro ver y de nuestro sentir.

Son arquetipos. Robots metafísicos que vertebran nuestra mente y nuestro corazón. Pero yo renunciaría a mi consciencia entera a cambio de que no se retiraran nunca algunos de ellos (como el arquetipo “hijo”, por ejemplo).

Las obras completas de Husserl (más de 40.000 folios escritos taquigráficamente) fueron rescatadas de la destrucción nazi por un franciscano: Hermann Van Breda. La lucha de este franciscano por salvar los textos de Husserl, por conservarlos y por iniciar su publicación creo que es sintomática de algo especial. ¿Por qué ese interés? ¿Qué ofrecían los textos de Husserl a un franciscano? No lo sé. Espero tener tiempo algún día para investigarlo en profundidad. Si alguien quiere ir empezando, que tenga en cuenta esta obra:

Jörgen Vijgen: Hermann Leo Van Breda (Biographisch-Bibliographisches Kirchenlexicon (BBKL), Band 25, Norhaussen 2005, 1405-1407.

¿A qué se puede llegar, finalmente, si se realiza la “reducción fenomenológica”? ¿Qué queda? ¿La conciencia subjetiva absoluta? Pero, ¿qué es eso? ¿Dios? ¿Eso que yo he denominado “Dios metalógico” en mi diccionario? [Véase aquí].

Algo sobre su persona y sobre su vida

Un concepto fundamental del último Huserl es “Lebenswelt” [“mundo-vital”, o “de la vida”]. Se trataría del mundo asumido sin más por el ser humano no filosofante. El mundo-vital de Husserl, tal y como lo narran los textos de que dispongo, y mostrado como flujo temporal, fue más o menos así:

1859-1938. Nace en Prossnizt (Moravia, actual República Checa). Segundo hijo de una familia judía. Pertenecer a esta raza (si es que hay razas de verdad) le costaría luego muy caro. Estudia Matemáticas, Astronomía, Física y Filosofía en Leipzig. En Berlín estudia Matemáticas con el famoso matemático Karl Weierstrass. Se doctora en Viena. Allí estudia Filosofía con Brentano.

La influencia de Brentano en Husserl es decisiva (sobre todo su concepción intencional de la conciencia… la conciencia siempre se refiere a algo distinto de sí misma). Husserl se convierte en Privatdozent en Halle. Allí adquiere fama gracias a su obra Investigaciones lógicas.

En 1887 se bautiza en la iglesia evangelista. Lo hace junto a su prometida: Malvine Steinschneider.

En 1891 publica Filosofía de la aritmética. Esta obra llama la atención de Frege, uno de los grandes lógicos del momento.

Muere su hijo en la primera guerra mundial. 1916. Husserl comienza su carrera como profesor en Friburgo. En 1918 funda la Freiburger phänomenologische Gesellschaft [Sociedad fenomenológica de Friburgo].

En la última fase de su vida Husserl se centra en el concepto de Lebenswelt [Mundo-vital]. Y acomete una dura crítica de las —antivitales— perspectivas de las ciencias naturales, que serían las responsables de la crisis de sentido que padecería la modernidad.

El 6 de abril de 1933 Husserl es suspendido de su cargo en la universidad de Friburgo por decisión del ministro de Educación del gobierno nazi. Ortega y Gasset [Véase], que había introducido muy pronto a Husserl en España, visitó al gran filósofo en 1934. Momento terrible en ese gran país de Filosofía.

Husserl muere en 1938. En 1939 aparece el franciscano (Hermann Van Breda).  Estaba realizando un trabajo de doctorado cuyo tema era la reducción fenomenológica en Husserl. Y fue a por los escritos del gran filósofo. Van Breda consiguió sacarlos de Alemania gracias a la ayuda de su propio gobierno. Luego fue capaz de protegerlos en mitad de la segunda guerra mundial. Y, ya llegada la paz, dio comienzo a un proceso de edición que todavía no ha terminado. Son más de 40.000 folios. Esa galaxia de símbolos filosóficos se denomina ahora “Husserliana” y lo está publicando el Instituto Superior de Filosofía de la Universidad de Lovaina (una preciosa universidad, por cierto).

Algunas de sus ideas fundamentales

1.- La fenomenología. Fue Spiegelberg quien habló por primera vez del “movimiento fenomenológico”. Husserl fue su fundador. Estaríamos ante uno de los movimientos cruciales del  pensamiento filosófico del siglo XX. Una gran aventura del pensamiento y del sentimiento. Se trataba de ir a lo concreto, a “las cosas mismas”, para ver de verdad lo que hay, superando la fe en la ciencia físico-matemática y superando también  una Filosofía apoyada en conceptos no evidentes. Y, a partir de ahí, construir un sólido edificio filosófico (radicalmente “científico” en realidad). Se trataría de poner en cuestión -entre paréntesis- mucho más de lo que ponía en cuestión el credo cientista, el cual no problematizaba sus dogmas (como el de la objetividad del mundo exterior, por ejemplo).

2.- El fenómeno. Es lo que aparece ante la conciencia. Pero no como contrapuesto a la cosa en sí, en sentido kantiano. Lo que aparece -el azul/verde de un lago italiano, por ejemplo- es ya la cosa misma, no reflejo ni efecto de una realidad escondida tras lo fenoménico. Husserl afirmó que todo había que cogerlo, gnoseológicamente, como se presenta en la conciencia. Fue un estudioso de Maya.

3.- Hechos y esencias. La intuición eidética. Husserl estuvo atento a los fenómenos que se presentan en la conciencia. Y consideró que todo lo que se presenta en esa sala lo hace de un modo típico. El objetivo del filósofo sería contemplar esas formas típicas de aparición: esas “esencias”: ese kosmos noetos platónico convertido a su vez en -legítima- sombra de la caverna. A través de los hechos, y tal y como se presentan en la conciencia, cabría ver ese cielo eidético. Husserl no pensó esas esencias como reales, pero tampoco como externas, objetivas. Yo, al menos, no sé muy bien dónde las ubicó.  Se habla de un “tercer reino”. El caso es que cabría contemplar esos arquetipos, esas esencias, desapasionadamente, como desde fuera (Schopenhauer, por cierto, consideró esa contemplación de ideas como un placer similar al que nos espera en la gloria eterna).

4.- La “epojé”.  Significa “suspensión” en griego. Suspensión de los juicios sobre la verdad. Husserl utilizó este término como puesta entre paréntesis. Es un método, un camino, hacia algo. Algo que se supone muy deseable y muy necesario. Es un desocultamiento. Es un desnudar bailarinas lógicas hasta dejarlas convertidas en la -sacra- nada que son en realidad. La “epojé” tiene cierto parecido con la duda escéptica de Descartes (de hecho a Husserl hay que entenderle desde Descartes y desde Kant). Pero no se trataría tanto de dudar -de un escepticismo radical, que por otra parte Descartes no practicó- sino de silenciar el juicio: dejar las verdades en suspenso, todas, pero sobre todo las que conforman la actitud “natural” de la tribu donde, por otra parte, vive y siente el propio filósofo. Esas creencias son útiles, irrenunciables, pero el filósofo fenomenólogo no quiere partir de ahí: necesita evidencias radicales para ver lo que hay de verdad. La “epojé” -o “reducción fenomenológica”- finalmente solo permite la evidencia de una sola realidad: que hay conciencia. Sin más. Nada más. Una conciencia subjetiva que lo abarca todo. Nada menos.

5.- “Lebenswelt” [Mundo-vital]. Lo señalé antes: estaríamos ante el concepto fundamental del último Husserl. Lo desarrolló en su obra Die Krisis der europäischen Wissenschaften und die transzendentale Phänomenologie [La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología transcendental]. Sería el mundo “circundante vital” que se considera válido de forma natural. Las ciencias modernas habrían surgido de ese mundo. Y habrían olvidado ese origen. Ingenuamente. El mundo-vital no sería un hecho, sino un horizonte de hechos… y ahí ubicaría los hechos esa ciencia que no es consciente de su propia limitación. De su propia ingenuidad. Estudiar ese “mundo-vital” sería una fenomenología también. Habría que desenterrar ese mundo antes de la reducción fenomenológica. Habría que saber dónde sentimos y pensamos. Yo diría que se trataría de un estudio del propio hechizo colectivo -del sueño en red- en el que está ubicado todo filósofo… y desde donde debe iniciar su labor investigadora. Aquí cabe una conexión con el trabajo de Moore [Véase]. Este filósofo también quiso ver -ver- el mundo normal en el que vivía, y creyó que lo encontraría reflejado, con mucha nitidez, en el lenguaje corriente. Husserl no tuvo una visión estática del “mundo-vital”. Creyó en que era cambiante. Cabría decir desde Wittgenstein [Véase aquí] que esos “mundos” -hiperreales para el pensar/sentir no filosófico- serían, cada uno de ellos, el fruto genésico de un determinado juego del lenguaje: de una determinada coreografía de bailarinas lógicas.

Voy a concluir muy provisionalmente este texto con una sensación. Creo que Husserl estuvo fascinado por los dos niveles de sabiduría que presupone el concepto “Apara-vidya” [Véase]. En el nivel inferior cabría contemplar el propio mundo y sus hechizos. Y cabría ubicarse y vivir en él con plenitud: jugarlo, con sentido de lo sagrado incluso.

En el nivel superior cabría ‘contemplar’ -sin dualismo posible- la propia conciencia, la propia subjetividad omniabarcante: la verdad radical. Estamos ante un auto-conocimiento abisal que, una vez más, incinera nuestras frases en la fabulosa hoguera de la Mística [Véase]. Para llegar a esa visión habría que despejar del todo nuestra pista de baile. Nuestro cielo.

