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Las bailarinas lógicas: “Tao”.

 

 

“Tao”. Camino, vida, orden, sentido, hembra abisal que lo mueve ¿y lo es? todo…

Tao es una bailarina de origen chino que lleva muchos años hechizando mentes occidentales (si es que hay alguien que sepa de verdad qué es exactamente eso de ‘occidental’).

Cuando me ocupo de la palabra “Humanidad” [Véase] quiero compartir mi fascinación por el hecho de que los seres humanos se saluden en los caminos, en los caminos poco transitados, como los de los bosques y las montañas, o como el que aparece en la fotografía de Richard Long que agranda estos párrafos.

¿Es esto del ‘vivir’ una especie de caminar por una senda marcada (soñada, amada) metafísicamente? ¿Es sabio el que sabe detectar su camino (su Tao) y adaptarse a él? ¿Hay un camino, un sentido, un orden, para todos los seres humanos, en su conjunto y, a la vez, para toda esa ‘naturaleza’ de la que son parte?

Tao… En este texto reproduciré algunas frases del Tao Te Ching (tal como fue traducido este misterioso manual por el jesuita Carmelo Elorduy). Y la cuestión fundamental, a mi juicio, es ésta:

¿Hay posibilidad de creación dentro de esa hembra física y metafísica que parece serlo todo y, a la vez, regirlo todo? En realidad volvemos a la más crucial de todas las disyuntivas: ¿Estamos o no estamos en un océano metafísico libre?

Lo curioso es que el Tao Te Ching propicia, al menos en algunos capítulos, una especie de anarquismo -en lo social- a la vez que un esclavista sometimiento a un imperio invisible -el Tao- con el que, al parecer, más vale armonizarse si no se quiere uno pudrir en la ignorancia/infelicidad.

El taoísmo, como ‘filosofía’ o ‘religión’ o lo que sea, me ofreció hace años una preciosa leyenda, deliciosamente adaptada por Marguerite Yourcenar en sus Cuentos orientales. En esa leyenda se narra la historia de un pintor chino (Wang Fô) cuyos ojos solo veían sublime belleza… y cuya capacidad artística le permitió crear un mundo (otro mundo) desde dentro del que estaba a punto de matarle.

Arte. Creatividad. Creatividad radical. Fuerza capaz de construir universos. En mi novela El bosque de albaricoques intenté dar más vida, más todavía, a aquel mago chino y a sus pinceles.

¿Cabe crear modelos alternativos de Tao? ¿Cabe legislar? ¿Cabe ser ingenieros de caminos metafísicos (y físicos por tanto)? ¿Cabe construir un camino como el que fotografió Richard Long y caminar por él como el que caminara por el interior de su propio cuadro?

¿Qué somos en realidad? ¿Cuánto poder y cuánta libertad tenemos?

¿Somos magos? ¿Qué significa eso? ¿Cuál sería el mago más poderoso? [Véase Magia].

Esta es la bibliografía que yo he manejado  sobre el taoísmo:

– Mircea Eliade/Ioan P. Couliano: Diccionario de las religiones, Paidos, Barcelona 1992.

– Russell Kirkland: Taoism: the enduring tradition, Routledge, Londres 2004.

– Chantal Maillard: La sabiduría como estética (China: confucianismo, taoísmo y budismo), Akal, Madrid 2000.

– Henry Maspero: El taoísmo y las religiones chinas, Trotta, Madrid 2000.

– Iñaki Preciado: Los cuatro libros del emperador amarillo, Trotta, Madrid 2010.

¿Qué es el taoísmo? ¿Cuál es el hábitat, el cosmos de palabras, que sirve de ‘casa del ser’ para ese ser conocido como “Tao”?

Ofrezco algunos apuntes personales.

Los dos libros más conocidos del taoísmo son el Tao Te Ching y el Chuang Tse. Otro menos conocido es el Lieh Tse. Pero el taosímo es muchísimo más que lo que hay en estos libros: son milenios de tradiciones muy complejas, en las que han participado hombres y mujeres, donde hay muchas sectas, donde se practica la magia, la medicina, la alquimia (exterior e interior).

Todo esto se construye a partir de una mitología: el Emperador Amarillo, hacia el 2600 a.C. iniciaría la China histórica (la que recoge por escrito el pasar del tiempo, del tiempo lineal). El caso es que ese emperador pasa a esa historia como gobernante sabio y justo; pero es también chamán: en estado cataléptico visita el mundo de los seres incombustibles… los inmortales que mantienen una especial relación con el mundo de las hadas, de las alegres hadas.

La esperanza suprema del adepto –toda religión ofrece algo, contiene una esperanza- se centra en reunirse un día con los inmortales de la Montaña K´Lun, región de la alegre reina Hsi Wang Mu, que cabalga sobre las ocas y los dragones.

El territorio fantástico del adepto taoísta son “La Montaña” y “Las Grutas Celestes” iluminadas por su luz interior. Al entrar en “La Montaña”, el taoísta se adentra en sí mismo y descubre esa ligereza del Ser que lo hace inaccesible a la palabra, al pensamiento.

El adepto medita que es una mariposa… una mariposa que le sueña a él.

El mundo es un edificio irreal constituido por sueños en los cuales los seres soñados engendran al soñador. Mircea Eliade utiliza el dibujo de Escher: las manos que se dibujan mutuamente para poder dibujar, y dice que esta ligereza del ser que no está delimitado por sus pesados deberes para con el Estado no gustaba a los confucianistas.

