La imagen que ocupa el cielo de este texto es un cuadro de Caspar David Friedrich titulado Abtei im Aichwald. En él se muestra un templo arrasado. Un ser humano es un templo, sagrado, por lo tanto no profanable. Ese es el principio fundamental sobre el que se construyen los sistemas jurídicos más avanzados del planeta.
Ese templo no deja de serlo aunque esté ideológicamente enfermo. A Bin Laden -ese templo incuestionable, ese “árbol de sangre”- se le asesinó de forma sacrílega. Él lo hizo con muchos más templos, con miles de templos, pero fue coherente con sus -esclavistas, miedosas, emponzoñadas- ideas. Los que le asesinaron y los que ordenaron ese asesinato no fueron coherentes con las suyas, que son justamente las que yo considero como las más avanzadas y más diamantinas de este planeta: los derechos humanos, la salvaguardia de los templos. A nadie se le ocurre derruir una pirámide de Egipto por el hecho de que en ella, o con ocasión de ella, se cometieran atrocidades.
Rüdiger Safranski dedica un interesante capítulo de su obra Romanticismo al tema de la Alemania nazi; en concreto, al reproche que desde distintos lugares del pensamiento se dirigieron contra el romanticismo alemán, al considerarlo embrión de ese delirio asesino que dejó estupefacta a una civilización entera, a un siglo entero. En mi artículo sobre Safranski [Véase aquí] afirmo que el nazismo es la antítesis del romanticismo alemán, como es también la antítesis del pensamiento nietzcheano.
En el nazismo se produjo una sistemática profanación de templos humanos, la cual dio comienzo con una movilización irreflexiva, a-filosófica, de templos auto-profanados. Los soldados nazis, los seres humanos diluidos en todas esas masas uniformadas de cuerpos y de almas, aceptaron implícitamente su pequeñez, su necesidad de completarse, de hacerse dignos, en un organismo pluricelular guiado desde una especie de hombre-Dios: el Führer: Hitler y sus manos derechas. Un solo templo: el pueblo alemán. Fin de los individuos. Y todo desde los hechizos de la palabra, de la Poesía: el arma de destrucción y de construcción masiva más poderosa que se conoce; aunque en realidad no sabemos qué es -en sí- eso de la Palabra, eso de “el Lenguaje” [Véase aquí]).
Trae Safranski a su obra Romanticismo (p. 351 de la edición alemana, Fischer, 2010) unas palabras de Goebbels que traduzco así:
En el 30 de enero [de 1933] el tiempo del individualismo por fin ha muerto. El nuevo tiempo se denomina a sí mismo, no en vano, la Era Popular [Völkisches Zeitalter]. El individuo particular será sustituido por la comunidad del Pueblo […] El Pueblo como cosa en sí, el pueblo como el concepto de la inviolabilidad, a lo que todo tiene que servir y a lo que todo se tiene que subordinar.
La “cosa en sí” de Kant llevada al Pueblo. Una Teología narrada como Política. En realidad un sacrilegio: templos profanados por ellos mismos y, a la vez, profanadores de otros.
A esta profanación teorética creo que se le unió una idea decisiva, una dinamita poética, sin la cual ese profanación programática no hubiera podido alcanzar su plena eficacia. Vuelvo a otra de las citas que trae Safranski a su obra Romanticismo (p. 367). Es ahora Hitler el que habla:
Damos fin a un camino equivocado de la Humanidad. Las tablas del monte Sinaí han perdido su validez. La conciencia [Gewissen] es un invento judío.
Se refería Hitler a la mala conciencia derivada del hecho de matar, de matar seres humanos. Los arios podrían ya por fin matar a sus enemigos humanos sin sentir por ello que estaban haciendo algo malo, que estaban cometiendo pecado. Quedaría derogado el “No matarás”.
Las barbaridades cometidas por aquel sistema político fueron tales porque se faltó el respeto a los cuerpos humanos tanto como a sus almas.
Una metafísica de la violencia
Una advertencia previa: corremos el peligro de filosofar a medias, desde un hechizo. Filosofía hechizada. ¿Hechizada por qué? Por el amor hacia las formas, hacia la forma humana que tienen mis hijos, y todos los seres a los que amo y que he amado y que amaré con locura. Solo cabe hablar de violencia entre seres humanos si nos dejamos atrapar por ese universal [Véase “Universales”]. Para que haya violencia -negación, profanación de individualidades- tiene que aceptarse previamente la existencia ontológica de esas individualidades.