Vivir bajo un cielo completamente despejado. Sin protección. Dicho de otra forma, desde otra metáfora: estar, en silencio, sentado, en la pista de baile infinito, con todas las bailarinas sentadas, quietas, transparentes.

Es probable que Hermann Van Breda estuviera dispuesto a vivir ahí, y a dejarse incinerar -a dejarse ser uno- con el sol (con el Dios) que él amaba como franciscano.

Yo, en este momento, no renunciaría del todo a mi onírico “mundo-vital”, ni a sus dolientes arquetipos ideales, ni siquiera por ese cielo azul. Hay arquetipos como “hijo” o “amigo” o “amor de pareja” por los que vale la pena seguir hechizado. Eternamente si fuera necesario.

David López

 

 

Filósofos míticos del mítico siglo XX: Wittgenstein

A

Al fondo, la casa de Wittgenstein en Skjolden, Noruega.

Wittgenstein.

Vivimos, se supone,  en algo que, al menos en esta civilización, hemos convenido en llamar “mundo”. Ahí parece que ocurre nuestra “vida”: amamos, nos aman, o no, nos ilusionamos, nos decepcionamos (incluso de nosotros mismos a veces), gozamos, sufrimos (de forma atroz en ocasiones), perdonamos, somos perdonados, desde nuestra grandeza, desde nuestra miseria, desde nuestro propio misterio. Lugar extraño el mundo; misterioso y fascinante y arrollador hasta casi lo insoportable. Muchos seres humanos han querido describirlo, legislarlo, aquietarlo; quizás para aquietar sus propios abismos interiores, sus propios vértigos, sus temblores en el océano infinito; o quizás, simplemente, para calmar su estupor ante el espectáculo de lo que ocurre en ‘sus’ conciencias. En mi opinión no solo ocurre “mundo” en nuestras conciencias (si es que son nuestras). El “mundo”, en cualquier caso, es una resultante del lenguaje. Un esquema. Una figura. Pero, ¿qué es el lenguaje más allá del propio lenguaje?

Dijo Wittgenstein en su Tractatus (5.621) que el “mundo y la vida son uno”. También dijo en esa misma obra (5.63): “Yo soy mi mundo”.

Soy mi mundo. Soy mi lenguaje. ¿Qué soy yo más allá del lenguaje?

Mi diccionario filosófico -que sigue en construcción- se basa por completo en un himno de Rig Veda que quizás tenga tres mil quinientos años. Es el himno 10.125. En él es la propia palabra -Vak- la que habla. Y dice Vak, con una sobrecogedora autoconsciencia: “Aunque ellos no lo saben, habitan en mí”. ¿Solo habitamos en ella? ¿No hay nada más que ella? ¿Tanto poder tiene esa diosa? ¿No estará ella -Vak- intervenida, preñada, por algo que ya no es ella y que ella jamás podrá nombrar?

Creo que los grandes filósofos, como Wittgenstein, están condenados a ver las transparencias del esquema-mundo: a oler ahí dentro, y dentro de su yo aparente (de su yo construido con palabras), lo que ya no cabe en frases ni en mundos: lo inexpresable.

En 1917 Wittgenstein escribió al arquitecto Paul Engelmann lo siguiente:

“Nada se pierde por no esforzarse en expresar lo inexpresable. ¡Lo inexpresable, más bien, está contenido -inexpresablemente- en lo expresado!”

¿Qué es eso de “lo inexpresable”? ¿Cómo puede -eso- estar contenido en lo expresado? ¿En qué lugar de la carne de las palabras ocurre ese fenómeno lingüístico/metafísico en virtud del cual lo que no es lenguaje preña al propio lenguaje?

Wittgenstein desarrolló buena parte de su actividad intelectual dentro de cabañas asediadas por el infinito silencio. Pensemos en su cabaña del fiordo noruego o en la que ocupó frente al océano irlandés. En la frase que envió a Engelmann quizás se está queriendo decir que las cabañas/mundo del lenguaje (esos necesarios cobijos), aunque no permiten ver nada (nombrar nada) de lo real, tienen sus maderas empapadas por el agua mágica de esos silencios descomunales que hay que ubicar ya en la Mística.

Desde los juegos lingüísticos del monoteísmo cabría expresar así lo inexpresable: esas maderas -que aparentemente nos protegerían de Dios- estarían empapadas de “Dios” (en cuanto Dios metalógico, según utilizo esta expresión en mi diccionario filosófico [Véase “Dios”].

Pero Wittgenstein, en su Tractatus, al parecer no cree que Dios se manifieste en el mundo. Y utilizará la cursiva para expresar énfasis:

Tractatus 6.432. “Cómo sea el mundo es para lo más elevado completamente igual. Dios no se manifiesta en el mundo.”

Es “Dios” para Wittgenstein “lo más elevado”. Estamos, una vez más, ante un gran filósofo que, en realidad, es un gran religioso.

Wittgenstein, como Gorgias, llegó a negar la semántica (que haya signos válidos  para las cosas en verdad existentes), pero no tanto como para negar el significado a la palabra “lenguaje”. Creyó por tanto en la existencia objetiva del “lenguaje” (sin haberlo verificado). Creyó en una metafísica, fabulosa: la metafísica de eso que desde el lenguaje llamamos “lenguaje”? ¿Alguien, por cierto, ha visto alguna vez “el lenguaje”? Sugiero la lectura de esta bailarina lógica en mi diccionario [Véase aquí “lenguaje”].

Creo que Wittgenstein es de los filósofos que permiten apartar las -en ocasiones maravillosas- finitudes (los hechizos) del lenguaje y acoger -en la mente, y en el corazón- la posibilidad de que ahora mismo, aquí, esté ocurriendo, realmente, lo inimaginable. Lo inexpresable. Que vivamos, en realidad, en una hoguera de silencio mágico capaz de todo. Detrás del “lenguaje” podría estar latiendo algo que, precisamente, estaría agitando, y vivificando, la carne lógica de nuestras palabras y, por lo tanto, de nuestros mundos. Mundos plurales, cambiantes, libidinosos, lúdicos, hiperfértiles según el segundo Wittgenstein. El primer Wittgenstein, en cambio, luchó por aquietar (por alicatar lógicamente) un mundo único (el de los hechos de la ciencia).

MooreRussell también- quisieron salvar el mundo -el sueño colectivo- resultante del sentido común. Y creo que lo quisieron hacer por puro amor. Por puro apego a un sueño amado. El mundo del “sentido común” (el de las manos de los niños y el de los labios de las mujeres y el de las estrellas y el de las montañas y el de las lágrimas por un amor ya perdido) puede desmontarse, puede diluirse como se diluyen las imágenes de un sueño… si se lo somete a una excesiva presión filosófica (o a una excesiva conciencia mística). Por eso Moore, en mi opinión, como los oficiantes del Upanayana [Véase], se aplicaron a proteger las palabras, y los universales, que sirven de armazón lógico de determinados sueños compartidos. Hechizos compartidos. ¿No es la persona amada también, un esquema lingüístico… un infinito esquematizado… un hechizo más?

Wittgenstein -el “segundo” al menos- creyó que había que luchar contra esos hechizos:

“La filosofía es una lucha contra el embrujamiento de nuestra inteligencia por el lenguaje”.

Algo sobre su persona y sobre su vida

Ofrezco una narración, un esquema, a partir de frases -rigurosas espero- que están disponibles en nuestra cultura. El Wittgenstein real (digamos completo) no me es accesible, desgraciadamente. El Wittgenstein real, como todo, es inexpresable. Aviso de que yo no he comprobado con rigor las informaciones en las que baso esta narración. Pero quizás algún día, si tengo tiempo y energía, lo haga.

Ludwig Josef Joham Wittgenstein nace en Viena en 1889. Es el hijo menor de ocho hermanos, tres de los cuales se suicidarán. Su abuelo, judío, se convierte al protestantismo. Pero el futuro filósofo y sus hermanos reciben una formación católica (un monoteísmo que, en mi opinión, nunca abandonó su mente y su corazón). Su padre -Karl Wittgenstein- es un rico industrial del acero. Algunas fuentes aseguran que ese hombre era uno de los hombres más ricos del mundo. A la casa de los Wittgenstein acude lo que en el momento se considera como élite artística: Brahms, Mahler… La familia Wittgenstein está especialmente dotada para la música: ese orden artificial y redentor. Ese mismo orden, matemático en definitiva, quiso traer el primer Wittgenstein al lenguaje.

Wittgenstein estudia primero en la Staatoberrealschule de Linz. Allí coincide con Hitler. Ambos tienes la misma edad, pero Wittgenstein está en un curso superior. Muy superior en mi opinión. Después estudia ingeniería mecánica en Berlín. Pero ya a la edad de diecisiete años sintió el vértigo mítico/filosófico (el olor del “mar” podríamos decir… de ese mar inexpresable que lo empapa todo,  palabras incluidas, inexpresablemente). Su hermana Hermine escribiría más tarde:

“Por aquella época… se apoderó de él con tanta fuerza y tan en contra de su voluntad la filosofía, que el conflicto interior de aquella vocación le hizo sufrir seriamente, y se sintió desgarrado”.