Monasterios mixtos. Magia sexual rechazada por el puritanismo confuciano. No aceptaban donativos.

Predicaban la nada, pero ofrecían la inmortalidad.

Practican meditación antes de la entrada del budismo en China, y también una sexualidad iniciática.

Clave: mantener el soplo vital: apnea prolongada; y retención del semen.

Invocación de los espíritus de las estrellas.

Localización de templos en el cuerpo y ubicación de dioses allí para visitarlos, hablar con ellos, honrarlos…

 

El libro: el Tao Te Ching.

Yo utilizo la traducción del jesuita Carmelo Elorduy. Las citas que ofrezco en este artículo están sacadas de esa traducción.

¿De dónde salió, quién lo escribió?

El mito habla de un tal Lao Tse, viejo maestro, que lo escribiría hacia el siglo VI a.C. y al que habría visitado el mismo Confucio. Hoy ‘se sabe’ que es un texto datado en torno al 300 a.C.

Russell Kirkland, sostiene que es un empaquetado de ideas provenientes de alguna comunidad rural. Un empaquetado realizado por algún hábil intelectual que quiso ofrecer a los compradores de ‘sabiduría’ de la época ideas diferentes de las de los confucianos o los legalistas.

Kirkland dice que se trataría de sabiduría casera de los viejos… Laoista… ‘Viejista’.

“Tao Te Ching” significa “Libro sagrado del camino y de la virtud”.

La idea fundamental en la que se apoya este libro es la del “Tao”, palabra que significa “camino”, o “razón”, pero también  “alma del mundo”, lo más abismático de la realidad. Y ese Tao sería inalcanzable con la mente, y por supuesto con el lenguaje, porque sería precisamente el origen, y el hábitat, de todo esto que llamamos mundo, sería la matriz, ‘la Madre’, de todas las cosas.

La mente y el lenguaje serían de hecho obstáculos para ver –y para dejar hueco- al Tao.

El Tao Te Ching compara al Tao con una hembra misteriosa: el húmedo y fértil e insondable fondo del mundo. El Tao sería un megadios, sin forma humana por supuesto, sin ninguna forma en realidad: un megadios que es vacío y totalidad a la vez.

Un no ser ni no-no ser del que emerge todo.

No puede ser nombrado porque no tiene otra cosa de la que distinguirse.

El latido del mundo.

Lo que de verdad está ahí ahora mismo.

¿Podemos oírlo?

Y el desafío sería ser oquedad para el Tao. Bailar su ritmo. Sin ofrecer resistencia. “Wu-Wey”: no actuar como persona individual y por tanto, ciega, y ser en Dios… Ser en el Tao.

Es algo así como un dios-naturaleza: un panteísmo y un misticismo a la vez: el Todo y la Nada siendo lo mismo. De hecho el Tao Te Ching ama la Naturaleza desaforadamente. Más que al hombre incluso, al que ama sólo en cuanto que es Naturaleza. De hecho, condena cualquier acto de intervención del hombre en los flujos naturales de las cosas. A diferencia de Confucio, o los racionalistas como Descartes o Marx, o Francis Bacon, que entienden que la Naturaleza debe servir para los fines de la sociedad, y que la naturaleza humana debe ser ‘domesticada’ por los ritos y la moral, Lao Tse le pide al ser humano que no actúe (Wu-Wei), que no fuerce nada, que deje que ese Alma del mundo (que se manifiesta en todo, incluso en el hombre) siga su inteligentísimo curso (¿Obedecer al ‘granjero’?).

El Tao Te Ching parece decir que el hombre sabio debe relajarse totalmente (olvidar las expectativas y los recuerdos), vaciarse de moralidad artificial e, incluso, de inteligencia, que es en definitiva una forma de codicia y de estupidez, y abrazarse al Tao, a esa ‘hembra universal’ que todo lo mueve, y dejarse llevar, dejar que Ella marque los movimientos del baile.

Tao es también ‘vida’.

El Tao Te Ching, a diferencia de Confucio, que venera a los sabios emperadores del pasado, acusa a esos mismos sabios de haber falseado, con virtudes artificiales, la primitiva sencillez natural. No propone una liberación ‘del mundo’ (esto no es hinduismo… estamos en China… que es mundana…, sacralizado de lo inmanente), sino de la civilización. El Tao Te Ching está incluso en contra de la educación:

“Suprimid los estudios y no habrá pesares.”

Hay una parte del Tao Te Ching dedicada a los gobiernos. Es realmente interesante porque coquetea con la anarquía. A ese libro no le gustan la ciudades, ni las multitudes, y mucho menos los gobiernos. Según Russel Kirkland esa parte de libro es un pegote puesto por los empaquetadores. Y dice también que los monasterios budistas no preocupaban a los gobiernos porque aceptaban donativos. Los taoístas, al parecer, no los aceptaban: eran realmente libres, muy provocadores, algo así como los cínicos de Grecia o los jivanmuktas de la India.

El Tao Te Ching propone vaciarse interiormente, crear un desapego o desinterés por las cosas –tener como si no se tuviera, diría San Pablo-… y como decía Buda.  Es estar en el mundo pero sin estar en él del todo, manteniendo cierta distancia, cierto desinterés, para no sucumbir a las locuras del deseo, no sucumbir a nuestras pasiones egocéntricas. Ese vacío entonces se llenaría con el flujo espontáneo del Tao, de la inteligencia universal, y eso llevaría a la acción correcta.

