Pensadores vivos. Emilio Lledó.

 

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Emilio Lledó.

Ineludible la lectura de su introducción a los diálogos de Platón (editorial Gredos). Una delicia del pensamiento y del sentimiento filosóficos.

Emilio Lledó parece creer que la conciencia humana (¿hay otra?) puede ser sublimada en virtud de la educación (pública). Y vuelca buena parte de su potencia filosófica y poética en ese misterioso proceso que llamamos “educar”, presuponiendo que lo decisivo son las palabras, el discurso, hasta el punto de que parece como si la salvación de la humanidad pasara por la creación de un “discurso ideal”.

Cree Lledó que hay que crear un tipo de conciencia con la educación, con las palabras, que se supone que son a la vez producto y madre de los seres humanos…

Conciencia (o consciencia, es igual). ¿Qué es eso? ¿Un campo gravitatorio creado por una de galaxia de ideas que han sido instaladas desde fuera, desde el educador? Digo “gravitatorio” porque una vez instalado un sistema de ideas (de creencias diría Ortega) esa conciencia es ya un mundo, un lugar donde todo se mueve por deseo hacia esos arquetipos de perfección.

Reproduzco a continuación el texto de la crítica que en su día hice para Cuadernos Hispanoamericanos de una antología de ensayos de Emilio Lledó editada bajo el título Ser quien eres. No dije en esa crítica, pero lo digo ahora, que, según se deriva de esos ensayos, al final parece que somos seres que fabrican cavernas platónicas (“maquinarias del mirar”) para sí mismos. El desafío es, creo, fabricar la más bella fábrica del mirar jamás imaginada… una vez completado nuestro acceso a lo que somos: grandes creadores de mundos, emocionados espectadores de mundos.

Emilio Lledó y las cavernas lógicas

¿Qué tipo de ser humano (o más bien, qué tipo de mirada) ha de producir la educación? Ésta y otras preguntas abisales son planteadas y respondidas en una antología de artículos de Emilio Lledó que lleva por título Ser quien eres. Ensayos para una educación democrática. 

La edición y el prólogo los ha realizado Rosa Tabernero, la cual presenta esta antología para inaugurar  una colección que lleva por título [Re] pensar la educación. Y lo hace desde la reverencia a lo que para ella es un auténtico maestro. Un maestro. Ni más ni menos. Y, sobre todo, desde esta convicción:

“El sistema educativo, en todos sus niveles, se encuentra en un tiempo de franca revisión desde todos sus ámbitos, a golpe de etiquetas lingüísticas que de tan recurridas y recurrentes terminan por quedar desprovistas de significados.”

¿Es eso verdad? ¿Estamos ante el desafío de una completa reconfiguración educativa? ¿Qué hay que revisar en nuestro sistema educativo –el español, hay que suponer-? ¿O es el de toda la humanidad -la humanidad “globalizada”-?

En esta obra se ofrece también un breve estudio sobre el pensamiento y las propuestas educativas de Emilio Lledó: una introducción bien escrita por Antonio Bernat Montesinos, el cual nos dice:

“Leer y releer sus escritos y evocar sus enseñanzas y su ejemplo moral nos abren un camino de esperanza no solo para conocernos en el lenguaje que somos y compartimos, sino también para poder repensar la educación con el fin de sentar las bases para una urgente y necesaria reconstrucción de la Paideía en nuestra sociedad compleja”.

Paideía. Educación. ¿Qué es eso? ¿Qué se pretende? ¿Qué queremos? ¿Es de verdad urgente y necesaria la reconstrucción del sistema educativo? Pero, ¿qué está ocurriendo?

Como he dicho ya, esta antología de pensamientos de Emilio Lledó lleva por título Ser quien eres. ¿Va a ser la educación –pública (estatal) siempre, según Rosa Tabernero y según Emilio Lledó- la que permita al ser humano ser lo que es? ¿O se trata de configurarle –hablarle- para que sea lo que debe ser?

El último apartado del último artículo recopilado en esta antología lleva por título “¿Qué tipo de ser humano ha de producir la educación?”