Después de Berlín siguió estudiando ingeniería en Manchester. Y allí empezó a fascinarse, a sobrecogerse, con el poder de las matemáticas: esas diosas invisibles que permitían que funcionara un motor (un trozo de materia humanamente ordenado dentro de la materia primigenia). Wittgenstein quiso conocer a esas diosas poderosas de verdad y, como un ansioso teólogo, leyó los Principios de las matemáticas de Russell.

Y viajó a Jena para conocer a Frege, el cual le aconsejó que fuera a estudiar con Russell en Cambridge. Pero poco antes de salir de viaje asistió Wittgenstein a una obra de teatro en Viena que, según dicen algunos biógrafos, pudo marcarle de por vida. La obra era de Anzengruber, su título “Los que firman con una cruz” y lo que de ella más impresionó a Wittgenstein fue, al parecer, esta coreografía de bailarinas lógicas:

“Tú formas parte del todo y el todo forma parte de ti. ¡No puede ocurrirte nada!”

El 18 de octubre de 1911 Wittgenstein conoce por fin a Russell. En 1912 es admitido como estudiante en el Trinity College. Ese mismo año muere su padre. Y el joven estudiante de Cambridge recibe en herencia una enorme fortuna. Poco después se retira a Noruega. Allí pasó temporadas con el hombre al que amaba: David Pinsent. A aquella cabaña acudiría, ya en soledad radical, varias veces a lo largo de su vida (la última con sesenta y un años). A Wittgenstein, según nos dicen los textos de que disponemos, le causaba sufrimiento el trato social: era hipersensible, depresivo, muy irascible.

En 1914 lee a Kierkegaard y le considera el filósofo más importante del siglo XIX. El salto irracional -metalingüístico- a la oscuridad de la mística: al exterior de todas las cabañas. También lee a Tolstoi y a William James. Ese mismo año envía una enorme cantidad de dinero (100.000 coronas) al director de una revista de Insbruck para que lo reparta entre artistas austriacos que lo necesiten. Algo le llega a Rilke, el gran enamorado de Lou Salomé. Pero pide Wittgenstein que nunca se revele su identidad como donante. Wittgenstein fue grande.

Vuelve al paraíso/infierno del fiordo noruego y -gran sorpresa- decide alistarse como voluntario en el ejército austro-húngaro. Como un Arjuna no necesitado de aliento ni de discurso para matar a sus semejantes. Es la primera guerra mundial. Cuarenta y siete millones de muertos. Un exceso de las tenebrosas posibilidades de Maya. Wittgenstein reconoció años más tarde que fue a esa guerra -cuarenta y siete millones de muertos- para suicidarse.

Más sorpresas: el gran místico/filósofo/ingeniero/millonario/soldado decide donar un millón de coronas (diez veces más de lo que donó a los artistas austríacos) para que se desarrolle el mortero (un arma de matar, de romper cuerpos e ilusiones humanos… de sacar gente del mundo… se supone).

Las vivencias de Wittgenstein en la guerra están recogidas en sus “Diarios secretos” (traduc. Andrés Sánchez Pascual, Alianza Editorial, Madrid 1991). Ya son de dominio público. Y ya pueden leerse, quizás. Al menos yo lo he hecho, no muy convencido la verdad. En cualquier caso creo que no deberían haberse publicado. Y no porque Wittgenstein nos de cuenta de sus intimísimas y auto-inculpatorias masturbaciones (de su lucha contra su propia carne), sino porque él escribió esos diarios de forma que pudieran permanecer eternamente secretos. En cualquier caso, estamos ante el Wittgenstein más íntimo y desgarrado, con su sexualidad explicitada -su homosexualidad- y con su dolor dentro de la desafinada -zafia- orquesta de lo que a él se le presentaba como mundo. Pero, en mi opinión, más allá de las masturbaciones y los dolores de alma y de cuerpo, sobre todo son diarios religiosos. Muy religiosos. En dos notas del 29 y 30 de abril de 1916 escribe Wittgenstein lo siguiente:

“Por la tarde, con los exploradores. Fuimos tiroteados. Pensé en Dios. ¡Hágase tu voluntad! Dios sea conmigo”.

“Hoy, durante un ataque de artillería por sorpresa, vuelvo a ir con los exploradores. Dios es lo único que el ser humano necesita”.

Durante esa primera guerra mundial Wittgenstein sigue trabajando, obsesivamente, en las notas de las que surgirá su Tractatus (redactado finalmente entre julio y agosto de 1918). Con esa obra en el macuto vuelve al frente de Italia. Lo lleva en el macuto como un Moisés con las doce tablas. Le cogen prisionero mientras va montado en un carro de combate, con medio cuerpo fuera, expuesto a las balas, silbando el segundo movimiento de la séptima sinfonía de Beethoven. Prisionero, consigue que Keines haga llegar a Russell la obra que guarda en su macuto: el Tractatus.

Cuando Wittgenstein regresa de la guerra es todavía más rico. Su padre había hecho astutas inversiones en USA. Wittgenstein, antes un dandy, es ahora un místico y quiere vivir como tal. Dona su inmensa fortuna a sus hermanas, con el compromiso oficial de no restituirla jamás. Tras ese desalojo trabaja como profesor de colegio en las montañas austríacas. 1919-1925. Termina hablando allí sobre todo de hadas. Y termina expulsado. Wittgenstein y la sociedad no se llevan bien. Fue quizás un hombre demasiado sufriente y demasiado insufrible.

El Tractatus se publica en 1921, gracias a Russell, que no hizo de esta obra un prólogo tan entusiasta como había esperado Wittgenstein.

Entre 1926 y 1928 trabaja como jardinero en un monasterio benedictino, construye -con la ayuda del arquitecto Engelmann, discípulo de Adolf Loos- una casa para un de sus supermillonarias hermanas y hace una escultura para un amigo. El cerebro de Wittgenstein -obsesivo, autotorturante- es muy fructífero para la propia sociedad que él no soporta y que a él no soporta. La casa construida por Wittgenstein mostraba la rigidez lógica de su Tractatus. Y sirvió también como lugar de encuentro del Círculo de Viena: ese club de fanáticos religioso-cientistas que veneraron la primera de obra de Wittgenstein sin asumir que ahí se estaba mostrando, y venerando, en todo momento, lo que no es mundo: lo que no son hechos científicos interconectados lógicamente. Porque, al final, tampoco habría hechos científicos científicos de verdad.

1929. Con cuarenta años se inscribe en Cambridge como estudiante investigador y se doctora con el Tractatus. Pronto empieza a impartir clases en esa universidad.

En 1936 vuelve a la filosofía. Es el “segundo Wittgenstein”. Empieza su segunda gran obra –Investigaciones filosóficas– a partir de notas. La concluye en 1949. Se publica tras su muerte. Es una obra decisiva en el pensamiento del siglo XX.

En 1939 sucede a Moore como profesor titular y se convierte en ciudadano británico al invadir Hitler -su compañero de colegio- Austria. En esa segunda guerra Wittgenstein ya no quiere morir ni matar. Todo lo contrario: se presta voluntario como asistente de enfermería. Es el segundo Wittgenstein.

En 1947 dimite como académico. En 1948 vive en Irlanda, en una cabaña, solo, junto al océano (también junto al océano de la mística).

Después visita USA, y Viena también, y da orden de que se quemen sus escritos.

En 1950 visita por última vez su retiro de Noruega. Tiene sesenta y un años. Fue por primera vez con veintitrés, enamorado de David Pinsent; y de la lógica. Pero no del mundo que la lógica pretendía aquietar.

Muere de cáncer de próstata el 29 de abril de 1951, en casa de su médico. No quiso ir al hospital.  Ya se había despedido del mundo (por fin). Y lo hizo, dicen, con estas palabras, con esta jugada lingüística: “Dígales que mi vida ha sido maravillosa”.

Fin de esta narración confeccionada con materiales míticos sobre filósofo mítico.

Sus ideas fundamentales

1.- Primer Wittgenstein/el Tractatus. El filósofo/ingeniero lucha por encontrar un lenguaje ideal: un sistema, una maquinaria de uso común (social) que permita decir con precisión lo que hay y lo que pasa en el mundo (como totalidad de hechos). Pero solo en el mundo. Y es que Wittgenstein va a mostrar, también,  la existencia de lo que ya no es mundo: lo místico. Dice en el Tractatus:

6.44. No es lo místico cómo sea el mundo, sino que sea el mundo.

6.45. La visión del mundo sub specie aeterni es su contemplación como un todo -limitado-. Sentir el mundo como un todo limitado es lo místico.

[…]

6.522. Hay, ciertamente, lo inexpresable, lo que se muestra a sí mismo; esto es lo místico.

Wittgenstein quizás nos ha dicho que el mundo, como un todo con límite, está evidenciando la existencia de lo que está más allá de ese límite. Sentir ese límite es lo místico. Pero también lo místico, lo inexpresable, se muestra a sí mismo. No nos dice dónde. O sí, pero en la carta a su amigo Engelmann que reproduzco al comienzo de este texto. La repito: “Nada se pierde por no esforzarse en expresar lo inexpresable. ¡Lo inexpresable, más bien, está contenido -inexpresablemente- en lo expresado!”

En el Tractatus Wittgenstein afirma que “aun cuando todas las posibles preguntas de la ciencia sean respondidas, todavía no se han rozado nuestro problemas vitales” (6.52). Y afirma también, como últimas frases, como frases del fin del mundo:

“Mis proposiciones esclarecen porque quien me entiende las reconoce al final como sinsentido, cuando a través de ellas -sobre ellas- ha salido fuera de ellas. (Tiene, por así decirlo, que tirar la escalera después de haber subido por ella.) Tiene que superar estas proposiciones; entonces ve correctamente el mundo. De lo que no se puede hablar, se debe callar” (6.54).