“Déjate llevar”, nos decimos muchas veces unos a otros cuando no sabemos qué consejo darnos unos a los otros en el tortuoso camino de la vida.

El Tao Te Ching recomienda eliminar la codicia y los deseos, no gastar la energía de la vida con cavilaciones abstrusas, no hablar mucho, máxima humildad, y conservar el semen…

Se dice que el taoísmo posterior al Tao Te Ching se convirtió en una religión rellena de magia, y se desarrollaron sofisticadísimas técnicas para controlar la eyaculación, y la respiración: se trataba de no perder energía vital para alcanzar así la inmortalidad. Chantal Maillard ve aquí una pérdida de altura, una caída en la  ‘superstición’. La inmortalidad, dice ella, no es de ‘alguien’: se alcanza precisamente cuando se deja de ser ese alguien que desea, entre otras cosas, ser inmortal.

Volvamos a la humildad. Es un concepto decisivo en el taoismo. Se trata de una humildad muy diferente a la del cristianismo. Esta última se basa en una conciencia de insignificancia ante la grandeza de Dios, en un sentimiento de culpa derivado de un pecado original. La humildad taoísta es una convicción de que no hay que singularizarse, de que la grandeza que puede sentir el ser humano le vendrá de ser consciente de que está en el Todo, en el Tao.

La potenciación, la veneración del yo, sería un empequeñecimiento, una ridiculización de lo grandioso: una mutilación del verdadero yo.

Sería, pienso, como agrandar hasta el infinito el foco de la linterna en el que incluimos el yo, lo que no es ‘lo otro’.

Vaciarse… de pequeñez.

Más citas del Tao Te Ching (según la traducción de Carmelo Elorduy):

“No estimar el magisterio, no amar los dineros ajenos, aparecer ignorante siendo sabio, es la más alta maravilla.”

“Al hombre bueno le basta el fruto que espontáneamente le ofrecen las cosas. No osa violentar nada por coger más; coge el fruto sin urgir más, sin empeñarse más, sin tercos caprichos, sin querer obtener demasiado, coge el fruto sin forzar.”

“El que pretende dar pasos demasiado largos, no puede andar”

“La ley del Cielo [el Tao] es vencer sin combatir, hacerse responder sin haber hablado, hacer venir sin llamar…”

“En el mundo, las cosas difíciles se hacen siempre comenzando por lo más fácil, y la cosas grandes, comenzando por lo más pequeño.”

“El que hace ostentación, no luce.”

“El que se estima, no brilla.”

“Ser sabio y no saberlo es perfección.”

“El hombre bueno [sabio] no ama discutir, y el discutidor no es bueno.”

“No hay desdicha mayor que la de no saberse saciar, ni vicio mayor que la codicia.”

“Sabio es el que conoce a los demás. Iluminado es el que se conoce a sí mismo. El que vence a los otros tiene fuerza, pero el que se vence a sí mismo es el fuerte. Rico es el que sabe contentarse.”

“El sabio cambia todo el día, sin ceder en su serena gravedad. Y si tiene magníficos palacios, sereno los habita, y de igual modo los abandona.”

“Conocer que no se conoce es lo más elevado.”

“Expeler el aire es fuerza.”

Pienso: vaciarse, incluso del concepto “aire”, para llenarnos enteramente del Tao, de la hembra (hiperfecundidad) absoluta. Sin erudición, sin sistemas de ideas, porque eso limitaría, mutilaría , el infinito… y se trata de reproducirlo dentro: sentirlo en el estómago.

Los taoístas buscan inmortalidad en “La Montaña” esa donde se hermanan con las hadas.

No se trataría de humildad por estética social, por ser ‘más queridos’ por el grupo, por caer mejor; sino humildad para ser más, para no agotarnos en lo pasajero, en lo cambiante. Conciencia total. Identidad infinita. Humildad como vía iniciática, expansiva, no como virtud ciudadana para serenar al poder y a otros conciudadanos. Humildad hasta en la soledad más atroz.

En resumen: hablar poco, actuar poco, no forzar el ritmo natural de las cosas, respirar (más bien exhalar) bien, no eyacular y seguir la Naturaleza: amarla…. confiar en ella… sin esa “suspicacia del labriego” a que se refería Ortega…

Buscar el reino sagrado que hay en el pecho. No fuera.

Sigamos sacando oro del Tao Te Ching:

“Donde acamparon los ejércitos, nacen las zarzas.”

“Las buenas armas son instrumentos nefastos, cosas aborrecibles. El hombre que tiene Tao no se vale de ellas.”

“Actuar queriendo conquistar el imperio [el mundo] es, a mi parecer, ir al fracaso. El imperio es un aparato muy espiritual. No se puede manipular con él. Manipular con él es estropearlo. Cogerlo es ya perderlo.”

“El hombre vivo es blando, y muerto es duro y rígido.”

“Las plantas vivas son flexibles y tiernas, y muertas son duras y secas.”

“La dureza y la rigidez son cualidades de la muerte. La flexibilidad y la blandura son cualidades de la vida.”

“Lo blando puede a lo duro.”

“De ahí que las armas, que son duras, no pueden vencer.”