Producir seres humanos. No suena bonito.

Según vamos leyendo a Emilio Lledó, la educación, pública, siempre pública, va a ser la clave de esa producción de personas. ¿Qué tipo de personas? ¿En qué tipo de sociedad y en qué tipo de naturaleza? ¿Quién o “qué” está legitimado para definir los rasgos de ese tipo de persona que debe ser producido en los centros públicos de educación? ¿Los gobernantes elegidos por “el pueblo”? ¿Cuál es la tradición de ideas con las que ha de ser moldeado el ser del ser humano? ¿O es que ese ser está ya ahí, siempre, inalterable en sus atributos esenciales, pero todavía en potencia, y lo único que debe hacer un buen sistema educativo es, precisamente, actualizar esa potencia?

¿Cómo conseguir ese prodigio, esa suerte de teogénesis? Pues, según nos indica Emilio Lledó,  mediante la palabra. Pero no cualquier palabra, sino la palabra “ideal”:

“Algunos espíritus liberales sostienen todavía que, a pesar de todos los pesares, vivimos en el mejor de los mundos posibles. […] Pero, precisamente, en esta lucha por encontrar un nuevo discurso ideal y crear determinadas instituciones por donde puedan abrirse otras posibilidades que las que ofrece este mejor de los mundos posibles radica un reto importante de nuestro tiempo.”

¿Es eso lo que hay que crear? ¿Palabras, palabras engarzadas en un discurso? Serían, me parece, algo así como unas sagradas escrituras, dictadas desde la razón –aristotélica/moderna/ilustrada- y, también, desde el corazón: las más sagradas escrituras que quepa imaginar dado que, según Emilio Lledó, lo que está en juego es la actualización del propio hombre y, por tanto, de la Humanidad.

Y entre esas palabras salvíficas estaría, por cierto, la prosa de Antonio Machado; en concreto su Juan de Mairena, que dice cosas así a sus alumnos: “Yo os enseño, pretendo enseñaros, a meditar sobre las cosas contempladas, y sobre vuestras propias meditaciones”. Y que lanza latigazos de luz como éste: “[…] esas escuelas prácticas donde puede aprender la manera más científica y económica de aserrar un tablón”.

Palabras. Antonio Machado segrega palabras. Palabras que pueden salvar al hombre, según cree Emilio Lledó. ¿Son tan decisivas las palabras?:

“La forma del lenguaje que, como subsuelo sobre el que posan nuestros actos, alienta y configura nuestra vida, marca realmente el ser de cada personalidad.”

“Nacemos en el lenguaje, vivimos en él; nos desarrollamos desde él. Esta evidencia se expresa en una frase que muestra el hondo y vivo enraizamiento de nuestras palabras: Lengua materna.”

“Cada lengua es, pues, una variación que pertenece a esa maternidad inmensa de la que nos nutrimos”.

Así, consciente del gigantesco poder de la palabra (aunque no tan grande como el poder del hombre), Emilio Lledó propone algo así como una reprogramación de esa madre gigantesca –esa madre lógica- que nos da el ser… una vez recibido su propio ser de nosotros:

“Creo que, como en época de los sofistas, necesitamos algo parecido a la revolución del lenguaje que su inconformismo y su crítica provocaron”.

Emilio Lledó ofrece a lo largo de los textos recopilados en esta antología algunas de las claves de esa revolución, de ese “nuevo discurso ideal”, de ese Verbo que, en caso de encarnarse en nuestras mentes, regeneraría, por así decirlo, a nuestra madre lógica:

1.- Educación, mucha educación; y pública además: la única capaz de garantizar la igualdad de oportunidades. “Educar es abrir y desarrollar posibilidades, construir en cada individuo un espacio más amplio que el que ofrecen las respuestas inmediatas al cerco de los estímulos y las necesidades elementales”. Pero, me pregunto, ¿no será esa necesidad expansiva -ese palpitante Big Bang que hay en nuestro interior- la más elemental de las necesidades humanas; y no solo humanas?

2.- Racionalidad. Emilio Lledó entiende por “racionalidad” solo una: la que brota en la Grecia antigua y se desarrolla en la modernidad y la ilustración de Occidente.