Creo que en esta primera fase de su filosofía Wittgenstein quiere domar, legislar, el poder de la diosa Vak (la palabra, el lenguaje, el mundo en definitiva). Aunque consciente de que esa diosa no toca con lo que de verdad importa en esta vida. Y eso no afectado por el lenguaje -por el mundo-es lo místico (Dios para Wittgenstein).

2.- Segundo Wittgenstein.

Lo podemos leer, sobre todo, en sus Investigaciones filosóficas. Pero también en la serie de apuntes finales que se editaron con el título Sobre la certeza. Wittgenstein construye el concepto de “juegos del lenguaje”. Ya no cabe trabajar para que el lenguaje se purifique, para que nombre con símbolos inequívocos los hechos, objetivos, universales, que va suministrando la ciencia. Wittgenstein descubre que el lenguaje es una actividad social, una forma de vida, que se despliega y autoorganiza en diversos juegos. Estos juegos nacen, cambian, desaparecen. Mientras están vigentes tienen, para los que los juegan, la contundencia de los hechos de la Física: son el mundo entero, por así decirlo. La Filosofía debe limitarse a analizar, a explicitar, esos juegos inexorables desde dentro. No puede aspirar a una explicación superior. Ya no hay un lenguaje ideal para nombrar lo real. La Filosofía debe estar atenta, mostrar, los hechizos del lenguaje: esos juegos que son un mundo entero -limitado, pero absoluto- para quien los juega.

Este segundo Wittenstein, en mi opinión, ya se ha convertido en un místico contemplativo, pero no del “Dios metalógico”, sino de esa diosa “menor” pero muy hechicera que sería Vak (la palabra, el lenguaje).

Creo también que Wittgenstein, el filósofo/ingeniero, con su teoría de los juegos del lenguaje sigue mostrando una maquinaria metafísica (no evidente): una maquinara capaz de fabricar muchos mundos inexorables (sentidos como únicos desde dentro). Una maquinaria llamada “lenguaje”. Y será el “lenguaje” un hecho, no verificable, que Wittgenstein mantendrá como real, aunque admitiendo que no se puede decir que sea el lenguaje desde el lenguaje. En cualquier caso, esos “juegos del lenguaje” serían, para Wittgenstein, la esencia genésica del mundo, aunque creo que en el corazón de este filósofo -silenciado por exigencias del Tractatus– estaba eso innombrable llamado “Dios”…

¿En la zona silenciosa de la conciencia de Wittgenstein cabría ubicar a Dios moviendo, desde dentro, como si fuera una marioneta sagrada, a la diosa Vak? ¿Estará el silencioso Dios de Wittgenstein instaurando juegos del lenguaje -mundos diversos- en la conciencia de su seres amados?

¿No nos propone Wittgenstein, con sus obras, que participemos en una gran jugada del lenguaje; una jugada diseñada por él mismo? Sí. Es obvio que sí. Pero creo que estamos ante un juego que merece ser jugado, como un juego sagrado [Véase “Lila“].

Toda vida (todo “mundo”, todo “yo”), en realidad, es un juego sagrado que merece ser jugado. Con infinito respeto.

David López

Sotosalbos, 10 de octubre de 2011. (El día en que nació mi madre, la cual habita ahora en lo inexpresable; y en lo expresable también, inexpresablemente).

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: “Bertrand Russell”

 

 

Bertrand Russell suele estar ubicado entre los filósofos irreligiosos.  Pero, en mi opinión, si observamos con cierto detenimiento el modelo de totalidad que ofrecen sus textos, podemos apreciar una gran devoción hacia una diosa descomunal (poderosísima) llamada “Lógica”: una diosa con la que el ser humano debe fundirse, místicamente, para alcanzar el prodigio -finito- de la plenitud. De la felicidad en definitiva.

Bertrand Russell soñó un paraíso lógico -proto/matemático- para él y para esos seres que tanto amó y en que tantas esperanzas depositó: los seres humanos. Y no solo soñó ese paraíso, sino que puso todas sus frases al servicio de su construcción. ¿Paraíso lógico-matemático?

Sí. Él lo conoció en la adolescencia y ese encuentro salvó su vida. Casi literalmente. Luego, tras ese encuentro, tras ese advenimiento, se trataba de salvar al resto de los seres humanos… sobre todo a aquellos cuyas conciencias y cuyos corazones estuvieran alejados de la diosa Lógica…. la más poderosa de las divinidades concebibles por el ser humano (tan poderosa que de ella dependería, en opinión de Russell, la existencia o no de ese Dios-padre en el que creerían las religiones monoteístas… y cuya existencia habrían afirmado algunos escolásticos por culpa de la deficiente lógica aristotélica).

Algo sobre su vida

(1872-1970) Russell murió con 98 años, enamorado de la vida, hasta el punto de afirmar que volvería a vivirla encantado si se le diese la opción. Russell se consideró a sí mismo un hombre feliz. Ni más ni menos. Pero esa proclamada felicidad estuvo precedida por una infancia y una adolescencia muy tristes, muy aburridas, casi desesperadas. Así se expresa él mismo en su obra La conquista de la felicidad (Espasa Calpe, traducción de Julio Huici):

Yo no nací dichoso. De niño, mi himno favorito era: “Cansado del mundo y con el peso de mis pecados”. A los cinco años yo pensaba que si había que vivir setenta no había pasado aún más que la catorceava parte de mi vida, y me parecía casi insoportable la enorme cantidad de aburrimiento que me aguardaba. En la adolescencia la vida me era odiosa, y estaba continuamente al borde del suicidio, del cual me libré gracias al deseo de saber más matemáticas. Hoy, por el contrario, gusto de la vida, y casi estoy por decir que cada año que pasa la encuentro más gustosa. Esto es debido, en parte, a haber descubierto cuáles eran las cosas que deseaba más y haber adquirido gradualmente muchas de ellas. En parte es debido a haberme desprendido, felizmente, de ciertos deseos (la adquisición del conocimiento indudable acerca de algo) como esencialmente inasequibles.

Russell perdió a sus dos padres cuando tenía menos de cuatro años y estuvo a cargo de su abuela. Su abuelo fue ministro con la reina Victoria. Su padre fue miembro del parlamento inglés y amigo y discípulo de Stuart Mill. Russell recibió una fabulosa formación intelectual -”liberal”- pero no disfrutó del conocimiento (del mundo en definitiva) hasta que conoció las matemáticas y, a partir de ellas, quiso saber cuáles eran sus fundamentos (el fondo de ese paraíso que olía a orden, a belleza, a eternidad, a algo distinto que lo que se presentaba como “realidad”). Estudió en el Trinity College y empezó a relacionarse con hombres cuya inteligencia vibraba en la misma frecuencia que la suya. Su tesis doctoral versó sobre Leibniz. Fue profesor de Wittegenstein. Y también de Mao en Pekín. Escribió obras fundamentales de la lógica y de la matemática del siglo XX (Los principios de las matemáticas; Principia Mathematica, este último en colaboración con Whitehead). Y entre sus múltiples publicaciones creo que merece destacarse -por ser deliciosamente erudita y divertida- The History of Western Philosophy.

Se caso cuatro veces, recibió el Premio Nobel, estuvo en la cárcel por su pacifismo, fue Lord… fue un hombre excepcional, divertido. Brillante. Vivió casi toda su vida enamorado del amor humano -sobre todo del femenino- y creyó en las posibilidades de la vida humana.

Ideas fundamentales

1.- La metafísica del atomismo lógico. Russell, tras escapar del idealismo de Bradley, creyó (o necesitó creer) que la realidad era objetiva -independiente, en su ser, de si es o no percibida por el ser humano-; y que estaba compuesta, esa realidad verdadera, por elementos últimos e indivisibles (atomismo lógico). El ser humano percibiría esa realidad -el mundo- mediante la experiencia. Y la experiencia -según Russell- debería ser ordenada de la misma forma como se ordenan las matemáticas, las cuales, a su vez, siendo paradisíacas, curiosamente requerirían fundamentación (deberían ser “lógicas”). Así, Russell luchará por matematizar todo conocimiento humano (llevarlo en definitiva a ese orden celestial que a él le salvo la vida, casi literalmente). Respecto de la fundamentación lógica de las matemáticas, Russell tuvo que luchar contra terribles paradojas: parecía como si la diosa Lógica (esa omnipotencia incuestionable) no reconociera del todo -no sostuviera del todo- eso que se presenta como mundo: como si le hubiera abandonado en algunos de sus puntos estructurales.

2.- Hechos y proposiciones. Una proposición es la unión de un sujeto y un predicado. Se dice algo de algo. Russell concibió lo real como compuesto por hechos atómicos (sin partes), los cuales podían ser nombrados por proposiciones también atómicas. Con las proposiciones atómicas (Sócrates es humano) cabría componer proposiciones moleculares (Sócrates fue humano y yo lo sé). Según Russell, en la realidad del mundo no hay hechos moleculares, sino simples (atómicos). Esos hechos se presentan ante la experiencia como datos sensibles y como estados mentales. Pero los hechos son en sí siempre, no dependen de la percepción, ni de la ideología, etc.