“La desdicha se apoya en la dicha y la dicha se agazapa detrás de la desdicha. ¿Quién conoce la línea divisoria? No hay regla. La rectitud se vuelve extravagancia y lo bueno monstruosidad. Esto ha traído al hombre confuso mucho tiempo. Por eso, el sabio es cuadrado (recto), pero sin aristas cortantes; anguloso, pero sin ángulos punzantes; recto, pero no áspero en su forma de hablar a los demás; luz, pero no resplandor.”

“Pocos en el mundo llegan a comprender la utilidad de enseñar sin palabras y del no hacer nada.”

“Sin salir de la puerta se conoce el mundo. Sin mirar por la ventana se ven los caminos del Cielo. Cuanto más lejos se sale, menos se aprende.”

“El estudio es acumular de día en día. El Tao es disminuir de día en día y, disminuyendo más y más, se llega a la inacción. Inacción que nada deja de hacer. Siempre se ha conquistado el mundo sin hacer nada para ello…”

 

Algunas precisiones académicas. Las aportaciones de Russell Kirkland

Hoy día el taoísmo es uno de los temas que, como el yoga, rellena muchos estantes en librerías no especializadas. Es una religión, una soteriología, una ‘espiritualidad” que genera fascinación, digamos ilusión de transformación espiritual entre los buscadores occidentales, los que intuyen que su vida tiene un sentido ‘espiritual’, de ‘subida de escaleras’ para el acceso a otro nivel de conciencia. Y es también una galaxia de palabras que se ha prestado a sorprendentes manipulaciones. Inconscientes en su mayoría.

A este respecto son especialmente alumbradoras dos conferencias que el profesor Russell Kirkland pronunció en los años 1994 y 1997. La conferencia de 1997 (que tuvo lugar en la universidad de Tenessee) fue presentada bajo el título “El taoísmo de la imaginación occidental y el taoísmo de China: descolonización de las exóticas enseñanzas del Este”. En esta conferencia Kirkland trató temas que son, a mi parecer, de enorme interés para elevar nuestra potencia filosófica. La tesis fundamental de este investigador fue que  los estudiosos occidentales del taoísmo no aceptaban lo que los taoístas de China tradicionalmente pensaban de su ‘religión’. Habría una gran diferencia entre el taoísmo de las publicaciones académicas y el taoísmo de la imaginación del colonialismo cultural norteamericano, el cual no ‘escucharía’, sino que solo buscaría elementos capaces de fortalecer sus creencias: su esquema-mundo: “Miles de occidentales literalmente han sido engañados acerca del taoísmo”.

Kirkland analiza los valores culturales que subyacen en la distinción entre taoísmo filosófico y taoísmo religioso. Dicha distinción se habría hecho en la China moderna: los intelectuales chinos modernos habrían tenido miedo a ser rechazados por los intelectuales occidentales secularizados; miedo a ser considerados miembros de una cultura supersticiosa (anti-ilustrada). Kirkland habla de verdaderas distorsiones de la realidad creadas por estudiosos victorianos (como Legge y sus informantes confucianos), todos ellos hostiles al taoísmo; y afirma que la intelectualidad moderna emite juicios desde un culto, desde un dogma: nuestras creencias son axiomáticamente verdad; cualquiera que siga otras creencias no es digno de nuestro respeto; quien desafía nuestras creencias es un necio peligroso que debe ser atacado y desacreditado. Los intelectuales modernos, según Kirkland, participarían de un culto especialmente pernicioso: creerían que no forman parte de ningún culto.

Parte de estas ideas, aplicadas al estudio occidental del taoísmo, Kirkland afirmó haberlas sacado de un artículo de Steve Bradbury, de la Universidad de Hawai. Bradbury hablaba de una narrativa ilustrada (racionalista) de la religión.

Finalmente Kirkland afirma que es posible volverse un taoísta, seguir el Tao, pero no con un libro,  sino yendo, por ejemplo, a la Abadía de los Nubes Blancas de Beijing.

Una frase final: “Si el taoísmo tiene algo que ofrecer al mundo moderno, no se encontrará en las estupideces lucrativas de las librerías americanas.”

 

Y ahora Schopenhauer

Volvamos a la ‘Filosofía pura’, mi diosa más irresistible. Y, desde esa diosa, me es inevitable acudir una y otra vez a la inmensidad del sistema filosófico de Schopenhauer. En el siguiente párrafo veo un tejido sacro de caminos (de ‘Taos’) individuales:

“[…] en el simple sueño la relación es unilateral, y es que solo un yo verdaderamente quiere y siente, mientras que los demás no lo hacen, pues son fantasmas; por el contrario, en el gran sueño de la vida tiene lugar una relación multilateral, toda vez que no solo uno aparece en el sueño del otro, sino que éste también aparece en el de aquel, de forma que, por medio de una verdadera harmonia praestabilita, cada uno sueña solo aquello que para él es adecuado según su propia guía metafísica, y todos los sueños-vida están entretejidos con una perfección tal, que cada uno experimenta solo lo que le es beneficioso y hace lo que es necesario para los demás […]” (Parerga y Paralipomena, pp. 232-233, según la edición de Arthur Hübscher de 1988).

 

Ahora una confesión personal

En la noche del 16 al 17 de octubre de 2008 soñé que explicaba el Zen a mi  hermano. Mi padre escuchaba. Tranquilo. Lúcido. Libre ya de esta vida. Y dijo: “Que ningún discurso te bloquee el futuro”.