En mi bailarina “Apara Vidya” [Véase] hago referencia al Bhagavad-Gita. En ese texto Dios convence a un príncipe guerrero (Arjuna) para que mate, para que haga la guerra a sus familiares. Simplemente porque tiene que hacerlo y porque, en realidad, no va a matar a nadie. Y es que no hay nadie más que un solo Dios que, por así decirlo, está metido, autodifractado, en su propia imaginación: todo sería una fantasía de Dios dentro de Dios mismo: Maya. No hay nadie que mate ni nadie que muera porque no hay nadie, no hay más que una especie de gelatina imaginativa segregada por Dios dentro de su mente infinita.
Pero Maya es, para mí al menos, sagrado. Estamos en algo sagrado y sus “individualidades” son sagradas también, sobre todo las humanas, que son las que imantan el campo gravitatorio de mi mente-corazón: la maquina de mi filosofar.
Cierto es también que eso de “ser humano” no soporta un enfoque demasiado preciso [Véase aquí “Ser humano”]. No sabemos exactamente qué es un ser humano, pero es igual: eso es lo que amamos, al menos yo. Lo primero que se presenta es una forma, en tres dimensiones (es decir, físicamente inexacta). Una forma que responde a unos arquetipos. La “forma humana”. A ella se refiere nuestro Código Civil para otorgar a algo la condición divina (humana): ser el eje fundamental de un sistema jurídico que prácticamente envuelve este planeta como una tejido de oro y de diamantes.
Esas formas son la parte visible de los templos humanos. La violencia profana esas prodigiosas construcciones. Aprovecho para expresar el enorme rechazo que me producen las expresiones de violencia gratuita, gozosa, en el arte. La diversión, la risa, ante la profanación de los templos: Tarantino, Halloween… Terapias contra el miedo (todo lo que viene del miedo es estupidez, bajeza), ajustes de cuentas con eso del “cuerpo”, a veces sí cárcel del alma, aunque también (incluso en la enfermedad/Nietzsche) lanzaderas del alma.
Ser humano. Cuerpo humano. Templos complejos. Pero individuales. Vivimos momentos de miedo y enfado. Los seres humanos pueden sentirse pequeños, desasistidos, abandonados por el Estado/el Gobierno/el Gran Faraón/Dios. Y algunos poetas en el sentido platónico están retomando dioses antiguos, como el dios “Pueblo”: bondadoso, sabio, siempre amenazado por el Mal.
El Pueblo se considera puro y sabio, pero a los individuos se les rodea de normas y amenazas. La Democracia y el Estado de Derecho llevan dentro una antropología demonizante (quizás no le ha quedado más remedio). Siempre se considera que el ser humano puede ser muy pequeño (esclavismo voluntario, pedigüeño, gobernado) y muy pecador (códigos penales, sistemas penitenciarios). El amor entre los seres humanos se convierte a veces en una heroicidad ética, en un ascetismo religioso.
La revolución pendiente no es social. Es individual. No hay otro camino que la auto-sublimación ética de cada individuo. Vuelvo a la idea de una red de monarcas absolutos, templos diamantinos unidos por hilos de oro caliente, limpio. Creo que el progreso de la Humanidad no pasa por una Política de partidos. Los partidos políticos son sistemas operativos que confinan la reflexión y la ecuanimidad de sus miembros. Sus nombres dan cuenta de esos confinamientos, son algorítimicos, “partidarios” por definición. Y los mítines muestran ese psicología binaria: la euforia de darse la razón entre sus miembros, la euforia de descalificar a los oponentes.
Violencia. Romanticismo. La violencia puede ser física, psíquica y hasta metafísica, entendiendo por esta última la que ubica el prodigio humano en una matriz teórica, en un modelo de totalidad, que profana su dignidad, que le falta al respeto. El romanticismo ofreció una antropología diamantina. Creo que merece la pena mantenerla. Por amor puro y duro.
David López
Sotosalbos, a 17 de noviembre de 2014
Twitter: @HuertoInfinito.