3.- La ciencia. Solo esta forma de mirar al mundo -según Russell- proporcionaría un acceso a la verdad. El conocimiento sería la incorporación de datos verificables (los que reconoce la ciencia) a una matemática debidamente fundamentada en la Lógica (yo creo que esta palabra en Russell debe ir con mayúscula). Russell llegará a decir que, entre las clases más cultivadas, solo el científico es feliz. Quizás porque se asoma a la objetividad, a lo otro, a lo que no es su ego hipertrofiado (como es el caso de los artistas, según Russell). En mi opinión, la mirada de la ciencia, al ser algorítmica (al predeterminar su objeto, al llevar una teoría dentro) funciona como censura. Censura útil para ciertas necesidades no problematizadas como tales. Russell solo aceptará como real -como “hecho”- lo que pueda bailar -y respirar- con su diosa -su salvadora de la adolescencia: la “Lógica”, la “Lógica matemática”. Y así, poco a poco, se podrá ir dibujando el corazón del mundo como un lugar de belleza, de armonía, de paz. Para todos esos seres excepcionales que son los seres humanos.

4.- La religión. En 1956 Paul Edwards publicó una antología de diversos ensayos de Russell bajo el título “Why I am not a Christian”. Todos ellos se ocupaban de temas teológicos y religiosos. En el prefacio que redactó Russell se pueden leer estas afirmaciones:

En los últimos años ha habido el rumor de que me he hecho menos contrario a la ortodoxia religiosa de lo que fui antes. Este rumor es completamente infundado. Pienso que las grandes religiones del mundo -budismo, hinduísmo, cristianismo, Islam y comunismo- son tanto falsas como dañinas.

Pero, como ya señalé al comienzo de este texto, si se observa el modelo de totalidad de Russell con cierto detenimiento, lo que aparece es un esquema puramente religioso: hay una divinidad omnipotente (más aún que el Dios de los monoteísmos), un camino para fundirse con esa divinidad (el que marca la salvífica gnoseología de Russell) y una gloria alcanzable en virtud de esa fusión. Una gloria finita, sí, pero quizás por eso más gloriosa todavía. También hay en Russell una fe enorme. Y también un enorme amor hacia el ser humano (tanto que detestará explícitamente el cristiano discurso de la culpabilización, del terrible pecado, del horrible sexo). Russell amará al ser humano más de lo que desde algunas religiones monoteístas parece amar Dios a sus criaturas.

5.-  La felicidad. Russell creyó que la felicidad humana era posible. Y luchó por ella. Por la suya y por la de los demás (a los que vio en general muy desgraciados). Y todo ello a pesar de que, dentro de su modelo de totalidad, no se aprecian posibilidades de libertad, de maniobra, para esa porción temporal de materia matematizada que sería el ser humano. Creo que Russell ofreció una metafísica para fundamentar una soteriología cuya esencia sería la necesidad de una fusión mística con la Lógica del Ser. El hombre podría fundirse con el fondo omnipotente de lo real (la Lógica matemática) y, ahí, olvidado de su yo egoísta, fluir, bailar el prodigioso baile matemático que somete todo lo real. Se trataría de ser uno con la diosa venerada por el adepto-Russell. Ese sería el camino de la felicidad, de la plenitud -finita- a la que puede aspirar el ser humano. “La conquista de la felicidad”, de Russell, es una preciosa obra que termina así:

El hombre feliz es el que no siente el fracaso de unidad alguna, aquel cuya personalidad no se escinde contra sí mismo ni se alza contra el mundo. El que se siente ciudadano del universo y goza libremente del espectáculo que se le ofrece y de las alegrías que le brinda, impávido ante la muerte, porque no se siente separado de los que vienen en pos de él. En esta unión profunda e instintiva con la corriente de la vida se halla la dicha verdadera (traducción de Julio Huici).

“La corriente de la vida”. ¿Qué es eso? Russell la conceptúa, y la siente, lógica, más lógica incluso que las no tan lógicas matemáticas con las que él quiso ordenar nuestra experiencia de lo real. Estaríamos ante una propuesta mística, de fusión, con una divinidad no problematizada. Un salto a ciegas dentro de un sol que Russell sintió salvífico en el horror de su infancia y de su adolescencia.

En una famosa entrevista concedida a la BBC en 1959 Russell afirmó que el amor es sabio y el odio estúpido. Y que la caridad y la tolerancia son vitales para la continuidad de la vida humana en el planeta. En esa misma entrevista se puede escuchar al propio Russell hablando sobre la experiencia religiosa que supuso para él su encuentro con las diosas matemáticas. Russell no fue cristiano -ni comunista- porque estaba convencido de que esos credos -entre otros- eran muy perniciosos para el ser humano (un fin en sí mismo, una delicadísima y vulnerabilísima porción de la -ferozmente mecánica- materia del universo). Amó tanto al ser humano que lo puso por delante de su propia salvación “eterna”.

Quizás cabría resumir la propuesta de Russell en un lema simple y poderoso: “Facts and love”.

Amor al ser humano, y a la verdad, pero no a sus ideas, no a sus religiones.

Creo en cualquier caso que Russell llevó hasta sus últimas consecuencias el mensaje fundamental de Cristo: “Ama al prójimo como a ti mismo”.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: G. E. Moore


 

Podría decirse que el filósofo, y sus miradas, y sus frases, son en muchas ocasiones realidades extremas, fascinantes, muy atractivas, pero también insufribles. Las tribus necesitan filósofos, incluso locos, para poder respirar, para no asfixiarse dentro de los refugios de lo aparentemente obvio, para arar sus huertos mentales y fertilizarlos con lo inimaginable, para vislumbrar nuevos sueños colectivos en los que poder vivir; pero en realidad, a los filósofos, las tribus no los soportan mucho rato (salvo que se trate de filósofos comprometidos con algún discurso ya normalizado, colectivizado… salvo que se trate de jefes de mantenimiento de esos mismos refugios). No es raro que los filósofos vivan y piensen y sientan solos, apartados en cabañas que a veces son invisibles, sintiendo su pecho cotidianamente atravesado -fértilmente atravesado- por la barra de hierro de la soledad. Pero también ha habido filósofos -pocos- a los que los dioses han regalado el prodigo del amor de pareja.

No digo que Moore fuera simplemente un jefe de mantenimiento. Probablemente este filósofo dedicó su inteligencia, y su corazón, a eliminar esos extremos, esos vértigos, a aquietar el mundo dentro del sentido común (lo cual implicaría, en mi opinión, una especie de democratismo radical, genésico). Se ha dicho que Moore fue el gran defensor de la filosofía del sentido común y, por lo tanto, del llamado “realismo del sentido común”. Es cierto: Moore quiso domar la salvaje mirada de los filósofos (sobre todo la de los idealistas neohegelianos ingleses)  y devolverla a un universo aparentemente muy concreto: el que muestra el lenguaje común, no el de los filósofos (que quizás ni ellos mismos sabrían lo que dicen cuando dicen lo que dicen). Y se considera a Moore también como el propugnador, influido quizás por el neohegeliano Bradley, de un esfuerzo intelectual encaminado a analizar, y a clarificar, el lenguaje ordinario (el que usa la gente normal, no el de los filósofos, que estarían fuera de esa normalidad… salvífica al parecer).

Veo en Moore una lucha, una preciosa lucha, por salvar hechizos: sus propios hechizos, y los de su gente (hechizos construidos en buena parte por esos mismos filósofos que no se quiere que digan nada más). Veo también amor hacia unos universales (por ejemplo las “manos”, las “manos humanas”), cuya existencia ahí, ahí delante, objetiva, no debe ser problematizada. Y en su apasionado examen del lenguaje ordinario veo a un teólogo contemplando, apasionadamente, soteriológicamente, un prodigioso espejo. Un espejo que, si fuera debidamente pulido, reflejaría el mundo de verdad, en tanto que conexión entre conceptos (que serían “seres” existentes por sí solos, eternos, haya o no una mente humana que los piense). Y de eso se trataría: de conocer la verdad del mundo: “dar una descripción general del universo entero”… según está reflejado en el espejo del lenguaje común, no en el de los filósofos tradicionales.

Veo a Moore como un devoto sacerdote de un hechizo democratizado (legitimado cuantitativamente), limpio de excentricidades aisladas, muy consensuado podríamos decir. Y su esfuerzo por salvar la existencia real de sus manos es un acto desesperado, pero precioso en mi opinión. El que salva sus manos de la duda de si el mundo exterior existe de verdad (y de si el universal “mano” tiene o no realidad fuera del lenguaje) está también salvando las manos de sus hijos; y los ojos y la boca y el recuerdo de la mujer a la que ama. El idealismo -ese monstruo metafísico contra el que luchó Moore- disolvería quizás esas manos y esa boca y esos ojos y esos recuerdos en un líquido demasiado subjetivo, demasiado interior, demasiado poco “real”.

Algo de su vida

1873-1958. Estudió en el Dulwich College y en el Trinity College de Cambridge. Fue también “Fellow” en esta institución académica y, más tarde, obtuvo la cátedra de filosofía de la mente y lógica de la Universidad de Cambridge. Amigo de Russell y de Wittgenstein [Véase]. Es famosa la visita que, en 1914, hizo Moore a Wittgenstein en la cabaña que este último se construyó en Noruega (Skojolden). De ahí surgieron la conocidas “Notes dictated to Moore”. Moore, al parecer, fue miembro de una “sociedad secreta” denominada “Los apóstoles de Cambridge”.

Sus ideas fundamentales

– A favor del “sentido común”. Moore afirmó que no pueden probarse ni refutarse las proposiciones del sentido común. Pero que es mejor atenerse a ellas. Y creyó además que esas proposiciones tienen una significación clara (a diferencia de las proposiciones de los filósofos).