Creo que ese consejo es clave para entender el vaciado del que habla el Tao Te Ching. Se trataría de liberarse de cualquier “natura naturata“, cualquier “orden” no querido, no sentido como propio. No sentido como sagrado. Y, desde ahí, afrontar la parte del camino todavía invisible: lo que no aparece en la fotografía de Richard Long.

¿Cuántos paisajes pisarán todavía nuestros pies?

Lo fabuloso de la vida (este camino que ahora piso) es su plasticidad. No dejo de sospechar que, como el pintor Wang Fô, soy yo -cada uno de nosotros- quien lo dibuja sobre el lienzo infinito de nuestra conciencia.

Y cada día me parece más lúcida la idea de Paracelso de que el hombre fabrica su propio cielo y que, una vez fabricado, ese cielo le alimenta. Creo que la clave está en la Fe [Véase]. Y en la capacidad de asumir el peso descomunal de la libertad absoluta (como se atrevió a decir Sartre en esa conferencia de 1945 que se publicó con el título “El existencialismo es un humanismo”).

Fe en esa cosa inefable, descomunal, omnipotente, que llevamos dentro (ese Tao sin forma que es capaz de automodelarse en infinitos mundos). Esa cosa capaz poetizarse de cualquier forma: de ser cualquier Logos. Véase [Logos] y [Poesía].

Fe en que todo es posible para esa cosa de lo ‘real’.

El camino en el que ahora apoyamos los pies de nuestra conciencia puede mostrar prodigios jamás acontecidos.

Por eso no hay que poner límites discursivos a nuestro futuro. Eso me aconsejó mi padre en sueños.

Yo creo que tampoco hay que poner límites discursivos a nuestro presente: entonces veremos que el camino, el Tao, huele como la piel de las hadas taoístas.

David López

 

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Filósofos míticos del mítico siglo XX: “Kitarô Nishida”

 

 

Kitarô Nishida. La Escuela de Kyoto.

Esa escuela -que brilló a partir de los años veinte del siglo veinte-  fue en realidad un templo de la Filosofía. Y de la Religión con mayúscula. Es lo mismo. Allí se escucharon y se analizaron y se refertilizaron ideas de todos los mundos (todos en realidad ubicados en el mismo “lugar”), siempre desde la fascinación hacia lo otro de lo que se presenta como verdad terminada, sin miedo a lo que hay (Filosofía y miedo son conceptos incompatibles). De ahí el gran rechazo que los marxistas de vuelo bajo sintieron por aquel templo.

La Filosofía -dijo Hegel en cierta ocasión a un alumno- no es más que una forma consciente de Religión. La Filosofía y la Religión, según este impactante pensador alemán, buscarían lo mismo: buscarían simplemente a Dios. En el caso japonés la imbricación -incluso la identidad- entre Filosofía y Religión tardó mucho en deshacerse, si es que se deshizo en algún momento. De hecho, la propia palabra “Filosofía” -en japonés tetsugaku–  fue creada, digamos artificialmente, por Nishi Amane en el siglo XIX (época de la restauración Meiji, de la apertura a eso de “Occidente”).

Kitarô Nishida, en cualquier caso, terminó por olvidarse de si estaba filosofando o no y dirigió su mirada hacia lo que no puede ser pensado: “el lugar” “la nada” que hace posible todo lo existente, el “eterno ahora” que es Dios o Buda… o mejor Nada (Zettai-Mu).

Si Religión y Filosofía son difícilmente separables en el pensamiento-sentimiento japonés, creo que hay que tener presente cuál es la pulsión religiosa originaria de este sorprendente pueblo isleño. El nombre que se le puso (tardíamente) a esa pulsión, a ese primigenio sentimiento global, fue Shin-to (el camino de los dioses). Me parece fascinante que esa Religión no se hubiera puesto nombre a sí misma: que se viviera en ella (en esa “Religión”) como en una matriz silenciosa, un “lugar” ajeno a la semántica: matriz/lugar como fuente de toda semántica (de todo pensamiento). El nombre “Shin-to” se puso desde el chino, ya en plena Edad Media europea, y lo hicieron sus seguidores para diferenciarse del budismo extranjero (indio y luego chino).

Todos los seres humanos viven en una realidad que dan por válida (Lebenswelt diría Husserl), en la que sueñan, vibran, odian, aman. En algunos lugares a esa matriz final la llaman “mundo” o “lo que hay”. También en ocasiones se pone nombre a esa totalidad y a la forma de estar en ella. Shin-to fue uno de esos nombres.

Octavio Paz en su preciosa obra Vislumbres de la India, definió el hinduismo como una “boa metafísica”: capaz de devorar, sin inmutarse, si dejar de ser ella misma, todo tipo de dioses extranjeros. Creo que la boa japonesa tiene mejor hígado que la india. Y el efecto de esa prodigiosa capacidad de digestión es también sorprendente: la identidad sigue casi imperturbable: hay una especie de código genético cultural (omnívoro) que resiste lo que le echen.

Shin-to significa “el camino de los dioses”, como expresa diferenciación del “camino del Buda”. En esta “religión” se sacraliza la naturaleza entera (aunque no estoy seguro de que eso que nosotros entendemos por “naturaleza” sea lo que se entendió por tal en los orígenes de la civilización japonesa). Sea lo que sea eso de “naturaleza”, el Shin-to la siente hiperpoblada por dioses: los kami (algunos puramente locales, algo así como genios del lugar… digamos hadas, etc.). El Shin-to tiene también dioses de más tamaño y poder, como por ejemplo Amaterasu (la diosa del Sol). Maravillosa. Estamos ante una religión -una matriz absoluta- donde además se rinde culto a los antepasados, todo dentro de un jardín infinito e inmanentísimo donde lo sagrado rezuma por todos los rincones. Recuerdo una impactante referencia que Aristóteles hizo a Tales de Mileto: “para Tales de Mileto todo está lleno de dioses”. Es el animismo: la conciencia ubícua y la ubícua magia.