3.- Amistad y concordia: “[…] esa deleznable falacia de que el hombre es un lobo para el hombre.” Dentro de esa amistad nos recuerda Emilio Lledó el concepto aristotélico de filautía: amistad hacia uno mismo (que quizás resuene en el famoso Ama al prójimo como a ti mismo).

5.- Globalización. “Una identidad democrática, una identidad global”. Pero, ¿es respetuoso, amistoso, “ético”, producir y globalizar ese –para mí precioso- tipo de ser humano del que nos habla Emilio Lledó?

6.- Libertad. Emilio Lledó habla de un “espacio interior de libertad”, de “movimiento liberador de la mente”, de “libertad de conciencia […] donde puede encontrar [el hombre] su capacidad creadora y la forma más extraordinaria de humanismo y de verdad”. Pero se trataría, siempre, de una libertad educada: digamos “cosmizada” en conexiones neuronales que se consideren pertinentes por parte de las autoridades educativas.

7.- En suma: “Humanidad”: “Esta identificación que nos humaniza se funda, como se ha dicho, en la tendencia hacia el bien, a la justicia, a la amistad, a la verdad, a la belleza, al conocimiento, a la solidaridad”.

Belleza. Se trata sin duda uno de los grandes misterios de “lo humano”. En esta antología se puede encontrar un rincón de palabras donde la belleza se dispara. Está en un artículo en el que se reflexiona sobre esta “sociedad tecnológica” (como si alguna sociedad humana no lo fuera):

“Moldear el ánfora era recrearse en la materia y, sobre su tersa curvatura, tensar también recuerdos, sueños, afanes, y acariciarlos con esa fuerza que sale de los hombres, que se remansa en la mano –origen del pensamiento- y que se entretiene, juega, inventa la inquieta belleza.

“Al otro lado de esta imagen es fácil parodiar esos teclados inermes, fruto indudable de una inteligencia creadora también, pero que, una vez ejercida su dinámica función, una cierta nada eléctrica se aposenta en la matriz de sus mensajes […].”

Hay otro artículo que merece ser destacado. Se titula “Sobre el mito de la caverna” y ofrece un recorrido lúcido y sugerente por el famoso relato de Platón. Para Emilio Lledó lo malo de esa caverna (lo que justifica que haya que salir de ella) se explica así:

“Probablemente entonces, al descubrir el prisionero todo lo que alcanza la mirada, y hecho como estaba a utilizar la vista, aunque fuese entre tinieblas, pensó que aquella maquinaria del mirar, en la que había crecido, podría revolucionarse, con tal de que tuviese otra luz distinta por mensajera. Una luz que diese vida y saber a la mirada, y a la que acompañasen palabras más firmes que las que, como aplastados ecos, le educaron. No sabemos tampoco si, en un momento de desesperación, pensó que era imposible transformar esa fábrica de un ver en el que se agotaba la pasión por sentir, por crear, por vivir.”

En estas frases está, en mi opinión, toda la propuesta educativa de Emilio Lledó: nuestro sistema educativo puede –sí puede- fabricar ese “ver”: un “ver” que permita sentir, crear, vivir. Y para eso, según este filósofo, debemos encontrar un nuevo discurso. Nuevas palabras. Palabras mágicas que enciendan la mirada. Se me ocurre que ese nuevo discurso sería, en realidad, una nueva, deliciosa, caverna: una nueva caverna lógica: nuevas palabras que nos vivifiquen. Que nos permitan, por fin, ya por fin, ser quienes somos.

Habrá que ponerse manos a la obra y construir, “con esa fuerza que sale de los hombres”, una paradisíaca caverna lógica. Porque, al parecer, no hay forma de vivir fuera del lenguaje. Al menos en cuanto “personas”.

Pero quizás quepa construir una caverna lógica –una fábrica de ver- que ofrezca tanta luz como la que la que vio aquel mítico prisionero que rompió sus cadenas en el relato de Sócrates.

Tanta luz o más de la que imaginó Platón.

David López

 

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