– Contra el idealismo; sobre todo contra el idealismo neohegeliano inglés, cuyos representantes fundamentales serían Bradley y MacTaggart. Este último filósofo, por cierto, creo que merece atención especial. Propuso un modelo de totalidad compuesto exclusivamente por almas humanas que estarían vinculadas por amor (sin la existencia de ningún Dios). Y lo hizo en una obra cuyo nombres es: The nature of existence.

– En su obra The refutation of the idealism encontramos una muy interesante argumentación en contra de los argumentos que, según Moore, son tradicionalmente utilizados por los idealistas para legitimar su afirmación fundamental. Y la afirmación fundamental de este tipo de pensadores sería que el mundo es “espiritual”; afirmación que Moore, curiosamente, va a compartir, con devoción incluso. Lo que no va a admitir son los argumentos utilizados por la metafísica idealista para afirmar que, efectivamente, el mundo es espiritual. The refutation of the idealism es una obra sorprendente; no obvia. Merece muchas lecturas.

The revolution in Philosophy. Así tituló Ryle una antología de conferencias de varios autores de habla inglesa que, a principios del s. XX, habrían reaccionado contra el idealismo y habrían colocado el lenguaje como tema fundamental de la Filosofía. Moore, uno de los propulsores de esta revolución, no solo legitimó el lenguaje común frente al “filosófico”, sino que sometió a ambos a un meticuloso análisis. Se trataría de una propedéutica (de una labor previa), cuyo objetivo sería finalmente practicar una Filosofía como ciencia de lo objetivo en general. Todo el pensamiento de Moore no se confinó en un análisis del lenguaje.

– Los conceptos. Moore cree que no son fenómenos mentales (o cerebrales si se quiere). Los conceptos, para este filósofo, tendrían existencia exterior al ser humano; y serían eternos además: objetividad pura. Esos conceptos inmutables mantendrían entre sí relaciones inmutables.

– La realidad. No sería el “absoluto” de los idealistas, sino que estaría compuesta de cosas individualizables, de las mismas cosas de las que daría cuenta el lenguaje común, no el de los filósofos. “Cada cosa es lo que es y no otra cosa”.

– La ética. Moore aplica su método analítico a la ética. Y al fijar su atención en el significado de “bueno”, afirma que estaríamos ante algo no analizable (no divisible en otras significaciones). “Bueno” sería una cualidad irreductible, indefinible por algo distinto a sí mismo. Y “bueno”, además, sería una propiedad no natural.

Su encuentro con las bailarinas lógicas de este diccionario

– “Upanayana” [Véase]: Moore, en su pensar, en su actividad intelectual, en su obra, está oficiando este mismo ritual védico, pero al servicio del cosmos que sostienen las palabras/mitos de su propia tribu (básicamente la Inglaterra de principios del S. XX). Su esfuerzo filosófico es la custodia de un mundo puramente lógico sentido como realidad. Según mi interpretación de los himnos del Upanayana, cabría afirmar que los filósofos védicos sí fueron conscientes de la vulnerabilidad lógica de su mundo (de su dependencia de las palabras). No sé si Moore también lo fue.

– “Poesía” [Véase]. Moore habitaría, poéticamente, en un mundo que ya no querría seguir siendo solo poesía, que querría librase de su propia creatividad intrínseca (Poesía es creación… de mundos). Moore quiso afianzar una Poesía colectivizada y elevarla al estatus de Logos (de estructura lógica de lo existente).

Moore quiso poner silicona en los abismos de “las cosas”, dejarlas sólidas, alicatadas ontológicamente. No quiso Moore, en mi opinión, exponer la conciencia al silencio, a ese silencio sagrado, pero también espeluznante, que convierte las cosas en bailarinas de piel transparente, bailarinas de nada que bailan en la nada (y cuando utilizo la palabra “nada” lo hago en sentido de “nada mágica”, que es la mejor construcción lingüística que se me ocurre para nombrar a eso que también se ha querido nombrar con la palabra “Dios”). Véanse [Nada] y  [Dios].

Lecturas que sugiero


G. E. Moore: Refutation of Idealism. (Se puede leer directamente aquí:http://www.ditext.com/moore/refute.html).

Ibíd.: Proof of an external World. (Se puede leer aquí: http://www.hist-analytic.org/MooreExternalWorld.pdf).

Ibíd.: Defensa del sentido común y otros ensayos (Orbis, Barcelona, 1983).

Sensación final.

Moore está sugiriendo que vivamos poéticamente, no filosóficamente: que nos entreguemos a las formas, que absoluticemos los universales, que nos dejemos in-formar por ellos.

Nos pide que bailemos, sin cuestionarlas, con las bailarinas lógicas que viven cotidianamente en la tribu. Cuerpo a cuerpo.

El de Moore es un giro hacia dentro del mundo. Creo que por amor. Quizás también por miedo. Quizás también por un sentido práctico recalcitrántemente anglosajón. ¿Práctico para qué? ¿Para que la Filosofía no sea un obstáculo a ese progreso que sí estaría facilitado por la ciencia moderna?

En cualquier caso yo haría -y hago- el mismo esfuerzo filosófico que hizo Moore por salvar la realidad objetiva de las manos, sobre todo de las manos de los seres a los que amo. Platón, por ejemplo, vería esas manos como sombras en una caverna. Yo las veo como luces sublimadas, como luz esencial sublimada por la magia, el amor de la caverna.

Quien haya besado una de esas sombras no puede, creo yo, quererlas pensar como irreales. Y el filósofo que ame una de esas sombras, después de haberlas besado, construirá el sistema filosófico que sea necesario para salvarlas de la intemperie metafísica.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX

 

 

Este año me propongo incorporar nombres propios a mi diccionario filosófico. Quisiera visualizar a buena parte de los míticos filósofos del siglo XX como fabulosos –y siempre mutantes- constructos narrativos. Quisiera calibrar la fuerza hechizante de las redes lógicas que los mantienen vivos, como mitos, como nodos de energía filosófica que sostienen y vivifican nuestra civilización de palabras (nuestro lógico sueño compartido).

Desde el concepto del Maya hindú (y no solo desde ahí) se podría decir que ninguno de esos filósofos tuvo existencia individual; y que su pensamiento no fue suyo. ¿De quién fue entonces? ¿Qué fueron todos ellos? ¿En qué podrían llegar a convertirse si algún día se produce una mutación radical en eso que los cerebralistas denomina “cerebro humano”?

Desde la cosmovisión cerebralista, o fisicista, cabría visualizar el pensamiento filosófico del siglo XX como una forma determinada de interconectarse neuronas (materia legislada), en una serie de individuos, a lo largo de un vector de tiempo determinado.  [Véase “Cerebro“].

¿Y por qué el siglo XX? “Siglo XX” es otra bailarina lógica. Pero aun así, presenta, como narración al menos, como poesía comúmente aceptada, rasgos que me parecen excepcionales.

Creo que el siglo XX fue un siglo impresionante. Y que también lo fue la Filosofía que ocurrió en él. Como impresionante es, creo, la imagen que he elegido para el cielo de este texto. Ya la usé con ocasión de la palabra “Cultura” [Véase]. ¿Por qué esa imagen ahora, otra vez? Porque muestra un cuerpo humano trágicamente convertido en cultura pura y dura (un cuerpo transmutado ideológicamente). Michel Foucault dijo que el alma es la cárcel del cuerpo. Yo diría que tanto el “alma” como el“cuerpo” están en la misma cárcel: en la misma vivificante (y mortificante) matriz: el lenguaje: la diosa Vak; aunque es imposible, desde el lenguaje, decir qué sea eso del lenguaje [Véase “Lenguaje“].

En cualquier caso, creo que esa fotografía de Sid Vicious muestra un siglo impresionante, muy soñador, muy “lógico”, muy desgarrado por poesías [Véase “Poesía“].

 

 

Ofrezco a continuación la lista provional de filósofos. Están ordenados alfabéticamente; y limitados a 40, que es el número de conferencias que este año impartiré en Ámbito Cultural de Madrid (sin incluir la introductoria y la de conclusiones del curso):

 

– Adorno, Theodor.

– Althusser, Luis.

– Apel, Karl-Otto.

– Bachelard, Gaston.

– Baudrillard.

– Bergson, Henry.

– Buber, Martin.

– Chomsky, Noam.

– Deleuze, Gilles.

– Derrida, Jacques.

– Feyerabend.

– Foucault, Michel.

– Gadamer.

– Habermas.

– Heidegger.

– Horkheimer.

– Husserl.

– James, William.

– Jaspers, Karl.

– Lacan.

– Lévinas.

– Levi-Strauss.

– Lukács.

– Lyotard.

– Marcuse.

– Merlau Ponty.

– Moore.

– Nishida Kitaro.

– Ortega y Gasset.

– Popper.

– Putnam, Hilary.

– Quine.

– Ricoeur, Paul.

– Russell.

– Sartre.

– Scheller.

– Unamuno.

– Weil, Simone.

– Wittgenstein.

– Zambrano, María.

 

Sugiero a continuación algunos recursos bibliográficos:

 

1.- Bibliografía general:

 

  • Ferrater Mora, José: Diccionario de Filosofía, Círculo de lectores, Barcelona, 1991.
  • Garrido, Manuel; Valdés, Luis.M., Arenas, Luis. (coords.): El legado filosófico y científico del siglo XX, Cátedra, Madrid, 2005.
  • Reale, Giovani; y Antiseri, Darío: Historia del pensamiento filosófico y científico (tres tomos), Tomo III, Herder, Barcelona, 2005.
  • Sáez Rueda, Luis: Movimientos filosóficos actuales, Trotta, Madrid, 2001.
  • Sanchez Meca, Diego: Historia de la filosofía moderna y contemporánea, Dykinson, Madrid, 2010.
  • Muguerza, Javier y Cerezo, Pedro: La filosofía hoy, Crítica, Madrid, 2000.