Mi madre, Julia Pérez, llevó parte de esa religión a nuestra casa. Julia, en silencio (desde una sincera y serena docta ignorancia), conseguía elevar hasta la materia de nuestra casa el arte japonés del Ikebana: hologramas de la sacra naturaleza: el baile cósmico inmovilizado, irradiando misterio y belleza a mi infancia, a mi jueventud y a buena parte de mi madurez. Belleza sacra recibida de la sacra naturaleza: dos ramas de ciruelo, una piedra musgosa, silencio. Belleza infinita en la nada hiperteísta de la materia.

Japón. Filosofía.

Recomiendo la lectura de la siguiente obra de Jesús González Vallés: Historia de la filosofía japonesa (Madrid, 2000).

En lengua alemana destaca esta obra de Lydia Brüll: Die japanische Philosophie: eine Einführung (Darmstadt, 1989).

Sugiero también, una vez más, esta joya de D.T. Suzuki (el pensador que tanto influyó en Kitarô Nishida): Vivir el Zen (Kairós, Barcelona, 1994).

Otra joya más:  Chantal Maillard: La sabiduría como estética. China: confucianismo, taoísmo y budismo (Akal, Madrid, 2000). No debe uno perderse lo que se siente si se piensa eso de “cabalgar el dragón”.

Y por último, una obra de Kitarô Nishida en español: Pensar desde la nada; ensayos de filosofía oriental (Sígueme, Salamanca, 2006).

El silencio. Es donde estamos. Es el “lugar”. Es lo que somos. Somos el lugar. Y cabe también encontrar ese silencio abisal, sacro, en el interior de todas las palabras, de todos los mundos. El lenguaje es esencialmente silencio. Las palabras son flores de silencio. Y cuando se agrupan para nombrar (para crear en realidad) un mundo, cabe contemplarlas como jardines lógicos plantados en la nada (en Dios si se quiere… en nuestro yo transcendental…). Ikebanas lógicos. Sugiero por el momento la lectura de la palabra “Silencio” en mi diccionario filosófico. Puede entrarse desde [aquí].

Algo sobre su vida

Kanazawa (hoy Kahoku) 1870-Kamasura 1945.

Perteneciente a una antigua familia de samurais. Es un niño enfermizo que necesita especiales cuidados de su madre (la cual era una ferviente budista).

1891. Estudia Filosofía en la universidad de Tokyo. Su pobre salud le empuja a encerrarse en sí mismo. Le salva un hombre sorprendente: Raphael von Koeber (un ruso-alemán, muy tímido, genial, músico y filósofo, con aspecto de profeta, que emigró a Japón con cuarenta y cinco años y que influyó decisivamente en el desarrollo de la Filosofía japonesa del siglo XX). Von Koeber inicia a Kitarô en la Filosofía griega y medieval. También le hace leer a Schopenhauer (el budista de Frankfourt… curioso juego de espejos…) Termina sus estudios con un trabajo sobre David Hume. El hiper-empirista. El filósofo que fue capaz de despertar al grandioso Kant de su sueño dogmático.

1895. Se casa con su prima.

1896. Profesor en su antigua escuela de Kanazawa. Se inicia en la meditación Zen, influenciado por su colega y amigo D.T. Suzuki.

1897. Tras una larga estancia de meditación Zen en Tokyo, y gracias a un profesor, consigue un puesto en la Escuela Superior de Yamaguchi.

1910. Como consecuencia de la publicación de su obra Sobre el bien, se le ofrece un puesto en la universidad de Kyoto. Allí desarrolla su Filosofía y da la vida a la Escuela de Kyoto (Kyōto-gakuha). Esta escuela no fue una institución. Incluso el nombre no está claro si se lo puso un alumno o un periodista. Tema fundamental de la Escuela de Kyoto: la Nada Absoluta.

1920. Kitarô Nishida se traslada a Kamakura. Allí desarrolla su “Lógica del lugar”.

Su tumba está en un monasterio Zen (ubicado en Tokey-ji)… ubicado realmente en la Nada. En la sacra Nada.

Algo sobre sus ideas

– Filosofía y Religión como búsqueda de la verdad. Intento de síntesis entre ambas.

-“Experiencia pura”. Se apoyó en William James [Véase], en Bergson [Véase] y en la mística cristiana. Experiencia pura. Este concepto se refiere al instante mismo de la experiencia en sí, antes de que se sea consciente del dualismo “sujeto que observa-objeto observado”, y antes de que se active el pensamiento, el juicio, la reflexión sobre qué es lo que está provocando esa experiencia. Es la percepción del color, o del sonido, sin más (sin sujeto, sin objeto, si clasificación). Es la experiencia directa y silenciosa de los contenidos de la conciencia. Kitarô desarrolla esta idea en su obra Sobre lo bueno. Recuerda a la Firstness de Peirce: lo que vio Adan en el mismo instante de abrir sus ojos en el paraíso, antes de que Dios le diera instrucciones, antes del lenguaje, del pensamiento y de la moralidad. Pienso también en Schopenhauer y en su “contemplación avolitiva” (que propiciaría especialmente la obra del genio artístico)… un adelanto de la gloria eterna.

