La bailarinas lógicas: “Empirismo”.

 

 

“Empirismo”.

Existe un debate entre empiristas y racionalistas desde, al menos, eso que se denomina “la Antigüedad”, la Antigüedad griega en concreto. Los empiristas han creído, y siguen creyendo, que todo conocimiento proviene de los sentidos y que, además, debe ser verificado por esos mismos sentidos. Los racionalistas -al menos los que son considerados como tales en oposición a los empiristas puros- sospechan de la capacidad de los sentidos para acceder a lo real, hasta el punto de que algunos, como Platón, acusarán a esos sentidos de engañosos (carceleros).

Al ocuparnos de la palabra “cerebro” [Véase] tuvimos que considerar la hipótesis de que eso que suponemos que es nuestro cerebro no reciba lo que entendemos propiamente como realidad (“realidad exterior”), sino que, en cierto modo, la fabrique; eso sí: al servicio de algo “real” que, por ejemplo Humberto Maturana, denomina “sistema viviente”.

Antes de mostrar lo que experimento en mi conciencia cuando lo que supongo que es mi mente es tomado por la palabra “empirismo”, creo que puede ser muy útil hacer un recorrido por los siguientes temas:

1.- Aristóteles versus Platón. ¿Nacemos sabiéndolo todo ya… o no sabiendo nada en absoluto?

2.- Locke. A las ideas complejas no les corresponde nada real. Sólo hay una idea compleja que sí tiene equivalente en la realidad exterior a nuestro entendimiento: la idea de “substancia” (el soporte material de cualidades). Pero Locke admitió, sin darse cuenta, la existencia de otras muchas ideas complejas: la idea de que existen ideas simples y complejas; la idea de que existe un entendimiento -una mente- que capta realidades exteriores a la suya, etc.

3.- Berkeley. Estamos ante uno de los filósofos más brillantes que nos ofrece la narración canónica de la historia de la Filosofía occidental. Se propuso refutar a Locke con esta obviedad (obviedad al menos entre los empiristas): sólo existe percepción, nada más. No podemos ir más allá. La materia es nuestra mente, y nuestra mente es como un teatro en el que Dios despliega su imaginación (sus obras de arte en definitiva).

4.- Hume. Hace casi veinte años quise iniciar una tesis doctoral a partir de lo que me parece un evidente error de este filósofo. Hume afirmó que el ser humano recibe impresiones (impactos sensitivos) del exterior, no ideas. Y que las ideas son los recuerdos de esas impresiones. Pero no problematizó Hume el dogma (muy empirista por cierto) de la pluralidad de impresiones. Para hablar de impresiones en plural antes ha de haberse instalado, dogmáticamente, un sistema de universales en el entendimiento humano. Kant afirmó que Hume le había despertado del sueño dogmático. Eso es imposible. No se puede despertar del sueño dogmático, al menos si se quiere seguir viviendo (soñando, es lo mismo). En algún cosmos (subyugado por algún Logos) hay que vivir.

5.- Empirismo lógico. El Círculo de Viena. La fe en la verificación por los sentidos compartidos tribalmente. La demonización de la Metafísica (de otras metafísicas en realidad).

6.- El “empirismo radical” de William James. Merecen ser leídos los Essays in Radical Empiricism, editados y publicados póstumamente por Ralph Barton Perry en 1912. En esa obra encontramos una legitimación de todo tipo de experiencia. Es oportuno relacionar esta forma de empirismo con la que el propio James sugiere en Las variedades de la experiencia religiosa.

Esto es lo que experimento en mi conciencia al reflexionar sobre eso que sea el “empirismo”:

1.- En primer lugar el “empirismo” se me presenta como un credo (una fe, una autofinitización del pensamiento y del sentimiento). De ahí el sufijo “ismo”. Y es un credo cuyos presupuestos no son verificables empíricamente; a saber:  a) que mi “mente” o “entendimiento” o “cerebro” (o lo que sea) está siendo impactado por algo exterior; b) que “eso” captura la realidad tal y como es (o al menos, una parte de ella); y c) que lo que hay está ahí, objetivo, activo, sin que yo intervenga en su configuración -esto es: que percibimos, pero que no creamos lo real-.

2.- Los empirismos que se han ido proclamando a lo largo de la historia del pensamiento primero instalan, dogmáticamente, un modelo de mirada; y luego verifican que lo que se ve desde ese modelo de mirada es lo real (lo único existente por tanto).

3.- Pero si se mira sin filtro, sin modelo de mirada, sin un cosmos que finitice nuestro pensamiento y nuestro sentimiento, lo que se ve es la nada, el infinito. Eso es la Mística. Una vez más nos traga el agujero negro por el que desaparecen todos los universos que es capaz de fabricar el pensamiento humano.

4.- Una cuestión decisiva, por lo menos desde el paradigma de la ciencia actual, es si nuestro “cerebro” [Véase]  percibe realidad o si, por el contrario, la crea. Aunque cabría una tercera posibilidad: que primero creara realidad (contenidos de conciencia) y que, después, la percibiera. Quedaría no obstante la siguiente pregunta abisal: ¿De dónde saca el “cerebro”  tanta fuerza genésica?

4.- Mientras nos mantengamos en el nivel de conciencia que reconoce la existencia de otros seres humanos en el mundo -un nivel, digamos, no advaita – creo que debemos esforzarnos en embellecer la experiencia ajena. Estaríamos ante un tipo de arte que podríamos llamar “genésico”, pues su objetivo sería crear mundos, mundos maravillosos si nos es posible, en la conciencia ajena. En la conciencia de los que amamos (de los que, lógicamente, amamos dentro del cosmos en el que vibran nuestras emociones). Y dentro de este tipo de arte estaría, por ejemplo, la sonrisa con la que una madre recoge a su hijo en el colegio (sonrisa que permanecerá eternamente en la conciencia de ese ser humano, como un sol eterno, calentando e iluminando su vida hasta, al menos, su muerte). O un gesto amable en la calle; o un perdón inmerecido; o una mesa con flores en una casa donde nunca hubo flores. Obras de arte genésico: fabricación de la experiencia ajena. Empirismo activo, creativo, amoroso, que operaría directamente en los barros de la conciencia ajena.

5.- Llegados a este punto cabría decir que el verdadero empirismo (“radical” lo denominó William James) debería dar cuenta de cualquier contenido en nuestra conciencia, incluidos los sueños y los fenómenos que no sean compartidos, ni comunicables, tribalmente. E incluso aquellos que no se pueda reproducir, que solo hayan ocurrido una vez y que sean, incluso, imposibles (imposibles desde una determinada legaliformidad). [Véase “Parapsicología”].

Ahora quisiera compartir una experiencia radical: la experiencia de la experiencia. Quisiera que el lector de estas líneas fuera consciente del impacto unitario, de la placa total de eso que llama “mundo”, o “realidad”; y que en esa placa total incorporara también sus impresiones internas (y que las dejara de considerar “internas”). Quisiera llamar a esta experiencia la “sensación total”: la sensación de que hay “Cosa”. Para ello hay que olvidar la concreta parcelación de ese impacto en “cosas” (sustantivos). Sería algo así como experimentar el todo sin activar el lenguaje que lo ordena. No estoy refiriéndome a la conciencia advaita: la superación del dualismo sujeto-objeto. Quiero dejar ahí, quieto, palpitante, el hecho mismo de la experiencia.

Hume habló de impresiones, en plural, como lo primigenio. Pero, antes del lenguaje, antes del pensamiento, solo hay una impresión. Muy sutil. Pero descomunal.

David López