 

2.- Recursos de internet:

 

http://www.iep.utm.edu (Recurso gratuito de internet, en inglés, que fue fundado por James Fieser y actualmente codirigido por él mismo y por Bradkey Dowden).

– http://plato.stanford.edu/ (Stanford University).

– http://www.ucl.ac.uk/philosophy/LPSG/contents.htm (University College London).

– http://www.information-philosophie.de/ (Recurso en alemán).

– http://la-philosophie.com (Recurso en francés).

– http://asterion.revues.org/ (Ecole Normale Supérieure de Lyon, en francés también).

 

 

3.- Revistas de Filosofía:

 

  • Revista de Filosofía (Universidad Complutense de Madrid, dirigida por Rafael V. Órden Jiménez).
  • Claves de la razón práctica (Dirigida por Javier Pradera y Fernando Savater).
  • Filosofía hoy (Dirigida por Pepa Castro).

 

 

 

En realidad, este año quiero ver qué les pasa a esos mitos, a esos seres de palabras, y a sus propias secreciones de palabras, cuando entren a bailar con mis bailarinas lógicas. Muchos de ellos ya están dentro desde hace tiempo, pero de forma parcial, como simples referencias; no de cuerpo entero.

Estoy seguro de que las bailarinas lógicas de mi diccionario filosófico ganarán mucho -sentirán y harán sentir mucho- con el baile que está a punto de empezar. Y espero que los lectores de este blog -tras la entrada en él de cuarenta filósofos del siglo XX- aumenten sus posibilidades de experimentar ese estupor maravillado -ese sublime vertigo/placer- que es capaz de provocar la Filosofía… siempre dentro de ese misterio infinito -pero mágico también- que es nuestra esencia y nuestra existencia.

 

 

David López

Sotosalbos, 12 de septiembre de 2011.

 

Las bailarinas lógicas: “Verdad”.

 

Alegoría de la caverna, de Michiel Coxcie.

Wittgenstein escribió: “¿Está entonces en mi poder creer lo que creo?” [Liegt es denn in meiner Macht, was ich Glaube?] Esta cita puede encontrarse en la anotación 173 de la obra que se editó póstumamente bajo el título Sobre la certeza [Über Gewissheit].

Yo respondería a Wittgenstein que no.  Que no está en su poder; al menos si su “yo” lo hacemos equivalente a “Wittgenstein”.

“Verdad”.

¿Es lo que busca la Filosofía? ¿Es lo que cree que encuentra la Ciencia? ¿Es lo que ofrecen los textos religiosos?

¿Para qué la queremos? ¿Para qué la buscamos? ¿Para poder sobrevivir? ¿Para calmarnos? ¿Para saber a qué atenernos? ¿Por curiosidad? (¿Y qué será eso de la “curiosidad”?)

¿Existe una verdad -entendida como realidad- ahí, objetiva, platonizada y platonizante, preparada para ser conocida de una forma más o menos imperfecta?

Durante quince años ejercí como abogado en Madrid. En mi mesa de trabajo —de mucho trabajo— había expedientes, contratos, informes, dictámenes, leyes, sentencias y libros de Derecho mezclados con los de Filosofía, los de Ciencia, los de Religión, los de Mística y hasta los de Magia. Aquel poliedro bibliográfico y existencial me ofreció imágenes que considero muy valiosas. Creo que muchas de las ideas que voy a exponer aquí brotaron de allí. Puedo ir adelantando que viví momentos muy parecidos a los que supongo que vivió Wittgenstein mientras escribía esas notas que, más tarde, se editaron bajo el título Sobre la certeza. A esta obra me he referido también en la palabra “Sueño” [Véase]. Y de aquellos días de abogado creo que vale la pena compartir aquí una sola certeza: no existe la certeza. Es más: ni siquiera cabe afirmar, con certeza, que no exista la certeza.

Por certeza entiendo un estado mental —y emocional— que excluya de forma radical la posibilidad de que algo  sea de forma distinta a como nos parece que es ahora o ha sido en el pasado.

La ausencia de certeza absoluta abre nuestra mente —y, sobre todo,  nuestro corazón— a configuraciones de lo real absolutamente inimaginables desde el nivel de conciencia que queda precisamente petrificado —desencantado, muerto— con la certeza absoluta.

La no certeza —el misterio del que habló María Zambrano; y también Kierkegaard— nos abre a lo prodigioso. A lo imposible.

Una de las propuestas que incluiré en este texto puede ser denominada “certeza absolutamente relativa”. Y voy a intentar dignificarla, sobre todo cuando me ocupe del tema de la veracidad como virtud ética (a mi juicio sagrada… y, a la vez, sacralizadora de la condición humana).

Un ser humano puede estar acusado de haber cometido una serie de actos intolerables, atroces, demoledores de la dignidad humana.

Pero nunca podremos tener la certeza -absoluta- de que ese ser humano hiciera aquello de lo que se le acusa. Es más: ni ese ser humano mismo podrá saber nunca, con precisión absoluta, si lo que él cree que hizo fue lo que realmente hizo. “Realmente”… “Realidad”. Una palabra difícil y fascinante [Véase “Realidad“].

Pero la sociedad, como sistema, debe poner un límite a su inteligencia colectiva —a su lucidez metafísica comunicable— y optar por lo práctico. Por otra parte, no queda más remedio que confiar en alguna institución humana la labor de juzgar: de decidir si un hecho ha sido o no real (dentro de la realidad que se comparte) y cuáles son las consecuencias jurídicas del mismo dentro de un sistema de normas. No obstante esta medida de eficacia ineludible, hay algo que debe, en mi opinión, estar por encima del sistema (por ser precisamente lo que da sentido a dicho sistema). Me refiero a la dignidad humana, incluyendo en la misma a los seres humanos que no la respetan.

Cualquier acusado debe ser respetado al máximo. Su presunción de inocencia debe ser sagrada para todos. Creo que la Filosofía nos puede ayudar a ser más lúcidos y más generosos. Cada vez estoy más convencido de la enorme salubridad de los vértigos filosóficos.

“Verdad”. Una palabra impresionante. Me voy a ocupar de ella, de forma todavía muy fragmentaria, y muy titubeante, desde varias perspectivas (metafísica, física, biológica, sociológica/epistemológica, inter-personal, intra-personal y, finalmente, mística).

Pero antes creo que puede sernos de gran utilidad hacer el siguiente recorrido por eso que se llama “historia del pensamiento” (pensamiento/sentimiento en realidad):

1.- Vedanta advaita. El modelo implícito en el concepto mismo de verdad sería un engaño (un auto-engaño). No existe, “en verdad” porque el dualismo sujeto-objeto, que es su condición de posibilidad, es un hechizo, una “mentira” estructural. No cabe decir nada de la objetividad porque el objeto no existe. Solo hay sujeto. Solo hay actividad imaginativa de Brahman. Y auto-hechizo consciente.

2.- Apara-Vidya [Véase]. Cabe una sabia renuncia a la sabiduría superior (la que diluye la posibilidad misma de la verdad)  para vivir en plenitud el despliegue existencial de Maya (de un mundo, el que sintamos como real). [Véase “Sueño” y mi concepto de “sueño amado”]. Ahí sí cabe la verdad, ahí es sagrada, ahí la mentira sí es un pecado. Y es ahí donde estamos ahora (en un lugar sagrado, extremadamente respetable, aunque sea una fantasía).

3.- Platón. La caverna. Sócrates da por válida la versión del prisionero que cree haber visto tanto la luz como las verdaderas causas de las sombras que los demás prisioneros dan por reales. Pero cabría dudar de su testimonio. Podría ser que aquel prisionero no se hubiera liberado, sino que, por el contrario, hubiera caído en el estómago dogmático-depredador de alguna secta. Y, gracias al poderío de su líder, ese prisionero “liberado” hubiese disfrutado, por fin, de la “Verdad”: de la paz y de la luz que envuelve -envuelve- al que ha visto lo que es verdad de verdad. Es muy probable que quien “comprende” sea, en realidad, “comprendido”, o “comprimido”… [Véase “Concepto“]. Por eso, creo yo, tantos sabios han repetido tanto eso de que “el que comprende, no comprende”.

4.- Aristóteles. De él proviene lo que después se ha llamado “concepción semántica de la verdad”: la correspondencia entre la palabra (o el signo en general) y la realidad. Pero los símbolos solo reflejan universales [Véase], lo cuales, a su vez, son fantansías útiles. Lo real no admite símbolo alguno, salvo que nos valga la palabra “Nada” [Véase].

5.- Escolástica. Hubo múltiples formas de acercarse al concepto de verdad. Habría que destacar la tensión intelectual, y emocional, que supuso para muchos de aquellos pensadores la existencia de dos tipos de verdades: la verdad de fe y la verdad filosófica (y la científica también). La definición de verdad que más éxito tuvo en la Escolática parece que fue la siguiente: adecuatio rei et intellectus. No obstante, aquellos pensadores que no otorgaron realidad a los universales optaron por utilizar la expresión “Veritas sermonis“. Verdad del discurso (intra-discursiva; o “intra-cósmica”, es  lo mismo). Al exponer mis ideas intentaré otorgar valor a este tipo de verdad, apoyándome sobre todo en principios éticos.