– “Autoconciencia” (jikaku). Es la conciencia que de sí mismo tiene el yo transcendental (¿Dios? ¿Buda?). Ese yo se manifestaría en una voluntad absolutamente libre; la cual sería un movimiento creador que no puede ser pensado, pues sería precisamente (esa voluntad libre) aquello que causa la reflexión (sería la fuente de la reflexión). Esa voluntad estaría además relacionada con el “eterno ahora” (eikyu no ima). Oigo ecos de la poderosa metafísica de Schopenhauer.

-“Lógica del lugar”. Un tema fascinante del que me ocuparé intensamente en un futuro próximo. Muchas veces he confesado que para mí la Filosofía se enciende con una pregunta básica: ¿Dónde demonios estamos? “El lugar”. Para Kitarô Nishida decir que algo es algo presupone afirmar que tiene un lugar en “lo general” y, por tanto, presupone estar determinado por la estructura de esa generalidad. Pero tiene que haber, digamos, un continente (no determinado) donde ubicar el ser, cualquier ser. Ese “lugar” sería la Nada Absoluta (zettai mu). “Mu” (“Wu” en chino) son palabras de difícil traducción. En la tradición Zen equivalen a vacío, más o menos. Porque ojo, se trata de un vacío que transpira sobreabundacia. Para Kitarô Nishida el “lugar” (la Nada absoluta en la que estamos) es lo que hace posible todo lo que existe, todo lo que es “algo”. La Nada es el lugar y el lugar es la Nada. Y eso es lo religioso. Eso es lo buscado por la Filosofía y por la Religión. Eso es Buda. Eso es Dios.

Seguiré leyendo y pensando el pensamiento de Kitarô Nishida. Y será para mí un enorme placer compartirlo con vosotros en este “lugar” de la nada de internet.

David López

 

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Las bailarinas lógicas: “Universalia”.

 

 

Universalia. Es una palabra que nombra un problema filosófico: una preciosa y revitalizante tarea para el pensamiento. Algunos filósofos, como Ernst Cassirer, consideraron que el problema de los universales es un pseudo-problema. ¿Cuál es ese problema que quizás ni siquiera exista?

Yo, en cualquier caso, no creo que estemos ante un problema, sino ante un prodigio que ofrece extraordinarias posibilidades cognitivas. Y sensitivas.

¿Existe, más allá del lenguaje, eso de “flor” o “agua” o “dinosaurio” o “cuatro” o, incluso, “hombre”? Platón intentó introducir en el pensamiento humano la certeza de que existen las ideas en sí, con independencia de que sean o no pensadas por los seres humanos y registradas o no en los lenguajes de los seres humanos. Schopenhauer, milenios después, al dibujar su modelo físico y metafísico, no supo muy bien dónde ubicar esos escurridizos seres platónicos.

No les gusta a las bailarinas lógicas que las toquen. Ellas están para bailar y hechizar: para que haya algo en lugar de nada, y para propiciar estupor maravillado.

San Pedro Damián (1007-1072 A. D.) afirmó en su obra Sobre la perfección monástica que los estudios gramaticales los había iniciado el Diablo. Quizás tuviera razón: el lenguaje podría ser más de lo que imaginamos. Algo divino (creador de nuestro ser y del ser del mundo entero). 

Creo que el tema de los universales tiene un interés extraordinario: agranda la mirada, la libera, la abre a otros mundos, y propicia la irrupción en nuestra conciencia de lo inefable (de lo divino si se quiere). La meditación requiere un silencio total: un silencio que desactiva los universales, que diluye la aparente división del mundo en “cosas” recortables en virtud de sustantivos. Ese es el Gran Silencio desde donde es posible sentir lo que hay.

Antes de exponer algunos apuntes y vértigos personales, sugiero prestar atención a las siguientes referencias:

1.- El estatus ontológico de los universalia. ¿Existen en sí mismos? Todo parece que empezó con la traducción que Boecio (477-524 A. D.) realizó del Isagoge de Porfirio (234-305 A. D.). El Isagoge es un texto que pretende unir la lógica aristotélica con el neoplatonismo. Y reinará durante casi toda la Edad Media.

2.- La solución nominalista: universalia post rem. Roscelino de Compiegne (1050-1120 A. D.): los universales son flatus vocis (emisiones de voz vacías, sin nigún valor semántico, no se refieren a nada). Solo existen las cosas individuales. 

3.- La solución realista: universalia ante rem. Guillermo de Champeaux (1070-1121 A. D.): los universales existen antes que las cosas concretas -que el león concreto, que el ejecutivo concreto- pero su existencia es de otro tipo (no estarían situados en el espacio/tiempo). ¿Dónde entonces? El mundo de las ideas según Platón.

4.- Posición intermedia. El realismo moderado. Pedro Abelardo (1079-1142 A. D.): (desde Aristóteles) el universal es lo predicable de varios entes. No es, por tanto, una cosa. En realidad solo existen individuos compactos (materia con forma). En el proceso cognoscitivo se extraen aspectos aislados -color, tamaño, etc- que permiten encontrar similitudes entre individuos: rasgos comunes que permitirán hablar de especies (mujeres, nubes). 

5.- Nietzsche. Fröhliche Wissentschaft [La ciencia alegre]. Aforismo 121: “Nos hemos construido un mundo a medida para poder vivir -suponiendo que hay cuerpos, líneas, superficies, causas y efectos, movimiento y reposo, forma y contenido. ¡Ahora nadie podría vivir sin esos artículos de fe! Pero no por eso quedan demostrados. La vida no es un argumento; entre las condiciones de la vida podría estar el error”. Aforismo 189:  “Es un pensador: esto quiere decir que es un experto en hacer las cosas más simples de lo que son”.

6.- Epistemología del siglo XX: instrumentalistas versus realistas. ¿Las teorías científicas -esas redes coherentes de universales- describen lo que hay? ¿Existe, en sí, más allá de los cálculos, la ley de la gravedad? 

Y estas son mis reflexiones:

1.- El nominalismo es absurdo. No cabe hablar de leones concretos antes de que esté activada en la mirada el universal “león”. El león individual es el efecto de la interiorización de un universal: es consecuencia de una programación de la mente/la mirada, es una forma de crear individualidades.

2.- Los universalia son disciplinas de la mirada. Son tijeras metafísicas que recortan lo que se presenta ante la conciencia en aparentes individualidades que se repiten. Quizás sería mejor hablar de tijeras “ante-físicas”, apoyándonos en un lúcido neologismo de Ortega y Gasset [Véase].

3.- Los universalia no son anteriores ni posteriores a las cosas. Las “cosas” son palabras. Va todo en la misma frase. Tampoco sale de la frase la palabra “realidad”. El lenguaje no tiene palabra para nombrar lo que haya fuera de él.

4.- El mundo mismo es una abstracción: es una especie de lámina donde se han pegado los recortables exigidos por la estructura de nuestros universales lingüísticos. Podríamos decir que el “mundo” (lo que parece que hay ante el observador humano), es lo que le pasa a lo inefable cuando es observado a través del filtro de las palabras. Si se pudiera mirar sin palabras, accederíamos al infinito. No veríamos “nada”, en el sentido de que no veríamos la concreción de ningún universal, ni presente ni futuro. Nos veríamos a nosotros mismos tal y como somos “en realidad”: sin forma, libres, omnipotentes, no legaliformes. Nadas mágicas.

5.- Toda cosa concreta es ya un universal: una serie de impactos sensibles, desplegados en un vector de tiempo, son luego agrupados en una unidad. Pensemos en una persona concreta (Juan, María): suponemos que es una cosa concreta, siempre, eso que se nos presenta, eso que vemos, pero en realidad experimentamos una pluralidad de impactos espacio/temporales que luego agrupamos en una unidad. ¿Cómo sabemos que es la misma cosa esa Sofía de la playa, hace diez años, que la que ahora nos habla en un bar? Y es más, ¿cómo sostener la concreción (la multi-individualidad que sostienen los nominalistas) si tenemos presente que Sofía es una manada de células individuales? ¿Y cómo podemos recortar a Sofía en el magma meta-material que se vislumbra en el interior de los átomos?

6.- Cabe preguntarse de dónde salen los universalia (esas formas de finitizar el infinito). Una respuesta podría ser que surgen de nuestra adaptación al medio. El universal víbora me permite predecir el comportamiento de ese reptil y no cometer el error de acariciarlo, con ternura, cuando me lo encuentro bajo los cielos de Segovia. Podría decirse que una buena interiorización de la estructura de los universales me permite sobrevivir. Sí. Pero sería un grave error equiparar lo que hay con el dibujo de mundo que surge de mis necesidades de superviviencia biológica (de supervivencia en esta forma, en esta finitud). Recordemos el aforismo de Nietzsche (el 121 de la Ciencia alegre).

7.- Más aún: yo mismo, mi yo, digamos objetivo, ante mi conciencia (esa caja que no veo pero que recoge todos los mundos), es un universal: he agrupado en una unidad millones de impactos y he creído que eso soy yo: las imágenes y sensaciones del cuerpo, los recuerdos, los pensamientos. Aquí cabría remitirse a Hume y al budismo. Y nos abismaríamos en esta idea del Maestro Eckhart: “yo he querido que exista Dios y yo mismo”.

8.- Ya nos adentramos en la hoguera lógica de la Mística. Ya atisbamos lo que pasa si nos atrevemos a desactivar los universales. Ese es el objetivo de los koanes en el Zen.

9.- Un artista, si es verdaderamente creador, sería capaz de incorporar nuevos universalia a otras mentes que estén en red con la suya. ¿Cuántos universales son todavía posibles? O, lo que es lo mismo: ¿cuántos mundos son todavía posibles?

10. Los universalia son, a su vez, un universal (un género). Como lo es el universal “cosa concreta” o “individuo”. Aquí entramos en paradojas matemáticas. A las bailarinas lógicas, como a los magos, no les gusta ser contempladas desde demasiado cerca.

Cabría decir, dentro de la prodigiosa cárcel de universales desde la que escribo, que hay algo descomunal, infinito, que fabrica, desde la omnipotencia y la libertad,  algo así como máquinas metafísicas para mirarse a sí mismo. Para mirarse/ o finitizarse/ o crearse. Es lo mismo. Las formas de aparente autofinitización de ese infinito serían eso que desde este mundo (desde este lenguaje) llamamos “universales”.

Y la mente humana sería esa prodigiosa máquina metafísica: el taller de los mundos (si es que es solo “humana” nuestra mente).

 

David López

 

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