6.- Descartes. El discurso del método. Puedo fiarme de mis sentidos y de mi razón porque hay algo -Dios- que me asiste. ¿Me asiste para qué? ¿Para ser feliz? ¿Para mi plenitud dentro del mundo? Pero ¿quién soy yo? ¿Hasta dónde está dispuesto Dios a llegar para que se garantice mi plenitud? Creo que cabe conectar aquí con Berkeley y su idea de que Dios nos inocula realidad. Por amor. Sin más. Ahí no cabe conocimiento, sino, como mucho, gratitud; y plegaria. Cabría considerar aquí también la distinción que en su día hizo von Soden entre la verdad en sentido griego y la verdad en sentido judío. La primera sería equivalente a “realidad”. La segunda a fidelidad. Esta segunda presupondría, en mi opinión, la presencia de un ser libre y creativo capaz de modificar la realidad que se le presenta al ser humano (a sus seres queridos). La primera llevaría implícito un fijismo metafísico. No obstante, cabe visualizar el modelo judío como un sistema fijo en el que se desplegarían las conductas definidas en las Sagradas Escrituras.

7.- Hegel. No caben verdades parciales. Ni mentiras parciales tampoco. Todas ellas se ven anuladas y superadas a la vez  hasta llegar a la verdad absoluta; que es la que ofrece un sistema filosófico correcto (el de Hegel en concreto).

8.- Nietzsche. Hay que elegir entre la verdad y la vida. Verdad al servicio de la vida, de la supervivencia de la especie. Creo que cabe relacionar estas ideas con las propuestas de Umberto Maturana. Finalmente los cerebros (únicos hábitats de las ideas, según el modelo biologicista) fabricarían aquello que fuera óptimo para la supervivencia -y plenitud- del sistema viviente. Los sistemas vivientes no solo quieren sobrevivir (estar en el mundo). Quieren mucho más. En mi opinión, entre otras cosas, quieren alcanzar el estupor maravillado: esa sacudida inefable.

9.- Pragmatistas. La verdad como aquello que tiene fuerza motriz: lo que hace soñar, lo que consigue imponerse en el sueño lógico colectivo. Creo que una de las verdades más poderosas que han vibrado en el siglo veinte la poetizó Marx. Y sigue viva. Sigue hechizando. Sigue fabricando en muchas conciencias la “conciencia” de clase: de ser “trabajador”, por ejemplo.

10.- Ortega y Gasset. El hombre necesita saber a qué atenerse. Necesita algo a lo que agarrarse en el naufragio de su existencia.

11.- Post-modernidad. Lyotard (La condición postmoderna). Se trataría de ser conscientes -y quedar liberados- de los grandes metadiscursos que condicionan los distintos ‘discursos verdaderos’ que se disputan las mentes de los seres humanos. ¿Cabe esa conciencia y esa liberación?

12.- Baudrillard (el gurú de los guionistas y actores de la trilogía Matrix). La pecaminosísima sociedad capitalista se habría estrangulado a sí misma en una especie de infierno semántico. El mapa y el territorio se habría entremezclado creando una sustancia a la vez letal (desde un punto de vista filosófico) y a la vez narcotizante.

13.- “Realismo dependiente de modelo”. Esa esa la propuesta del último Stephen Hawking —y de Modlinov—. Tan válida, dicen ellos, es la teoría sobre el origen del universo que ofrece la cosmología moderna (el “Big Bang”), como la ofrecida por San Agustín. Toda verdad (teoría) es validada o no dentro del modelo de totalidad que le dé, o no, su sentido.  [Véase aquí mi artículo sobre Stephen Hawking].

Mis ideas -siempre en revisión- sobre el concepto de verdad se van ordenando así:

1.- En un nivel de conciencia advaita no cabe el dualismo verdad-mentira. No hay nada que conocer, no hay a quién mentir, no hay objetividad que registrar en un cerebro. Todo es imaginación dentro de la “mente” de un dios (por utilizar una palabra). En ‘verdad’ lo que hay ahora, aquí mismo- es la Nada/Ser [Véase]. Para ocuparnos de la palabra “Verdad”, como de todas, hay que activar —y sacralizar—la sabiduría inferior: Apara-Vidya [Véase]. Yo soy un devoto de la ignorancia sagrada: la que sacraliza los mundos imaginarios en los que se va internando nuestra conciencia.

2.- Desde los modelos de la Física (que es una sabiduría inferior pero útil, y muy bella), cabe afirmar que “verdad” será la correcta reproducción de una parte, o del todo, del universo en un sistema inteligente (esto es, en otra parte del universo). Habrá conceptos (formas cerebrales) más capaces de recoger realidad exterior: más capaces de modelizar regularidades y de hacer predicciones. Habrá por tanto —en sí— leyes verdaderas y leyes falsas: habrá un sistema de conexiones neuronales que represente la verdad el universo. Y ese modelo, esa forma neuronal, será además comunicable a otros miembros de la comunidad humana. [Véase “Cerebro” y “Física“.]

3.- Desde la biología llama la atención cómo unos seres vivos intentan lanzar mensajes a otros (mentiras) para ponerlos a su servicio (al servicio de sus genes, por simplificar). El virus miente a la célula y consigue convertirla en un sistema esclavizado. Estamos ante un fenómeno cibernético [Véase “Máquina“]. Todos los seres vivos (aunque el virus no llega a serlo en realidad) están implicados en una guerra cibernética sin cuartel, vida o muerte, nunca mejor dicho. La mentira es ubicua, sistémica, ineludible si ha de haber universo y vida en él.

4.- Saltamos a la sociología. Los grupos humanos organizados condenan la mentira. “No darás falso testimonio”. ¿Por qué? La economía, en concreto, requiere confianza. En el fondo somos un grupo de gente que camina junta, por la oscuridad, cogidos de la mano. Necesitamos manos firmes, honestas. No se puede caminar de otra forma. ¿Mienten los políticos? ¿Miente todo el mundo? No lo creo. Lo que ocurre es que las verdades se despliegan algorítmicamente a partir de las creencias no problematizadas. Una vez aceptada la mayor —la premisa que se muestra como verdad— el discurso ya está esclavizado: ya está dormido. Pero cabe incluso que ese discurso sea autocontradictorio y falte a sus propias verdades, o que haga saltos incorrectos desde el punto de vista de las leyes de la Lógica. Y es que, finalmente, “los cerebros” (“las conciencias” si se quiere) segregarán las verdades que necesiten para su optimización vital. El político —y el ciudadano, que, por cierto, también es un “político”— pensará y dirá lo que más le convenga. Sí ¿pero quién es él? Tengo la sensación de que, finalmente, todo mentir, y no mentir, son canalizaciones de una misma luz, de una verdad inefable. Todo se estaría haciendo desde el fondo del abismo. La mentira del político no es suya.

5.- La verdad y la mentira desde el punto de vista inter-personal. ¿Hay que decir siempre la verdad al prójimo, a nuestro prójimo? ¿Está antes la verdad o el amor? Pensemos en los Reyes Magos, esos seres maravillosos. Yo creo absolutamente en la veracidad: en el —dificilísimo— deber de no mentir, de no trasladar a otros realidades que nosotros creemos falsas (sin perjuicio de nuestra imposibilidad de tener la certeza absoluta de nada). La mentira es letal. Porque es una ingenuidad, una falta de perspectiva, una rotura de los cristales del alma, un escupir contra el viento. Tengo la sensación de que mantenemos estrechos vínculos telepáticos con las personas que nos rodean (o que ocupan nuestra conciencia). Todo se sabe. Y hay, además, algo misterioso al que no le gustan los mentirosos. Creo que cabe decir siempre la verdad (dentro de la comunidad humana), y hacerlo además con mucho respeto y con mucha ternura. Lo creo de verdad. Ese esfuerzo de veracidad propicia la irrupción de prodigios porque exige sacar lo mejor de uno mismo: elevarse muy por encima de uno mismo; precisamente para no tener que mentir sobre uno mismo; ni sobre nada en absoluto. Finalmente, el mundo se eleva porque lo hace la conciencia donde ocurre ese mundo.

6.- El tema de la verdad también tiene una dimensión intra-personal. El mentiroso tiene la conciencia troceada y ensangrentada. Vive en la antítesis absoluta de lo que Ortega [Véase] denominó “coincidencia del hombre consigo mismo” y, también, en la antítesis absoluta de lo que significa realmente la palabra “Yoga”: “unión”: unión del cuerpo, de la mente y de la conciencia. No engañarse a uno mismo: valiente y generosa contemplación del yo fenoménico (el yo que aparece ante nuestra conciencia).

Pero para eso —para no necesitar del autoengaño— hay que ser muy generoso con uno mismo: amarse mucho (cosa dificilísima por cierto, más de lo que parece, mucho más que amar al prójimo). Última pregunta: pero… ¿qué es ese “uno mismo”? ¿Qué se ama? ¿Quién/qué lo hace?

Creo que amamos, cuando amamos de verdad, productos oníricos, sagradas fantasías (o “meta-verdades”) que brotan de nuestro sagrado y omnipotente abismo.

Creo que cabría decirle a Wittgenstein que ese abismo -omnipotente, libre, mágico por completo- sí tiene el poder de decidir cuáles van a ser sus propias creencias (sus verdades/sus hechizos) en cada una de sus auto-difractaciones. En cada uno de sus mundos. En cada una de sus sagradas fantasías.

 

David López